41

—¡Venga, éste es el último, chicas, lo prometo! —gritó Denise mientras su sujetador salía volando por encima de la puerta del probador.

Contrariadas, Sharon y Holly volvieron a desplomarse en sus sillas.

—Hace una hora dijiste lo mismo —se lamentó Sharon, quitándose los zapatos y dándose un masaje en los tobillos hinchados.

—Ya, pero esta vez lo digo en serio. Tengo un buen presentimiento con este vestido —dijo Denise, llena de entusiasmo.

—También dijiste eso hace una hora —le recordó Holly apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos.

—Ahora no vayas a quedarte dormida —advirtió Sharon, y Holly abrió de inmediato los ojos.

Denise las había arrastrado a todas las tiendas de vestidos de novia del centro y Sharon y Holly estaban agotadas, irritadas y hartas. Ya no les quedaba nada del entusiasmo que habían sentido por Denise y su boda después de que ésta se probara un vestido tras otro a lo largo de toda la mañana. Y si Holly volvía a oír los irritantes chillidos de Denise una vez más…

—¡Uuy, me encanta! —gritó Denise.

—Tengo un plan —susurró Sharon a Holly—. Si cuando salga de ahí dentro parece un merengue sentado en una mancha de bicicleta, le diremos que está preciosa.

Holly sofocó la risa.

—¡Venga, Sharon, no podemos hacer eso!

—¡Ahora veréis! —vociferó Denise otra vez.

—Aunque pensándolo bien… —Holly miró a Sharon con abatimiento.

—Vale. ¿Estáis listas?

—Sí —contestó Sharon sin entusiasmo.

—¡Sorpresa! —Denise salió del probador y Holly abrió los ojos desorbitadamente.

—¡Oh, le queda de maravilla! —exclamó la dependienta, deshaciéndose en elogios.

—¡Oh, vamos! —protestó Denise—. ¡No me está ayudando nada! Le han gustado todos lo que me he puesto.

Holly miró a Sharon con aire vacilante y procuró no reír al ver su expresión; parecía que estuviera oliendo un tufillo.

Sharon puso los ojos en blanco y susurró:

—¿Acaso Denise nunca ha oído hablar de eso que llaman comisión?

—¿Qué andáis cuchicheando vosotras dos? —preguntó Denise.

—Sólo comentaba lo guapa que estás.

Holly frunció el entrecejo.

—Ah, ¿te gusta? —gritó Denise, y Holly hizo una mueca.

—Sí —dijo Sharon con poco entusiasmo.

—¿Estás segura?

—Sí.

—¿Crees que Tom se pondrá contento cuando mire hacia el pasillo y me vea caminando hacia él? —Denise incluso dio unos pasos para que las chicas pudieran imaginarlo.

—Sí —repitió Sharon.

—Pero ¿estás segura?

—Sí.

—¿Crees que vale lo que cuesta?

—Sí.

—¿En serio?

—Sí.

—Quedará mejor si me bronceo un poco, ¿verdad?

—Sí.

—Oh, ¿no se me ve un culo enorme?

—Sí.

Holly miró a Sharon sobresaltada y comprendió que ni siquiera estaba escuchando las preguntas.

—Vaya, ¿estás segura? —continuó Denise, que obviamente tampoco escuchaba las respuestas.

—Sí.

—Así pues, ¿me lo quedo?

Holly pensó que la dependienta se pondría a saltar de alegría gritando «¡Sí!», pero en cambio logró contenerse.

—¡No! —interrumpió Holly antes de que Sharon volviera a decir que sí.

—¿No? —preguntó Denise.

—No —corroboró Holly.

—¿No te gusta?

—No.

—¿Es porque me hace gorda?

—No.

—¿Crees que a Tom le gustará?

—No.

—Pero ¿crees que vale lo que piden por él?

—No.

—Oh. —Se volvió hacia Sharon—. ¿Estás de acuerdo con Holly?

—Sí.

La dependienta puso los ojos en blanco y fue a atender a otra clienta, confiando tener más suerte con ella.

—Muy bien, me fío de vosotras —dijo Denise, mirándose apenada al espejo una vez más—. La verdad es que a mí tampoco acababa de convencerme.

Sharon suspiró y volvió a ponerse los zapatos.

—Oye, Denise, has dicho que era el último. Vayamos a comer algo o desfalleceré.

—No, me refería a que era el último vestido que me probaría en esta tienda. Aún quedan montones de tiendas por ver.

—¡Ni hablar! —protestó Holly—. Denise, estoy muerta de hambre y a estas alturas todos los vestidos empiezan a parecerme iguales. Necesito un respiro.

—¡Pero se trata de mi boda, Holly!

—Sí, y… —Holly buscó una excusa—. Pero Sharon está embarazada.

—Ah, entonces vale, vayamos a comer algo —aceptó Denise, desilusionada, y se metió en el probador.

Sharon dio un codazo a Holly en las costillas.

—Oye, que no estoy enferma, sólo embarazada.

—Es lo único que se me ha ocurrido —dijo Holly con aire cansino.

Las tres amigas se encaminaron lentamente hasta el Bewley’s Café y consiguieron ocupar su mesa preferida junto a la ventana que daba a Grafton Street.

—Odio ir de compras los sábados —se quejó Holly al ver a la gente chocar y apretujarse en la calle.

—Se acabó el ir de compras entre semana, ya has dejado de ser una dama ociosa —bromeó Sharon, y cogió un pedazo de sándwich y, comenzó a comer.

—Ya lo sé, y estoy muy cansada, pero esta vez tengo la impresión de haberme ganado el cansancio. No como antes, cuando lo único que hacía era acostarme a las tantas después de ver teleinsomne —dijo Holly con tono alegre.

—Cuéntanos el incidente con los padres de Gerry —dijo Sharon con la boca llena.

Holly puso los ojos en blanco.

—Fueron muy groseros con el pobre Daniel.

—Lástima que estuviera durmiendo cuando llamaste. Seguro que si John hubiese sabido que se trataba de eso me habría despertado —se disculpó Sharon.

—No digas tonterías, tampoco fue para tanto. Aunque en aquel momento me lo pareciera.

—Desde luego. No tienen derecho a decirte con quién puedes salir y con quién no —sentenció Sharon.

—Sharon, no estoy saliendo con él. —Holly intentó dejar las cosas claras—. No tengo intención de salir con nadie por lo menos en los próximos veinte años. Sólo fue una cena de trabajo.

—¡Uuuuu, una cena de trabajo! —exclamaron sus amigas al unísono.

—Sí, ni más ni menos, aunque fue agradable tener un poco de compañía. —Holly sonrió—. Y no os estoy criticando —se apresuró a agregar antes de que tuvieran ocasión de defenderse—. Lo único que digo es que cuando los demás están ocupados resulta agradable tener a alguien con quien charlar. Sobre todo si se trata de compañía masculina, ¿sabéis? Y con él es fácil entenderse y hace que me sienta muy a gusto. Eso es todo.

—Sí, lo entiendo —dijo Sharon, asintiendo con la cabeza—. De todos modos te conviene salir y conocer gente nueva.

—¿Y averiguaste algo más sobre su vida? —Denise se inclinó con los ojos brillantes, ávida de nuevos cotilleos—. Es un tanto esquivo ese Daniel. Quizás oculta un enorme secreto. Quizá los fantasmas de su pasado en el ejército estén volviendo para atormentarlo —bromeó.

—Eh… no, Denise, no lo creo. —Holly rió y añadió—: A no ser que sacar brillo a las botas en el campamento de reclutas fuera una experiencia traumática. No tuvo tiempo de hacer mucho más —explicó.

—Me encantan los soldados —dijo Denise con aire soñador.

—Y los pinchadiscos —agregó Sharon.

—Oh, y los pinchadiscos, por supuesto —contestó Denise, sonriendo.

—Bueno, sea como fuere le conté mi opinión acerca del ejército —dijo Holly con una sonrisa pícara.

—¡No puede ser! —exclamó Sharon.

—¿De qué va esto? —preguntó Denise.

—¿Y qué te dijo? —Sharon hizo caso omiso de Denise.

—Se rió.

—¿De qué va esto? —volvió a preguntar Denise.

—De la teoría de Holly sobre el ejército —explicó Sharon.

—¿Y cuál es? —preguntó Denise, intrigada.

—Pues que luchar por la paz es como follar por la virginidad.

Las tres rompieron a reír.

—Sí, pero puedes pasarlo bien un montón de horas mientras lo intentas —dijo Denise, haciendo un chiste.

—¿Aún no le habéis cogido el tranquillo? —preguntó Sharon.

—No, pero en cuanto se presenta una ocasión lo intentamos, ¿sabes? —contestó Denise, y las tres volvieron a reír—. En fin, Holly, me alegro de que os llevéis bien porque vas a tener que bailar con él en la boda.

—¿Por qué? —Miró a Denise, confusa.

—Porque es tradición que el padrino baile con la dama de honor en la boda —respondió Denise con los ojos brillantes.

Holly soltó un grito ahogado.

—¿Quieres que sea tu dama de honor?

Denise asintió entusiasmada con la cabeza.

—No te preocupes, ya se lo he preguntado a Sharon y no le importa —le aseguró Denise.

—¡Me encantaría! —exclamó Holly, muy contenta—. Pero, Sharon, ¿seguro que no te importa?

—No te preocupes por mí, me conformo con ser la dama hinchada.

—¡No estarás hinchada! —Holly rió.

—Claro que sí, estaré embarazada de ocho meses. ¡Tendré que pedir prestada a Denise la marquesina de su tienda para ponérmela de vestido!

—Espero que no te pongas de parto durante la boda —dijo Denise abriendo mucho los ojos.

—No te preocupes, Denise, no acapararé la atención del público en tu día. —Sharon sonrió—. No saldré de cuentas hasta finales de enero y eso será semanas después.

Denise se mostró aliviada.

—¡Por cierto, se me olvidaba enseñaron la foto del bebé! —añadió Sharon con nerviosismo, rebuscando en el bolso. Finalmente sacó una pequeña fotografía de la ecografía.

—¿Dónde está? —preguntó Denise con ceño.

—Ahí —dijo Sharon, señalando.

—¡Uau! Es todo un muchachote —exclamó Denise, acercándose la imagen a la cara.

Sharon puso los ojos en blanco.

—Denise, eso es una pierna, tonta. Todavía no sabemos el sexo.

—Oh. —Denise se sonrojó—. Bueno, felicidades, Sharon. Parece que vas a tener un alienígena precioso.

—Ya vale, Denise —intervino Holly—. Es una foto preciosa.

—Me alegro de oírlo. —Sharon sonrió y miró a Denise, que asintió con la cabeza—. Porque quiero pedirte una cosa.

—¿Qué? —dijo Holly con expresión preocupada.

—Verás, a John y a mí nos encantaría que fueras la madrina de nuestro bebé.

Holly volvió a ahogar un grito y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¡Oye, no has llorado cuando te he pedido que fueras mi dama de honor! —vociferó Denise.

—¡Oh, Sharon, será un honor! —dijo Holly, dando un fuerte abrazo a su amiga—. ¡Gracias por pedírmelo!

—¡Gracias por aceptar! ¡John se alegrará mucho!

—Venga, no os echéis a llorar las dos ahora —se quejó Denise, pero Sharon y Holly no le hicieron ningún caso y siguieron abrazadas—. ¡Eh! —exclamó de pronto consiguiendo que dejaran de abrazarse.

—¿Qué?

Denise señaló a través de la ventana.

—¡No puedo creer que nunca me haya fijado en esa tienda de novias de ahí enfrente! Apurad las bebidas que nos vamos ahora mismo —dijo entusiasmada mientras iba recorriendo el escaparate con la mirada.

Sharon suspiró y fingió que se desmayaba.

—No puedo, Denise, estoy embarazada…