15
—¿Holly Kennedy? ¿Estás aquí? —resonó la voz del presentador.
El aplauso del público se diluyó en un murmullo mientras todo el mundo miraba alrededor en busca de Holly. Iban a pasar un buen rato buscando, pensó ella mientras bajaba la tapa del retrete para sentarse a esperar que el alboroto remitiera y pasaran a su siguiente víctima. Cerró los ojos, apoyó la cabeza en las manos y rezó para que aquel momento pasara. Ojalá al abrirlos apareciera sana y salva en su casa una semana después. Contó hasta diez, rogando que se obrara el milagro, y luego abrió los ojos lentamente.
Seguía estando en el lavabo.
¿Por qué no podía, al menos por una vez, descubrir que tenía poderes mágicos? No era justo, a las chicas americanas de las películas siempre les ocurría…
Sin embargo, en el fondo había sabido que aquello iba a suceder. Desde el instante en que abrió aquel sobre y leyó la tercera carta de Gerry, supo que habría lágrimas y humillación. Su pesadilla se había hecho realidad.
Fuera, en el local, apenas se oía ruido y la invadió una sensación de calma al caer en la cuenta de que iban a pasar al cantante siguiente. Relajó los hombros y abrió los puños, dejó de apretar los dientes y el aire fluyó más fácilmente hasta sus pulmones. El pánico había pasado, pero decidió aguardar hasta que el siguiente intérprete comenzara su canción antes de escapar. Ni siquiera podía saltar por la ventana, porque no estaba en una planta baja, a menos que quisiera morir desplomada. Otra cosa que su amiga americana habría podido hacer.
Desde el retrete Holly oyó que la puerta del lavabo se abría y cerraba de golpe. Venían a buscarla. Quienquiera que fuese.
—¿Holly?
Era Sharon.
—Holly, sé que estás ahí dentro, así que escúchame, ¿vale?
Holly se sorbió las lágrimas que comenzaban a asomarle.
—Muy bien, me consta que esto es una pesadilla terrible para ti y que tienes fobia a esta clase de cosas, pero debes calmarte, ¿de acuerdo?
La voz de Sharon sonaba tan tranquilizadora que Holly volvió a relajar los hombros.
—Holly, odio a los ratones, lo sabes de sobra.
Holly frunció el entrecejo preguntándose adónde pretendía llegar su amiga.
—Y mi peor pesadilla sería salir de aquí para meterme en una habitación llena de ratones. ¿Te lo imaginas?
Holly sonrió ante la idea y recordó que en una ocasión Sharon había ido a pasar dos semanas con ella y Gerry después de haber cazado un ratón en su casa. Por descontado, a John le concedieron permiso para efectuar visitas conyugales.
—Bien, pues estaría exactamente donde estás tú ahora y nadie ni nada me haría salir. —Sharon hizo una pausa.
—¿Cómo? —dijo la voz del presentador antes de echarse a reír—. Damas y caballeros, según parece nuestra cantante está en el lavabo ahora mismo.
La sala entera estalló en carcajadas.
—¡Sharon! —dijo Holly temblando de miedo.
Se sentía como si la airada multitud estuviera a punto a derribar la puerta, arrancarle la ropa y llevarla en volandas hasta el escenario para ejecutarla. Le entró el pánico por tercera vez. Sharon se apresuró a seguir hablando.
—En fin, Holly, lo único que quiero decir es que no tienes por qué hacer esto si no lo deseas. Nadie te está obligando…
—Damas y caballeros, ¡hagamos que Holly se entere de que es la siguiente! —vociferó el presentador—. ¡Venga!
El respetable se puso a patear el suelo y a corear su nombre.
—Bueno, al menos ninguno de los que te apreciamos te estamos obligando a hacerlo —farfulló Sharon, bajo la presión del gentío—. Pero si no lo haces, me consta que nunca te lo perdonarás. Por algún motivo Gerry quería que lo hicieras.
—¡HOLLY! ¡HOLLY! ¡HOLLY!
—¡Oh, Sharon! —repitió Holly, dejándose llevar por el pánico.
De repente tuvo la sensación de que las paredes del retrete comenzaban a estrecharse para aplastarla. Unas gotas de sudor le perlaron la frente. Tenía que salir de allí. Abrió la puerta. Sharon quedó atónita al ver la expresión consternada de su amiga, que parecía que acabara de ver un fantasma. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados y el rímel bajándole por la cara (esos productos resistentes al agua nunca dan buen resultado), las lágrimas le habían estropeado el maquillaje.
—No les hagas caso, Holly —dijo Sharon con voz serena—. No pueden obligarte a hacer algo que no quieras hacer.
El labio inferior de Holly comenzó a temblar.
—¡No! —exclamó Sharon, agarrándola por los hombros y mirándola a los ojos—. ¡Ni se te ocurra!
El labio dejó de temblarle, pero no el resto del cuerpo. Finalmente Holly rompió su silencio.
—No sé cantar, Sharon —susurró horrorizada.
—¡Ya lo sé! —contestó Sharon—. ¡Y tu familia también! ¡Que se vayan a la mierda los demás! ¡Nunca más volverás a ver la jeta de ninguno de esos idiotas! ¿A quién le importa lo que piensen? A mí no. ¿Y a ti?
Holly pareció meditar la respuesta y luego susurró:
—No.
—No te he oído. ¿Qué has dicho? ¿Te importa lo que piensen?
—No —dijo Holly, con voz un poco más firme.
—¡Más alto! —Sharon la sacudió por los hombros.
—¡No! —gritó.
—¡Más alto!
—¡Nooo! ¡No me importa lo que piensen! —exclamó Holly tan alto que el público de la sala comenzó a callar.
Sharon parecía impresionada, quizás estaba medio sorda, y permaneció un momento inmóvil. De pronto ambas sonrieron y luego se echaron a reír de su estupidez.
—Vamos, haz que esto sea otra de las famosas veladas de la loca de Holly para que podamos reírnos durante unos meses —le suplicó Sharon.
Holly echó un último vistazo a la imagen que le devolvía el espejo, se lavó las marcas de rímel corrido, suspiró y se abalanzó sobre la puerta como una mujer en misión de combate. La abrió para enfrentarse a sus enloquecidos admiradores, que estaban todos de cara a ella coreando su nombre. En cuanto la vieron, estallaron los vítores y una fuerte ovación, de modo que Holly les dedicó una reverencia de lo más teatral y se encaminó al escenario entre risas y aplausos, mientras Sharon la alentaba al grito de «¡Jódelos!».
Le gustara o no, Holly contaba con la atención de todo el mundo. De no haberse escondido en el lavabo, la gente que había coreado su nombre en el fondo del club probablemente no se hubiese enterado de quién cantaba, pero ahora todos estaban pendientes de ella.
Intimidada, Holly se plantó en medio del escenario con los brazos cruzados y miró fijamente al público. La música comenzó sin que se diera cuenta y se le pasaron las primeras frases de la canción. El pinchadiscos interrumpió el tema y volvió a ponerlo desde el principio.
Se hizo el silencio. Holly carraspeó y el sonido retumbó por toda la sala. Luego bajó la vista hacia Denise y Sharon pidiendo ayuda, y todos levantaron los pulgares para darle ánimos. De ordinario Holly se habría reído al verlos reaccionar de forma tan cursi, pero en aquel momento le resultó muy reconfortante. Cuando la música comenzó de nuevo, Holly agarró el micrófono apretándolo con las manos. Por fin, con voz extremadamente temblorosa y tímida cantó:
—¿Qué harías si desafinara al cantar? ¿Te levantarías y te marcharías?
Denise y Sharon aullaron de risa ante tan acertada elección y aplaudieron como locas. Holly siguió esforzándose, cantando horriblemente y dando la impresión de estar a punto de echarse a llorar. Justo cuando esperaba los primeros abucheos, su familia y amigos se sumaron al estribillo.
—Oh, lo superaré con ayuda de mis amigos, sí, lo superaré con ayuda de mis amigos.
El público miró hacia la mesa de los familiares y amigos y también rió, caldeando un poco el ambiente. Holly se preparó para la nota alta que se avecinaba y gritó a pleno pulmón:
—¿Necesitas a alguien?
Hasta ella misma se sorprendió del volumen y unas cuantas personas la ayudaron a cantar el verso siguiente.
—Sólo alguien a quien amar.
—¿Necesitas a alguien? —repitió Holly, dirigiendo el micrófono al público para animarlos a cantar, y así lo hicieron—: I need somebody to love. —Y se dedicaron a sí mismos una salva de aplausos.
Algo menos nerviosa, Holly se defendió como buenamente pudo hasta el final de la canción. La gente del fondo de la sala reanudó su cháchara, los camareros siguieron sirviendo bebidas y rompiendo vasos hasta que Holly tuvo la impresión de ser la única que se estaba escuchando.
Cuando por fin terminó de cantar, los gentiles ocupantes de unas mesas cercanas al escenario y los de su propia mesa fueron los únicos que aplaudieron con cierta espontaneidad. El presentador le arrebató el micrófono de la mano y, entre risas, se las arregló para decir:
—¡Por favor, un aplauso para la increíble valentía de Holly Kennedy!
Esta vez su familia y sus amigos fueron los únicos que respondieron. Denise y Sharon fueron a su encuentro, las mejillas mojadas de lágrimas provocadas por la risa.
—¡Estoy tan orgullosa de ti! —dijo Sharon, rodeando el cuello de Holly con los brazos—. ¡Ha sido espantoso!
—Gracias por ayudarme, Sharon —dijo Holly abrazada a su amiga.
Jack y Abbey la vitorearon y Jack gritó:
—¡Lamentable! ¡Absolutamente lamentable!
La madre de Holly le sonrió alentadoramente, consciente de que su hija había heredado su talento para el canto, mientras que su padre apenas podía mirarla a los ojos de tanto reír. Por su parte, Ciara no dejaba de repetir una y otra vez:
—Nunca creí que alguien pudiera hacerlo tan mal.
Declan la saludó con el brazo desde el otro extremo de la sala con una cámara en la mano y le hizo una seña de fiasco señalando el suelo con el dedo pulgar. Holly se escondió en el rincón de la mesa y empezó a beber sorbos de agua mientras escuchaba las felicitaciones por haberlo hecho tan increíblemente mal. No recordaba la última vez que se había sentido tan orgullosa.
John se encaminó parsimoniosamente hacia ella y se apoyó contra la pared a su lado, desde donde vio la siguiente actuación en silencio. Finalmente se armó de valor y dijo:
—Es probable que Gerry esté aquí, ¿sabes? —Y la miró con ojos llorosos.
Pobre John, él también echaba de menos a su mejor amigo. Holly sonrió y echó un vistazo a la sala. John tenía razón. También podía sentir la presencia de Gerry. Sentía cómo la rodeaba con sus brazos y le daba uno de aquellos abrazos que tanto echaba de menos.
Al cabo de una hora, los cantantes por fin acabaron sus actuaciones y Daniel y el presentador se marcharon para hacer el recuento de votos. Todos los asistentes habían recibido una papeleta para votar al pagar la entrada en la puerta. Holly no se vio con ánimos de escribir su nombre en la suya, de modo que se la dio a Sharon. Estaba bastante claro que ella no iba a ganar, pero ésa no había sido su intención en ningún momento. Y si por casualidad ganaba, temblaba sólo de pensar en tener que volver a padecer aquel suplicio al cabo de dos semanas. No había aprendido nada con aquella experiencia, salvo que odiaba el karaoke aún más que antes. El vencedor del año anterior, Keith, había traído consigo a no menos de treinta amigos, lo que significaba que era el principal favorito, y Holly dudó mucho que los «admiradores» que tenía entre el público votaran por ella.
El pinchadiscos puso un patético CD de redobles de tambor cuando iban a anunciar los nombres de los ganadores. Daniel subió al escenario con su uniforme de chaqueta negra de piel y pantalones negros y fue recibido por los silbidos y los chillidos de las chicas. Para mayor inquietud de Holly, la que más gritaba era Ciara. Richard parecía entusiasmado y cruzó los dedos, sonriendo a Holly. Un gesto muy tierno pero increíblemente ingenuo, pensó ella; saltaba a la vista que no había entendido bien las «reglas».
Se produjo un momento de bochorno cuando el disco del redoble se encalló y el pinchadiscos corrió a su equipo para apagarlo. Los ganadores se anunciaron sin apenas histrionismo, en medio de un silencio absoluto.
—Bien, quiero dar las gracias a todos los que han participado en el concurso de esta noche. Nos habéis brindado un espectáculo fantástico. —La última frase iba dirigida a Holly que, muerta de vergüenza, se escurrió en el asiento—. Atención, los dos concursantes que van a pasar a la final son… —Daniel hizo una pausa para conseguir un efecto dramático—: ¡Keith y Samantha!
Holly saltó de alegría y bailó abrazada a Denise y Sharon. No se había sentido tan aliviada en toda la vida. Richard se mostró muy confuso y el resto de la familia la felicitó por su victorioso fracaso.
—Yo he votado a la rubia —anunció Declan, decepcionado.
—Sólo lo has hecho porque tiene las tetas grandes —se mofó Holly.
—Bueno, cada cual tiene el talento que tiene —convino Declan.
Al sentarse de nuevo, Holly se preguntó cuál tenía ella. Debía de ser una sensación maravillosa ganar algo, saber que tenías talento. Holly no había ganado nada en toda su vida; no practicaba deportes, no tocaba ningún instrumento y, ahora que se detenía a pensarlo, no tenía ningún hobby ni afición especial. ¿Qué pondría en su currículo cuando llegara el momento de salir a buscar trabajo? «Me gusta beber e ir de compras», no quedaría muy bien. Tomó un sorbo de su bebida con aire pensativo. A lo largo de su vida el único interés de Holly había sido Gerry. En realidad, lo único que había hecho era ser su pareja. ¿Qué tenía ahora? No tenía trabajo, no tenía marido y ni siquiera era capaz de cantar bien en un concurso de karaoke, y mucho menos ganarlo.
Sharon y John parecían enfrascados en una discusión acalorada, como de costumbre Abbey y Jack se miraban a los ojos con el arrobo de dos adolescentes enamorados, Ciara se estaba arrimando a Daniel y Denise estaba… Vaya, ¿dónde estaba Denise?
Holly echó un vistazo alrededor y la localizó sentada en el escenario, balanceando las piernas y haciendo poses provocativas para el presentador del karaoke. Los padres de Holly se habían marchado cogidos de la mano poco después de que su nombre no fuese anunciado como uno de los ganadores, con lo cual sólo quedaba… Richard. Richard estaba sentado en cuclillas al lado de Ciara y Daniel, contemplando la sala como un cachorro perdido y bebiendo sorbos de su copa cada pocos segundos como un paranoico. Holly se dijo que ella debía de haber presentado el mismo aspecto que él… una perdedora nata. Pero al menos aquel perdedor tenía una esposa y dos hijos que lo esperaban en casa, a diferencia de ella, que tenía una cita con un plato de comida preparada para calentar en un horno de microondas.
Holly se acercó y ocupó un taburete enfrente de Richard para trabar conversación con él.
—¿Lo estás pasando bien?
Richard levantó la vista de su copa, sorprendido de que alguien le hablara.
—Sí, gracias. Me estoy divirtiendo mucho, Holly.
Si cuando lo pasaba bien hacía aquella pinta, Holly prefería no saber qué aspecto tendría cuando se aburriera.
—Me ha sorprendido que vinieras, la verdad. Creía que éste no era tu ambiente.
—Bueno, ya sabes… Hay que apoyar a la familia —se excusó Richard, agitando su copa.
—¿Y dónde está Meredith esta noche?
—Emily y Timothy —contestó Richard, como si aquello lo explicara todo.
—¿Trabajas mañana? —preguntó Holly.
—Sí —dijo bruscamente, y apuró la copa de un trago—. Será mejor que me marche. Has demostrado un gran espíritu deportivo esta noche, Holly.
Miró torciendo el gesto a su familia, preguntándose si debía interrumpirlos para decirles adiós. Finalmente decidió que no. Se despidió de Holly con una inclinación de la cabeza y se largó, mezclándose entre el gentío.
Holly volvió a quedarse sola. Pese a lo mucho que deseaba coger el bolso y marcharse a casa, sabía que tenía que resistir. En el futuro habría un montón de ocasiones en las que estaría sola de aquel modo, siendo la única soltera en compañía de parejas, y necesitaba adaptarse. No obstante se sentía fatal y enojada con los demás porque no le hacían caso. Se maldijo a sí misma por ser tan pueril. Sus amigos y la familia le habían brindado un apoyo formidable. Se preguntó si ésa había sido la intención de Gerry. ¿Pensó que le convenía pasar por una situación como aquélla? ¿Pensó que esto la ayudaría? Quizá tuviera razón, pues desde luego era una prueba muy dura. La obligaba a ser más valiente en más de un aspecto. Había subido a un escenario a cantar delante de cientos de personas, y ahora estaba sola en un club lleno de parejas. La rodeaban por todas partes. Fuera cual fuese el plan de Gerry, estaba viéndose obligada a ser más valiente sin contar con él. «Así que resiste», se dijo.
Sonrió al ver a su hermana cotorrear con Daniel. Ciara no se parecía a ella en nada, era muy despreocupada y segura de sí misma, nunca daba muestras de preocuparse por nada. Que Holly recordase, Ciara nunca había conseguido conservar un empleo o un novio, su mente siempre estaba en otra parte, perdida en el sueño de visitar otro país lejano. Deseó parecerse a Ciara, pero ella era una persona muy hogareña, incapaz de imaginarse alejándose de su familia y sus amigos y abandonando la vida que se había erigido allí. Al menos nunca podría abandonar la vida que tuvo una vez.
Centró su atención en Jack, que seguía perdido en un mundo aparte con Abbey. También deseó ser un poco más como él. Jack adoraba su trabajo como profesor de escuela secundaria. Era el típico profesor enrollado de inglés que todos los adolescentes respetaban, y cada vez que Holly y Jack se topaban con uno de sus alumnos por la calle, éstos siempre lo saludaban con una gran sonrisa y un «¡Hola, profe!». Las chicas estaban prendadas y todos los chicos querían ser como él cuando fuesen mayores. Holly suspiró sonoramente y apuró su bebida. Estaba empezando a aburrirse.
Daniel la miró.
—Holly, ¿puedo invitarte a una copa?
—Eh, no, gracias, Daniel. Me iré a casa enseguida.
—¡Vamos, Hol! —protestó Ciara—. ¡No puedes marcharte tan pronto! ¡Es tu noche!
A Holly no le parecía que aquélla fuese su noche. Más bien tenía la impresión de haberse colado en una fiesta en la que no conocía a nadie.
—No, estoy bien, gracias —aseguró a Daniel de nuevo.
—Ni hablar, te quedas un rato —insistió Ciara—. Tráele un vodka con Coca-Cola y para mí lo mismo de antes —ordenó a Daniel.
—¡Ciara! —exclamó Holly, avergonzada ante la grosería de su hermana.
—¡Eh, no pasa nada! —terció Daniel—. Yo me he ofrecido. —Y se dirigió a la barra.
—Ciara, has sido muy grosera —dijo Holly.
—¿Qué? Pero si no tiene que pagar, es el dueño de este puñetero sitio —contestó Ciara a la defensiva.
—Eso no significa que tengas derecho a exigirle copas gratis…
—¿Dónde está Richard? —interrumpió Ciara.
—Se ha ido a casa.
—¡Mierda! ¿Hace mucho rato? —Ciara saltó del taburete alarmada.
—No lo sé, unos cinco minutos. ¿Por qué?
—¡Habíamos quedado en que me llevaría a casa!
Ciara amontonó los abrigos de los demás en el suelo en busca de su bolso.
—Ciara, no podrás alcanzarlo. Hace demasiado que ha salido.
—No. Verás como lo pillo. Ha aparcado muy lejos y tendrá que volver a pasar por esta calle para ir a su casa. Lo interceptaré por el camino. —Por fin encontró el bolso y echó a correr hacia la salida gritando—: ¡Adiós, Holly! ¡Has estado de pena! —Y desapareció por la puerta.
Holly se quedó otra vez sola. Genial, pensó al ver que Daniel regresaba a la mesa con tres bebidas, ahora no tendría más remedio que darle conversación.
—¿Dónde está Ciara? —preguntó Daniel mientras dejaba los vasos en la mesa y se sentaba delante de Holly.
—Me ha pedido que te dijera que lo sentía mucho, pero que tenía que dar caza a mi hermano para que la llevara a casa. —Holly se mordió el labio. Se sentía culpable porque sabía de sobras que Ciara no había pensado en Daniel ni por un segundo mientras salía despavorida hacia la puerta—. Perdona que antes yo también haya sido tan grosera contigo. —De pronto se echó a reír. Luego añadió—: Dios, pensarás que somos la familia más grosera del mundo. Ciara es un poco bocazas, la mayoría de las veces no sabe lo que dice.
—¿Y tú sí? —replicó Daniel, sonriendo.
—Si lo dices por lo de antes, sí. —Y volvió a reír.
—Eh, no te preocupes, sólo significa que ahora hay más bebida para ti —dijo Daniel deslizando un vaso de chupito hasta su lado de la mesa.
—¿Qué es esto? —Holly arrugó la nariz al olerlo.
Daniel la miró con una simpática sonrisa.
—Se llama un BJ. Deberías haber visto la cara del camarero cuando se lo he pedido. ¡Me parece que no sabía qué era!
—Oh, Dios —dijo Holly—. ¿Qué hace Ciara bebiendo esto? ¡Huele fatal!
—Según ella, es fácil de tragar.
Ahora fue Daniel quien se echó a reír.
—Lo siento, Daniel, la verdad es que a veces se comporta de forma absurda. —Negó con la cabeza como dando a su hermana por imposible.
Daniel miró más allá del hombro de Holly con aire divertido.
—Vaya, parece que tu amiga lo está pasando bien esta noche.
Holly se volvió y vio a Denise y al pinchadiscos abrazados junto al escenario. Saltaba a la vista que sus gestos provocativos habían surtido el efecto deseado.
—Oh, no, es ese horrible tipo que me obligó a salir del lavabo —refunfuñó Holly.
—Es Tim O’Connor de Dublín FM —explicó Daniel—. Somos amigos.
Holly se tapó la cara avergonzada.
—Esta noche trabaja aquí porque el karaoke se ha emitido en directo en la radio —agregó Daniel, muy serio.
—¿Qué?
A Holly por poco le dio un infarto por vigésima vez en la misma velada.
Daniel esbozó una amplia sonrisa y dijo:
—Es broma. Sólo quería ver qué cara ponías.
—Dios mío. No me des estos sustos —rogó Holly llevándose una mano al corazón—. Bastante horrible ha sido tener a toda esta gente aquí escuchándome, sólo faltaba que además me hubiese oído la ciudad entera.
Holly aguardó a que el corazón volviera a latir con normalidad mientras Daniel la miraba con picardía.
—Perdona que te lo pregunte pero, si tanto lo detestas, ¿por qué te inscribiste? —preguntó con aire vacilante.
—Verás, es que a mi marido se le ocurrió, con su increíble sentido del humor, que sería divertido inscribir a su esposa, que es una negada para la música, en un concurso de canto.
Daniel rió.
—¡Tampoco los has hecho tan mal! ¿Está aquí tu marido? —preguntó mirando alrededor—. No quiero que piense que estoy intentando envenenar a su esposa con este brebaje repugnante —agregó señalando el chupito con la barbilla.
Holly se volvió hacia la sala y sonrió.
—Sí, seguro que está aquí… En alguna parte.