13
Eran ya más de las cuatro cuando finalmente Holly salió de la ciudad para dirigirse a su casa en Swords. Después de todo, la incorregible Sharon la había convencido para ir de compras, lo que tuvo como resultado que gastara un dineral en un ridículo top que ya no tenía edad de ponerse. Realmente necesitaba controlar sus gastos a partir de ahora; sus ahorros estaban menguando y puesto que no contaba con unos ingresos regulares, preveía que se avecinaban tiempos difíciles. Debía empezar a pensar en buscar trabajo, pero teniendo en cuenta lo mucho que le costaba levantarse de la cama por las mañanas, otro deprimente empleo de nueve a cinco no iba a ayudarla a mejorar la situación. No obstante, le serviría para pagar las facturas. Holly suspiró sonoramente ante el montón de asuntos que tenía que resolver por sí misma. Sólo de pensarlo se deprimía, y el problema era que pasaba demasiado tiempo a solas pensando en ello. Necesitaba estar rodeada de gente como Denise y Sharon, quienes siempre conseguían que dejara de dar vueltas a los problemas. Telefoneó a su madre para preguntarle si le iba bien que fuera a visitarla.
—Claro que sí, mi vida, aquí siempre eres bienvenida. —Luego bajó la voz para susurrar—: Pero ten en cuenta que Richard está aquí.
¡Jesús! ¿A qué venían todas esas visitas sorpresas?
Al oírlo, Holly había considerado la posibilidad de ir directamente a casa, pero se convenció de que era una estupidez. Por más pesado que fuera, Richard era su hermano y no podía seguir evitándolo toda la vida.
Llegó a una casa extremadamente ruidosa y concurrida que le hizo pensar en los viejos tiempos, pues se oían chillidos y gritos en todas las habitaciones. Su madre estaba poniendo un cubierto más en la mesa cuando entró.
—Oh, mamá, tendrías que haberme dicho que ibais a cenar —dijo Holly, dándole un abrazo y un beso.
—¿Por qué, es que ya has cenado?
—No, en realidad me muero de hambre, pero espero no haberte complicado la vida.
—No es ninguna complicación, cariño. Sólo significa que el pobre Declan hoy se queda sin comer y ya está —dijo Elizabeth tomando el pelo a su hijo, que se estaba sentando a la mesa. Declan le hizo una mueca.
El ambiente era mucho más distendido esta vez, o quizás Holly había estado muy nerviosa durante la última cena familiar.
—Dime, don Alumno Aplicado, ¿cómo es que no estás en la facultad? —inquirió Holly con sarcasmo.
—He estado en clase toda la mañana —contestó Declan, poniendo mala cara—. Y vuelvo a entrar a las ocho.
—Eso es muy tarde —dijo su padre, sirviéndose abundante salsa. Siempre acababa con más salsa que comida en el plato.
—Ya, pero era la única hora que estaba disponible la sala de edición —explicó Declan.
—¿Sólo hay una sala de edición, Declan? —saltó Richard.
—Sí —contestó el gran conversador.
—¿Y cuántos estudiantes hay?
—Es una clase pequeña, sólo somos doce.
—¿No tienen recursos para más?
—¿Para más estudiantes? —bromeó Declan.
—No, para otra sala de edición.
—No, es una facultad pequeña, Richard.
—Supongo que las universidades grandes estarán mejor preparadas para esa clase de cosas. En general son mejores.
Y ahí estaba la pulla que todos esperaban.
—No, yo no diría eso. Las instalaciones que tenemos son de categoría, es sólo que hay menos gente y por consiguiente menos equipos. Y los profesores no son peores que los de una gran universidad, tienen un valor añadido porque trabajan en la industria además de dar clases. O sea que practican lo que predican. No se limitan a impartir materia de libro de texto.
Bien dicho, Declan, pensó, y le guiñó el ojo desde el otro lado de la mesa.
—Supongo que no les pagarán muy bien haciendo eso, así que probablemente no tienen más remedio que también dar clases —prosiguió Richard.
—Richard, trabajar en el mundo del cine es muy rentable. Estás hablando de personas que han pasado años en la universidad para sacarse licenciaturas y másters…
—Vaya, ¿te dan una licenciatura por eso? —Richard se quedó atónito—. Creía que estabas haciendo un cursillo.
Declan dejó de comer y miró a Holly pasmado. Era curioso que la ignorancia de Richard siguiera asombrándolos a todos.
—¿Quién crees que hace todos esos programas de jardinería que ves, Richard? —terció Holly—. No se trata de un grupo de gente que está siguiendo un cursillo.
La expresión de Richard puso de manifiesto que nunca se le había pasado por la cabeza que aquello requiriera conocimientos especializados.
—Son unos programas fantásticos —convino.
—¿Sobre qué va tu proyecto, Declan? —preguntó Frank.
Decían terminó de masticar antes de hablar.
—Bueno, es un poco complejo para contarlo con detalle, pero básicamente es sobre la vida nocturna de Dublín.
—¡Uau! ¿Y vamos a salir en tu película? —preguntó Ciara, rompiendo el atípico silencio que guardaba.
—Sí, puede que aparezca tu cogote o algo por el estilo —bromeó Declan.
—Pues me muero de ganas de verlo —dijo Holly alentadoramente.
—Gracias. —Declan dejó los cubiertos y se echó a reír. Luego añadió—: Oye, ¿qué es eso de que vas a cantar en un concurso de karaoke la semana que viene?
—¿Qué? —exclamó Ciara, abriendo los ojos desorbitadamente.
Holly fingió no saber de qué le estaba hablando.
—¡Vamos, Holly! —insistió Declan—. ¡Danny me lo ha contado! —Se volvió hacia los otros y explicó—: Danny es el propietario del local donde di el concierto la otra noche y me ha dicho que Holly se ha apuntado a un concurso de karaoke que organizan en el club del piso de arriba.
Todos comentaron lo maravilloso que era. Holly se negó a darse por vencida.
—Declan, Daniel te está tomando el pelo. ¡Todo el mundo sabe que soy una cantante pésima! Hablo en serio —dijo dirigiéndose al resto de la mesa—. Sinceramente, si fuese a cantar en un concurso de karaoke, ¿creéis que no os lo diría? —Rió como si la idea fuese absurda. En realidad, era muy absurda.
—¡Holly! —exclamó Declan, sonriendo—. ¡He visto tu nombre en la lista! ¡No mientas!
Holly dejó los cubiertos. De repente no tenía hambre.
—Holly, ¿por qué no nos has dicho que vas a cantar en un concurso? —preguntó su madre.
—¡Porque no sé cantar!
—¿Pues por qué lo haces entonces? —Ciara se echó a reír.
Tal vez debía contárselo, se dijo Holly; de lo contrario Declan la sonsacaría y no le gustaba mentir a sus padres. Lástima que Richard también tuviera que enterarse.
—Muy bien, el asunto es bastante complicado, pero en resumidas cuentas Gerry me apuntó hace meses porque tenía muchas ganas de que lo hiciera y, por más que yo no quiera, siento que debo pasar por ello. Es una tontería, ya lo sé.
Ciara dejó de reír de golpe.
Con toda la familia observándola, Holly se sintió como una paranoica. Se remetió el pelo detrás de las orejas con nerviosismo.
—Me parece una idea maravillosa —anunció su padre de súbito.
—Sí —agregó su madre—, y todos iremos para apoyarte.
—No, mamá, de verdad que no tenéis por qué ir. Es una tontería.
—Es imposible que mi hermana cante en un concurso sin que yo esté presente —declaró Ciara.
—Oye, oye —dijo Richard—, que nosotros también iremos. Nunca he puesto los pies en un karaoke, pero debe de ser… —hurgó en su cerebro en busca de la palabra adecuada— divertido.
Holly resopló y cerró los ojos, deseando haber ido directamente a su casa al regresar del centro. Declan se desternillaba de risa.
—¡Sí, Holly, será…! —dijo, rascándose la barbilla—. ¡Divertido!
—¿Cuándo es la función? —preguntó Richard, sacando su agenda.
—El sábado —mintió Holly, y Richard procedió a anotarlo.
—¡No es verdad! —saltó Declan—. ¡Es el martes que viene, mentirosa!
—¡Mierda! —maldijo Richard, para gran sorpresa de todos—. ¿Alguien tiene un Tipp-Ex?
Holly no podía dejar de ir al cuarto de baño. Estaba nerviosa y prácticamente no había dormido la noche anterior. Presentaba un aspecto acorde a su estado de ánimo. Tenía unas ojeras enormes debajo de los ojos enrojecidos y los labios cortados.
El gran día había llegado, su peor pesadilla: cantar en público.
Holly era una de esas personas incapaces de cantar ni en la ducha por miedo a romper los espejos. Pero el caso es que ese día apenas salía del cuarto de baño. No había mejor laxante que el miedo, y tenía la impresión de haber perdido cinco kilos en un solo día. Como siempre, sus amigos y la familia le habían dado todo su apoyo y le habían enviado tarjetas de buena suerte. Sharon y John hasta le habían mandado un ramo de flores que Holly colocó en la mesa de café sin corrientes de aire ni radiadores amenazantes, junto a la orquídea agonizante de Richard. Denise había remitido una «hilarante» tarjeta de pésame.
Holly no dejó de maldecir a Gerry mientras se ponía el conjunto que Gerry le había dicho que se comprara en abril. Había cosas mucho más importantes de las que preocuparse en aquel momento como para reparar en pequeños detalles irrelevantes como qué aspecto tenía. Se dejó el pelo suelto para que le tapara el rostro todo lo posible y se puso toneladas de rímel resistente al agua, como si eso fuera a impedir que llorara. Preveía que la velada acabaría con lágrimas. Tendía a los poderes psíquicos cuando le tocaba enfrentarse a los días más asquerosos de su vida.
John y Sharon fueron en taxi a recogerla y ella se negó a hablarles, maldiciendo a todo el mundo por obligarla a hacer aquello. Estaba mareada y no podía dejar de moverse en el asiento. Cada vez que el taxi se detenía en un semáforo en rojo consideraba la posibilidad de apearse y huir corriendo, pero para cuando reunía el coraje necesario para hacerlo el semáforo cambiaba otra vez a verde. Movía con nerviosismo las manos todo el rato y continuamente abría y cerraba el bolso para mantenerse ocupada, fingiendo ante Sharon que estaba buscando algo.
—Cálmate, Holly —dijo Sharon con tono tranquilizador—. Todo irá bien.
—Que te jodan —le espetó.
Continuaron en silencio el resto del trayecto, ni siquiera el taxista abrió la boca. Finalmente llegaron a Hogan’s, y John y Sharon se las vieron y desearon para que dejara de despotricar (algo acerca de preferir tirarse al río Liffey) y convencerla de que entrara. Horrorizada, Holly comprobó que el club estaba atestado, por lo que tuvo que abrirse paso a empujones para reunirse con su familia, que ocupaba una mesa reservada con antelación (justo al lado del lavabo tal como habían pedido).
Richard estaba sentado con aire desgarbado en un taburete, enfundado en su traje como gallina en corral ajeno.
—Cuéntame en qué consisten las reglas, padre. ¿Qué tiene que hacer Holly?
El padre de Holly explicó las «reglas» a Richard, con lo que Holly se puso aún más nerviosa.
—¡Cáspitas! Esto es fenomenal, ¿eh? —dijo Richard, echando un vistazo al club con cara de pasmo.
Holly pensó que seguramente era la primera vez que entraba en un club nocturno.
La visión del escenario tenía aterrada a Holly. Era mucho más grande de lo que esperaba y había una pantalla enorme en la pared, para que el público siquiera la letra de las canciones. Jack estaba sentado con el brazo apoyado en los hombros de Abbey; ambos le dedicaron una sonrisa de aliento. Holly puso ceño y apartó la vista.
—Holly, hace un rato ha pasado algo increíble —dijo Jack, sonriendo¿Te acuerdas de aquel tío, Daniel, que conocimos la semana pasada?
Holly se limitaba a mirarlo fijamente, pendiente del movimiento de sus labios pero obviando por completo lo que le estaba diciendo.
—Verás, Abbey y yo hemos llegado los primeros para guardar la mesa y nos estábamos besando cuando tu hombre se acerca y me susurra al oído que esta noche ibas a venir. ¡Creía que yo salía contigo y que te estaba poniendo los cuernos!
Jack y Abbey se partían de risa.
—Pues a mí eso me parece vergonzoso —dijo Holly, y se volvió.
—No —intentó explicar Jack—, él no sabía que somos hermanos. Tuve que explicarle que… —Se interrumpió porque Sharon le lanzó una mirada de advertencia.
—Hola, Holly —saludó Daniel, acercándose a ella con un cuaderno en la mano—. Veamos, el orden de esta noche es el siguiente: la primera en salir es una chica que se llama Margaret, luego un chico llamado Keith y después de él sales tú. ¿De acuerdo?
—Entonces voy la tercera.
—Sí, después de…
—Me basta con saber eso —soltó Holly con acritud. Sólo quería salir de aquel estúpido club y deseaba que todos dejaran de molestarla y quedarse a solas para maldecirlos. Quería que el suelo se abriera y se la tragara, que ocurriera un desastre natural y todo el mundo tuviera que evacuar el edificio. De hecho, aquélla era una buena idea: buscó desesperadamente alrededor un botón para conectar la alarma contra incendios, pero Daniel seguía hablando.
—Holly, lamento molestarte otra vez, pero ¿podrías decirme cuál de tus amigas es Sharon?
Daniel parecía temer que Holly fuera a cortarle la cabeza a mordiscos en cualquier momento. Y bien que hacía, pensó ella entornando los ojos.
—Es aquella de ahí. —Holly señaló a Sharon—. Un momento, ¿por qué lo preguntas?
—Oh, sólo quería disculparme por la última vez que hablamos.
Echó a andar hacia Sharon.
—¿Por qué? —preguntó Holly horrorizada, haciendo que Daniel se volviera otra vez.
—Tuvimos un pequeño malentendido por teléfono la semana pasada.
La miró sorprendido, ya que no entendía por qué tenía que darle explicaciones a ella.
—Verás, en realidad no tienes por qué hacerlo. Lo más probable es que a estas alturas lo haya olvidado por completo —balbució Holly. Sólo le faltaba aquello.
—Ya, pero aun así me gustaría disculparme.
Por fin se encaminó hacia Sharon y Holly saltó del taburete.
—Sharon, hola, soy Daniel. Sólo quería disculparme por la confusión cuando hablamos por teléfono la semana pasada.
Sharon lo miró como si tuviera diez cabezas.
—¿Confusión?
—Sí, mujer, por teléfono.
John cogió a Sharon por la cintura con ademán protector.
—¿Por teléfono?
—Eh… sí, por teléfono. —Daniel asintió con la cabeza.
—¿Cómo has dicho que te llamas?
—Pues… Daniel.
—¿Y hablamos por teléfono? —preguntó Sharon, sonriendo.
Holly le hacía señas como una loca desde detrás de Daniel. Éste carraspeó, un tanto nervioso.
—Sí, la semana pasada llamaste al club y contesté yo. ¿Te suena?
—No, encanto, te equivocas de chica —dijo Sharon con tono alegre.
John fulminó a Sharon con la mirada por haberle llamado encanto. Si por él hubiese sido, habría enviado a Daniel al diablo. Atónito, Daniel se tocó el pelo y se volvió hacia Holly.
Holly asentía frenéticamente con la cabeza a Sharon.
—Ah… —dijo Sharon, fingiendo que por fin se acordaba—. ¡Ahora caigo, Daniel! —exclamó con un entusiasmo excesivo—. Dios, cuánto lo siento, creo que mis neuronas se están desconectando. —Rió como una loca y luego agregó—: Será que he tomado demasiado de esto. —Alzó su copa.
Daniel pareció aliviado.
—¡Menos mal, por un momento creí que estaba volviéndome loco! Bien, ¿entonces recuerdas que mantuvimos esa conversación por teléfono?
—Ah, esa conversación. Oye, no te preocupes, en serio —dijo Sharon, restándole importancia con un gesto de la mano.
—Es que sólo hace unas semanas que estoy a cargo de esto y no tenía muy claro cómo estaba organizada la velada de esta noche.
—No pasa nada… Todos necesitamos tiempo… para adaptarnos… a las cosas… Ya se sabe.
Sharon miró a Holly para ver si había dicho lo correcto o no.
—Bueno, encantado de conocerte en persona… por fin —dijo Daniel—. ¿Te traigo un taburete o alguna otra cosa? —agregó, intentando resultar gracioso.
Sharon y John se sentaron en sus taburetes y lo miraron en silencio sin saber qué decir a aquel hombre tan extraño.
John observó con recelo a Daniel mientras éste se alejaba.
—¿De qué iba todo esto? —preguntó Sharon a Holly en cuanto Daniel estuvo lo bastante lejos para no oírla.
—Ya te lo explicaré después —dijo Holly volviéndose hacia el escenario. El presentador de la velada de karaoke estaba subiendo a él.
—¡Buenas noches, damas y caballeros! —saludó.
—¡Buenas noches! —gritó Richard, entusiasmado.
Holly puso los ojos en blanco.
—Tenemos por delante una velada de lo más excitante… —continuó el presentador interminablemente con su voz de locutor, mientras Holly bailaba nerviosa de un pie al otro. Volvió a tener ganas de ir al lavabo—. Para la primera actuación de esta noche tenemos a Margaret, de Tallaght, que va a cantar el tema de Titanic, My Heart Will Go On, de Celine Dion. ¡Por favor, recibamos con un aplauso a la maravillosa Margaret!
El público enloqueció, al igual que el corazón de Holly. La canción más difícil de cantar del mundo, típico.
Cuando Margaret comenzó a cantar, la sala se sumió en un silencio tan absoluto que si un alfiler hubiese caído al suelo se habría oído. Holly echó un vistazo a la sala observando los rostros del público. Todos miraban a Margaret con arrobo, hasta la familia de Holly, los muy traidores. Margaret mantenía los ojos cerrados y cantaba con tanta pasión que parecía estar viviendo cada frase de la canción. Holly la odió y consideró la posibilidad de echarle la zancadilla cuando regresara a su sitio.
—¿No ha sido increíble? —dijo el presentador. El público la vitoreó y Holly se preparó para soportar una reacción muy distinta después de su actuación—. A continuación tenemos a Keith, a quien muchos recordarán como el ganador del año pasado, que va a cantar Coming to America, de Neil Diamond. ¡Un aplauso para Keith!
Holly no necesitaba oír nada más y echó a correr hacia el lavabo.
Caminaba de un lado a otro del lavabo procurando serenarse. Las rodillas le temblaban, notó que se le formaba un nudo en el estómago y sintió una arcada que le subió a la boca. Se miró al espejo e intentó respirar hondo. Fue inútil, pues sólo consiguió marearse más. Fuera, el público aplaudía y Holly se quedó inmóvil. Ella era la siguiente.
—Este Keith es un fenómeno. ¿No es cierto, damas y caballeros?
Otra ovación.
—A lo mejor Keith quiere lograr el récord de ganar dos años seguidos pero aún está por ver si sube el listón.
El listón iba a bajar, y mucho.
—A continuación tenemos a una concursante nueva. Se llama Holly y va a cantar…
Holly entró corriendo en un retrete y se encerró. No iban a sacarla de allí por nada del mundo.
—¡Damas y caballeros, recibamos con un fuerte aplauso a Holly!
El público aplaudió entusiasmado.