Capítulo 52
Entramos en recepción y nos atendió una chica muy amable, con el uniforme impecable y un collar de perlas precioso, a la que tuve que dejar asustada con la cara de sonámbula que llevaba. Tardamos menos de lo previsto en hacer el check in y nos dirigimos directamente a la habitación.
Una vez desechas las maletas, Pablo se dedicó a llamar a Francisco y a Paco para contarles lo sucedido. Ellos tampoco se podían creer lo ocurrido. Paco prometió hablar con sus compañeros de la UC para ver si podía sacar algo en claro y ofrecer buenas referencias sobre mí, cosa que ayudó en gran medida a relajar la tensión del momento.
Nuestra habitación estaba en el último piso del hotel y era una buhardilla encantadora con un pequeño mirador con vistas al puerto deportivo. En cuanto descubrí la terraza me senté en una de sus butacas y me pasé allí media mañana dejando que pensamientos oscuros cruzaran mi mente, mientras veía cómo Pablo iba y venía dentro de la habitación con el teléfono pegado a la oreja. No sé qué creía que iba a solucionar, pero por intentarlo no perdíamos nada.
A eso de las dos, ya cansada de ver a Pablo ir y venir, le propuse bajar a comer algo a uno de los restaurantes del puerto. No teníamos ganas de hablar con nadie así que decidimos cambiar de planes y renunciar a la excelente paella de la que me había hablado Pablo durante viaje.
No sé cuál fue el punto de inflexión, pero nada más salir de la puerta del hotel nuestro humor dio un giro de ciento ochenta grados. Conseguimos relajarnos y hasta se puede decir que dimos un agradable paseo hasta el restaurante que eligió Pablo en el puerto deportivo. Encontramos un sitio en uno de los miradores y nos sentamos a ver cómo volaban las gaviotas sobre los barcos. Entretanto, la camarera aprovechó para traernos la botella de Rueda que había pedido Pablo.
Yo no tenía mucho apetito por lo que pedí una ensalada de queso de cabra con piñones y nueces. Pablo, al contrario, parecía que necesitaba llenar un vacío inmenso y pidió un plato de gambas de primero y un filete con patatas fritas que no tenía fin. Lo que yo no pude perdonar fue el postre; pedí un brownie con helado de vainilla. Afortunadamente, Pablo hizo un hueco para ayudarme a dar cuenta del mismo.
Cuando acabamos el festín, decidimos cambiar de local y nos fuimos a tomar café a una terraza cercana que tenía un espacio chill out muy agradable y estuvimos allí relajados, casi en estado de trance, mirando al mar durante un buen rato. En un momento dado, por miedo a quedarnos dormidos en la misma terraza, pedimos la cuenta y volvimos a nuestro hotel.
Ya de vuelta en la habitación, me aseé un poco y me puse un camisón de seda que me había comprado en Llanes. Mientras me ajustaba los tirantes comencé a pensar en que, con todo lo sucedido, todavía no habíamos pasado la noche juntos desde mi “secuestro”. Habían ocurrido muchas cosas desde la última vez que nos habíamos acostado y la tensión se podía cortar con un cuchillo. Así mismo, prácticamente no habíamos cruzado palabra desde la reconciliación dos días antes. Estábamos recuperando el tiempo perdió disfrutando de nuestra mutua compañía intentando no estropearlo con palabras; corríamos el riesgo de volver a empezar a echarnos en cara todo lo sucedido en las últimas semanas. Así que salí del cuarto de baño, bastante nerviosa por los posibles acontecimientos, y vi que Pablo andaba en bóxers por la habitación intentando colocar los pantalones en una silla. Decidí no mirarle directamente para no aumentar mi nerviosismo y me tumbé en la cama como si no ocurriese nada. La situación se puso algo tirante (bueno, tirante estaba yo, Pablo estaba tan normal).
Cuando Pablo acabó por colocar su ropa, se tumbó a mi lado observándome detenidamente.
—¿Ves algo interesante? —le pregunté, abriendo solo un ojo con voz despreocupada, intentando aparentar normalidad, a pesar de que el corazón me iba a cien.
—Sí —contestó casi en un susurro—. Algo que hacía tiempo no veía de tan cerca y menos con ese camisón.
Con el moreno integral que había conseguido en la última semana había subido unos cuantos puntos. Eso de llevar la camiseta y las botas tatuadas en la piel no le hacían a una parecer gran cosa, y a mi favor he decir que el color del camisón acentuaba el color de mi piel. Por miedo al cariz que estaban tomando los acontecimientos, no me atreví ni a abrir el segundo ojo.
Pablo, sin mediar palabra, me pasó su brazo derecho por encima de la cintura y me atrajo hacia su cuerpo. Su respiración comenzó a acelerarse y sentí cómo se clavaba en mi nuca. En ese momento comprendí que ya no había escapatoria; toda la tensión de los últimos días iba a explotar en aquel momento.
Sentí la punta de la nariz de Pablo en mi cuello haciendo círculos concéntricos y aquello me produjo escalofríos que me iban de la cabeza a los pies. Pablo decidió colocar sus manos en mi trasero y pegó mis caderas a las suyas dejándome inmovilizada y a su merced. En aquel mismo momento, comenzó mi “tormento”. Las suaves caricias que me hacía con la nariz pasaron a convertirse pequeños mordiscos que se fueron intensificando cuando su boca se acercó a mi hombro. Mi respiración empezó a compaginarse con la suya y comencé a emitir pequeños suspiros con cada mordisco. Cuando llegó a mi hombro izquierdo, los mordiscos pasaron a mayores e intenté deshacerme de él para poder ver si había quedado alguna marca. Aquel fue un tremendo error, ya que, al notar el forcejeo, me apretó con más fuerza e inmovilizó mi cuerpo contra el suyo. En otro tiempo eso hubiese bastado para ponerme seria y romper el momento, pero habíamos pasado tanto en los últimos quince días que no me importaba dejarme llevar por las manos de Pablo.
Cuando vio que me rendía a sus pretensiones, aflojó la presión y se dispuso a recorrer mi cuerpo con su boca. Me colocó boca arriba y fue bajándome los tirantes del camisón para tener acceso al resto de poros de mi piel. Sin prisa, fue besándome entre los pechos y, sin ni siquiera rozarlos, siguió su camino hacia el ombligo. Sus caricias me estaban volviendo loca. Mientras su boca se entretenía en mi vientre, sus manos iniciaron el descenso hacia mis muslos. Comenzó a acariciar la cara externa de los mismos hasta que llegó a las rodillas. Todos mis sentidos estaban a flor de piel. Mi espalda se arqueaba sin querer con cada caricia. Afortunadamente, llegó a mis pies y dedicó un rato a masajearlos, momento que utilicé para coger aire. La tregua no duró mucho, ya que, enseguida comenzó la subida. Cuando llegó a mi ropa interior, sin mucha delicadeza me dio la vuelta dejándome boca abajo con mi trasero entre sus manos. Esto hizo que pegase un grito de sorpresa al que Pablo no hizo ni caso. Antes de que pudiese darme ni cuenta, y con una destreza que no conocía, consiguió bajarme la ropa interior y tirarla al suelo. Yo solo fui capaz de agarrar la almohada con las dos manos preparándome para lo que iba a suceder a continuación. Pablo me separó los muslos y comenzó a acariciarme entre ellos. Ahogué un grito de placer mordiendo la almohada, al tiempo que sus dedos se movían de forma apremiante sin dejarme ni un segundo de descanso. Mientras se dedicaba a explorar hendiduras cada vez más profundas, yo me revolvía en la cama sin poder evitarlo. Para cuando me di cuenta, tenía a Pablo encima, totalmente desnudo encajado entre mis nalgas. En cuestión de segundos lo tenía dentro de mí. Se quedó un momento quieto como para coger fuerzas. Ese fue el único momento de descanso que me permitió. Enseguida comenzó a mover sus caderas a un ritmo casi frenético. Tuve que agarrarme a la cama para evitar salir malherida. Parecía que nada le importaba. Se movía de forma ágil y rápida, al tiempo que mi cuerpo le respondía con la misma intensidad. Aquello se volvió una locura. Pablo me producía un dolor placentero que me dejaba totalmente a su merced. Mi cuerpo se movía cada vez más rápido pidiendo más, hasta que noté que Pablo llegaba al clímax y ya no pude aguantar más; oleadas de placer recorrieron mi espina dorsal. Nos quedamos allí quietos al borde de perder el sentido, mientras nuestros cuerpos palpitaban sin control. Pablo cayó agotado de lado y con un brazo en mi cadera me imposibilitó separarme de él. Ya no recuerdo nada más que nuestras respiraciones acompasadas perdiéndose en un profundo sueño.