Capítulo 22
Se acercaba el día de su cumpleaños y Mariano no pudo resistirse a recordar viejos tiempos. A Cova le entusiasmaba aquel día y conseguía que fuese una jornada especial para todos. Le encantaba organizar una gran cena y utilizar la excusa para reunir a toda la familia. Una semana antes de la fecha indicada, ya comenzaba a realizar la lista de la compra y llamaba a familiares cercanos para que ninguno hiciese planes paralelos. Desde que ella faltaba, la tarea se la había atribuido a Mariano, pero claro estaba, a él no le quedaba el acontecimiento como a ella. Y a decir verdad, tampoco le quedaba muchas ganas de celebrarlo sin ella. Hacía el paripé, sobre todo, para que Pablo no lo echase de menos, pero estaba claro que no se podían comparar las situaciones. Con todo aquello, le vino a la cabeza todo lo que él y Cova habían pasado en sus comienzos y la rabia le alcanzó como un huracán. Hacía años que había aprendido a vivir con la situación, pero a veces se le hacía cuesta arriba. Cova, en su día, supo manejar la situación a la perfección y le había ayudado a Mariano a sobrellevar la vuelta al pueblo, pero ella ya no estaba y sin ella las cosas se complicaban sobremanera. Mariano ni siquiera tenía claro si hubiese podido volver al pueblo y compartir acera con la familia Pérez sin el apoyo de Cova.
A Cova la noticia de la muerte de sus padres le cayó como un jarro de agua fría. Se quedó de piedra, helada, seca. No derramó ni una lágrima. Aquello asustó a Mariano. Ni siquiera cuando se fue el padre Manuel logró que Cova reaccionase. Al día siguiente, la cosa siguió igual. Mariano, al segundo día de verla así, comenzó a preocuparse seriamente.
—Cova, no puedes seguir así.
—Mmmm —respondió esta sin haber oído lo que decía su marido.
—Digo que no puedes seguir así.
—¿Así, cómo? —preguntó esta extrañada.
—Hace dos días te dieron la noticia de la muerte de tus padres y no has reaccionado. Ni para bien ni para mal. Vas como un fantasma por la casa. —Mariano hizo una pausa para coger fuerzas—. Recuerda que llevas a nuestro hijo en tu vientre y el estado en el que estás sumida no le va a venir nada bien. Preferiría haberte visto llorando como una magdalena y que lo hubieses aceptado para estas alturas, en vez de verte como una muerta viviente.
Cova, que estaba sentada en una silla de la cocina mirando al vacío, tardó en responder.
—Es que no sé cómo me siento —contestó sin apartar la vista del vacío.
—Pues debes empezar a superarlo —prosiguió Mariano en su discurso—. Recuerda que ya no estamos solos; ahora llevas a nuestro hijo en tu vientre. Ahora debemos tomar todas nuestras decisiones pensando en él. Nosotros debemos quedar en un segundo plano. Es él quien nos debe importar.
—Ya lo sé, pero… —Intentó poner Cova sus pensamientos en claro—. ¿Por qué ahora? —preguntó más para sí misma que para Mariano—. Ahora, que todavía el rencor que siento por ellos no ha desaparecido.
—Así es la vida, cariño. Tú no has hecho nada malo.
—Ya lo sé, pero no sé cómo tomarme la noticia. —Por primera vez en dos días, dejó de mirar al vacío y miró directamente a los ojos a su marido—. En lo más profundo de mi alma pensaba que el niño lo cambiaría todo. Pensaba que cuando se enterasen de que iban a tener un nieto vendrían a conocerlo y dejaríamos nuestras diferencias atrás. Pero ahora, ya no hay nada que hacer. Nunca habrá ninguna reconciliación.
Mariano se acercó a su mujer y la abrazó con fuerza sin saber qué otra cosa hacer. Cuando la tenía cogida entre sus brazos, con la cara de Cova hundida en su cuello, notó humedad en su nuca y comprendió que, por fin, su mujer había comenzado a llorar.
Quince días después, les llegó la noticia de que los padres de Cova no habían cambiado el testamento y que su hija heredaría todas sus pertenencias. Aquello les llegó totalmente por sorpresa. Daban por hecho que después de todo lo sucedido, el padre de Cova habría modificado su herencia y habría dejado todas sus posesiones a cualquiera antes que a ellos.
Aquello, contra todo pronóstico, no llegó como una buena noticia. Mariano y Cova habían planeado toda su vida en Esterría, tenían sus amigos, sus trabajos y su casa, y no tenían intención de modificar sus vidas por aquello. Ya tenían todo pensado y hasta el cuarto del niño preparado. Habían pasado noches enteras jugando a soñar cómo sería su futuro y hasta donde llegarían juntos con el sudor de su frente. Aquello para nada entraba en sus planes.
Después de semanas de discusión, Mariano consiguió convencer a Cova de que el futuro que le podían ofrecer a Pablo sería mucho mejor en Tremaña que en Esterría. Solo el cuarto que le podrían preparar para él en casa de los Fernández era casi más grande que toda su vivienda.
Al final, Cova no pudo oponerse a lo evidente y unas semanas antes de nacer el niño hicieron las maletas y volvieron al pueblo que les vio crecer. Cova había puesto solamente una condición, y era que debían reformar toda la casona de arriba abajo. No quería que los recuerdos se le agolpasen en cada estancia de la casa.
Nada más llegar, Mariano contrató a unos obreros y en menos de un mes consiguieron dar un giro radical a su nuevo hogar. ¡Qué fácil era arreglar las cosas con dinero! Justo antes de que Pablo naciese consiguieron borrar a golpe de brochazo todos los malos recuerdos que aquella casa les traía y la convirtieron en un verdadero hogar.
Lo único que consiguió ensombrar la felicidad del nacimiento de Pablo fue, como era de esperar: Bernardo. Intentó todo lo que estuvo en su mano para ponerles trabas en su nueva vida, pero con las nuevas condiciones le fue imposible. En Esterría todavía tenía posibilidades de conseguir que Mariano no consiguiese trabajo en ninguna ganadería, pero en Tremaña, Mariano se convirtió en el propietario de la ganadería y aunque Bernardo intentó que los antiguos trabajadores los dejasen en la estacada, no lo consiguió. Mariano conociendo, de primera mano, el gran trabajo que realizaban, mejoró sus condiciones laborales para que nadie se sintiese explotado en su ganadería. Tras el nacimiento de Pedro, el hijo de Bernardo, las cosas se calmaron. Bernardo pareció olvidarse del tema y centrarse en sus propios asuntos. La vida comenzó, por fin, a sonreírles.