Capítulo 51

 

 

 

—¿Alejandra? —preguntó una guardia, mirando los papeles que tenía en la mano sin hacer mucho caso a los que estábamos esperando en el recibidor de la comandancia.

   —Sí, soy yo —respondí, levantándome del asiento y acercándome a ella frotándome las manos nerviosa.

   —Buenos días, soy la sargento García —se presentó, alargando la mano de forma fría. ¿Quiere acompañarme a una sala para que estemos más tranquilas? —sugirió con cara de pocos amigos.

   —Bien —respondí, antes de que se diese la vuelta—. ¿Puede venir mi acompañante conmigo? —pregunté buscando un apoyo en el que refugiarme.

   —Pues… —dudó la sargento García dándose la vuelta—. Es mejor que nos deje solas para hablar tranquilamente y no interceda en la conversación.

   —Mejor espere en recepción que no tardaremos mucho —se dirigió directamente a Pablo.

   —Bien —contestó Pablo, que se había levantado y estaba ya junto a mí. Me cogió la mano para darme fuerzas y plantó un suave beso en mis labios para despedirse—. No te preocupes, cuenta toda la verdad que ya verás como todo va a ir bien. —Me animó en un susurro.

   Devolví el beso a Pablo y seguí a la sargento García por varios pasillos hasta que llegamos a la sala en cuestión. La sargento abrió la puerta y me dejó paso libre para que accediese a su interior.

   Dentro de la sala, sentado en una mesa, estaba un hombre con pinta de atareado leyendo unos documentos. Aquello me pareció una encerrona en toda regla.

   —Este es el guardia Gutiérrez —señaló la sargento García—. Nos va a acompañar en esta pequeña charla.

   Hechas las presentaciones pertinentes nos sentamos en la mesa; yo sola en un lado y los guardias en el otro.

   —Lo primero quisiéramos agradecerle el haber hecho el esfuerzo de desplazarse hasta Gijón para poder tener esta pequeña charla —agradeció la sargento García, en el mismo tono frío de siempre.

   —De nada —carraspeé, para intentar aumentar el hilo de voz que salía de mi garganta —. Aunque debo decir que no les puedo ayudar mucho. No tenía ninguna relación con Bernardo —apunté de la forma más sincera.

   —Ya —contestó García algo sarcástica—. Hemos hablado con varias personas en Tremaña y nos han dicho que vuestra relación no era buena —lo dejó en el aire como para que yo siguiese con la historia.

   —Es verdad —confesé sin remedio—. Apenas nos conocíamos, pero desde que llegué al pueblo, a Bernardo se le atragantó mi presencia.

   —¿Y eso, por qué? —preguntó Gutiérrez, sin apartar la vista de los informes.

   —Pues… —cogí fuerza para proseguir—. Fui a hacer una investigación sobre un posible avistamiento de lobos en la zona y a Bernardo no le hizo mucha gracia.

   —¿Es por ello que intentó matar a su hijo en el bosque? —fue Gutiérrez directo al grano con la vista clavada en mi persona.

   —¿Cómo? —exclamé, con los ojos como platos—. ¿Quién les ha dicho eso?

   —Bueno, el “quien” no tiene mucha importancia en estos momentos —comentó García intentando escudriñar mi semblante—. Deduzco por tu reacción que no estás de acuerdo con la afirmación.

   —No, nada de acuerdo. Además, ya me imagino quién ha sido el que os ha dado una versión tan libre de los hechos.

   Dicho aquello, comencé a relatar la historia en el monte con pelos y señales sin dejarme ni una coma, desde la búsqueda de trampas hasta la suelta de Bat con la pata curada.

   —Además, hay un testigo de este hecho —concluí contenta de poder aportar una persona que corroborase mi versión—. Pablo fue quién se interpuso entre los dos en el bosque. Lo tiene esperando fuera, si quieren hablar con él.

   —¡Ah! ¿El hombre al que ha besado antes de entrar es el que debe corroborar su historia? —preguntó García con tono irónico.

   —Sí, pregúntenle a él, nada tiene que ver que sea mi pareja —afirmé con rabia.

   —Bien, no se preocupe, lo haremos.

   —Por todo lo que nos cuenta, vemos no tiene grandes amigos en el pueblo —prosiguió García.

   —Pues…, sí y no —contesté ya totalmente desmoronada—. Es verdad que no tengo grandes amistades con los ganaderos, pero sí puedo decir que he encontrado nuevos amigos entre la gente del pueblo. Me llevo muy bien con la pareja que lleva el bar, el veterinario y su mujer, y por supuesto con Francisco, el guarda forestal, y Paco, al que ya conocen.

   a Paco prácticamente no le conocía pero pensé que me haría subir puntos.

   —¿Qué hacía entre las once y las trece horas del día veintiocho de julio? —La pregunta la hizo Gutiérrez directamente como cambiando totalmente de tema.

   —Estaba en el monte trabajando junto a Francisco, el agente forestal. Yo me enteré del asesinato más tarde en la taberna —respondí abatida, dada la dirección que estaban tomando las cosas.

   —Entonces, ¿por qué se fue del pueblo? —preguntó García interesada.

   —Podrán corroborar con Paco que Pablo me sacó a la fuerza.

   —¿Y cómo es eso? —preguntaron al unísono los guardias civiles.

   —Después de que nos enterásemos de la muerte de Bernardo, aparecieron en la borda en la que he estado viviendo unas pintadas de “ASESINA” —proseguí, tragando saliva—. Pablo me obligó a salir del pueblo por mi propia seguridad apoyado por Francisco y Paco. Yo no quería salir de allí para no dejar solos a los lobos. Además, nunca pensé que las pintadas pudiesen ser peligrosas. Siempre creí que fue algún ganadero con ganas de fastidiarme, pero a los hombres no les debió importar demasiado mi opinión.

   —Típico —exclamó García, echando una mirada de reojo a Gutiérrez.

   —¿Tiene puesta una denuncia de intrusión en la borda? —preguntó Gutiérrez, haciendo caso omiso del comentario de García.

   —Sí, el día veintinueve de julio. Llevaba semanas encontrándome la ventana de la borda abierta y ciertas cosas fuera de su sitio.

   —Qué casualidad que la denuncia la pusiese al día siguiente de la muerte de Bernardo, ¿no?

   —Una casualidad no tan casual. Aquel día apareció la pintada de “ASESINA” —respondí ya prácticamente sin voz.

   —¿Le importaría que echásemos un vistazo a la borda?

   —En absoluto. Vayan a revisar todo lo que quieran.

 

   Desolación era el único pensamiento que cruzaba mi mente. Tras acabar conmigo (de forma casi literal) García y Gutiérrez hicieron pasar a Pablo. Me quedé sentada en la sala de espera totalmente bloqueada. No era capaz de reorganizar mis pensamientos que volaban libremente por mi mente. Los minutos se me hacían eternos, pero cuando vi salir a Pablo por la puerta miré el reloj que había en la pared y marcaba solo veinte minutos de diferencia. Se acercó a mí, me cogió de la mano y salimos de la comandancia, yo con la cabeza gacha y el ánimo a la altura de la suela de mis zapatos. Sin saber cómo había podido ocurrir, me habían tratado como si fuese la principal sospechosa de la muerte de Bernardo. No era ningún secreto que no me llevaba muy bien con él, pero de ahí a cargármelo a cuchilladas iba un abismo.

   Fuimos alejándonos de la comandancia lentamente y, sin mediar palabra, nos metimos en el coche como dos autómatas. Una vez dentro, Pablo cogió fuerzas para preguntarme qué tal había ido el asunto y, en ese momento, me desmoroné. Comenzaron a saltar lágrimas de mis ojos que caían sin control y, entre sollozos y gemidos, conseguí contarle todo lo sucedido. No podía creer lo que me acabada de pasar. Me sentía terriblemente perdida, desconsolada. Se suponía que era un interrogatorio de rutina y había acabado en una catástrofe mayúscula. Pablo se había quedado sin habla, creo que cuando me vio salir se imaginó que la cosa no había ido del todo bien, pero al escucharme se quedó con el semblante blanco. Tras la confesión arrancó el todoterreno y me llevó al hotel para refrescarme un poco y ver si descansando conseguíamos asimilar todo lo sucedido. Durante el trayecto, seguimos hablando de los interrogatorios y descubrimos que fueron mucho más amables con él que conmigo. Simplemente le hicieron un par de preguntas generales sobre Bernardo y le pidieron que diese su versión sobre lo que había pasado en el monte la mañana que Bat quedó atrapado en el cepo.

 

ΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

 

Tras los interrogatorios, García y Gutiérrez se habían reunido en una sala tranquila de la comandancia, lejos de todo el trajín existente en los despachos, para poder analizar la situación paso por paso.

   García tenía toda la documentación del caso repartida en pequeños montones por toda la mesa. Después de estar una hora aproximadamente releyendo el caso decidieron que era hora de parar e intercambiar impresiones para ver si se les escapaba algún detalle.

   —¡Vamos a ver, García! —exclamó Gutiérrez, al tiempo que se colocaba la hebilla del cinturón en su lugar—. A mí me ha parecido que por ahora es la que más motivos tenía para hacerlo.

   —No sé, Gutiérrez. No lo veo tan claro —señaló García, y siguió recabando información de los documentos.

   —Esa chica no se llevaba bien con Bernardo, pero según nos han dicho en el pueblo, Bernardo era una persona muy querida por unos y nada valorada por otros. Hasta el chico este… —Cogió su libreta y buscó el nombre entre sus notas—. Pablo, nos dijo que su padre y varios ganaderos el pueblo tampoco tenían buena relación con él. Era un hombre muy autoritario que no llevaba bien que se truncases sus planes o que le llevasen la contraria.

   —Pues su familia no ha dicho nada de eso —conjeturó Gutiérrez levantándose a tomar una taza de café que habían preparado para la ocasión—. Según ellos era una persona a la que se le quería mucho en el pueblo.

   —¡Bueno, qué iban a decir! —respondió García, mirándole directamente a los ojos con incredulidad—. Todavía no conozco a nadie que hable mal de un recién fallecido. Si su familia nos hubiese hablado mal de él, sería ya el colmo. Pero, ¿sabes qué? —dejó la pregunta suspendida en el aire.

   —¡Mmmm! —murmuró Gutiérrez con un movimiento de cabeza para animarla a proseguir.

   —Sus hijos no me gustaron nada. Sobre todo él. —Acabó la frase con una mueca pensativa en la cara—. ¿No crees que tenía un comportamiento realmente hostil hacia nosotros? Y, así mismo, no se le veía muy afectado por la muerte de su padre.

   —Bueno, eso no quiere decir nada —le quitó importancia Gutiérrez con un gesto de mano—. Ya te dije que el carácter en los pueblos del interior es muy distinto del de poblaciones más grandes. Es un hombre de alta montaña criado con las vacas. ¡Qué puedes esperar de una persona así!

   —Podría estar algo afectado, ¿no? —respondió indignada.

   —Por lo que vimos bastante tiene con llevar la ganadería y sacar el negocio adelante con los tiempos que corren.

   —Sigue sin gustarme —concluyó García—. La que me pareció muy sincera es Alejandra. Le hemos hecho pasar por un mal trago y no me ha parecido que ocultase nada. Vale que se lleve a matar con la familia Pérez y que éstos le odien por el suceso en el monte, pero de ahí a matar a Bernardo hay un mundo. De hecho, esa es la primera mentira de Pedro; nos dijo que Alex le había intentado matar y por lo que hemos descubierto no es cierto. En realidad, no hay motivo aparente. —Se levantó para poder expresarse mejor—. Su trabajo no estaba siendo interferido directamente por Bernardo. Ella sabía, por otra parte, que este no podía hacer nada contra su investigación, que además, solo duraría unos meses más. A pesar de llevarse mal, no veo un motivo real para hacerlo. Así mismo —prosiguió, dando vuelta por la habitación de arriba abajo—. Paco nos ha dado muy buenas referencias sobre ella. Sinceramente no encuentro el motivo.

   —Por proteger a los lobos, ¿quizás? —respondió Gutiérrez exasperado.

   —No es suficiente —concluyó García, sentándose otra vez en la silla—. No la veo como a la Diane Fossey asturiana —terminó con una mueca irónica en la cara.

   —Mañana veremos que hay en la cabaña —dijo zanjando el tema Gutiérrez—. Anda, vamos a comer.

   “¿Quién coño era Diane Fossey?”, pensó Gutiérrez antes de cerrar la puerta de la estancia.

Nubes de octubre
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