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La postrera campaña del jan:
los años finales de Gengis Kan

El regreso de Gengis Kan a Mongolia continuó el ritmo pausado que había caracterizado su vuelta desde la derrota de Jalal al-Din, acampando durante meses para descansar o disfrutar de la caza. Tras reunirse en la estepa kazaja con Subetei y sus hombres, que regresaban de su epopeya, a mediados de 1223, se dirigió hacia el este. El verano de 1224 lo pasó en las fuentes del río Irtysh y en la primavera de 1225, tras casi siete años de ausencia, volvió, por última vez, a Mongolia. Desde allí se dirigió al reino vasallo de Xi Xia, donde había estallado una rebelión. Aunque el anciano jan no lo sabía, comenzaba su última campaña militar.

LA DESTRUCCIÓN DEL REINO DE XI XIA

Los orígenes de la segunda y última campaña de Gengis Kan contra los tangut no están totalmente claros. Algunas fuentes hablan de la negativa de estos a proporcionar tropas auxiliares para la campaña contra el sah de Jorasmia en 1218 como el causus belli, pero en cualquier caso la ruptura se produjo a principios de 1223 cuando, tras varios reveses sufridos por las tropas mongolas que seguían combatiendo a los Jin en China, los tangut abandonaron al general mongol Mujali y regresaron a Xi Xia. En marzo del año siguiente su rey, Li Dewang, incitó a varios grupos nómadas a realizar razias contra la propia Mongolia, y el enfrentamiento alcanzó el punto de no retorno en noviembre de 1225, cuando se supo que los tangut y los yurchen habían firmado una alianza contra los mongoles. Al enterarse, Gengis Kan invadió al antiguo reino vasallo, al frente de un ejército de cien mil hombres. En esta ocasión solo le acompañaban sus hijos Ogodei y Tolui, ya que Chagadai se había quedado ocupándose de los asuntos en Mongolia, mientras que, tras la guerra con los jorasmios, Jochi había permanecido en los pastos al norte del mar de Aral, donde moriría en febrero de 1227 entre rumores de desavenencias con su padre. El ejército pasó el invierno de 1225 a 1226 en el curso superior del río Ongin Gol. Durante esos meses, Gengis Kan, que debía rondar los sesenta y pocos años de edad, sufrió una caída del caballo que le provocó unas fiebres.

Esta última campaña no se caracterizó por los fulminantes y profundos avances de la caballería mongola en territorio enemigo, sino por una estrategia meticulosa y sistemática de conquista de todos los territorios del reino de Xi Xia. En marzo de 1226 los mongoles volvieron a ponerse en marcha y dedicaron la primavera y el verano a apoderarse de las regiones occidentales de Xi Xia, incluyendo el corredor del Gansu. En agosto, el emperador tangut murió y fue sustituido por su hermano menor Li Xien, que decidió continuar la lucha. Entre septiembre y diciembre, Gengis Kan asedió la ciudad de Yingli, a orillas del río Amarillo, y derrotó a un gran ejército tangut. A continuación, se apoderó de Keimen y de la fortaleza de Wulahai y, en enero de 1227, puso sitio a la capital del reino, Zhongxing, tras derrotar ante sus murallas a un segundo ejército enemigo. Durante los meses siguientes, mientras se desarrollaba el asedio, los mongoles enviaron destacamentos para someter las zonas del reino que aún resistían. En julio, ante lo desesperado de su situación, Li Xien ofreció la capitulación pero pidió un plazo, finalmente concedido, de un mes con el objeto de preparar presentes para los conquistadores.

LA MUERTE DE GENGIS KAN

Todas las fuentes afirman que Gengis Kan murió en el mes de agosto de 1227 aunque, dejando de lado este dato, no coinciden prácticamente en nada sobre su óbito y están además repletas de elementos fantasiosos. Según Rashid al-Din y el Yuanshi, el conquistador mongol falleció por una enfermedad, mientras que del vago relato de la Historia secreta de los mongoles podría deducirse que su muerte estuvo relacionada con las lesiones que le produjo una caída de caballo en el transcurso de una cacería que habría tenido lugar unos meses antes. El resto de fuentes dan explicaciones inverosímiles, como que murió por la maldición del rey tangut, que fue asesinado por la viuda de este mientras mantenían relaciones sexuales o que fue abatido por un rayo. Entre los historiadores modernos la opinión más común es que la muerte de Gengis Kan debió de ser un tema tabú entre los mongoles, lo que explicaría la parquedad y la inconsistencia de las versiones sobre su fallecimiento. Poco antes de morir, el emperador mongol dio sus últimas órdenes, y en ellas nombraba a su hijo Ogodei como heredero al trono, ordenaba la muerte de Li Xien y la de toda la población de Zhongxing y aconsejaba sobre cómo continuar la guerra contra los Jin en el norte de China. Su cadáver fue transportado en carro de vuelta a la estepa y las informaciones que afirman que, siguiendo órdenes del propio Gengis Kan, se dio muerte a todos aquellos que se cruzaron con la comitiva fúnebre, son con toda probabilidad falsas. También son difíciles de creer las fuentes que afirman que la zona alrededor de su tumba se declaró prohibida y que mil guerreros permanecieron vigilándola. No hay, tampoco, unanimidad sobre el lugar donde fue enterrado su cuerpo, de hecho el historiador Paul Rachtnevsky ha propuesto recientemente que con el calor del verano debió ser imposible trasladar el cadáver de Gengis Kan a Mongolia y que fue enterrado en Xi Xia, llevando únicamente unas cuantas reliquias a su tumba «oficial». La localización de esta, según las fuentes, podría ser tanto la estepa del Ordos como el monte Burjan Jaldun en Mongolia. En los últimos años varias expediciones arqueológicas han intentado localizar la tumba de Gengis Kan, de maneras tan espectaculares como infructuosas.

Este retrato chino sobre seda es un siglo posterior a Gengis Kan, por lo que no debe tener ningún parecido con el aspecto real del emperador de los mongoles. Lo representa como un venerable anciano en la tradición del retrato imperial chino.

CARÁCTER Y VALORACIÓN DE LA FIGURA DEL
CONQUISTADOR MONGOL

Hacerse una idea del carácter de una persona que vivió hace ochocientos años, de quien no se conservan documentos privados ni testimonios extensos de gente que la conociera directamente, no es una tarea fácil. Si además tenemos en cuenta que la gran mayoría de fuentes históricas que hablan de Gengis Kan fueron escritas por personas al servicio de los descendientes del emperador mongol o por sus enemigos, las dificultades aumentan. A menudo es complicado saber dónde acaban la adulación cortesana o la difamación y comienza la persona. Pero pese a todas las dificultades que presentan las fuentes, al final acaba dibujándose un retrato del conquistador mongol. Tenemos solo un par de descripciones sobre su aspecto físico y, aunque escuetas, las dos coinciden en su elevada estatura y complexión robusta. La principal característica del carácter del conquistador mongol era una férrea voluntad de poder, ante la que subordinaba todas las otras cosas. En el cuarto capítulo comentamos el magnetismo que la personalidad de Gengis Kan ejercía sobre quienes le rodeaban y que tanto le ayudó en sus primeros años. Las fuentes insisten en su generosidad, cualidad indispensable para un jefe nómada de éxito y nos cuentan cómo siempre recompensó a quienes le ayudaron o cómo se hizo cargo de los hijos de seguidores que habían muerto sirviéndole. Otro rasgo sobresaliente de su personalidad era su gran capacidad de autocontrol y de hecho se dice de Gengis Kan que nunca permitió que le provocaran. Una de sus habilidades más útiles fue la de saber juzgar a las personas y escoger a los mejores subordinados. De esta manera, se rodeó de un círculo de seguidores extremadamente competentes como Borchu, Subetei, Mujali, Jebe o Belgutei, por mencionar a unos cuantos. Estos hombres le fueron absolutamente fieles y le salvaron la vida en más de una ocasión. Su relación con ellos era muy directa y otra de las virtudes del emperador mongol era la de escuchar a sus consejeros y seguir sus sugerencias cuando era necesario. Entre los aspectos negativos de su carácter podemos reseñar la desconfianza hacia sus propios familiares y una actitud celosa ante cualquier posible menoscabo de sus poderes y privilegios por parte de cualquiera. La venganza fue un poderoso motor en la actuación de Gengis Kan, nunca dejó una ofensa sin vengar, aunque es difícil decir si se trataba de un rasgo propio de su carácter o simplemente refleja la importancia de la misma en las sociedades tribales.

Retrato chino sobre seda de un jinete arquero mongol. Gracias tanto a las reformas efectuadas por Gengis Kan como a su eficaz dirección, el ejército mongol se convirtió, probablemente, en el ejército nómada más eficiente de la historia.

Gengis Kan ha pasado a la historia, merecidamente, como un gran jefe militar. Aunque prácticamente no tenemos descripciones detalladas de las batallas que dirigió, sí sabemos los resultados: fuera de la estepa no fue derrotado jamás y sus conquistas desafían la imaginación. Una buena parte del éxito de sus campañas radicaba en medidas que se tomaban antes del comienzo de las mismas, como la información sobre el enemigo recogida por espías. Los mongoles de Gengis Kan no se diferenciaban de sus predecesores o contemporáneos nómadas ni en el armamento ni en las tácticas. Es cierto que Gengis Kan introdujo una organización de tipo decimal, con unidades de diez, cien, mil y diez mil guerreros en el ejército, pero otros pueblos anteriores ya la habían empleado. Con toda probabilidad el elemento que explica la superioridad militar de los mongoles sobre otros nómadas fue el férreo sistema de disciplina introducido por el conquistador mongol que, entre otras cosas, prohibía interrumpir la persecución de un enemigo derrotado para apoderarse del botín y contemplaba castigos colectivos para todos los miembros de la unidad del guerrero que había cometido la falta. Un factor importante que también aumentó la efectividad de los ejércitos mongoles fue la meritocracia instaurada por Gengis Kan. Sin ningún aprecio por la nobleza tradicional de la estepa ni por el sistema tribal, el conquistador mongol se sintió libre de escoger a sus comandantes solo por sus habilidades personales. Varios de los generales que conducirían sus ejércitos en China y Jorasmia se le habían unido como simples guerreros veinte o treinta años antes. El resultado fue que tuvo a su disposición un grupo de excelentes subordinados y que la calidad de los oficiales del ejército mongol era considerable.

Las habilidades políticas de Gengis Kan también fueron sobresalientes y le permitieron superar las adversas condiciones en que comenzó su carrera. Su éxito político más grande fue, sin duda alguna, la unificación de los pueblos de pastores nómadas de la estepa por primera vez en cuatrocientos años. Estas habilidades también le ayudaron en sus conquistas, un ejemplo de ello es la ocasión en que aprovechó el descontento contra la política antimusulmana de Guchulug, durante la conquista del Imperio kara-kitai, o cuando utilizó cartas falsas para sembrar la desconfianza entre el sah de Jorasmia y sus partidarios.

Pero el campo donde tienen más valor las virtudes del gran mongol fue, paradójicamente, en el de la administración. Gengis Kan fue toda su vida una persona analfabeta y no hay pruebas de que hablara otra lengua aparte de su mongol natal, con la excepción quizás, de alguna lengua turca. Pese a no haber recibido ninguna educación, promulgó un código de leyes, la yasa, que regulaba la conducta de los nómadas y con el que intentó erradicar de la estepa prácticas que tanto le habían perjudicado en su vida, como el secuestro de mujeres o el robo de animales. Además creó la organización de su vasto y reciente Imperio utilizando consejeros sedentarios, especialmente uigures, kitan, chinos y musulmanes. Pese a que recibió influencias muy diversas, Gengis Kan adoptó el modelo administrativo uigur, su lengua y su alfabeto como oficiales en el Imperio. Continuó con la exitosa política de otros conquistadores anteriores de respetar la administración local de los territorios conquistados pero, para mantener el control a este nivel, se creó la figura del darugachi, un funcionario encargado de representar al gobierno central y de recaudar impuestos. Gengis Kan también creó el yam, un sistema estatal de correos montados que se extendía por todo el Imperio. Una red de estaciones de posta, situadas aproximadamente a un día de distancia, proporcionaba forraje y caballos frescos a los correos y funcionarios. De esta manera los jinetes podían recorrer unos 40 km diarios de manera pausada y hasta unos fabulosos 500 km en casos de extrema necesidad, lo que contribuía a limitar los problemas creados por la enorme extensión del Imperio.

Este es el lugar adecuado para continuar la reflexión sobre las motivaciones de Gengis Kan que iniciamos en el capítulo cuatro. No existe un consenso total sobre los objetivos del nuevo señor de la estepa al iniciar sus campañas contra sus vecinos sedentarios. La principal cuestión gira en torno a la naturaleza de la ideología imperial mongola. Los sucesores del conquistador mongol consideraban que tenían un mandato divino para gobernar todo el mundo y, por lo tanto, según su punto de vista, las guerras de expansión en realidad eran luchas contra rebeldes, no contra enemigos. También puede afirmarse que emperadores posteriores como Ogodei o Mongke practicaron una política sistemática de conquista de nuevos territorios. Lo que no está claro es que toda esta situación pueda extrapolarse al reinado de Gengis Kan. Por una parte, sí es cierto que el emperador mongol creía ser un escogido del cielo, pero un repaso a sus principales campañas no apoya la idea de que pretendiera conquistar todo el mundo. Sus ataques contra Xi Xia y el Imperio yurchen tuvieron como objetivo original «extraer» de sus vecinos sedentarios los productos de lujo y alimentos que necesitaba desesperadamente para mantener la estructura imperial que acababa de crear en la estepa. En este sentido, es significativo que el primer ataque a Xi Xia, en 1205, que en realidad fue una gigantesca razia para conseguir botín, se produjera unos meses antes del gran kuriltai de 1206 que lo escogió emperador. Tras vencer a los tangut de Xi Xia en 1210 se limitó a imponerles vasallaje y, lo más importante, tributos. La guerra comenzada contra los yurchen al siguiente año estuvo motivada por la misma necesidad de obtener productos sedentarios y solo la negativa de la dinastía Jin a acceder al chantaje nómada, al contrario que sus predecesoras Han y Tang, obligó a Gengis Kan a encontrar una alternativa. Puesto que los sedentarios se negaban a aceptar la extorsión, la única opción que le quedaba, descartando por supuesto sentarse a ver cómo se derrumbaba su propio Imperio, era la de conquistar permanentemente el norte de China y obtener directamente todo lo que necesitaba. El gran inconveniente de esta opción, y el motivo por el que los xiong-nu, turk y uigures habían preferido anteriormente el sistema indirecto de la extorsión, era que colocaba sobre los hombros del conquistador nómada la carga de administrar territorios sedentarios con unas necesidades y estilos de vida que ni comprendía, ni apreciaba. La guerra contra el Imperio jorasmio tampoco respalda la teoría de un Gengis Kan empeñado en conquistar el mundo. El conflicto comenzó con los mongoles como víctimas de una agresión y pese a los intentos del emperador mongol de encontrar una salida pacífica, los insultos de Mohamed II no le dejaron otra opción que recurrir a las armas. En cualquier caso, tras ocupar buena parte del Imperio jorasmio, al acabar la guerra los mongoles abandonaron muchos territorios y se anexionaron solo las provincias de Mawarannar y Jorasmia. Fuere como fuere, todas estas conquistas acabaron por modificar la actitud de Gengis Kan ya que, como acabamos de ver, en su lecho de muerte aconsejó a su sucesor Ogodei sobre cómo continuar la guerra con los Jin, por lo que creía que el Imperio seguiría expandiéndose tras su muerte.

Estas dos paizas se encuentran actualmente en el Museo Hermitage de San Petersburgo. La paiza, que se llevaba colgada del cuello, era un distintivo que autorizaba a su poseedor a beneficiarse de los servicios del yam, el sistema de correos creado por Gengis Kan, y, en cierta manera, simboliza la eficacia administrativas que alcanzó el estado mongol.

Por último, no sería adecuado acabar esta valoración de Gengis Kan sin afrontar el controvertido asunto de las destrucciones que provocaron sus conquistas. El asunto merece explicarse con un mínimo de detalle, ya que últimamente divergen las opiniones de los investigadores. Para el norte de China tenemos la suerte de poder comparar un censo del Imperio yurchen de 1195, que arrojaba una población de casi cincuenta millones de personas, con otro realizado por los propios mongoles tras completar la guerra en 1235, en el que la población no pasaba de ocho millones y medio de almas. Aun aceptando posibles errores en la realización del censo mongol y que muchas de las personas que no aparecen en el censo de 1235 no muriesen a manos de los mongoles, sino que simplemente huyesen a la China de la dinastía Song o falleciesen por epidemias, el resultado de la actividad durante más de veinte años de los ejércitos mongoles en la zona es un brutal descenso de población.

En el caso del Imperio jorasmio la situación no está tan clara, ya que no contamos con censos. Si creemos a los historiadores persas medievales, allí las destrucciones fueron incluso peores que en China, lo que podría ser perfectamente cierto. Pero, por otra parte, es bastante probable que muchas de las cifras de muertos que ofrecen los historiadores persas estén muy infladas. La arqueología, por su parte, podría proporcionar datos nuevos, y en algunos casos ya ha empezado a hacerlo. En varias de las ciudades donde según las fuentes se asesinó a toda la población, como en Merv, se han documentado destrucciones, pero también que alguno de sus barrios estuvo habitado desde el comienzo de la ocupación mongola. Lo que no está tan claro es cómo interpretar estos datos, ya que tanto podrían significar que los mongoles no masacraron a todos sus habitantes, como que sí lo hicieron, pero parte de la ciudad fue reocupada rápidamente por refugiados procedentes del campo. En cualquier caso, está claro que los mongoles utilizaron de manera sistemática una estrategia premeditada de terrorismo que debió producir un nivel de destrucción similar, si no superior, al sufrido en el norte de China. Sea como sea, a la hora de juzgar la responsabilidad personal de Gengis Kan en estas muertes hay que recordar que las personas deben ser analizadas en el contexto histórico y cultural en el que vivieron. Juzgar a un nómada del siglo XIII según nuestros parámetros humanistas e ilustrados del siglo XXI es un auténtico disparate. En su época, masacrar a todos los habitantes de una ciudad conquistada incluidos mujeres, niños y ancianos no era algo inusual, aunque nadie lo había hecho a la escala que lo practicaron los mongoles. Que esto se deba simplemente a que la escala de sus conquistas fue mucho mayor o que, realmente, los mongoles practicaron un estilo de guerra particularmente feroz, aún está abierto a debate, aunque el autor se decanta, de manera moderada, por la segunda opción. Lo que sí está claro es que Gengis Kan no fue un sádico y, pese a utilizar los asesinatos en masa, prohibió las torturas, dándose muerte a las víctimas de una manera rápida. Para el conquistador mongol las matanzas no eran un objetivo en sí mismas ni un placer, eran simplemente un medio para alcanzar determinados objetivos.

LA IMPORTANCIA HISTÓRICA DE GENGIS KAN

Durante buena parte del siglo XIX dominó en la historiografía occidental la corriente positivista, que consideraba responsables del progreso histórico a una minoría de «grandes personajes», como reyes, emperadores, presidentes…, y para la cual la masa de la población era una mera comparsa de los dirigentes. Pero a mediados de ese siglo la escuela marxista, con Karl Marx y Friederich Engels como principales representantes, criticó de manera convincente los postulados positivistas y los acusó de defender los intereses de las clases privilegiadas. En su lugar, los marxistas consideraban los factores económicos y sociales como la clave de la evolución histórica y prefirieron centrar su estudio en conceptos como la propiedad de los medios de producción, las relaciones de explotación y los conflictos de clase. El resultado fue el abandono del positivismo por parte de todos los historiadores profesionales y la aceptación de la importancia de los enfoques socio-económicos en el análisis histórico, pero también una marginación de la historia política. En las últimas décadas se han levantado voces defendiendo una postura matizada, que considera los factores socioeconómicos el «motor de la historia» pero que acepta la posibilidad de que ciertos individuos colaboren en alguna medida al cambio histórico.

La vida de Gengis Kan presenta una oportunidad inmejorable para reflexionar sobre estas cuestiones. Desde la ortodoxia marxista se podría decir, acertadamente, que antes incluso del nacimiento de Temujin ya se había iniciado el proceso de concentración de los grupos de pastores nómadas de la estepa mongola, como nos recuerdan la formación de grandes confederaciones tribales como las de los kereyit o naiman. Por lo que, aunque Temujin hubiera muerto en alguna de las batallas en las que participó, algún otro jefe hubiera terminado por unificar a todos los nómadas en una gran confederación imperial. Pero ese otro líder, que por fuerza hubiera debido ser un buen político y militar, no tendría necesariamente que tener la capacidad organizativa de Gengis Kan, que fue la que dio estabilidad al Imperio. Así que, continuando con nuestra especulación, nada garantiza que el Imperio creado por ese líder alternativo no se hubiera desintegrado con rapidez tras su muerte, como sucedió con el Imperio huno de Atila en el siglo V d. C. Tampoco es probable que este hipotético líder hubiese tenido el mismo éxito como conquistador que Gengis Kan, ya que, aunque la negativa de los Jin a aceptar el establecimiento de un nuevo sistema de extorsión también le hubiera obligado a emprender la conquista del norte de China, no es fácil que hubiese reunido en su persona la combinación de habilidades políticas, militares y administrativas que hicieron grande al conquistador mongol y también es inverosímil que hubiese introducido las reformas militares que tan importantes fueron en las victorias mongolas. Por lo tanto, aunque no puede considerarse a Gengis Kan como el único factor, ni siquiera el factor más importante, que explica la espectacular expansión mongola, no puede despreciarse su participación en los acontecimientos históricos. Por decirlo llanamente: es probable que la historia del continente euroasiático durante el siglo XIII hubiese sido diferente si Gengis Kan no hubiese existido.

GENGIS KAN. LA PELÍCULA

La figura de Gengis Kan ha sido llevada a la gran pantalla en varias ocasiones, la última en 2007 por medio de una coproducción ruso-mongola-kazaja-germana dirigida por Sergei Bodrov, que es la primera entrega de una trilogía sobre la vida del conquistador mongol. A menudo, la etiqueta de cine histórico se aplica a películas que a duras penas la merecen ya que, aunque su argumento esté situado en el pasado, sacrifican la veracidad histórica en aras de la espectacularidad y repiten tópicos infundados simplemente porque el espectador espera verlos. Dentro de este pobre panorama el film de Bodrov, dedicado a los primeros años de Gengis Kan, presenta unos resultados bastante flojos. El director modifica algunos hechos de la vida del conquistador mongol (como el episodio de la muerte de Yesugei) e inventa otros (como el cautiverio en Xi Xia). No explica de manera adecuada el estilo de vida de los pastores nómadas, ni las relaciones de patronazgo entre jefes y seguidores, ni la dinámica de los enfrentamientos entre grupos nómadas. Pero, sin duda, el aspecto peor retratado en el film es el de la guerra nómada. En la película aparecen tres batallas y en dos de ellas los guerreros desmontan para combatir a pie con espadas y lanzas. En la tercera sí luchan a caballo, pero en ella podemos ver una especie de jinetes kamikaze absolutamente surrealistas. Contemplando esta película nadie se explicaría por qué los mongoles se ganaron la merecida fama de ser los mejores jinetes arqueros de su época. En resumen, desde el punto de vista histórico, una película perfectamente olvidable.