24

Fue un día de nochebuena tranquilo. Como caía en domingo, aquello quería decir que sólo abrieron algunas tiendas, e incluso algunas sólo lo hicieron medio día. Agnes salió temprano camino de la calle Capel para recoger las herramientas de Mark. Llevaba en el bolso las quince libras y siete libras de sobra. Se paseó calle O'Connell abajo, contemplando el ambiente de fiesta. Al pie de la calle Henry se detuvo a charlar con algunos vendedores callejeros, que habían salido a intentar vender el papel de envolver de navidad que les quedaba. Después fue a la tabaquería de la calle Talbot, donde compró un cartón de cigarrillos y un periódico. Había adoptado últimamente la costumbre de comprar un periódico cada día para ver lo que ponían en la tele. Volvió a la calle O'Connell y caminó hacia la calle Middle Abbey. Así pasó por delante del teatro Capitel. Cuando pasó vio al acomodador que estaba de pie en la entrada. Tenía un ojo morado y el brazo derecho en cabestrillo. "Pobre hombre", pensó. Entonces oyó una voz que gritaba: "¡Entradas para el concierto! ¡Últimas entradas para el concierto!". Era un revendedor de entradas. A Agnes se le animó el corazón. Se dirigió a él.

—¿Son entradas para Tom Jones, cielo? —le preguntó.

—No, terminó anoche —respondió el hombre.

Agnes no dijo más que "ah" y siguió su camino. Así que había llegado y se había ido. ¡Qué se le iba a hacer! Llegó a la tienda de Lenehan y pagó el resto de su cuenta. Cuando volvía a su casa estaba entusiasmada con todas las sorpresas que tenía para los niños.

A las seis de la tarde ya había limpiado y rellenado el pavo. El jamón hervía en la olla, y el bizcocho envinado con gelatina se enfriaba en la despensa. Toda la familia so bañó por turnos con dos tinas de agua. En vez de llamar a los niños a la cocina, Agnes los dejó que merendaran en el suelo, junto al fuego. Las luces navideñas parpadeaban en el árbol, y la risa de los niños por el programa de televisión que estaban viendo le levantaba el ánimo. Agnes empezó a tararear para sus adentros en la cocina: "Santa Claus llega a la ciudad… Deben estar preparados…". Alguien llamó a la puerta principal.

—¡Ya voy yo! —gritó Mark.

Agnes se preguntó quién llamaría a la hora de la merienda el día de nochebuena. Salió a verlo, limpiándose las manos en el paño de cocina por el camino. Mark abrió la puerta, y durante un momento Agnes no se dio cuenta de quién era.

—¡Thomas Woodward! —exclamó Mark.

Agnes se quedó boquiabierta. Dejó caer el paño de cocina.

—¡Tom Jones! —exclamó.

—Hola, señora Browne —dijo él, con delicadeza.

—¡Tom Jones! —repitió Agnes.

Mark miró a uno y a otra y negó con la cabeza.

—¡No, mami! Este es Thomas Woodward… Es un amigo nuestro.

Agnes estaba a punto de caer redonda, y Tom pasó corriendo por delante de Mark para recogerla en sus brazos. De pronto, Mark lo comprendió todo. Corrió al televisor y lo apagó. Encendió rápidamente la radiogramola y puso la aguja en el disco que estaba puesto, al azar. Era de Tom Jones, por supuesto.

Agnes se recuperó un poco y se recogió el pelo hacia atrás. La música sonaba suavemente. Tom le sonrió.

—¿Qué le parece si bailamos? —le preguntó con suavidad. Ella sonrió con coquetería.

—¡Ay, sí! —dijo.

El la tomó en sus brazos y empezaron a bailar, flotando por la habitación.

Los niños los contemplaban extasiados: Dermot con la boca abierta; Simón rascándose la cabeza lleno de asombro pero sabiendo que estaba pasando algo bueno; Cathy con las rodillas recogidas bajo la barbilla y soltando risitas ella sola; Rory con una lágrima en los ojos; y Frankie poniéndose de pie lentamente mientras iba reconociendo poco a poco de quién se trataba.

Agnes miraba a sus hijos mientras daba vueltas. El fuego les brillaba en las caras y las luces navideñas centelleaban en sus ojos. Se sintió mareada y un poco desfallecida, sólo por un momento. Cerró los ojos y oyó a lo lejos que Marión soltaba una risa sonora, y ella también se rió alegremente.

Mark subió al regazo a Trevor despacio y con delicadeza.

Trevor se rió y señaló a la pareja que bailaba.

—¿To'? —gorjeó.

—Sí, Trev, ése es… Tom —le susurró Mark.

Trevor sonrió y volvió a señalar.

—¿Mamá?

Mark sonrió ampliamente y susurró:

—Sí, Trev, ésa es… ¡ésa es nuestra mamá!

-o0o-

Algunas veces este mundo turbulento, trágico, triste y agitado se pone al revés y se detiene del todo sólo para que pueda cumplirse el sueño de alguien… ¡Sigue soñando, Agnes Browne! Por el bien de todos, ¡sigue soñando!