EPILOGO

Seis meses más tarde.

—¿Dónde quieres que vaya esto?

Madeline dejó de mirar en la caja que tenía delante y se sentó en los talones.

—¿Qué hay ahí? —preguntó a su hermanastro.

La expresión de Clay indicaba que el contenido no le había impresionado.

—Principalmente lana. Y revistas viejas de punto —enarcó una ceja—. Tú no tejes.

Ella se echó a reír.

—Lo sé. Me lo dio mamá cuando se fue de la granja. Pensé que quizá aprendiera algún día.

—¿Algún día pronto?

—Pues no.

—Entonces líbrate de ello.

—De acuerdo.

Lo vio salir al jardín, donde Allie, Grace, Irene y Kennedy la ayudaban a montar un rastrillo, pero cuando él se fue, esperaba sentir el antiguo pánico. Al fin estaba soltando cosas, despejando el sótano. Pero no parecía afectarla tanto como temía. Decidió que era porque había llegado el momento. Y quizá resultaba más fácil porque tenía en perspectiva cosas mejores. Sustituiría la basura vieja con objetos relacionados con su vida con Hunter. El se mudaría allí la semana siguiente, después de su boda.

—¿Estás bien?

Se volvió al oír la voz de Hunter y lo vio de pie en la puerta de la cocina, manchado de pintura verde.

—Muy bien —sonrió—. ¿Te has enterado de lo del bebé?

—Pues claro. Tu hermano no habla de otra cosa. No creo que pueda esperar siete meses.

Ella se incorporó para mirar dentro de la cocina.

—¿Cómo va la pintura?

—Muy bien. Cuando termine con ella, parecerá una casa nueva.

—Quizá deberíamos venderla.

—No. A ti te gusta esto.

Era cierto. Quería criar a sus hijos en Stillwater, donde estaría cerca de su familia. Después de todo lo que habían pasado, estaban más unidos que nunca, unidos en su lealtad de unos para con los otros y felices al fin. Pero sabía que a Hunter le preocupaba su hija y estar tan lejos de ella.

—Podemos irnos a California unos años —sugirió—. Hasta que María cumpla los dieciocho.

—Quizá quiera reconsiderar esa idea en el futuro, pero por el momento creo que estamos bien aquí.

—¿De verdad no te importa?

—No. Sobre todo porque ella vendrá a vernos este verano.

—¿Qué? ¿Te ha llamado?

El sonrió.

—Sí, anoche cuando tú estabas de compras con Grace.

Madeline se abrió paso entre las cajas y se acercó a abrazarlo. Sabía que probablemente se ensuciaría la ropa de pintura, pero no le importaba. Era una noticia maravillosa.

—¿Por qué no me lo dijiste cuando vine a casa?

El la besó en el cuello y la miró a los ojos.

—Era una de esas cosas que quieres saborear un rato. He intentado no hacerme muchas ilusiones por si vuelve a cambiar de idea.

—Esta vez no cambiará de idea —dijo Madeline.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque está empezando a darse cuenta. Está aprendiendo que no eres lo que su madre le dijo que eras, que estaría loca si te apartara de su vida.

Clay entró en ese momento a buscar más cajas.

—Dejad de besaros —se burló—. Tenemos trabajo.

Pero a Madeline no le importaba que los vieran. Besó al hombre que se convertiría en su marido en una semana más e hizo señas a Clay de que saliera por la puerta cuando subió con la siguiente caja... sin molestarse en mirar lo que había dentro.

 

 

FIN