CAPITULO 12
Madeline se negaba a mirar a Hunter mientras conducta, por miedo a que él viera la incertidumbre que tanto se esforzaba ella por negar, incertidumbre que disimulaba a menudo con declaraciones vociferantes sobre la inocencia de Clay.
—Estás cometiendo el mismo error que todos los demás —dijo.
Cuando él no contestó, lo miró y vio que la miraba con tristeza.
—Lo siento —dijo Hunter—, pero si te va a costar mucho asimilar la verdad, tenemos que dejar esto ahora.
—¡Basta! —ella agitó una mano en el aire con impaciencia—. Clay no causa una primera impresión muy buena, pero es de los hombres a los que tienes que ir conociendo poco a poco.
—Y tú lo conoces.
—Por supuesto.
—El no deja que nadie lo conozca. Ella movió la cabeza. Tal vez Clay tenía sus secretos. Pero esos secretos no incluían un asesinato.
—Si supieras cómo ha sido la vida para él, entenderías mejor quién es.
—Háblame de él.
Ella le describió el chico alto y orgulloso que era Clay a los dieciséis años, el chico que había demostrado ser tan duro como cualquier hombre. Ya le había contado que había sido él el que había mantenido unida a la familia, pero lo que definía su carácter eran detalles más pequeños.
—Llevaba la misma ropa a clase una y otra vez para que Grace, Molly o yo pudiéramos tener un vestido nuevo de vez en cuando. Renunció a sus amigos porque ya no tenía tiempo para divertirse. Pasó de ser uno de los chicos más populares del instituto a ser un completo solitario, un chico demasiado mayor para sus años. Se saltaba la comida muchos días para que comiéramos nosotras y decía que no tenía hambre para no hacernos sentir culpables por ello. Trabajaba como un burro con dieciséis, diecisiete, dieciocho años, muchas horas por poco dinero para que tuviéramos un techo sobre nuestras cabezas. Y estaba dispuesto a pegarse con todo el que nos amenazara o nos tratara mal —apartó un momento la vista de la carretera para mirar a Hunter—. No conozco a ninguna otra persona que hubiera podido hacer lo que hizo él a su edad. Toda mi familia está en deuda con él. Yo también. El fue nuestro protector, nuestro padre en cierto modo, aunque tenía mi edad.
La pasión de su voz debió de convencerlo, pues Hunter se quedó pensativo.
—¿E Irene?
—Con el paso del tiempo, incluso ella se fue apoyando en él como si fuera el padre y ella la hija. El hizo lo que tenía que hacer sin pensar en los sacrificios. Y nunca se ha quejado del precio que pagó.
—No me extraña que lo admires —musitó él.
—Se lo ha ganado.
Él pareció sopesar su respuesta, rumiarla y examinar todos los ángulos.
—Aprecio lo que ha hecho por ti. Madeline.
A ella le gustaba cómo sonaba su nombre en los labios de él, y eso le preocupaba. Después de la ruptura de su relación más íntima, buscaba el calor y la seguridad que había perdido. Hunter era seguro de sí mismo hasta el punto de resultar chulo y siempre mantenía el control. Ella lo encontraba muy atractivo y le sería muy fácil querer algo con él.
Fácil para el momento actual, pero peligroso para más adelante. Él no podía quedarse eternamente. Ella ni siquiera sabía qué clase de vida llevaba en California...
—También aprecio lo que ha hecho por Grace. Molly y tu madre.
Aunque sonaba sincero, ella sabía que se guardaba algo más.
—Pero eso no cambia tu idea sobre Clay. Él la miró a los ojos como si pudiera ver a través de ella.
—Me dice que tienes que tomar una decisión.
Madeline sabía lo que iba a decir. Había afrontado la misma decisión durante diecinueve años. ¿Cuestionaba ciertos sucesos, conversaciones... perseguía la verdad a pesar de su lealtad a los Montgomery? ¿O jugaba sobre seguro y se aferraba a lo que su corazón le indicaba que era verdad? Hasta el momento, había hecho un poco de ambas cosas, pero no sabía cuánto tiempo podría continuar así.
—Son mi familia —dijo—. La única familia que me queda.
Él le tocó el hombro y ella sintió sus dedos cálidos a través de la blusa.
—En ese caso, quizá sea mejor que me vaya a casa.
Ella le apartó la mano porque su contacto la confundía y se pasó los dedos por el pelo. No quería que se fuera, aunque había momentos en los que estaba aterrorizada, como en la granja, cuando Clay miraba a Hunter de hito en hito y ella veía a su hermano a través de los ojos del detective. O cuando recordaba el silencio tenso que impregnaba la casa cuando entró en ella después de la noche en la que no había vuelto su padre. O la cara hundida y llena de tensión de Irene en los días posteriores. O la completa ausencia de sentimientos con la que Clay, y sobre todo Grace, habían hablado de su padre en los años siguientes.
Pero eso era una locura, ¿no? Centrarse en las pequeñas curiosidades era sencillamente permitirse sucumbir a la sugestión. Los Montgomery tenían una explicación racional para cada comportamiento. Clay no le encontraba ningún sentido a abrirse a Hunter o a ningún otro. ¿Por qué iba a hacerlo? No podía arriesgarse a que lo atacaran de nuevo, y menos ahora que tenía una familia. Y era normal que Irene estuviera muy tensa y la casa pareciera rara la mañana después de que su padre no hubiera vuelto. Todos esperaban a ver lo que ocurría a continuación, a tener noticias. Y Grace se había vuelto cada vez más retraída e inalcanzable... y no sólo cuando hablaban de su padre. Madeline sospechaba que lo que habían encontrado en el maletero del Cadillac podía tener algo que ver con eso, pero aunque Grace dijera la verdad y no supiera cómo había llegado allí su ropa interior, los adolescentes eran famosos por sus cambios de humor.
¿Cómo iba a permitir Madeline que el recelo suscitado por esos pequeños detalles erosionara su confianza en la familia? Sabía que los Montgomery eran buenas personas. Habían estado a su lado y se lo habían probado una y otra vez. Eso demostraba más su inocencia de lo que una mirada tensa probaba su culpabilidad. ¿No? Irene se había sentado en su ceremonia de graduación, la había abrazado cuando lloraba por la ruptura con su primer novio, la había ayudado a mudarse a la casita y estaba allí siempre que necesitaba un oído comprensivo. Clay iba a arreglarle el tejado, reparaba los grifos que se estropeaban, le pintaba el despacho y mantenía la imprenta en buen funcionamiento. Grace y ella se habían distanciado unos años, pero desde que su hermana había regresado al pueblo, habían vuelto a intimar. Y Madeline siempre había adorado y protegido a Molly. Como Irene había estado ocupada ayudando a Clay a ganarse la vida y salvar la granja, y Grace se había mostrado tan distante, Madeline había sido la que se ocupara de la Montgomery más pequeña. Hablaban a menudo por teléfono y, cuando Molly iba de visita, pasaba tantos días en su casa como en las de cualquiera de los otros.
Estaban cerca del cruce principal de Stillwater. Madeline paró en el semáforo, pero no aceleró cuando se puso en verde.
La persona que iba detrás de ella tocó el claxon.
—¿Qué ocurre? —preguntó Hunter.
Ella se frotó la cara. El conductor de detrás, frustrado por la falta de respuesta, volvió a tocar el claxon y la miró mal cuando pasó a su lado.
Madeline empezó a conducir de nuevo despacio. Ya había tomado una decisión, ¿no? O no habría llevado a Hunter al pueblo.
—Tengo que saber lo que le pasó a mi padre.
—Puede que cometas un terrible error —repuso Hunter.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas. El estrés, la preocupación y las noches sin dormir empezaban a cobrarse un precio.
—Ellos no fueron.
Hunter veía deslizarse las lágrimas por las mejillas de Madeline mientras conducía. No recordaba haber tenido nunca un cliente tan torturado. Ni uno al que probablemente le esperara una sorpresa más desagradable. Le hubiera gustado que se hubiera contentado con dejar en paz el pasado.
Pero no podía culparla por no hacerlo. Si hubiera estado en su lugar, él también habría buscado la verdad. Algunas personas no podían evitar ir corriendo hacia la única cosa que podía destruirlos.
Pensó en el alcohol que le había ayudado a soportar la decepción y. por un momento, estuvo a punto de decirle que no sería cómplice de su destino. Había intuido algo oscuro dentro de Clay, algún dolor secreto o cicatriz y temía que el hermanastro de Madeline estuviera de verdad mezclado en la desaparición de su padre. Pero sólo había un modo de descubrirlo. Y era seguir adelante con la investigación.
Quizá, si tenían suerte, llegarían a un callejón sin salida antes del gran golpe. Si no podía seguir más lejos, Madeline tendría que aceptar que quizá nunca supiera la verdad. O contratar a otra persona. Así, si se enteraba, él no tendría que ser parte de ello.
Sacó un pañuelo de papel de la guantera y se lo tendió.
—Llévame a ver al resto de tu familia —dijo.
A Elaine Vincelli le sobraban casi cincuenta kilos. Pero los llevaba bien. De hombros más anchos que la mayoría de los hombres, parecía sólida. Compacta. Y su actitud pragmática ante la vida sugería que poseía una mente ágil.
—¿Qué quiere? —preguntó en cuanto los presentó Madeline. Estaban de pie en la puerta, pero no se molestó en invitarlos a entrar.
—Quiero saber quién mató a su hermano —repuso Hunter.
—¿Y cree que yo puedo decírselo?
—Espero que pueda ayudarme.
—Si lo supiera, exigiría a la policía que lo metiera inmediatamente en la cárcel.
Hunter sonrió. Quería convencerla de que no era una amenaza para que ella se relajara y dijera más de lo que diría de otro modo. Era algo que había perfeccionado con los años, un modo de aprovechar al máximo una cara que era demasiado bonita para parecer muy peligrosa.
—Madeline dice que usted cree que fue Clay Montgomery.
Elaine miró a su sobrina con irritación.
—He tenido mis dudas sobre él en el pasado.
Hunter enarcó una ceja.
—¿Ya no?
La expresión de la mujer pareció ensombrecerse.
—Yo no estaba allí aquella noche. No sé lo que pasó.
—Sólo le estoy pidiendo su opinión.
Hablaba con suavidad, para implicar que podía confiar en él, pero ella no se dejaba engañar tan fácilmente.
—¿No deberían interesarle más los hechos? ¿De qué sirve una opinión?
—A mí me parece usted una persona inteligente — repuso él—. A veces es tan importante saber a quién preguntar cómo saber qué preguntar.
La mujer aceptó el halago.
—No soy tonta —dijo.
—Y por eso pienso en Clay.
Había preparado la escena para que ella le dijera todo lo malo que hubiera visto u oído sobre el hermanastro de Madeline; así que le sorprendió que la mujer interrumpiera el contacto visual y murmurara;
—No creo que fuera capaz de un asesinato a sangre fría con dieciséis años.
—¿O sea, que cree que fue un «asesinato a sangre fría»? —preguntó él.
—¿Hay otros? —repuso ella.
Hunter se encogió de hombros.
—Pudo ser un accidente.
Ella apretó los labios.
—Pudieron ser muchas cosas.
El se pasó un dedo por la barbilla. ¿Por qué ella no iba a por Clay como esperaba, como le habían dicho que había hecho en el pasado?
—Y si no fue Clay, ¿quién fue?
—¿Y yo qué sé? Tal vez fuera un vagabundo, como ha sostenido siempre Irene Montgomery.
Hunter vio por el rabillo del ojo que Madeline la miraba sorprendida. Pero no intervino en la conversación.
—No lo creo —contestó él. Era sólo su primer día en el pueblo, pero estaba dispuesto a apostar a que la persona que había matado a Barker lo conocía bien. Aquel caso sugería actos y sentimientos ocultos.
—Independientemente de lo que crea, ésta es una comunidad pacífica —replicó Elaine—. Nadie de los que vivimos aquí cometeríamos un asesinato. Me temo que pierde el tiempo.
Había pasado de culpar a Clay a no culpar a nadie. Interesante.
—¿Recuerda a Katie Swanson? —preguntó él.
—¿Katie? —repitió ella. Pero seguramente no porque no reconociera el nombre. Simplemente no sabía cómo reaccionar.
—La chica de quince años que murió en un accidente con fuga hace veintisiete años.
Elaine miró a Madeline con el ceño fruncido.
—¿Por qué pregunta por ella?
—Sólo quiero saber si la conocía bien.
—Muy poco.
—Ella iba mucho por la iglesia, ¿no?
—No. Yo no recuerdo eso.
—Tengo entendido que trabajaba para su hermano.
—Yo nunca los vi juntos.
—¿Su hermano le habló de ella?
Ella retrocedió, fuera del camino de la puerta. Hunter sabía que estaba deseando cerrarla.
—¿Por qué iba a hacerlo? —preguntó ella.
—Parecía interesarse mucho por ella. ¿Y cómo se llamaba la otra chica? ¿La que se suicidó?
Elaine cerró la puerta a medias, de modo que sólo quedaban unos veinte centímetros por los que poder verla.
—No lo sé.
—¿Tampoco se acuerda de ella?
—Ha pasado mucho tiempo —repuso ella.
Pero en una comunidad tan pequeña, tenía que recordar unos hechos tan trágicos. El suicidio de Rose Lee había ocurrido seis meses después del accidente con fuga y sólo un año antes de que la madre de Madeline pusiera fin a su vida.
—¿Cuánto tiempo ha vivido aquí? —preguntó él.
—No veo por qué voy a seguir respondiendo a preguntas sobre personas que no formaban parte de mi vida. Me temo que no puedo ayudarle.
Hunter sujetó la puerta antes de que pudiera cerrarla. Todas las personas que podían saber algo del pasado no querían hablar y él sentía mucha curiosidad al respecto.
—Sólo una cosa más. Su hermano y usted estaban bastante unidos, ¿verdad?
Obviamente, el cambio de tema la había pillado por sorpresa.
—Supongo que podríamos decir que sí.
—O sea que... —él mantuvo una mano en la puerta y con la otra se rascó la cabeza con expresión confusa—, si hubiera habido algo extraño en su vida, probablemente se lo habría dicho.
—Los dos teníamos ya nuestras propias familias cuando desapareció —repuso ella con autoridad—. No pasábamos mucho tiempo juntos. Pero gracias por venir.
El volvió a parar la puerta.
—¿Asistía usted a la iglesia?
—Todos los domingos.
—¿Estaba orgullosa de él?
—¿Quién no estaría orgullosa de un predicador? — preguntó ella—. El pueblo entero lo quería.
El no le había preguntado por todo el pueblo; sólo quería establecer cuánto lo quería ella.
—Entonces, la maleta que encontraron en el Cadillac, ¿no podía haber sido suya?
Elaine le apartó la mano y cerró la puerta con fuerza.
—¡No puedo creer que le hayas preguntado eso! — dijo Madeline en cuanto estuvieron de vuelta en el Corolla—. ¿Qué es lo que intentas hacer?
—Lo que tú me pagas para que haga.
Las mejillas de ella se sonrojaron de irritación.
—Estás insultando a alguien que no está aquí para defenderse. Estás insultando a mi padre.
—Estoy buscando la verdad.
—He cometido un error.
—Madeline...
Ella no lo miraba. Hunter veía que apretaba los dientes, que quería decir más e intentaba reprimir las palabras al mismo tiempo que las lágrimas.
—Escúchame —él le tocó el hombro—. Tenemos que averiguar lo que pasó antes de que desapareciera tu padre. Eso nos llevará a la persona que pudo haberle matado.
—¿Y por eso insultas a mi padre y acusas a mi hermano?
—Yo no he acusado a tu hermano.
—Has dicho que ocultaba algo. Pero no es cierto. El no mató a mi padre.
—Puede que no. Pero no descubriré quién lo hizo a menos que apriete algunos botones, que remueva un poco las aguas.
—¿Y hacer daño a las personas más próximas a mí?
—¡Tú quieres que saque un maldito conejo de la chistera! —gritó él—. No puedo entregarte al villano perfecto. Será una persona a la que conozcas y probablemente quieras. Y tú lo sabes aunque no quieras admitirlo.
Ella no contestó. Habían dejado atrás la casa de su tía y estaban rodeados de tierras de labor.
—Para y mírame —dijo él—. Quiero estar seguro de que me entiendes.
Ella giró con fuerza el volante a la derecha y estuvo a punto de meterlos en una zanja. Puso el coche en punto muerto, dejó el motor encendido, salió y echó a andar.
¿Adónde narices creía que iba?
—¡Madeline, vuelve aquí! —la llamó. Apagó el motor y fue tras ella—. Has dicho que querías la investigación, ¿recuerdas? Conocías los riesgos, pero has dicho que querías la verdad.
Ella ni siquiera se volvió.
—Toma el coche y vete.
—Oye, esto es una investigación —arguyó él—. Tú me pagas mucho dinero. No puedo limitarme a preguntar sólo a la gente a la que no te importaría ver en la cárcel. Si eso es lo que esperas, estoy perdiendo el tiempo... como ha dicho tu tía.
Ella siguió andando con la espalda recta y rígida.
—Sólo conozco un modo de hacer esto y es cuestionarlo todo y a todos —gritó él.
Al fin ella se volvió a mirarlo.
—¿Y debo permitirte destruir la reputación de mi padre con preguntas que no tienen nada que ver con el modo en que desapareció ni con quién pudo matarlo? ¿No comprendes que su buen nombre es lo único que me queda? ¿Que he tenido que soportar dudas sobre todas las personas a las que quiero menos él? Y ahora vienes tú aquí e intentas convertirlo en una especie de... —sollozó— una especie de pervertido. ¿Sugieres que pudo haber abusado de mi propia hermana?
El se pasó una mano por el pelo. Lo que había leído en los diarios de su madre lo había preocupado. En la desaparición del reverendo había algo más que un atraco que se había complicado o una esposa que quisiera reclamar el dinero del seguro.
—¿Y el vibrador? —preguntó—. Tuvo que salir de alguna parte, ¿no? Estaba en el maletero del coche de tu padre. Junto con la ropa interior de tu hermana. ¿Sabes lo que me sugiere eso?
—No quiero oírlo —gritó ella, que lloraba ahora con fuerza.
—Me sugiere que probablemente eran de él. ¿Cuántas probabilidades hay de que un asaltante desconocido abusara de tu hermana y plantara las pruebas en el coche de tu padre?
—Tú no sabes nada, Hunter. Eso es posible.
—¿Por qué crees que Grace dijo que no habían abusado de ella? ¿Por ella? ¿O por ti?
—¡Estás despedido! —aulló ella—. Vete al aeropuerto y deja mi coche en el aparcamiento. Lo recogeré más tarde. Usa el resto del dinero para comprar un billete. No me importa. Sólo quiero que te vayas.
Echó a correr. Pero él la alcanzó, la agarró del brazo y le hizo volverse.
—¿Ahora soy yo el malo? —preguntó con frustración—. ¿O es más fácil echarme la culpa que afrontar la verdad?
—¡Tú no sabes la verdad!
—¡Sé que tu padre pudo ser un pederasta!
Madeline levantó la mano como para golpearlo, pero él la agarró por la muñeca. A ella parecieron abandonarle las fuerzas y dejó caer la mano al costado.
—Ya no puedo más —lo miró con expresión torturada—. Sólo quiero...
Volvió a levantar la mano, pero con una intención diferente. Le tocó la mejilla y deslizó los dedos por la mandíbula, los labios y la barbilla como buscando algún tipo de solaz.
Hunter intentó no reaccionar. Su hambre era demasiado fuerte y ella estaba confusa y alterada. Pero cuando ella levantó los párpados, vio que tenía lágrimas en las pestañas.
—Dime que no es cierto.
Él no podía. Pero quería borrar el dolor, borrar sus cargas un rato. La besó levemente en la boca y susurró:
—Tranquila. Madeline. Todo irá bien.
Quería dejarlo así, con un beso dulce y reconfortante. Pero ella abrió los labios y lo besó con tal rapidez y ansia que él le sostuvo la cabeza en la palma y respondió a los movimientos de la lengua de ella. Ella reaccionó con frenesí, obligándole a profundizar el beso hasta que se quedaron tan sin aliento que se apartaron jadeantes.
—Esto no es inteligente —consiguió decir él—. Tú no piensas racionalmente. Ni yo tampoco. Besarte así me hace desear... demasiado.
Ella no pareció oír la primera parte, sólo la segunda. Lo tomó de la mano y echó a correr hacia el refugio de unos árboles, tirando de él.
Ray empujaba el carrito por el supermercado. No tenía mucho dinero para comida. El trabajo escaseaba los meses de invierno y le gustaba guardar la mayoría para las páginas porno y el salón de billar. Pero ahora que estaba fuera de la caravana se sentía más seguro, menos atrapado. Quizá debería irse, buscar un sitio nuevo donde vivir. A menudo se preguntaba si no sería lo mejor.
¿Pero Adónde iría? ¿Y el dinero? Apenas si conseguía sobrevivir así. El remolque era alquilado; sólo poseía los muebles deteriorados de dentro y la vieja camioneta. Y no podía vender la camioneta porque entonces no podría trabajar. Además, le gustaba Stillwater. Conocía a todo el mundo y se sentiría muy solo y extraño en cualquier otra parte. Dios sabía que no podía vivir más cerca de su madre y de su hermana. Había sido difícil pasar tanto tiempo con ellas en las últimas semanas. Lo irritaban de tal modo que quería matarlas antes de que pasaran veinticuatro horas.
No. marcharse no era la respuesta. Si no estaba allí para proteger sus secretos, podía saberse la verdad. Y entonces la policía lo buscaría dondequiera que estuviera. Y su madre, su hermana, sus amigos... todo el mundo lo despreciaría. Peor, su ex mujer le diría al mundo que había estado en lo cierto con él y viviría como un hombre cazado. O iría a la cárcel.
Se estremeció. No podía ir a la cárcel.
Se recordó que, si tenía cuidado, no tendría que ir. Simplemente se estaba poniendo nervioso otra vez. Sólo tenía que dejar pasar el tiempo.
Pero entonces oyó a Beth Ann Colé, que trabajaba en la sección de panadería, hablar con Mona Larsen mientras le servía unos donuts.
—Es guapo, ¿verdad?
—Guapísimo. ¿Pero quién es?
—Hunter no sé qué.
—¿Qué hace aquí?
—Es un detective privado de California. El que ha contratado Madeline.
¿Detective privado? Ray empujaba el carrito hacia la sección de productos lácteos, pero se detuvo y fingió mirar una caja de galletas.
—Hasta su trabajo suena sexy —se rió Mona—. ¿Cuánto tiempo crees que se quedará en el pueblo?
—Hasta que resuelva el caso, me imagino.
—Entonces puede que esté tiempo. Quizá deberíamos presentarnos.
—¿Por qué no?
—¿Con quién has salido últimamente? —preguntó Mona.
La conversación se alejó del tema que interesaba a Ray, que se apartó de allí. Pero Beth Ann y Mona no eran las únicas que hablaban de los últimos acontecimientos. Cuando llegó a la caja, Lizzie sacó el tema de la investigación.
—¿Has visto eso? —señaló con la cabeza una hoja de papel azul pegada encima de la caja.
Ray ya no veía como antes. Se acercó más para poder leer la letra impresa.
Por favor, pase por la comisaría de policía para ver fotos de dos pares de bragas de niña encontradas en el coche de mi padre la semana pasada. Ofrezco una recompensa de 500 dólares al que pueda identificar a quién pertenecían u ofrecer alguna información sobre su origen. Descubramos por fin lo que le ocurrió a mi padre, y a su pastor, vecino y amigo. Gracias por su ayuda. Madeline Barker.
¿Quinientos dólares? Eso haría probar suerte a todos los del pueblo.
La rabia y el pánico se mezclaban creando un remolino en su interior. ¡Maldita Madeline Barker! Ray había querido incluirla en la diversión que Barker y él habían tenido con Rose Lee y Katie, pero el predicador no quería ni oír hablar de ello. Por lo que a él respectaba, Madeline era demasiado pura para profanarla. Pero ella se merecía el mismo tratamiento y aquello lo probaba. Barker había usado a la hija de Ray sin pensarlo dos veces.
La rabia se extendía por sus venas como si fuera humo... rabia de que Barker hubiera protegido a su hija y abusado de la de él. Rabia de que precisamente Madeline fuera un peligro para él.
—¿Vas a ir a echar un vistazo? —preguntó Lizzie.
Ray asintió. Aunque estuviera asustado, tenía que parecer que hacía su parte. Y también tenía que impedir que Madeline llevara más allá la investigación.
Aunque eso implicara preparar otro accidente.
A Madeline no le importaba haber dejado el coche en la autopista. No le importaba que sólo se hubiera acostado con un hombre en su vida ni que hiciera apenas un par de días que conocía a Hunter Solozano. Sufría tanto que tenía que acabar con aquel dolor. Y cuando él la tocaba, desaparecía.
Cuando estuvieron agachados detrás de unos robles altos, donde estaban ocultos de la carretera, le agarró la camisa y volvió a tirar de él, desesperada por sus besos.
—Madeline.
Por el modo en que pronunció su nombre, ella adivinó que iba a intentar persuadirla de que frenara. Obviamente, esperaba desalentarla, disuadirla de lo que quería hacer. Pero no daría resultado.
—No lo estropees —dijo ella—. Bésame.
El hundió las manos en el pelo de ella, la apoyó contra el árbol y la besó en los labios. Ella se regodeó en su calor, en la firmeza de su cuerpo grande, la presión de su erección, su necesidad a juego con la de ella. Su abrazo le resultaba tan satisfactorio, que no podía pensar en nada más. Excepto el anhelo de sentirlo dentro, de dejar que le impidiera pensar.
Llevó las manos a los pantalones de él.
—Madeline, espera.
—No hables —susurró ella.
—Pero me vas a poner difícil parar. Para mí ha pasado mucho tiempo. ¿Comprendes?
—No quiero parar —ella lo silenció con otro beso, el tipo de beso que le prometía que no se le negaría en el último momento.
Sintió el cambio en él cuando dejó de resistirse. Le levantó la falda y sus dedos rozaron los muslos desnudos de ella.
Madeline se estremeció, casi demasiado sensible para soportar incluso un contacto tan leve. Pero siguió besándolo. Tenía miedo de que, si paraba, él también lo hiciera. Y entonces podían cambiar de idea.
—¿Esto es lo que quieres? —preguntó él.
—Sí —gimió ella cuando él la tocó.
—Ultima oportunidad de cambiar de idea —susurró él.
Pero su voz sonaba entrecortada, desesperada, tan desesperada como se sentía ella, y Madeline no pensaba detenerlo. Ya no. Hunter había sacado un preservativo de la cartera y, mientras lo abría, ella palpó la suavidad aterciopelada de él y experimentó una oleada de satisfacción cuando los músculos de él respondieron con un movimiento.
—Espero que no te arrepientas de esto —dijo él.
—Sólo haz desaparecer el dolor —le suplicó ella.
Dejó las bragas a un lado y lo miró a los ojos, ojos que eran tormentosos e intensos cuando él se hundió en su interior.