CAPITULO 23
—No tiene una agenda —dijo Clay con impaciencia.
Hunter sabía que el hermano de Madeline quería estar fuera, buscándola. Perder tiempo registrando la caravana de Ray incrementaba su ansiedad. Y Hunter comprendía por qué. A cada minuto que pasaba, Ray seguramente se llevaba más lejos a Madeline. Pero no podían buscar al azar. Tenían que seguirle el rastro. Era su única esperanza.
—Pues busca trozos de papel, cualquier cosa que tenga un nombre o un número de teléfono —repuso—. Anuncios clasificados. Recibos.
—¿Ha hecho equipaje? —preguntó Clay—. ¿Se ha llevado sus cosas?
Era difícil saberlo. A Hunter le daba la impresión de que Ray se había marchado con tanta prisa que no se había llevado muchas cosas.
—Hay un recibo en el suelo de la cocina —dijo Clay un momento después—. Es de una ferretería.
—¿De qué fecha?
—De hoy.
En el dormitorio no había nada que indicara Adónde podía haber ido, así que Hunter volvió a la habitación del ordenador. Quizá no la había examinado bien antes. Era posible que Ray hubiera intercambiado correos con alguien o visitado una página que indicara algo.
—¿Qué ha comprado? —preguntó, cuando abría la carpeta de correos enviados.
—Una cadena y una estaca.
Hunter se pasó una mano por la frente. Ray probablemente buscaba intimidad, algún lugar al que pudiera llevar a Madeline y...
No quería pensar en las posibilidades. Pero sabía cuáles eran. El salvapantallas y las páginas porno de su ordenador le decían qué era lo que quería Ray exactamente.
La apatía que había invadido a Hunter después de su divorcio se había evaporado, dejándolo en un mundo de sentimientos, un mundo de dolor. Estaba desesperado por pensar con más rapidez, ser más inteligente, trabajar más deprisa.
Como ya había visto antes, el correo de Ray contenía sobre todo publicidad. Había algunos correos personales de otros hombres que vendían fotos lujuriosas. Pero Hunter los ignoró para concentrarse sólo en una cosa... buscar información que pudiera llevarle hasta Madeline.
—¿Ves algo? —preguntó Clay.
—No.
Hunter empezaba a ceder al pánico. No tenía dónde seguir buscando. Tenían que encontrar alguna pista sobre el destino de Ray. Pero el ordenador no le decía nada. Aquel pervertido había visitado una larga lista de páginas porno. Nada más.
Y entonces vio lo que andaba buscando.
www.TNcabañas.com
¿Qué podía hacer... qué podía hacer? Ray tamborileaba nervioso con los nudillos en la mesa de la cocina.
Le había puesto el collar a Madeline para enseñarle lo que le esperaba. Le gustaba el miedo que le asomaba a los ojos cuando se lo apretaba tanto que apenas podía respirar. Eso le hacía cerrar los ojos y concentrarse en vivir. Le hacía darse cuenta de lo tenue que era la línea entre la vida y la muerte... y de que él era el que decidiría si cruzarla y cuándo.
Eso era poder. Le hacía sentirse invencible... y un poco fuera de control. Ella estaba totalmente vulnerable ante él. Tan vulnerable como había estado Rose Lee. De hecho, sentía más excitación ahora que entonces, porque ahora estaba él al cargo, no el reverendo.
Se imaginó los pechos de Madeline desnudos a la vista mientras se retorcía en la cama luchando por respirar. Su primera experiencia sería hermosa. Perfecta. Haría lo que quisiera con ella mientras ella gemía debajo de él.
Pero... eso tendría que esperar. Empezaba a oscurecer y no tenía comida ni velas. Su plan había sido vigilar la casa de ella para decidir cuándo sería el mejor momento para llevársela. Pero cuando se acercaba a su casa, ella había pasado conduciendo a su lado e iba sola.
Así que la había seguido.
Y cuando la vio en la granja y se dio cuenta de que no había nadie más, decidió no desperdiciar la oportunidad; pero eso implicaba alterar los planes e ir directamente a la cabaña.
Había hecho bien. Podía ir de compras ahora, antes de que cerraran las tiendas. No quería dejarla allí, pero si no lo hacía, los dos pasarían hambre hasta el día siguiente y su estómago empezaba ya a rebelarse.
Decidió que lo mejor sería estar cómodo antes de empezar la diversión. También quería comprar una Polaroid y encender la chimenea. Después dedicaría toda su atención a Madeline. Y fotografiaría sus mejores momentos para su nuevo negocio de Internet.
Se levantó y se acercó a la bolsa. Sacó un frasco de somníferos que le asegurarían que ella estaría allí cuando volviera. ¿Pero cuántos tenía que darle? Sólo quería que durmiera unas pocas horas, no incapacitarla para el resto de la noche. Eso sería una tragedia, pues tenía grandes planes... planes para los que la quería bien despierta.
Clay conocía la zona mejor que Hunter, así que éste le dejó conducir. Habían llamado al Departamento del Sheriff del Condado de Sevier, que había accedido a enviar a un agente a las cabañas de Montanas Nubladas. Pero les había dicho que las cabañas se usaban muy poco en esa época del invierno, que estaban muy esparcidas y que tardarían en visitarlas todas.
Hunter no podía relajarse. Tenía miedo de que el agente no llegara a tiempo y miedo de lo que pudiera encontrar. ¿A qué se enfrentaban en realidad?
Obviamente, Barker había sido pederasta. Salía en las fotos que le había dado Clay. ¿Pero qué pintaba Ray en eso? Podía haber asumido que Ray había matado a Barker por abusar de Katie y Rose Lee. Pero Barker había seguido con vida unos cuantos años después de la muerte de Rose Lee, lo cual no sugería la reacción instantánea de un padre que acababa de enterarse de que el predicador violaba a su hija. Y la pornografía del ordenador indicaba claramente que Ray también era un sádico sexual.
Cuanto más intentaba descifrar aquello, más preguntas le pasaban por la mente. ¿Qué había hecho Ray? ¿Y qué era capaz de hacer?
—Para aquí —dijo, cuando divisó una ferretería.
Clay lo miró sorprendido.
—¿Qué?
—Tengo que comprar algo.
—No hay tiempo. Quedan siete horas hasta las cabañas.
Había pocas esperanzas de salvar a Madeline. Ray llevaba demasiada ventaja. El destino de ella dependía del ayudante del sheriff. Pero Hunter no quería afrontar esa verdad y mucho menos decirla en voz alta.
—El agente llegará en cualquier momento. Y sólo será un segundo.
Clay paró el coche.
—Date prisa —dijo.
Ray paseaba por los pasillos del supermercado con la bolsa de viaje al hombro, mirando los estantes e intentando calcular lo que podía robar y lo que tendría que comprar. Tenía el dinero de Bubba, pero sabía que sería inteligente hacerlo durar.
—¿Quiere que le ayude a buscar algo?
Una mujer regordeta de pelo rojizo rizado y nariz de cerdito le sonrió desde su taburete detrás de la caja. En el mostrador, delante de ella, había una tele pequeña, pero en ese momento se oían anuncios, y probablemente por eso le había prestado atención.
—No, ah, estos pepinos servirán —dijo, y le devolvió la sonrisa mientras elegía el más grande y lo metía en su cesta.
—¿Está de paso? —preguntó ella.
—No, pienso quedarme unos días.
—¿De dónde viene?
—De Nashville —mintió él.
—Es un sitio divertido.
Ray fingió no oírla. Pasó a otra sección, donde vio un tubo de masa para galletas que era más grueso que el pepino y decidió que podía darle un buen uso.
—Esa masa dulce es adictiva —comentó ella.
Ray sonrió. Estaba plenamente de acuerdo.
En la tele terminaron los anuncios.
—Avíseme si necesita algo.
El asintió y siguió mirando por los pasillos. Entró un conocido en la tienda y habló con la mujer de un bar nuevo que iban a abrir al lado. Ella no quería el bar cerca de su tienda y Ray aprovechó su distracción para meterse varios artículos en los bolsillos.
—No quiero encontrarme botellas rotas en el aparcamiento todas las mañanas —decía ella cuando se acercó a la caja.
—Estoy contigo —su amigo movió la cabeza con aire comprensivo y se apartó.
Ray pagó su compra y se dispuso a salir. Pero entonces vio algo que le llamó la atención. Varios pares de pendientes dorados que colgaban de muestra cerca de la caja.
—¿Cuánto vale eso? —preguntó.
—Seis noventa y nueve.
Ray había visto a su madre agujerearle las orejas a su hermana con un cubito de hielo y una aguja. Ese método podía servir también para lugares del cuerpo más excitantes, ¿no?
Tomó los pendientes y sacó un billete de diez dólares.
—También necesito agujas de coser.
Madeline oyó llamar a la puerta como a través de una niebla densa. Estaba en un ataúd, enterrada viva. Enterrada al lado de su padre. Su mente parecía flotar libremente y los veía a los dos desde arriba. Su padre era un esqueleto macabro con sólo unos mechones de pelo y trozos de piel podrida. Pero ella no tenía miedo. De todos modos, no podía hacer nada por alejarse de él. No podía moverse.
Pero no le importaba. El dolor había desaparecido. Y el miedo también. No existía Ray ni amenazas ni movimientos.
Sólo las llamadas insistentes. ¿De dónde salían?
—¿Hola? Soy Brian Shulman. Soy el encargado de las cabañas y estoy con un ayudante del sheriff de Sevier. ¿Hay alguien?
La voz le llegaba a Madeline distorsionada y surrealista. Un ayudante del sheriff. Aquello era bueno, ¿no? Algo le decía que debía contestar, pero no podía encontrar la voz.
Además, ¿y si era un truco? ¿Y si se trataba de Ray? Le había dicho que la castigaría con severidad si intentaba escapar.
Era mejor quedarse donde estaba, escondida en la oscuridad... escondida en el armario.
¿Armario? Recordó a Ray obligándola a tragar somníferos antes de trasladarla al armario del dormitorio y echarle mantas por encima y comprendió que no estaba en un lugar seguro para nada. Tampoco estaba muerta. Estaba en peligro porque él iba a volver. Había prometido que lo haría. Y al hacerlo le había apretado el collar.
Sentía el peso del cuero en el cuello. Lo había aflojado un agujero para que no se sofocara en su ausencia, pero le seguía cortando la piel. Por eso se había tragado las pastillas, que le habían dejado un sabor amargo en la boca. No quería hacerlo, pero apenas podía respirar y estaba al borde del desmayo.
Intentó recordar lo que había ocurrido en esos últimos segundos. ¿Adónde había ido Ray? ¿Cuándo volvería? ¿Y qué debía hacer ella?
No podía pensar con claridad. Estaba atontada.
—Departamento del Sheriff—dijo una voz diferente—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Madeline intentó gritar, pero no pudo emitir ningún sonido. Oía a alguien moverse por allí, abriendo puertas, caminando por el pasillo, e imaginó que el que fuera alumbraba las habitaciones con una linterna.
—¿Señor Harper? ¿Hay alguien aquí?
El dueño de la voz abrió la puerta de su habitación. Madeline se dijo que tenía que moverse, golpear la pared con la cabeza, dar patadas... cualquier cosa que desvelara su presencia. Pero estaba completamente paralizada. A pesar de sus esfuerzos, ni un solo músculo de su cuerpo respondía a las órdenes de su cerebro.
Intentó hablar, pero volvía a tener la mordaza. No la había sentido antes, pero ahora la tela de algodón le corlaba la boca y le impedía mover la mandíbula. Debía de haber estado allí todo el tiempo.
La puerta del armario se abrió. Madeline rezó para que se viera algo de ella. Pero la puerta volvió a cenarse casi al instante.
—¿Ha encontrado algo? —preguntó oirá persona desde el umbral.
El suelo crujió al alejarse el hombre que había abierto el armario.
—Una cama vacía y un montón de mantas.
¡No! Madeline hiperventilaba ahora y sudaba profusamente. Jamás se había sentido tan impotente y vulnerable. No podía moverse ni hablar. Sólo podía oír. Y alterarse no la ayudaba. El pánico volvía a sumirla en la inconsciencia. Cuanto más intentaba moverse o hablar, más cerca estaba de perder el sentido.
Lo último que oyó fue que alguien decía:
—Ha habido gente aquí hace poco, pero todo está bien. No hay ninguna mujer secuestrada.
Una lágrima bajó por la mejilla de Madeline y la oscuridad se la tragó entera.
Hunter iba sentado en el asiento del acompañante y rompía la envoltura de la lupa que acababa de comprar.
—¿Para qué es eso? —preguntó Clay, que conducía todo lo deprisa que podía, decidido a acortar todo lo posible el viaje hasta las cabañas.
Hunter sacó las fotos del bolsillo de su chaquetón.
—Quiero examinar mejor esto.
Clay cambió de carril.
—¿Qué es lo que buscas?
—No lo sé todavía. Algo que me diga más de lo que pasaba y de quién participaba.
—Yo le puedo decir dónde se hicieron la mayoría.
—¿Dónde?
—En el despacho del reverendo en la granja o en el de la iglesia.
—¿Y las que no?
—No muestran el fondo. Están demasiado cerca del sujeto.
Aquello era cierto. La distorsión de las fotos sugería que Barker había sujetado la cámara y hecho las fotos personalmente. En otras se había apartado y sacado a las chicas por separado o juntas... todas en posturas comprometedoras. Las fotos enfurecían tanto a Hunter que no se sentía capaz de culpar a Irene o a Clay si habían hecho algo para parar a Barker. Ni siquiera podía preguntar a Clay lo que había ocurrido, porque de pronto ya no quería saber los detalles, no quería la carga de decirle a Madeline la verdad si se la preguntaba ni la carga de decidir si debía ir a la policía con la sórdida historia.
—¿Conoces a Ray desde que te mudaste aquí? — preguntó.
—Sí. Pero es evidente que no lo suficiente.
Hunter examinaba una de las fotos, que mostraba el extremo de un aparato de aire acondicionado en la ventana. Seguramente la habían tomado en el despacho de la granja. Madeline le había dicho que antes había habido aire acondicionado allí. Pero eso era todo. No había ningún otro objeto visible que le dijera algo más de lo que ya sabía, así que pasó a otra foto.
—¿Cómo es Ray?
Adelantaron a un coche y Clay se colocó entre oíros dos.
—No sabría decirte. Siempre se ha ocupado de sus propios asuntos. O eso pensaba yo. Sentía lástima de él por lo de su hija —Clay movió la cabeza—. No esperaba que fuera peligroso.
—No creo que lo esperara nadie —Hunter sacó otra foto. Esa la habían hecho en otro sitio. Veía parte de un escritorio al fondo—. ¿Dónde es esto?
Se la mostró a Clay, que la miró un instante.
—En la iglesia.
Hunter tomó otra foto. Era también de la iglesia, pues aparecía el mismo escritorio. Pero en ésa, Katie llevaba a cabo un acto sexual con Rose Lee y Barker no estaba en la foto. Hunter se disponía a dejarla cuando vio algo cerca del borde.
—Hijo de perra —murmuró.
—¿Qué? —preguntó Clay.
Hunter movió la cabeza con incredulidad.
—Tu padrastro no estaba solo cuando torturaba a esas chicas.
—¿Por qué lo dices?
—Veo parte de él en la esquina de esta foto.
—¿Parte de él?
—La rodilla o algo así.
—¿Cómo lo sabes?
—Si te fijas bien, verás que lleva los mismos pantalones que en la otra.
—Yo he visto mucha carne, pero no pantalones — repuso Clay con amargura.
—Los tenía alrededor de los tobillos.
Clay hizo una mueca. Hunter supuso que no le resultaba fácil hablar de las fotos. Le sería imposible no pensar en lo que le había ocurrido a su hermana y en lo que probablemente había pasado luego como resultado. Era imposible adivinar lo terrorífico que habría sido eso para un chico de dieciséis años.
—Está en muchas de las fotos.
—Lo sé, pero en ésta no está lo bastante cerca para ser él el que sujeta la cámara. La foto la tuvo que hacer otra persona.
Clay lo miró.
—¿Crees que Ray le haría eso a su propia hija?
Hunter dejó la lupa a un lado. «Madeline, soy tu papá. Ábrete de piernas para mí, ¿vale, tesoro? Tú eres la que deseaba desde el principio».
La idea del incesto excitaba a Ray Harper.
—Sí —miró pasar rápidamente las líneas en el centro de la carretera. Iban deprisa, pero no lo suficiente. ¿Qué le estaba haciendo Ray a Madeline?
Sólo le quedaba esperar que los hombres del sheriff los hubieran encontrado ya. Había llamado para preguntar, pero una mujer le había contestado que estaban en ello.