CAPITULO 10
El trozo de papel que cayó del diario infantil de Madeline hizo que se le encogiera el estómago. Supo instantáneamente lo que era. Había recogido el papel de la basura después de que su padre lo arrugara y tirara. Hacía veintisiete años que no lo veía, pero llevaba cada palabra y cada línea impresas de modo indeleble en la memoria.
Cuando Hunter lo recogió, no lo detuvo. Probablemente lo habría hecho, pero no podía respirar. Lo vio abrirlo y leer el contenido.
Después de unos segundos interminables, él alzó la vista.
—¿Tu madre pensaba dejar a tu padre?
A Madeline le ardía la garganta por el esfuerzo de contener las lágrimas. Tendió la mano y él le entregó el papel.
Querida mamá:
No puedo seguir así. Cada día es más negro que el anterior. Tengo que dejar a Lee lo antes posible. No puedo explicarlo y no puedo ir contigo. Todavía no.
Рero necesito dinero. Todo lo que puedas darme. Por favor. Lo que sea...
Las lágrimas nublaron la visión de Madeline y no pudo seguir leyendo. Parpadeó con rapidez y apartó la nota antes de que la anegaran los sentimientos. No quería ver la hermosa caligrafía de su madre, sentir la pérdida ponzoñosa que le aplastaba los hombros. ¿Habría sido más feliz su madre si se hubiera ido de Stillwater?
El filo de la culpabilidad parecía cortar a Madeline como una sierra... destructivo, poderoso, desgarrador. Había encontrado la nota al descubrir un falso fondo en el joyero de su madre y se había asustado tanto al leerla que se había echado a llorar. Sus padres, que estaban viendo la tele, habían corrido a la habitación, donde su madre se había quedado petrificada con los ojos muy abiertos mientras su padre leía la nota en voz alta…
Él le había dicho a Madeline que era una muestra más de la escritura desequilibrada de su madre, un efecto secundario de su «enfermedad», pero Madeline no había olvidado nunca la desesperación del rostro de su madre.
Hunter recuperó la nota y la dejó a un lado. Le tomó la mano, pero no preguntó nada. Permanecieron sentados en silencio con los dedos entrelazados.
Como no quería mirarlo a los ojos, fijó la vista en sus unas cortas y limpias y la piel bronceada. Era un hombre bello, de eso no cabía duda. También le había parecido duro y egoísta, pero por el momento no parecía ninguna de ambas cosas. Simplemente estaba allí, ofreciendo su apoyo y, lo más importante, esperanza de que el misterio que tanto tiempo la había atormentado se resolviera por fin.
—Por esto no querías aceptar el encargo, ¿verdad? —preguntó ella.
—¿Esto?
—El nivel de sentimientos que conlleva.
—Una de las razones —admitió él.
Ella tragó saliva.
—Es duro para ti investigar cuando yo apenas puedo hablar del pasado.
—No me preocupaba la investigación.
Al fin Madeline lo miró a los ojos.
—¿Entonces qué?
—Eso ahora no es importante.
Ella se secó las mejillas.
—Generalmente no soy tan llorona.
—Todos tenemos nuestros malos momentos —repuso él.
Madeline se preguntó cuáles eran los de Hunter. ¿Le preocupaba la mujer llamada Antoinette? ¿Qué había pasado en su matrimonio? ¿Lamentaba haber perdido a su esposa?
Sentía curiosidad, pero no preguntó. El ya había dejado claro que su vida personal era sólo suya.
—Esta nota... —dijo él—. ¿Hubo otras así?
Madeline observó a Sophie buscar un lugar cómodo en el sofá.
—¿A qué te refieres?
—¿Otras llamadas de auxilio?
Recordó la voz de su padre. «No hablaba en serio», hija. «Ella no se va a ninguna parte, ¿verdad. Eliza?». Y la respuesta de su madre: «No, no, claro que no. Yo nunca te dejaría, hija. Nunca».
—Eso no fue una llamada de auxilio —insistió.
—¿Y qué fue?
—Fue... más de lo mismo. Estaba deprimida. Escribía cosas. Muchas cosas —y sin embargo, ella había rescatado aquella nota en concreto y la había guardado en su diario. Eso ya la diferenciaba y la convertía en mentirosa—. Ella quería a mi padre.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque... aunque por la noche dormía conmigo, antes iba al dormitorio o al cuarto de baño con él.
—¿Todas las noches? —La mayoría.
—¿Y tú crees que hacían el amor?
—Sé que lo hacían.
—¿Cómo?
—Una vez los sorprendí. Mi madre estaba... —ella carraspeó, incapaz de describir con palabras las imágenes de su mente—. Estaban en una posición íntima.
—¿En el coito?
¿Tenía que ser tan específico?
—¿Importa eso?
—Puede que sí o puede que no.
Ella suspiró. No era fácil hablar de situaciones tan íntimas con aquel hombre en concreto.
—El tenía los pantalones bajados y ella estaba arrodillaba delante de él.
—Entiendo. ¿Y eso significa que lo quería?
Madeline sintió que le ardían las mejillas.
—De no ser así, no habría querido estar con él tan a menudo.
—Tal vez lo hiciera coaccionada —repuso él.
—No. Ella se ofrecía. Él le preguntaba si tenía que volver a dormir conmigo y ella lo tomaba de la mano y se alejaban.
Cuando él no contestó, Madeline sintió la necesidad de llenar el silencio.
—Además, ella amaba Stillwater y a la gente de aquí. No habría querido irse. Salía a menudo a visitar a amigas, vecinas, otros miembros de la Iglesia...
Hunter se echó hacia atrás y estiró las piernas ante sí.
—¿A quién, concretamente?
—Mi madre sentía una gran empatía por los enfermos y solitarios. El marido de Bonnie Ray había tenido un infarto, íbamos allí para que Bonnie pudiera salir un rato o les llevábamos comida. Y la madre de Jedidiah Fowler estaba mayor y perdía la memoria. Mi madre le llevaba melocotones en conserva y la visitaba regularmente para que Jed no se preocupara de su madre mientras trabajaba.
—¿Quién es Jedidiah Fowler?
—Ya te hablé de él. Es el hombre que trabajaba en el tractor en el establo la noche que desapareció mi padre.
—Háblame más de él.
—No hay mucho que decir. Es un solterón que tiene una pequeña casa cerca de la escuela primaria. Su madre vivía con él hasta que murió hace unos años. Tiene el taller de reparación de coches y la única grúa de Stillwater.
—¿Y qué dice él de aquella noche?
—Que no oyó ni vio nada.
—¿Puede corroborar la coartada de Clay?
—Puede decir cuándo se marchó Clay y cuándo volvió. Nada más.
—Y no vio a tu padre.
—Aquella noche no.
—¿Tu padre y ese Jedidiah habían tenido alguna discusión o problema?
—No. Y nadie, ni Clay, ni Irene ni Molly ni Grace oyeron ninguna riña o pelea.
Hunter guardó silencio un momento.
—Tal vez vaya luego a hablar con el señor Fowler.
—Buena suerte —murmuró ella.
—¿Por qué dices eso?
—No habla mucho. Yo soy periodista y me cuesta sacarle algo. Durante mucho tiempo estuve convencida de que él había matado a mi padre.
—¿Porqué?
—Es muy diferente. Y aunque no hubo peleas que yo sepa, nunca ha ocultado que no le gustaba mi padre. Ni siquiera ahora.
—¿Alguna vez ha dicho por qué?
—Sólo que este pueblo no necesitaba un predicador como él. Creo que la religión de mi padre le resultaba demasiado puritana. No se me ocurre nada más.
Hunter volvió a hojear los diarios de su madre.
—¿Algún otro sospechoso que deba saber? ¿Qué hay del otro tipo? ¿El que está en la cárcel por temas de drogas?
—Mike Metzger. Fabricaba metanfetamina en su sótano. Pero me han dicho que está a punto de salir en libertad condicional.
Hunter dejó los diarios a un lado.
—¿Cuándo fue a la cárcel?
—Hace cinco años.
—¿Y qué relación tenía con tu padre?
—Su familia y él iban a nuestra iglesia. Una semana antes de su desaparición, mi padre sorprendió a Mike fumando marihuana en el baño y lo entregó. Mike era sólo un adolescente estúpido entonces, pero se metió en un buen lío y amenazó a mi padre.
—¿Es el tipo de persona capaz de cumplir esas amenazas?
—Cuesta decirlo. Estoy segura de que es más peligroso ahora que entonces. Es más mayor, para empezar. Y la cárcel no lo ha mejorado. Yo le he escrito unas cuantas veces en los últimos años, suplicándole, amenazándole, intentando averiguar si tuvo algo que ver con la desaparición de mi padre.
—¿Te ha respondido alguna vez?
—Hasta hace unas semanas, no. Me mandó una carta, pero decía algo desconcertante.
—¿Qué?
—La carta sólo tenía una línea. «¡Ojalá os hubiera matado a los dos!»
Hubo un pesado silencio.
—¿Y todo por el incidente en el baño de la iglesia? Ella sonrió con cansancio.
—No del todo. Yo presionaba mucho a la policía para que lo tuviera vigilado. Pensaba que podía confesar haber matado a mi padre.
—¿Y?
—Y lo vigilaban, sí. Por eso lo pillaron haciendo metanfetamina y lo mandaron a la cárcel.
—¿Te culpa a ti de eso?
—Básicamente. Olvida que era él el que vendía drogas.
—¿Tiene una coartada para la noche en que desapareció tu padre?
—Dice que estaba en su habitación y sus padres lo corroboran.
—¿Y son creíbles?
—La mayoría de la gente no tiene una alta opinión de Mike, pero sí de sus padres.
—¿Sabes en qué parte de la casa estaba su habitación?
—En el segundo piso. Pero él podía salir si quería.
—Tomaré nota de eso.
Madeline se sentía algo mejor. Hunter se mostraba mucho más abierto a sugerencias, mucho más interesado en examinar todos los aspectos del caso que ninguno de los policías con los que había tratado. Era caro, sí, pero parecía valerlo. Seguramente descubriría lo que otros no habían podido descubrir.
—¿Alguien le ofreció ser más blandos con él a cambio de información en el caso de tu padre? —preguntó él.
—Le supliqué al jefe McCormick, el anterior jefe de policía, que hiciera lo que pudiera. Presentaron una oferta a Mike, pero básicamente los mandó al infierno.
—¿Y están a punto de soltarlo?
—Cualquier día de éstos.
—¿Y volverá aquí?
—Dudo que tenga otro sitio al que ir.
Hunter chasqueó la lengua.
—Estoy deseando conocerlo.
—No esperes que se muestre cooperativo —ella por fin se había recuperado lo bastante como para sonreír—. Desde luego, no te dejará leer su diario.
El señaló el librito de plástico.
—Ahí no hay nada que me vaya a escandalizar, ¿verdad?
—Resérvalo para cuando te vayas a la cama —se rió ella—. Seguro que te duermes sin problemas.
Hunter amontonó las libretas con los diarios de su madre y colocó encima el diario de ella y la carta.
—¿Para qué quieres eso?
El se levantó con el ceño fruncido.
—No lo sé. Me gustaría examinarla mejor, si no te importa.
Madeline se sentía curiosamente protectora con aquella nota. Pero le pagaba para que descubriera la verdad y tenía que proporcionarle todo lo que pudiera necesitar
—Desde luego. ¿Quieres también las carpetas de la policía?
Se levantó a su vez. Tenía que ir a trabajar en el periódico.
—Todavía no. Esperaba que pudieras llevarme a la granja.
—¿Ahora?
—¿Por qué no?
Madeline consideró la posibilidad de enviarlo solo a casa de Clay y la rechazó de inmediato.
—Clay no es alguien al que puedas acercarte a la ligera —dijo.
—¿Por qué no?
—Ha tenido que luchar por todo lo que tiene y ha sido blanco de muchas sospechas y dudas.
—¿Qué es lo que intentas decir? ¿Que es peligroso?
—¡No! Pero no recibe muy bien a los desconocidos.
—¿No hablará conmigo?
Ella pensó en el trabajo que tenía pendiente todavía en el periódico y concluyó que el próximo número iba a ser muy corto.
—Sólo digo que es mejor que vaya contigo.
Mientras Madeline se duchaba en su casa, Hunter se sentó ante el escritorio de la casita de invitados a leer diarios de su madre.
Un día más. Lee trabaja en la iglesia, aconsejando a alguien. No sé a quién. Estoy sola con mis pensamientos y mi hija. Miro a Madeline a los ojos y rezo para que pueda darle una vida mejor que la que yo he conocido. Esta mañana me parece posible. Me aferró a esa esperanza. ¡Si fuera sólo por el dinero, la oportunidad!
Tengo miedo de respirar y perderme una pista. Tengo que escapar. Es la única respuesta. Lo he sabido todo el tiempo, desde entonces. ¿Pero cómo y cuándo? Satanás me seguirá. Vendrá a por mí. Oigo mi nombre. Viene a por mí ahora.
Eliza parecía casi normal en aquel trozo. Pero había otros tan crípticos, especialmente los poemas, que era casi como si hablara en acertijos.
¿Qué le faltaba en la vida? ¿Qué pistas eran las que buscaba? Y la parte de tener que irse... ¿Se refería a salir de este mundo? De no ser por su subsiguiente suicidio. Hunter habría interpretado esa línea como dejar a su esposo. A la luz de la nota que Madeline había encontrado en el compartimiento secreto del joyero, se preguntaba si no sería así.
«Lo he sabido todo el tiempo, desde entonces...».
¿Desde cuándo?
Pasó unas cuantas páginas más.
Hay un gusano en mi manzana. Más de uno. Gusanos por todas partes. Comiéndose la carne, mostrando el corazón podrido. Rezo para despertarme de la pesadilla, pero esta pesadilla es mi vida. Irónicamente, es una vida que mis amigas envidian.
En la misma página, Eliza había pegado un recorte de periódico de una chica que había perdido la vida en un atropello con fuga. La madre de Madeline parecía muy afectada por esa tragedia. Conocía a la chica, lo cual habría hecho que fuera doloroso. Pero escribió sobre ella durante los dos años siguientes. Casi como si hubiera una conexión personal, y sin embargo, el nombre de la chica no había aparecido antes en los diarios.
«Lo haré por ella», había escrito Eliza más de una vez. ¿Hacer qué? ¿Y esa «ella» era Katie o Madeline? Había veces en las que Eliza parecía mezclarlas.
Hunter leyó la necrológica de Katie, que estaba pegada en el diario al lado del artículo.
Había nacido en Stillwater y la había criado su madre. No se mencionaba ningún hermano. El funeral había tenido lugar en la Iglesia de la Pureza de Cristo, la iglesia del padre de Madeline. El reverendo Barker había pronunciado el partegírico.
Hunter acercó la segunda caja hacia sí y empezó a ojear la amplia colección de sermones del reverendo. Lee Barker parecía admirar tanto su trabajo como para guardar todos los papeles y archivar cada sermón meticulosamente por fechas.
Hunter confiaba en encontrar sus notas para el funeral de Katie. Pero la única referencia a la chica era un breve pasaje en el sermón del domingo siguiente.
Ojalá Dios golpee al hombre o mujer que nos ha robado a nuestra inocente Katie. Era una chica hermosa, llena de vida y dispuesta a hacer la voluntad de Dios. No sé lo que haré sin sus servicios angelicales a mí y a esta iglesia.
Al parecer, el reverendo también la conocía. Y aparentemente, le gustaba. Hunter se permitió una sonrisa sardónica. Si era «angelical» en opinión de Barker, es que tenía que haber sido muy buena.
El sermón de la semana siguiente iba sobre ofrendas, pero Hunter no vio ninguna mención a ella. Donde aparecía su nombre una y otra vez era en los diarios de Eliza, que parecía que no podía superar la tragedia de la muerte de la chica. También se refería a otra pérdida... el suicidio de una chica de dieciséis años.
Si hubiera hablado, habría podido salvarla. Intenté advertirles, реro no me escuchaban, no lo veían. Pensaban que estaba loca. Eso es lo que él les dice a todos.
¿Ese «él» era Barker? ¿Y cómo podía haber ayudado Eliza? ¿Porque podía identificarse con la angustia mental de la chica?
Según lo que Hunter podía ver, pues no había partegírico ni artículo de periódico. Rose Lee Harper había tomado una sobredosis de somníferos.
—Espera... —murmuró.
Pasó a una sección distinta donde había visto el nombre de la chica. La habían encontrado desnuda en el suelo de su dormitorio.
¿Desnuda? Aquello parecía raro. Hunter no sabía de ningún otro suicidio en el que la persona se hubiera desnudado antes. Y menos una chica de dieciséis años.
El modo en que Eliza había escrito la palabra «desnuda» también era poco corriente. Generalmente usaba una caligrafía bonita y florida, pero DESNUDA destacaba porque había repasado las letras una y otra vez hasta clavarlas de tal modo en el papel que se leían perfectamente desde el revés de la página.
Hunter pasó los dedos por las letras.
¿Eliza había conocido bien a esa chica?
Buscó en los otros diarios, pero no pudo encontrar ninguna mención anterior a Rose Lee.
Quizá había aparecido en las páginas que faltaban, y que eran muchas.
Una llamada a la puerta lo interrumpió.
—¿Todavía no te has duchado? —preguntó Madeline al verlo.
—Me he puesto a leer los diarios.
—¿Y qué hay de la granja?
—Iré así y me ducharé cuando llegue mi ropa — miró su escritorio por encima del hombro—. ¿Qué sabes de Rose Lee Harper?
—¿Rose? —preguntó ella—. ¿Dónde has leído ese nombre?
—Tu madre la menciona a menudo.
—¡Oh! —ella se colocó mejor la correa del bolso—. Supongo que no me sorprende. Mi madre empatizaba con todo el mundo. Y lo que le pasó a Rose fue muy triste.
El salió y cerró la puerta. —Dice que se suicidó.
—Así es. Pero lo triste era su vida, ¿sabes? —rodearon la camioneta que había visto Hunter la noche anterior, la que había prestado su hermano a Madeline, y se acercaron al coche. Ella le lanzó las llaves.
—¿Yo conduzco? —preguntó él.
—Así vas aprendiendo a manejarte por el pueblo.
—¿Por qué fue triste la vida de Rose? —preguntó él cuando se sentó al volante.
Madeline se acomodó en el asiento del acompañante.
—Su madre la dejó con su padre cuando era pequeña y se fue a vivir a otro estado con otro hombre. Y Ray Harper no empezó siendo el mejor padre del mundo —sacó una goma elástica de su bolso mientras él iba marcha atrás por el camino.
—¿Qué hacía?
—No tenía mucho dinero y... —ella ajustó el espejo retrovisor para hacerse una coleta— se gastaba en alcohol el poco que tenía.
Alcohol... la mera palabra bastaba para que Hunter quisiera beber, pero apañó rápidamente la idea de su mente.
—¿Eso cambió luego?
—Se volvió muy religioso. Llevaba a su hija a la iglesia para que trabajara con mi padre. Ella incluso ayudaba algunas veces en la granja.
—¿Haciendo tareas?
Madeline devolvió el espejo a su sitio y le hizo señas de que girara a la izquierda en la señal de Stop.
—Archivaba y ordenaba el despacho de mi padre.
—¿Estaba desordenado? —preguntó Hunter—. A mí me parecía que debía de ser un hombre muy ordenado.
—Lo era, en su mayor parte. Descuidaba las reparaciones y pintura de la granja, pero su trabajo de la iglesia no. Creo que era más bien cuestión de encontrar algo por lo que poder pagarle. Necesitaban el dinero. De no haber sido por mi padre, no sé cómo habrían sobrevivido.
—¿Su padre no trabajaba?
—Ray es un hombre para todo. También lo era entonces. A veces tenía trabajo y a veces no hacía nada.
Hunter se aflojó un poco el cinturón de seguridad.
—Si tu padre quería ayudarles, ¿por qué no contrataba a Ray para hacer reparaciones en la granja?
—Lo hacía. Recuerdo haberlo visto de vez en cuando. Pero era Rose Lee la que trabajaba más en la iglesia —Madeline movió la cabeza—. Era una chica muy confundida emocionalmente, muy extraña. Mi padre hablaba con ella horas enteras.
—¿Y Katie Swanson?
—No me digas que mi madre también escribió sobre Katie.
Madeline se había maquillado un poco, lo cual realzaba sus ojos verdes.
Hunter volvió su atención a la carretera.
—¿No has leído los diarios de tu madre?
—No... no podía.
Ambos guardaron silencio un rato.
—Katie era otro de los proyectos de mi padre — suspiró ella al fin—. Tenía una madre que se acostaba con cualquiera. Nadie sabía quién era su padre. Estaba sola y desatendida y el hombre con el que estaba entonces su madre le pegaba. Mi padre intervino antes de que lo hiciera el Estado y arregló que se fuera a vivir con Ray y Rose Lee.
—¿Y por qué no quería que interviniera el Estado?
—Le gustaba cuidar de su congregación.
Llegaron a Stillwater, pasaron una casa victoriana reconvertida en tienda, la comisaría de policía y el Servicio de Neumáticos de Walt Eastman.
—¿Por dónde? —preguntó él.
—Sigue de frente. La granja está al otro lado del pueblo, fuera de la autopista.
Hunter paró en el único semáforo de Stillwater.
—¿A Ray y a Rose no les importó tener a Katie con ellos? Has dicho que tenían problemas económicos.
—Tener a Katie allí fue algo bueno para ellos. Tenían una habitación vacía en la caravana y mi padre les pagaba para que la dejaran quedarse.
—¿De dónde sacaba tu padre el dinero?
—Hacía una colecta para los pobres todos los domingos. Había miembros específicos de la iglesia por los que rezaban, así que era un esfuerzo conjunto. Creo que por eso apreciaban tanto a mi padre, porque se interesaba de verdad por los más necesitados.
Hunter pisó el acelerador cuando salieron de las calles más pobladas a una zona abierta.
—¿Por qué crees que se escapó ella?
—Se dice que estaba embarazada.
Él movió la cabeza.
—¿A los quince años?
—No olvides cómo era su madre. Katie probablemente perdió la virginidad a los doce o antes. Y según los rumores, se escapaba por la noche para verse con Tommy Meyers, que era tres años mayor.
—¿El niño era de él?
—Tommy siempre lo ha negado, pero mi padre estaba seguro de que era suyo. Nadie lo sabe de cierto. Ella murió antes de tener el niño, así que no hubo pruebas de paternidad.
—Eso es triste —dijo él.
—Mi padre se disgustó mucho. Pasó horas en su despacho con Ray, que se culpaba por no haber podido vigilarla mejor, intentando asimilar lo ocurrido.
—¿Cómo?
—Hablando, por supuesto. Yo oía sus voces cuando iba al establo a dar de comer a las gallinas. A veces veía la camioneta de Ray en la entrada tarde por la noche. Habían intentado ayudarla a toda costa, ¿sabes?
—¿Tu padre tenía algún otro «proyecto»? —preguntó Hunter. Teniendo en cuenta la suerte que había tenido con Rose Lee y Katie, esperaba que no.
—No creo. Siguió ayudando a Ray hasta que mi madre... —ella carraspeó—. Después de eso, tuvimos un par de años malos con la granja, él tenía que cuidar de mí y la gente de la zona tampoco andaba boyante, así que no sacaba mucho en la iglesia. Sobrevivimos como pudimos. Luego se casó con Irene y tuvo que ocuparse de tres niños más.
—¿Nadie dijo nada de que hubieran encontrado a Rose Lee desnuda? —preguntó él.
Madeline arrugó la frente.
—¿Estaba desnuda?
—Es lo que dice el diario de tu madre.
—Yo no recuerdo eso. Pero yo sólo tenía ocho o nueve años en el momento del funeral. No hablaban de eso delante de mí.
—No me imagino a una chica quitándose la ropa y tomando luego un montón de somníferos.
—Quizá acababa de tener un encuentro romántico.
—¿Recuerdas que tuviera novio?
—No. Y no me la imagino estando con nadie. Era muy tímida. Cuando murió Katie, dejó de trabajar para mi padre y la vi muy poco por el pueblo. Cuando me la encontraba, ni siquiera me miraba a los ojos. Miraba al suelo.
—¿Tú dirías que Rose Lee se tomó muy mal la muerte de Katie?
—Peor que nadie. Dudo de que se recobrara de la pena.
—¿Por qué dices eso?
—Antes de que Katie muriera, había veces en las que parecía casi normal. Después... —ella se encogió de hombros—. Después apenas hablaba.