Capítulo 17

Cuando el teléfono volvió a sonar, Jaclyn pensó que iban a volver a colgarle. Estuvo a punto de dejar que se activara el contestador, pero en el último segundo contestó.

—¿Quién es? —preguntó.

—Rick Perrini.

¿El hermano de Cole? Jaclyn no había vuelto a saber nada de él desde que se había marchado de Viviendas Perrini, hacía ya dos meses.

—Hola Rick, ¿cómo estás?

—Bien ¿y tú?

Jaclyn pensó en Cole y deseó decir que muy triste, pero optó por una respuesta convencional.

—Bien, gracias.

—Magnífico. Mira, te llamo porque hay algunas cosas de las que me gustaría hablar contigo. ¿Podríamos vernos esta noche?

Jaclyn miró el libro que tenía abierto frente a ella. Por fin había terminado con las cenas y los niños estaban sentados alrededor de la mesa. Alyssa pintando y Mackenzie y Alex haciendo los deberes de la escuela. Necesitaba estudiar y leer un rato con sus hijos, pero no iba a desperdiciar la oportunidad que Rick le estaba ofreciendo.

—¿A qué hora?

—Cuando te venga bien.

—¿A las nueve te parece demasiado tarde?

—No, está bien.

Jaclyn le dio la dirección de su casa y colgó el teléfono, preguntándose qué podía querer Rick Perrini de ella.

Rick apagó el motor y salió de la camioneta. La noche era fría y olía a otoño. Le gustaba aquella época del año. Le recordaba a la infancia, a la época en la que su madre todavía era una mujer saludable. Las noches frías como aquella, cuando las hojas comenzaban a caer, solía hacerles carne guisada¼

Rick cerró los ojos y aspiró con fuerza. Casi podía disfrutar del aroma del guiso y sentir los pasos de su padre llegando a casa para la cena.

Pero parecían haber pasado siglos desde entonces. Aquello pertenecía a otra vida.

La luz del porche se encendió, indicándole a Rick que Jaclyn lo había oído llegar. Caminó a grandes zancadas hacia el porche y Jaclyn le abrió a puerta antes de que hubiera llegado.

—Hola —lo saludó sonriente.

—Hola —pasó al interior de la casa.

Sobre la mesa del salón, vio un libro de texto, papeles, pinturas de colores y dos mochilas. Evidentemente, los niños estaban acostados. La casa estaba en completo silencio.

—¿Estás estudiando para sacarte la licencia de agente inmobiliario? —le preguntó al fijarse en el manual.

Jaclyn se subió las mangas de la sudadera.

—Sí.

—¿Y qué tal te va?

—No muy mal. Lo más difícil es sacar tiempo para estudiar. ¿Quieres un café?

Rick aceptó la invitación y la siguió hasta la cocina. Sacó una taza del armario mientras se sentaba a la mesa.

—¿Ahora dónde trabajas? —le preguntó Jaclyn.

—Todavía estoy buscando trabajo —le contestó. No quería decirle que no estaba trabajando porque quería dedicarse a estudiar a tiempo completo. Todavía no comprendía el motivo por el que no quería decírselo a nadie. Suponía que era el miedo al fracaso.

—¿Qué tipo de trabajo buscas?

—Todavía no estoy seguro.

—Conozco a alguien que estaría encantado de que volvieras a trabajar para él —le dijo Jaclyn con una sonrisa—. ¿Quieres leche?

—No, gracias.

Jaclyn le tendió la taza de café.

—El azúcar está en la mesa.

—¿Qué te hace pensar que Cole quiere que vuelva a trabajar con él? —le preguntó Rick.

—Para empezar, no quiere que nadie ocupe tu mesa. Y cada vez que nos ve a una de nosotras sentadas en tu mesa atendiendo el teléfono, frunce el ceño.

Rick sonrió, pensando en el ceño fruncido de su hermano. Sabía por experiencia propia lo duro que podía ser aquel gesto. Cuando eran niños, Rick solía hacer cualquier cosa para provocar a su hermano. ¿Por qué? Simplemente porque estaba furioso, siempre furioso. Y Cole era el único con el que podía pelear.

—¿Estás pensando en volver a Viviendas Perrini? —le preguntó Jaclyn, sentándose frente a di.

—No, tengo otros planes. Chad me ha dicho hace poco¼ bueno, quería saber tu opinión sobre cómo van las cosas en la oficina.

—En cuanto al calendario de construcción de las viviendas, las cosas van como debían. Y Margaret, que es la actual agente inmobiliaria, está haciendo un trabajo magnífico. Pero yo no sé cómo hacer tu trabajo y nadie se está ocupando de todo el papeleo de la oficina.

—¿Cómo lo sabes?

—No es difícil darse cuenta. Basta con echarle un vistazo a tu mesa. Además, el banco y otras empresas están empezando a protestar.

—¿Y Cole que piensa hacer?

—No lo sé. No dice nada. Tú te has convertido en un asunto delicado. En cualquier caso, no parece que tenga ningún plan.

—Eso no parece propio de mi hermano.

—Hasta ahora tú tampoco le habías dejado.

—Puede contratar a alguien que se encargue de ese trabajo. Está siendo muy cabezota.

—Yo creo que es algo más que eso. Te echa de menos. Te quiere.

Rick soltó una carcajada, pero sabía que su risa no servía para disimular su incredulidad.

—Cole no es tan sentimental. Además, tiene a Chad, a Brian y a Andrew. Puede vivir perfectamente sin mí. Y yo tengo otras cosas que hacer.

Jaclyn no le preguntó cuáles eran, pero Rick sabía que lo estaba pensando.

—Tengo que irme —dijo, levantándose—. ¿Por qué no te quedas mi número de teléfono? Si surgen problemas en la oficina que no sepas cómo manejar, llámame. Haré lo que pueda.

—¿Por qué no llamas a Cole y le dices que estás dispuesto a ayudarlo si te necesita? —le preguntó.

—Es complicado.

Con el ceño fruncido, Jaclyn apuntó su número de teléfono. Estaba llevando la taza de café vacía al fregadero cuando llamaron a la puerta. Por su forma de alzar la mirada, Rick comprendió que no esperaba a nadie más. Y cuando abrió la puerta, la sorpresa de ambos fue idéntica.

—¡Cole! —dijo Jaclyn, con los ojos abiertos como platos.

Cole hundió las manos en los bolsillos de los vaqueros e intentó dominar la furia de su mirada, pero no era fácil. Eran muchos los pensamientos que lo asaltaban y ninguno de ellos agradable. Para empezar, quería saber qué demonios estaba haciendo Rick en casa de Jaclyn. Jaclyn trabajaba para él, era su amiga desde el colegio, ¡era su novia!

Bueno, quizá no fuera exactamente su novia, pero después de lo que había pasado el viernes por la noche, tenía algún derecho sobre ella, ¿verdad? Y si no, debería tenerlo. Y aunque tenía unas ganas terribles de volver a ver a su hermano, aquel no era precisamente el lugar en el que le apetecía encontrárselo.

Rick se tensó.

—Estaba a punto de irme, gracias Jaclyn.

—De nada —contestó ella, pero no se atrevía a mirar a Cole y no sabía por qué.

Cole escrutó el rostro de Jaclyn mientras Rick pasaba delante de él, intentando encontrar alguna pista que le indicara el tipo de relación que tenía con su hermano, pero su expresión no le decía nada.

—Gracias por haber venido —le dijo Jaclyn a Rick.

Rick no respondió. Ni siquiera miró hacia atrás. De hecho, estaba ya en la puerta y parecía estar deseando alejarse de allí.

—No hay nada entre Rick y yo —anunció Jaclyn en cuanto las luces de la camioneta de Rick desaparecieron en la carretera—. Esta es la primera vez que nos vemos desde que dejó Viviendas Perrini.

—¿Y qué quería? —le preguntó Cole.

—Saber cómo estabas. Estaba preocupado porque no sabe cómo te las estás arreglando sin él. Está deseando ayudarte si lo necesitas.

—¿Y por qué no me ha llamado para decírmelo?

—No lo sé. Dice que es complicado.

Cole dejó escapar un largo suspiro. Para lo único que habían servido sus celos había sido para complicar más la situación. Debería haber sido más inteligente. Pero últimamente, le costaba mantener la cabeza fría.

—Y tiene razón —respondió.

—¿Porqué has venido?

—Quiero hablar contigo.

Jaclyn vaciló.

—Mañana por la mañana iré a la oficina.

—¿De verdad? No estaba seguro —dijo—. Pensaba que quizá hubieras decidido emplear la mañana en enviar más currículums. O que a lo mejor ya te habían contratado en otra empresa. ¿Cuándo pensabas darme la noticia? ¿O pensabas marcharte sin decir nada y darme una sorpresa, como hizo Rick?

Jaclyn bajó la mirada hacia la alfombra y después alzó la cabeza, pero la mirada inquieta de sus ojos no sirvió para apaciguar el corazón de Cole. Estaba furioso. Furioso porque quería algo que no podía tener. Furioso porque no podía resolverlo todo con un abrazo, furioso porque había vuelto a enamorarse de ella desde que había regresado a Feld.

—Pasa —lo invitó Jaclyn.

Cole pasó por delante de ella, manteniendo toda la distancia posible.

—Siéntate.

Cole se sentó en un extremo del sofá y ella en el otro. Estando allí sentada con las piernas cruzadas, con unos vaqueros desteñidos y una chaqueta con cremallera, parecía imposible que fuera la madre de tres hijos.

—Pensaba decírtelo —le dijo—. Todavía no sabía cómo ni cuándo, pero tampoco he decidido nada todavía.

—¿Es porque estás cansada de limpiar y cocinar para mí? Ya sabes que no esperaba que lo hicieras.

—No, me gusta hacer ese tipo de cosas, por lo menos hacerlas para ti. Pero las cosas entre nosotros se están poniendo demasiado¼ complicadas.

—Parece que siempre inspiro ese sentimiento.

La sonrisa de Jaclyn desapareció.

—Tengo tres hijos, Cole.

—Lo sé.

—Y yo¼ —se le quebró la voz y tragó saliva antes de continuar—, podría enamorarme de ti.

Cole la miró sorprendido. Definitivamente, había estado recibiendo señales contradictorias: la noche que había pasado en su cama, verla enterrando el rostro en su camisa unos días atrás, la expresión que descubría en su mirada cuando pensaba que no la estaba observando¼ Pero el mensaje que le había llegado más claramente era el deseo de Jaclyn de que se alejara.

—Pues tienes una forma muy extraña de demostrarlo —le dijo.

—¿Qué preferirías que hiciera?

—No lo sé, pero si quieres a alguien, normalmente no le niegas el acceso a tu vida —dijo.

—Y si quieres a alguien, normalmente no lo engañas, pero Terry me engañó. ¿Significa eso que no me quería?

—No, probablemente te quería muchísimo.

—Si eso fuera verdad, no me habría hecho sufrir.

—Quizá pensaba que nunca lo averiguarías. O pensaba que lo que hacía no podía hacerte sufrir.

—Pero no dejó de hacerlo cuando se enteró de que yo lo sabía.

—No es fácil encontrar una respuesta, Jaclyn. Por lo menos yo no soy capaz de dártela. Simplemente, algunos hombres son así.

Jaclyn se mordió el labio y bajó la mirada hacia las manos que tenía entrelazadas en el regazo.

—Algunos hombres, sí —repitió Jaclyn y añadió—: Hace unos años me encontré con Rochelle.

Cole tuvo el presentimiento de que se acercaba un desastre inminente. ¿Adónde pretendía llegar Jaclyn con aquello?

—Ella me dijo que la engañaste.

Cole bajó la mirada hacia el suelo. Rochelle había dicho muchas cosas, había lanzado miles de acusaciones contra él y la mayoría de ellas eran completamente falsas. Pero él sabía mejor que nadie lo mucho que se había esforzado en ser un buen marido para Rochelle, una mujer a la que nunca había amado, a la que nunca había deseado. Y eso era lo único que le había importado. Al menos hasta ese momento.

—¿Cole? —había una súplica en la voz de Jaclyn—. ¿Eso es cierto?

Cole quería negarlo. ¡Dios, sabía lo que significaría decir la verdad! Pero el recuerdo de lo que había pasado aquel día con la secretaria estaba demasiado nítido en su mente.

—Sí —dijo por fin.

Y no añadió nada más, porque no había nada más que decir.

Así que por fin conocía la verdad.

 

Jaclyn se quedó sola, sentada en la sala de estar de su casa cuando Cole se marchó. Deseaba no haberle preguntado por su infidelidad a Rochelle. Cuando no lo sabía, podía ignorar aquel aspecto de su vida y fingir que los rumores que había oído al respecto eran sólo eso, rumores. Pero después de haberse enfrentado a la verdad, salida de los propios labios de Cole, sabía que no podía volver a arriesgarse como se había arriesgado el día de su cumpleaños. Había hecho bien en alejarse de Cole Perrini.

—¿Mamá? ¿Por qué estás levantada? Es muy tarde.

Jaclyn volvió la cabeza y vio a Alex frotándose los ojos al final del pasillo. Tenía el pelo revuelto y bostezaba mientras esperaba una respuesta.

—Pensaba irme ahora a la cama —le aseguró—. ¿Qué te ha despertado?

—No lo sé, pero no me puedo dormir.

Jaclyn miró a su hijo, acordándose de cuando era un niño dispuesto a sentarse siempre en su regazo. Echaba de menos a ese niño. Echaba de menos sus abrazos y su aceptación incondicional. Y se preguntaba si alguna vez le perdonaría su divorcio.

—¿Te apetece tomarte un chocolate caliente antes de volver a la cama? —le preguntó.

—Mañana tengo que levantarme pronto para ir al colegio.

—Se supone que eso tendría que decirlo yo. Vamos, no te va a hacer ningún daño perder unos cuantos minutos de sueño.

—Vale —respondió—. ¿Tú también vas a tomarte un chocolate?

—Claro. Lo tomaremos juntos.

Fueron a la cocina y Jaclyn puso un cazo de leche a calentar, después se sentó en la mesa, enfrente de Alex.

—Me alegro de que estés despierto —le dijo, animándose con su presencia.

Alex la miró como si esperara que dijera algo más, pero Jaclyn continuó en silencio.

—¿He hecho algo malo? —le preguntó Alex con recelo—. ¿Quieres hablar conmigo de algo¼ serio?

Jaclyn sonrió, preguntándose si sus esfuerzos por ser una supermamá, siempre eficiente y a cargo de todo, le habrían impedido ser simplemente la amiga de Alex.

—No has hecho nada malo. ¿Qué tal van las cosas en el colegio?

—Bien, supongo —con un poco más de estímulo, continuó hablándole de un niño que le había quitado el abrigo en el recreo y con el que había estado a punto de pegarse la semana anterior.

Jaclyn escuchó y sonrió, evitando darle ningún consejo. El hecho de que hasta ese momento no hubiera estado informada de la situación, indicaba que Alex había sabido arreglárselas solo.

—Si ese chico vuelve a molestarte y sientes que necesitas ayuda, no dejes de pedírmela.

—Creo que ya está todo solucionado.

Jaclyn se levantó para servir la leche en las tazas y después añadió el chocolate. La cucharilla tintineó contra la loza mientras removía la leche, en medio del silencio de la cocina.

—Papá estaba muy enfadado porque te habías ido con Cole la semana pasada.

—Lo sé.

—Dice que Cole está destrozando nuestra familia.

—Yo pensaba que eso lo había hecho yo.

Alex aceptó el chocolate caliente con expresión pensativa.

—Los abuelos están de acuerdo con él.

—¿Y eso te sorprende?

—No, supongo que no.

—Dicen que Cole es un saco de basura.

—No creo que eso sea justo. En realidad no lo conocen —respondió, volviendo a sentarse.

—¿A ti te gusta?

Desde luego. A pesar de todo, le gustaba. Y lo admiraba. Dudaba de que enfrentado a la misma situación, Terry hubiera tenido el valor de decirle la verdad.

—Sí.

—¿Y qué es lo que te gusta de él?

—Es un hombre muy bueno, ¿no te parece? —contestó vagamente.

Alex fijó la mirada en la taza.

—A veces no quiero que me guste —admitió—. Sé que papá no quiere que me guste. Pero¼

—¿Pero qué?

—A mí me gusta. Y no me parece justo, que no tenga que gustarme porque no le guste a papá.

Jaclyn sonrió.

—Te estás haciendo mayor, cariño. Vas a ser un buen hombre y estoy orgullosa de ti.

Alex se terminó el chocolate y llevó la taza al fregadero.

—Será mejor que me vaya a la cama. Se está haciendo tarde.

—Buena idea.

Cuando pasó por delante de ella, Jaclyn alargó el brazo para revolverle el pelo, pero él se detuvo y le dio un abrazo.

—Te quiero, mamá —le dijo y Jaclyn sonrió por primera vez desde que Cole se había ido.

Tenía a sus hijos. Había salido de Feld. Tenía proyectos para el futuro. Un año atrás, no tenían tantas cosas. Tenía que aprender a ser agradecida y olvidarse de pedir la luna.