Capítulo 15

«Cumpleaños feliz¼ Cumpleaños feliz¼»

Jaclyn se acurrucó en el sofá de la oficina, intentando refugiarse debajo de su abrigo. Hacía frío y todavía estaba mojada. ¿Por qué no se le habría ocurrido llevarse una manta? Repasó mentalmente lo que había en los armarios de Cole, intentando recordar si tendría alguna manta de sobra.

¡Qué cumpleaños tan triste! Ella pensaba que el año anterior había sido el peor de su vida, pero aquel no había podido empezar peor.

Pensó en Cole, que estaría durmiendo tranquilamente en su cama, a sólo unos metros, disfrutando del calor de las sábanas y se preguntó cómo reaccionaría si lo despertara. Necesitaba hablar con alguien, quería olvidar los malos recuerdos de aquel día. O por lo menos, conseguir una manta.

Abandonó el abrigo en el sofá, se levantó y cruzó lentamente el vestíbulo para dirigirse a la habitación de Cole. Miraría cómo estaba durmiendo. Si lo veía inquieto, le diría que estaba allí. En caso contrario, no lo molestaría.

La puerta estaba entreabierta, pero Jaclyn no oía nada en el interior de la habitación. Entró y se acercó de puntillas hasta la cama. Lo miró en silencio, admirando sus espesas pestañas y las atractivas líneas de su rostro, antes de darse cuenta de que él también la estaba mirando.

Cuando descubrió que Cole tenía los ojos abiertos estuvo a punto de gritar.

—¿Jaclyn, eres tú?

—Lo siento —susurró—. Pensaba despertarte, pero¼

—No pasa nada —la interrumpió—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Jaclyn se encogió de hombros.

—Hoy es mi cumpleaños.

—¡Oh! —Cole se frotó la cara con una mano y se volvió hacia un lado—. ¿Y tengo que adivinar por qué has aparecido en mi dormitorio en camisón o es mejor que no haga preguntas?

Jaclyn no quería entrar en detalles. No quería pensar en Terry ni en la vida real en aquel momento.

—Yo¼ he tenido que salir de casa en camisón —le explicó simplemente.

—¿Estás bien?

—Sí.

—Estupendo, entonces no tengo ningún problema en que celebremos una fiesta de pijamas.

Asomó una sonrisa a las comisuras de sus labios. Se incorporó sobre un codo y Jaclyn no pudo evitar admirar los músculos de su brazo y su pecho, que habían quedado expuestos con aquel rápido movimiento.

—Pero admito que me da miedo preguntarte lo que quieres —continuó Cole—, por si acaso no es lo que estoy esperando.

—¿Y qué es lo que estás esperando? —le preguntó, deseando en silencio que el corazón dejara de aporrearle las costillas.

—¿Estás cansada?

—La verdad es que no.

—¿Y tienes frío?

Jaclyn asintió.

—¿Quieres meterte en la cama conmigo?

Jaclyn tomó una bocanada de aire. ¿Quería acostarse con él? Aquella era una pregunta de doble dirección. Por una parte estaba el deseo. Y por otra la razón. Seguramente, debería limitarse a pedirle la manta y volver al sofá.

Al verla vacilar, Cole apartó las sábanas.

—Ven, Jackie, te ayudaré a entrar en calor —le dijo.

—Tengo el camisón empapado.

—Entonces quítatelo.

Jaclyn tragó saliva. De pronto, tenía la garganta completamente seca. Aquello era mucho más que pedir una manta prestada. Pero su cumpleaños ya había sido suficientemente triste. Podía bajar la guardia y permitirse disfrutar de lo poco que quedaba de él.

—Suceda lo que suceda, no lo tendremos en cuenta, ¿de acuerdo? —sugirió.

—¿Y eso qué significa?

—Hoy es mi cumpleaños, así que tengo derecho a ciertas indulgencias.

—¿Lo que pase está noche es completamente extraoficial?

—Sí.

—Entendido.

—¿Y no volverás a mencionarlo jamás?

—Si eso es lo que quieres¼

—¿No cambiarán las cosas entre nosotros? ¿No me tratarás de forma diferente?

—No, definitivamente no.

El deseo enronquecía la voz de Cole, haciéndole preguntarse a Jaclyn si no estaría dispuesto a prometer cualquier cosa para conseguir lo que quería. Pero ella también quería llegar hasta allí. Así que cerró los ojos, se quitó el camisón y se tumbó a su lado. Sintió los brazos de Cole a su alrededor, estrechándola contra él y haciéndola estremecerse y pensó que no había sentido nada tan indescriptiblemente maravilloso en toda su vida.

—Me gusta —susurró Cole y buscó su boca haciéndola olvidarse de todo lo que no tuviera que ver con Cole Perrini.

Jaclyn adoraba cómo la acariciaba, adoraba su fragancia y su sabor. En lo más profundo de su ser, sabía que nunca experimentaría nada comparado al momento en el que sus cuerpos se fundieron.

Tiempo después, con los brazos de Cole rodeándola mientras dormía, sonrió, recordando las últimas notas del Cumpleaños Feliz.

 

Cole se estiró en la cama, debatiéndose entre el sueño y la realidad. Se sentía maravillosamente bien.

Con Jaclyn acurrucada contra él, estaba demasiado satisfecho para moverse siquiera. Pero no podía perder la oportunidad de acariciarla. Se volvió hacia ella, enterró la cabeza en su pelo y aspiró su dulce fragancia. Después le dio un beso en el cuello. Iba hacer el amor con ella, por cuarta¼ ¿o era la quinta vez? Después, si conseguían convencerse de que ya era hora de salir de la cama, la invitaría a desayunar e iría a comprarle un regalo de cumpleaños.

Pero antes tenía que abrir la puerta. Alguien la estaba aporreando como un loco.

Jaclyn se estiró en la cama cuando Cole se levantó.

—¿Qué pasa?

—Tiene que ser Chad —le dijo—. Probablemente haya perdido las llaves. Sigue durmiendo, ahora mismo vuelvo.

Jaclyn musitó un asentimiento y se hundió entre las sábanas mientras Cole se ponía unos pantalones de chándal. Cole se entretuvo un momento mirándola, salió del dormitorio y cerró la puerta.

Cuando llegó a la oficina, se alegró especialmente de haber tomado la precaución de cerrar, porque no era Chad, sino Terry Wentworth el que estaba en el porche. Tras él, Alex, Mackenzie y Alyssa, esperaban dentro de la camioneta de su padre.

Cole saludó a los niños, intentando que la situación fuera lo menos tensa posible y se inclinó contra el marco de la puerta para impedir que Terry pudiera pasar.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

—Quiero hablar con Jackie.

—Me temo que no es posible.

—¿Por qué no? Sé que está aquí —señaló el coche de Jackie—. Ese es su coche, ¿no?

—Sí, pero está durmiendo.

Terry apretó los puños.

—¿Está en tu cama? —preguntó entre dientes.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Quiero verla.

—Puedes dejarle un recado si quieres.

—¿Un recado? ¿Quién demonios te piensas que eres? Tengo a sus hijos en el coche, maldita sea, ¡déjame hablar con ella!

Cole salió de casa y cerró la puerta tras él.

—Por lo que yo sé, también son tus hijos, Terry —dijo, manteniendo la voz baja—. Y este fin de semana les toca estar contigo, así que te sugiero que sigas tu camino a Feld. Puedes hablar con Jaclyn cuando vuelvas.

Terry entrecerró los ojos.

—Este fin de semana voy a estar muy ocupado. No creo que pueda hacerme cargo de los niños.

Así que a Terry le gustaba jugar, ¿eh?

—En ese caso, déjamelos a mí. Estaba deseando llevar a Alex a las carreras de coches. A lo mejor podemos ir esta noche —le dijo.

Después sonrió benignamente mientras observaba a Terry considerar sus opciones. Si se llevaba a los niños, dejaría solos a Jaclyn y a Cole. Y si no se llevaba a los niños, Cole se quedaría con su ex esposa y con sus hijos.

Terry decidió cortar por lo sano.

—No, creo que podré hacerme cargo de ellos.

—Ya me lo imaginaba.

—No sé qué tipo de relación tienes con Jackie, pero no durará —le advirtió Terry—. Quizá yo haya mido un estúpido y la haya empujado a tus brazos, pero a la larga volverá conmigo. Ya lo verás.

—Quizá —dijo Cole—. Pero hasta entonces, creo que necesitas comprender algo: Jaclyn ya no está sola. Y cada vez que te enfrentes a ella, tendrás que enfrentarte a mí.

Ardiendo de rabia, Terry apretó los puños y fulminó a Cole con la mirada, pero a Cole ya no le preocupaba que intentara pegarle. Sabía que Terry había medido sus posibilidades. Si de verdad quisiera pelear, lo habría hecho durante el fin de semana, cuando sus amigos podían ayudarlo.

—¿Eso es una amenaza? —preguntó Terry.

—Tómatelo como quieras —respondió Cole—. Yo nunca he sido un fanfarrón.

Alex tocó el claxon y Terry miró irritado por encima del hombro.

—Esto no ha terminado todavía —le prometió a Cole.

—Los niños te están esperando —le recordó Cole.

Pero hasta que no apareció Chad, Terry no se decidió a marcharse.

 

Jackie se despertó asustada. Estaba en la cama de Cole, completamente desnuda y lo único que podía ponerse encima era un camisón. Y sabía que había cometido un grave error. Un error que iba a costarle caro. ¿En qué demonios estaba pensando cuando se había metido en la habitación de Cole? ¿Creía acaso que iba a poder controlarlo mejor que otras mujeres? ¿Que sería capaz de evitar que un hombre como él le rompiera el corazón? Le había pedido promesas la noche anterior. Se había empeñado en que le asegurara que nada cambiaría entre ellos, que todo seguiría como hasta entonces. Pero las cosas habían cambiado. Ella misma era diferente.

Oyó un murmullo de voces. Cole estaba hablando con alguien. No podía oír lo que estaba diciendo, pero podía imaginarse a Cole. Su forma de hablar, su postura¼

¡Qué tonta era! Le había dicho a Cole que para ella no era posible mantener ese tipo de relaciones sin pensar en el matrimonio y después se presentaba semidesnuda en su dormitorio. Y peor aún, había vuelto a enamorarse del hombre equivocado. Un hombre que no tenía ningún interés ni en el matrimonio ni en sus hijos.

Debía estar completamente loca.

Pero eso no significaba que no pudiera intentar salir airosa de aquella situación. Ya había sufrido demasiado durante el año anterior como para volver a tropezar con la misma piedra.

Se levantó de la cama, se puso el camisón que había terminado en el suelo la noche anterior y salió de puntillas del dormitorio. No sabía con quién estaba Cole, pero sabía que estaba fuera, en el porche. ¿Debería permanecer en el interior de la casa, esperar a que se fuera quienquiera que hubiera llegado y marcharse? ¿Y podría presentarse a trabajar el lunes por la mañana como si nada hubiera pasado? ¿Y por qué no? Cole le había prometido que nada cambiaría.

Pero escaparse le parecía una cobardía. ¿Sería mejor enfrentarse a él? ¿Disculparse por el error que había cometido y marcharse?

Por supuesto. Eran adultos. Tendría que afrontar con madurez la situación.

La puerta de la calle se abrió y Jaclyn oyó los pasos de Cole en el vestíbulo. Enderezó los hombros y se dijo que podría manejar perfectamente aquel asunto. Tenía que hacerlo.

—Hola, estás levantada —le dijo Cole sonriente—. Ha venido Chad hace un rato, pero he conseguido deshacerme de él. ¿Tienes hambre?

Algo en el rostro de Jaclyn debió llamarle la atención, porque cambió inmediatamente de expresión.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó.

Jaclyn se aclaró la garganta.

—No, la verdad es que no. Eh¼ tengo que marcharme. Hoy tengo muchas cosas de hacer.

Col estaba caminando hacia ella, como si pensara abrazarla y darle un beso de buenos días, pero al oírla se paró en seco.

—¿Te vas? ¿Ya?

—Sí ya sabes, es sábado.

—Precisamente por eso puedes quedarte. Los niños están con Terry en Feld. Quiero invitarte a desayunar.

—No, hoy no.

Una sombra de duda apagó el brillo de los ojos de Cole.

—¿Qué te pasa?

—Nada —intentó sonreír y rezó para parecer más convencida de lo que realmente estaba—. Es sólo que ya es hora de volver a la realidad, ¿no crees?

—¿Volver a la realidad? ¿Y lo que ha pasado esta noche no ha sido real?

—Ha sido real, sí —dijo Jaclyn, tirando nerviosa del camisón—. Pero ayer me prometiste que nada cambiaría.

—¿Cómo no va a cambiar nada después de lo que ha pasado?

—Los dos sabemos que esto ha sido un error.

—¿Un error, Jaclyn? ¿Crees que lo que ha pasado esta noche ha sido un error?

—Sí, lo es.

Cole se frotó el pecho desnudo y miró a su alrededor como si estuviera tan sorprendido que no supiera qué decir.

—Me temo que no puedo estar de acuerdo contigo. Para mí ha sido una de las mejores experiencias de mi vida —dijo suavemente.

Jaclyn sintió que algo le oprimía las entrañas, pero se negaba a reconocer aquel dolor. Era mejor sufrir y hacer lo que tenía que hacer que dejar que volviera a renacer la esperanza.

—Lo siento. Lo siento, de verdad.

—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? ¿Fingir que nunca he hecho el amor contigo? ¿Que no estoy deseando volver a hacerlo ahora mismo?

—Yo no te he engañado, Cole. Anoche te dije¼

—No estoy acusándote de nada. Sólo esperaba¼ No sé. Algo más.

—Siento haberte desilusionado. Y creo que será mejor que me vaya.

—Espera —alargó el brazo y la agarró cuando pasó por delante de él—. ¿Es por el trabajo? ¿Tienes miedo de que te despida si nuestra relación pasa a un nivel más personal?

—En parte —admitió—. No puedo arriesgarme a perder mi trabajo, Cole. Ahora es lo único que tengo.

—Pero yo nunca te dejaría sin nada. Lo sabes, ¿verdad?

¿Lo sabía? ¿Podía confiar en él? Jaclyn recordaba la promesa que se había hecho a sí misma el día que había descubierto la camioneta de Truck delante de Maxine's: se había prometido no volver a depender nunca de ningún ser humano. Y tenía que mantener esa promesa. Era la única forma de mantenerse a salvo.

—Te agradezco lo que has hecho por mí, Cole —le dijo—. Y espero que lo sepas. Eres un hombre generoso, pero dentro de poco ya no necesitaré tu ayuda. Ya he empezado las clases de agente inmobiliario y dentro de un par de meses conseguiré la licencia. Así que no tendrás que preocuparte de no dejarme en la estacada porque seré capaz de mantenerme sola —se liberó de su brazo—. Te veré el lunes.

Cole se pasó la mano por el pelo y se dejó caer en la cama. ¿Qué demonios acababa de pasar? La noche anterior había hecho el amor con Jackie Wentworth varias veces y había disfrutado de cada momento. Se había despertado feliz, satisfecho, dispuesto a pasar más tiempo con ella.

Y Jaclyn acababa de decirle que no quería tener nada que ver con él.

¿Qué habría hecho mal? ¿Habría oído su discusión con Terry? En ningún momento había mencionado a su marido. Ni siquiera había dado a entender que sabía que había estado allí. Pero Cole no podía imaginarse qué otra cosa podría haberle hecho cambiar de opinión en los diez minutos que él había estado fuera de la habitación.

La confianza. Era obvio que Jaclyn tenía problemas para confiar en un hombre después de lo que le había pasado con Terry. Y Cole lo comprendía. Había estado a punto de intentar hacerle comprender que él era diferente, que no la haría sufrir como lo había hecho Terry, pero él tampoco estaba muy orgulloso de su pasado. ¿Qué podía ofrecerle realmente? Jaclyn tenía tres hijos y él no estaba dispuesto a casarse.

—Jaclyn tiene razón. No soy el hombre indicado para ella —se dijo en voz alta.

Laura había necesitado mucho más de lo que él podía darle. No podía hacerle lo mismo a Jaclyn,

Sólo era sábado por la noche, habían pasado menos de doce horas desde que había tenido a Jaclyn en sus brazos, pero tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde entonces. Había estado a punto de llamarla una docena de veces y la batalla no había terminado todavía. Eran las seis de la tarde. Tenía el resto de la noche por delante y el día siguiente y el siguiente¼ decidió. Pero cuando se levantó para vestirse y vio la cama, todos los recuerdos de la noche anterior asaltaron su cerebro, haciéndole comprender la sobrecogedora sensación de unión que había sentido con Jaclyn. Y supo que aquella vez todo iba a ser mucho más difícil.

 

Estaba preocupado, pensando que seguramente Jaclyn estaría en su casa, sintiéndose tan sola como él. Los niños continuaban en Feld. Y no había nada que impidieran que pudieran verse otra vez. ¿Pero entonces por qué se había ido? Cole intentaba decirse que aquello era lo mejor para Jaclyn, pero no terminaba de comprender por qué.

Levantó el teléfono y marcó su número. Se recostó en la silla de cuero y miró nervioso el cuadro que tenía frente a él, esperando su respuesta.

La voz de Jaclyn llegó desde el otro lado de la línea a la tercera llamada. Cole contuvo la respiración.

—¿Jaclyn?

—Hola, Cole.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy estudiando el manual del agente inmobiliario.

—¿Y por dónde vas?

—He terminado los dos primeros tests y ya los he enviado. Me quedan otros tres más por hacer. Cuando termine el curso podré presentarme al examen.

—Tengo algunos modelos de examen a los que podrías echar un vistazo.

—Magnífico. Tendré que acordarme de traerlos a casa.

Cole tomó aire.

—¿Y qué vas a hacer esta noche?

—Pensaba acostarme pronto.

—Pero sólo son las seis.

—Antes quería estudiar un poco.

—¿Has quedado con alguien para cenar?

—No.

—¿Y si te propusiera invitarte a cenar?

—No creo que sea una buena idea.

—¿Por qué no?

Jaclyn esperó unos segundos antes de hablar.

—No me gustaría que termináramos como anoche.

—Odio que te arrepientas de lo que ha pasado —replicó él.

—¿Por qué? ¿A ti que más te da? —le preguntó—. Puedes salir esta noche y repetir la experiencia con cualquier otra mujer.

Cole se irguió en el asiento. Se sentía como si acabaran de abofetearlo.

—¿Quieres decir que para ti no ha significado nada que hayamos hecho el amor?

—¿Por qué siempre tiene que significar algo para la mujer cuando nunca parece significar nada para el hombre? —preguntó ella quedamente.

Después, colgó el teléfono y la línea se cortó.

 

Con la cabeza apoyada en los brazos, Jaclyn dio rienda suelta a las lágrimas que había estado conteniendo durante todo el día. Maldijo a Terry por haberle enseñado las lecciones más duras de la vida. Y maldijo a Cole por hacerle desear olvidar todo lo que había aprendido.

Probablemente tendría que buscar otro trabajo. ¿Cómo iba a seguir viendo a Cole cada día? ¿Y cómo podría continuar tranquilamente con su vida cuando estaba completamente loca por el hombre que no debía?

Quizá debería empezar a mirar anuncios, pensó decidida. Y acababa de levantarse para ir a buscar el periódico cuando llamaron a la puerta. ¿Sería Cole? después de su última conversación lo dudaba, pero no esperaba a nadie. Consideró la posibilidad de fingir que no estaba en casa, pero su coche estaba en la calle, de modo que sería difícil engañar a cualquiera que la conociera.

Así que se secó los ojos con la manga de la sudadera, se apartó de la mesa y se acercó a ver quién estaba en el porche. Se asomó por la mirilla y vio al señor Alder en la puerta.

—Justo lo que necesitaba¼ —musitó.

Abrió la puerta y permaneció en la penumbra, esperando que no se diera cuenta de que había estado llorando.

Desgraciadamente, lo notó. Y lo comentó inmediatamente.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Les ha ocurrido algo a los niños?

—No, están bien, este fin de semana se han ido con su padre.

—¡Oh! —le entregó el recipiente de plástico que llevaba en las manos.

A veces, Jaclyn les pedía a Mackenzie o a Alex que le llevaran algo de cenar al señor Alder, para que no se alimentara solamente de platos precocinados. Él nunca se había mostrado especialmente agradecido, pero siempre le devolvía los recipientes limpios y vacíos.

—Gracias —respondió ella y comenzó a cerrar la puerta.

El señor Alder la detuvo, agarrándola del brazo.

—El pudding estaba buenísimo —le dijo—. Igual que lo hacía mi esposa.

Jaclyn arqueó las cejas. ¿Un cumplido del señor Alder?

—Me alegro de que le haya gustado —contestó.

—He visto que a Alex se le ha desinflado una rueda de la bicicleta. Si me abre la puerta del garaje, podría arreglársela.

—¿Va a arreglar la bicicleta de Alex?

—He pensado que el niño debe echarla de menos. Hace tiempo que no lo veo montarla.

—Sí, la echa mucho de menos. Le agradezco la ayuda.

—De nada —contestó—. ¿Está segura de que no le pasa nada?

—Nada que pueda ser arreglado con la misma facilidad que la bicicleta de Alex —respondió y abrió la puerta del garaje antes de ponerse a leer la sección de anuncios del periódico.