Capítulo 7
Jaclyn permanecía sentada tras su escritorio, con la mirada fija en el lugar en el que antes estaba la camioneta de Rick Perrini. Por la expresión tormentosa con la que éste había salido del despacho, estaba segura de que allí dentro había ocurrido algo terrible, pero Rick no le había dicho una sola palabra. Tampoco Cole había dicho nada durante los quince minutos que habían transcurrido desde entonces. ¿Habría despedido a su hermano? ¿Habría sido solamente una pelea entre hermanos que se habría olvidado antes de que llegara el mediodía?
No sabía por qué, pero lo dudaba. El silencio era demasiado pesado y el chirrido de los neumáticos de Rick demasiado contundente para que aquel incidente no fuera algo serio. ¿Qué debería hacer ella? ¿Continuar como si nada hubiera pasado o acercarse al despacho de Cole para ver si podía hacer algo por él?
Se levantó, se alisó las arrugas del vestido y rodeó el escritorio. Intentó amortiguar el sonido de sus pasos para poder ver a Cole antes de decidir si debía o no interrumpirlo. Seguramente él preferiría no ser molestado.
La puerta del despacho estaba abierta y Cole estaba sentado tras el escritorio, con la mirada perdida en el vacío. Desde luego, no parecía un hombre que necesitara ayuda de nadie. Pero cuando volvió la cabeza, Jaclyn reconoció el sentimiento que reflejaban sus ojos.
Se sentía herido. Evidentemente, Cole Perrini era tan vulnerable como cualquier otro ser humano. Vacilante, cruzó el pasillo, preguntándose qué iba a hacer o decir cuando hubiera llegado al despacho. No tenía la menor idea de lo que había pasado entre él y su hermano, pero Cole había acudido en su ayuda cuando ella estaba en una situación desesperada y quería devolverle el favor.
Continuó acercándose, suponiendo que al oírla, Cole adoptaría la dura expresión que siempre lo acompañaba. Seguramente le preguntaría con su tono más profesional qué era lo que quería. Pero inesperadamente, volvió la silla y se quedó mirándola en silencio.
Jaclyn se acercó hasta él y posó las manos tentativamente en sus antebrazos.
—¿Estás bien? —le preguntó, sintiendo de pronto la necesidad de consolarlo con un abrazo.
Cole no respondió. No se movía. La miraba como si estuviera experimentando el mismo deseo de abrazarla que ella. Jaclyn pensó que iba a estrecharla contra él, que iba a apoyar la mejilla en su pecho, pero el sonido de la voz de Chad la hizo apartarse rápidamente.
—¿Dónde demonios está todo el mundo? —preguntó, desde la oficina de la entrada.
Jaclyn se enderezó y retrocedió antes de que Chad apareciera en el marco de la puerta.
—¡Vaya, estáis aquí! ¿Qué pasa?
Como Cole tardaba en contestar, Chad sonrió de oreja a oreja.
—¿Estaban dictándote una carta? —preguntó, guiñándole el ojo a Jaclyn.
Jaclyn se aclaró la garganta y fijó la mirada en Cole, que la observaba con una expresión indescifrable.
—Estaba¼ comprobando unos datos —dijo, incapaz de encontrar otra justificación.
—¿Y qué tal estaban? —preguntó Chad.
—¿El qué? —preguntó ella, mientras se dirigía hacia la puerta.
—Pues los datos que estabas comprobando.
—Bien —admitió ella—. Estaban bien —salió por la puerta y volvió hasta su escritorio.
—¿Qué le ha pasa a Rick? —preguntó Chad en cuanto Jackie desapareció—. Ayer me dijo que había dejado los cheques para pagar el segundo pedido de cemento encima del escritorio, pero no están allí. Cuando le he llamado al móvil para preguntarle por qué, me ha dicho que hablara contigo.
—Se ha ido —se limitó a decir Cole.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que se ha ido, quiere trabajar por su cuenta.
—¿Haciendo qué?
—No me lo ha dicho.
—¿Se va a dedicar a construir casas?
Cole se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Ese hombre está loco. Podemos ganar mucho más trabajando juntos que por separado.
—No creo que el problema sea el dinero —contestó Cole.
—¿Entonces cuál es el problema?
El problema era el pasado, las cosas que él y Rick habían dicho, las cosas que no se podían olvidar. El problema era el amor y el odio que unía y separaba a los dos hermanos, pero Cole no iba a explicárselo. Estaba convencido de que en el fondo, Chad ya lo sabía.
—Volverá —dijo, deseando que fuera verdad.
—Estoy seguro —replicó Chad—. Rick ha estado contigo desde el principio. Me cuesta imaginarme que ahora haya decidido darle la espalda a todo esto.
—Rick ha cambiado —le dijo Cole—. Creo que le pasa algo.
Chad arqueó las cejas sorprendido.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿Estás saliendo últimamente con él?
—No, antes solíamos ir al cine o a algún pub. Ya sabes, como hacíamos también contigo cuando no estabas tan ocupado. Pero ya no me llama y cuando lo llamo yo, siempre me dice que tiene otros planes.
—Él dice que no está saliendo con nadie. ¿Crees que estará jugando o derrochando de alguna manera su dinero?
—¿Pero no crees que eso lo motivaría a intentar conservar su trabajo en vez de a abandonarlo?
—No lo sé. Rick es una persona de la que se puede esperar cualquier cosa.
—¿Quieres decir que es posible que tenga problemas?
Cole sacudió la cabeza.
—Me gustaría saberlo.
Aburrida. ¡Dios, Jaclyn estaba aburrida! Llevaba trabajando para Cole más de dos semanas y cada vez tenía menos cosas que hacer.
Disimulando un bostezo, miró el reloj de pared y contó las horas y los minutos que quedaban hasta las cinco: tres horas y ocho minutos. Sincronizó su reloj con el de la oficina y fijó la mirada en el teléfono, suplicándole en silencio que sonara. Ya había entrevistado a todas las personas que habían llamado para solicitar el puesto de vendedor y había hecho las pertinentes recomendaciones a Cole. Éste había pensado entrevistar a los tres candidatos al día siguiente, pero ella odiaba pensar que iba a entrevistarlos tan pronto.
Porque la única tarea en la que realmente había sido efectiva tocaba a su fin. Cole le había prometido prepararla en algún momento, pero desde que Rick se había ido, no había tenido tiempo. De modo que Jaclyn no tenía nada que hacer, salvo contestar al teléfono y esperar la oportunidad de hacer otra entrevista que interrumpiera su tedio, a pesar del trabajo que se iba amontonando sobre el escritorio de Rick. Si Cole le dedicara algunos minutos de su tiempo, o al menos le diera permiso para echarle un vistazo al trabajo pendiente, las cosas serían diferentes. Pero la mayor parte de los días, estaba demasiado ocupado para hablar con ella siquiera.
El teléfono sonó y Jaclyn contestó rápidamente.
—Viviendas Perrini. Urbanización El Roble.
Era Margaret Huntley una de las agentes inmobiliarias que le había recomendado a Cole, devolviéndole la llamada. Jaclyn le indicó la hora a la que tendría que reunirse y colgó el auricular. Al cabo de un rato, lo descolgó y llamó a sus hijos.
—Mamá, estamos bien. ¿Por qué nos llamas todo el rato? —preguntó Mackenzie cuando su niñera, Holly Smith, le pasó el teléfono.
—Porque os echo de menos —respondió Jaclyn—. ¿Cómo está Alyssa?
—Está bien.
—¿Y Alex?
—Bien también.
—¿Quiere hablar conmigo?
Mackenzie no contestó directamente, pero su grito estuvo a punto de ensordecer a Jaclyn cuando llamó a su hermano. Al cabo de unos segundos, volvió a hablar ella.
—Está jugando al Nintendo —le explicó—. Quiere saber cuándo vas a volver a traer el coche de tu jefe.
—Probablemente nunca. Nuestro coche funciona perfectamente desde que le cambiamos la batería. ¿Alyssa no quiere decirme hola?
—Está en el patio, montando en el triciclo con Trevis.
Trevis era el hijo de Holly. Sólo tenía seis meses más que Alyssa y era el único niño del vecindario.
—Muy bien. No la molestes. Nos veremos dentro de unas horas.
Mackenzie se despidió de su madre y Jaclyn colgó el teléfono. Ya estaba bien de llamar a sus hijos. Pero después de haber trabajado en Joanna's, donde no tenía un solo minuto libre, aquella calma la estaba volviendo loca. Ella quería que aquel trabajo le sirviera para construir las bases del futuro que quería para ella y para sus hijos. No quería que Cole le pagara doscientos cincuenta dólares al mes sólo porque era una antigua amiga a la que no podía negar un puesto de trabajo. Si hubiera tenido más experiencia en el trabajo de oficina, podría haberse encargado de los papeles que tenía Rick encima de su mesa.
Desgraciadamente, lo único que sabía hacer era llevar una casa. Podía cocinar y coser como la mejor. Era una gran decoradora. Y sabía limpiar. Pero ninguna de aquellas habilidades era muy útil en su situación. ¿O sí?
De pronto se le ocurrió una idea. Si Cole no tenía tiempo para enseñarle su trabajo, quizá pudiera ayudarlo en otras áreas. A juzgar por lo vacíos que estaban los armarios de la cocina y de la capa de polvo que cubría sus muebles, le hacía más falta un ama de llaves y una cocinera que una secretaria.
Y ella era una gran cocinera.
Había algo que olía a gloria.
Intentando no dejar de atender a lo que Larry Schneider le estaba diciendo por teléfono, Cole estiró el cuello y olfateó con fricción. Pollo asado, con cebolla. O quizá fuera carne con cebolla, pero olía como si alguien estuviera cocinando¼
—¿Cole?
—¿Hum?
—¿Qué me dices?
—¿Sobre qué?
—Sobre el índice de interés. ¿Estás dispuesto a subirlo medio punto? De otra forma, no creo que pueda concederte ese crédito.
¿De dónde procedía aquel olor? ¿Estaría alguien haciendo una barbacoa? Los vecinos más cercanos estaban a más de dos kilómetros de distancia.
—¿Cole? ¿Estás ahí? —preguntó Larry.
—Sí, estoy aquí. ¿Qué quieres?
—¡Cómo que qué quiero! Necesito una respuesta.
Cole no podía darle una respuesta porque ni siquiera se acordaba de la pregunta. No podía pensar en nada, excepto en la cena. Llevaba casi ocho horas encerrado en su despacho y no había parado ni para comer. Estaba hambriento, cansado y enfadado por la cantidad de trabajo que se había visto obligado a asumir con la ausencia de Rick y preocupado por todo lo que todavía quedaba por hacer. Y no conseguía entender por qué de pronto su casa olía como un día de vacaciones de invierno cuando estaban en agosto.
—Lo siento. Tengo que dejarte, Larry. Creo que alguien está haciendo carne estofada en mi cocina.
—¿Lo crees? ¿No lo sabes?
—No estoy seguro de lo que es.
—Pero¼
—Mañana te llamaré.
Después de colgar el teléfono, Cole se dejó orientar por su olfato y llegó hasta la cocina, donde encontró a Jaclyn cocinando.
—Hola —lo saludó ella con una sonrisa.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Cole—. Son las cuatro y media de la tarde, se supone que deberías estar en la oficina.
—En la oficina no hay nada que hacer. No ha habido nada que hacer desde hace dos semanas. Y no creo que te apetezca pagarme doscientos cincuenta dólares por estar sentada en mi mesa. Así que me he traído el teléfono inalámbrico y he decidido hacer algo útil.
Cole miró el vapor que despedía el guiso de carne, zanahorias, cebollas y patatas que Jaclyn acababa de destapar.
—Sabía que era carne estofada.
Jaclyn alzó la mirada mientras apartaba la tapa.
—Es lo único que podía hacer sin tener que ir a comprar. Iba a preguntarte si te parecía bien que descongelara la carne, pero llevas horas hablando por teléfono. Así que he llamado a Chad y él me ha dicho que hiciera lo que me pareciera conveniente.
—¿Y has decidido prepararme una cena?
Jaclyn se encogió de hombros.
—Tienes que comer. Estoy segura de que ya estás cansado de comer en restaurantes y por lo menos de esta forma hago algo a cambio del dinero que me pagas. Espero que no te importe.
Cole se pasó la mano por el pelo intentando tomar una decisión. Si su secretaria hubiera sido otra persona, por ejemplo una anciana de pelo gris, no se lo habría pensado dos veces. Le habría dado las gracias y habría disfrutado de la cena. Pero siendo su secretaria la mismísima chica de sus sueños de adolescente la que estaba en su cocina, le parecía una situación demasiado personal. De hecho, desde el día en que Rick se había marchado, había intentado guardar las distancias. Si no lo hacía, podía verse obligado a sacar adelante a otra familia y no tenía intención de repetir aquella fase de su vida.
—No me importa, pero tampoco espero que lo hagas —dijo, rodeando la cocina. En la mesa encontró un cuenco con ensalada de manzana.
—Supongo que te parecerá un poco extraño —le comentó Jaclyn—, pero no he encontrado nada, aparte de las manzanas. Esta noche iré al supermercado y la cena de mañana será mejor.
«¿La cena de mañana?» De modo que pensaba convertir aquello en una costumbre. Cole abrió la boca para explicarle que no tenía por qué cocinar todos los días para él, pero la comida olía maravillosamente y Jaclyn parecía satisfecha, de modo que decidió ahorrarse el «nunca más» para más tarde.
—Tiene un aspecto magnífico.
—Gracias.
Jaclyn llevó un plato a la mesa y comenzó a servirlo.
—¿Pero voy a comer solo? —preguntó Cole.
Jaclyn miró el reloj.
—A no ser que quieras invitar a alguien, me temo que sí. Sólo tengo tiempo para limpiar la cocina. Después tengo que ir a buscar a mis hijos.
Saber que iba a comer solo disipó la sensación de intimidad. Incluso se sintió avergonzado por haberse precipitado a pensar que probablemente Jaclyn estuviera buscando una forma de acercamiento. Pero en vez de experimentar el alivio que esperaba, se sentía¼ ligeramente desilusionado. Al parecer, el estofado no quería decir nada.
—¿Quieres decir que estás dispuesta a cocinar como parte del trabajo?
—Sólo hasta que aprenda algo más sobre las ventas. Me he matriculado en un curso a distancia para conseguir los créditos obligatorios y empezar a preparar el examen para obtener la licencia. Y estoy deseando que tengas un rato para explicarme lo que puedo hacer en la oficina. Mientras tanto, he pensado que podía ayudarte limpiando, encargándome de la lavadora y ese tipo de cosas. Me pagas demasiado por contestar al teléfono.
Parecía sincera. Cole no podía menos que admirar sus valores morales. Y él no tenía nada que perder. Mientras Jackie continuara encargándose de las labores de oficina que tenía asignadas, podía ocuparse también de la casa. ¿Por qué iba a negarse a que le hiciera la comida o se encargara de la ropa?
Cortó un trozo de carne y lo probó. Delicioso. Incluso mejor de lo que su olor prometía.
—¿Cómo está? —le preguntó Jaclyn desde el fregadero.
—Excelente —sonrió por primera vez, desde que la había descubierto en la cocina—. Te daré dinero para que puedas ir a comprar.
—¿Tienes alguna apetencia en especial?
Cole probó la ensalada y le sorprendió descubrir que estaba tan buena como el estofado.
—Pastel de carne —dijo con decisión—. Hace más de quince años que no como pastel de carne.
Rick estaba agotado. Habían pasado semanas desde que había dejado Viviendas Perrini, pero la última persona a la que le apetecía ver, aparte de a Cole, era a Chad esperándolo en los escalones de la entrada de su casa al volver de un día tan largo.
—¿Te ha dicho Cole que vinieras? —le preguntó por la ventanilla del coche.
Chad se levantó y caminó hacia él.
—¿Te molestaría que lo hubiera hecho? —respondió Chad, hundiendo las manos en los bolsillos de los vaqueros.
Sin apagar el motor, Rick fijó la mirada en el reflejo de los faros del coche sobre la puerta del garaje.
—Son más de las doce y sé que tienes que madrugar —dijo—. Sólo quiero ahorrarte la molestia de que tengas que quedarte un rato más si es Cole el que está detrás de tu visita. Porque si es él el que te envía, no tengo nada más que decir.
Chad se irguió, sorprendido y ofendido por aquella declaración. Pero Rick no iba a disculparse. Si no era duro con Cole y con el resto de sus hermanos, terminaría trabajando con ellos otra vez.
—¿Qué te pasa? —preguntó Chad—. Cole ha sido muy bueno contigo. Ha sido bueno con todos nosotros. ¿No crees que estás siendo muy ingrato?
—¿Ingrato?
Rick sacudió la cabeza. Eran la gratitud y el respeto los que lo habían mantenido atado a Cole. Había pasado los últimos diez años de su vida ayudando a Cole a levantar su negocio, intentando pagarle a su hermano todos los sacrificios que había hecho por ellos cuando eran pequeños. Pero al final, se había dado cuenta de que había contraído con Cole una deuda que jamás podría satisfacer. No podía hacer nada para transformar el pasado.
—Creo que ya es hora de que haga algo nuevo —contestó.
Sabía que Chad nunca podría comprender lo que sentía. Su hermano estaba más que satisfecho con poder trabajar como contratista para Cole y probablemente estaría feliz en aquel puesto durante el resto de su vida.
—¿No ganabas suficiente dinero? —le preguntó Chad.
Rick miró por encima de Chad hacia la casa que había comprado unos meses atrás. Situada en la zona más alta de una urbanización, era un bonito lugar. Todavía no había terminado el jardín ni había amueblado todas las habitaciones, pero lo consideraba como una inversión. Pensaba venderla al cabo de unos años y comprar otra más grande. Quizá para entonces tuviera su propia familia y necesitara más espacio.
—No es cuestión de dinero. Quiero hacer las cosas por mi cuenta.
Chad se recostó en el coche y le dio una patada a una piedra.
—Yo no quiero sentirme en medio de los dos —dijo por fin.
—No creo que sea posible permanecer neutral y continuar siendo fiel a Cole. Lo comprendí y lo acepté cuando me fui. Sé lo que sientes por él.
—Le debo mucho a Cole, pero no voy a renunciar a uno de mis hermanos por otro.
Rick sonrió. Él pensaba que tendría que separarse de toda su familia para conquistar su libertad, pero Chad parecía estar ofreciéndole una alternativa, al menos en lo que a él concernía.
—Gracias, te lo agradezco.
—De nada —Chad se apartó del coche—. ¿Quieres que salgamos mañana por la noche a tomar algo?
—No puedo —contestó Rick—. Ya he quedado.
Chad entrecerró los ojos en medido de la oscuridad, escrutando el rostro de su hermano. Rick esperaba que empezara a interrogarlo, como había hecho Cole, sobre cómo pasaba las noches. Pero no lo hizo.
Al cabo de un momento, se limitó a asentir.
—De acuerdo. Tienes mi número de teléfono. Y se fue.