Capítulo 2
Emma sollozó en sus brazos, aunque enseguida trató de recobrar la compostura. Se apartó de él y se sonó la nariz con el pañuelo que el doctor le ofreció.
—¿Está seguro? ¿Fue muy complicada la operación? ¿Participó usted en ella?
—Sí. Fue algo dificultosa, pero me alegra poder decir que se ha llevado a cabo con éxito. Si quieres, puedes ver a tu madre; ella estará algo aturdida aún, pero agradecerá tu presencia. Permanecerá en cuidados intensivos sólo por esta noche. Mañana la trasladarán a…
Una enfermera interrumpió al doctor.
—Señor, le reclaman en el quirófano urgentemente.
El doctor Wyatt hizo a Emma un gesto de despedida y se alejó.
—Todo ha ido bien —dijo Emma a la enfermera—. No sé qué hubiese ocurrido si no me hubiese cruzado con el doctor Wyatt. ¿Trabaja aquí además de visitar a domicilio?
La enfermera pareció sorprendida, luego sonrió.
—Trabaja aquí, es el cirujano especialista. Se supone que está tomándose un año sabático, pero he oído que está sustituyendo al doctor Treble durante una semana o dos.
—Entonces, es cirujano, no facultativo.
—Sir Paul Wyatt es un especialista en cirugía al que reclaman para conferencias y seminarios. Ha sido muy afortunada por cruzarse con él cuando necesitaba ayuda tan urgente.
—¿Pudo haber muerto mi madre?
—Me temo que sí.
—El le salvó la vida…
Emma se sintió capaz de hacer cualquier cosa por agradecérselo. Tarde o temprano surgiría la oportunidad. Aunque pasasen años, ella jamás lo olvidaría.
La condujeron hasta donde su madre se encontraba, rodeada de tubos y monitores, pero despierta. Emma besó su pálido rostro.
—Mamá, todo ha ido muy bien. Mañana me quedaré contigo, cuando te encuentres mejor.
Su madre frunció el ceño.
—Queenie —murmuró.
—Llamaré al señor Dobbs para que le eche de comer.
—Sí, Emma. Hazlo —dijo la señora Trent, antes de cerrar los ojos.
Alguien tocó el brazo de Emma.
—¿Va a quedarse aquí esta noche? —le preguntó una guapa y simpática enfermera—. Hay una sala donde puede dormir en el piso de abajo; la avisaremos si es necesario, pero creo que su madre dormirá hasta mañana por la mañana.
Emma asintió.
—¿Dónde puedo encontrar un teléfono?
—Hay uno junto a la sala de descanso. También encontrará una cafetería donde podrá abastecerse de té y bocadillos.
—Muy amable.
Emma miró por última vez a su madre y se marchó hacia la sala. No había nadie más allí y los sillones parecían confortables. Sobre una mesa reposaban algunas revistas.
La enfermera de urgencias que pasaba por allí la vio dudar y se acercó a ella.
—El cuarto de baño está al fondo de la sala. Intente dormir un poco.
Cuando se marchó, Emma tomó el auricular del teléfono. El señor Dobbs fue muy amable y se ofreció a dar de comer a Queenie. Además, Emma no tenía que preocuparse por el coche.
—Vuelve cuando puedas, querida —le dijo—. Será mejor que te quedes con el coche durante un par de días más para que puedas visitar a tu madre asiduamente.
La señora Smith-Darcy fue harina de otro costal.
—Mi fiesta —exclamó—. Tendrás que venir mañana por la mañana. Yo no puedo hacerlo sola… Ya sabes lo delicada que estoy. Eres muy desconsiderada…
—Mi madre —dijo Emma sin poder contener la ira—, por si no me ha oído, está gravemente enferma. Me quedaré con ella hasta que sea necesario. Y usted no está delicada, señora Smith-Darcy. ¡Su problema es que es usted una maleducada, una vaga y una egoísta!
Colgó el auricular a pesar de los aullidos de la señora Smith-Darcy. De acuerdo, acababa de perder su puesto de trabajo. Pero no le importaba. No había hecho más que poner voz a los sentimientos que llevaba guardándose durante más de un año; y no le importaba.
De hecho, se sentía mucho mejor, aunque se hubiera quedado sin empleo. Se tomó un té y comió unos sándwiches en la cafetería. Resistió la tentación de buscar a alguien para preguntar por su madre. Se lavó la cara, se peinó y se sentó sobre el sillón que le pareció más confortable. Su aparente calma ocultaba sus grandes miedos.
Su madre podría sufrir una recaída; parecía tan enferma… Tendría que cuidar de ella durante varias semanas, cosa que Emma haría con sumo cariño. Pero andarían fatal de dinero. No había nadie en la sala, así que pudo derramar unas cuantas lágrimas; estaba sola, asustada y cansada. Rezó sus oraciones y se durmió antes de terminarlas.
Sir Paul Wyatt, tras comprobar el buen estado de su paciente a las dos de la mañana, se dirigió hacia la sala de descanso. Si Emma estaba despierta, le daría las buenas noticias…
Estaba echa un ovillo sobre el sillón, con las rodillas encogidas y el rostro surcado de lágrimas. La espesa mata de pelo le caía descuidadamente sobre los hombros. Parecía muy joven y sin demasiado encanto. Cuando despertase por la mañana, le llevaría mucho tiempo desentumecer sus articulaciones, a juzgar por la postura que había adquirido.
Buscó una manta y la cubrió con ella; no había necesidad de que también tuviese frío. Acarició su cabello ligeramente y se sonrió ante esa inesperada muestra de ternura. Inmediatamente después salió de aquel lugar.
Emma se despertó temprano debido a la intensa actividad a su alrededor. Tal y como Sir Paul Wyatt había vaticinado, tenía los miembros entumecidos. Se puso de pie lentamente y dobló la manta preguntándose quién había sido tan amable aquella noche con ella. Luego, se lavó la cara y se arregló el pelo.
Incluso con el colorete y los labios pintados se veía muy desaliñada; pero no importaba, no tenía que impresionar a nadie. Ensayó una sonrisa frente al espejo. Una sonrisa que convenciese a su madre de lo contenta y feliz que se encontraba.
Tras la visita tendría que volver a Buckfastleigh, pero aún no sabía cómo se las arreglaría para ir allí cada día. De una cosa sí estaba segura, la señora Smith-Darcy la habría despedido, por lo tanto tendría los días libres.
Tomó un té y unas tostadas en la cafetería del hospital antes de buscar a alguien que le informase sobre cuándo podía ver a su madre. No tuvo que ir muy lejos. Por el pasillo se acercaba caminando hacia ella Sir Paul Wyatt. Impecablemente vestido con un traje gris, recién afeitado y los zapatos relucientes. Ella le dio los buenos días y le preguntó, sin esperar su saludo, por su madre.
—¿Está bien? ¿Puedo verla?
—Ha pasado la noche tranquila, y claro que puedes verla.
Se quedó mirándola, observando el alivio que sus palabras producían en ella. Emma se sintió algo intimidada ante la presencia imponente del doctor. Trató de hablar con naturalidad para disimular su turbación.
—Todos han sido muy amables conmigo… —Enseguida pensó que él era un hombre muy ocupado y no tenía tiempo para perder con conversaciones intrascendentes—. Iré a ver a mi madre ahora mismo. Le agradezco mucho que salvara su vida. Pronto se recuperará, ¿verdad?
—Sí, pero necesitará tiempo para restablecerse totalmente. Te acompañaré a su habitación, me pilla de paso. Caminaron en silencio a través de varios pasillos. Al salir del ascensor, una enfermera se dirigió hacia el doctor, charlaron unos segundos y, con un gesto, se despidió de Emma tras indicar a otra enfermera que la acompañase.
Su madre se había incorporado ligeramente sobre la cama. Estaba muy pálida y parecía cansada, pero sonreía. Emma tuvo que hacer un gran esfuerzo para convertir las ganas de llorar en una sonrisa.
—Mamá, tienes muy buen aspecto. ¿Cómo te encuentras? Es estupendo que tengas una habitación para ti sola… —Se inclinó para besarla—. Acabo de ver a Sir Paul Wyatt y me ha dicho que todo ha ido muy bien. ¡Qué coincidencia que él trabajase aquí! La enfermera me ha dicho que es un eminente cirujano.
Su madre sonrió.
—Sí, cariño. Estoy realmente bien. Tienes que irte a casa y no preocuparte por nada.
—Sí, mamá. Te llamaré esta tarde y volveré a verte mañana. ¿Quieres que te traiga algo? Ya he pensado en las zapatillas y una bata.
Su madre cerró los ojos.
—Sí, tú sabes lo que necesito…
Emma se inclinó para besarla de nuevo.
—Me voy, necesitas descansar. Duerme un poco.
Era aún muy temprano. Los pacientes se preparaban para recibir el inminente desayuno. La enfermera de noche le dijo a Emma que la mantendrían informada.
—Pero su madre evoluciona muy bien, señorita Trent. El doctor ha pasado esta mañana a verla, y también lo hizo anoche. Llame esta tarde, si quiere. ¿Va a venir mañana?
Emma asintió.
—¿Puedo venir a cualquier hora?
—Por la tarde o por la noche es el mejor momento.
Emma bajó al coche y condujo hacia Buckfastleigh. Durante el camino hizo sus planes para el resto del día. Tenía que ir a casa de la señora Smith Darcy y decirle que no iba a trabajar para ella nunca más. Esa mujer estaría enfurecida y tendría que pedirle disculpas por haberla insultado… Le debía la paga de una semana, y Emma necesitaba el dinero.
Tal vez el señor Dobbs le permitiera alquilar el coche sólo durante el tiempo necesario para ir al hospital y volver, sería más caro que el autobús, pero también más rápido. También tendría que ir al banco; no tenían mucho dinero, pero estaba dispuesta a gastar todo lo necesario. Era demasiado pronto para pensar en otra cosa que no fuese el futuro inmediato.
Devolvió el coche a la oficina de alquiler. El señor Dobbs la recibió con calidez y le aseguró que, si necesitaba el coche urgentemente, no tenía más que decirlo.
—Y no tengas prisa en pagarme la factura.
Cuando entró en casa, dio de comer a una ansiosa Queenie antes de prepararse un café. Tenía hambre, pero ya eran más de las nueve y la visita a la señora Smith-Darcy no podía esperar. Se dio una ducha y se vistió con su uniforme habitual, una blusa, una falda y un jersey. Se arregló la cara y el pelo y montó en su bicicleta.
Alice le abrió la puerta.
—Oh, señorita. ¿Qué ha pasado? La señora está muy enfadada. Cook dice que será mejor que tome una taza de té antes de subir a su habitación. Necesitará mucho ánimo.
—¡Qué amable es Cook! —dijo Emma—. Creo que lo tomaré después, si es posible.
Subió al piso de arriba, llamó a la puerta del dormitorio de la señora Smith-Darcy y entró.
Tantas veces repitió la señora lo que opinaba de ella que tuvo que detenerse a tomar aire, lo cual permitió a Emma empezar a hablar.
—Siento mucho haber sido tan brusca con usted por teléfono señora, pero no parecía entender que mi madre estaba muy enferma; y aún lo está. Tendré que visitarla cada día hasta que le den el alta. Luego, cuidaré de ella hasta que esté totalmente recuperada. Y eso llevará mucho tiempo.
—Mi fiesta —rugió la señora Smith-Darcy—. Eres malvada, dejarme así. Soy incapaz…
Los esfuerzos de Emma por comportarse debidamente se desvanecieron.
—Sí, usted es incapaz —asintió—. Incapaz de demostrar simpatía o amabilidad. Le sugiero, señora Smith-Darcy, que se levante de la cama y prepare la fiesta por su cuenta. Acabo de pedirle disculpas, pero ha sido un error. Usted es todo lo que le dije y mucho más.
Salió de la habitación y cerró con un portazo. Luego, volvió a abrirla otra vez.
—¿Sería tan amable de enviarme lo que me debe a mi casa?
Volvió a cerrar la puerta a pesar de los gritos de la señora Smith Darcy.
Temblaba mientras bebía el té que Cook le había ofrecido.
—No te preocupes por lo que ella diga ahora —dijo Cook—. Es una mujer horrible. Ve a casa y duerme tranquila porque has hecho bien. Te he puesto unas pastas y un pastel de carne en la bolsa. Llévatela a casa y, cuando no tengas tiempo para cocinar, pásate por aquí. En la nevera siempre hay algo preparado.
Tanta amabilidad era suficiente para provocar el llanto de Emma. En lugar de eso, dio a Cook un abrazo y condujo su bicicleta de vuelta a casa. Una vez allí, hizo exactamente lo que esa mujer le había sugerido. Se desvistió aprisa y se metió en la cama. Se durmió en pocos minutos.
Le despertó el sonido de la puerta.
—Mamá —dijo Emma, mientras saltaba a toda prisa de la cama y agarraba la bata al vuelo.
El corazón le latía apresurado al tiempo que volaba escaleras abajo. Ya había anochecido; había dormido demasiado. Debería haber llamado al hospital. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta.
Sir Paul Wyatt esperaba frente a la puerta de la entrada. Entró y cerró la puerta tras él.
—No deberías abrir la puerta sin saber antes quién llama.
Ella lo miró entre la maraña de pelo que cubría sus ojos.
—Y, ¿cómo puedo saber quién llama si no abro primero? ¿Qué le ha pasado a mi madre? —preguntó preocupada—. ¿Por qué está usted aquí? ¿Está peor…?
Las manos firmes de doctor tomaron las suyas.
—Tu madre está espléndida. Es una paciente excelente. Lo siento, debería haberme dado cuenta de que… Estabas durmiendo.
—No pensaba dormir durante tanto tiempo; ya se ha hecho de noche. ¿Por qué ha venido entonces?
—Iba de camino a casa y se me ocurrió que podría pasar consulta en Buckfastleigh por las mañanas durante las próximas dos semanas. Después de las visitas podría llevarte a Exeter; volveríamos a tiempo para mi consulta de la tarde.
—¿Lo haría? ¿Haría eso por mi? Es muy amable por su parte, pero la enfermera me dijo que usted estaba tomándose un año sabático, y eso significa que está de vacaciones, ¿no es así?
—Casi vacaciones, pero soy libre para entrar y salir cuando quiera.
—Pero ¿usted vive en Exeter?
—No, muy cerca. No me causará ningún trastorno.
Ella lo miró desconcertada, pero parecía muy resuelto. Antes de que ella pudiera replicar, él continuó.
—Será mejor que te vistas. ¿Tienes algo para comer?
—Sí, gracias. Cook me ha preparado algo —de pronto se sintió hambrienta—. Ha sido muy amable. Supongo que estará deseando irse a su casa, su jornada debe ser agotadora…
Él sonrió.
—Prepararé el té mientras te vistes y te explicaré cuál es exactamente la situación de tu madre.
Voló escaleras arriba, se vistió, recogió su pelo en una coleta y se lavó la cara. ¡Qué importaba su aspecto! Ese hombre no se fijaría en ella y, probablemente, estaría deseando irse a su casa; donde quiera que ésta estuviera.
Emma percibió su soltura en la cocina. Había preparado el té, dado de comer a Queenie y encontrado un paquete de galletas.
—No encuentro la leche —dijo sin levantar la vista de las tazas que estaba llenando de té—. ¿Tienes suficiente dinero?
La pregunta pilló a Emma por sorpresa.
—Sí… sí, gracias. Y la señora Smith Darcy me debe la paga de una semana.
Probablemente, dadas las circunstancias, no la cobraría nunca; pero eso no tenía por qué decirlo.
Él le tendió una taza de té.
—En cuanto a tu madre… —comenzó a explicar con palabras sencillas—. Tendrá que estar en el hospital al menos una semana, diez días tal vez. Después sugiero que la enviemos a una clínica de recuperación. Conozco una muy buena no muy lejos de aquí. Sólo estaría unas semanas. Cuando vuelva a casa, será capaz de valerse por sí misma, aunque tendrá que someterse a una dieta. Pero aún queda tiempo para eso. ¿Vas a quedarte sola en esta casa o tienes algún familiar que pueda echarte una mano?
—No tenemos familia. Sólo algunos primos que viven en Londres, pero después de la muerte de mi padre no hemos vuelto a saber de ellos. Tengo algunos amigos en Buckfastleigh. Si les avisase seguro que me acompañarían, pero no hay necesidad. Intentaré encontrar un trabajo temporal hasta que mi madre venga a casa.
—¿La señora Smith Darcy te ha despedido?
—Supongo. Fui muy descortés con ella esta mañana —no deseaba que sintiese lástima por ella y decidió cambiar de tema—. Seguro que encontraré algo.
Así sería si estuviesen en la temporada turística; pero aún quedaba mucho tiempo para eso.
—Bien —dijo él, dejando la taza sobre la mesa—. Te llamaré mañana después de las doce.
Tras un breve adiós se marchó.
Una vez sola, puso el pastel de carne a calentar en el horno, lavó las tazas y preparó una bandeja. La casa estaba fría, nunca tuvieron suficiente dinero para la calefacción central, y era demasiado tarde para encender la chimenea. Cenó, se dio una ducha y se acostó reconfortada ante la seguridad que el visitante le había infundido con respecto a la salud de su madre. Era un hombre muy agradable, pensó soñolienta, y nada engreído. Se durmió pensando en él.
Llovía muy fuerte cuando se despertó y el frío viento del páramo soplaba con fuerza. Desayunó y se apresuró hasta la oficina del señor Dobbs para usar su teléfono. Le informaron que su madre había pasado bien la noche y que estaba deseando verla aquella tarde. Volvió a casa más tranquila, le contó la buena noticia a Queenie y se dispuso a arreglar la casa mientras planeaba las cosas que haría antes de que su madre fuese dada de alta.
Pasadas las doce, tomó un sandwich y una taza de café con rapidez; no deseaba hacer esperar al doctor. Cuando éste llegó minutos después, ella ya se había puesto el abrigo, cerrado la casa y preparado el paquete que llevaría a su madre.
Él le dio los buenos días de manera cordial, hizo algún comentario sobre el mal tiempo mientras entraban en el coche e iniciaron el camino al hospital sin perder más tiempo. La conversación no era su fuerte, según Emma pudo comprobar a lo largo del viaje. Sus respuestas monosilábicas se sucedían, a pesar de los esfuerzos de Emma por mantener una conversación fluida. Supuso que estaría cansado, o tal vez meditaba sobre sus pacientes. Ella se entretuvo disfrutando del paisaje árido que les rodeaba.
—¿Te va bien a las cuatro y cuarto? —preguntó el doctor una vez que llegaron al hospital—. En la entrada principal, ¿de acuerdo? Vas a disfrutar con los progresos que ya ha hecho tu madre.
Bajó del coche y le abrió a Emma la puerta, la acompañó hasta la entrada del hospital y, contrariamente a lo que ella pensaba, se volvió a subir al coche y se marchó. Emma había supuesto que él tendría que hacer su trabajo en el hospital. No volvió a pensar en ello y se dirigió a la habitación de su madre.
Estaba mucho mejor, aunque algo pálida y todavía con varios tubos alrededor. Pero le habían cepillado el pelo y, cuando Emma le puso su bata rosa, volvió a recuperar su aspecto habitual.
—Es un milagro —dijo Emma, abrazando cariñosamente a su madre—. Sólo han pasado cuarenta y ocho horas y ya estás incorporada en la cama y con muy buen aspecto.
La señora Trent, aún algo sedada, habló medio dormida.
—¿Me has traído mis cosas? Gracias, cariño. ¿Y Queenie está bien? ¿Cómo te las apañas para venir? No debe ser fácil, no vengas todos los días; está tan lejos…
—El doctor Wyatt está sustituyendo al doctor Treble, así que me trae después de la consulta de la mañana y luego voy con él para la consulta de la tarde.
—Estupendo. Así podré verte todos los días; me alegro mucho.
Cerró los ojos y cayó dormida. Emma siguió acariciando su mano mientras hacía planes.
Un trabajo, ése era el punto más importante a tener en cuenta. Un trabajo que pudiese dejar cuando su madre regresara a casa. Tal vez no estaba demasiado preparada, pero sabía escribir a máquina y llevar la contabilidad lo suficientemente bien. Estaba segura de que tenía que haber algo…
Cuando su madre despertó, charlaron animadamente sobre cosas cotidianas, aunque Emma se encargó de que el tema de la señora Smith-Darcy no saliera. No pensaba decirle nada a su madre, a menos que ella preguntara.
Una enfermera entró a la habitación y Emma la observó desenvolverse entre los tubos y las pantallas. Deseó entonces ser tan eficiente y estar tan preparada como ella. Y ser tan bonita. Seguramente trabajaba para el doctor Wyatt, lo vería todos los días y sería capaz de entender su indescifrable lenguaje; y él seguro que le daría las gracias. Suponía que era un hombre de maneras exquisitas.
Su madre volvió a dormirse y no se despertó hasta que llevaron el carrito con el té y las pastas. Emma aceptó agradecida la taza que le ofrecían. El almuerzo tan precipitado había desaparecido hacía horas de su estómago.
Su madre disfrutaba mientras estaba despierta, aunque no hablaba demasiado. Finalmente, llegó la hora de marchar y Emma se despidió con un beso.
—Mañana volveré —le prometió antes de marchar.
Acababa de llegar a la entrada del hospital cuando vio el Rolls que se aproximaba hacia ella. El doctor se bajó del coche y le abrió la puerta. Casi susurró un saludo de bienvenida.
—Tu madre está muy recuperada, ¿no te parece?
—Desde luego. Estuvo casi todo el rato durmiendo, pero está mejor de lo que yo esperaba.
—Por supuesto está sedada, y también lo estará las próximas cuarenta y ocho horas. Después se le pasarán los dolores y recuperará las ganas de vivir. Ha sido una dura operación…
Seguía lloviendo, una lluvia incesante y fría arrastrada por un viento helado. El páramo resultaba desolador y desértico al anochecer. Emma, que había vivido junto a él toda la vida, no se sentía intimidada; se preguntaba si al doctor le ocurriría lo mismo. Había dicho que él vivía cerca de Exeter y ella sentía curiosidad por saber dónde exactamente. Tal vez, tras varios días de ir y venir con él, el doctor se mostrase menos reservado. Verdaderamente, era un hombre muy discreto.
De pronto se le ocurrió que tal vez él la encontraba muy aburrida. Al día siguiente, Emma intentó algunos comentarios más distendidos, pero él mantuvo su reserva; aunque no por ello dejaba de ser amable. Decidió que el silencio era la mejor política a seguir, a menos que él empezase una conversación…
Al cabo de una semana no sabía mucho más de él que la primera vez que se vieron. Le gustaba ese hombre, le gustaba mucho, pero era consciente de que habitaban mundos completamente diferentes. El único deseo de él era ofrecerle ayuda, como hubiese hecho con cualquier otra persona que se hubiese cruzado en su camino en circunstancias similares.
Su madre hacía grandes progresos y Emma leyó a conciencia el periódico local durante el fin de semana tratando de encontrar algún trabajo adecuado.
La señora Smith-Darcy, sorprendentemente, había enviado a Alice a su casa con la paga que le debía. Emma le preparó una taza de café y escuchó sus peripecias.
—Como una loca estaba —dijo Alice—. Debería haberla oído, señorita Trent. Y la fiesta que preparó… eso sí que fue divertido, todo el rato quejándose de los sirvientes y cosas así. No la he oído ni una palabra amable sobre usted ni sobre su madre. Desagradecida. No va a encontrar una sustituta en la vida.
Cuando hubo acabado con el café y los bizcochos, Alice se levantó dispuesta a marchar.
—Casi se me olvidaba —dijo de pronto—. Cook y yo pensamos que a su madre le gustarían estos bombones ahora que está mejor. Y aquí traigo otro de los famosos budines de Cook. Sólo tiene que calentarlo para la cena.
—Tengo mucha suerte de teneros como amigas —dijo Emma de corazón.
Camino del hospital el lunes siguiente, sentada junto a Sir Paul, observó que él miraba de vez en cuando los bombones que ella portaba en su regazo.
—Supongo que no serán para tu madre.
—Bueno, sí y no. Cook y Alice, de la casa de la señora Smith-Darcy, ya sabe, me los dieron para que se los trajese. Suponía que no podría comerlos, pero imaginé que le gustaría verlos al menos. Además, le gustará regalarlos a las enfermeras que la cuidan.
El asintió.
—Ayer examiné a tu madre. Estoy tratando de que la transfieran a Moretón lo antes posible. Estará allí al menos dos semanas, tres si es posible. Cuando vuelva a casa, estará perfectamente.
—Eso sí son buenas noticias. Gracias por arreglarlo todo —dijo Emma, agradecida.
Se preguntaba cómo iba a visitar a su madre en Moretón.
Tendría que enterarse del horario de los autobuses y de las conexiones para llegar allí. Había ahorrado todo el dinero que había podido y había recibido la paga de la última semana; tal vez podría alquilar el coche del señor Dobbs y visitar a su madre una vez a la semana. Estaba a unos cincuenta kilómetros, casi una hora de conducción.
Le contó todo eso a su madre y se alegró cuando la vio recibir las noticias con buen talante. La idea de ir a una clínica de recuperación durante su convalecencia la animó mucho y no hizo objeciones cuando Emma le dijo que sólo podría visitarla una vez a la semana.
—Será sólo durante unas semanas, Emma, y estoy segura de que me tendrán muy ocupada. ¿Todo está bien por casa? ¿Queenie está bien?
—Está estupendamente y todo va bien. Te traeré más ropa mañana porque el doctor no sabe cuándo te irás exactamente, será cuando se produzca una vacante, supongo.
Cuando se dispuso a marchar, su madre la acompañó hasta la puerta del ascensor para mostrarle los progresos que había hecho.
—No te acompaño abajo porque yo camino muy despacio y no quiero que hagas esperar al doctor —dijo la señora Trent.
Por una vez, Emma agradeció el silencio de Sir Paul. Tenía muchas cosas en qué pensar. Casi habían llegado a Buckfastleigh cuando él le dijo que su madre se trasladaría dos días después a la clínica de rehabilitación.
—Entonces, mañana es el último día que voy al hospital…
—Sí. Habla con la enfermera cuando la veas mañana. Ella te dará toda la información y el número de teléfono. A tu madre la llevará una ambulancia. Allí estará bien atendida por el personal de la clínica.
—Estoy segura. Está deseando ir; siente que se está recuperando rápidamente.
—Han sido unos días muy duros para ti… —Su tono de voz era dulce—. Pero creo que se va a recuperar totalmente.
Ya en la casa, metió el budín al horno, dio de comer a una impaciente Queenie y se sentó a contar el dinero de su cartera. Tenía suficiente para alquilar el coche durante el fin de semana, aunque no mucho más. Cenó, preparó una maleta con la ropa de su madre y sacó la basura antes de irse a la cama.
Recogió el periódico local del buzón. Regresó con él a la cocina y leyó las ofertas de empleo. Allí, frente a ella, tenía una oportunidad de trabajo.
Necesitamos urgentemente mujer discreta para cubrir una sustitución por dos o tres semanas. Deberá ser capaz de cuidar un niño de corta edad así como dedicarse a las tareas domésticas.
Cuando lo leyó, Emma pensó que la mujer, además de discreta, tendría que poseer mucha energía si era capaz de enfrentarse a todo eso. Pero serían sólo dos o tres semanas, justo el tiempo que ella necesitaba.
Emma se fue a la cama pensando que los milagros existían y se durmió profundamente.
Por la mañana esperó con impaciencia a que dieran las ocho y media para acercarse a la oficina del señor Dobbs a llamar por teléfono. La mujer que respondió la llamada parecía angustiada.
—Gracias a Dios. Estoy agotada y no tengo a nadie que pueda ayudarme. El niño ha estado llorando durante toda la noche…
—Si me diese su dirección… Yo vivo en Buckfastleigh.
—Yo también. En Picket House. Pasado el criadero de nutrias, al final de la calle, giras a la izquierda. ¿Tienes coche?
—No, voy en bicicleta. ¿Puedo ir ahora mismo?
Escuchó miles de formas incoherentes de dar las gracias y, tras llamar a la consulta de Sir Paul para cancelar su cita con él, corrió hacia su casa. Queenie, que ya había desayunado, se preparaba para echarse una siesta. Emma le dejó comida, se puso el abrigo y una bufanda y buscó su bicicleta. Al menos no llovía, pensó mientras pedaleaba incesantemente hasta la otra punta del pueblo.
Picket House era una casa antigua, muy bien conservada, rodeada de un extenso jardín. Emma se dirigió hacia la puerta principal y alguien salió a recibirla antes de que hubiese tocado el timbre.
—Pasa, pasa, por favor.
La joven que le abrió no era mucho mayor que ella, pero ahí se terminaba el parecido, porque la muchacha era muy bonita, rubia, de pelo rizado, grandes ojos azules y nariz perfecta. Una vez que Emma entró, rompió a llorar.
—Ha sido una noche horrible, no puedes imaginarlo. La cocinera está con la gripe y Elsie también. Además, la niñera que se suponía que tenía que venir mandó un mensaje diciendo que su madre está enferma.
—¿No tenía a nadie que pudiera ayudarla? ¿Su madre o una hermana?
—Están en Escocia. Y Mike, mi marido, ha viajado a América y no volverá hasta dentro de un par de semanas —se secó las lágrimas y sonrió levemente—. ¿Vendrás a ayudarme?
—Sí… sí, por supuesto. Querrá referencias…
—Sí, claro. Ya arreglaremos eso más tarde. Ahora quiero darme un baño; ni siquiera he desayunado. A decir verdad, no se me da muy bien cocinar.
—El bebé —preguntó Emma, mientras se quitaba el abrigo y la bufanda y los colgaba en el perchero de la entrada—. ¿Es niño o niña?
—Ah, un niño.
—¿Ha tomado el biberón?
—Le di uno durante la noche, pero no estoy segura de haber hecho la mezcla correctamente; luego se puso enfermo.
—¿No se encarga usted de darle de comer?
Aquel bello rostro hizo un gesto de desagrado.
—No, no. No creo que pudiera, soy demasiado escrupulosa. ¿Puedes vivir aquí mientras la niñera no esté disponible?
—No puedo mudarme, pero vendré por la mañana temprano y me quedaré hasta que el niño haya tomado el último biberón, si le parece.
—Entonces, estaré sola por la noche…
—Si el niño ha comido bien, dormirá durante toda la noche; le dejaré una toma preparada para que sólo tenga que calentarla en caso de necesidad.
—¿Podrás cocinar y arreglar la casa? Yo soy muy inútil para las labores caseras.
Le pareció a Emma que ése era un buen momento para empezar a aprender, pero no dijo nada.
—Aún no sé su nombre.
—Hervey, Doreen Hervey.
—Emma Trent. ¿Puedo ver al niño antes de prepararle el desayuno?
—Sí, claro. Es muy pequeño, sólo tiene un mes. No eres enfermera, ¿verdad?
—No. Pero hice un curso de pediatría y hogar cuando terminé mis estudios.
Iban subiendo las escaleras.
—¿Te parecen bien cien libras por semana?
—Sí.
Serían dos o tres semanas y podría ahorrar todo lo que ganase.
La decoración de la habitación era perfecta; paredes en tonos pastel, una gruesa alfombra a los pies, largas cortinas de blanco inmaculado y un mobiliario cálido y acogedor.
—Aquí es —señaló la señora Hervey innecesariamente mientras se inclinaba hacia el niño.
Era muy pequeño, de pelo oscuro, ojos arrugados y boca diminuta. Empezó a llorar amargamente mientras cerraba con rabia sus pequeños puños.
—El pañal está mojado —afirmó Emma—. Le cambiaré. ¿Cuándo tomó el último biberón? ¿Recuerda a qué hora?
—No lo recuerdo. Estaba tan cansada. Creo que serían alrededor de las dos.
—¿La leche está en la cocina?
—Sí, sobre la mesa. ¿Crees que tiene hambre?
Emma reprimió el deseo de agarrar por el cuello a la señora Hervey.
—Vaya a ducharse mientras yo le cambio y le doy de comer. Tal vez pueda prepararse usted misma una tostada y cocer un huevo para su desayuno.
La señora Hervey se fue muy agradecida y Emma cambió el empapado pañal del empapado bebé. Todo lo que necesitaba lo tenía a mano…
Con el niño entre los brazos, Emma bajo a la preciosa cocina, hirvió agua, hizo la mezcla y se sentó a esperar que se enfriase un poco. Parecía que el niño iba a echarse a llorar en cualquier momento, así que Emma jugueteó con él.
Le dio de comer y recogió la cocina. El niño se estaba quedando dormido y su madre aún no había dado señales de vida. Cuando llegó, perfectamente maquillada, parecía aún más bella.
—¡Qué bien! Se ha dormido. Tengo tanto hambre… —dijo sonriendo como un ángel—. Estoy feliz de que hayas venido, Emma. ¿Puedo llamarte así?
—Sí, por favor.
Devolvió al niño a su cuna sin saber si ella se sentía también feliz por estar allí.