Capítulo 4

 

El sol apenas ha salido y yo ya estoy en la cocina preparándome un café súper cargado. No he dormido bien en toda la noche, y para colmo me he despertado con un dolor de cabeza de mil demonios. Por si no tuviese bastante con eso, hoy me toca a mí abrir la tienda, así que a las siete debo estar en el trabajo para recibir a los proveedores.

Anoche llegué a la conclusión de que todo esto debe ser una broma de alguno de mis compañeros, por la putada que les gasté yo a ellos en Navidad. Tuve a las chicas todas las Navidades disfrazadas de mamá Noel, y al carnicero lo disfracé de Santa Claus, aunque sin barba.

En cuanto llego al trabajo mi cara deja entrever el cabreo que tengo. He de averiguar quién es el amigo de mi acosador secreto, y sé que no va a ser tarea nada fácil. Interrogo a todos los proveedores, porque con todos ellos me llevo genial y tienen mi número personal, pero ninguno conoce a nadie como el hombre que les describo.

Ya son las ocho y mi plantilla está a punto de llegar. Pongo mi mejor cara de poli mala y los espero en las escaleras que dan a los vestuarios. Conforme van mirándome, se van parando en seco, porque saben que algo no anda nada bien. Es mi segunda encargada la que rompe el tenso silencio que se ha instaurado en el vestuario.

‒Sarah, ¿ocurre algo?

‒Sí que pasa, sí. La bromita de ayer ha llegado demasiado lejos.

‒¿Qué broma? ‒Pregunta el carnicero, extrañado.

‒Vale lo de las flores. Pase lo del acoso en la puerta del súper. Pero en serio, ¿a mi casa?

‒¿Sarah, de qué demonios hablas? No sabemos nada de ninguna broma. Al menos yo no ‒balbucea la panadera.

‒¿Ninguno de vosotros tiene nada que ver con en el envío de los lirios?

‒¡No! ‒Contestan todos al unísono. Respiro hondo y cierro los ojos.

‒Pues estoy bien jodida.

‒¿Qué pasa, Sarah? ‒Inquiere la charcutera, preocupada.

‒El tío que estuvo viniendo al súper hace dos semanas y que decíais que venía por verme me estaba esperando cuando os fuisteis y me acorraló en la calle. Después me mandó otro ramo de flores a casa. Y por si no tuviese bastante con eso me mandó un mensaje al móvil. Tengo que ir a la policía en cuanto termine mi turno.

Siento que me va a estallar la cabeza. Me tomo mi pastilla para la jaqueca antes de abrir las puertas. Y la primera persona que entra en el establecimiento es él.

‒¡Tú! ¡Maldito hijo de puta! ¿De dónde coño has sacado mi número de teléfono y mi dirección?

Avanzo hacia él echando humo. Tras la sorpresa inicial que se refleja en sus ojos, se acerca a mí despacio.

‒Tranquila, Sarah. Puedo explicarlo. Vayamos a tomar un café y te lo explico.

‒¡No pienso ir a tomar nada contigo, degenerado!

‒Por favor, contrólate un poco. Vayamos a alguna parte a hablar de esto... estás montando un espectáculo.

Es en ese momento que mi jefe entra por la puerta. Gracias a Dios no me ha pillado gritando como la niña del exorcista. Me quedo de piedra y la mandíbula se me desencaja cuando se acerca a mi acosador y le palmea la espalda antes de echarle el brazo por los hombros de manera desenfadada.

‒Buenos días, Sarah. Veo que has conocido a mi hijo Blake.

‒Eh... si, le conozco ‒digo más roja que un tomate. ¡Acabo de hacer el ridículo delante de mi jefe!

‒Tuvimos un malentendido, papá, y tengo que arreglarlo.

‒Entiendo ‒asiente mi jefe no muy convencido‒. ¿Por qué no te vienes a tomar un café con nosotros? Así lo aclaráis todo.

‒Se lo agradezco, señor Taylor, pero aún no he hecho los pedidos y se me echa el tiempo encima. Quizás en otra ocasión ‒mi jefe ríe divertido.

‒Esta mujer es responsable hasta decir basta, Blake. No permita Dios que yo la aparte de sus obligaciones. Hasta pronto, querida. Nos veremos en la oficina a final de mes, como siempre.

‒Sí, señor.

‒Sarah... ‒se despide mi acosador inclinando la cabeza.

‒Blake...

Estoy agotada mentalmente. ¿En serio el hijo de mi jefe me está acosando? Porque tengo más que seguro que ese pedazo de bombón no está interesado en mí.

Le digo a mi ayudante que me sustituya en la hora del desayuno y me encierro en la oficina a respirar. Tras un café y un ibuprofeno mi mente está un poco más despejada. Pero eso solo sirve para que empiece a llorar. Me siento herida. Herida porque un niñato hijo de papá se haya divertido a mí consta.

Aunque siempre me digo que debo ser fuerte y escéptica, me había ilusionado un poco. En mi vida las únicas flores que he recibido han sido las que me mandó el marido de mi madre para mi cumpleaños dos años atrás, y ahora llega Blake Taylor y me manda no uno, sino dos ramos para reírse de mí. Blake... hasta su nombre lo delata. Es tan oscuro como su conciencia.

Oigo la puerta abrirse y a alguien subir los escalones de dos en dos. Me limpio rápidamente los ojos para que mis compañeros no me vean llorar, aunque la hinchazón debe ser de campeonato.

Pero no son mis compañeros, sino Blake. Se arrodilla delante de mí e intenta levantarme la cara suavemente agarrándome de la barbilla. Pero no pienso mirarle para que se ría a mandíbula batiente, así que de un manotazo le quito su mano de mi cara. Oigo como suspira resignado antes de volver a intentarlo, ahora con más fuerza.

‒Has estado llorando.

‒Qué observador ‒digo sarcástica‒. Cumpliste tu objetivo, así que ya puedes largarte.

‒¿Mi objetivo? ‒Pregunta arrugando el ceño‒ ¿Y cuál según tú era mi objetivo?

‒No te hagas el inocente conmigo, que cuando tú vas yo ya he ido y vuelto.

‒A ver, Sarah... ¿Me quieres explicar qué es lo que piensas que intentaba? Porque creo tener una leve idea de lo que se te pasa por esa cabecita loca, y me estoy poniendo de muy mala leche.

‒¡Reírte de mí! ‒Digo levantándome de mi silla‒ No sé dónde me has visto, seguramente en la oficina de papá, y decidiste que estabas aburrido y que yo era perfecta para la bromita de San Valentín.

‒¡¿En serio?! ¿Crees que me he tomado todas esas molestias contigo solo para reírme de ti?

Se da la vuelta furioso, y se restriega la cara con ambas manos. Parece realmente frustrado. Antes de que tenga tiempo de formar otra palabra en mi cabeza se da la vuelta y me aprisiona contra la pared, sujetándome las manos sobre la cabeza. Apenas puedo respirar. Acerca su pelvis lentamente a mi estómago y restriega su evidente erección contra mí.

‒¿Crees que esto es el resultado de reírme de ti? ‒ruge con los dientes apretados‒ ¿Crees que me pone cachondo acosar a mujeres para reírme de ellas? Te lo voy a decir una sola vez, ángel, y quiero que te quede bien claro en el futuro. Si he hecho el imbécil acosándote como un animal en celo es porque me pones cachondo. Porque cuando te vi ayer sentí que me quedaba sin aire en los pulmones. No te había visto en mi vida, pero cuando pasé por aquí y te vi, le pregunté a mi padre y husmeé en los archivos de su empresa. ¿Te queda lo suficientemente claro?

‒Estás loco ‒digo en apenas un susurro.

‒¡Lo estoy! Estoy loco por descubrirte, porque sé que estás escondida detrás de un cascarón y me pueden las ganas de hacerte salir de él. Estoy loco por meterme entre tus piernas y hacerte gritar de placer. Estoy loco por saber qué demonios me pasa contigo, que no puedo dejar de pensar en ti.

‒Permíteme dudarlo ‒replico con más fuerza de la realmente siento‒. Haz el favor de soltarme.

‒Jamás.

Se abalanza sobre mi boca desesperado. La saquea, me roba la capacidad de pensar, me quita las fuerzas para resistirme, y sin darme cuenta me encuentro colgada de sus hombros, pegando mi cuerpo al suyo. Su lengua recorre todos los recovecos de mi boca, arrancándome gemidos de deleite. Nunca me he derretido con un beso, hasta ahora.

Antes de que pueda saborear el momento lo suficiente para saciarme se despega de mí, separándose suavemente de mi cuerpo y soltando mis brazos de su cuello.

‒Recuerda esto la próxima vez que creas que me estoy riendo de ti, ángel. Sí, estoy jugando, pero a un juego que quiero que juegues conmigo. ¿Lo harás?

‒Yo... no lo sé.

‒Piénsatelo ‒alega separándose más de mí‒. Y si la respuesta es no, prepárate, porque no voy a parar hasta conseguir que te rindas a mí.

Dicho esto, sale tal como ha entrado, con la fuerza de un tsunami. Me llevo la mano a los labios. Noto que están hinchados, pero no me importa. ¿El quiere jugar? Veremos a ver quién es el que se rinde antes.