Hoy me he levantado de un humor de perros: es el día maldito, y mis nervios pueden acabar con mi paciencia demasiado pronto. Ya he tenido más que suficiente con el derroche de amor que he tenido que presenciar a la hora del desayuno, y aún me queda aguantar el día entero con los ramos de rosas y todas las chorradas que acaban de llegar al súper.
Reconozco que soy un poco rara, pero no sé lo que se siente al recibir un regalo de la persona que amas porque jamás lo he recibido. Al menos no en San Valentín.
Con la mejor cara que puedo ponerles a mis compañeros, abro la tienda. Me sorprendo cuando el chico de la tienda de ordenadores de enfrente se acerca a mí y me regala una piruleta en forma de corazón, pero cuando miro alrededor veo que les ha regalado una a todas mis compañeras.
‒¿Y esto? ‒Pregunto sonriendo.
‒Bueno... siempre nos tenéis el desayuno preparado, y siempre nos calentáis la bollería en el horno aunque no tenéis por qué hacerlo, así que es nuestra forma de agradecéroslo.
‒¡Vaya, Gracias!
La verdad es que me ha parecido un gesto de lo más tierno por su parte, y mi sonrisa es sincera, así que me guardo mi piruleta en el bolsillo del uniforme y vuelvo a la oficina a seguir con el trabajo. Al menos el día ha empezado con buen pie.
A las once me pongo en la caja para que la cajera pueda ir a desayunar. Normalmente no hay mucho en lo que recrearse la vista, así que apenas miro a los clientes hasta que les cobro, para qué molestarse.
Estoy pasando un paquete de cheddar, un cartón de leche, una barra de pan y un paquete de jamón york, y cuando levanto la vista hasta su dueño... me quedo sin respiración.
Tengo delante de mí al chico misterioso, después de cuatro días sin verle. Sigue tan guapo como siempre, y empiezan a revolotearme un millón de mariposas en el estómago cuando me sonríe.
Me pongo como una amapola cuando me doy cuenta de que esa sonrisa socarrona es porque está hablándome y ni me he enterado ¡Por dios, qué vergüenza! Estoy babeando con cara de tonta delante de él, así que recobro la compostura lo mejor que puedo antes de hacer su cuenta.
‒Son trece con veinte.
‒Preciosa, te he dicho que me des una bolsa.
‒Ay sí, perdona, estaba distraída. Trece con veinticinco entonces ‒me da un billete de veinte euros.
‒Quédate con el cambio.
‒Gracias, pero no me lo iba a quedar yo, sino mi jefe, así que aquí tienes.
Acerca su mano para coger el cambio, pero en vez de poner la palma de la mano hacia arriba para que se lo dé, me coge la mano suavemente y sin dejar de mirarme con esa sonrisa socarrona me besa el dorso de la misma como si estuviésemos en la Edad Media. A mí el pulso se me acelera, empiezo a sudar, tengo un cosquilleo en el estómago que no logro aplacar... y el muy canalla lo sabe.
Sabe qué efecto tiene en mí esa sonrisa y esa mirada. No me sorprende, apuesto a que provoca lo mismo en todas las mortales de sexo femenino, por lo que aparto de un tirón la mano, enfadada más conmigo que con él, y me vuelvo para cobrar al siguiente cliente.
Se me eriza el pelo de la nuca cuando siento el roce de sus dedos al apartarme el pelo del cuello y su cálido aliento al oído.
‒¿Te has puesto nerviosa? Yo también. Debemos solucionarlo.
‒¿Perdona? ‒Me vuelvo altiva‒ Puede que tus dotes de seductor te sirvan con tus conquistas, pero conmigo vas listo, así que haz el favor de reservarte ese tonito para alguna que esté interesada en seguirte el juego.
Dicho esto, me doy la vuelta furiosa ¿Quién se ha creído que es? Vale que está más bueno que el pan, pero debería estar menos pagado de sí mismo el imbécil, que todo lo que tiene de guapo lo tiene de gilipollas.
Tras una risa divertida, coge su compra y se marcha. Menos mal, no me hace ninguna gracia tener que llamar al carnicero, el único hombre del supermercado, para que lo eche a la calle.
El día pasa como todos los catorce de febrero. Han aparecido cuatro repartidores con ramos de flores preciosos para mis compañeras con pareja, cosa que realmente hace que me alegre por ellas, aunque a mí por dentro me esté matando.
Cuando apenas faltan diez minutos para cerrar, llega otro mensajero. Lleva en los brazos el ramo de lirios rojos más impresionante que he visto en mi vida, pero lo que me deja totalmente estupefacta es que el mensajero se plante delante de mí con él en la mano. No se me desencaja la mandíbula de puro milagro. Cojo el ramo, recelosa, y tras mirar que realmente va dirigido a mí, firmo el albarán. En cuanto el mensajero sale por la puerta mis compañeras me rodean muertas de curiosidad.
‒¡Qué calladito te lo tenías! ‒dice la chica de la charcutería.
‒No tengo ni idea de quién pueden ser ‒contesto yo, sin apartar los ojos de las flores.
‒Sarah, por Dios, busca la nota ‒agrega la frutera‒. Ahí dirá de quien es.
Busco entre las delicadas flores una nota que me deje saber de quién es el ramo, pues últimamente no he estado con nadie, así que no sé de quién pueden ser.
¿Sabes interpretar el significado de las flores? Encuentra el significado de estas, y sabrás lo que has despertado en mí, Ángel. El juego acaba de empezar... ¿Podrás resistirte a mí?
Me quedo a cuadros. Ni sé el significado de las flores, ni tengo idea de quién pueden ser. Mis compañeras me miran con cara de póker, creen que les estoy mintiendo, por lo que me encojo de hombros y voy a meterlas en agua.
Cuando cierro la tienda para irme por fin a casa, es cuando realmente respiro en todo el día. Sophie y Kevin van a cenar en un restaurante y se quedarán a pasar la noche en un hotel, así que tengo toda la casa para mí, y podré practicar mi deporte favorito: sofá, manta y libro, acompañado por una buena taza de chocolate caliente. Doy gracias a Dios porque mis compañeros de piso sean comprensivos y me entiendan, porque de lo contrario hubiese sido una noche terrible.
Sigo sintiéndome sola, como todos los años, pero el ramo de lirios ha aligerado un poco el peso que tengo en el corazón ¿Quién ha podido ser? ¿Y qué significado tienen las flores? En cuanto llegue a casa lo buscaré en Internet.
Estoy inmersa en mis cavilaciones, y casi me da un infarto cuando me vuelvo y me choco de bruces contra un pecho musculoso. Me aparto de un salto, y el dueño de esa obra de arte me sujeta de los antebrazos para que no me caiga de culo al suelo.
‒Tranquila... no voy a morderte.
‒¡Joder, que sus...
Me quedo helada cuando veo quién es el dueño de ese pecho tan apetitoso. ¡El hombre del súper! Me está sonriendo con arrogancia, pero no me suelta. Me sacudo un poco para que me suelte, y él da un paso atrás.
‒¿Por qué demonios cierras sola? ¿Quieres que te atraquen?
‒¿Y a ti qué te importa lo que haga? ¿Acaso eres mi padre? ‒contesto con un cabreo de los que hacen historia.
Él vuelve a poner esa sonrisa depredadora, y se acerca hasta dejarme aplastada contra la pared. No me está tocando, y solo tiene apoyada una mano junto a mi cabeza, así que tengo una vía de escape, pero no puedo moverme. Sus ojos son los que me tienen inmovilizada en el sitio, con ese brillo que promete tantas cosas... empiezo a tener mucho calor.
‒¿Tienes planes románticos para esta noche?
‒Repito... ¿a ti qué te importa?
‒¿Y esas flores? Deberías que averiguar quién es tu admirador misterioso.
‒¿Acaso eres tú? ‒pregunto, un poco chula.
Él solo sonríe, y le empujo suavemente hacia atrás para poder escapar. Aunque reticente, él lo hace.
‒Quizás es alguien que está enamorado de ti ‒eso me arranca una carcajada, que le saca a él una sonrisa sincera, de esas que pueden pararte el corazón‒. Vaya, veo que te parece gracioso.
‒Créeme, es imposible ‒le contesto.
‒¿Y eso por qué?
‒Porque estoy soltera y sin compromiso, guapo.
Abro los ojos sorprendida. No sé por qué le he dicho eso. Él inspira profundamente y me aplasta contra la pared pegando su pecho al mío. Siento entre las piernas el bulto de su erección. Su graaan erección. Y mi sexo responde al momento a ella humedeciéndose por completo. Me estoy asustando, pero no de él, sino de mi propia reacción.
‒Suéltame ‒suplico sin mucha convicción.
‒De eso nada ‒replica acercando su boca a la mía hasta apenas rozar mis labios‒. Eres muy peligrosa, ¿Sabes?
‒He dicho que me sueltes ‒Apenas puedo articular palabra. Deseo sus labios en los míos más que nada ahora mismo.
‒Haces que pierda la compostura, ángel ‒me quedo sin respiración al darme cuenta de que ha sido él quien ha enviado las flores.
‒¡Tú! ‒le miro entre enfadada y confundida.
Él sonríe de esa manera tan peligrosa y sexy antes de posar su boca sobre la mía. Entro en combustión. Jamás un beso me había hecho arder de esa manera. Sus labios son suaves y dulces, y sus besos... ¡Ay Dios mío! Realmente sabe cómo besar a una mujer. Recorre suavemente con la lengua mi labio inferior antes de morderlo ligeramente. Abro la boca instintivamente, y él aprovecha la oportunidad para profundizar el beso, pero sin avasallar. Juega con mi lengua, recorre cada centímetro de mi boca de manera suave.
Mis huesos acaban de convertirse en gelatina. No quiero que termine nunca esta dulce tortura, pero antes de que esta idea se forme en mi cabeza, él separa sus labios de los míos con un suave roce.
Se aparta de mí como si tal cosa. Yo estoy hecha mantequilla fundida, y él ni siquiera respira agitado. Me pongo furiosa, porque sé que está jugando conmigo. De un empujón lo aparto de mí y me alejo lo más dignamente que puedo en dirección a mi coche. Pero justo cuando voy a subirme en él su voz me detiene en seco.
‒¡Ángel, empieza el juego!
Me vuelvo furiosa para contestarle, pero ha desaparecido. Me monto en mi coche dando un portazo y apoyo la cabeza en el volante. ¡Será capullo! ¿Cree que puede jugar conmigo? Pues está listo si cree que se lo voy a permitir. Cuando doy la vuelta a la esquina le veo andando por la acera con las manos en los bolsillos. Freno en seco, me acerco a él con paso decidido y le estampo el ramo de flores contra el pecho para después darme la vuelta y volver a mi vehículo. Espero que se enfade, me insulte o algo por el estilo, pero el muy canalla se ríe. ¡Se ríe a carcajadas! Mis labios se curvan involuntariamente en una sonrisa sincera. Ha sido un fin de fiesta curioso.