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«No lo sé»
es mi postura favorita.

Hacer El Trabajo sobre las creencias subyacentes

Bajo los juicios que hemos escrito, a menudo podemos encontrar otros pensamientos en los que hemos creído durante años y que utilizamos como nuestros juicios fundamentales de la vida. Yo denomino a esos pensamientos «creencias subyacentes». Son versiones más amplias, más generales, de nuestras historias. Son como religiones que vivimos inconscientemente.

Supón que has escrito un pensamiento trivial como: «George debería darse prisa para que podamos ir a dar una vuelta». La indagación puede hacerte cobrar conciencia de que tal vez asocies varios pensamientos no examinados a «George debería darse prisa», por ejemplo:

El presente no es tan bueno como el futuro.

Sería feliz si pudiera hacer las cosas a mi manera.

Puedo perder el tiempo.

El apego a estas creencias subyacentes provocará tu sufrimiento en situaciones en las que estés esperando, o en las que te parezca que otras personas se están moviendo con demasiada lentitud. Si alguna de estas creencias te resulta familiar, la próxima vez que estés esperando a alguien, te invito a que escribas los pensamientos que sirven de fundamento a tu impaciencia y que veas si realmente son verdad para ti. (Más adelante encontrarás sugerencias para hacer esto).

Las creencias subyacentes son los ladrillos con los que has construido tu concepto del cielo y del infierno. Muestran con exactitud cómo piensas que mejorarías la realidad si pudieses hacer las cosas a tu manera, y también la terrible apariencia que podría tener la realidad si tus miedos se materializasen. Observar cómo se derrumba todo —descubrir que esas creencias dolorosas con las que hemos cargado durante años no son verdad para nosotros y que nunca las hemos necesitado— resulta una experiencia increíblemente liberadora.

Aquí tienes algunos ejemplos del tipo de afirmaciones sobre las que quizá tengas que trabajar:

Puede ser que esté en el lugar equivocado en el momento equivocado.

La vida es injusta.

Es necesario saber qué hay que hacer.

Puedo sentir tu dolor.

La muerte es triste.

Puede que se me escape algo.

Si no sufro, significa que no me importa.

Si no soy bueno, Dios me castigará.

Hay vida después de la muerte.

Se supone que los hijos deberían ser como sus padres.

Podría ocurrirme algo terrible.

Los padres son responsables de las elecciones de sus hijos.

Puede que cometa un error.

En el mundo existe el mal.

Probablemente quieras hacer El Trabajo sobre cualquiera de estas afirmaciones que parecen ser obstáculos para alcanzar la libertad.

Siempre que, en conversaciones con tus amigos o tu familia, adviertas que te pones a la defensiva o siempre que estés convencido de que tienes razón, quizá quieras anotar tus propias creencias subyacentes y realizar El Trabajo sobre éstas más adelante. Constituyen un material maravilloso para la indagación si realmente quieres saber la verdad y vivir sin el sufrimiento que provocan estas creencias.

Una de las mejores maneras de descubrir nuestras creencias subyacentes consiste en escribir las «pruebas de la verdad» para la primera pregunta. En lugar de pasar de inmediato a la conciencia de que realmente no puedes saber nada, permítete permanecer en la historia. Permanece en el lugar en el que crees que lo que has escrito es verdad. Después, escribe todas las razones que demuestran que eso es verdad. Esa lista evidenciará una buena cantidad de creencias subyacentes.

Lo que sigue es un ejemplo de la utilización del ejercicio de las «pruebas de la verdad» para descubrir las creencias subyacentes.

Cómo utilizar las «pruebas de la verdad» para descubrir las creencias subyacentes

Afirmación original: «Estoy enfadada con Bobby, Ross y Roxann porque realmente no me respetan».

Pruebas de la verdad:

1. Me ignoran cuando les pido que ordenen sus cosas.

2. Se pelean ruidosamente cuando estoy hablando con un cliente por teléfono.

3. Se burlan de cosas que son importantes para mí.

4. Entran sin avisar y esperan que les preste mi atención inmediata cuando estoy trabajando o incluso cuando estoy en el lavabo.

5. No comen o no aprecian la comida que preparo para ellos.

6. No se quitan los zapatos mojados antes de entrar en casa.

7. Si corrijo a uno de ellos, los otros se burlan de él y se pelean.

8. No quieren que me relacione con sus amigos.

Creencias subyacentes:

1. Me ignoran cuando les pido que ordenen sus cosas.

Los niños deberían respetar a los adultos.

La gente debería respetarme.

La gente debería seguir mis indicaciones.

Mis indicaciones son lo mejor para los demás.

Si alguien me ignora, eso significa que no me respeta.

2. Se pelean ruidosamente cuando estoy hablando con un cliente por teléfono.

Hay un momento y un lugar para todo.

Los niños son capaces de controlarse y estar callados cuando suena el teléfono.

Los clientes son más importantes que los niños.

Me importa lo que la gente piense de mis hijos.

Se puede obtener respeto mediante el control.

3. Se burlan de cosas que son importantes para mí.

La gente no debería divertirse o ser feliz a costa mía.

A los niños debería importarles lo que les importa a sus padres.

4. Entran sin avisar y esperan que les preste mi atención inmediata cuando estoy trabajando o incluso cuando estoy en el lavabo.

Hay momentos apropiados para pedir lo que uno quiere.

Los niños deberían esperar para recibir atención.

El lavabo es un territorio sagrado.

Los demás son responsables de mi felicidad.

5. No comen o no aprecian la comida que preparo para ellos.

Los niños no deberían tomar sus propias decisiones respecto a qué comer.

Necesito que me aprecien.

Los gustos de la gente deberían cambiar cuando yo lo digo.

6. No se quitan los zapatos mojados antes de entrar en casa.

Trabajo demasiado y no lo aprecian.

A los niños debería importarles la casa.

7. Si corrijo a uno de ellos, los otros se burlan de él y se pelean.

Tengo el poder de provocar una guerra.

La guerra es culpa mía.

Los padres son responsables del comportamiento de sus hijos.

8. No quieren que me relacione con sus amigos.

Los niños deberían ver a los padres como ven a sus amigos.

Los niños son unos desagradecidos.

Cuando descubras una creencia subyacente, aplícale las cuatro preguntas y después inviértela. Igual que ocurre con los juicios personales, la inversión más pertinente es, con frecuencia, la que se encuentra en la polaridad opuesta, la inversión de 180 grados. Deshacer una creencia subyacente permite que familias enteras de creencias relacionadas salgan a la superficie, y por consiguiente, que sean susceptibles de ser sometidas a la indagación.

Ahora exploremos una creencia subyacente común. Concédete el tiempo necesario y escucha a medida que te hagas las preguntas.

Mi vida debería tener un propósito

«Mi vida debería tener un propósito» podría parecer, a primera vista, un tema extraño para ser sometido a la indagación. Quizá pienses que esta creencia subyacente no podría, de ninguna manera, provocar sufrimiento ni problemas en la gente, no como la afirmación: «Mi vida no tiene un propósito», que sí resultaría lo suficientemente dolorosa para justificar la indagación. Sin embargo, parece ser que esta creencia, en apariencia positiva, es igual de dolorosa que una creencia aparentemente negativa. Y que la inversión, en su forma aparentemente negativa, es una afirmación que aporta un gran alivio y libertad.

Creencia subyacente: Mi vida debería tener un propósito.

¿Es eso verdad?: Sí.

¿Tengo la absoluta certeza de que eso es verdad?: No.

¿Cómo reacciono cuando tengo ese pensamiento?: Me atemorizo porque pienso que desconozco mi propósito y creo que debería conocerlo. Siento tensión en el pecho y en la cabeza. Trato bruscamente a mi marido y a mis hijos, y a la larga, esto me lleva a la nevera y a la televisión que está en mi habitación, a menudo para varias horas o días. Siento como si estuviera desperdiciando mi vida. Creo que lo que hago carece realmente de importancia y que necesito hacer algo grande. Esto me provoca estrés y confusión. Cuando creo en este pensamiento, siento una gran presión interior para cumplir con mi propósito antes de morirme. Dado que no puedo saber cuándo va a suceder eso, pienso que tengo que realizar este propósito (del que no tengo la menor idea) rápidamente. Me siento estúpida, un fracaso, y esto me deprime.

¿Quién sería sin la creencia de que mi vida debería tener un propósito?: No tengo manera de saberlo. Sé que estoy más sosegada cuando no lo pienso, más cuerda. ¡Ya me conformaría con eso! Sin el miedo y la tensión que acompañan a ese pensamiento, quizá me sentiría más libre y tendría la energía necesaria para ser feliz haciendo sencillamente lo que está ante mí.

La inversión: Mi vida no debería tener un propósito. Eso significaría que lo que he vivido ha sido siempre suficiente, sólo que hasta ahora no me había dado cuenta de ello. Tal vez mi vida no debería tener un propósito distinto de lo que ya es. Eso suena extraño, y sin embargo, de algún modo parece más verdadero. ¿Podría ser que mi vida, tal como la estoy viviendo, sea el propósito? Esto parece mucho menos estresante.

Cómo aplicar la indagación a una creencia subyacente

Ahora escribe una de tus creencias subyacentes estresantes y sométela a la indagación:

¿Es eso verdad? ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?

¿Cómo reaccionas cuando crees en ese pensamiento? (¿En qué medida se basa tu vida en ese pensamiento? ¿Qué haces y dices cuando crees en él?).

¿Puedes encontrar una razón para renunciar a ese pensamiento? (Y por favor, no intentes renunciar a él).

¿Puedes encontrar una razón que no sea estresante para mantener ese pensamiento?

¿Quién serías sin ese pensamiento?

Invierte la creencia subyacente.

Los diálogos que siguen podrían haberse incluido en el capítulo 4 («Hacer El Trabajo sobre la pareja y la vida familiar») y el capítulo 6 («Hacer El Trabajo sobre el trabajo y el dinero»). Los he colocado aquí porque constituyen unos buenos ejemplos de cómo hacer El Trabajo sobre las creencias subyacentes que pueden afectarte en muchos aspectos de tu vida. Si crees que tu felicidad depende de otra persona, como creía Charles antes de la indagación, esa creencia socavará todas tus relaciones, incluida la que tienes contigo mismo. Si, como Ruth en el segundo diálogo, crees que necesitas tomar una decisión cuando todavía no estás listo para tomarla, la vida parecerá una confusa sucesión de responsabilidades. Charles cree que su problema es su mujer; Ruth cree que es su dinero. Pero, como estos expertos nos enseñarán, el problema reside siempre en nuestros pensamientos no investigados.

Se supone que ella tenía que hacerme feliz

Charles está convencido de que su felicidad depende de su mujer. Observa de qué modo este hombre extraordinario descubre que su peor pesadilla —que su mujer tenga una aventura amorosa— se convierte en lo que realmente quiere para ella y para él mismo. En una hora aproximadamente, investigando su manera de pensar, será capaz de cambiar todo su mundo. La felicidad puede tener una apariencia completamente diferente de la que habías imaginado.

Advertirás que, en ocasiones, en este diálogo utilizo la inversión sin las cuatro preguntas. Por lo general, a la gente que hace El Trabajo por primera vez no le recomiendo hacerlo de esta manera, porque, si realiza la inversión sin hacer primero la indagación, podría sentir vergüenza y culpa. Pero no me pareció que Charles experimentase la inversión de ese modo, y mi intención era examinar con él el mayor número posible de afirmaciones en el limitado tiempo de que disponíamos, sabiendo que, tras la sesión, él siempre tendría el recurso de volver a ellas e intervenir tanto como desease en cualquiera de los aspectos que hubiéramos pasado por alto.

Necesito tomar una decisión

Cuando te conviertes en un amante de lo que es, ya no hay más decisiones que tomar. En mi vida sólo espero y observo. Sé que la decisión será tomada en su momento, de modo que me desentiendo del cuándo, el dónde y el cómo. Me gusta decir que soy una mujer sin futuro. Cuando ya no hay decisiones que tomar, no hay un futuro planificado. Todas mis decisiones son tomadas para mí, igual que las tuyas son tomadas para ti. Cuando mentalmente te cuentas la historia de que tienes algo que ver con ello, te estás apegando a una creencia subyacente.

Durante cuarenta y tres años estuve siempre creyéndome mis historias sobre el futuro, inmersa en mi locura. Después de salir del centro de rehabilitación para enfermos mentales con una nueva comprensión de la realidad, a menudo regresaba a casa de un largo viaje y me la encontraba llena de ropa sucia, montañas de correo sobre mi escritorio, el plato para la comida del perro cubierto de suciedad, los lavabos hechos un asco y la pila de la cocina con una montaña de platos por fregar. La primera vez que ocurrió esto, oí una voz que me dijo: «Lava los platos». Fue como precipitarse hacia la zarza ardiente y oír la voz que desde allí decía: «Lava los platos». No me pareció muy espiritual, pero seguí su indicación. Sencillamente me puse a lavar los platos, uno detrás de otro, y luego me ocupé del montón de facturas, de una en una. No precisaba hacer nada más. Al final del día, todo estaría hecho y no era necesario entender quién o qué lo había hecho.

Cuando aparece un pensamiento como «Lava los platos» y no los lavas, advierte cómo estalla una guerra interior. Suena más o menos así: «Los lavaré más tarde. Ya los debería haber lavado. Mi compañero de piso debería haberlos lavado. No me toca a mí. No es justo. Si no los lavo ahora, la gente tendrá una mala opinión de mí». La tensión y el cansancio que sientes constituyen realmente una fatiga mental que es el resultado de un combate.

Lo que yo denomino «lavar los platos» es la práctica de amar la tarea que está ante ti. Tu voz interior te guía durante todo el día para que hagas cosas sencillas como cepillarte los dientes, conducir hasta el trabajo, llamar a un amigo o lavar los platos. Aunque sólo sea otra historia, se trata de una historia muy breve, y cuando sigues las indicaciones de la voz, la historia se acaba. Cuando vivimos con esa sencillez, estamos verdaderamente vivos: nos abrimos, esperamos, confiamos y nos gusta hacer la tarea que tenemos delante nuestro ahora.

Lo que tenemos que hacer se revela siempre delante de nosotros: lavar los platos, pagar las facturas, recoger los calcetines de los niños, cepillarnos los dientes. Nunca recibimos más de lo que somos capaces de hacer y siempre hay una sola cosa que hacer. Ya tengas diez dólares o diez millones, la vida nunca se complica más que eso.