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Hacer El Trabajo sobre las creencias subyacentes
Bajo los juicios que hemos escrito, a menudo podemos encontrar otros pensamientos en los que hemos creído durante años y que utilizamos como nuestros juicios fundamentales de la vida. Yo denomino a esos pensamientos «creencias subyacentes». Son versiones más amplias, más generales, de nuestras historias. Son como religiones que vivimos inconscientemente.
Supón que has escrito un pensamiento trivial como: «George debería darse prisa para que podamos ir a dar una vuelta». La indagación puede hacerte cobrar conciencia de que tal vez asocies varios pensamientos no examinados a «George debería darse prisa», por ejemplo:
El presente no es tan bueno como el futuro.
Sería feliz si pudiera hacer las cosas a mi manera.
Puedo perder el tiempo.
El apego a estas creencias subyacentes provocará tu sufrimiento en situaciones en las que estés esperando, o en las que te parezca que otras personas se están moviendo con demasiada lentitud. Si alguna de estas creencias te resulta familiar, la próxima vez que estés esperando a alguien, te invito a que escribas los pensamientos que sirven de fundamento a tu impaciencia y que veas si realmente son verdad para ti. (Más adelante encontrarás sugerencias para hacer esto).
Las creencias subyacentes son los ladrillos con los que has construido tu concepto del cielo y del infierno. Muestran con exactitud cómo piensas que mejorarías la realidad si pudieses hacer las cosas a tu manera, y también la terrible apariencia que podría tener la realidad si tus miedos se materializasen. Observar cómo se derrumba todo —descubrir que esas creencias dolorosas con las que hemos cargado durante años no son verdad para nosotros y que nunca las hemos necesitado— resulta una experiencia increíblemente liberadora.
Aquí tienes algunos ejemplos del tipo de afirmaciones sobre las que quizá tengas que trabajar:
Puede ser que esté en el lugar equivocado en el momento equivocado.
La vida es injusta.
Es necesario saber qué hay que hacer.
Puedo sentir tu dolor.
La muerte es triste.
Puede que se me escape algo.
Si no sufro, significa que no me importa.
Si no soy bueno, Dios me castigará.
Hay vida después de la muerte.
Se supone que los hijos deberían ser como sus padres.
Podría ocurrirme algo terrible.
Los padres son responsables de las elecciones de sus hijos.
Puede que cometa un error.
En el mundo existe el mal.
Probablemente quieras hacer El Trabajo sobre cualquiera de estas afirmaciones que parecen ser obstáculos para alcanzar la libertad.
Siempre que, en conversaciones con tus amigos o tu familia, adviertas que te pones a la defensiva o siempre que estés convencido de que tienes razón, quizá quieras anotar tus propias creencias subyacentes y realizar El Trabajo sobre éstas más adelante. Constituyen un material maravilloso para la indagación si realmente quieres saber la verdad y vivir sin el sufrimiento que provocan estas creencias.
Una de las mejores maneras de descubrir nuestras creencias subyacentes consiste en escribir las «pruebas de la verdad» para la primera pregunta. En lugar de pasar de inmediato a la conciencia de que realmente no puedes saber nada, permítete permanecer en la historia. Permanece en el lugar en el que crees que lo que has escrito es verdad. Después, escribe todas las razones que demuestran que eso es verdad. Esa lista evidenciará una buena cantidad de creencias subyacentes.
Lo que sigue es un ejemplo de la utilización del ejercicio de las «pruebas de la verdad» para descubrir las creencias subyacentes.
Cómo utilizar las «pruebas de la verdad» para descubrir las creencias subyacentes
Afirmación original: «Estoy enfadada con Bobby, Ross y Roxann porque realmente no me respetan».
Pruebas de la verdad:
1. Me ignoran cuando les pido que ordenen sus cosas.
2. Se pelean ruidosamente cuando estoy hablando con un cliente por teléfono.
3. Se burlan de cosas que son importantes para mí.
4. Entran sin avisar y esperan que les preste mi atención inmediata cuando estoy trabajando o incluso cuando estoy en el lavabo.
5. No comen o no aprecian la comida que preparo para ellos.
6. No se quitan los zapatos mojados antes de entrar en casa.
7. Si corrijo a uno de ellos, los otros se burlan de él y se pelean.
8. No quieren que me relacione con sus amigos.
Creencias subyacentes:
1. Me ignoran cuando les pido que ordenen sus cosas.
Los niños deberían respetar a los adultos.
La gente debería respetarme.
La gente debería seguir mis indicaciones.
Mis indicaciones son lo mejor para los demás.
Si alguien me ignora, eso significa que no me respeta.
2. Se pelean ruidosamente cuando estoy hablando con un cliente por teléfono.
Hay un momento y un lugar para todo.
Los niños son capaces de controlarse y estar callados cuando suena el teléfono.
Los clientes son más importantes que los niños.
Me importa lo que la gente piense de mis hijos.
Se puede obtener respeto mediante el control.
3. Se burlan de cosas que son importantes para mí.
La gente no debería divertirse o ser feliz a costa mía.
A los niños debería importarles lo que les importa a sus padres.
4. Entran sin avisar y esperan que les preste mi atención inmediata cuando estoy trabajando o incluso cuando estoy en el lavabo.
Hay momentos apropiados para pedir lo que uno quiere.
Los niños deberían esperar para recibir atención.
El lavabo es un territorio sagrado.
Los demás son responsables de mi felicidad.
5. No comen o no aprecian la comida que preparo para ellos.
Los niños no deberían tomar sus propias decisiones respecto a qué comer.
Necesito que me aprecien.
Los gustos de la gente deberían cambiar cuando yo lo digo.
6. No se quitan los zapatos mojados antes de entrar en casa.
Trabajo demasiado y no lo aprecian.
A los niños debería importarles la casa.
7. Si corrijo a uno de ellos, los otros se burlan de él y se pelean.
Tengo el poder de provocar una guerra.
La guerra es culpa mía.
Los padres son responsables del comportamiento de sus hijos.
8. No quieren que me relacione con sus amigos.
Los niños deberían ver a los padres como ven a sus amigos.
Los niños son unos desagradecidos.
Cuando descubras una creencia subyacente, aplícale las cuatro preguntas y después inviértela. Igual que ocurre con los juicios personales, la inversión más pertinente es, con frecuencia, la que se encuentra en la polaridad opuesta, la inversión de 180 grados. Deshacer una creencia subyacente permite que familias enteras de creencias relacionadas salgan a la superficie, y por consiguiente, que sean susceptibles de ser sometidas a la indagación.
Ahora exploremos una creencia subyacente común. Concédete el tiempo necesario y escucha a medida que te hagas las preguntas.
Mi vida debería tener un propósito
«Mi vida debería tener un propósito» podría parecer, a primera vista, un tema extraño para ser sometido a la indagación. Quizá pienses que esta creencia subyacente no podría, de ninguna manera, provocar sufrimiento ni problemas en la gente, no como la afirmación: «Mi vida no tiene un propósito», que sí resultaría lo suficientemente dolorosa para justificar la indagación. Sin embargo, parece ser que esta creencia, en apariencia positiva, es igual de dolorosa que una creencia aparentemente negativa. Y que la inversión, en su forma aparentemente negativa, es una afirmación que aporta un gran alivio y libertad.
Creencia subyacente: Mi vida debería tener un propósito.
¿Es eso verdad?: Sí.
¿Tengo la absoluta certeza de que eso es verdad?: No.
¿Cómo reacciono cuando tengo ese pensamiento?: Me atemorizo porque pienso que desconozco mi propósito y creo que debería conocerlo. Siento tensión en el pecho y en la cabeza. Trato bruscamente a mi marido y a mis hijos, y a la larga, esto me lleva a la nevera y a la televisión que está en mi habitación, a menudo para varias horas o días. Siento como si estuviera desperdiciando mi vida. Creo que lo que hago carece realmente de importancia y que necesito hacer algo grande. Esto me provoca estrés y confusión. Cuando creo en este pensamiento, siento una gran presión interior para cumplir con mi propósito antes de morirme. Dado que no puedo saber cuándo va a suceder eso, pienso que tengo que realizar este propósito (del que no tengo la menor idea) rápidamente. Me siento estúpida, un fracaso, y esto me deprime.
¿Quién sería sin la creencia de que mi vida debería tener un propósito?: No tengo manera de saberlo. Sé que estoy más sosegada cuando no lo pienso, más cuerda. ¡Ya me conformaría con eso! Sin el miedo y la tensión que acompañan a ese pensamiento, quizá me sentiría más libre y tendría la energía necesaria para ser feliz haciendo sencillamente lo que está ante mí.
La inversión: Mi vida no debería tener un propósito. Eso significaría que lo que he vivido ha sido siempre suficiente, sólo que hasta ahora no me había dado cuenta de ello. Tal vez mi vida no debería tener un propósito distinto de lo que ya es. Eso suena extraño, y sin embargo, de algún modo parece más verdadero. ¿Podría ser que mi vida, tal como la estoy viviendo, sea el propósito? Esto parece mucho menos estresante.
Cómo aplicar la indagación a una creencia subyacente
Ahora escribe una de tus creencias subyacentes estresantes y sométela a la indagación:
¿Es eso verdad? ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
¿Cómo reaccionas cuando crees en ese pensamiento? (¿En qué medida se basa tu vida en ese pensamiento? ¿Qué haces y dices cuando crees en él?).
¿Puedes encontrar una razón para renunciar a ese pensamiento? (Y por favor, no intentes renunciar a él).
¿Puedes encontrar una razón que no sea estresante para mantener ese pensamiento?
¿Quién serías sin ese pensamiento?
Invierte la creencia subyacente.
Los diálogos que siguen podrían haberse incluido en el capítulo 4 («Hacer El Trabajo sobre la pareja y la vida familiar») y el capítulo 6 («Hacer El Trabajo sobre el trabajo y el dinero»). Los he colocado aquí porque constituyen unos buenos ejemplos de cómo hacer El Trabajo sobre las creencias subyacentes que pueden afectarte en muchos aspectos de tu vida. Si crees que tu felicidad depende de otra persona, como creía Charles antes de la indagación, esa creencia socavará todas tus relaciones, incluida la que tienes contigo mismo. Si, como Ruth en el segundo diálogo, crees que necesitas tomar una decisión cuando todavía no estás listo para tomarla, la vida parecerá una confusa sucesión de responsabilidades. Charles cree que su problema es su mujer; Ruth cree que es su dinero. Pero, como estos expertos nos enseñarán, el problema reside siempre en nuestros pensamientos no investigados.
Se supone que ella tenía que hacerme feliz
Charles está convencido de que su felicidad depende de su mujer. Observa de qué modo este hombre extraordinario descubre que su peor pesadilla —que su mujer tenga una aventura amorosa— se convierte en lo que realmente quiere para ella y para él mismo. En una hora aproximadamente, investigando su manera de pensar, será capaz de cambiar todo su mundo. La felicidad puede tener una apariencia completamente diferente de la que habías imaginado.
Advertirás que, en ocasiones, en este diálogo utilizo la inversión sin las cuatro preguntas. Por lo general, a la gente que hace El Trabajo por primera vez no le recomiendo hacerlo de esta manera, porque, si realiza la inversión sin hacer primero la indagación, podría sentir vergüenza y culpa. Pero no me pareció que Charles experimentase la inversión de ese modo, y mi intención era examinar con él el mayor número posible de afirmaciones en el limitado tiempo de que disponíamos, sabiendo que, tras la sesión, él siempre tendría el recurso de volver a ellas e intervenir tanto como desease en cualquiera de los aspectos que hubiéramos pasado por alto.
Charles: «Estoy enfadado con Deborah porque la noche antes de que se fuese por un mes me dijo que yo le repugnaba. Le repugno cuando ronco y también por mi exceso de peso».
Katie: Vale. Y bien, ¿has sentido repugnancia alguna vez en tu vida? ¿Has experimentado eso?
Charles: He sentido repugnancia de mí mismo.
Katie: Sí, ¿y qué más? ¿Alguien de tu pasado? ¿Tal vez un amigo o tus padres en alguna ocasión?
Charles: Sí, me repugnaba la gente que pegaba a sus hijos en el aeropuerto y cosas por el estilo.
Katie: Bien, Charles. ¿Y pudiste dejar de sentir repugnancia en ese momento?
Charles: No.
Katie: De acuerdo. Siéntelo. Obsérvate en esa situación. ¿De quién era asunto tu repugnancia?
Charles: Obviamente mío.
Katie: ¿De quién es asunto lo que le repugna a Deborah? ¿Es tu mujer?
Charles: Sí.
Katie: ¿De quién es asunto lo que le repugna a ella?
Charles: Cuando pienso en lo que la persona amada, mi compañera del alma, debería sentir y pensar sobre mí, surgen algunos «debería» bastante opresivos.
Katie: ¡Oh, bien! ¡Esa es buena! (El público se ríe). Me encanta cómo evitas responder a la pregunta.
Charles: No es asunto mío.
Katie: ¿De quién es asunto su repugnancia?
Charles: Suyo.
Katie: ¿Y qué ocurre cuando estás mentalmente en sus asuntos? Separación. ¿Pudiste dejar de sentir repugnancia cuando fuiste testigo del maltrato de un niño en el aeropuerto?
Charles: No.
Katie: Pero ¿se supone que ella debería dejar de sentir repugnancia por ti? ¿Debido al mito de los compañeros del alma que está funcionando en tu interior?
Charles: He estado cargando con un «debería» (que ella debería estar a mi lado durante toda mi vida), y ahora mismo me encuentro en el punto en el que lo estoy perdiendo.
Katie: De acuerdo, corazón. ¿Cómo tratas a Deborah cuando crees en el pensamiento de que se supone que las mujeres no deberían sentir repugnancia por su marido?
Charles: La meto en una especie de cárcel. La pongo en dos dimensiones.
Katie: ¿Cómo la tratas físicamente? ¿Qué apariencia tiene eso? ¿Cómo suena? Cierra los ojos y obsérvate. Observa cómo la tratas cuando crees en el pensamiento de que debería dejar de sentir repugnancia por ti y no lo hace. ¿Qué le dices? ¿Qué haces?
Charles: «¿Por qué te portas así conmigo? ¿No ves quién soy? ¿Cómo es posible que no te des cuenta?».
Katie: ¿Y qué sientes cuando haces eso?
Charles: Es como una cárcel.
Katie: ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a la historia de que tu mujer no debería sentir repugnancia por ti?
Charles: Por supuesto.
Katie: ¿Puedes encontrar una razón que no sea estresante para mantener esa historia?
Charles: No, ya no. Cuando se trata de mantener unida a la familia y de honrar lo que sé que es verdad para nosotros como almas…
Katie: Oh. ¿Se trata de esa cuestión del alma?
Charles: Sí. Realmente estoy atrapado en esa cuestión.
Katie: Sí. Pues lee la parte en la que hablas de que ella sea tu compañera del alma.
Charles: ¿No me estarás intentando ridiculizar? ¿O sí?
Katie: Estoy haciendo cualquier cosa que digas que estoy haciendo. Yo soy tu historia de mí: ni más ni menos.
Charles: De acuerdo. Fascinante.
Katie: Sí. Si realmente quieres saber la verdad, cuando te sientas en este sofá tus conceptos son como carne en la picadora. (El público se ríe).
Charles (riéndose también): De acuerdo. Carne picada, aquí estoy. (Más risas).
Katie: Soy una amante de la verdad. Y cuando alguien se sienta en este sofá conmigo, estoy segura de que también lo es. Te amo. Quiero lo que tú quieras. Si quieres mantener tu historia, eso es lo que yo quiero. Si quieres responder a las preguntas y comprender lo que realmente es verdad para ti, eso es lo que yo quiero. De modo que sigamos adelante, corazón. Lee la parte sobre los compañeros del alma.
Charles: Eso no lo tengo escrito. Sería algo así como: «Ella no me acepta tal como soy».
Katie: «Ella no me acepta tal como soy»: inviértelo.
Charles: Yo no la acepto tal como es.
Katie: Sí. Es una mujer que se cuenta una historia sobre ti que no ha investigado y que se repugna a sí misma. Ninguna otra cosa es posible.
Charles: Ahhh. Le he cargado esa responsabilidad durante años. Sí. Y también a mí.
Katie: Cuentas una historia sobre ella y te repugnas a ti mismo.
Charles: Así es.
Katie: O te haces feliz a ti mismo. Cuentas una historia de tu mujer y te gustas a ti mismo. Cuentas otra historia de tu mujer y te repugnas a ti mismo. Ella cuenta una historia de ti y se gusta a sí misma. Cuenta otra historia de ti y se repugna a sí misma. Las historias no investigadas a menudo provocan el caos, el resentimiento y el aborrecimiento en el seno de nuestra familia. Hasta que no investiguemos, nada será posible. De modo que lee la primera afirmación de nuevo.
Charles: De acuerdo. «Estoy enfadado con Deborah porque me dijo que yo le repugno cuando ronco y también por mi exceso de peso».
Katie: Sí. Ahora inviértelo. «Estoy enfadado conmigo mismo…».
Charles: Estoy enfadado conmigo mismo porque…
Katie: «le dije a Deborah…».
Charles: Le dije a Deborah…
Katie: «que ella…».
Charles: Que ella me repugna.
Katie: Sí. ¿Por qué?
Charles: Por su disposición a terminar nuestra relación con tanta facilidad.
Katie: Vale. Entonces lo tienes todo en común con ella. Roncas y a ella eso le repugna. Te deja y eso te repugna a ti. ¿Cuál es la diferencia?
Charles: Eso me repugna. (Hay lágrimas en sus ojos). ¡Oh, Dios mío!
Katie: Es imposible que ella no sea un reflejo de tu pensamiento. Es imposible. No hay otra cosa ahí que tu propia historia. Veamos la siguiente inversión: «Estoy enfadado conmigo mismo porque…».
Charles: Por creerme muy justo, por pensar que ella debería ser como yo quiero que sea.
Katie: ¿De quién es asunto con quién vives tú?
Charles: Mío.
Katie: Sí. Y quieres vivir con ella. Con quién quieres vivir es asunto tuyo.
Charles: Correcto.
Katie: Entonces, esto es exactamente una inversión. Ella quiere vivir con otra persona. Tú quieres vivir con otra persona.
Charles: Oh, ya veo. Quiero estar con otra persona: alguien que no existe, la mujer que yo quiero que sea. (Charles rompe a llorar).
Katie: Está bien, corazón. (Le pasa a Charles una caja con pañuelos de papel).
Charles: Eso es verdad. Eso es verdad. He estado haciendo eso durante mucho tiempo.
Katie: Pasemos a la siguiente afirmación.
Charles: «Quiero que Deborah le esté agradecida a la vida tal como es».
Katie: Lo está o no lo está. ¿De quién es asunto eso?
Charles: Es asunto suyo.
Katie: Inviértelo.
Charles: Quiero estarle agradecido a la vida tal como es.
Katie: Sí. ¿Sabes todo eso con que la sermoneas a ella y sermoneas a tus hijos? Vívelo tú.
Charles: Sí.
Katie: Pero mientras intentes enseñarnos, no hay esperanza, porque tú mismo no sabes cómo vivir todavía lo que estás enseñando. ¿Cómo puede una persona que no sabe ser feliz enseñarle a otra a ser feliz? Lo único que le enseñas es el dolor. ¿Cómo puedes poner fin al dolor de tu esposa o de tus hijos si no eres capaz de poner fin al tuyo propio? Es imposible. ¿Quién serías sin tu historia de dolor? Probablemente serías alguien que no sufre, desprendido y que sabe escuchar, y entonces habría un maestro en la casa. Un Buda en la casa: el que vive lo que dice.
Charles: Te escucho.
Katie: En verdad, este conocimiento es el que resulta más dulce de todos. Te otorga una responsabilidad interna. Es entonces cuando la comprensión nace en el mundo y encontramos nuestra libertad. En lugar de esperar que Deborah alcance esa comprensión, puedes concentrarte en comprenderte a ti mismo. Veamos la siguiente afirmación.
Charles: «Quiero que sea dueña de su propio poder». ¡Vaya! ¡Esto es una exageración!
Katie: Has progresado mucho desde que escribiste eso, cariño. ¿Puedes oír la arrogancia en esa frase? «Discúlpame cariño, pero deberías ser dueña de tu propio poder». (El público se ríe).
Charles: Resulta muy irónico, porque ella es la que tiene el poder en la familia. Yo se lo he dado, he renunciado a mi propio poder.
Katie: Sí, pues inviértelo.
Charles: Quiero ser dueño de mi propio poder.
Katie: Y permanecer fuera de sus asuntos y experimentar el poder que eso te aporta. ¿Es así?
Charles: Mmm. «Quiero que comprenda que su carácter tiene unas consecuencias».
Katie: ¡Oh! ¡Dios mío!
Charles: Hay tanta santurronería aquí que ni siquiera puedo creérmelo.
Katie: ¡Eres bueno, tesoro! Esto es el autodescubrimiento. Lo tenemos tan claro en lo que respecta a nuestros cónyuges, pero cuando se trata de nosotros, decimos: «¡Huy!». (El público se ríe). Empezamos ahora. Este ahora es el principio. Es donde puedes enfrentarte a ti mismo con una nueva comprensión. De modo que veamos la siguiente afirmación que has escrito.
Charles: «Deborah no debería…». ¡Oh, Dios mío!
Katie: Hay personas entre el público que están diciendo: «Léelo de todos modos». Obviamente son ellas quienes lo necesitan. Así que «Léelo de todos modos» significa: «Quiero un poco de libertad aquí».
Charles: «Deborah no debería enamorarse de una fantasía». Ahora mismo está con otro hombre en Europa.
Katie: Oh. Está haciendo todo lo que tú querías que hiciera. (La gente se ríe).
Charles. Es todo lo que yo he hecho. He estado enamorado de una fantasía y peleándome y golpeándome la cabeza contra Deborah y sintiendo repugnancia porque ella no se corresponde con esa fantasía.
Katie: Sí. Bienvenido a casa.
Charles: Y todo lo que he escrito aquí es… Me he estado regodeando en la santurronería. «Deborah debería ver cuán increíblemente atento, considerado y afectuoso soy». Me he mantenido aferrado a esa historia toda mi vida, y a eso le he añadido el autocastigo por no ser mejor de lo que soy. Esa cuestión del engreimiento y el rechazo de mí mismo ha estado en danza toda mi vida.
Katie: Sí, corazón.
Charles: Pues quiero ver yo mismo cuán atento, considerado y afectuoso soy.
Katie: Sí.
Charles: Y también cuán atenta, considerada y afectuosa es ella.
Katie: Sí.
Charles: Porque lo es.
Katie: Sí. Y la quieres con todo tu corazón. Ese es el factor crucial. No hay nada que puedas hacer al respecto. Ninguna condena va a cambiar eso en ti. La amas.
Charles: Así es.
Katie: Bien, pues continuemos.
Charles: «Deborah debería —es todo santurronería— estar agradecida por todos los años en los que he sido el único que ha mantenido a la familia».
Katie: De modo que le diste tu dinero porque querías que te diera algo a cambio.
Charles: Eso es.
Katie: ¿Y qué querías que te diera a cambio?
Charles: Su amor, su aprobación, su reconocimiento. Que me aceptase tal como soy, porque yo no he podido ofrecerme nada de eso a mí mismo.
Katie: Entonces no le diste nada; le diste una etiqueta con un precio.
Charles: Cierto.
Katie: Sí, y eso es lo que sientes.
Charles: Y me repugna.
Katie: Sí, corazón, sí.
Charles: Realmente sentí que podía comprar todo eso.
Katie: Sí. ¿Acaso no está bien que ahora seas capaz de darte cuenta? De modo que, la próxima vez que intentes comprar a tus hijos, a Deborah o a cualquier otra persona, tendrás esta maravillosa experiencia de la vida. Puedes acudir al experto: tú. La próxima vez que les des dinero a tus hijos o a ella, sabrás que lo que recibes está en el momento en que lo das. ¡Sólo eso!
Charles: ¿Puedes expresarlo de otra manera?
Katie: Obtener, recibir, es algo que se experimenta en el momento en que se da algo. La transacción está completa. Ya está. Sólo tiene que ver contigo. Un día, cuando mi nieto Travis tenía dos años, me señaló una galleta inmensa en el aparador de una tienda. Le pregunté: «Cariño, ¿estás seguro de que es esa la que quieres?». Lo estaba. Le pregunté si la querría compartir y me dijo que sí. La compré, le cogí de la manita y nos fuimos a sentar a una mesa. Saqué la galleta de la bolsa, rompí un pequeño pedazo y le mostré los dos trozos. Él escogió el pequeño y se quedó muy sorprendido cuando lo aparté y le puse el trozo grande en la mano. Su rostro se iluminó cuando empezó a acercarse la galleta a la boca. Entonces, sus ojos se encontraron con los míos y sentí tanto amor que creí que me iba a estallar el corazón. Sonrió, se apartó la galleta de los labios, me la dio y cogió el trozo pequeño. Reaccionamos así naturalmente. Lo que damos es lo que recibimos.
Charles: Ya veo.
Katie: Dar es espontáneo y sólo la historia de un futuro, una historia sobre lo que te deben por lo que has dado, te impide conocer tu propia generosidad. Lo que recibes a cambio no es asunto tuyo. Es algo que ya ha pasado. De modo que, corazón, veamos la siguiente afirmación.
Charles: «Necesito que Deborah me ame tal como soy, con verrugas y todo. Que ame mis puntos fuertes y mis debilidades, que comprenda mi necesidad de realizarme como artista y como ser espiritual, que me brinde un espacio para atravesar este pasaje importante que se encuentra en la mitad de mi vida y que intente encontrar un mayor sentido a lo que estoy haciendo». De todo esto, debería centrarme sólo en una afirmación. ¿No es así?
Katie: Sí. Cuanto más simple sea la afirmación, más fácil resultará. Inviértela.
Charles: Necesito que Deborah…
Katie: «Necesito que yo…».
Charles: Necesito amarme a mí mismo tal como soy, con verrugas y todo. Nunca me he amado a mí mismo de esa manera, pero estoy empezando a hacerlo.
Katie: Y es la historia que te cuentas sobre la verruga lo que te impide amarla. La verruga sólo espera a que una mente sensata la vea claramente. No hace ningún daño. Está simplemente ahí como… como una hoja en un árbol. No hablas con una hoja y le dices: «¡Oye tú! Hablemos. Mira qué aspecto tienes. Necesitas hacer algo al respecto». (Charles y el público se ríen). No haces eso. Pero te concentras aquí (señalando su propia mano), en una verruga, te cuentas una historia al respecto y te repugnas a ti mismo. Una verruga es… Dios. Es la realidad. Es lo que es. Discute con eso.
Charles: Me he sentido tan necesitado. Necesitaba que ella se quedase en casa también por los niños.
Katie: «Tus hijos estarían mucho mejor con ella en casa»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Charles: No, no la tengo.
Katie: ¿No es asombroso?
Charles: Y es lo que me ha provocado más dolor: la idea de no vivir juntos.
Katie: Sí.
Charles: Pero no sé si es verdad que mi hija no estaría bien si su madre y yo no viviésemos juntos.
Katie: Bien. «El camino de tu hija sería mucho más rico con su madre en casa»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? (Charles empieza a llorar). Corazón, tómate todo el tiempo que necesites. ¿Cómo suena eso?
Charles (estallando): ¡No quiero separarme de mis hijos! ¡Quiero ser un padre las veinticuatro horas del día, siete días por semana!
Katie: Sí. Esa es la verdad, ¿no es así?
Charles: Pero la dedicación a mi trabajo y el estar en mi estudio me ha mantenido mucho tiempo fuera. Así que hay una contradicción en todo esto. Quiero despertarme en la misma casa que mi hija, ¿sabes?
Katie: Sí, lo sé.
Charles: Y tengo la imagen de una familia unida. Esa imagen está realmente incrustada en mí.
Katie: Sí que la tienes.
Charles (llorando y riendo): Donna Reed [2] era mi programa de televisión favorito. (Katie y el público se ríen). ¡Realmente lo era!
Katie: Entonces, el problema no es que ella se marche, sino la muerte de tu mito.
Charles: ¡Oh, Dios mío! Sí, por supuesto. Me he estado mintiendo sobre eso.
Katie: Sí. Ella está interfiriendo en tu sueño.
Charles: ¡Eso es crucial! Y le estoy muy agradecido por ello.
Katie: Sí, corazón. Entonces lo que estoy oyendo es que, en realidad, ella te hizo un regalo.
Charles: Sí, me lo hizo.
Katie: Bien. Veamos la siguiente afirmación.
Charles: De acuerdo. «Necesito que Deborah considere que nuestra relación y nuestra familia son sagradas y eso le impida enamorarse o acostarse con otro hombre».
Katie: ¿Es verdad que es eso lo que necesitas?
Charles: Es mi mito. No necesito que haga nada que no sea su verdad, y la quiero mucho. Deseo que actúe según su verdad.
Katie: ¿Y cómo la tratas y cómo le hablas y cómo estás con tu hija cuando crees en esta historia (la que acabas de leer)?
Charles: Me muestro egoísta y necesitado; quiero que me dé, que me dé, que me dé.
Katie: Que te dé una falsificación de sí misma que sólo existe en tu mito. Quieres que sea una mentira para ti. Pues cierra los ojos, cariño. Mírala. Observa cómo la tratas cuando crees en esa historia.
Charles: Ahhhhh.
Katie: De acuerdo, ahora mírala y dime quién serías, en su presencia, si no creyeses en tu historia.
Charles: Un hombre fuerte, con talento, sexualmente atractivo y poderoso.
Katie: ¡Caray! (Risas, silbidos y aplausos). ¡Oh, Dios mío!
Charles: Ese es mi secreto. Eso es lo que he estado…
Katie: Sí, tesoro, bienvenido al poder de la propia dirección. Nadie puede tocarlo. Ni siquiera tú. Ese es tu papel. Sencillamente has estado fingiendo que no veías esas cualidades en ti. Pero no ha funcionado.
Charles: Durante cuarenta y cinco años.
Katie: Sí, corazón. ¿Has sentido cómo has pasado de ser repugnante a ser sexualmente atractivo y poderoso? (Al público.): ¿Cuántos de vosotros habéis sentido ese cambio? (Aplausos). Y lo único que ha cambiado ha sido la conciencia.
Charles: Cerré los ojos y lo vi.
Katie: Enseña eso con el ejemplo de tu vida.
Charles: Eso es lo que quiero.
Katie: Sí. Permite que te llegue a través de tu música y vívelo con tu hija. Y cuando ella diga algo que tú le has enseñado sobre su madre, hazle saber que antes tú también te sentías así.
Charles: ¿Quieres decir en un sentido negativo?
Katie: Sí.
Charles: Yo no le enseño esas cosas a mi hija.
Katie: No con palabras.
Charles: Ahhh.
Katie: Con tu manera de vivir hasta ahora, le has enseñado lo opuesto a este hombre sexualmente atractivo y poderoso, a este compositor con talento. Le has enseñado cómo reaccionar, cómo pensar, cómo ser.
Charles: He sido un auténtico mequetrefe.
Katie: Le has estado enseñando cómo reaccionar cuando alguien la deje. Puedes explicarle lo que has experimentado y empezar a vivir lo que ahora sabes. Y observa cómo aprende a vivir como tú. Así es como se cambia en las familias y no es necesario que les demos El Trabajo para que lo hagan, a menos que lo pidan. Lo vivimos, y ahí es donde reside el poder. Tú vives las inversiones. La inversión de «Ella se equivoca dejándome» es «Yo me equivoco dejándola», especialmente en este momento. Dejaste tu propia vida para viajar mentalmente a Europa. Ahora te permites volver a tu vida aquí y ahora.
Charles: Bien.
Katie: Tengo una historia que me gusta contar. Roxann, mi hija, me llamó un día para decirme que quería que fuese a la fiesta de cumpleaños de mi nieto. Le dije que ese día tenía un compromiso para participar en un acontecimiento público en otra ciudad. Se sintió tan herida y enfadada que me colgó el teléfono. Después, quizás al cabo de diez minutos, volvió a llamarme para decirme: «Estoy tan emocionada, mamá. Acabo de hacer El Trabajo sobre ti y he visto que no hay nada que puedas hacer que me impida amarte».
Charles: ¡Caramba!
Katie: Bien. Veamos la siguiente afirmación.
Charles: «No quiero que me ataque nunca más con su maltrato verbal».
Katie: Sí. Entonces di: «Estoy dispuesto…», porque quizás esa imagen aparezca de nuevo en tu mente. O tal vez te ocurra con otra persona.
Charles: ¿Cómo haces la inversión?
Katie: «Estoy dispuesto…» y sigues leyendo la afirmación tal como la has escrito.
Charles: Estoy dispuesto a que me maltrate. Oh. Porque eso es lo que pasa. De acuerdo.
Katie: De repente, no hay nada inesperado.
Charles: Estoy dispuesto a que me ataque otra vez con su maltrato verbal. ¡Oh, Dios mío! Claro.
Katie: «Espero con ilusión…».
Charles: Espero con ilusión que me ataque… Oh… Espero con ilusión que me ataque con su maltrato verbal. ¡Vaya! Eso sí es una inversión. Especialmente para la santurronería. Esa es una gran inversión.
Katie: Sí.
Charles: De acuerdo. «No quiero oírle decir nunca que está enamorada de alguien a quien sólo ha visto un día en catorce años». Bien, pues…
Katie: «Estoy dispuesto a…».
Charles: Estoy dispuesto a oírle decir que está enamorada de alguien a quien sólo ha visto un día en catorce años.
Katie: «Espero con ilusión…».
Charles: Espero con ilusión… ¡Caray! De acuerdo.
Katie: Y si todavía te duele…
Charles: Entonces eso significa que tengo más trabajo por hacer.
Katie: Sí. ¿No está bien eso?
Charles: Porque estoy discutiendo con la verdad, con la realidad.
Katie: Sí.
Charles: Entonces, Katie, tengo una pregunta que hacerte. Hasta ahora he querido quedarme en casa en lugar de marcharme, probablemente por todo lo que había invertido en el mito de Donna Reed.
Katie: Yo me olvidaría de la palabra «probablemente».
Charles: De acuerdo, con toda seguridad. Bien, pues me parece que ella va a regresar con la idea de que lo volvamos a intentar. Y he tenido el pensamiento de que si me quedo y continúo estando dispuesto a vivir con alguien en quien no puedo confiar, entonces no soy el hombre fuerte, poderoso y sexualmente atractivo que tiene integridad.
Katie: Entonces, corazón, haz El Trabajo. No hay otra cosa que hacer. Si ella regresa: haz El Trabajo. Si no vuelve: haz El Trabajo. Esto sólo tiene que ver contigo.
Charles: Pero yo ya no quiero volver a ser un felpudo.
Katie: ¡Oh! ¿De verdad? Haz El Trabajo. Tómatelo para desayunar. Si no te comes El Trabajo, el pensamiento se te comerá a ti.
Charles: Pero si me marcho desde una posición de autoestima, porque decido alejarme, porque no quiero volver a vivir así nunca más, no quiero…
Katie: Corazón, no hay nada que puedas hacer para evitarte la confusión. Sencillamente te cuentas la historia de que tú tienes algo que ver con eso.
Charles: ¿Quieres decir que es eso lo que acostumbro a hacer? ¿Es eso lo que estás diciendo?
Katie: Si aparece una historia y tú te la crees, quizá pienses que tienes que decidir algo. Investiga y libérate.
Charles: Entonces, si me doy cuenta de que todavía estoy aquí, aunque me estoy diciendo que el camino de la integridad sería marcharme y empezar una nueva vida con otra persona, eso está bien.
Katie: Tesoro, las decisiones se tomarán ellas solas por ti a medida que indagues.
Charles: Entonces o bien lo haré o bien no lo haré.
Katie: Sí.
Charles: Y sencillamente debería confiar en eso.
Katie: Confíes o no confíes, sucede de todos modos: ¿no lo has advertido? De nuevo, la vida es un buen lugar en el que estar una vez que lo comprendes. Nunca hay nada que vaya mal en la vida. Es el cielo, excepto por nuestro apego a una historia que no hemos investigado.
Charles: Eso es estar realmente en el momento.
Katie: Lo que es, es. Yo no estoy dirigiendo esta función. No me pertenezco a mí y tú no te perteneces a ti. No somos nuestros. Somos el «es». Y nos contamos la historia de: «Oh, debo dejar a mi mujer». Sencillamente no es verdad. No tienes que dejarla hasta que lo hagas. Tú eres el «es». Fluyes con eso, como eso. No hay nada que puedas hacer para impedirle que vuelva y no hay nada que puedas hacer para no dejarla. Según mi experiencia, no depende de nosotros.
Charles: ¡Caramba!
Katie: Aparece ella y tú cuentas una historia en la que eres un mártir. O aparece y cuentas la historia de lo agradecido que te sientes y consigues ser un hombre feliz. Eres el resultado de tu historia, eso es todo. Y resulta muy duro oír eso a menos que hagas la indagación. Esa es la razón por la que digo: «Tómate El Trabajo para desayunar». Llega a descubrir lo que es verdad para ti, no para mí. Mis palabras no tienen ningún valor para ti. Tú eres la persona que has estado esperando siempre. Permanece casado contigo. Eres la persona que has estado esperando toda tu vida.
Necesito tomar una decisión
Cuando te conviertes en un amante de lo que es, ya no hay más decisiones que tomar. En mi vida sólo espero y observo. Sé que la decisión será tomada en su momento, de modo que me desentiendo del cuándo, el dónde y el cómo. Me gusta decir que soy una mujer sin futuro. Cuando ya no hay decisiones que tomar, no hay un futuro planificado. Todas mis decisiones son tomadas para mí, igual que las tuyas son tomadas para ti. Cuando mentalmente te cuentas la historia de que tienes algo que ver con ello, te estás apegando a una creencia subyacente.
Durante cuarenta y tres años estuve siempre creyéndome mis historias sobre el futuro, inmersa en mi locura. Después de salir del centro de rehabilitación para enfermos mentales con una nueva comprensión de la realidad, a menudo regresaba a casa de un largo viaje y me la encontraba llena de ropa sucia, montañas de correo sobre mi escritorio, el plato para la comida del perro cubierto de suciedad, los lavabos hechos un asco y la pila de la cocina con una montaña de platos por fregar. La primera vez que ocurrió esto, oí una voz que me dijo: «Lava los platos». Fue como precipitarse hacia la zarza ardiente y oír la voz que desde allí decía: «Lava los platos». No me pareció muy espiritual, pero seguí su indicación. Sencillamente me puse a lavar los platos, uno detrás de otro, y luego me ocupé del montón de facturas, de una en una. No precisaba hacer nada más. Al final del día, todo estaría hecho y no era necesario entender quién o qué lo había hecho.
Cuando aparece un pensamiento como «Lava los platos» y no los lavas, advierte cómo estalla una guerra interior. Suena más o menos así: «Los lavaré más tarde. Ya los debería haber lavado. Mi compañero de piso debería haberlos lavado. No me toca a mí. No es justo. Si no los lavo ahora, la gente tendrá una mala opinión de mí». La tensión y el cansancio que sientes constituyen realmente una fatiga mental que es el resultado de un combate.
Lo que yo denomino «lavar los platos» es la práctica de amar la tarea que está ante ti. Tu voz interior te guía durante todo el día para que hagas cosas sencillas como cepillarte los dientes, conducir hasta el trabajo, llamar a un amigo o lavar los platos. Aunque sólo sea otra historia, se trata de una historia muy breve, y cuando sigues las indicaciones de la voz, la historia se acaba. Cuando vivimos con esa sencillez, estamos verdaderamente vivos: nos abrimos, esperamos, confiamos y nos gusta hacer la tarea que tenemos delante nuestro ahora.
Lo que tenemos que hacer se revela siempre delante de nosotros: lavar los platos, pagar las facturas, recoger los calcetines de los niños, cepillarnos los dientes. Nunca recibimos más de lo que somos capaces de hacer y siempre hay una sola cosa que hacer. Ya tengas diez dólares o diez millones, la vida nunca se complica más que eso.
Ruth: «Estoy asustada y atemorizada, hasta el punto de la parálisis, por tener que tomar decisiones sobre el dinero, sobre si debo permanecer en el mercado de valores o salir de él debido a su actual volubilidad, pues mi futuro depende de ello».
Katie: «Tu futuro depende de tu dinero»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Ruth: No, pero una buena parte de mí se pone frenética con esta cuestión.
Katie: Sí, una buena parte de ti tiene que ponerse frenética con esta cuestión porque crees que es verdad y no te lo has preguntado a ti misma. «Tu futuro depende del dinero que has invertido»: ¿Cómo reaccionas, cómo vives, cuando crees en ese pensamiento, sea o no sea verdadero?
Ruth: Entro en un estado de pánico, en un estado de ansiedad. Cuando el mercado de valores va bien, me siento mucho más tranquila, pero cuando fluctúa, me pongo en un estado deplorable.
Katie: ¿Quién serías sin el pensamiento: «Mi futuro depende del dinero que he invertido en el mercado de valores»?
Ruth: Una persona mucho más relajada. Mi cuerpo no experimentaría tanta tensión.
Katie: Dame una razón que no sea estresante y que no te provoque pánico para mantener ese pensamiento.
Ruth: No hay ninguna que no sea estresante, pero no pensar en el dinero me provoca otro tipo de estrés…, como si entonces fuera irresponsable. Así que, de un modo u otro, pierdo.
Katie: ¿Cómo puedes no pensar en algo? Eso te está pensando. El pensamiento aparece. ¿Cómo puede ser irresponsable no pensar en ello? O bien lo piensas o bien no lo haces. O bien aparece el pensamiento o no lo hace. Resulta sorprendente que —¿tras cuántos años?— pienses que puedes controlar tus pensamientos. ¿También puedes controlar el viento?
Ruth: No, no lo puedo controlar.
Katie: ¿Y qué me dices del océano?
Ruth: No.
Katie: «Detengamos las olas». No es muy probable que lo consigas, salvo cuando estás dormida; entonces se detienen.
Ruth: ¿Los pensamientos?
Katie: Las olas. Ni pensamientos, ni océano ni mercado de valores. ¡Mira que eres irresponsable yéndote a dormir por la noche! (El público se ríe).
Ruth: ¡No duermo muy bien! Estoy levantada desde las cinco.
Katie: Sí, eso es irresponsable. «Pensando y preocupándome resolveré todos mis problemas»: ¿Es eso lo que has experimentado?
Ruth: No.
Katie: Pues permanece despierta y experiméntalo un poco más. (Ruth y el público se ríen).
Ruth: No puedo controlar mis pensamientos, lo he intentado desde hace años.
Katie: Ese es un descubrimiento muy interesante. No hay nada mejor que enfrentarse a los pensamientos con comprensión. Funciona. Y además proporciona un gran bienestar, tanto como una buena noche de sueño.
Ruth: No me vendría nada mal experimentar un poco de bienestar con respecto a este tema, indudablemente es lo que necesito.
Katie: Bien, «Sin este pensamiento estresante, no tomarías la decisión adecuada»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Ruth: Me parece que la verdad sería lo contrario a eso.
Katie: Veamos qué sucede si hacemos una inversión de 180 grados. «Mi futuro depende del dinero que he invertido en el mercado de valores»: ¿cómo lo invertirías?
Ruth: Mi futuro no depende del dinero que he invertido en el mercado de valores.
Katie: Siéntelo. Eso podría ser igual de verdadero. Cuando consigas todo ese dinero y triunfes por completo en el mercado de valores y tengas más dinero del que jamás puedas gastar, ¿qué vas a tener? ¿Felicidad? ¿No es esa la razón por la que quieres el dinero? Tomemos un atajo que sea capaz de servirnos para toda la vida. Contesta esta pregunta: ¿Quién serías sin la historia «Mi futuro depende del dinero que he invertido en el mercado de valores»?
Ruth: Sería mucho más feliz y estaría más relajada. Sería una compañía más agradable.
Katie: Sí. Con o sin el dinero del mercado de valores. Tendrías todas las cosas que deseas, las mismas que quieres obtener con el dinero que esperas ganar.
Ruth: Eso es… ¡Sí!
Katie: Dame una razón que no sea estresante para mantener el pensamiento: «Mi futuro depende del dinero que he invertido en el mercado de valores».
Ruth: No hay ninguna.
Katie: El único futuro que quieres es la paz y la felicidad. ¿Qué importa ser rico o pobre cuando uno se siente seguro en su propia felicidad? Esta es la verdadera libertad: una mente que no se engaña a sí misma.
Ruth: Esa era mi plegaria de la infancia: paz y felicidad.
Katie: Entonces precisamente lo que buscas es lo que te impide cobrar conciencia de lo que ya tienes.
Ruth: Sí, siempre he intentado vivir en el futuro, determinarlo, convertirlo en algo sólido y seguro.
Katie: Sí, como una niña inocente. O bien nos apegamos a la pesadilla o la investigamos. No queda otra opción. Los pensamientos aparecen. ¿Cómo vas a enfrentarte a ellos? Aquí sólo estamos hablando de esto.
Ruth: ¿O bien nos apegamos al problema o bien lo indagamos?
Katie: Sí, y me encanta que el mercado de valores no vaya a cooperar contigo. (Ruth se ríe). Porque eso es lo que necesitas para alcanzar la paz y la verdadera felicidad en tu vida. Esa es la razón de todo. Te lleva a tu propia solución. De modo que, cuando consigas todo ese dinero y te sientas feliz, totalmente feliz, ¿qué vas a hacer? Te sentarás, estarás de pie o te echarás. Eso es todo. Y seguirás siendo testigo de la historia interior que estás contándote ahora si no te has ocupado de ella de la manera que se merece, y eso consiste en recibirla con comprensión, de la misma manera que una madre cariñosa recibiría a su hijo.
Ruth: Comprendo que eso es todo lo que hay que hacer.
Katie: Sí. Sentarse, estar de pie o echarse: eso es todo. Pero examina la historia que te cuentas mientras estás haciendo esas cosas tan sencillas, porque cuando consigas todo ese dinero y tengas todo lo que deseabas tener, lo que aparecerá será lo que está ahora mismo en esta silla: la historia que te estás contando. No hay felicidad en ella. Bien. Veamos la siguiente afirmación, cariño.
Ruth: «No quiero tener que estar decidiendo dónde invertir y no confío en los demás para que lo hagan por mí».
Katie: «Tienes que decidir dónde invertir»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Ruth: No. Sencillamente podría dejar el dinero en paz y ver lo que hace. Dejarlo en paz por completo. Una buena parte de mí me dice que eso es lo mejor.
Katie: «Necesitas tomar decisiones en la vida»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Ruth: Me parece que lo necesito, pero tal como lo dices, no estoy segura.
Katie: Eso es lo que tienes que sentir porque crees en ese pensamiento, y por consiguiente, estás apegada a él.
Ruth: Sí.
Katie: Así es como surge todo el terror. No te has preguntado a ti misma lo que realmente crees. Todo ha sido un malentendido.
Ruth: El pensamiento de no tener que tomar decisiones suena glorioso.
Katie: Esa es mi experiencia. Yo no tomo decisiones. No me preocupo de ellas porque sé que se tomarán para mí en el momento adecuado. Mi trabajo consiste en ser feliz y esperar. Las decisiones resultan fáciles. Lo que no es fácil es la historia que tú te cuentas sobre ellas. Cuando saltas desde un avión y tiras de la cuerda del paracaídas y no se abre, tienes miedo porque tienes que tirar de la otra cuerda. De modo que tiras de esa cuerda y tampoco se abre, y esa era la última cuerda. Ahora ya no hay más decisiones que tomar. Cuando ya no hay una decisión que tomar, ya no hay miedo. ¡Sencillamente disfruta del viaje! Esa es mi postura: soy una amante de lo que es. Y lo que es, es que no hay una cuerda de la que tirar. Ya está sucediendo. Caída libre. No tiene nada que ver con lo que yo haga.
Ruth: Para mí estaba muy claro venir aquí. No tuve que pensar: «¿Debería hacerlo, no debería hacerlo, debería hacerlo?». Fue: «Mmm, sí, estás disponible; entonces, ve».
Katie: Y bien, ¿cómo se tomó esa decisión? Quizá se tomó ella sola. Hace un momento moviste la cabeza de este modo. ¿Tomaste esa decisión?
Ruth: No.
Katie: Acabas de mover la mano. ¿Has tomado esa decisión?
Ruth: No.
Katie: No. «Necesitas tomar decisiones»: ¿Es eso verdad? Tal vez las cosas se mueven por sí mismas sin nuestra ayuda.
Ruth: En eso consiste mi locura, en la necesidad de controlar.
Katie: Sí. ¿Quién necesita a Dios cuando eres tú quien dirige la función? (Ruth se ríe).
Ruth: No quiero hacer eso, sólo que no sé cómo dejar de hacerlo.
Katie: Pensar de este modo, y por consiguiente vivir de este modo, es algo totalmente contrario a la realidad y resulta funesto. Provoca estrés porque todos somos amantes de lo que es, independientemente de la historia de miedo que nos contamos. Esto es lo que te digo: tengamos la paz ahora, en medio de este caos aparente. Así que, corazón, ¿cómo reaccionas cuando crees en el pensamiento: «Necesito tomar una decisión» y esa decisión no llega?
Ruth: Es terrible, sencillamente terrible.
Katie: Ese es un lugar muy interesante desde el que podemos hacer el intento de tomar una decisión. Desde ese lugar ni siquiera somos capaces de decidir si detenernos o seguir. Eso te dirá algo. Y cuando estás convencida de que lo has hecho, ¿dónde están tus pruebas? Dame una razón que no sea estresante para mantener el pensamiento: «Necesito tomar una decisión». No te estoy pidiendo que dejes de pensar en tomar decisiones. Este Trabajo tiene la delicadeza de una flor que se abre a sí misma. Sé delicada con la belleza de tu yo. Este Trabajo constituye el final de tu sufrimiento. Sólo estamos dando una ojeada a las posibilidades.
Ruth: ¿Acaso funcionaría como experimento hacer el intento de no tomar ninguna decisión durante una temporada? ¿Es una locura o…?
Katie: Bien, acabas de tomar una decisión y quizá se cambie ella sola. Y entonces dirás: «He cambiado de opinión».
Ruth: Y seguiré atrapada en la misma espantosa espiral.
Katie: No lo sé, pero es interesante experimentarlo. Si digo que no voy a tomar ninguna decisión, entonces ya acabo de tomar una. Observa. Para eso está la indagación, para abrirse paso a través de una mitología que resulta estresante. Estas cuatro preguntas nos conducen hasta un mundo de tal belleza que no se puede expresar. Algunos de nosotros ni siquiera hemos empezado a explorarlo todavía, aun cuando ese es el único mundo que existe. Y somos los últimos en enterarnos.
Ruth: Vislumbro fugazmente lo que significa no tomar una decisión y lo siento como enfrentarse a la experiencia de controlar, como si quisiera hacer un experimento.
Katie: Dame una razón que no sea estresante para mantener el pensamiento: «Necesito tomar una decisión sobre el mercado de valores».
Ruth: No soy capaz de encontrar ninguna; sencillamente no se me ocurre ninguna.
Katie: ¿Quién o qué serías sin el pensamiento: «Necesito tomar una decisión»?
Ruth: No sería una persona ansiosa como mi madre. No me volvería cada vez más desequilibrada. No sentiría que tengo que aislarme de la gente porque soy una mala compañía.
Katie: Oh, corazón. Me encanta que hayas descubierto la indagación.
Ruth: Me he estado esforzando tanto con algo que no funciona…
Katie: «Necesito tomar decisiones»: inviértelo.
Ruth: No necesito tomar decisiones.
Katie: Sí. Créeme, se tomarán solas. Eso brinda una paz que permite verlo todo con mayor claridad. La vida te ofrecerá todo lo que necesitas para profundizar más. Una decisión será tomada. Si actúas, lo peor que puede ocurrir es que te cuentes una historia. Si no actúas, lo peor que puede ocurrir es que te cuentes una historia. Las decisiones se toman solas: cuándo comer, cuándo dormir, cuándo actuar. Sencillamente avanzan por su cuenta. Y resulta muy sosegador y enteramente fructuoso.
Ruth: Mmm.
Katie: Siente dónde están tus manos y tus pies. Eso está bien. Sin una historia, todo siempre está bien, estés donde estés. Veamos la siguiente afirmación.
Ruth: «No quiero que el dinero del mercado de valores se comporte de un modo tan irracional». ¡Es imposible! ¡Imposible!
Katie: «El dinero del mercado de valores se comporta de un modo irracional»: inviértelo, corazón. «Mi pensamiento…».
Ruth: Mi pensamiento se comporta de un modo irracional.
Katie: Sí. Cuando ves el dinero de esa manera, tu pensamiento es irracional y te provoca miedo. «El dinero es irracional, el mercado de valores es irracional»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Ruth: No.
Katie: ¿Cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Ruth: Con miedo. Me asusto tanto que abandono mi cuerpo.
Katie: ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a ese pensamiento? Y no te estoy pidiendo que renuncies a él. Aquellos de vosotros que hacéis El Trabajo por primera vez debéis saber que no es posible renunciar a un pensamiento. Quizá pienses que puedes hacerlo, y entonces el pensamiento reaparece y de nuevo trae consigo el miedo asociado a él, que tal vez sea incluso mayor, porque te has apegado un poco más a él. De modo que lo único que te estoy preguntando es sencillamente: «¿Puedes encontrar una razón para renunciar al pensamiento de que el mercado de valores es irracional?».
Ruth: Puedo encontrar una razón para renunciar a él, pero eso no significa que tenga que renunciar a él.
Katie: Exactamente. El Trabajo tiene que ver con comprender, no con cambiar nada. El mundo es tal como tú percibes que es. Para mí, «claridad» es una palabra que designa la belleza. Es lo que soy. Y cuando veo con claridad, sólo veo belleza. Ninguna otra cosa es posible. Soy una mente percibiendo mis pensamientos y todo se desarrolla desde esa percepción, como si fuera un nuevo sistema solar revelándose en su propio deleite. Si no veo con claridad, entonces proyectaré toda mi locura en el mundo, percibiré un mundo enloquecido y creeré que ese es el problema. Desde hace miles de años nos hemos basado en la imagen proyectada y no en el proyector. Esa es la razón por la cual la vida parece tan caótica. Es el caos diciéndole al caos cómo vivir de una manera diferente y sin advertir jamás que siempre hemos vivido así y hemos estado abordando el asunto al revés, absolutamente al revés. Entonces, no renuncias a tus pensamientos de caos y sufrimiento ahí afuera, en el mundo aparente. No puedes renunciar a ellos porque, para empezar, no los creaste tú. Pero cuando te enfrentas a tus pensamientos con comprensión, el mundo cambia. Tiene que hacerlo, porque el proyector del mundo entero eres tú. ¡Eres tú! Veamos la siguiente afirmación.
Ruth: «Las decisiones no deberían resultar tan difíciles ni tan aterradoras».
Katie: Cuando intentas tomarlas antes de tiempo, resulta imposible, como has dicho. No puedes forzarte a tomar una decisión antes de tiempo. Una decisión se toma cuando se toma, y no un segundo antes. ¿No es maravilloso?
Ruth: Suena fantástico.
Katie: Sí. Puedes sentarte ahí y sentir: «Oh, necesito hacer algo con mis acciones», y entonces puedes indagar. «¿Es verdad? Realmente no puedo saberlo». De modo que sencillamente permite que la decisión llegue a ti, sólo siéntate con tus emociones, lee, navega por Internet y permite que todo eso te eduque. Y de ahí surgirá la decisión cuando llegue el momento adecuado. Es algo fantástico. Esa decisión hará que pierdas dinero o que lo ganes, tal como debe ser. Pero cuando piensas que se supone que debes hacer algo al respecto e imaginas que tú eres la hacedora, no haces más que engañarte. Sencillamente sigue lo que te apasiona, haz lo que amas, indaga y disfruta de la vida mientras lo estás haciendo.
Ruth: A veces soy incapaz de leer. Estoy perdiendo memoria y también la capacidad de seguir una sucesión de ideas…
Katie: Oh, tesoro. ¡Eso que te ahorras! (Ruth y el público se ríen). ¿Me has oído decir alguna vez que siempre que pierdo algo o a alguien me he ahorrado un trabajo? Bueno, así es como realmente es. Veamos tu siguiente afirmación.
Ruth: «No quiero volver a sentirme aterrorizada a causa del dinero que he invertido en el mercado de valores, y tampoco quiero sentirme indecisa nunca más».
Katie: «Estoy dispuesta a…».
Ruth: Estoy dispuesta a sentirme aterrorizada a causa del dinero que he invertido en el mercado de valores.
Katie: «Espero con ilusión…». Podría ocurrir.
Ruth (riéndose): Espero con ilusión sentirme aterrorizada a causa del dinero que he invertido en el mercado de valores.
Katie: Sí, porque eso te conducirá de nuevo a El Trabajo.
Ruth: Ahí es donde quiero estar.
Katie: Ese es el propósito de la tensión. Es una amiga, es la alarma del despertador que llevas incorporada a fin de que sepas cuándo ha llegado el momento de realizar El Trabajo. Sencillamente, has perdido la conciencia de que eres libre. Entonces investigas y regresas a lo que eres. Eso es lo que está esperando a ser reconocido, lo que siempre es real.