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Hacernos amigos de lo peor que nos puede ocurrir
He ayudado a la gente a hacer El Trabajo sobre temas como la violación, la guerra de Vietnam y la de Bosnia, la tortura, el internamiento en campos de concentración nazis y el dolor prolongado de enfermedades como el cáncer. Mucha gente piensa que no es humanamente posible aceptar experiencias extremas como esas y mucho menos enfrentarse a ellas con un amor incondicional. Pero no sólo es posible, sino que es algo que responde a nuestra verdadera naturaleza.
Nunca ha ocurrido nada terrible excepto en nuestro pensamiento. La realidad es siempre buena, aun en situaciones que parecen pesadillas. La historia que contamos es la única pesadilla en la que hemos vivido. Cuando digo que lo peor que nos puede ocurrir es una creencia, estoy hablando literalmente. Lo peor que puede ocurrirte es tu sistema de creencias no investigado.
Miedo a la muerte
En la Escuela de El Trabajo, me encanta utilizar la indagación para que la gente aborde lo que más miedo le da, lo peor que podría ocurrirle jamás. Para muchas personas, lo peor de todo es la muerte: a menudo creen que sufrirán lo indecible no sólo mientras se estén muriendo, sino también después de morir. A fin de disipar el espejismo del miedo, el dolor y el sufrimiento, las llevo a lo más profundo de esas pesadillas que tienen mientras están despiertas.
Me he sentado con muchas personas en su lecho de muerte, y después de haber realizado El Trabajo, siempre me dicen que se sienten bien. Recuerdo a una mujer que se estaba muriendo de cáncer y se sentía muy asustada. Había pedido que fuese a verla, de modo que acudí. Me senté a su lado y le dije:
—No veo el problema.
—¿No? —respondió ella—. ¡Voy a enseñarte el problema!
Apartó la sábana que la cubría. Una de sus piernas estaba tan hinchada que tenía, al menos, el tamaño de dos piernas normales. Miré y miré y seguí sin ver el problema. Ella me dijo:
—¡Debes de estar ciega! Mira esta pierna. Ahora mira la otra.
—Oh, ahora veo el problema —contesté yo—. Sufres por la creencia de que esta pierna debería tener la misma apariencia que la otra. ¿Quién serías sin ese pensamiento?
Lo entendió. Empezó a reírse y el miedo se desvaneció con la risa. Dijo que jamás en la vida se había sentido tan feliz.
En una ocasión fui a visitar a una mujer que se estaba muriendo en una residencia. Cuando entré estaba dormitando, de modo que me senté junto a su cama hasta que abrió los ojos. Le cogí la mano y estuvimos hablando unos minutos hasta que me dijo:
—Estoy tan asustada… No sé cómo morirme.
—Corazón, ¿es eso verdad? —le pregunté.
—Sí —contestó—. Sencillamente no sé qué hacer.
—Cuando he entrado estabas dormitando —le dije—. ¿Sabes cómo dormitar?
—Claro —respondió, y yo proseguí:
—Cierras los ojos todas las noches y te duermes. La gente espera con ilusión la hora de dormirse. Y eso es todo lo que la muerte es. Eso es todo lo malo que puede ocurrir, salvo por tu creencia que te dice que hay algo más.
Me explicó que creía en la vida más allá de la muerte y dijo:
—No sabré qué hacer cuando llegue allí.
—¿Estás realmente segura de que tendrás que hacer algo? —le pregunté.
—Supongo que no —dijo.
—No hay nada que tengas que saber —continué—, y siempre está bien. Todo lo que necesitas ya está allí para ti; no tienes que pensar en ello. Lo único que tienes que hacer es dormitar cuando necesites hacerlo, y cuando te despiertes, sabrás qué hacer.
Por supuesto, le estaba describiendo la vida, no la muerte. Entonces, pasamos a la segunda pregunta: «¿Tienes la absoluta certeza de que es verdad que no sabes cómo morirte?». Empezó a reírse y dijo que prefería estar conmigo a estar con su historia. Qué alegría, no tener ninguna parte a la que ir, salvo al lugar en el que realmente estamos ahora.
Cuando la mente piensa en la muerte, no está mirando a nada, pero dice que es algo, y de este modo, impide experimentar lo que realmente es (la mente). Hasta que no sepas que la muerte es lo mismo que la vida, siempre intentarás controlar lo que ocurre y eso siempre te provocará dolor. No hay tristeza sin una historia que se opone a la realidad.
El miedo a la muerte es la última cortina de humo que oculta el miedo al amor. Creemos que tenemos miedo a la muerte de nuestro cuerpo, aunque lo que realmente tememos es la muerte de nuestra identidad. Sin embargo, cuando, a través de la indagación, comprendemos que la muerte es sólo un concepto y que nuestra identidad también lo es, llegamos a comprender quiénes somos. Este es el final del miedo.
La pérdida es otro concepto. Cuando nació mi nieto Race, yo estaba en la sala de partos. Lo amé nada más verlo. Entonces me di cuenta de que no respiraba. En el rostro del médico apareció una expresión de preocupación e inmediatamente empezó a hacerle algo al bebé. Las enfermeras se dieron cuenta de que algo no iba bien y vi de qué modo el pánico se apoderaba de la sala. Nada de lo que hacían funcionaba: el bebé no respiraba. En un momento determinado, Roxann me miró a los ojos y le sonreí. Más tarde me dijo: «¿Sabes esa sonrisa que a menudo tienes en el rostro, mamá? Cuando te vi mirándome de ese modo, me invadió una ola de paz. Y aunque el bebé no respiraba, sentí que todo estaba bien». Poco después, mi nieto empezó a respirar y le oí llorar.
Me encanta que mi nieto no tuviese que respirar para mí para amarle. ¿De quién era asunto su respiración? No era mío. No iba a perderme ni un segundo de él, respirase o no. Sabía que, incluso sin una sola respiración, habría vivido una vida completa. Amo la realidad, no de la manera que la dictaría una fantasía, sino tal como es ahora.
Henry: «Estoy enfadado con la muerte porque me destruirá. Me asusta morirme. No puedo aceptar la muerte. Debería dejarme reencarnarme. La muerte es dolorosa. Es el fin. No quiero volver a sentir nunca más el miedo a la muerte».
Katie: Empecemos por el principio. Vuelve a leer tu primera afirmación.
Henry: «Estoy enfadado con la muerte porque me destruirá».
Katie: Si quieres vivir en el terror, consíguete un futuro. Has planificado todo un futuro, corazón. Oigamos la siguiente afirmación.
Henry: «Me asusta morirme».
Katie: ¿Qué es lo peor que podría pasarte cuando te mueras? Juguemos con eso.
Henry: La muerte de mi cuerpo.
Katie: ¿Y entonces qué pasará?
Henry: No lo sé.
Katie: Bien, ¿qué crees que es lo peor que podría pasarte? Piensas que podría pasarte algo horrible, ¿qué es?
Henry: La muerte es el fin y no volveré a nacer. Y no hay alma.
Katie: ¿Y entonces? No volverás a nacer. No hay alma. Hasta aquí, no hay nada. Hasta aquí, lo peor que te puede pasar es nada. ¿Y entonces?
Henry: Sí, pero es doloroso.
Katie: Entonces, la nada es dolorosa.
Henry: Sí.
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? ¿Cómo puede ser dolorosa la nada? ¿Cómo puede ser algo? La nada no es nada.
Henry: Imagino esta nada como un agujero negro que resulta muy incómodo.
Katie: Entonces la nada es un agujero negro. ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? No estoy diciendo que no lo sea. Sé cuánto amas tus historias. Es la vieja historia del agujero negro.
Henry: Creo que eso es lo peor que podría pasar.
Katie: De acuerdo. De modo que, cuando te mueras, irás a parar a un enorme agujero negro para siempre.
Henry: O al infierno. A este agujero negro yo lo denomino infierno.
Katie: Un enorme agujero negro para siempre.
Henry: Y es el fuego del infierno.
Katie: Un enorme fuego en el agujero negro para siempre.
Henry: Sí, y está alejado de Dios.
Katie: Totalmente alejado de Dios. Fuego y oscuridad en este enorme agujero negro del infierno para siempre. Quiero preguntarte: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Henry: No.
Katie: ¿Qué sientes cuando crees en ese pensamiento?
Henry (llorando): Es doloroso, es horrible.
Katie: Mírame, corazón. ¿Estás en contacto con lo que estás sintiendo ahora mismo? Esto es el agujero negro del infierno. Estás en él. No llegará más tarde; estás viviendo la historia de tu futura muerte ahora mismo. Este terror es lo peor que puede pasarte. ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a esta historia? Y no te estoy pidiendo que renuncies a ella.
Henry: Sí.
Katie: Dame una razón para mantener esta historia que no te haga sentir como si estuvieses en ese oscuro fuego del infierno.
Henry: No puedo.
Katie: ¿Quién o qué serías sin esta historia? Ya has estado viviendo lo peor que podría ocurrirte. La imaginación sin investigación. Perdido en el infierno. No hay salida.
Henry: Apartado de Dios.
Katie: Sí, cariño, apartado de la conciencia de Dios en tu vida. No puedes apartarte a ti mismo de Dios; eso no es posible. Sólo puedes apartarte, durante un tiempo, de la conciencia de Dios en tu interior. Mientras adores a este viejo ídolo, esta vieja historia tuya del agujero negro, no queda espacio para la conciencia de Dios en ti. Esta es la historia que has estado adorando como un niño, con pura inocencia. Veamos la siguiente afirmación.
Henry: «Me da miedo morirme».
Katie: Eso lo comprendo. Pero a nadie le da miedo morirse; lo único que le da miedo es su historia sobre la muerte. Examina lo que tú crees que es la muerte. Has estado describiendo tu vida, no la muerte. Esta es la historia de tu vida.
Henry: Mmmm. Sí.
Katie: Veamos la siguiente afirmación.
Henry: No puedo aceptar la muerte.
Katie: ¿Es eso verdad?
Henry: Bueno, sí. Me cuesta mucho aceptarla.
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que es verdad que no puedes aceptar la muerte?
Henry: Resulta difícil creer que eso es posible.
Katie: Cuando no estás pensando en la muerte, la aceptas plenamente. No te preocupa en absoluto. Piensa en tu pie.
Henry: De acuerdo.
Katie: ¿Tenías un pie antes de pensar en él? ¿Dónde estaba? Cuando no hay pensamiento, no hay pie. Cuando no se piensa en la muerte, no hay muerte.
Henry: ¿De verdad? No puedo creerme que sea tan fácil.
Katie: ¿Cómo reaccionas, cómo te sientes, cuando crees en el pensamiento: «No puedo aceptar la muerte»?
Henry: Desvalido, asustado.
Katie: ¿Qué serías en tu vida sin la historia: «No puedo aceptar la muerte»?
Henry: ¿Qué sería mi vida sin ese pensamiento? Sería estupenda.
Katie: «No puedo aceptar la muerte»: inviértelo.
Henry: Puedo aceptar la muerte.
Katie: Todo el mundo puede. Todo el mundo lo hace. En la muerte no hay decisión. La gente que sabe que no hay esperanza es libre. La decisión no está en sus manos. Siempre ha sido así, pero algunas personas necesitan que su cuerpo muera para descubrirlo. No es de extrañar que sonrían en su lecho de muerte. La muerte es todo lo que estaban buscando en la vida. Se acabó el engaño de tener el control. Cuando no hay elección, no hay miedo. Y en eso hay paz. Descubren que están en casa y que nunca se habían ido.
Henry: El miedo a perder el control es muy fuerte. Y también el miedo al amor. Todo está conectado.
Katie: Resulta terrorífico pensar que puedes perder el control, aun cuando la verdad es que nunca lo has tenido. Esa es la muerte de la fantasía y el nacimiento de la realidad. Veamos la siguiente afirmación.
Henry: «La muerte debería dejarme reencarnarme».
Katie: «Deberías reencarnarte»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? Bienvenido a la historia de un futuro.
Henry: No. No puedo tener la certeza.
Katie: Ni tan siquiera te está gustando esta vez. ¿Por qué quieres vivir de nuevo? (Henry se ríe). «En qué agujero más negro estamos, muchacho. Mmm, creo que volveré otra vez». (El público se ríe). «Quieres volver otra vez»: ¿Es eso verdad?
Henry (riéndose): No, no lo es. No quiero reencarnarme. Me he equivocado.
Katie: «Nos reencarnamos»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Henry: No, sólo he oído y leído que eso es lo que hacemos.
Katie: ¿Cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Henry: Siento ansiedad por lo que estoy haciendo ahora, porque pienso que tal vez más tarde tendré que compensarlo y quizá seré castigado por ello, o cuando menos, tendré que sufrir durante muchas vidas porque he herido a mucha gente en ésta. Temo haber acumulado un montón de mal karma, haberlo estropeado todo en esta vida y tener que empezar una y otra vez en formas de vida inferiores.
Katie: ¿Quién serías sin el pensamiento de que nos reencarnamos?
Henry: Tendría menos miedo, sería más libre.
Katie: La reencarnación puede ser un concepto útil para algunas personas; pero, según mi experiencia, no hay nada que se reencarne salvo un pensamiento. «Yo. Yo soy. Yo soy una mujer. Yo soy una mujer con hijos». Y así hasta el infinito. ¿Quieres acabar con el karma? Es sencillo. Yo. «Yo soy»: ¿Es eso verdad? ¿Quién sería yo sin esta historia? Ningún karma de ninguna clase. Espero con ilusión la próxima vida, y aquí llega. Se llama «ahora». Veamos la siguiente afirmación.
Henry: «La muerte es dolorosa».
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Henry: No, no la tengo.
Katie: ¿Qué sientes cuando crees en el pensamiento de que la muerte es dolorosa?
Henry: Ahora me siento muy estúpido.
Katie: «La muerte es dolorosa»: inviértelo. «Mi pensamiento…».
Henry: Mi pensamiento es doloroso.
Katie: ¿No es eso más verdadero?
Henry: Sí. Sí.
Katie: La muerte nunca ha sido tan cruel. Es sencillamente el fin del pensamiento. En ocasiones, la fantasía que no se investiga resulta dolorosa. Veamos la siguiente afirmación.
Henry: «La muerte es el fin».
Katie (riéndose): ¡Esa es buena! ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Henry: No, no la tengo.
Katie: ¿Acaso no es esa afirmación una de tus favoritas? (El público se ríe). ¿Cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Henry: Hasta ahora siempre me he sentido asustado.
Katie: «La muerte es el fin»: inviértelo.
Henry: Mi pensamiento es el fin.
Katie: El principio, el medio y el fin. (Henry y el público se ríen). Todo entero. Sabes cómo morirte realmente bien. Supongo que te vas a dormir por la noche.
Henry: Sí.
Katie: Eso es. Un sueño sin sueños. Lo haces realmente bien. Duermes por la noche, entonces abres los ojos y sigue sin haber nada, no hay nadie despierto. Nunca hay nadie vivo hasta que la historia empieza con un «yo». Y ahí es donde comienza la vida, con la primera palabra que piensas. Antes de eso, no existes tú ni existe el mundo. Eso es algo que haces cada día. La identificación con un «yo» se despierta. Yo soy Henry. Yo necesito lavarme los dientes. Yo llego tarde al trabajo. Yo tengo muchas cosas que hacer hoy. Antes de eso no hay nadie, nada, ningún agujero negro, sólo una paz que no se reconoce a sí misma como tal. Te mueres muy bien, corazón. Y naces muy bien. Y si las cosas se ponen difíciles, tienes la indagación. Veamos tu última afirmación.
Henry: «No quiero volver a sentir nunca más el miedo a la muerte».
Katie: «Estoy dispuesto a…».
Henry: Estoy dispuesto a volver a sentir el miedo a la muerte.
Katie: Ahora sabes qué hacer con él. De modo que gózalo. «Espero con ilusión…».
Henry (riéndose): Espero con ilusión volver a sentir el miedo a la muerte. Lo haré lo mejor que pueda.
Katie: Bien. No hay ningún lugar, no hay ningún agujero negro en el que puedas entrar sin que te siga la indagación. Si la sustentas durante un tiempo, vivirá en tu interior. Entonces, adoptará vida propia y automáticamente te sustentará a ti. Y nunca recibes más dolor del que puedes soportar. Eso es una promesa. Las experiencias de la muerte son sólo experiencias mentales. Y cuando la gente se muere, es tan maravilloso que nunca vuelve para contártelo. Es tan maravilloso que no va a tomarse esa molestia. (Risas). Para eso está la investigación. De modo que, corazón, espera con ilusión el miedo a la muerte. Si eres un amante de la verdad, libérate.
Están cayendo bombas
El siguiente diálogo con un holandés de sesenta y siete años demuestra que el poder de una historia no investigada puede controlar nuestros pensamientos y acciones durante casi toda una vida.
Las bombas también cayeron sobre un alemán que participó en una de mis Escuelas de El Trabajo en Europa. Tenía seis años cuando las tropas soviéticas ocuparon Berlín en 1945. Los soldados lo cogieron junto a otros muchos niños, mujeres y ancianos que habían sobrevivido al bombardeo y lo llevaron a un refugio. Recuerda haber jugado con una de las granadas de mano que, como si fueran juguetes, los soldados les habían entregado a los niños. Vio cómo uno de los pequeños tiraba de la espoleta; la granada explotó y amputó el brazo del niño. Muchos de los niños estaban tullidos y recuerda sus gritos, sus rostros heridos, la piel y los miembros volando por los aires. También recuerda a una niña de seis años que dormía a su lado y que fue violada por un soldado; me explicó que todavía oía los gritos de las mujeres que eran violadas una noche tras otra. Su vida entera había estado dominada por la experiencia de un niño de seis años, dijo, y había acudido a la Escuela a fin de profundizar en sí mismo y en sus pesadillas para encontrar el camino de regreso a casa.
En la misma Escuela había una mujer judía cuyos padres eran supervivientes de Dachau. De niña, sus noches también habían estado repletas de gritos. A menudo su padre se despertaba a media noche gritando, y después se pasaba horas andando de un lado a otro, llorando y gimiendo. La mayoría de las noches, su madre también se despertaba y se unía a su padre en sus gemidos. La pesadilla de sus padres se convirtió en su propia pesadilla. Le enseñaron que si una persona no tenía un número tatuado en el brazo no era de fiar. Estaba tan traumatizada como el hombre alemán.
Tras estar unos pocos días en la Escuela y haber escuchado sus historias, puse a estas dos personas juntas para realizar un ejercicio. Las hojas de trabajo que habían escrito eran juicios sobre los soldados enemigos en la Segunda Guerra Mundial, visto desde perspectivas opuestas. Se turnaron para llevar a cabo la indagación el uno con el otro. Me encantó ver cómo estos dos supervivientes del pensamiento se hacían amigos.
En el siguiente diálogo, Willem investiga los terrores infantiles que le han acompañado durante más de cincuenta años. Aunque todavía no está preparado para esperar con ilusión lo peor que podría ocurrirle, ha alcanzado un nivel de comprensión considerable. Nunca podemos saber cuánto hemos recibido cuando hemos llevado a cabo una indagación sincera o qué efecto tendrá en nosotros. Quizá nunca seamos conscientes de su efecto. No es nuestro asunto.
Willem: «No me gusta la guerra porque me provocó mucho miedo y terror». Me demostró que mi existencia es muy insegura. Estaba hambriento siempre. Mi padre no estaba ahí cuando le necesité. Tuve que pasar muchas noches en un refugio antiaéreo.
Katie: Bien. ¿Y cuántos años tenías?
Willem: Cuando empezó la guerra tenía seis, y cuando acabó, doce.
Katie: Examinemos lo siguiente: «Me provocó mucho miedo y terror». De modo que recuerda lo peor que te ocurrió, el peor momento que pasaste, con el hambre y el miedo que sentiste y sin tu padre. ¿Cuántos años tenías entonces?
Willem: Doce.
Katie: ¿Y dónde estás? Le hablaré al niño de doce años.
Willem: Estoy regresando a casa del colegio, oigo bombas, de modo que me meto en una casa y entonces ésta se derrumba encima de mí. El techo me golpea en la cabeza.
Katie: ¿Y luego qué pasa?
Willem: En primer lugar pensé que estaba muerto y después comprendí que estaba vivo; salí arrastrándome por entre las ruinas y me fui corriendo.
Katie: De modo que saliste arrastrándote, ¿y entonces que ocurrió?
Willem: Corrí calle abajo y entré en una panadería. Después salí de allí y entré en una iglesia, en la cripta, pensando: «Tal vez estaré más a salvo aquí». Y más tarde me metieron en un camión junto a otras personas heridas.
Katie: ¿Tu cuerpo estaba bien?
Willem: Sí, pero tenía una conmoción.
Katie: De acuerdo. Me gustaría preguntarle al pequeño de doce años: ¿Cuál ha sido el peor momento? ¿Cuándo has oído las bombas? ¿Cuando la casa se te ha derrumbado encima?
Willem: Cuando la casa se me ha caído encima.
Katie: Sí. Y mientras la casa se derrumbaba, aparte de tu pensamiento, ¿lo demás estaba bien, pequeño? Excepto por tus pensamientos, ¿estabas bien? ¿En la realidad?
Willem: Ahora, como adulto, puedo decir que estaba bien, porque sé que he sobrevivido. Pero de niño, no estaba bien.
Katie: Lo comprendo. Y se lo estoy preguntando al niño de doce años. Te estoy pidiendo que mires a la casa mientras se está derrumbando. Se derrumba. ¿Estás bien?
Willem: Sí. Todavía estoy vivo.
Katie: Y después, cuando la casa se te cae encima, ¿estás bien? ¿En la realidad?
Willem: Todavía estoy vivo.
Katie: Ahora estás arrastrándote fuera de la casa. Dime la verdad, pequeño. ¿Estás bien?
Willem (tras una larga pausa): Estoy vivo.
Katie: Y de nuevo le pregunto al niño: ¿hay algo que no está bien?
Willem: No sé si mi madrastra y mis hermanos siguen con vida.
Katie: Bien. Ahora, salvo por ese pensamiento, ¿estás bien?
Willem (tras una pausa): Estoy vivo, y eso está bien dadas las circunstancias.
Katie: Sin la historia de tu familia ¿estás bien? No me refiero solamente a que estés vivo. Mira al niño de doce años.
Willem: Aunque estaba aterrorizado, puedo decir que estaba bien. Estaba vivo y contento de haber podido salir de la casa.
Katie: Pues cierra los ojos. Ahora, aléjate del niño de doce años y míralo. Mira cómo se derrumba la casa encima de él. Mira cómo se arrastra fuera de la casa. Míralo sin tu historia, sin la historia de las bombas y tu familia. Sencillamente míralo sin tu historia. Más adelante podrás recuperar tu historia. Por el momento, míralo sin tu historia. ¿Eres capaz de encontrar ese lugar en tu interior en el que sabías que todo estaba bien?
Willem: Mmm.
Katie: Sí, corazón, te cuentas la historia de cómo la bomba va a aniquilarte a ti y a tu familia y te asustas a ti mismo con ella. Los niños no saben cómo funciona la mente. No pueden saber que lo que les está asustando es sólo una historia.
Willem: No lo sabía.
Katie: De modo que la casa se derrumbó, el techo te golpeó en la cabeza, tuviste una conmoción, saliste arrastrándote, entraste en una panadería, te metiste en una iglesia. La realidad es mucho más amable que nuestras historias. «Necesito a mi padre. ¿Habrá alcanzado una bomba a mi familia? ¿Estarán vivos mis padres? ¿Los volveré a ver otra vez? ¿Cómo voy a sobrevivir sin ellos?».
Willem: Mmm.
Katie: Me gustaría volver atrás y estar con ese niño de nuevo, porque todavía está sentado aquí hoy. La historia «Va a caer una bomba y va a matar a mi familia» te provoca mucho más terror y dolor que la casa derrumbándose encima de ti. ¿Acaso sentiste siquiera cómo cayó encima de ti?
Willem: Probablemente no, porque tenía mucho miedo.
Katie: De modo que, corazón, ¿cuántas veces has vivido de nuevo esa historia? ¿Durante cuántos años?
Willem: Muy a menudo.
Katie: ¿Cuántas bombas más oíste?
Willem: Hubo sólo dos semanas más de bombardeos.
Katie: De modo que experimentaste eso durante dos semanas, y lo has vivido en tu mente ¿durante cuántos años?
Willem: Cincuenta y cinco.
Katie: Entonces las bombas han estado cayendo en tu interior durante cincuenta y cinco años. Y en la realidad sólo sucedió durante una parte de seis años.
Willem: Sí.
Katie: Pues, ¿quién es más amable, la guerra o tú?
Willem: Mmm.
Katie: ¿Quién está haciendo la guerra constantemente? ¿Cómo reaccionas cuando crees en esta historia?
Willem: Con miedo.
Katie: Y mira cómo vives cuando crees en esta historia. Durante cincuenta y cinco años has estado sintiendo miedo sin bombas y sin casas que se derrumban. ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a la historia de este niño?
Willem: Oh, sí.
Katie: ¿Quién serías sin ella?
Willem: Sería libre, probablemente me libraría del miedo, sí, en especial estaría libre de miedo.
Katie: Sí, esa es mi experiencia. Quiero hablar con el pequeño de doce años de nuevo. ¿Es verdad que necesitas a tu padre? ¿Es realmente verdad?
Willem: Sé que lo eché de menos.
Katie: Lo comprendo plenamente. ¿Y es verdad que necesitas a tu padre? Te estoy pidiendo la verdad.
Willem: He crecido sin un padre.
Katie: Entonces, ¿es realmente verdad que lo necesitabas? ¿Es verdad que necesitabas a tu madre hasta que la volviste a ver? ¿En realidad?
Willem: No.
Katie: ¿Es verdad que necesitabas comida cuando pasaste hambre?
Willem: No. No me morí de hambre.
Katie: ¿Puedes encontrar una razón que no sea estresante para mantener la historia de que necesitabas a tu madre, de que necesitabas a tu padre, de que necesitabas una casa y de que necesitabas comida?
Willem: Para poder sentirme una víctima.
Katie: Eso es muy estresante. Y el estrés es sólo el efecto de esta vieja, vieja historia que no es ni siquiera verdad. «Necesitaba a mi madre». No es verdad. «Necesitaba a mi padre». No es verdad. ¿Puedes oírlo? ¿Cómo vivirías si no fueses una víctima?
Willem: Sería mucho más libre.
Katie: Se lo pregunto al pequeño que está en el refugio: ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a la historia «Necesito a mi madre, necesito a mi padre, necesito una casa, necesito comida»?
Willem: Sí.
Katie: Lo que nos impide saber que siempre hemos tenido todo lo que hemos necesitado es sólo nuestra historia. ¿Puedes invertir esa afirmación? Vuelve a leerla.
Willem: «No me gusta la guerra porque me provocó mucho miedo y terror».
Katie: «No me gusta mi pensamiento…».
Willem: No me gusta mi pensamiento porque me ha provocado mucho miedo y terror.
Katie: Sí. Lo peor que te ocurrió en la realidad fue una conmoción. De modo que pasemos suavemente a la siguiente afirmación.
Willem: «En lugar de guerras, sólo debería haber discusiones».
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? ¡Has estado manteniendo una discusión mental durante cincuenta y cinco años! (Willem se ríe). Y eso no ha resuelto la guerra en tu interior.
Willem: Mmm.
Katie: ¿Cómo reaccionas cuando tienes el pensamiento: «No debería haber guerras»? ¿Cómo has vivido tu vida, durante cincuenta y cinco años, cuando has tenido ese pensamiento y has leído sobre las guerras en el periódico?
Willem: Me siento frustrado, decepcionado, enfadado, y en ocasiones, desesperado. Me esfuerzo por resolver los conflictos de una manera pacífica, y no tengo mucho éxito.
Katie: Entonces, en la realidad, la guerra sigue estallando en ti y en el mundo; y en tu mente, con la historia de que «No debería haber guerras», se produce una guerra contra la realidad. ¿Quién serías sin esa historia?
Willem: Si no tuviese esa idea, podría manejar los conflictos con más libertad.
Katie: Sí. Experimentarías el fin de la guerra con la realidad. Serías un hombre de paz, alguien a quien podríamos oír diciéndonos la verdad sobre cómo poner fin a la guerra: alguien en quien se puede confiar. Veamos la siguiente afirmación.
Willem: «Los conflictos internacionales deberían resolverse de un modo pacífico». ¿Debo invertirlo?
Katie: Sí.
Willem: Mis conflictos internos deberían resolverse de un modo pacífico.
Katie: Sí, a través de la indagación. Aprende a resolver problemas pacíficamente en tu interior y tendremos a un maestro. El miedo enseña miedo. Sólo la paz puede enseñar paz. Veamos la siguiente afirmación.
Willem: «La guerra destruye muchas vidas humanas y malgasta grandes cantidades de recursos materiales. Provoca una pena y un sufrimiento enormes a las familias. Es cruel, brutal y terrible».
Katie: ¿Has podido oír la inversión a medida que lo ibas diciendo? ¿La estás experimentando? Veamos cómo suena. Invierte la afirmación y ponte a ti mismo en todo lo que dices.
Willem: ¿Que me ponga a mí mismo…?
Katie: «Mi pensamiento destruye…».
Willem: Mi pensamiento destruye una gran parte de mi vida humana y malgasta grandes cantidades de mis propios recursos materiales.
Katie: Sí. Cada vez que te cuentas la historia de la guerra en tu interior, menguas tus propios recursos favoritos: la paz y la felicidad. Sigue con la inversión.
Willem: Provoco una pena y un sufrimiento enormes a mi propia familia.
Katie: Sí. ¿Cuánta pena provocas cuando llegas a casa y vuelves a tu familia con esta historia en tu interior?
Willem: Eso es algo que me cuesta aceptar.
Katie: No veo que estén cayendo bombas. Salvo en tu mente, no ha caído ninguna bomba a tu alrededor en cincuenta y cinco años. Sólo hay una cosa que resulta más difícil de aceptar que esto y es no aceptarla. La realidad gobierna, seamos conscientes de ello o no. Esa historia es lo que te impide experimentar la paz ahora mismo. «Necesitabas a tu madre»: ¿Es eso verdad?
Willem: Sobreviví sin ella.
Katie: Trabajemos con un sí o un no y veamos cómo te sientes. «Necesitabas a tu madre»: ¿Es eso verdad en la realidad?
Willem: No.
Katie: «Necesitabas a tu padre»: ¿Es eso verdad?
Willem: No.
Katie: Siéntelo. Cierra los ojos. Mira a ese pequeño cuidándose a sí mismo. Mírale sin tu historia. (Larga pausa. Finalmente, Willem sonríe). Yo también perdí mi historia, perdí mi vieja vida llena de dolor. Y descubrí una vida maravillosa al otro lado del terror y de la guerra interior. La guerra que hice contra mi familia y contra mí misma fue tan brutal como cualquier bomba que pueda caer. Y en un momento determinado, dejé de bombardearme a mí misma. Empecé a hacer este Trabajo. Respondí a las preguntas con un simple sí o no. Permanecí en esas respuestas, permití que calasen y descubrí la libertad. Veamos la siguiente afirmación.
Willem: «No quiero volver a sentir nunca más cómo caen las bombas sobre mi cabeza, ni ser un rehén ni pasar hambre».
Katie: Quizá vuelvas a experimentar la historia de nuevo. Y si cuando te oigas contar la historia del pequeño que necesitaba a sus padres no sientes paz o risa, entonces eso significa que ha llegado el momento de hacer El Trabajo de nuevo. Esta historia es tu regalo. Cuando puedas experimentarla sin miedo, tu Trabajo estará acabado. Sólo hay una persona que pueda finalizar tu guerra interior, y eres tú. Tú eres la persona sobre la que están cayendo las bombas internas. De modo que hagamos la inversión. «Estoy dispuesto a…».
Willem: Estoy dispuesto a volver a sentir cómo caen las bombas sobre mi cabeza.
Katie: Aunque sólo sea en tu pensamiento. Las bombas no vienen de fuera; sólo pueden provenir de tu interior. De modo que: «Espero con ilusión…».
Willem: Es muy difícil decir eso.
Katie: Espero con ilusión lo peor que podría ocurrirme, sólo porque me enseña a qué no me he enfrentado todavía con comprensión. Conozco el poder de la verdad.
Willem: Espero con ilusión volver a sentir cómo caen las bombas sobre mi cabeza y volver a pasar hambre. El hambre no está tan mal. (Pausa). Todavía no lo siento. Quizá más adelante.
Katie: No se supone que debas sentirlo ahora. Está bien así. Está bien que todavía no puedas esperar con ilusión que caigan bombas; hay algo de libertad en esa admisión. La próxima vez que surja la historia, tal vez sientas algo que te deleite. El proceso que has hecho hoy puede ocuparte días o semanas. Quizá te golpee como un martillo o tal vez ni lo sientas. Y por si acaso, espéralo con ilusión. Siéntate y escribe lo que no has incluido. No es fácil hacerle la cirugía mental a un fantasma de cincuenta y cinco años. Gracias por tu valor, corazón.
Mamá no impidió el incesto
He trabajado con centenares de personas (en su mayoría mujeres) que están desesperadamente atrapadas en su propio pensamiento atormentado sobre la violación o el incesto que sufrieron. Muchas de ellas todavía sufren, a diario, a causa de los pensamientos del pasado. Una y otra vez he visto de qué modo la indagación las ayuda a superar cualquier obstáculo que, inocentemente, utilizaron para bloquear su curación. Mediante las cuatro preguntas y la inversión, llegan a ver lo que nadie más que ellas puede comprender: que su dolor actual es autoinfligido. Y a medida que comprueban cómo se revela esta comprensión, empiezan a liberarse a sí mismas.
En el siguiente diálogo, advierte de qué modo cada afirmación parece hablar de un acontecimiento del pasado. En realidad, sea cual sea el padecimiento que hayamos experimentado en el pasado, el dolor que sentimos por él se crea en el presente. La indagación examina el dolor del presente. Aunque conduje de nuevo a Diane hasta la escena en la que tuvo lugar ese acontecimiento, y ella contestó a las preguntas como si estuviese en aquel momento espantoso, nunca abandonó la perfecta seguridad del presente.
Invito a aquellos de vosotros que hayáis vivido una experiencia similar a trataros con delicadeza a medida que leáis este diálogo y que consideréis las respuestas que pueden liberaros de vuestro dolor. Si en algún momento os resulta difícil continuar, sencillamente dejad el diálogo un tiempo. Ya sabréis en qué momento volver a él.
Por favor, sed conscientes de que, cuando hago las preguntas, no estoy justificando la crueldad, ni siquiera la más pequeña. Aquí no estamos examinando al perpetrador. Únicamente me concentro en la persona que está sentada conmigo, y sólo me interesa su libertad.
Si fuiste víctima de una situación similar en el pasado, te invito a que te concedas un tiempo adicional en las dos partes de la indagación. En primer lugar, tras haberte hecho la tercera pregunta y haber comprendido que el dolor es el resultado de tu pensamiento, hazte la pregunta adicional que yo le hice a Diane: ¿Cuántas veces ocurrió? ¿Cuántas veces lo has revivido en tu mente? En segundo lugar, cuando descubras tu parte en el acontecimiento, por pequeña que sea —tu sumisión inocente en bien del amor o a fin de escapar a un daño mayor—, permítete sentir el poder de adueñarte de esa parte tuya y siente cuán doloroso resulta negarla. Después, concédete un tiempo para perdonarte por el dolor que te has infligido. La identidad que surge después de este proceso quizá no se parezca en absoluto a la de una víctima.
Diane: «Estoy enfadada y triste porque mi madre permitió que mi padrastro abusara sexualmente de mí y nunca hizo nada para acabar con esa situación aunque sabía lo que estaba sucediendo».
Katie: De modo que «sabía lo que estaba sucediendo»: ¿Es eso verdad?
Diane: Sí.
Katie: ¿Es eso realmente verdad? ¿Se lo preguntaste? Contesta con un sí o un no.
Diane: No.
Katie: ¿Vio ella cómo abusaba de ti?
Diane: No.
Katie: ¿Se lo dijo él?
Diane: No, pero lo hicieron otras tres chicas que también padecían sus abusos.
Katie: ¿Le dijeron que él abusaba de ti?
Diane: No. Que él abusaba de ellas.
Katie: Entonces, «ella sabía lo que estaba sucediendo»: ¿Es eso verdad? ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? No quiero entretenerme con esto. Lo que quiero decir es lo siguiente: sí, probablemente hizo esa suposición, y sí, fue informada por ellas, y también es probable que supiera que era capaz de hacerlo. No se me está escapando esta parte; quiero que lo sepas. Pero «ella sabía que él abusaba de ti»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Diane: No.
Katie: No te estoy preguntando si ella podría haberlo adivinado fácilmente. Pero, en ocasiones, piensas que está sucediendo algo y no estás del todo segura, de modo que mentalmente evitas ir hasta allí, porque en realidad no quieres descubrirlo, pues piensas que resultaría demasiado terrible. ¿Has sentido esto alguna vez?
Diane: Sí, lo he sentido.
Katie: Yo también. Bien, eso nos sitúa en la postura de la comprensión. Puedo entender que alguien viva así porque yo misma solía vivir así en muchos aspectos. ¿Cómo reaccionas cuando tienes el pensamiento: «Ella sabía lo que estaba sucediendo y no hizo nada»?
Diane: Me enfado.
Katie: ¿Y cómo la tratas cuando tienes ese pensamiento?
Diane: No le hablo. La veo como parte de la conspiración. La veo como alguien que me utilizó para que hiciese su trabajo. La odio y no quiero saber nada de ella.
Katie: ¿Y qué sientes cuando la ves de esa manera? ¿Qué sientes al ser huérfana de madre?
Diane: Me siento muy triste y sola.
Katie: ¿Quién serías sin el pensamiento: «Ella sabía lo que estaba sucediendo y no hizo nada»?
Diane: Estaría en paz.
Katie: «Ella sabía lo que estaba sucediendo y no hizo nada»: inviértelo. «Yo…».
Diane: Yo sabía lo que estaba ocurriendo y no hice nada.
Katie: ¿Es eso igual de verdadero o incluso más verdadero? ¿Se lo dijiste? ¿Se lo dijiste a alguien?
Diane: No.
Katie: Había una razón para no hacerlo. ¿Cuáles eran tus pensamientos cuando querías contárselo pero no lo hacías?
Diane: No dejaba de ver a mi hermana mayor recibiendo una paliza.
Katie: ¿De tu padrastro?
Diane: Sí. Ella tuvo el valor de levantarse y decir: «Está teniendo lugar este abuso», y mi madre se quedó sencillamente sentada.
Katie: Mientras tu hermana recibía la paliza.
Diane (llorando): Y yo no sé cómo librarme de eso. No sé cómo…
Katie: Cariño, ¿no es eso lo que estás haciendo aquí hoy: aprender a indagar y permitir que el dolor te libere? Sigamos adelante con ésta cirugía. ¿Cuántos años tenías cuando presenciaste la paliza que recibió tu hermana por decir eso?
Diane: Ocho.
Katie: De acuerdo. Le hablaré a esa niña de ocho años. De modo que responde desde esa perspectiva. Pequeña, «Si se lo explicas a tu madre, recibirás una paliza». ¿Estás del todo segura de que eso es verdad? Y no estoy diciendo que no lo sea. Se trata sólo de una pregunta.
Diane: Sí.
Katie: Eso es lo que parece, pequeña; tú tienes las pruebas. Y yo te estoy pidiendo que profundices un poco más. ¿Tienes la absoluta certeza de que si dices la verdad recibirás una paliza? Y contesta con un sí si necesitas hacerlo; esa es tu respuesta por el momento, y me encanta respetarla. Pareces tener las pruebas que te conducen a creer que eso es verdad. Pequeña, ¿puedes saber con toda seguridad que eso es lo que te ocurriría también a ti? (Se hace una larga pausa). Ambas respuestas son iguales, tesoro.
Diane: Eso es lo único que puedo ver que sucede. O bien me pega o bien me echa de casa.
Katie: Entonces la respuesta es no. Te he oído decir que tal vez podría haber optado por otra opción. Examinémoslo, ¿de acuerdo? De modo que, pequeña, «Si lo cuentas, te echaré de casa»: ¿estás completamente segura de que eso es verdad?
Diane: No sé qué sería peor, sin embargo: quedarme o marcharme.
Katie: Recibir una paliza o marcharte. ¿Cómo reaccionas cuando tienes el pensamiento: «Si lo cuento, o bien me dará una paliza o bien me echará de casa»?
Diane: Tengo miedo y no se lo cuento a nadie.
Katie: ¿Y entonces qué pasa?
Diane: Me encierro en mí misma. No soy capaz de decidir qué quiero hacer, no digo nada.
Katie: Sí, ¿y qué ocurre cuando no dices nada?
Diane: Él entra en mi habitación y yo sigo sin decir nada.
Katie: ¿Y entonces qué sucede?
Diane: Sencillamente continúa.
Katie: Sí, tesoro, continúa. No se trata de decir si es correcto o incorrecto. Ahora sólo estamos echando una ojeada. El abuso continúa. ¿Qué es lo que sucedía, corazón?
Diane: Se trataba de un abuso sexual.
Katie: ¿Con penetración?
Diane: Sí.
Katie: Entonces, pequeña, ¿puedes encontrar una razón para renunciar al pensamiento: «Si lo cuento, me dará una paliza o me echará de casa»? Y no te estoy pidiendo que renuncies a él. Tu decisión de no contarlo tal vez te salvó la vida. Ahora sólo estamos investigando.
Diane: No puedo encontrar una razón. No sé cómo tomar esa decisión. Sencillamente él seguía entrando en mi habitación. No dejaba de hacerlo.
Katie: De acuerdo, cariño, lo veo. Entonces sencillamente seguía entrando en tu habitación. Volvamos a eso de nuevo. ¿Con qué frecuencia iba a tu habitación?
Diane: Siempre que mi madre no estaba en casa.
Katie: Sí. ¿Una vez al mes? ¿Una vez a la semana? Comprendo que no puedas saberlo con exactitud. Pero ¿qué es lo que recuerdas?
Diane: A veces era cada noche. Ella estaba en la escuela. En ocasiones esto podía seguir semanas enteras así.
Katie: Sí, corazón. Entonces esa es una razón para renunciar al pensamiento: «Si lo cuento, me dará una paliza o me echará de casa». El abuso continuó y continuó.
Diane: Oh.
Katie: No se trata de que tomaras una decisión acertada o equivocada. El abuso continuó. ¿Cómo reaccionas cuando crees en el pensamiento de que te dará una paliza o te echará de casa? Noche tras noche, él entraba en tu habitación cuando tu madre estaba en la escuela. Dame una razón que no sea estresante o que no te violente para mantener esta historia.
Diane: No hay ninguna. Todos los pensamientos son…
Katie: ¿Como una cámara de torturas? ¿Cuántas veces viste a tu hermana recibir palizas por contarlo?
Diane: Sólo en aquella ocasión.
Katie: ¿Cuántas veces entró tu padrastro en tu habitación? Muchas veces, ¿verdad? ¿Qué resultaría menos doloroso, eso o la paliza?
Diane: La paliza resultaría mucho menos dolorosa.
Katie: Las niñas pequeñas, e incluso las más mayores, no se dan cuenta de estas cosas. Hoy sólo estamos echando una ojeada al interior de ese miedo. ¿Qué fue lo peor que ocurrió? ¿Puedes hablar del acto sexual, corazón? ¿El acto sexual con él y lo que tú experimentaste? Piensa en la ocasión que resultó más dolorosa, la peor vez. ¿Qué edad tenías?
Diane: Nueve años.
Katie: De acuerdo, pues dime, pequeña, ¿qué pasó?
Diane (llorando): Nos habíamos encontrado con mi abuelo en una heladería porque era mi cumpleaños. Y cuando nos fuimos, mi madre me dijo que fuese en el coche con mi padrastro. Él me hizo sentar encima de él mientras conducía. Me agarró del brazo y me ciñó.
Katie: Sí. De acuerdo. Entonces, ¿qué parte fue la más dolorosa?
Diane: Era mi cumpleaños y yo sólo quería ser amada.
Katie: Sí, cariño. Sí. Lo que hacemos por el amor… Eso es lo que eres. Y cuando estás confundida, el amor sigue unas extrañas direcciones, ¿no es así? Bien, háblame de eso. Háblame de buscar el amor. ¿Qué ocurrió? ¿Qué era lo que pensabas? Te ciñó. ¿Cuál fue tu parte?
Diane: Sencillamente dejé que ocurriera.
Katie: Sí. ¿Hubo una parte en la que fingiste que estaba bien… por amor? ¿Cuál fue tu parte? (Al público): Si alguna de vosotras ha sufrido una experiencia similar, que entre ahora en su interior y responda a la pregunta. «¿Cuál fue tu parte? ¿Cuál es tu parte?». No estamos hablando de la culpa. Sé delicada contigo misma. Estamos hablando de tu libertad. (A Diane): ¿Cuál fue tu parte? Sencillamente dejaste que ocurriese y…
Diane (llorando): Yo le quería.
Katie: Sí. Así es como es eso. Sí, tesoro. Entonces, ¿cuál fue la parte más dolorosa?
Diane: No fue el sexo. Fue que se marchó. Sencillamente me dejó en el coche, salió y empezó a andar.
Katie: Que se marchó. Entonces, sentarse encima de él no fue lo peor. Conseguir lo que estabas buscando no fue lo peor. Sencillamente te dejó allí. Ninguna recompensa por el sacrificio. Ninguna recompensa por buscar lo que realmente nunca podemos encontrar en otra persona. ¿Has oído la oración que yo tendría si tuviese una? En una ocasión experimenté lo mismo que tú. Solamente un poco. Pero mi oración —si tuviese una— sería: «Dios líbrame del deseo de amor, aprobación o aprecio. Amén».
Diane: Entonces, ¿eso me hace tan culpable como él?
Katie: No, corazón, igual de inocente. ¿Cómo podrías haber hecho otra cosa? Si hubieses sabido reaccionar de otra manera, ¿acaso no lo habrías hecho?
Diane: Sí.
Katie: Sí. Entonces, ¿dónde está la culpa? En nuestra confusión todos buscamos el amor, hasta que encontramos el camino de regreso hacia la comprensión de que el amor es lo que ya somos. Eso es todo. Buscamos lo que ya tenemos. Los pequeños de ocho años y los pequeños de nueve años. Los pequeños de cuarenta, cincuenta y ochenta años. Somos culpables de buscar el amor, eso es todo. Siempre buscando lo que ya tenemos. Es una búsqueda muy dolorosa. ¿Hiciste todo lo que pudiste?
Diane: Sí.
Katie: Sí. Y quizás él también. «Él abusó de mí»: inviértelo. «Yo…».
Diane: ¿Yo abusé de mí?
Katie: Sí. ¿No puedes verlo? De nuevo, no se trata de que sea correcto o incorrecto.
Diane: Sí, eso puedo verlo, lo veo.
Katie: Esto ha requerido una gran comprensión por tu parte, cariño. Así que permanece con esa pequeña un momento. Quizás en algún momento quieras cerrar los ojos e imaginar que la estás rodeando con tus brazos. Y tal vez quieras ofrecerle algunas suaves compensaciones. Permítele saber que siempre estarás ahí para ella si necesita a alguien. Ella no sabía lo que tú estás aprendiendo hoy, eso es todo. Vivió todo aquello para que tú recibieses esta educación ahora. No existe ningún maestro para ti mejor que ella, porque es quien ha experimentado lo que tú necesitas saber ahora. Ella es la persona a la que puedes creer. Vivió eso para que tú no tengas que vivirlo. En ella reside tu sabiduría. Sencillamente estamos acercándonos a esa preciosa pequeña que vivió de esa manera por el bien de tu libertad en el presente. Hay otra inversión, corazón. «Él abusó de mí». «Yo abusé de mí». Hay otra inversión. «Yo…».
Diane: Yo…
Katie: «… abusé…».
Diane: … abusé… (Se hace una larga pausa). ¿Yo abusé… de él? Esa es una inversión difícil.
Katie: Háblame de ello. Cariño, él hizo todo esto (separa mucho las manos). Tú hiciste esto (sostiene las manos casi tocándose). Eso es lo que necesitas saber —sólo este poco— para liberarte. Esto es tuyo. Y este poco podría herirte tanto como todo lo que él hizo. Dime. «Él abusó de mí»: inviértelo. «Yo…».
Diane: Yo abusé de él.
Katie: Sí, corazón. Háblame de ello. Hagamos la cirugía.
Diane: Después de que ocurriese…, básicamente podía conseguir cualquier cosa que quisiese de él.
Katie: Sí, tesoro, sí. Lo que hacemos por el amor, la aprobación o el aprecio, ¿eh? Esto es el autodescubrimiento. ¿Qué más?
Diane: En ocasiones pienso que si hubiese dicho algo antes, la situación se hubiera acabado de una manera muy distinta.
Katie: Eso no podemos saberlo, tesoro, ¿no es así? Lo que sé es que respeto tu camino, porque conozco el valor del mío. Todo lo que necesitas para encontrar tu libertad, eso es lo que has vivido. Ni un ingrediente más ni uno menos. Eso es lo que aquella niña pequeña vivió para ti. Todo eso. Ella tiene la llave de tu libertad hoy. De modo que, corazón, de las dos posiciones, ¿qué papel sería el más doloroso para ti, el suyo o el tuyo? ¿El de un hombre que penetra a una niña de ocho o nueve años, o el de esa niña pequeña? Si tuvieras que escoger, ¿cuál de los dos papeles sería más doloroso?
Diane: Creo que el suyo.
Katie: ¿Sí? Entonces tu respuesta me dice que, a través de tus propios ojos, conoces el dolor que él vivía y lo que se siente al hacer daño: es el infierno. Veamos la siguiente afirmación, corazón. Lo estás haciendo muy bien. Estás atravesando tus experiencias muy dulcemente. Estás haciendo un buen trabajo de cirugía. Veo que te sientes cansada del dolor.
Diane: Sí. No quiero traspasárselo a mi hijo.
Katie: Sí, tu hijo no necesita este tipo de dolor. Pero tendrá que llevarlo encima mientras tú te agarres a él. No tiene otra opción. Él es el mundo tal como tú lo percibes. Y lo reflejará de vuelta a ti mientras tú te agarres al dolor. Esta cirugía la estás haciendo también para él. Él te seguirá: tiene que hacerlo, del mismo modo que la mano en el espejo se mueve cuando se mueve tu mano.
Diane: Mi madre me culpó a mí de lo ocurrido y me pidió que mintiese ante el tribunal para no perder la pensión alimentaria.
Katie: ¿Y mentiste?
Diane: No.
Katie: ¿Y qué sucedió entonces?
Diane: Nadie me creyó.
Katie: ¿Y qué pasó a continuación?
Diane: Me enviaron fuera.
Katie: Sí. ¿Cuántos años tenías?
Diane: Catorce.
Katie: ¿Y has tenido algún contacto con tu madre desde entonces?
Diane: De vez en cuando. Pero no recientemente. No desde hace dos años.
Katie: La quieres, ¿no es así?
Diane: Sí.
Katie: No hay nada que puedas hacer al respecto.
Diane: Sé que no puedo desprenderme de ese sentimiento…
Katie: Bien, quizá quieras llamarla hoy y decírselo; sólo por tu bien. Explícale lo que has descubierto aquí sobre ti, no lo que has descubierto sobre ella, tu hermana o tu padrastro ni cualquier otra cosa que pueda herirla. Llámala cuando realmente sepas que tu llamada tiene que ver con tu propia libertad y que no tiene nada que ver con ella. Te he oído decir que la quieres y que no hay nada que ella o tú podáis hacer para cambiar eso. Díselo porque te encanta oír cómo haces ese comentario. Esto tiene que ver con tu felicidad, corazón. Vuelve a leer tu afirmación.
Diane: «Estoy enfadada y triste porque mi madre permitió que mi padrastro abusara sexualmente de mí y nunca hizo nada para acabar con esa situación aunque sabía lo que estaba sucediendo».
Katie: Inviértelo.
Diane: Estoy enfadada conmigo misma porque permití que mi padrastro abusara sexualmente de mí y nunca hice nada para acabar con esa situación.
Katie: Sí. ¿Conoces la canción Looking for Love in All the Wrong Places [Buscando el amor en todos los lugares equivocados]? Somos niños, corazón, somos niños pequeños que sólo estamos aprendiendo a vivir nuestro amor. Seguimos intentando encontrar el amor en todas las cosas y en todas las personas, porque no hemos reparado en que ya lo tenemos, en que eso es lo que somos. Veamos la siguiente afirmación.
Diane: «Nunca me quiso tanto como quería a su hijo natural».
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? Es difícil, ¿eh?
Diane: Me oigo diciéndolo y sé que no es verdad.
Katie: Eres increíble. Bien. Entonces, ¿cómo la tratas cuando crees en ese pensamiento? ¿Cómo la tratabas cuando crecías en esa casa?
Diane: Le hacía pasar un infierno.
Katie: Sí. ¿Cómo te sentías cuando hacías pasar un infierno a esta madre a la que tanto querías?
Diane: Me odiaba por ello.
Katie: Sí, cariño. ¿Puedes encontrar una razón para renunciar al pensamiento: «Ella quiere más a su hijo natural que a mí»?
Diane: Sí.
Katie: Sí, el infierno es una razón. (Katie y Diane se ríen). Dame una razón que no sea estresante para mantener este pensamiento.
Diane: Todavía no he encontrado ninguna. No creo que vaya a encontrarla.
Katie: ¿Quién o qué serías sin esta historia?
Diane: Sería mejor conmigo misma, sería mejor con mi hijo. No estaría tan enfadada.
Katie: Sí. ¿Cómo invertirías esa afirmación?
Diane: Nunca me he querido a mí misma como he querido a su hijo natural.
Katie: ¿Tiene eso sentido para ti?
Diane: Lo quise y lo traté como yo quería ser tratada.
Katie: Oh, tesoro… ¿Por qué no me sorprende eso?
Diane: Era muy cariñoso, ¿sabes?
Katie: Lo sé. Puedo verle a través de la dulzura de tus ojos. Es visible. Si cuando hayas realizado la indagación durante un tiempo, tienes el pensamiento: «Ella no me quiere», sencillamente recurre con una sonrisa a la inversión: «En este momento no me estoy queriendo a mí misma». «Ella no se preocupa por mí»: «No me estoy preocupando por mí misma cuando tengo este pensamiento». Siéntelo, siente lo que experimentas cuando tienes ese pensamiento, lo cruel que eres contigo misma cuando lo crees. Así es como sabes que no te estás preocupando por ti misma. Sencillamente dedícate cuidados maternales a ti misma, corazón. Esto es lo que se consigue con El Trabajo: nos sostiene, nos hace padres y madres de nosotros mismos. Y lo hace con la comprensión del amor, de quienes realmente somos, desde ese lugar que hemos estado buscando, que conoce su verdadero yo y sabe lo que es verdad. Veamos la siguiente afirmación.
Diane: «Quiero que mamá admita que se equivocó y que me pida disculpas».
Katie: ¿De quién es asunto su equivocación y de quién es asunto si se disculpa o deja de hacerlo?
Diane: Suyo.
Katie: Entonces, invierte la afirmación.
Diane: Quiero admitir que me equivoqué y pedirme disculpas.
Katie: Hay otra inversión.
Diane: Quiero pedirle disculpas a mamá y admitir que me equivoqué.
Katie: Sólo en aquellos aspectos que sabes que no estaban bien para ti. Discúlpate por lo que percibes que ha sido tu pequeña parte en esta situación, y hazlo por tu propio bien. De nuevo, su parte podría ser así (las manos muy separadas). Eso no es asunto tuyo. Ocúpate de tu parte. Medítalo, haz una lista y llámala, por el bien de tu propia libertad.
Diane: He querido hacerlo.
Katie: Llámala para decirle algo específico. Explícale cuál fue tu parte. Queremos disculparnos, pero no sabemos cómo ni por qué. Este Trabajo no sólo puede enseñarte a hacerlo, sino que puede conducirte a todos los rincones escondidos del acontecimiento e inundarlos de luz a medida que lo hagas. Y hasta que no esté hecho, no habrá paz. Este Trabajo es la llave para acceder a tu corazón. Simplifica mucho todas las cosas. La verdad que puedo oír en tus palabras es que la quieres.
Diane: Sí.
Katie: De acuerdo, vuélvela a leer.
Diane: «Quiero que mamá admita que se equivocó y que me pida disculpas».
Katie: ¿Es eso verdad? ¿Es eso realmente verdad?
Diane: Eso creo.
Katie: Y si crees que eso la heriría, si es un poco más de lo que ella es capaz de hacer ahora, ¿sigues queriendo que te pida disculpas?
Diane: No quiero herirla.
Katie: No. Esa es la razón por la cual la gente no suele pedir disculpas, resulta demasiado doloroso reconocer lo que ha hecho. Todavía no está preparada. Y tú sabes lo que son este tipo de cosas. Con eso, descubres quién eres.
Diane: Eso es lo que quiero. Sólo quiero tener paz.
Katie: Bien, tesoro, esa niña que se sentaba en el regazo de un hombre y se dejaba penetrar por su amor: eso no es poco. Eso es el amor llevado al extremo. De modo que estamos aprendiendo quién y qué somos bajo la confusión. Veamos la siguiente afirmación.
Diane: Mamá debería amarme y saber que yo la amo.
Katie: ¿Es eso verdad? ¿Acaso no empieza a sonar como si fuese una dictadura? (Diane y el público se ríen). ¿Y has advertido también que resulta imposible dictar la conciencia o la conducta de la gente? De modo que invirtámoslo. Ella te ama, pero quizá todavía no lo sepa, y esa falta de conciencia es muy dolorosa. Tengo muy claro que todo el mundo me ama. Sencillamente no espero que se den cuenta ya. (El público se ríe). Así que, inviértelo y veamos adónde te llevará ese conocimiento en tu vida actual.
Diane: Yo debería amarme y saber que me amo.
Katie: Sí, no es su trabajo. Ese trabajo sólo es tuyo.
Diane: A eso estoy llegando.
Katie: Sí, lo estás haciendo. Todavía queda otra inversión. A ver si la encuentras.
Diane: Debería amar a mamá y saber que la amo.
Katie: Y lo haces. Sólo hay algunos pensamientos no investigados aquí y allá que obstaculizan la conciencia de este hecho. Y ahora sabes cómo recibirlos. Es un principio. De acuerdo, veamos la siguiente afirmación.
Diane: «Necesito que mamá le diga a la familia que se equivocó».
Katie: ¿Es eso verdad?
Diane (riéndose): No.
Katie: No. Una vez que se comprende, la pesadilla siempre se convierte en risa. Inviértelo y comprueba qué nivel de comprensión puedes alcanzar.
Diane: Necesito decirle a la familia que me equivoqué.
Katie: Qué dulce resulta.
Diane: Podría haber puesto fin a la situación antes si hubiera hablado. Me equivoqué. Pero ahora tengo razón…
Katie: Sí.
Diane (en un susurro, llorando): Tengo razón.
Katie: Obviamente es el momento de que lo sepas. ¿Acaso no resulta maravilloso descubrir que eres la persona que habías estado esperando? ¿Que eres tu propia libertad? Con la indagación te adentras en la oscuridad y sólo encuentras luz. Y ahora, aun cuando has estado en las profundidades del infierno, eres capaz de ver que eso es lo único que estuvo siempre ahí, siempre. Sencillamente no sabías cómo penetrar en ello, corazón. Ahora sabes hacerlo. ¡Vaya viaje! Veamos la siguiente afirmación.
Diane: «Mamá es una gilipollas reprimida». (Riéndose). Puedo hacer la inversión ahora mismo. Soy una gilipollas reprimida. (Diane y el público se ríen todavía más fuerte. El público rompe en un aplauso).
Katie: En ocasiones. A mí me gusta decir: «Pero sólo durante cuarenta y tres años», que es cuando me desperté a la realidad. De modo que puedes poner eso en tu lista de compensaciones. ¿Cómo era para ti vivir como una gilipollas reprimida…?
Diane (riéndose): Era muy tiesa. (Fuertes carcajadas del público). ¡Caramba! Ahora lo entiendo. ¡No tiene nada que ver con ella! ¡Nada! ¡Sólo conmigo! ¡Todo se trata de mí! (Se produce un largo silencio. En el rostro de Diane se refleja una expresión de sorpresa).
Katie: Pues, corazón, te sugiero que te acompañes con delicadeza al fondo de la sala y que sencillamente te tumbes con tu maravilloso yo. Permite que todo lo que has comprendido en esta sesión te posea. Deja que te domine y que efectúe todos los cambios posibles. Permanece quieta y permite que esa comprensión se despliegue.
Estoy enfadada con Sam por haberse muerto
Se precisa mucho valor para ver a través de la historia de una muerte. Los padres y otros familiares de niños que mueren están especialmente apegados a sus historias por razones que todos comprendemos. Dejar atrás nuestra tristeza, o incluso indagar en ella, puede parecer una traición a nuestro hijo. Muchos de nosotros no estamos preparados todavía para ver las cosas de otra manera y así es como debe ser.
¿Quién piensa que la muerte es triste? ¿Quién piensa que un niño no debería morir? ¿Quién piensa que sabe lo que es la muerte? ¿Quién intenta darle lecciones a Dios, con una historia tras otra, un pensamiento tras otro? ¿Eres tú? Esto es lo que te digo: si estás dispuesto a hacerlo, investiguémoslo y veamos si es posible finalizar la guerra con la realidad.
Gail: Se trata de mi sobrino, Sam, que murió recientemente. Yo me sentía muy cercana a él. Ayudé a criarlo.
Katie: Bien, corazón. Lee lo que has escrito.
Gail: «Estoy enfadada con Sam por haberse muerto. Estoy enfadada porque se ha ido. Estoy enfadada con Sam por arriesgarse tontamente. Estoy enfadada porque se ha muerto en un abrir y cerrar de ojos a los veinte años. Estoy enfadada porque resbaló y se cayó por la montaña desde una altura de dieciocho metros. Quiero que Sam regrese y que tenga más cuidado. Quiero que me comunique que está bien. Quiero que desaparezca de mi cabeza la imagen de su cuerpo despeñándose desde un precipicio de dieciocho metros y cayendo de cabeza. Sam debería haberse quedado aquí».
Katie: «Sam debería haberse quedado aquí»: ¿Es eso verdad? Esta es nuestra religión, es el tipo de creencia que vivimos pero que todavía no sabemos cómo examinar. (Al público): Quizá queráis entrar en vuestro interior y haceros la pregunta a vosotros mismos con respecto a la persona que se divorció de vosotros o que murió y os dejó, o con respecto a los hijos que se marcharon de casa. «Esa persona debería haberse quedado aquí»: ¿Es eso realmente verdad? (A Gail). Léelo de nuevo.
Gail: «Sam debería haberse quedado aquí».
Katie: ¿Es eso verdad? ¿Cuál es la realidad? ¿Lo hizo?
Gail: No. Se marchó. Se murió.
Katie: ¿Cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento, ese concepto que discute con la realidad?
Gail: Me siento cansada, triste y separada.
Katie: Eso es lo que se siente cuando se discute con lo que es. Resulta muy estresante. Soy una amante de la realidad, y no porque sea una mujer espiritual, sino porque cuando discuto con lo que es, siento dolor. Y además, advierto que pierdo el cien por ciento de las veces. Es irremediable. Si no los examinamos, estos conceptos nos acompañan hasta la tumba. Los conceptos son la tumba en la que nos enterramos.
Gail: Sí. Siempre que lo pienso me resulta estresante.
Katie: Entonces, cariño, ¿quién serías sin ese pensamiento?
Gail: Volvería a ser feliz.
Katie: Esa es la razón por la que quieres que viva. «Si estuviese vivo, entonces sería feliz». Lo estás utilizando para tu propia felicidad.
Gail: Es cierto.
Katie: Vivimos y morimos. Siempre puntuales, ni un momento antes ni un momento después de que lo hagamos. ¿Quién serías sin tu historia?
Gail: Estaría aquí, presente en mi propia vida, y permitiría que Sam hiciese lo que le corresponde.
Katie: ¿Incluso le permitirías morirse en su hora?
Gail: Sí. Como si tuviera otra opción. Estaría aquí en lugar de…
Katie: En la tumba. O cayéndote por la montaña con Sam, una y otra vez, en tu mente.
Gail: Sí.
Katie: Bien, tu historia es: «Sam debería haberse quedado aquí». Inviértelo.
Gail: Yo debería haberme quedado aquí.
Katie: Sí. Tu historia de que Sam no debería haberse muerto hace que te caigas tú misma mentalmente desde el precipicio por el que él se despeñó. Tú deberías quedarte aquí en lugar de estar mentalmente en su asunto. Puedes hacerlo.
Gail: Lo comprendo.
Katie: El hecho de que te quedes aquí tendría la siguiente apariencia: mujer sentada en una silla con amigos, presente, viviendo su vida y sin regresar mentalmente a ese precipicio para observar cómo Sam se cae una y otra vez. Todavía hay otra inversión de «Sam debería haberse quedado aquí». ¿Puedes encontrarla?
Gail: Sam no debería haberse quedado aquí.
Katie: Sí, corazón. Se ha marchado de la manera en que tú le conociste. La realidad gobierna. No espera nuestro voto, nuestra opinión, nuestro permiso: ¿has reparado en ello? Lo que más me gusta de la realidad es que es siempre la historia de un pasado. Y lo que más me gusta del pasado es que ya se ha acabado. Y como ya no estoy perturbada, no discuto con ello, porque, cuando lo hago, siento algo poco amable en mi interior. Advertir sencillamente lo que es, es amor. ¿Y cómo sé personalmente que Sam tuvo una vida completa? Vivió hasta el final: su final, no el que tú crees que debería haber tenido. Esa es la realidad. Luchar contra lo que es provoca dolor. ¿Y no te parece más sincero abrir los brazos por completo a lo que es? Este es el fin de la guerra.
Gail: Eso puedo verlo.
Katie: De acuerdo, veamos la siguiente afirmación.
Gail: «Necesito que Sam regrese».
Katie: Muy bueno. ¿Es eso verdad?
Gail: No.
Katie: No. Es sólo una historia, una mentira. (Al público): La razón por la que digo que es una mentira es porque le he preguntado: «¿Es eso verdad?», y ella me ha respondido que no. (A Gail): ¿Cómo reaccionas cuando crees en la historia: «Necesito que Sam regrese» y él no lo hace?
Gail: Me encierro en mí misma. Me deprimo y siento ansiedad.
Katie: ¿Quién serías sin el pensamiento: «Necesito que Sam regrese»?
Gail: Volvería a estar presente, volvería a estar viva de nuevo conectando con lo que está frente a mí.
Katie: Sí. Tal como te sentías cuando él estaba aquí.
Gail: Exacto. Si le dejo marchar, tendré lo que quiero. Pensar que necesito que esté aquí ahora me impide tener lo que he querido desde que se murió.
Katie: Entonces, «Necesito que Sam regrese»: inviértelo.
Gail: Necesito regresar.
Katie: ¿Y otra inversión?
Gail: No necesito que Sam regrese.
Katie: Sí. No dejas de volver a aquel peñasco y de caerte con Sam. De modo que vuelve a ti misma. No dejas de pensar: «Oh, ojalá no hubiese hecho eso». Pero tú no dejas de hacerlo una y otra vez en tu mente. No dejas de caerte por ese peñasco. Así que, si necesitas ayuda, haz la inversión y comprueba de qué modo puedes ayudarte. Veamos la siguiente afirmación.
Gail: «Necesito saber que Sam está perfectamente bien y en paz».
Katie: «Él no está bien»: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Gail: No. No puedo tenerla.
Katie: Invierte la afirmación.
Gail: Necesito saber que estoy perfectamente bien y en paz, con o sin el cuerpo de Sam aquí.
Katie: Sí. Eso es posible. Bien, ¿cómo están los dedos de tus pies, tus rodillas, tus piernas y tus brazos? ¿Cómo estás tú, sentada aquí, en este momento?
Gail: Están bien, y yo también.
Katie: ¿Te encuentras en mejor o en peor estado ahora que cuando Sam estaba aquí?
Gail: No. Estoy igual.
Katie: En este mismo instante, aquí sentada, ¿necesitas que Sam regrese?
Gail: No. Es sólo una historia.
Katie: Bien. Has investigado, querías saber y ahora ya lo sabes.
Gail: Cierto.
Katie: Pues veamos otra afirmación.
Gail: «Necesito que Dios, o alguien, me demuestre la perfección de la muerte de Sam».
Katie: Inviértelo.
Gail: Necesito demostrarme la perfección de la muerte de Sam.
Katie: Sí. Cuando la cortadora de césped corta el césped, no te apenas. No buscas la perfección del césped que se muere, porque ya la ves. De hecho, cuando el césped crece demasiado, lo cortas. En el otoño, no te afliges porque las hojas se caen y se mueren. Dices: «¡Qué bonito!». Bueno, nosotros somos iguales. Hay estaciones. Todos nos caemos más tarde o más temprano. Todo es muy bonito. Y si no investigamos, nuestros conceptos nos impiden darnos cuenta de ello. Es bonito ser una hoja, nacer, caer, dejar paso a lo que sigue, convertirse en alimento para las raíces. Es la vida, siempre cambiando de forma y siempre entregándose por entero. Todos hacemos nuestra parte. No hay error. (Gail empieza a llorar). ¿En qué piensas, corazón?
Gail: Realmente me gusta lo que estás diciendo; hablas de ello como de algo bello, como de algo que forma parte de las estaciones. Me hace sentir feliz y apreciarlo. Ahora puedo interpretarlo de otro modo y puedo apreciar la vida, la muerte y los ciclos. Es como una ventana a través de la que puedo mirar y verlo de otra manera, puedo ver cómo conservar esa percepción y cómo apreciar a Sam y la forma en que murió.
Katie: ¿Te das cuenta de que él te ha dado vida?
Gail: Perfectamente. Es como el fertilizante, o la tierra, que me hace crecer ahora.
Katie: Para que puedas devolver esa vida y vivirla con apreciación, plenamente sustentada, comprendiendo nuestro dolor y ofreciéndonos la nueva vida que estás descubriendo. Sea lo que sea lo que ocurra, eso es lo que se necesita. En la naturaleza no hay errores. Observa cuán doloroso resulta tener una historia que no abrace esa belleza, esa perfección. La falta de comprensión es siempre muy dolorosa.
Gail: Hasta ahora, era realmente incapaz de verlo como algo bello. Quiero decir, he visto la belleza de la muerte de Sam, pero no podía considerar su muerte real —él muriéndose— como algo bello. Sólo veía que tenía veinte años y que estaba haciendo tonterías. Pero estaba haciendo las cosas a su manera.
Katie: Bien, cariño. ¿Quién serías sin esa historia?
Gail: Apreciaría su muerte de la misma manera que tú aprecias las hojas. Apreciaría que se hubiese muerto de esa manera, en lugar de pensar que era algo indebido.
Katie: Sí, tesoro. A través de la indagación interior vemos que lo único que queda es el amor. Sin una historia no investigada, sólo existe la perfección de la vida que aparece tal como es. Siempre puedes entrar en tu interior y encontrar la belleza que se revela tras comprender el dolor y el miedo. Veamos la siguiente afirmación.
Gail: «Sam se ha ido, está muerto. Es el chico adorable que crié como una madre. Es tan guapo, gentil, amable, curioso, brillante, tolerante, cálido, fuerte y vigoroso…, y además sabe escuchar. Sam está en la cresta de la ola».
Katie: Vuelve a leer la primera parte.
Gail: «Sam se ha ido, está muerto».
Katie: «Sam está muerto»: ¿Es eso verdad?: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Gail: No.
Katie: Enséñame la muerte. Tráeme un microscopio y enséñamela. Pon las células de un cadáver bajo la lente y enséñame lo que es la muerte. ¿Es algo más que un concepto? ¿Dónde vive Sam? Aquí. (Tocándose la cabeza y el corazón). Te despiertas y piensas en él; ahí es donde vive Sam. Te acuestas por la noche y ahí está él, en tu mente. Cada noche, cuando te duermes y no estás soñando, eso es la muerte. Cuando no hay historia, no hay vida. Abres los ojos por la mañana y empieza el «yo». Empieza la vida. Empieza la historia de Sam. ¿Le echabas de menos antes de que empezase la historia? Lo único que vive es la historia, y cuando nos enfrentamos a nuestras historias con comprensión, entonces es cuando realmente empezamos a vivir, pero sin sufrimiento. Bien, ¿cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Gail: Me siento interiormente muerta. Es terrible.
Katie: ¿Puedes encontrar una razón para renunciar a la historia: «Sam está muerto»? Y no te estoy pidiendo que renuncies a esa historia a la que te aferras con tanto apego. Aunque no funcione, nuestra vieja religión nos encanta. Nos consagramos a ella a diario en todas las culturas del mundo.
Gail: Sí.
Katie: La indagación no tiene un motivo. No nos enseña una filosofía. Sólo se trata de una investigación. Entonces, ¿quién serías sin la historia: «Sam está muerto»? Aun cuando mentalmente está viviendo siempre contigo.
Gail: Probablemente ahora, en este mismo instante, está más aquí de lo que estaba cuando vivía en su cuerpo.
Katie: Entonces, ¿quién serías sin esa historia?
Gail: Apreciaría el fertilizante. Y me encanta estar donde estoy, más que vivir en el pasado.
Katie: Pues invierte la afirmación.
Gail: Yo me he ido y estoy muerta cuando me meto en la historia de Sam muriéndose.
Katie: Sí.
Gail: Ahora lo veo realmente. ¿Hemos acabado?
Katie: Sí, corazón. Y siempre empezamos de nuevo en el ahora.
Terrorismo en Nueva York
Tras los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, los medios de comunicación y nuestros líderes políticos dijeron que habían empezado una guerra contra el terrorismo y que todo había cambiado. Cuando la gente acudió a hacer El Trabajo conmigo, descubrí que nada había cambiado. Gente como Emily se asustaba a sí misma con sus pensamientos no investigados, y tras haber encontrado al terrorista en su interior, fue capaz de regresar a su familia, a su vida normal, en paz.
Un maestro del miedo no puede traer paz a la Tierra. Hemos estado intentando hacerlo de esa manera durante miles de años. La persona que da la vuelta por completo a su violencia interna, la persona que halla la paz en su interior y la vive, es quien puede enseñar lo que es la verdadera paz. Estamos esperando sólo a un maestro. Y ese eres tú.
Emily: «Desde el ataque terrorista del pasado martes contra el World Trade Center, estoy aterrorizada de que puedan matarme en el metro o en el edificio en el que está mi oficina, justo al lado del Grand Central y del Waldorf. No dejo de pensar en lo profundamente heridos que se sentirían mis hijos si me perdiesen. Tienen sólo uno y cuatro años».
Katie: Sí, corazón. Entonces, «los terroristas podrían atacarte en el metro».
Emily: Sí.
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Emily: ¿Que es posible o que pasará?
Katie: Que pasará.
Emily: No tengo la absoluta certeza de que pasará, pero sé que es posible.
Katie: ¿Y cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Emily: Me siento aterrorizada. Me siento ya triste por mi pérdida, por mí misma, mi marido y mis hijos.
Katie: ¿Y cómo tratas a la gente en el metro cuando tienes ese pensamiento?
Emily: Me siento cerrada, muy cerrada.
Katie: ¿Cómo te tratas a ti misma cuando tienes ese pensamiento y estás en el metro?
Emily: Bueno, intento reprimir el pensamiento y me concentro mucho en leer y en hacer lo que estoy haciendo. Estoy tensa.
Katie: ¿Y adónde viaja tu mente cuando estás tensa y tienes ese pensamiento mientras lees en el metro?
Emily: Sencillamente veo las caras de mis hijos.
Katie: De modo que estás en los asuntos de tus hijos. El metro está lleno de gente, tú estás leyendo un libro y mentalmente estás viendo las caras de tus hijos contigo muerta.
Emily: Sí.
Katie: ¿Qué aporta este pensamiento a tu vida, tensión o paz?
Emily: Indudablemente, tensión.
Katie: ¿Quién serías en el metro sin ese pensamiento? ¿Quién serías si fueses incapaz de tener el pensamiento: «Un terrorista podría matarme en el metro»?
Emily: Si fuese incapaz de tener ese pensamiento… ¿Quieres decir si mi mente no pudiera pensar en ello? (Pausa). Bueno, sería como era el lunes pasado, antes de que tuviese lugar el ataque.
Katie: Entonces te sentirías un poco más cómoda en el metro de lo que te sientes ahora.
Emily: Mucho más cómoda. Me he pasado toda la vida yendo en metro. En realidad, sin ese pensamiento, me siento bastante cómoda en el metro.
Katie: «Un terrorista puede matarme en el metro»: ¿Cómo invertirías eso?
Emily: ¿Yo puedo matarme en el metro?
Katie: Sí. La matanza tiene lugar en tu mente. En ese momento, el único terrorista que hay en el metro eres tú, aterrorizándote a ti misma con esos pensamientos. ¿Qué más has escrito?
Emily: «Estoy furiosa con mi familia —mi marido, mis padres, todos vivimos aquí, en Nueva York— por no ayudarme a elaborar un plan de emergencia para el caso de que el terrorismo empeore, encontrar un lugar fuera de la ciudad, donde sea, en el que nos podamos encontrar todos, renovar nuestros pasaportes, sacar algo de dinero del banco. Estoy muy furiosa con ellos por ser tan pasivos, por hacerme sentir como si estuviera loca por intentar elaborar un plan».
Katie: Bien, «Estoy furiosa con mi familia»: invirtamos solamente eso. «Estoy furiosa…».
Emily: ¿Estoy furiosa conmigo misma por no ayudarme a elaborar un plan de emergencia?
Katie: ¿No lo ves? Deja de ser tan pasiva. Elabora un plan de emergencia no sólo para ti, tus hijos y tu marido, sino para toda tu familia de Nueva York. Elabora un plan para todo el mundo.
Emily: Lo estoy intentando, pero me hacen sentir como si estuviera loca por hacerlo. Por eso estoy enfadada.
Katie: Bueno, aparentemente ellos no necesitan un plan. Y no lo quieren. Tú eres quien necesita un plan de emergencia; pues elabora uno para la evacuación de Nueva York.
Emily (riéndose): Eso suena gracioso.
Katie: Lo sé. He podido comprobar que, con frecuencia, el autodescubrimiento nos provoca sólo risa.
Emily: Pero todavía estoy enfadada porque me hacen sentir como si estuviese loca.
Katie: ¿No puedes encontrar esa parte de ti que está loca?
Emily: Bueno, en realidad hice lo mismo con el Y2K[3], de modo que supongo que ya han pasado esto conmigo antes. Tengo un lado un poco paranoico.
Katie: Entonces, según su modo de ver las cosas, tienen razón. Eso tiene su lógica. Podrías trabajar en tu plan de emergencia en paz, sin esperar que ellos quieran acompañarte.
Emily: Haré que mis hijos me acompañen.
Katie: Porque son pequeños y puedes ponerlos bajo tus brazos y darte a la fuga. Los metes en el coche, los sujetas con el cinturón de seguridad y sencillamente te pones a conducir.
Emily: Creo que será mejor que aprenda a conducir. No tengo permiso de conducir.
Katie (riéndose): ¿Estás enfadada con tu familia porque no tiene un plan de emergencia y tú no tienes permiso de conducir?
Emily (riéndose): Es ridículo. Ya lo veo. Los estoy juzgando y yo ni siquiera soy capaz de conducir en caso de necesidad. ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta de esto?
Katie: Bien, digamos que tienes el permiso de conducir y que los túneles y los puentes están todos cerrados. Necesitas tener otro plan. Necesitas conseguir cinco empleos más a fin de poder comprarte un helicóptero privado.
Emily (riéndose): De acuerdo, de acuerdo.
Katie: Pero tampoco se permitiría que volasen los helicópteros privados.
Emily: No, claro.
Katie: Pues ahí lo tienes. Tal vez esa es la razón por la cual tu familia no se molesta en elaborar un plan de emergencia. Se fijaron en que los túneles estaban cerrados y que durante toda la semana pasada se prohibió volar a los aviones; no había escapatoria. Quizás hayan comprendido eso. Puede que tú hayas sido la última en darte cuenta.
Emily: Sí, podría haber sido eso.
Katie: Eso significa que sólo es posible encontrar la paz en el lugar en el que estamos. Para hacer que funcione un plan de emergencia, por lo que he podido ver en la realidad, necesitas tener la capacidad de adivinar el futuro a fin de saber con antelación cuándo evacuar y adónde ir para ponerse a salvo.
Emily: Una parte de mí piensa que debería marcharme ahora. Pero, claro, el problema está en saber en qué lugar podría estar a salvo.
Katie: Pues entonces necesitas trabajar en tu capacidad para adivinar el futuro. Y por lo que he visto, las personas que dicen que lo hacen no ganan la lotería.
Emily: Eso es verdad.
Katie: Bien, «Necesitas un plan de emergencia»: ¿Es eso verdad? ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Emily: Me parece que ya no puedo tener esa certeza. Es un alivio.
Katie: Oh, tesoro, sencillamente siéntelo. Quizás eso sea lo que sabe tu familia.
Emily: Creo que, después de todo, no soy tan buena planificando. No es posible tener ningún plan.
Katie: Por supuesto que no. No es posible ser más astuto que la realidad. El lugar en el que estás ahora mismo puede ser el más seguro de todo el mundo. Sencillamente no lo sabemos.
Emily: Sinceramente, no lo había pensado nunca así.
Katie: Entonces, ¿quién serías sin el pensamiento: «Necesito tener un plan de emergencia»?
Emily: Estaría menos ansiosa, menos vigilante, más alegre. (Pausa). Pero también más afligida. (Llorando). Triste. Muy muy triste. Toda esa gente que ha muerto. Mi ciudad ha cambiado y no hay nada que yo pueda hacer.
Katie: De acuerdo, esa es la realidad. No hay nada que puedas hacer. Eso es humildad, y para mí es algo grato.
Emily: Estoy tan acostumbrada a tomar iniciativas, a hacer que sucedan cosas, al menos para las personas más cercanas; las protejo.
Katie: Estás acostumbrada a sentir que tienes el control. Eso funciona durante un tiempo, pero llega un momento en el que la realidad nos pone al día. Sin embargo, si cogemos esa increíble capacidad, esa capacidad de tomar iniciativas, y la mezclamos con la humildad, conseguimos algo muy notable. Entonces podemos pensar con lucidez y resultar útiles. «Necesito un plan de emergencia»: inviértelo.
Emily: No necesito un plan de emergencia.
Katie: Siéntelo. ¿Puedes ver de qué modo eso podría ser igual de verdadero? ¿De qué modo podría ser incluso más verdadero?
Emily: Podría ser. Puedo ver que podría ser más verdadero.
Katie: Oh, corazón. Yo también. Esa es la razón por la que siempre me siento tan cómoda en el lugar en el que estoy. Cuando corres con miedo, te das de narices contra la pared. Entonces miras hacia atrás, hacia el lugar en el que te encontrabas, y comprendes que era mucho más seguro. Cuando ocurre algo y no tienes un plan de emergencia, sencillamente la idea de lo que debes hacer llega a tu conocimiento. Puedes encontrar todo lo que necesitas saber en el preciso lugar en que te encuentras. Y en la realidad ya vives de ese modo. Cuando necesitas un bolígrafo, miras a tu alrededor y agarras uno. Si no tienes uno cerca, vas a buscarlo. Y lo mismo sucede en una situación de emergencia. Sin miedo, lo que se debe hacer resulta tan claro como ir a buscar un bolígrafo. Pero el miedo no es tan eficiente. El miedo es ciego y sordo. Oigamos qué más has escrito.
Emily: De acuerdo. «Creo que los terroristas son muy ignorantes con su odio y su necesidad de sentirse poderosos. Están desesperados por hacernos daño. Harían cualquier cosa… ¿Por qué no envenenarnos o poner coches bomba? Son malvados e ignorantes, pero también tienen éxito y son poderosos. Pueden destruir el país. Son como langostas, están en todas partes, escondiéndose, esperando para herirnos o matarnos».
Katie: Entonces, «Los terroristas son malvados».
Emily: Sí.
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad?
Emily: Creo que tengo la certeza de que son ignorantes. Ignoran el efecto de su violencia en nosotros.
Katie: ¿Tienes la absoluta certeza de que eso es verdad? ¿Que ignoran el efecto de su violencia? Esta sí que es buena, corazón. ¿Tienes la absoluta certeza de que ignoran lo que es el dolor, la muerte y el sufrimiento?
Emily: No. Eso no lo ignoran porque probablemente lo han experimentado, aunque no puedo estar segura de que sea verdad, pero pienso que probablemente sea así. Y están reaccionando contra eso. Pero siguen ignorando el hecho de que la violencia nunca funciona.
Katie: Quizá no es que sean ignorantes, sino que creen en un pensamiento que es opuesto al tuyo: que la violencia funciona. Eso es lo que creen que les ha enseñado el mundo entero. Están dominados por ese pensamiento.
Emily: Pero la verdad es que no funciona. Para herir a otra persona, tienes que ser un ignorante o un psicópata, o estar confundido.
Katie: Tal vez tengas razón y mucha gente estaría de acuerdo contigo, pero lo que estamos examinando aquí no es si es acertado o erróneo. De modo que volvamos a lo que has leído y a la inversión.
Emily: «Creo que los terroristas son muy ignorantes con su odio y su necesidad de sentirse poderosos».
Katie: Inviértelo.
Emily: Soy muy ignorante con mi odio y mi necesidad de sentirme poderosa. Eso es verdad. Necesitaba mi plan de emergencia para que me hiciera sentir poderosa.
Katie: Sí, ¿y qué se siente al odiar?
Emily: Bueno, por el momento me da fuerza, quiero decir que me hace sentir menos desvalida.
Katie: ¿Y qué ocurre cuando odias?
Emily: Me atasco, no puedo deshacerme del sentimiento y me consume.
Katie: Y tienes que encontrar una manera de defender esa posición. Debes demostrar que tienes razón al odiar, que es válido y que merece la pena hacerlo. ¿Qué sientes cuando vives de esa manera? ¿Cómo reaccionas cuando tienes el pensamiento de que los terroristas son malvados e ignorantes?
Emily: En realidad, en el contexto de lo que estamos diciendo ahora, parece bastante falso. Ni siquiera estoy segura de que todavía sienta eso.
Katie: Pero desde su postura, su odio es absolutamente válido. Están dispuestos a morir por él. Es una cuestión de justicia, eso es lo que creen. Estrellan su vida contra edificios.
Emily: Sí.
Katie: Su odio no representa un obstáculo para ellos. Eso es lo que ocurre cuando nos apegamos a un concepto y ese concepto es: «Eres malvado y moriré para acabar contigo». Por el bien del mundo.
Emily: Eso puedo verlo.
Katie: Bien, continúa con la inversión.
Emily: Soy malvada en mi ignorancia…
Katie: … sobre el lugar de donde provienen estas personas. Saben el dolor que van a provocar a su familia cuando se maten intencionadamente.
Emily: De acuerdo.
Katie: No son ignorantes a un nivel, pero, por supuesto, a otro nivel lo son porque sus pensamientos sólo provocan más sufrimiento. De modo que continúa invirtiendo lo que escribiste después de su maldad y su ignorancia.
Emily: «Son malvados e ignorantes, pero también tienen éxito y son poderosos».
Katie: «Yo…».
Emily: ¿Yo soy malvada e ignorante, pero también tengo éxito y soy poderosa?
Katie: Sí. En toda tu rectitud.
Emily: Oh, de acuerdo. Mi plan de emergencia es bueno, y la gente sencillamente no lo entiende.
Katie: Bien, continuemos. «Son como langostas»: inviértelo.
Emily: ¿Yo soy como las langostas, estoy en todas partes, escondiéndome, esperando para herirme o matarme?
Katie: Sí.
Emily: Mis pensamientos son como langostas.
Katie: Exactamente. Tus pensamientos no investigados lo son.
Emily: Cierto.
Katie: En este momento no veo a ningún terrorista excepto al que vive contigo: tú misma.
Emily: Sí. Eso puedo verlo.
Katie: Yo vivo en paz y eso es lo que todo el mundo se merece. Todos nos merecemos poner fin a nuestro propio terrorismo.
Emily: Puedo comprender que he estado teniendo una actitud arrogante.
Katie: Ahí es donde yo veo la posibilidad del cambio. De otro modo, somos como seres primitivos, anticuados: todos dispuestos a morir por una causa.
Emily: ¿Cómo vamos a estar todos dispuestos a morir por una causa?
Katie: Bueno, corazón, si alguien viene en busca de tus hijos…, observa qué ocurre.
Emily: Sí, de acuerdo.
Katie: Quiero decir que incluso estás enfadada con tus padres porque no quieren ayudarte a elaborar un plan de emergencia. Siente lo que experimentas cuando declaras la guerra a tu propia familia.
Emily: Sí.
Katie: ¿Qué harías con ellos? Podrías agarrarlos mientras gritan: «Sólo quiero que me dejes en paz». Podrías arrastrarlos… ¿adónde? Por lo que sabes, podrías llevarlos precisamente al sitio que reciba el ataque.
Emily: Eso es verdad, y también es una actitud arrogante. Incluso una locura.
Katie: ¿Qué más escribiste?
Emily: «No quiero volver a ver nunca más a una persona cubierta de ceniza como las que vi aquel día mientras regresaban andando a casa. No quiero volver a ver nunca más otra máscara para la cara ni esa expresión de conmoción…». Parte del problema era que los medios de comunicación no dejaban de transmitir imágenes de las torres derrumbándose una y otra vez. Parecía que estuviese pasando durante toda la semana.
Katie: «Parte del problema era que los medios de comunicación no dejaban de transmitir esas imágenes una y otra vez»: inviértelo.
Emily: Yo no dejaba de transmitirme esas imágenes una y otra vez.
Katie: Sí. «Quiero que los medios de comunicación dejen de hacerlo»: inviértelo.
Emily: Quiero dejar de hacerlo.
Katie: De modo que trabaja en ti. Tu mente es tu medio de comunicación.
Emily: No estoy segura de cómo hacerlo.
Katie: Podrías empezar sometiendo esas imágenes mentales a la indagación. Porque, en la realidad, ahora mismo no hay nadie delante de ti cubierto de ceniza. No está ocurriendo aquí, salvo en tu mente. (Larga pausa). De acuerdo. Retrocedamos y examinemos. Describe a la persona cubierta de ceniza que tienes en la mente. Describe a la persona que te causó más impresión de las que viste en realidad.
Emily: Bueno, la persona que más impresión me causó fue un hombre que pasó andando por delante del edificio de oficinas en el que trabajo cuando yo estaba sentada fuera, esperando a mi marido, un par de horas después de que se derrumbasen las torres del World Trade Center. Yo trabajo en Midtown, de modo que el hombre había andado más de sesenta manzanas. Vimos a muchas otras personas cubiertas de ceniza mientras regresábamos andando a casa, pero aquel hombre vestía un traje caro y bien cortado, iba con su maletín y llevaba puesta una de esas máscaras para respirar que se ven en la televisión. Y estaba completamente gris: su cabeza, su traje, sus zapatos y su cartera estaban cubiertos de ceniza. La ceniza estaba intacta. Era como un zombi, andaba sin mirar a su alrededor. Debía de estar conmocionado. Obviamente había andado todo el camino desde lo que era el World Trade Center. El día era soleado, y en Midtown todo parecía normal, y entonces apareció andando ese fantasma. Esa imagen me impactó más que cualquier otra aquel día. Me impresionó mucho. Pensé: «Ahora está entrando en mi mundo. Está aquí».
Katie: Bien, corazón. Vamos a examinarlo. «Era como un zombi»: ¿Es eso verdad?
Emily: Sin lugar a dudas, eso es lo que parecía.
Katie: Por supuesto que lo parecía: mira quién está explicando la historia. El hombre llevaba su maletín. Pensó en cogerlo. Tal vez sencillamente estaba andando hacia su casa. El metro no funcionaba. Quizá quería llegar a su casa para que su familia supiera que estaba bien.
Emily: Sí.
Katie: Estaba actuando con gran inteligencia. Tenía puesta una máscara para respirar. Tú no.
Emily: Mmm.
Katie: Entonces, por lo que sabes, lo estaba haciendo mejor que tú.
Emily (tras una pausa): Podría ser así. Yo no estaba cerca del lugar del desastre, estaba sentada allí, sintiéndome terriblemente asustada y con mucha tensión.
Katie: «Ese hombre era como un zombi»: ¿Cómo reaccionas cuando tienes ese pensamiento?
Emily: Siento horror, como si fuera el fin del mundo.
Katie: ¿Y quién serías, observando a ese hombre, sin el pensamiento: «Es como un zombi»?
Emily: Sencillamente pensaría: «Hay un hombre cubierto de ceniza. Espero que esté cerca de su casa».
Katie: Un hombre realmente inteligente. No un zombi. Salió del edificio e incluso se acordó de su maletín. En un instante, supo lo que tenía que hacer. No creo que tuviese un plan de emergencia: «Si un avión se estrella contra el edificio y consigo salir, creo que cogeré mi maletín y me dirigiré andando a casa».
Emily: Había andado sesenta manzanas o lo que fuese. Supongo que, en mi mente, se convirtió en el símbolo instantáneo de lo que había ocurrido.
Katie: Sí, pero del mismo modo podía ser un recordatorio de lo eficiente que uno puede ser cuando sucede un desastre. Tenía consigo su maletín. Había andado sesenta manzanas. Pero ¿cómo estabas tú cuando lo viste?
Emily: En realidad me sentía como si estuviese conmocionada.
Katie: Sí. Él estaba bien. Tú estabas como una zombi, y lo proyectaste en él. Si en caso de apuro necesitases a alguien y te vieses a ti misma ahí y le vieses a él, ¿a quién le pedirías ayuda?
Emily (riéndose): A él. Es increíble. Pero, sin lugar a dudas, acudiría a él.
Katie: De acuerdo, corazón. Pues hagamos la inversión suavemente. «Estoy dispuesta a…».
Emily: Estoy dispuesta a volver a ver a otra persona cubierta de ceniza.
Katie: Sí, aunque sólo sea en tu mente, porque desde aquel día no has visto a ninguna otra persona andando así excepto en tu interior. De modo que la realidad y la historia nunca se corresponden; la realidad es siempre mucho más amable. Y va a resultarte divertido ver de qué modo se manifiesta esto en tu vida, en especial con tus hijos. Aprenderán de ti que no tienen que estar en guardia ni disponer de ningún plan de emergencia; aprenderán que siempre sabrán qué hacer. Verán que el lugar en el que se encuentran está bien y que cualquier lugar al que vayan también lo estará. Y sin la temerosa historia que dice: «Necesito un plan de emergencia», quizá lleguen a ti algunas estrategias acertadas, como, por ejemplo, un lugar en el que encontrarte con tu marido en caso de que los teléfonos no funcionen. Aprender a conducir puede resultarte útil cuando tus hijos crezcan un poco, y tener unos cuantos mapas y algunas otras cosas a mano en el coche. ¿Quién sabe lo que se le puede ocurrir a una mente tranquila?
Emily: Gracias, Katie. Ya lo veo.
Katie: Oh, tesoro, no hay de qué. Me encanta que no te conformes con nada más que con la pura verdad de la situación.