Capítulo Diez
Ian fijó la mirada en Brooke nada más entrar en la sala de seguridad al lado de Dare. Quería acercarse a ella, pedirle que lo perdonase y decirle lo mucho que la amaba, pero sabía que no era ni el momento ni el lugar adecuados.
Aun así, no pudo evitar estudiarla. Todavía no eran las once de la noche, pero daba la impresión de que la habían levantado de la cama. Parecía somnolienta, aunque Ian sabía que, dadas las circunstancias, se mantendría alerta.
Como sabía que si seguía contemplándola acabaría atravesando la sala para darle un beso, luchó contra la tentación y se volvió hacia Vance.
-¿Qué tenemos?
-Han hecho exactamente lo que esperábamos que hiciesen -le explicó él, riendo-. Han congelado la imagen de los monitores de tal modo que las imágenes que están viendo mis hombres son de hace tres horas. Ellos no saben que hemos instalado más cámaras y que podemos ver todo lo que está ocurriendo en realidad. Echa un vistazo.
Ian se acercó al monitor. Vio dos figuras vestidas de negro que se acercaban a la cámara acorazada.
-¿Dónde están la tercera mujer y el hombre?
-En el casino -respondió Brooke, señalando otro monitor y evitando mirar a Ian.
-Están estableciendo una coartada -le explicó-. Llevan una hora recorriéndose todas las mesas y jugando al black jack, al póquer, hablando con los empleados del casino y haciendo todo lo posible por hacerse notar. Su coartada será que es imposible estar en dos lugares distintos al mismo tiempo.
-Es posible, cuando uno se enfrente a tres trillizas idénticas-comentó Dare, frunciendo el ceño-. Pero se supone que eso no lo sabe nadie.
Ian sacudió la cabeza. El cuarteto se habría salido con la suya y habría conseguido robar las joyas si Brooke no hubiese sospechado de aquella mujer. Incapaz de seguir controlándose, se acercó al lado de Brooke y oyó como ésta respiraba profundamente.
-¿Sabemos por qué no podemos obtener los datos de las otras dos trillizas? - le preguntó a Vance.
-Sí. Parece ser que las separaron nada más nacer y han crecido en tres familias diferentes. Volvieron a encontrarse en la universidad y ninguna tiene antecedentes. Las tres se criaron en buenas familias. El padre adoptivo de una de ellas trabaja como científico en Bruselas.
El jefe de seguridad sacudió la cabeza y después continuó:
-A mí me parece que lo hacen sólo por divertirse, para ver si pueden salirse con la suya. Llevan cuatro años huyendo de la ley, lo que ha hecho que sean cada vez más atrevidos e imparables -a Vance le brillaron los ojos-. Hasta que han decidido venir a mi territorio.
Todos se instalaron alrededor del monitor y observaron cómo las dos figuras intentaban entrar en la cámara acorazada.
-Han conseguido eludir la alarma, lo que me hace pensar que una de ella es una verdadera profesional -comentó Brooke.
Ian sabía que no tenía que preguntarle si sus hombres estaban en sus puestos. Lo que no sabían las dos intrusas era que cuando entrasen en la cámara acorazada pondrían en marcha un mecanismo que las dejaría encerradas dentro.
Decidió apartarse de Brooke. Simplemente su aroma lo estaba excitando. Se colocó al lado de Dare, que estaba concentrado en las imágenes del monitor. Del mismo modo que sabía que no era el momento ni el lugar para besar a Brooke, también sabía que tampoco era el momento ni el lugar para darle las gracias a su primo por haberle abierto los ojos con respecto a ella.
-Mirad el reloj que lleva la rubia -dijo Brooke, señalando a la mujer que estaba con su marido, charlando con un empleado del casino-. Estoy segura de que emite y recibe señales de las otras dos que están en la cámara. Si algo va mal, será la primera en saberlo.
-Y mis hombres estarán preparados si intentan cualquier cosa -añadió Vance-. Todas las miradas están puestas en ellos. De hecho, la mujer con la que está hablando la rubia es una de mis mejores empleadas. Pero esta noche se está haciendo pasar por empleada del casino.
-Vance, has pensado en todo -dijo Ian, sacudiendo la cabeza.
-Por eso me pagas lo que me pagas.
Todos observaron cómo se habría la cámara acorazada. Para hacer entrar a las dos mujeres, el equipo de Vance había colocado joyas falsas en un cofre enorme, que una sola no sería capaz de mover.
El plan funcionó como previsto. Cuando las dos estuvieron dentro, la puerta se cerró detrás de ellas. Todos miraron inmediatamente la pantalla que mostraba lo que estaba ocurriendo en el casino. Tal y como había predicho Brooke, a la rubia pareció invadirle el pánico cuando recibió la señal de que sus hermanas tenían un problema.
La mujer se acercó a su marido y le susurró algo al oído, sin saber que también los estaban escuchando.
-Algo va mal. He recibido una señal de Jodie y Kay.
La pareja se dio media vuelta, sin duda para escapar, y fueron a caer en las manos de varios hombres de seguridad que los estaban esperando.
-Esos dos ya están a buen recaudo -comentó Vance, sonriendo-. Vamos a ver a las otras dos.
Dos horas más tarde la oficina de Ian estaba repleta, entre los hombres del FBI y la prensa. Todo el mundo quería saber cómo el equipo de seguridad del casino había conseguido detener a una banda a la que la policía no había sido capaz de apresar.
-Todo el mérito es de una agente del FBI, que estaba de vacaciones en el Rolling Cascade -declaró Ian-. Fue ella la que empezó a sospechar de una de las mujeres y nos lo comentó a mi jefe de seguridad y a mí. Si no lo hubiese hecho, no habríamos conseguido sorprenderlos. Estoy seguro de que el príncipe Yasir está muy agradecido.
Ian miró a su alrededor, pero no vio a Brooke por ninguna parte y se imaginó que, después de toda la tensión, estaría en uno de los bares tomándose algo.
-También tengo que agradecer la colaboración de mi primo, el sheriff Dare Westmoreland, que había venido desde Atlanta y que nos ayudó con la investigación.
Ian miró a Vance y sonrió.
-Y, por supuesto, estoy orgulloso del equipo de seguridad del Rolling Cascade, que se ha asegurado de que la banda de Waterloo no se saliese con la suya y de tener las pruebas necesarias para meterlos entre rejas. Todo está grabado en vídeo. Ya hemos entregado las cintas al FBI.
Ian se miró el reloj. Eran casi las dos de la madrugada. Tenía que ir a buscar a Brooke y pedirle que lo perdonase, besarla, hacerle el amor…
-Señor Westmoreland, ¿le sorprendió que la banda de los Waterloo estuviese formada por unas trillizas?
-Sí -respondió, decidiendo que aquélla sería la última pregunta que contestaría aquella noche. Necesitaba ver a Brooke-. Si tienen más preguntas, diríjanse por favor a mi jefe de seguridad, Vance Parker.
Ian tomó el ascensor para bajar al hall y miró a su alrededor. Suspiró aliviado al ver a Tara y a Thorm en las máquinas tragaperras. Antes de que pudiese preguntarles si habían visto a Brooke, Tara, toda emocionada, lo interrogó:
-¿Es cierto el rumor que hemos oído? ¿Tu equipo de seguridad ha atrapado a una banda de ladrones de joyas?
-Sí, con la ayuda de Brooke y de Dare. Por cierto, ¿habéis visto a Brooke recientemente?
Tara dejó de sonreír y frunció el ceño.
-Sí, la he visto hace unos minutos. Se estaba marchando.
-¿A su habitación?
-No, se marchaba del casino.
-¿Qué quieres decir con eso de que se marchaba del casino?
-Pues eso mismo. Ha dejado su habitación. Me ha pedido disculpas por no quedarse al cumpleaños de Delaney, pero ha dicho que, dadas las circunstancias, era mejor que se fuese. Luego la vi subirse a un coche de alquiler y marcharse.
-Maldita sea. ¿Te dijo adónde iba?
Tara miró a Ian y se puso las manos en la cintura.
-Es posible. Pero no sé si debería contártelo. Ya es la segunda vez que desperdicias la oportunidad.
Ian miró a Thorm para pedirle ayuda. Su primo se rió y se limitó a decir:
-Eh, a mí no me mires. Ha sido la misma mirada que me echa Tara para decirme que me vaya a dormir al sofá.
Conociendo a Tara, Ian sabía que Thorm no habría pasado demasiadas noches en el sofá. Sacudió la cabeza. También sabía que las mujeres Westmoreland eran sumamente leales las unas con las otras y que, para ellas, Brooke formaba parte de la familia. Eso le parecía bien, porque esperaba que algún día fuese una Westmoreland. Pero antes tenía que encontrarla.
Para ello, tenía que convencer a Tara de que se merecía el cariño de Brooke.
-De acuerdo, Tara, lo reconozco, lo he estropeado todo. Ya lo sé. Le debo una disculpa a Brooke.
-¿Eso es lo único que le debes? -inquirió ella, cruzándose de brazos.
-¿Qué más se te ocurre? -preguntó Ian, suspirando desesperado.
-Un enorme diamante estaría bien.
A Ian le dieron ganas de estrangularla, pero sabía que entonces se las tendría que ver con Thorm. Y todo el mundo sabía que era mejor no enfadarse con él.
-De acuerdo, un enorme diamante. En realidad se merece mucho más que eso.
Tara lo miró fijamente, como si estuviese considerando sus palabras. Luego le preguntó:
-¿Y la quieres?
-Sí -afirmó él sin dudarlo ni un instante-. Más que a la vida. Sólo espero que me perdone por haber sido tan tonto.
-Yo también lo espero -admitió Tara, encogiéndose de hombros-. Esta noche Brooke parecía muy triste, y yo no he conseguido convencerla para que se quedase.
Ian asintió y volvió a probar suerte.
-¿Adónde ha ido?
-A Reno. No había vuelos para esta noche, así que iba a quedarse a dormir en un hotel en Reno y comprar un billete de avión para mañana.
-¿Sabes en qué hotel está? -preguntó Ian, que empezaba a ponerse nervioso.
-En el Hilton.
Ian salió del casino corriendo.
-Sí, Malcolm, estoy bien -dijo Brooke, mordiéndose el labio inferior para no llorar-. No, no estoy en el casino. Estoy en Reno, en un hotel. Vuelvo mañana.
Momentos después, siguió conversando con él.
-Es una historia muy larga, Malcolm, y no me apetece darte los detalles esta noche. Te llamaré cuando haya llegado a la ciudad y te lo contaré todo.
Brooke colgó el teléfono. Según Malcolm, todo el mundo en el trabajo estaba encantado de que hubiesen atrapado por fin a la banda de Waterloo. El director quería verla para expresarle personalmente su agradecimiento. Todo el mundo lo había celebrado. Todo el mundo, salvo Walter Thurgood, que estaba molesto porque le habría gustado llevarse él todo el mérito. Brooke estaba encantada de que las cosas hubiesen terminado así. Si Thurgood se hubiese presentado en el casino, habría intentado llevar la voz cantante, mientras que Dare, Vance y ella habían demostrado formar un buen equipo. Y también estaba Ian.
Ian.
Sólo de pensar en él le dolía el corazón. En el transcurso de la noche, había sentido cómo la miraba y, cada vez que había sentido su mirada sobre ella, se le había roto un poco más el corazón. Tal y como había intentado explicarle a Tara, que no quería que se fuese del Rolling Cascade, no podía quedarse en el casino sabiendo lo que Ian pensaba de ella.
Oyó que llamaban a la puerta. Atravesó la habitación preguntándose quién podía ser a esas horas. Eran más de las tres de la mañana.
-¿Sí?
-Brooke, soy Ian.
Casi se le sale el corazón del pecho. ¿Ian? ¿Qué estaba haciendo allí? ¿La había seguido hasta Reno para volver a decirle que no confiaba en ella? Pues lo iba a sorprender porque, lo creyese o no, ella sabía que no había hecho nada malo y no pensaba soportar durante más tiempo su actitud.
Quitó el cerrojo y abrió la puerta, enfadada.
-¿Qué estás haciendo…?
Antes de que pudiese terminar la frase, él puso delante de su cara una rosa blanca, seguida de otra roja. Detrás de ellas se escondía Ian.
-He venido a pedirte perdón, Brooke, por muchas cosas. ¿Puedo pasar?
Ella no respondió, pero, después de un par de segundos, se apartó para dejarlo entrar. Cuando Ian pasó por su lado, su olor la aturdió. Brooke cerró la puerta y se volvió a mirarlo. Parecía tan cansado como ella, pero aun así, seguía tan guapo como siempre.
-¿Todavía están los medios de comunicación en el casino? -decidió preguntar Brooke.
-Sí, aún están allí. Los he dejado en manos de Vance.
Ella asintió.
-Debería ofrecerte algo de beber, pero…
-No te preocupes. Tengo que decirte muchas cosas. Pero no sé por dónde empezar. Supongo que lo primero es que siento haberme precipitado al sacar conclusiones. Siento no haber confiado en ti, no haberte creído. La única excusa que tengo, y en realidad ni siquiera es una excusa, es que te quiero tanto, Brooke, que tenía miedo de volver a sufrir como la vez anterior.
-¿Y no crees que yo también he sufrido, Ian? -le preguntó ella-. No todo giraba entorno a ti, sino a nosotros dos. Yo te quería tanto que habría hecho cualquier cosa para protegerte. Y, a pesar del paso del tiempo, nada ha cambiado. Si no hubiese seguido queriéndote, no me habría importado que el departamento mandase al casino a alguien para demostrar algo que yo ya sabía. Eres un hombre honesto y no serías capaz de hacer nada ilegal.
Brooke tomó aire antes de continuar.
-Esta semana ha sido real. Mis sentimientos y mis emociones eran auténticos. No te he estado utilizando para obtener información. Simplemente la idea de que tú pudieses pensar que yo había…
Ian atravesó la habitación y le acarició el rostro. Admito que me he equivocado, cariño. Llámame estúpido. Llámame tonto. Dime que me he pasado de precavido. Pero estoy aquí pidiéndote, rogándote que me perdones y que nos des otra oportunidad. Mi vida no es nada sin ti. He podido comprobarlo durante los últimos cuatro años. Te quiero, Brooke. Creo en ti. Cometí un gran error y pretendo compensarlo durante el resto de mi vida. Por favor, dime que me perdonas y que todavía me quieres.
Ella lo miró fijamente a los ojos. Dejó las rosas encima de la mesa y lo tomó de las manos.
-Te quiero, Ian, y te perdono.
Él se sintió inmediatamente aliviado, y la besó. Fue un beso largo, intenso, necesitaba volver a sentirse unido a ella y sentir su cariño y que le estaba dando otra oportunidad más. Ir allí a buscarla había sido su última apuesta. Y había merecido la pena.
Brooke lo abrazó y él la levantó en sus brazos. Necesitaba tocarla, probarla, hacerle el amor. Necesitaba volver a empezar lo que sería una nueva vida juntos, para siempre. Sabía que sólo había un modo de llegar a lo más profundo de ella, algo que él anhelaba. La llevó hasta la cama y la dejó allí, movido por el amor y por el deseo. Momentos después, suspiraba al verla por fin desnuda. Se apartó de la cama y la observó.
Después, él también se quitó la ropa y volvió a la cama.
-Te amo, Brooke. No me había dado cuenta de lo mucho que te quería hasta que no he vuelto a pasar tiempo contigo durante las dos últimas semanas. Y sé que estamos hechos el uno para el otro.
-Yo también te quiero -susurró ella cuando él la agarró por el trasero y la apretó contra su erección.
Luego volvió a besarla, expresando con hechos lo que ya le había dicho con palabras. El amor lo movía para que recorriese su cuerpo y sintiese cómo gemía bajo sus labios. Y cuando Ian supo que ella no podía más, le susurró al oído:
-Te quiero.
Y entonces la penetró y sus cuerpos formaron uno solo. Luego Ian empezó a moverse adelante y atrás, hasta conducirla a un clímax tan intenso que tuvo que controlarse para no dejarse llevar por los espasmos.
Ian le hizo el amor meticulosamente, con toda la precisión y el amor con que un hombre podía tratar a una mujer. Se tomó su tiempo, quería que Brooke sintiese todo el amor que sentía por ella. Quería demostrarle que era la única mujer que le importaba, la única a la que podría querer en toda su vida.
-¡Ian!
Y cuando llegó la explosión, los llevó a ambos a otro mundo. Ian gimió al sentir que se vaciaba dentro de su cuerpo, y cuando Brooke apretó las piernas a su alrededor, él supo que aquél era el lugar al que siempre pertenecería.
Cuando volvieron a la realidad, Ian la abrazó, lo necesitaba. Cerró los ojos un segundo, sabiendo que se encontraba en el paraíso y en el cielo al mismo tiempo. Luego los abrió. Sabía que tenía que hacer otra cosa más si quería que su vida estuviese completa.
Se incorporó y miró a los ojos a la mujer a la que amaba.
-¿Te casarás conmigo, Brooke? -le preguntó-. ¿Quieres compartir tu vida conmigo, para siempre?
Vio cómo se le inundaban los ojos de lágrimas, le temblaban los labios y la voz al murmurar, emocionada:
-Sí, me casaré contigo.
Sonriendo, Ian frotó su rostro contra el cuello de ella. Se sentía el hombre más feliz del mundo.
-Ven aquí, cariño -volvió a decirle.
Y la abrazó de nuevo, decidido a hacerle el amor a Brooke hasta el amanecer e incluso después.