Capítulo Tres
Ian se puso en pie y se dirigió al ventanal que daba al lago Tahoe.
Al volver a abrir el casino después de gastar mucho dinero en su reforma, le había dado algo más que un nuevo nombre y una nueva imagen, le había dado una nueva actitud. Había sabido combinar el encanto del paisaje de Nevada con la grandeza de un casino de talla mundial y le había añadido una vida nocturna que atraía a la clientela más sofisticada.
Su ático tenía las mejores vistas al lago y estaba separado de los alojamientos de los clientes, de las tiendas y restaurantes, de los campos de golf y de tenis. Su vivienda era como su santuario privado pero, desde que había ido a vivir allí, nueve meses antes, no había tenido mucho tiempo para pensar en su vida privada y no había invitado a ninguna mujer, salvo a las de su familia y a Brooke. «Brooke».
Oyó cómo se tiraba a la piscina y sonrió. Por alguna razón, le gustaba saber que estaba allí, aunque lo más que podrían volver a tener fuese una amistad.
Después de hacer varios largos y chapotear, Brooke se sintió rejuvenecida y exhausta al mismo tiempo. Decidió salir a descansar en un banco acolchado que había en el borde. Se tumbó de espaldas y miró el techo. Sólo conseguía pensar en los ojos oscuros de Ian y en cómo la había mirado antes de marcharse. Intentaba distanciarse de él y, a pesar de no haberle contado la verdadera razón de su estancia allí, no podía evitar sentirse atraída por él. Los instintos básicos eran eso, básicos.
Se puso boca abajo e intentó concentrarse en las plantas que la rodeaban, pero no consiguió olvidarse de Ian. Cerró los ojos y recordó los tiempos en los que él recorría sus pechos con la boca, le chupaba los pezones y, al mismo tiempo, introducía la mano por debajo de sus panties.
Ian no sabía cuánto tiempo había pasado mirando el lago. Al día siguiente tenía mucho trabajo. Tenía que reunirse con Nolen McIntosh, el gerente del casino, con Vance y con Danielle, la jefa de relaciones públicas. También tenia que revisar los detalles de la fiesta de Delaney. Tardó un minuto en darse cuenta de que no oía ningún ruido de la piscina. Dejó la copa de vino y se dirigió a donde había dejado a Brooke casi una hora antes.
La vio tumbada en el banco que había al borde de la piscina, dormida. Y sintió que un cúmulo de emociones lo invadía. Hacía años que Brooke no dormía en su casa. Recordó la última discusión que habían tenido. Ella había intentado explicarse, pero él no la había escuchado. No había querido volver a verla ni hablar con ella.
¿Por qué había permitido que invadiese su espacio privado?
Ella gimió en sueños y él se acercó más y recorrió su cuerpo con la mirada. Su piel parecía suave y cálida al tacto. Quería acariciar sus muslos y pasar los labios por sus pechos.
Suspiró. Era normal que sintiese deseo por ella. En otra época, la habría despertado haciéndole el amor. Pero en ese momento las cosas eran diferentes. Ya no tenían ese tipo de relación.
Pensando en eso, tomó una toalla y la tapó con cuidado. No quería despertarla. La dejaría descansar, pero quería estar allí cuando se despertase. Quizás fuese una tortura, pero solía encantarle verla amanecer y la manera en que lo miraba nada más despertarse, que hacía que se excitase como ninguna otra mujer podía conseguirlo.
Se quitó la chaqueta, la dobló y la colocó en el respaldo de un sofá antes de instalarse en una silla de mimbre.
Volvió a recordar el día que se habían conocido, seis años antes. Desde aquel día, su vida no había vuelto a ser la misma.
Brooke se despertó poco a poco de un sueño profundo. No había nada como un baño para relajar todos sus músculos, y eso le hizo recordar dónde estaba y por qué olía al perfume de un hombre al que conocía muy bien.
Abrió los ojos despacio y su mirada se cruzó inmediatamente con la de Ian. Estaba sentado al otro lado de la habitación y estaba un poco despeinado, se había desabrochado un par de botones de la camisa y se había remangado. Tenía las piernas estiradas y los pantalones se pegaban contra sus muslos.
Brooke sintió que un escalofrío de deseo la recorría. Se dio cuenta de que estaba tapada con una toalla y una ola de calor le invadió el cuerpo al ver a Ian tan cerca de ella.
Quería sentarse, estirar las piernas y disculparse por haberse quedado dormida. Pero no podía moverse; casi no podía ni respirar. La mirada de Ian la había dejado inmóvil y le hacía recordar tiempos más felices, llenos de pasión. Se preguntó si él estaría pensando en lo mismo.
Todo su cuerpo reaccionaba ante la presencia de ese hombre que no era un hombre cualquiera. Ian había sido el hombre que le había enseñado los placeres que podía compartir una pareja. Solía despertarla por las mañanas acariciándola y besándola; el hombre que, además de ser un amante sin igual, había sido su confidente y su mejor amigo.
El se levantó y caminó hacia ella; no podía ocultar la prueba reveladora de lo mucho que la deseaba. El bulto que había a la altura de la bragueta de sus pantalones no podía mentir. El cuerpo de Brooke respondió al instante reconociendo la química sexual que emanaba de Ian.
Ella se sentó y estiró las piernas. No podía evitar preguntarse en qué estaría pensando él, aunque se lo imaginaba. Conocía esa manera de mirarla. Todavía había entre ellos muchas cosas pendientes. Aunque ya nada volvería a ser como antes.
En el fondo, a Brooke le hubiese gustado poder sacarlo de su corazón como él había hecho con ella. Quizás siguiese deseándola, pero sabía que ya no la amaba. Aunque eso era lo de menos en esos momentos. Lo que quería era sentir su cuerpo y sus brazos alrededor de su cuerpo y su boca pega da a la piel.
Ian se detuvo delante de ella y, bajo la luz de la luna, su piel oscura contrastó todavía más con la camisa blanca que llevaba puesta.
Brooke se puso de pie y oyó que él dejaba escapar un leve gemido. Sabía que estaba luchando para resistirse. Pero cuando se le acercó más, supo que había cedido a la tentación. El deseo era más fuerte que el sentido común. Sus bocas se unieron y sus lenguas se tocaron y Brooke sintió que perdía el control.
Ian besó a Brooke con gran pericia. Lo necesitaba. Cuatro años no habían sido suficientes para acabar con el anhelo, pero quizás ése fuese el mejor modo de acabar con él. No obstante, cuanto más la besaba, más perdía el control y más quería de ella. Deseaba volver a tumbarla en el banco, quitarle el bikini y hacerla suya.
Suya de nuevo.
Eso le hizo levantar la cabeza bruscamente; sabía que eso era lo último que quería. Nada podría volver a ser lo mismo. La había amado mucho, pero, intencionadamente o no, ella había destruido ese amor.
Recorrió su cuerpo con la mirada y se dijo que podía volver a desearla, pero no volvería a quererla.
-Te acompañaré a tu habitación.
Brooke asintió, se envolvió en una toalla y lo siguió hasta su ascensor privado.
-No he querido abusar de tu hospitalidad -consiguió decir ella finalmente.
-No lo has hecho.
Brooke no podía creerlo. Sabía que Ian era un hombre que no perdonaba ni olvidaba fácilmente. Había dicho que quería que fuesen amigos, pero ella se preguntaba si él sería capaz de soportarlo. Brooke abrió la boca para decir algo y luego volvió a cerrarla. Lo más probable era que Ian guardase las distancias durante el resto de su estancia allí.
Brooke abrió la puerta de su habitación e imaginó que Ian se despediría allí de ella, pero la sorprendió tomándole la mano y entrando con ella.
-Hay cámaras escondidas en los pasillos -murmuró antes de abrazarla y volver a besarla. Momentos después, los labios de Ian recorrían su cuello y Brooke sentía un escalofrío por todo el cuerpo.
-¿Quieres venir a navegar conmigo mañana, Brooke?
-¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? -preguntó ella, sorprendida.
Ian guardó silencio un momento y la miró fijamente a los ojos.
-Sí, estoy seguro. Estoy empezando a darme cuenta de algo, Brooke.
-¿De qué? -inquirió ella, tragando saliva con dificultad.
-De que no va a ser tan fácil como yo pensaba que me olvide de lo que compartimos.
-¿Qué quieres decir?
-Que nunca podremos ser amigos. Y como no podemos seguir así, lo mejor es poner un punto final a lo nuestro.
Ella sabía que Ian tenía razón, aunque le dolió escucharlo de su boca.
-¿Qué sugieres que hagamos? ¿Quieres que me marche? -preguntó ella, sabiendo que eso no era posible.
-No. Lo que quiero es que salgas para siempre de mi vida. Y sé cómo conseguirlo. Sólo hay una forma.
Brooke suspiró. Sabía de lo que hablaba Ian, pero eso sólo haría que ella lo necesitase todavía más.
-No funcionará.
-Confía en mí.
Brooke levantó la barbilla y lo miró.
-Quizás funcione para ti, pero no para mí.
-Me encantará demostrarte que estás equivocada, Brooke. Los dos sentimos deseo y anhelo y recordamos cómo eran las cosas antes, las noches que pasábamos haciendo el amor.
-Ian.
-Y cómo lo hacíamos en el suelo, en el sofá y cómo yo te daba todo lo que necesitabas. Y tú…
-Para ya, Ian -protestó ella, apartándose de su lado-. No permitiré que ocurra lo que estas sugiriendo.
-De acuerdo. Te recogeré al mediodía para ir a navegar.
Ian se dio media vuelta y salió de la habitación. Ella se dirigió al cuarto de baño. Necesitaba una ducha. A pesar de que debía oler a cloro, de la piscina, olía a él. Tenía que hacerle saber que había cambiado de opinión con respecto a ir a navegar con él.
Quizás a Ian le gustase la idea de jugar con fuego, pero a ella, no.