CAPITULO VI
Habían cenado juntos en un pequeño parador, a escasas millas de la población.
Durante la cena apenas si habían hablado de trabajos de reportero. Nickie parecía más interesada en el pasado de Johnny que en otra cosa.
Después, saboreando un fuerte café negro, Brennan dijo:
—¿No sientes interés por saber lo que hemos hablado el profesor y yo?
—En todo caso, un interés muy relativo. Es tu reportaje.
—Oí las señales procedentes del espacio, ¿sabes? Y una voz incomprensible, pero una voz a fin de cuentas, de eso no cabe duda.
—¿Crees ahora realmente que procedía de seres de otros mundos?
—Digamos que tengo el cincuenta por ciento de convencimiento. Aún sigo dudando. Rutherford es inteligente. Puede ser también un buen embaucador.
—Pero, ¿con qué propósitos? Tramar todo eso... montar esa costosa instalación... ¿Para obtener qué, Johnny, dinero?
—No veo cómo podría obtenerlo, a menos que tratara de vender su receptor.
—Entonces, ¿qué?
—No lo sé. Quizá popularidad, afán de que se hablase de él; fama mundial o cualquier otra cosa por este estilo.
—No me parece de esa clase de hombres. Ha trabajado muy duro y siempre con sus propios medios, Johnny.
Jamás ha intentado conseguir dinero, y me consta que hubiera podida obtenerlo porque hubo industriales interesados en asociarse con él... Pero Rutherford siempre se negó.
—Te repito que estoy desconcertado. Y por primera vez en mi carrera temo que he remitido un reportaje que refleja fielmente ese desconcierto mío. A mi jefe de redacción no va a gustarle.
—¿Piensas seguir profundizando en ese descubrimiento del profesor?
—Por supuesto.
—¿Y el crimen, Johnny?
—Este es otro asunto —rezongó Brennan—. Cuando reciba respuesta a algunas consultas que efectué por telégrafo quizá pueda empezar a trabajar por ese lado.
Ella le observó largamente. Una leve sonrisa afloró a sus labios rojos y gordezuelos.
—¿Sabes qué pienso, Johnny?
—Dímelo.
—Que forzosamente hay una relación entre la cosa que mató a Chris Edwards y el descubrimiento del profesor...
—He pensado sobre eso, pero confieso que no he podido hallar un nexo de unión entre una cosa y la otra. ¿Lo tienes tú acaso?
—No, claro que no. Es sólo una corazonada.
El se echó a reír.
—Algunos de los mejores reportajes de la historia del periodismo —dijo—, tuvieron su inicio en una corazonada de alguien. Tú tienes condiciones, pequeña.
—No te burles de mí. Es una corazonada, pero con cierta base lógica. Por ejemplo, tu compañera fue al bosque a pie, abandonando su coche en la carretera. Creo que no caben dudas de que se disponía llegar a la granja del profesor sin ser vista por éste ni por su ayudante...
—Sigue. Estás haciéndolo muy bien.
—Bueno, tal vez a esa cosa, o lo que sea, no le interesaba que ella llegara a su destino.
—¿Y por qué no le interesaba?
—Ahí es donde me pierdo. No lo sé. Si pudiésemos saber lo que ella buscaba...
—Eso, mi pequeña aprendiza, creo que lo sé.
Ella dio un respingo.
—Es cierto, Johnny?
—Pienso que puedo adivinarlo. A Chris debió asaltarle la misma idea que me asaltó a mí después de la experiencia con el profesor y su mensaje del espacio...
—¡Por favor, no te detengas ahora, cuéntame!
—Tú debes haber visto su taller, lo que él llama laboratorio.
—Un par de veces solamente, y muy brevemente.
—¿Viste la mesa donde está montado el receptor?
—Sí.
—¿Y la antena direccional?
—También la vi, sujeta a un extremo de la mesa.
—Bueno, esa pequeña antena es la que facilita la onda portadora al receptor, Y si es así, qué finalidad tiene la otra, esa gigantesca que se alza sobre la colina?
—¡Es cierto...!
—La antena pequeña, del taller, capta el mensaje sin ninguna duda. Apenas se le varía la dirección, la intensidad de la onda portadora varía también, debilitándose. Muy bien, si esa pequeñez es capaz de hacer todo el trabajo ella sola, ¿para qué gastarse una fortuna, y realizar un trabajo agotador construyendo la grande?
—No lo sé, Johnny. Pero quizá esa de la colina está destinada a otro cometido...
—¿Qué mejor cometido que esa comunicación con seres del universo?
Nickie no acertó a replicar.
Brennan añadió:
—Yo estuve examinándola y me pareció genuina, quiero decir efectiva, capaz de hacer el trabajo para el cual fue diseñada. Pero sólo le eché un vistazo, y de noche. Chris llegó a la misma conclusión que yo después de sus entrevistas con el profesor, es posible que pensara ir a la colina y comprobar detenidamente si la tal antena no es sólo una cortina de humo... un engañabobos para decirlo llanamente.
—Pero... entonces estarías dándome la razón. La mataron para que no investigara.
—Es muy posible. Pero recuerda que es sólo una teoría.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Tendré otra charla con el profesor y le pediré sin rodeos que me explique para qué sirve la antena de la colina. Y luego haré que me demuestre su funcionamiento y su utilidad sobre el terreno.
—Entiendo...
—¿Te gustaría asistir a la entrevista, cuando se celebre?
—Si crees que yo puedo sacar algo en limpio, sí. Pero temo ser más bien un estorbo... Posiblemente el profesor piense que una persona del pueblo sólo puede reportarle disgustos. No ignora que la gente, aun apreciándole, le tiene por chiflado.
—Tal vez tengas razón. Iré solo y te informaré de mis conclusiones.
—¿Por qué haces todo eso por mí, Johnny?
El se echó a reír.
—Mira, preciosa; en primer lugar realizo mi trabajo. Y por otra parte espero dejarte tan obligada a mí que cuando me decida a besarte no puedas sacudirme un tortazo.
Ella se sobresaltó.
—¿Eso es lo que estás deseando? —murmuró.
—Desde que entraste en mi cuarto del hotel.
—Entonces, con toda tu larga experiencia, ¿por qué no lo hiciste?
El se quedó boquiabierto.
—Espera que salgamos de aquí —gruñó—, y no tendrás que hacerme ese reproche dos veces.
—No era un reproche, sólo una simple pregunta.
—Te daré una simple respuesta... fuera de este lugar.
Ella sonrió, y al sonreír sus ojos brillaron más intensamente y los labios pareció que adquirían la fuerza de atracción de un abismo.
El se estremeció.
Pensó que Nickie era apenas una chiquilla y que estaba pisando un cristal muy delgado, porque un hombre de su edad arriesga demasiado dejándose atrapar por unos labios como aquellos, por una juventud como la de esa muchacha cuya belleza parecía introducirse hasta su propia sangre.
Sin embargo, llamó al mozo, pagó y dijo:
—Vamos, salgamos de aquí.
Ella desvió la mirada.
Abandonaron el local y caminaron hacia el coche. Antes de abrir las portezuelas, Nickie estaba aprisionada entre los brazos del hombre, su boca ardía como una llama y en su interior todo parecía girar como un torbellino...