CAPITULO IV

 

Nickie detuvo el coche y murmuró:

—Este es el lugar.

Johnny alargó la mano y apagó las luces del auto, con lo cual una absoluta oscuridad les envolvió.

El motor zumbaba silenciosamente. No obstante, él ordenó:

—Cierre el motor, muchacha.

Nickie obedeció. Pasó casi un minuto en silencio, hasta que la tensión para la joven fue superior a sus fuerzas y dijo con voz queda:

—¿Qué estamos esperando, Johnny?

—Nada. Estaba pensando solamente. Hay bastante en qué pensar, teniendo en cuenta que fue en este mismo sitió donde se encontró el cadáver de Chris.

La muchacha dio un respingo.

—¿Está seguro?

—Por lo menos, es el que señaló el sheriff. Y había aún rastros de la sangre que se secó en la hojarasca.

Nickie fue incapaz de hablar durante unos instantes. Después sólo susurró:

—Pudo pasarme a mí, aquella noche...

—¿Tiene una linterna en el coche?

—Sí..., está ahí, en la guantera de su lado.

Brennan tanteó hasta encontrar una potente linterna eléctrica.

—Voy a dar un vistazo. No se mueva del coche, Nickie.

—Está usted loco si piensa que me voy a quedar aquí, sola. Allá donde usted vaya iré yo.

—De acuerdo, pero si oye cualquier ruido no empiece a chillar.

Saltaron del coche, y Johnny se internó entre los árboles, a la derecha del camino. La joven le siguió apresuradamente, manteniéndose casi pegada a él.

La luz de la linterna barría las tinieblas aquí y allá, mostrando la espesura de arbustos, el suelo convertido en espesa alfombra de hojas secas y los gruesos troncos alzándose como grandes columnas de una catedral de pesadilla.

Inesperadamente, Johnny se detuvo y apagó la linterna.

Nickie tembló.

—¿Qué pasa? —musitó sin voz.

—Nada, sólo que aquí hay una trocha abierta entre los matorrales. Era lo que imaginé esta tarde, porque quien fuera que se acercó a Chris forzosamente hubo de caminar por algún sitio practicable, sólo que con el sheriff no quise profundizar mi búsqueda.

A la muchacha casi le castañeteaban los dientes.

—¿Sabe una cosa, Johnny? —musitó—. Tengo un miedo espantoso.

—Animo, puede que con el tiempo sea usted una buena periodista... Vamos a seguir ese sendero.

Echó a andar. La muchacha le atenazó una mano y le siguió dominándose a duras penas.

Caminaron lo que a Nickie se le antojó una eternidad. De vez en cuando, una rama espinosa les arañaba la piel o las ropas, pero no cabía duda de que el estrecho sendero estaba abierto para permitir el paso de un hombre.

Hasta que desembocaron más allá de los árboles, donde la pálida luz de las estrellas permitía ver el llano, la colina y la silueta maciza y fantástica de la antena parabólica.

Desde el lugar donde se hallaban, la antena quedaba mucho más próxima que desde donde Johnny la viera por primera vez.

La muchacha susurró:

—¿Y ahora qué?

—Ahora sabemos que la cosa que atacó a Chris vino dé este lado, Y lo mismo cabe decir de la noche en que tú oíste el gruñido, o lo que fuera... Eso nos permite tener casi la certeza de que lo que sea procede siempre de este lado...

—¿Y eso nos sirve de algo?

—Aún no lo sé... pero estoy seguro que ha de tener algún significado. Todo es cuestión de reflexionar sobre ello.

—¿Volvemos al coche?

—¿Tienes prisa?

—¡Jesús! ¿Y lo pregunta? ¿Claro que tengo prisa por alejarme de estos parajes!

—No hay ninguna amenaza aquí, esta noche. Vamos, daremos un vistazo a esa antena.

—¿Para qué?

—Quiero verla de cerca sin ser descubierto, así que caminaremos a oscuras. Dame la mano y cuidado donde pones los pies.

Venciendo las dificultades del desigual terreno, ascendieron la colina en completa oscuridad.

La formidable antena se asentaba sobre una plataforma de hormigón. A corta distancia, semiempotrada en la roca, había una pequeña construcción de obra, con una puerta y una ventana cerradas.

Nickie musitó:

—¿No le parece formidable? El propio profesor la diseñó y construyó... Dice que posee unas cualidades óptimas, con unas innovaciones secretas que la hacen cinco veces más efectiva que las demás antenas parabólicas normales.

—¿Tú crees realmente que haya captado mensajes de otros mundos?

—¿Y por qué no? No cabe duda que existen otros mundos habitados en el Universo, otros sistemas solares, quizá muy parecidos al nuestro...

—Claro... Así que tú crees en el profesor y sus sensacionales experiencias.

—No estoy preparada para entrar en esta materia. Pero personalmente estoy convencida de que el profesor Rutherford ha conseguido establecer alguna clase de contacto fuera de nuestra atmósfera.

—Eso se llama tener fe —refunfuñó el reportero, mientras examinaba detalladamente las base de la colosal antena.

—¿Qué está buscando? —le increpó Nickie—. Ya deberíamos estar de regreso.

—Quería asegurarme de que esto es real... de que esta antena está en condiciones de captar ondas procedentes del espacio exterior.

—¿Y ya está satisfecho?

—Creo que sí.

—Entonces, volvamos al coche, Johnny. Por favor,

—De acuerdo.

Volvieron atrás por el mismo camino que siguieran para llegar a la cima de la colina. El bosque, allá abajo no era más que una sombría masa oscura y amenazadora.

Caminaron en silencio hasta los árboles. Luego, sus pisadas hicieron crujir la hojarasca.

No hablaron durante largo tiempo, hasta que Johnny dijo en voz baja:

—Párate y no hables.

—¿Por qué?

—Silencio...

La muchacha tendió el oído, sobrecogida por el susurrante aliento del bosque.

Pasó casi un minuto sin despegar los labios. Después, incapaz de contenerse, musitó:

—¿Oyó algo, Johnny?

—Seguro. Sigamos, pero cuida de no hacer ruido.

—¡Dios! Tengo tanto miedo que podría ponerme a gritar.

—No temas.

Ella oyó un seco chasquido procedente de la mano derecha de su acompañante. Cuando miró vio la siniestra pistola y la vista del arma la tranquilizó en parte.

Ella no pudo contener por más tiempo su incertidumbre.

—¿Qué fue lo que oyó, Johnny?

—Una portezuela del coche, en el camino. Y no estamos a más de cincuenta metros, así que cierra la boca, linda.

Era cierto. Pocos pasos más, y bajo el pálido fulgor de las estrellas vieron brillar los cromados de la carrocería.

Sólo que vieron algo más. Una sombra informe y oscura que se movía junto al vehículo, como disponiéndose a rodearlo.

Nickie contuvo el aliento y el aire escapó de sus pulmones al sentirse atenazada por el pánico.

Johnny susurró:

—Quieta... no te muevas de aquí.

La soltó y avanzó agazapado, con la pistola amartillada. Sentía una furia destructiva empujarle hacia aquella cosa, fuere lo que fuese.

Si era lo que matara a Chris iba a pagarlo.

Inesperadamente, su pie tronchó una rama seca y el crujido que produjo sonó como un disparo.

Hubo un revuelo junto al coche, y algo como un gruñido sordo, profundo.

Johnny gritó:

—¡Quieto o disparo!

Echó a correr, pero cuando llegó al lado del vehículo ya no había nadie allí. Corrió como un gamo camino adelante, porque el intruso sólo podía haber tomado aquella dirección.

Corrió como jamás antes en su vida.

El esfuerzo resultó perfectamente inútil. No pudo ver el menor rastro de su perseguido, de modo que retrocedió hacia el coche y cuando llegó a él, la muchacha estaba dentro, con las portezuelas cerradas y los cristales subidos.

—¿Pretendes que regrese a pie? —dijo Brennan, golpeando el cristal.

Ella abrió la portezuela y tan pronto él estuvo sentado a su lado puso el motor en marcha y maniobró para dar la vuelta. Salió disparada por el desigual camino como sí la persiguieran todos los diablos del infierno.

Johnny comentó:

—¿A qué vienen ahora tantas prisas? Lo que fuera que estaba metiendo la nariz en el coche se alejó en dirección contraria a la que llevamos nosotros.

—Quiero llegar a casa y meterme en la cama y olvidarlo todo. ¿Sabes una cosa, Johnny? Yo no sirvo para este trabajo.

—Tonterías. Eres principiante... necesitas endurecerte un poco y estarás a punto.

—Nunca volveré a pasar tanto miedo...

—Pero si no ha sucedido nada... Un tipo curioso, o alguien que pretendía robar el coche, vete a saber.

—No crees ni una maldita palabra de lo que dices. Sólo tratas de tranquilizarme.

—En cierto modo sí.

—¿Pudiste... ver qué era... un hombre, o... o...?

—Sólo vi una forma imprecisa, algo oscura y grande. Debía ser un hombre sin duda. Me resisto a creer en monstruos a mi edad.

—Lo que mató a Chris Edwards no fue un hombre Johnny, debes admitir eso.

—No admito nada hasta que lo compruebe por mí mismo. ¿Crees que un monstruo capaz de cometer aquella sangrienta carnicería, con una zarpa tan poderosa que de un golpe puede destrozar un cuerpo humano, hubiera huido sólo con escuchar el crujido de una rama al romperse? Me habría atacado sin ninguna duda. O por lo menos habría esperado a verme para saber si podría repetir conmigo el trabajo que hizo con Chris.

—¿Y si hubiese sucedido así? —murmuró Nickie, estremeciéndose.

—Le habría matado.

Lo dijo con una voz fría, cortante como el filo de una navaja.

La muchacha le miró fugazmente. El recio perfil del hombre se le antojó tan duro que puso un estremecimiento en su piel.

Y en su fuero interno le creyó. «Supo» que si aquella cosa hubiera esperado, Johnny la habría matado sin titubear, fuera lo que fuere.

Detuvo el coche frente al hotel y ambos se miraron como sorprendidos de hallarse de nuevo entre la gente, después de su sorprendente experiencia.

El sonrió.

—Mañana seguiré dándote lecciones de cómo trabaja un reportero, pequeña.

—Si son como la de esta noche, olvídalo. No nací para estas experiencias.

—¿Vas a abandonar antes de empezar la pelea?

—Tengo miedo, Johnny, y no me avergüenza confesarlo.

—Bueno, yo también lo tengo si vamos a eso. Pero lo importante es aprender a dominarlo. Todo el mundo siente el miedo alguna vez y no por eso el mundo se detiene.

Ella desvió la mirada, sumergiéndola en la calle, las luces, los coches que se deslizaban por su lado... Signos de vida normal, conocida y sin sobresaltos.

—Dime una cosa, ¿quieres? —murmuró al fin.

—¿Qué cosa?

—¿Volverías a aquel lugar, ahora?

—No.

—Así que es cierto que tienes miedo...

—Naturalmente, pero ésta no es la razón. No volvería allí gratuitamente, sólo para demostrarme a mí mismo o a cualquier otro que soy capaz de hacerlo. Pero iría sin ninguna duda si necesitara investigar algo concreto, determinado, ¿entiendes? Por ejemplo, si creyera que lo que fuera que rondaba el coche hubiera dejado huellas, volvería para buscarlas.

—Ya veo...

—Como ya sabemos que la hojarasca no conserva las huellas, no necesitamos volver —acabó, riendo.

—Cosa que me alegra mucho —dijo Nickie, sonriendo por primera vez—. Buenas noches, Johnny.

—Buenas noches.

Se apeó y antes de apartarse del coche dijo, inclinándose hacia la ventanilla:

—Te veré mañana si has vencido el miedo y quieres seguir adelante.

Ella asintió con un gesto y el coche se apartó de la acera, alejándose rápidamente.

Brennan entró pensativo en el hotel. Al fondo del vestíbulo había cuatro cabinas telefónicas. Consultó el número que necesitaba y marcándolo esperó.

Una voz sin inflexiones, que ya conocía, dijo:

—¿Quién habla?

—Brennan. ¿Es usted Craven?

—Sí. Hablé con el profesor, señor Brennan. Estará encantado de recibirle mañana por la tarde, a las ocho.

—Estaré ahí. Gracias por su colaboración.

Colgó. Empezaba a estar impaciente por conocer al científico y salir de dudas respecto a él.