Capítulo 7
MARIE puso en marcha el motor del coche. Por la ventanilla, Rick dijo:
—Vas a llegar en plena noche. Hubiera sido mejor que pasaras la noche aquí, linda.
—Prefiero estar allí mañana a la hora de abrir la tienda. Las chicas llevan demasiado tiempo solas. Es bueno que vean a la dueña al frente del negocio. Lo sé por experiencia.
—Está bien, como quieras. Yo saldré mañana, aunque no puedo precisar la hora.
Dependerá del trabajo y de cómo hayan podido arreglar los asuntos con el director.
—Estaré esperándote. Y si por cualquier causa no pudieras venir, llámame a cualquiera de los teléfonos que te di.
—Lo haré.
Inclinándose, la besó en los labios una y otra vez a través de la ventanilla. Alguien pasó por la acera y silbó irónicamente.
Marie susurró:
—Adiós, Rick…
—Hasta mañana.
Se apartó. Ella introdujo la marcha y condujo con cuidado hasta salir del estacionamiento.
Todavía pudo ver, por el retrovisor, al detective plantado en la acera viéndola alejarse. Aceleró y él desapareció definitivamente.
Fue un viaje que se le antojó mucho más largo que de costumbre. Lo aprovechó para analizar sus sentimientos. Reconocía que nunca ningún hombre le había causado el impacto de Rick Downes.
Quizá fuera porque siempre estuviera demasiado ocupada para preocuparse de estos asuntos. O tal vez las circunstancias habían influido también. Pero al lado de él experimentaba una sensación de plenitud, de excitación y de paz al mismo tiempo que era suficiente para saber hasta qué punto el detective había penetrado en su corazón.
La noche cerró en plena carretera. Encendió los faros y continuó adelante, dejando que su mente tomara libremente los derroteros más insospechados.
Era agradable tener a alguien en quien pensar, de quién preocuparse, y sentirse comprendida y amada al mismo tiempo.
Cuando llegó a Bakersfield, la población dormía.
Casi sintió tristeza al llegar a la gran casa que le pertenecía, al pensar en su soledad, aunque probablemente pronto dejaría de estar sola…
Abrió la verja y condujo el auto al garaje. Un gran silencio planeaba sobre el jardín y el leve susurro del aire entre el ramaje era como una suave música. Le gustaba el lugar, y le gustaba la casa a pesar de sus dimensiones…
Abrió la puerta y encendió las luces. Ese era su hogar, y ojalá que le gustara a Rick lo suficiente para que fuera el de los dos.
Avanzó sin prisas, ensimismada.
Entonces apareció el hombre ante ella y Marie se quedó paralizada de espanto.
El desconocido llevaba una pistola en la mano y la fría expresión de su mirada daba escalofríos.
—No grite — dijo el asaltante—, no alborote y todo irá bien. Esta pistola casi no hace ruido, así que no me obligue a utilizarla.
—¿Quién es usted? — balbuceó la muchacha.
—Dejemos las presentaciones para mejor ocasión. Llevo mucho tiempo esperándola.
—Yo… no comprendo nada. ¿Qué es lo que quiere?
—Los negocios también pueden esperar. Venga, esta salita es ideal para conversar.
Ella miró desesperadamente a su alrededor. Podía intentar huir, seguro. Lo pensó, pero él dijo con la misma voz helada:
—Si lo intenta me obligará a disparar. A esa distancia nunca fallo. ¿No sería lamentable, preciosa?
Ella echó a andar hacia la salita. El encendió la luz y señaló un sillón con el cañón de la pistola.
—Siéntese ahí.
Obedeció. Sus piernas apenas podían sostenerla.
—¿Qué se propone? — musitó.
—Se lo explicaré. No voy a hacerle ningún daño a menos que me obligue a ello, pero he de tomar algunas precauciones.
Marie trató de dominar el pánico que empezaba a dominarla.
Junto a ella había una mesita enana y sobre la brillante superficie un teléfono. Quizá, si él se descuidaba, pudiera pedir ayuda…
Pero pronto se dio cuenta que con aquel hombre no tendría ni una oportunidad.
Se había colocado a su espalda, y de pronto una fina cuerda la rodeó. Apenas sin advertirlo se vio firmemente sujeta al sillón, inmovilizada.
—Así está mejor —comentó él con cinismo—. Ahora podemos empezar a tratar de negocios.
—Yo no tengo nada que tratar con usted…
—Ahí es donde se equivoca. Necesito ayuda, ¿entiende?
—No me importa.
—Yo creo que sí.
—Pero… ¿por qué yo, por qué ha tenido que elegirme a mí?
—Porque de usted sé todo lo que necesito. Y, naturalmente, porque usted tiene veinticinco mil dólares disponibles.
—¿Qué dice?
—Lo sé. Tiene usted una bonita suma en el Banco. Si saca veinticinco de los grandes no se armará ningún alboroto, y le quedarán muchos más todavía.
Ella aspiró hondo.
—Comprendo — dijo, y la voz le salió firme y violenta—. ¿Por qué no se lo lleva todo, ya que ha empezado?
—No me crea tan tonto, muñeca. Si quisiera secar su cuenta, los del Banco harían muchas preguntas y exigirían comprobantes, declaraciones y todo lo demás. Pero veinticinco mil dólares los pagarán sin chistar. Y serán suficientes para que pueda esfumarme durante una larga temporada.
—¿Esfumarse?
—Desaparecer. La policía seguramente está buscándome a estas horas. No me encontrarán, por supuesto. Pero necesito para estar seguro… mucho dinero.
—¿Y después?
—Bueno, yo me iré y usted se quedará aquí, bien sujeta, hasta que alguien la encuentre, eso es todo.
De pronto, una idea estalló en la mente de la muchacha como un cohete.
—¡Usted! —gimió—. ¡Usted mató a mi hermano! El hizo una mueca.
—¿De qué habla? — gruñó sin convicción.
—¡Fue usted, por eso ha venido aquí! Sabía de mí gracias a Julie… y quiso probar suerte cuando el chantaje les falló.
—Está bien, así es. Pero le aseguro que su hermano no me dejó otra alternativa… le propuse un trato y no aceptó.
—¡Asesino!
—No grite o me obligará a amordazarla.
—¡Asesino! — repitió ella.
El criminal volteó la mano y la abofeteó.
—¡Le dije que no gritara!
Marie apenas sintió el dolor de los golpes. Estaba tan horrorizada que todo lo demás era algo lejano y nebuloso para ella.
—No haga las cosas difíciles, muchacha. Puede salir con bien de ésta si me ayuda. Pero la enterrarán si me pone obstáculos, y no crea ni por un momento que esto es sólo una amenaza.
Las lágrimas comenzaron a correr por las pálidas mejillas de la muchacha.
—¡Nunca le daré ese dinero! — sollozó.
—Cambiará de idea.
Había guardado la pistola. Ahora sacó un cuchillo de resorte, y apretando el muelle hizo que la hoja saltara fuera de la empuñadura como la lengua de una serpiente.
—No se trata de morir o vivir —dijo—. Lo malo es cómo se muere, muñeca. Con un cuchillo como éste se pueden hacer arabescos en la cara de una chica tan hermosa… Eso no te gustaría, ¿verdad?
Ella se estremeció, mirando con ojos desorbitados la mortal hoja de acero. El criminal se echó a reír.
—Todo será fácil si te portas bien. Escúchame… Por la mañana telefonearás a la tienda diciendo que has llegado, pero que te encuentras indispuesta, así no extrañarán tu ausencia. ¿Entiendes?
Ella no encontró voz con que responder. El asesino añadió:
—Después, firmarás un cheque por veinticinco mil dólares, y una carta de pago para que el Banco no ponga dificultades. Yo cobraré ese dinero y me largaré. Ya ves si es sencillo.
—¿Y qué… qué hará conmigo?
—Ya te lo dije. Te quedarás aquí, atada y amordazada, hasta que alguien te encuentre.
Supongo que tendrás una mujer para la limpieza o algo así. Bueno, eso es todo.
Marie estaba seguro que él no la dejaría con vida después de obtener el dinero…
Necesitaba tiempo.
Ganar todo el tiempo posible.
Si por lo menos hubiera accedido a quedarse en el hotel de Rick… entonces hubiera venido con él y eso no estaría sucediendo.
Rick habría luchado. Y vencido sin ninguna duda…
—Me matará — murmuró.
—No. Te necesito viva, para el caso de que el Banco quisiera efectuar una comprobación o cualquier cosa por el estilo.
Ella sacudió la cabeza obstinadamente. El asesino se encogió de hombros.
—Tienes el resto de la noche para decidirte. Cuando amanezca quiero el cheque, de modo que tú verás lo que haces. Sólo déjame decirte que si me veo obligado a utilizar el cuchillo ya no me detendré hasta el final.
—¡Es usted un monstruo…!
—Aceptado. Pero un monstruo inteligente en todo caso.
—No podrá huir… la policía le detendrá cuando menos lo espere.
—Deja que sea yo quien se preocupe de eso, ¿sí?
Marie pensó que Rick nunca llegaría a tiempo. Estaba perdida y aquel hombre que le producía escalofríos se saldría con la suya.
Y ella moriría.
No podría dejarla viva para que le identificara algún día, eso era seguro. Sobre todo, teniendo en cuenta que ya pesaban sobre él varios asesinatos. No iba a detenerse por uno más.
—Nunca conseguirá mi dinero — dijo con voz rota.
—Yo creo que sí. Tienes un cuerpo bonito, ¿sabes? Estoy empezando a tener ideas respecto a ti, linda… Quizá no empiece a emplear el cuchillo hasta haber comprobado si realmente eres tan pasional como pareces.
Ella se quedó sin habla. Y él añadió;
—Y después de divertirnos, te mataré de todos modos, así que elige. No te queda mucho tiempo.
Al fin, el terror la hundió.
Con una voz semejante a un quejido, murmuró:
—Firmaré…
—Estaba seguro que lo harías…
Riéndose, él acercó una silla y se sentó junto a la me sita. Para no verle frente a ella, Marie cerró los ojos.
Pero eso no la libró del pánico que la dominaba.