Capítulo 6

—No ha comido nada señora —observó Magara cuando regresó a recoger la mesa donde Theola se había sentado a cenar.

—No tengo hambre.

—Pero debería tenerla, señora —insistió Magara—. Ayer comió muy poco y no probó nada durante la noche.

—No tengo hambre —repitió Theola.

Sabía que era su infelicidad lo que la hacía sentirse como si la garganta se le hubiera cerrado.

Se levantó de la mesa y se dirigió hacia la ventana.

Antes se había sentido encerrada en el palacio y se había aburrido mirado los jardines, pero ahora deseaba seguir viviendo allí, estar cerca de Alexius Vasilos y tomar parte en sus planes para el futuro de Kavonia.

Escuchó que Magara salía de la habitación pero no se volvió.

Afuera, el sol se ponía envuelto en un glorioso resplandor, pero a Theola le parecía como si ya la envolviera la oscuridad; una negrura que le llegaba al corazón.

Sin embargo, de su mente no se apartaba la emoción y el éxtasis que había sentido cuando el general la besara.

Cada vez que lo recordaba, las llamas de, aquel fuego renacían en su interior y sus labios temblaban deseando los de él.

«¡Lo amo… lo amo!» pensó desesperada, «pero nunca significaré nada para él».

La idea de que él pudiera amar a la Princesa Athene, a quien Magara había mencionado, la torturaba.

¿Cómo sería la princesa? ¿Sería bella? ¿Sería la mujer ideal que ella jamás podría ser?

Se torturaba pensando en que la princesa tuviera rasgos griegos como los de él.

Recordó lo fácil que había sido para el general sustituirla por Catherine a los ojos del pueblo. Su padre le había dicho que parecía una ninfa y con el traje de bodas, sin duda los campesinos pensaron que era la encarnación de sus deseos.

«Todo había sido una ingeniosa representación teatral», pensó ella y el entusiasmo que había sentido entonces, pareció desvanecerse.

Ahora se sentía desanimada, una chica sin importancia; alguien a quien su tío había descrito como «poco más que una sirvienta».

El sol se puso.

Theola sólo podía pensar en la hermosa cara de Alexius Vasilos, su amplia frente, su nariz recta, la firmeza de su barbilla y sus ojos mirando los suyos.

¿Qué pensaba él? ¿Cuáles serían sus sentimientos? Siempre sería un enigma, pensó ella, un hombre a quien jamás iba a entender.

Alguien llamó a la puerta y ella se volvió sintiendo que el corazón se le salía del pecho.

Habló en kavoniano, la puerta se abrió y descubrió al general. Su alegría fue tal, que poniéndose de pie, corrió hacia él. Pero detrás de él entraron dos soldados.

Penetraron en la habitación, cerraron la puerta y se pusieron en atención.

Theola los miró sorprendida, después levantó la mirada interrogante.

El general se le acercó y ella no pudo descifrar la expresión de sus ojos.

—Deseo hablar con usted —dijo en inglés.

—Yo lo estaba… esperando… —respondió ella—. ¿Pero por qué están estos hombres aquí?

—Los he traído para que usted se sienta segura —le explicó él.

—¿Segura… de qué? —preguntó Theola sorprendida.

—¡De mí! —respondió él.

No pudo dar crédito a lo que había escuchado y él continuó:

—Anoche abusé de su confianza. Hoy me aseguro que no vuelva a suceder.

—Yo no… entiendo.

—Creo que sí entiende —dijo él—. Y lo que tengo que decirle no tomará mucho tiempo.

De pronto ella entendió.

Él se refería al hecho de que la había besado antes de salir de la caverna y sorprendiéndose de sus propias palabras, le dijo:

—¡Retire a los soldados! ¡No hablaré con usted mientras estén en la habitación!

El general permaneció inmóvil.

—¿Cree que hace bien al pedirme esto? —preguntó él.

Theola se volvió hacia la ventana, pues temía que sus ojos la delataran.

—Retírelos —repitió con voz temblorosa—. Su presencia es un insulto.

—No fue esa mi intención.

El general despidió a los soldados.

Ella permaneció mirando el crepúsculo y le pareció que el jardín se esfumaba hacia un futuro terriblemente amenazador.

—He venido a decirle —empezó a decir él a sus espaldas—, que he recibido noticias de que hay un barco inglés en el puerto. Un carruaje estará listo dentro de una hora para llevarla allá.

Por un momento, Theola pensó que había quedado paralizada y que jamás podría moverse de nuevo. Entonces se volvió muy despacio.

Nunca lo había visto tan serio.

—¿Un barco? —repitió ella.

—Un barco inglés. Quizá se dirija a Atenas, en cuyo caso, podrá reunirse con su tío y con su prima. Y si va directo a Inglaterra, entonces la llevará sana y salva a casa.

A Theola se le dificultó entender lo que le decía.

Había supuesto que ella no le importaba, pero no podía creer que quisiera deshacerse de ella tan pronto.

Permaneció mirándolo y por un momento vio ante ella la vida que le esperaba en Inglaterra, el castillo sombrío, la vida de trabajo, siempre rodeada de un ambiente hostil.

Su vida había sido dura, pero ahora le resultaría intolerable, pues su corazón se quedaría en Kavonia.

De nuevo escuchó que le decía:

—Debo agradecerle todo cuanto ha hecho por Kavonia, pero estoy seguro de que hago lo correcto al enviarla de regreso con su gente.

—Yo… yo pensé que… estábamos casados —tartamudeó Theola.

—El matrimonio civil no será ningún problema —dijo él—. Y aunque tardará algún tiempo, estoy seguro que podremos lograr que la iglesia anule el religioso, dadas las circunstancias en que ocurrió.

«Ha pensado en todo», pensó ella desesperada.

Entonces, cuando él estaba a punto de marcharse, le dijo:

—Por favor… déjeme permanecer aquí.

Él se puso tenso.

—Debe comprender que eso es imposible.

—¿Por qué? Yo no seré un estorbo. No le pediré nada… y podría trabajar con la gente.

—No es una idea práctica.

El tono de su voz era duro.

—Yo podría atender a los enfermos. Sobre todo a los niños.

—Es mejor que regrese a la vida que conoce. No tiene idea de los problemas y dificultades que puedan presentarse en el futuro.

—No tengo miedo. Lo acompañé anoche.

—Fue muy valiente de su parte, pero en otra ocasión quizá no seamos tan afortunados.

—¿Otra ocasión? —preguntó Theola—. ¿Hay peligro de que el Rey nos vuelva a atacar?

—No pensaba en el Rey —respondió Alexius Vasilos—. Existen otros problemas.

—Dígame cuáles son.

—No vale la pena —respondió él—. Además, el tiempo corre, usted tiene que empacar y son dos horas de viaje hasta el puerto.

—Seguramente ya es… demasiado tarde para hacer el viaje —sugirió Theola tímidamente.

—Mandaré una escolta de caballería al mando del Comandante Petlos para que la cuide.

Theola no respondió y después de un momento, él dijo:

—Vendré a despedirme de usted cuando esté lista para partir.

Él se volvió hacia la puerta y ella dejó escapar un grito.

—¡No puedo… irme! ¡Por favor… permítame que me quede! ¡Hay mucho que puedo hacer!

—¡No!

La negativa pareció resonar en la habitación.

—Ya le dije que no le causaré problemas… ni pretendo vivir en el palacio. ¡Pero permítame permanecer en Kavonia!

—¡No!

Theola sintió que el llanto la ahogada.

Vio que Alexius Vasilos se dirigía hacia la puerta y pensó que se iba de su vida para siempre, y con él se iba la luz. Ella permanecería en la oscuridad para siempre.

—Tengo algo que… pedirle —susurró ella.

—¿Qué cosa?

Jamás pensó que una pregunta pudiera sonar tan indiferente.

—Para que yo pueda tener algo con qué recordarlo, ¿me besaría usted?

Por un momento pensó que se iba a negar. Cuando él se volvió, las lágrimas no le permitieron ver la expresión de su rostro. Muy despacio y poco a poco, regresó a ella.

Theola lo sintió venir, ahora su corazón latía acelerado y los labios le temblaban.

Por desgracia, ése sería el último beso que recibiría en su vida.

—¿Por qué me pide algo así? —preguntó él.

Su voz tenía un tono diferente y aún permanecía a cierta distancia.

Ella trató de mirarlo, pero le fue imposible. Cerró los ojos y levantando la cara dijo con voz casi inaudible.

—Por favor, béseme… por favor…

Era un ruego que venía desde lo más profundo de su ser, pero como él no se movió, ella pensó que la iba a rechazar.

Entonces, de repente, él avanzó, pero no para tomarla en sus brazos sino para tomarla de la mano.

—¡Venga!

La condujo a través de la habitación. Abrió la puerta y pasaron entre los guardias. Ahora caminaban tan de prisa que Theola casi no podía seguir a la par de él.

Él no le soltó la mano y Theola tuvo que recogerse la falda para no caer por la escalera.

Llegaron a la puerta principal y cuando la flanquearon, los guardias se pusieron en atención.

Aún llevándola de la mano, la condujo hasta un carruaje abierto que esperaba al pie de las escaleras. Él la ayudó a subir, dio una orden al cochero y los caballos avanzaron a gran velocidad, mientras Theola se recostaba contra el asiento, sin comprender nada.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué se comportaba así? ¿La estaría enviando al barco sin su equipaje y sin dejar que se cambiara de ropa?

Ella quiso preguntarle qué ocurría, pero las lágrimas la ahogaban y no le permitían hablar.

De lo único que estaba segura era de que él estaba cerca de ella, pero no la había besado como se lo había pedido.

«Fue una tontería de mi parte sugerir tal cosa», pensó. Ya no había nada más que hacer.

Le había rogado que la dejara permanecer en Kavonia, pero había sido en vano. Le había pedido un beso y él le había negado aquel último momento de felicidad.

Ahora la mandaba lejos y ya no le quedaba nada que hacer.

De pronto el vehículo se detuvo. Theola abrió los ojos y vio que estaban frente a una villa blanca que estaba rodeada de cipreses y se veía muy bella a la luz del crepúsculo.

Un lacayo corrió a abrir la puerta del carruaje y Alexius Vasilos descendió.

Tomó a Theola de la mano para ayudarla a bajar y ella tembló al contacto de su piel.

La condujo al interior de la casa y ella pudo ver un vestíbulo blanco iluminado por tenues luces que provenían de unos jarrones de alabastro.

Sin hablar, la llevó a un salón con grandes ventanas que daban al jardín. Éste también estaba iluminado con luces muy tenues y daba la impresión de ser algo muy delicado.

Pero Theola no tuvo tiempo de mirar a su alrededor. Sus ojos estaban fijos en el hombre que la acompañaba.

Sintió que la puerta se cerraba detrás de ellos. Entonces él le soltó la mano y permaneció mirándola, haciéndola temblar por su proximidad.

La miraba a los ojos, pero sin hablar, y después de un momento ella dijo:

—¿Por qué me ha traído aquí? ¿En dónde… estamos?

—Quiero que repita lo que me pidió en el palacio —dijo él—. No estoy seguro que la escuché bien.

Algo en la voz de él hizo estremecer a Theola.

Él no se movió y ella supo que estaba esperando.

—Yo le pedí… que me… besara.

—¿Está segura de que eso es lo que quiere?

Él se acercó un poco más.

De nuevo ella levantó el rostro y sintió que deseaba sus labios como no había deseado nada en su vida.

Lentamente, la envolvió en sus brazos. Entonces sus labios se posaron sobre los de ella y Theola experimentó la misma emoción que había sentido la noche anterior. Pero ahora era aún más intensa, más maravillosa y más gloriosa de lo que ella recordaba.

Se acercó más a él, deseando que su cuerpo se fundiera con el de él, y al hacerlo, sintió un fuego que la consumía y una luz que la cegaba.

«¡Te amo… te amo!», quería decirle.

Nada podía ser más maravilloso y emocionante, ni más perfecto que aquella sensación que la hacía vibrar en sus brazos, respondiéndole con cada fibra de su ser.

Se olvidó de todo, incluyendo su propia infelicidad y el miedo al futuro.

Ella era parte de él y sentía como si el fuego lo consumiera todo excepto su amor.

Alexius Vasilos levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿Es eso lo que deseabas? —preguntó él con voz temblorosa.

Ella estaba turbada por la emoción que acababa de experimentar. Pero a la vez agonizaba ante la idea de que aquella maravilla había llegado a su fin.

Los labios de él aún estaban muy cerca y ella esperó, deseando sentirlos una vez más, pero sin atreverse a pedírselo.

—¿Por qué querías que te besara? —preguntó él. La pregunta pareció provenir de otro mundo.

—¡Te amo! —susurró ella—. Por favor, deja que permanezca en Kavonia.

Los brazos de él la apretaron hasta que ella dejó escapar un grito de dolor.

—¿De veras creíste que iba a dejarte ir?

—Tú me estabas… despidiendo.

—Sólo porque había traicionado tu confianza.

—No… entiendo.

—Cuando te propuse un matrimonio fingido, sabía que me resultaría difícil no tocarte y no hacerte mía —confesó él—, pero pensé que sería capaz de controlarme.

Él suspiró.

—Pero descubrí que soy tan bárbaro y tan poco digno de confianza como el soldado que te atacó.

—¿Tú… tú me… deseabas aun antes de nuestra boda? —preguntó Theola incrédula:

—¡Te amé desde el primer momento en que te vi!

—Me miraste con desprecio.

—Sólo porque te asociaba con la gente con la que estabas —respondió él—. Pero eso no evitó que yo pensara que eras la mujer más bella que había visto jamás.

—¡Eso no puede ser… cierto! —gritó Theola recordando el horrible traje gris que su tía le había comprado.

Alexius se acercó un poco más.

—Cuando llevamos a la niña hasta la casa, comprendí que algo extraño me había sucedido. No era sólo tu belleza lo que me cautivó, sino también tu espíritu que salió al encuentro del mío. Cuando huí de los soldados sabía que de alguna manera tendría que verte otra vez.

—¿No esperabas encontrarme… abandonada… en el palacio? —preguntó Theola.

—Me sorprendió mucho, pero a la vez, me alegró aún más que el mismo hecho de haber podido llevar a cabo una revolución contra los austriacos.

—¡Jamás pensé… jamás soñé que tú me amaras!

—¡Pero ahora ya lo sabes!

Él no esperó una respuesta sino que buscó los labios de ella con los suyos y Theola sintió que la habitación giraba y luego desaparecía.

Sólo había una luz. Aquella luz que emanaba del propio Apolo.

Él la estaba llevando a un éxtasis imposible de describir con palabras y que era parte de la gloria reservada para los dioses.

* * *

Los ruiseñores cantaban en el jardín.

A través de la ventana, Theola podía ver la luna; la misma luna que la noche anterior había brillado sobre el valle mientras ella rezaba.

Sus oraciones habían sido escuchadas y ahora pensaba que nadie podía ser tan feliz.

—¡Te amo, mi amor!

La profunda voz de Alexius la hizo volver el rostro hacia él y sintió sus labios sobre su frente y sus mejillas.

—¡Jamás pensé que alguien pudiera ser tan suave, tan dulce y tan perfecta! —exclamó él—. ¿Aún me amas?

—Te amo… más allá de las palabras —respondió ella—: Cuando me besaste por primera vez, pensé que era imposible sentir algo más intenso… pero ahora…

—¿Ahora?

Ella ocultó la cara en el cuello de él.

—Ahora tengo… miedo —susurró ella.

—¿De qué?

—De que todo sea un sueño… y que despierte para encontrarme conque tú no estás aquí.

—Te prometo que eso no sucederá —le aseguró—. Tú me perteneces, Theola. Eres mi esposa y nada ni nadie nos podrá separar jamás.

—¿De veras… me amas?

—¡Me llevaría toda la eternidad poder decirte cuánto! —respondió él—. Tú eres todo lo que yo siempre había deseado y jamás encontré; el ideal que siempre vivió en mi corazón y que empezaba a creer que era sólo una ilusión.

—No debes decir… eso. Me hace sentir como cuando los soldados me… besaban las manos. Me siento inadecuada.

—¡Tú jamás podrías ser eso!

—¿Cómo puedes estar… seguro?

—Porque tú eres la ninfa que vino de la espuma y porque los dos nos hemos reconocido no sólo con nuestros ojos, sino también con el corazón y el alma.

—¿Cómo hubieras podido… mandarme lejos?

—Estaba tan avergonzado de mi comportamiento… pensé que te había disgustado mucho. La única manera que tenía de reparar el daño era enviándote de regreso a casa.

—Yo no tengo… un hogar… en Inglaterra —comenzó a decir ella y recordó que aún no le había hablado a él acerca de su padre.

En realidad había tanto que tenían que decirse, tantas cosas que explicar.

Pero cuando iba a comenzar a hablar, él la tocó y ella se estremeció con sensaciones que nunca había experimentado antes.

—¡Te amo! —exclamó Alexius—. Te amo tanto que me será difícil pensar en todo lo que tengo que hacer por Kavonia sin dejar de pensar en ti.

Ella no pudo responder, pues unas vez más, los labias de él buscaron los suyos y el fuego recorrió su cuerpo, encendiendo una pasión sin límite.

—Tú eres como… Apolo —susurró ella—. Lo pensé desde la primera vez que te vi y ahora estoy segura de que tú eres el dios de la luz.

Él le besó el cuello y ella continuó con voz temblorosa.

—Mi padre me dijo que Apolo… conquistaba por medio del poder de su belleza y su… amor.

—¿Es así como yo te he conquistado?

—¡Sí, sí… oh, sí!

En ese momento las palabras ya no fueron necesarias.

* * *

Theola despertó de un sueño en el que la besaban y se dio cuenta de que era realidad. Alexius se encontraba inclinado sobre ella y la besaba en la boca.

Abrió los ojos y descubrió que la habitación estaba llena de luz. Afuera cantaban los pájaros y podía percibir el suave murmullo de una fuente.

—Te veo muy hermosa, mi amor —dijo Alexius y ella notó que el ya estaba vestido.

—¿Te vas tan pronto?

—Tengo que ir a trabajar, mi preciosa. Eso es lo que los hombres en todo el mundo dicen a esta hora y para mí es muy cierto.

—¿Por qué no me despertaste… cuando te levantaste?

—Dormías como un niño y jamás, había visto nada tan bello como tu cara.

Theola levantó los brazos, para echar su cabello hacia atrás y al hacerlo, las sábanas se deslizaron y se dio cuenta de que estaba desnuda.

De inmediato se cubrió con la sábana mientras el color le subía la cara.

—¡No estoy… vestida!

—¡Magara te habrá traído algo que ponerte, pero me gustas así como estás!

—No me mires. Me da… vergüenza.

—Eres mi esposa, y además, por lo general, las ninfas llevan muy poca ropa.

Alexius apartó a un lado las sábanas y le besó los senos, luego le besó los labios y ella vio el fuego en los ojos de él.

—¡Te deseo! ¡Dios sabe cuánto te deseo! —exclamó él—, pero si no me voy ahora, la gente pensará que su nuevo gobernante es muy lento.

Se puso de pie y mirándola le dijo:

—Si de mí dependiera, me quedaría aquí todo el día haciéndote el amor, diciéndote lo exquisita y lo perfecta que eres. Pero la realidad es que tengo que escoger un nuevo gobierno y nombrar personas para que ocupen los puestos importantes.

Se dio la vuelta con un esfuerzo.

Theola le ofreció sus labios.

—¡Bésame… una vez más! —suplicó.

Él se volvió para besarla con pasión. Entonces, al sentir que ella respondía, le besó los ojos, diciendo:

—No debes tentarme, Theola. Si supieras lo difícil que es para mí separarme de ti. Tan pronto como haya establecido algo de orden en el país nos iremos a nuestra luna de miel. Quiero llevarte a mi cabaña en las montañas donde viví durante los últimos años. Es muy primitiva, pero allí estaremos solos.

—Me encantaría —respondió Theola—. ¡Estar a solas contigo! ¿De verdad podremos ir allá?

—Tan pronto como sea posible, mi dulce y perfecta esposa.

La recostó contra las almohadas y se dirigió hacia la puerta.

—¿Cuándo te volveré a ver? —preguntó ella.

—A la hora del almuerzo —respondió él—. Hasta el hombre más ocupado tiene derecho a un descanso a medio día.

Sonrió y desapareció.

Theola dejó escapar un suspiro de felicidad y se volvió hacia la ventana.

Durante la noche se había enterado dónde se encontraban.

La villa pertenecía a la familia de Nicios Petlos. Cuando Alexius y su madre fueron exiliados de Kavonia, los Petlos recogieron los tesoros de la familia Vasilos y los guardaron en su casa.

El padre de Nicios Petlos le salvó la vida al recién llegado Rey Ferdinand cuando un anarquista arrojó una bomba dentro del carruaje de éste. El Coronel Petlos la levantó y la arrojó al camino antes que explotara.

El Rey se había mostrado agradecido y cuando los demás oficiales y dignatarios originarios de Kavonia fueron despedidos, al Coronel Petlos y a su hijo se les permitió conservar sus puestos y se les otorgaron privilegios de los que no gozaba ningún otro ciudadano en Kavonia.

Sin embargo, la familia Petlos se sorprendió ante el comportamiento del Rey una vez que ocupara el trono.

El Coronel Petlos renunció a su cargo protestando ser demasiado viejo. Pero su hijo, a insistencia de Alexius Vasilos, que había regresado de incógnito al país, permaneció como oficial, pues pensaba que era la mejor manera de ayudar a Kavonia.

—Mañana te mostraré muchos tesoros de la familia que han sido pasados de generación en generación —le dijo Alexius a Theola.

—Me encantará verlos.

—Éstos hubieran sido destruidos a no ser por la bondad de mis amigos.

—¿Vas a recompensar al Comandante Petlos? —preguntó Theola.

—Deseo que él se encargue del entrenamiento del ejército —dijo Alexius—. Es joven para ocupar un cargo tan importante, pero sé que puedo confiar en él. Aunque espero que Kavonia no tenga que pelear nunca más, debemos estar en condiciones de defendernos.

—Me angustia pensar que vuelvas a estar… en peligro.

—El único peligro que veo en este momento, es que yo te amo tanto que te aburras de mí.

—¡Eso no ocurrirá jamás! —declaró ella con vehemencia—. Lo único que deseo es estar contigo.

—Estaremos juntos todos los días —le prometió Alexius—, y por las noches, dormirás aquí, en mis brazos.

—¿Aquí?

—Éste será nuestro hogar.

—¿Por eso me trajiste aquí anoche? —preguntó Theola—. No podía entender por qué me sacabas del palacio.

—¿Crees que hubiera podido besarte o hacerte el amor en aquel lugar que fue construido con la miseria y el llanto de mi gente? —preguntó él—. De una cosa estoy seguro y es que, ¡jamás viviremos allí!

—Yo prefiero estar… aquí.

—Los Petlos me lo han cedido hasta que yo pueda construir una casa propia. O quizá sería más inteligente comprarles esta propiedad.

La acercó más a él y continuó:

—Por el momento, esas decisiones no tienen importancia. Lo que importa ahora, mi pequeña y adorada esposa, es que tenga un hogar donde pueda hacerte el amor.

Los labios de él la aprisionaron y ella oprimió su cuerpo contra el de él.

—¿Cuándo van a proclamarte Rey? —había preguntado Theola mucho después.

Se sintió nerviosa al hacer la pregunta, pues la idea de que Alexius se volviera tan importante, la preocupaba.

—¡Nunca!

—¿Nunca?

—No. Creo que Kavonia ya ha tenido suficientes problemas con monarcas. Seremos una república independiente.

—¿Y tú… qué serás?

—Presidente, ¡y seré muy democrático! Creo que eso es lo que el mundo necesita hoy en día.

Hizo una pausa.

—¿Te importa mucho no ser Reina, mi cielo?

—Yo sólo deseo ser tu esposa.

—Como lo eres y lo serás siempre.

La besó y Theola preguntó.

—¿Qué vas a hacer con el palacio?

—Una parte se convertirá en hospital hasta que pueda construir uno nuevo —respondió Alexius—. El resto serán oficinas. Sólo la parte central se conservará tal cual para recibir a los visitantes de otros países y para las ocasiones cuando tengamos que dar recepciones y quizá un baile.

Él la atrajo hacia sí hasta que sus cuerpos se tocaron y dijo:

—Me gustaría bailar contigo, mi adorada esposa, pero por el momento me basta con poder tenerte así, junto a mí y sentir la música de nuestros corazones.

Más tarde, las palabras de él le hicieron recordar que, estando sentada en la cama, vio el vestido rosa tirado sobre una silla y sus zapatos regados por el suelo, lo que su tía hubiera considerado «prendas vergonzosas».

Se ruborizó al recordar cómo el fuego que ardía dentro de ellos les había hecho olvidar todo, excepto la necesidad que sentían uno por el otro.

—¡Lo amo! Gracias… muchas gracias, Dios mío, por su amor —gritó Theola—, y gracias por haberme dado esta indescriptible felicidad.

Alguien llamó a la puerta y Magara entró.

—¿Está despierta, señora? —preguntó.

Theola sonrió.

—Sí, Magara, estoy despierta y muy muy feliz.

—Pensé que lo estaría cuando supe que el general la había traído aquí.

—Es un lugar bellísimo —dijo Theola observando a su alrededor—, y muy diferente al palacio.

El contraste era extraordinario.

El dormitorio era blanco y también lo era la cama. Sobre ésta, no había un baldosín como en las camas del palacio, sino una exquisita cabecera de madera tallada con incrustaciones de plata.

Theola estaba segura de que aquéllos eran trabajos realizados por artesanos locales, al igual que las alfombras que cubrían los pisos y que llevaban diseños muy parecidos a los que ella había vista en grabados de artesanía griega.

Las cortinas habían sido tejidas a mano con brillantes colores.

La habitación parecía mezclarse con el jardín lleno de flores a través de las grandes ventanas.

El perfume de las flores era muy intenso y mientras Theola se vestía, Magara le informó que había ordenado que le sirvieran el desayuno en el patio.

—Espero que me haya traído algo que ponerme —dijo Theola.

—Uno de sus vestidos más bonitos y frescos, señora —respondió Magara—. Después traeré el resto de su ropa.

—Estoy muy feliz de poder vivir aquí.

—Es muy pequeño en comparación con el palacio, pero resulta muy fácil de manejar y para los sirvientes será un honor atenderla.

«No es posible ser más feliz», pensó Theola sentada en el patio a la sombra, de un toldo.

Todo lo que deseaba era estar con Alexius, cuidarlo, saber que se pertenecían uno al otro y que ya no estaba sola.

Después de todo, sus sufrimientos se habían disipado, ahora que era su esposa, y que sabía que él la necesitaba tanto como ella a él.

«Tengo que ayudarlo en todo lo que pueda», pensó Theola. «Hay mucho en lo que puedo ayudar a las mujeres y a los niños de Kavonia».

Pensó que en cuanto Alexius se lo permitiera, iría a visitar a la niñita con la pierna herida y también investigaría qué suerte habían corrido los niños que habían estado en el palacio. Quería estar segura de que habían tenido la atención médica necesaria.

«Todas estas cosas serán mi responsabilidad», pensó. «Alexius tiene cosas más importantes en qué ocuparse».

Cuando terminó de desayunar, fue al jardín y lo encontró mucho más bello que el del palacio.

Habían azaleas, lirios y orquídeas de todos los tamaños y colores imaginables.

También descubrió un pequeño lago con una diminuta cascada que caía desde unas rocas artificiales hacia un depósito lleno de peces de colores.

«Es un lugar hecho para el amor», pensó Theola después de haber vagado por el jardín durante un buen rato.

Era cerca del medio día y su corazón latió con fuerza ante la idea de que pronto vería a Alexius.

Sabía que en el momento en que lo viera, correría a sus brazos como había deseado hacerlo cuando él había entrado en su habitación del palacio seguido por los dos guardias.

Si ella hubiera tenido que obedecerle, ahora, en lugar de estar aquí, esperándolo, estaría a bordo del barco inglés, camino a Atenas para encontrarse con su tío y con su prima.

Se estremeció ante la idea, pero después se dijo que ya no tenía por qué temer. Ahora ella pertenecía a Alexius y como Apolo, él había traído la luz a la oscuridad de su existencia.

Se alejó de la ventana y regresó al centro de la habitación.

Sobre las paredes colgaban varios cuadros que aún no había tenido tiempo de examinar, pero que sin duda eran muy bellos, pues pertenecían a la familia de Alexius. Se acercó a uno, pero en ese instante la puerta se abrió. Uno de los sirvientes anunció:

—Hay un caballero que desea verla, señora.

Theola se dio la vuelta y quedó paralizada. El duque acababa de entrar en la habitación seguido de Catherine.