Capítulo 5

Theola sabía que el general no dormía.

No hablaba y estaba muy tranquilo, pero ella sabía que se encontraba despierto.

Pensó que quizá estaba escuchando por si acaso el disparo con el que había matado al asesino hubiera alertado al enemigo.

Ella deseaba que él le hablara y le asegurara que había hecho lo correcto.

¡Había matado a un hombre!

¡Pero era lo único que podía haber hecho! Y Theola estaba segura de que el general tenía razón acerca de que el espía buscaba la recompensa.

Si hubiera logrado matar al general, la revolución hubiera fracasado, y el Rey hubiese regresado para tratar a la gente con mayor severidad que en el pasado.

Ahora que sabía lo severo que había sido el reinado de Ferdinand, le parecía increíble que hubiera durado tanto tiempo en el trono.

Pero Ferdinand había sido lo bastante astuto para protegerse con las armas más modernas, capaces de extinguir una revolución tan pronto comenzara.

Habían pasado años de preparación antes que Alexius Vasilos se sintiera lo suficiente fuerte y seguro para retar a los poderosos austriacos.

La luna subió más en el firmamento y ahora con su luz, Theola podía ver el perfil del general, recostado al otro lado de la cueva.

Ella tenía la sensación de que aunque él se encontraba en la oscuridad, un resplandor brillaba en su interior. Una luz que guiaría a su gente después de vencer al enemigo.

—¡Ayúdalo, Dios mío… por favor, ayúdalo! —Rezó Theola—, y perdóname por haber… matado a un hombre.

Era inconcebible que hacía apenas unas semanas había estado en Inglaterra, sintiéndose miserable, derrotada e infeliz, temerosa hasta de hablar, enfrentándose a una situación que no parecía tener remedio.

Ahora se encontraba aquí, en la ladera de una montaña junto a un hombre que libraba una batalla de vida o muerte por la libertad de su Patria.

«¡Y estoy casada con él!», se dijo Theola.

Era consciente de que a Alexius Vasilos no le iba a ser fácil anular un matrimonio que se había realizado de acuerdo con los sacramentos de la iglesia.

«Debe haber alguna manera de lograr la anulación», pensó ella. «Quizá el hecho de que pertenecemos a credos diferentes».

Entonces su corazón le preguntó:

«Después, ¿qué pasará contigo?».

Sabía cuál sería la única alternativa si tenía que abandonar Kavonia y trató de concentrarse en la situación del momento.

Volvió a mirar al exterior y vio las montañas.

La luna brillaba sobre los picos nevados que parecían ser algo sobrenatural.

—¡Ayúdennos!¡Ayúdennos! —susurró Theola.

Debió quedarse dormida durante un rato. Luego sintió que el general se movía y supuso que pronto amanecería. Se veía una tenue luz al este y las estrellas ya no brillaban tanto.

—¿Qué va a hacer? —preguntó con voz baja.

—Voy a asegurarme de que todos estén alertas —respondió él.

—¿Cree que llegarán temprano?

—Supongo que comenzarán a avanzar al salir el sol —respondió el general—. Eso es lo que haría yo si estuviera en su lugar.

—¿Son… muchos? —preguntó Theola con un leve temblor en la voz.

—No le tengo miedo a la cantidad, sino a sus armas. He oído que tienen cañones de largo alcance, así que tendremos que detenerlos antes que puedan bombardear Zanthos.

Theola sintió que un estremecimiento le recorría el cuerpo.

Sabía que la ciudad no estaba preparada para resistir un bombardeo y la gran cantidad de gente que se había concentrado en las últimas horas lo hacía más peligroso.

No pudo evitar preguntar:

—¿Por qué concentró tanta gente en la ciudad? Muchos pueden resultar heridos.

Sintió que en la oscuridad el general la miraba directamente, como si su pregunta lo sorprendiera. Al fin, él respondió:

—Si las fuerzas del Rey pasan por este valle y logran apoderarse de él, mandarán a grupos de hombres para que maten a los habitantes de las aldeas vecinas y se lleven sus animales. Un ejército está siempre hambriento y supongo que el Rey no habrá encontrado muchos alimentos esperándolos en la frontera.

—No, por supuesto que no —respondió Theola—. Ahora comprendo.

—No es común que una mujer trate de entender las maniobras de los ejércitos —observó el general.

—Me interesa sólo su ejército —respondió Theola—, pero odio pensar en todo el sufrimiento que esta batalla provocará a tantos seres, sin importar el bando a que pertenezcan.

—Por eso creo que si logramos detener al enemigo, podremos evitar que mucha gente padezca.

—He rezado porque ganemos —dijo Theola—. He rezado toda la noche y creo que usted también lo ha hecho.

Aquello era algo que ella jamás le hubiera podido decir al general a plena luz del día. Pero era fácil hablarle cuando él era sólo una sombra al otro extremo de la cueva.

—Estoy seguro de que sus plegarias serán oídas —respondió él—, y permítame expresarle de nuevo mi agradecimiento, no sólo por haberme salvado la vida, sino por haber tenido el valor de acompañarnos.

—Creo que la verdad es que no tenía el suficiente valor para quedarme sola —confesó ella.

—La mayoría de las mujeres no verían así la situación —comentó él.

—¿Cree usted que… los hombres se alegren de que… yo esté aquí?

—¡Creo que cada hombre peleará como jamás lo ha hecho, pues en sus corazones sienten que vamos a ganar!

El general habló con un innegable tono de sinceridad y después de un momento, Theola dijo:

—Gracias por… decirme… eso.

—Ayer, cuando la vi montando con nosotros, pensé que se parecía a Juana de Arco siguiendo la inspiración de sus «voces», fortaleciendo a su ejército.

—Eso es lo que quiero hacer —susurró Theola—, pero tengo miedo de fallar.

—¿Cómo podría ser posible cuando hasta ahora ha sido tan maravillosa? —preguntó el general—. Usted pudo haberse negado a casarse conmigo y jamás soñé que me acompañara hasta el frente de batalla.

Él se levantó mientras hablaba y Theola vio que los primeros rayos del sol comenzaban a iluminar el cielo.

Ella también se levantó y parándose junto a él, observó las montañas que se alzaban frente a ellos.

No se percibía movimiento alguno. El lugar estaba desolado… y sin embargo, allí había cientos de hombres, con las armas listas y dispuestos a matar o morir por el futuro.

—¿Tiene que… irse ya? —preguntó Theola.

—Usted se quedará aquí —replicó el general con tono autoritario—. Afuera hay dos hombres a quienes yo les confiaría mi vida. Si las cosas no salen bien, ellos la llevarán a un lugar seguro.

Theola sabía con exactitud lo que quería decir con «si las cosas no salen bien». Se refería a si él resultaba muerto.

Ella sintió que el corazón le daba un vuelco e impulsivamente se acercó a él.

—¿Se cuidara? —suplicó ella—. Prométame que tendrá mucho cuidado y no se arriesgará en vano.

Él no respondió y después de un momento ella continuó:

—¡Debe ser consciente de que sin usted todo se vendrá abajo. El futuro de Kavonia depende de que usted vida!

—¿Acaso nuestro pequeño país le importa tanto? —preguntó el general.

—¡Claro que sí! —respondió Theola—. Ahora soy parte de ustedes, así que… por favor… tenga mucho cuidado.

Ella levantó el rostro y de repente, sorprendiéndola, él la tomó en sus brazos y selló sus labios con un beso.

Por un momento, ella no sintió nada más que los labios de él, fuertes y posesivos.

Entonces, algo salvaje y maravilloso recorrió su cuerpo como un rayo de luz.

Jamás imaginó que pudiera sentir algo tan intenso, glorioso e indescriptible.

Los brazos del general la oprimieron hasta que casi no pudo respirar y sintió que no tan sólo había conquistado sus labios, sino también su cuerpo.

Por un momento le pareció que las piernas le flaqueaban y estaba próxima a caer.

Todo su ser palpitaba con el éxtasis que le provocaba, aún sentía la presión de sus labios y la luz de los dioses todavía iluminaba sus ojos.

Sin darse cuenta de lo que hacía, se sentó sobre la manta y se cubrió el pecho, como tratando de controlar la agitación que sentía en su interior.

Sabía que lo amaba, pero jamás se había imaginado que el amor fuera así. Siempre había pensado que el amor era alegre y placentero, como el amor que ella había visto entre sus padres.

Pero esto era diferente, era algo salvaje y apasionado… un fuego ardiente que parecía atravesarla como una hoguera que consumía sus sentidos.

—¡Lo… amo! ¡Lo amo!

Ahora comprendió que lo había amado desde que la llevara a su habitación después del asalto del soldado, sintiéndose tan protegida.

Aquello era algo que no había vuelto a experimentar desde la muerte de sus padres.

Pero desde aquel momento, a pesar de la terrible experiencia que había sufrido, había comprendido que Alexius Vasilos era para ella algo muy especial… algo muy diferente a todo cuanto había conocido en su vida hasta entonces.

—Es el amor —se dijo y se preguntó por qué no lo había comprendido antes.

Era el amor lo que la había hecho desear que él viniera a conversar con ella. Era el amor lo que la había hecho aceptar ser su esposa.

Él le había dicho que era para protegerla y para hacer que la leyenda se volviera realidad.

Analizándolo, estaba segura de que si cualquier otro hombre le hubiera pedido lo mismo, no hubiera aceptado. Pero había estado dispuesta a hacer lo que él le sugería. Ella lo amaba.

—¡Yo le salvé la vida! —exclamó—. ¡Yo lo salvé! Y no sólo por el bien de Kavonia sino, porque si él moría, yo también hubiera muerto.

Escuchó un ruido y al levantar la cabeza vio que el manto de la noche y las estrellas habían desaparecido.

El ruido que había escuchado Theola parecía provenir del valle y ahora al mirar para abajo pudo ver el camino. Éste estaba vacío, pero el ruido aumentaba a cada momento, y Theola comprendió que se trataba de hombres marchando.

Sabía que, al igual que ella, cada uno de los hombres de Alexius Vasilos también había escuchado al enemigo y estarían listos, esperando la orden para abrir fuego. Aquella orden sería dada por el propio general y deseó saber dónde sen encontraba.

¿Estaría dispuesto a cuidarse como ella se lo había pedido? Tenía que entender que sólo vivo podría ayudar a su gente.

Si él moría, quedarían sin un líder y sin una motivación.

—¡Debe tener mucho cuidado! ¡Mucho! —se dijo angustiada y al presentir que él se encontraba en peligro, le embargó una agonía indescriptible.

Cabía la posibilidad de que fuera alcanzado por una bala perdida o que resultara muerto en combate, ya que sin duda los hombres del Rey comprenderían que muerto Vasilos, terminaba la revolución.

El ruido de las pisadas era cada vez más intenso y ahora Theola descubrió a los primeros soldados que entraban al valle.

El sol brillaba más a cada momento y divisó a un oficial a caballo flanqueado por dos guardias del Rey cuyos cascos resplandecían bajo el sol.

Detrás de ellos venían los cañones, aquellos cañones de largo alcance a los que tanto temía Alexius Vasilos, pues podían bombardear a Zanthos y convertirla en ruinas.

Cada cañón iba tirado por cuatro mulas y cuando la columna avanzó lentamente, Theola notó que había ocho en total.

Detrás de los cañones venían más oficiales con sus uniformes rojos y en perfecta formación, muy diferentes a la alegre algarabía de los hombres de Vasilos.

A esa distancia, Theola no podía distinguir los rifles que llevaban, pero estaba segura de que eran de los más modernos y recordó, con desmayo, las antiguas piezas que había visto en manos de los suyos.

«¿Cómo podremos vencer a un enemigo tan formidable?», se preguntó con ansiedad.

Juntó las manos pues sabía que sólo las oraciones y la fe de la, gente los podrían ayudar.

El oficial que marchaba al frente ya había llegado a más de la mitad del valle, pero la columna completa no quedaba a la vista.

Theola calculó que eran cientos y supuso que muchos más mercenarios de los que el general había anticipado, se habían unido al Rey en Grecia.

Poco a poco, la columna avanzó en silencio. No se escuchaban gritos de mando, ni voces, sólo el ruido de las ruedas, de los cascos de los caballos y de las botas sobre el camino.

Era atemorizador y a la vez impresionante.

¡Eran tantos! ¡Tan organizados! ¡Tan precisos! Se trataba de soldados profesionales. ¡Soldados entrenados para matar!

Theola tenía la idea de que había pocos kavonianos entre ellos, pero no podía estar segura.

El general le había dicho que la mayor parte del ejército de Kavonia se había unido a él, por lo que contaba con muchos soldados profesionales. Pero también había muchos ciudadanos comunes y corrientes, sin ningún entrenamiento militar.

Era posible que se sintieran impresionados por la prepotencia de las fuerzas del Rey.

«Tengo miedo», se dijo Theola en silencio.

Se preguntaba si era posible que muchos de los hombres que ahora permanecían escondidos, en un momento dado no tirarían las armas y correrían para no arriesgar sus vidas.

Por otra parte, no podía creer que abandonaran a su líder.

Sin embargo, ¿quién podía estar seguro de la reacción de un hombre en el momento en que arriesgaba su vida?

—¡Dales valor, Dios mío! ¡Dales valor! —Rezó Theola con voz alta y vio que el oficial que marchaba al frente, ya casi había llegado al otro extremo del valle. Toda la columna estaba a la vista, ocupando por completo el camino.

No cabía duda de que era un espectáculo impresionante y Theola se preguntó si el general no habría considerado que era una situación sin esperanzas y hubiera decidido no arriesgar la vida de sus hombres.

Una explosión la volvió a la realidad. El disparo resonó por todo el valle y de pronto el oficial que iba al frente cayó de su caballo.

Aquélla fue la señal que desató una descarga monumental en ambos lados del valle. Los hombres de Alexius Vasilos disparaban desde las cuevas detrás de las rocas y de todas partes. La formación de los soldados se desintegró mientras éstos corrían a buscar protección a los lados del camino.

Sólo las mulas continuaban avanzando, apresurando el paso aterrorizadas por el ruido de los disparos.

Se escucharon algunos tiros en respuesta, pero muy pocos.

Los hombres que se protegían a los lados del camino apuntaban sus rifles a las rocas por encima de ellos, pero les era muy difícil encontrar un blanco contra el cual disparar. Sus balas rebotaban en las piedras sin hacer ningún daño.

El ruido era muy sonoro debido al eco que se producía en el valle. Cada disparo era repetido y amplificado cientos de veces hasta volverse ensordecedor.

Ahora los hombres del Rey, ante las enormes bajas que estaban sufriendo, comenzaron a correr.

Los primeros en huir fueron los artilleros pues no llevaban armas adecuadas y al iniciar su carrera en retroceso, fueron seguidos por otros que arrojaban sus rifles para que no les estorbaran. Algunos hasta se deshicieron de sus uniformes para poder correr mejor.

Sin querer, los artilleros habían comenzado un movimiento que ya no se podía detener.

Presos del pánico, los hombres huían olvidándose de todo excepto de la necesidad de salvar sus vidas. Los que quedaban atrás ya no disparaban pues yacían muertos.

Theola vio cómo algunos oficiales trataban de detener la fuga, pero era inútil. Quienes aún tenían caballos, galopaban para salvarse y los demás corrían detrás de ellos.

Entonces Theola vio a su gente que salía de sus escondites y comenzaba a bajar al valle.

Observó al general que daba órdenes y a la gente que lo vitoreaba.

Aclamaban lo que ella sabía había sido una rotunda victoria, y de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas y ya no pudo ver más.

* * *

Fue bastante más tarde cuando el Comandante Petlos vino para acompañarla, hasta donde el general la estaba esperando.

A Theola le pareció que se sentía muy feliz, a pesar de que su uniforme estaba cubierto de polvo y de que tenía un rasguño en la mejilla y uno de sus dedos sangraba.

—¡Está herido! —exclamó ella.

—Pero por mi culpa —respondió él—. Bajé demasiado rápido por la ladera de la montaña.

—¡Hemos ganado! —exclamó Theola sin aliento.

—¡Una magnífica victoria! —declaró el Comandante Petlos—. ¿Y quién lo hubiera podido lograr sin el general?

—¿Tuvimos muchas bajas? —preguntó Theola.

—¡Prácticamente ninguna! —respondió el comandante—. Algunos hombres están heridos y los que murieron fue porque se expusieron sin necesidad.

Dejó escapar un profundo suspiro.

—Sólo el general pudo ser tan astuto para planear el ataque y a la vez lograr que los hombres resistieran el fuego hasta el último momento.

Soltó una carcajada.

—No fue fácil. Los que no eran soldados entrenados deseaban disparar desde el primer momento. Sólo el temor a desobedecer al general fue lo que nos ayudó a mantenerlos bajo control.

Theola se puso el sombrero, se sacudió la arena del traje y le dio la mano al Comandante Petlos para que la ayudara a bajar por la ladera.

—¡Es usted sorprendente! —exclamó él—. Se le ve como si acabara de salir de un palacio y estoy seguro de que los hombres pensarán que es consecuencia de su origen sobrenatural.

—¡Me alegra tanto haber estado aquí! —declaró Theola—. Creo que me hubiese vuelto loca si me hubiera quedado esperando en Zanthos sin saber qué estaba ocurriendo.

Y si ella se alegraba de haber podido estar con los soldados, cuando comenzó a bajar por la ladera se dio cuenta de que también ellos estaban orgullosos de su presencia.

La mayoría de los hombres se encontraba reunida alrededor de los cañones, contemplándolos asombrados, pues comprendían que al haberlos capturado, no habría contra ataque alguno.

* * *

Cuando Theola llegó a la última terraza antes de llegar al camino, los soldados la descubrieron y de sus gargantas brotó una aclamación tan espontánea, que de nuevo ella sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

El general comprendió la razón de su entusiasmo y se dirigió a Theola y al Comandante Petlos, pero no pudo llegar hasta ellos, los soldados habían rodeado a Theola y se arrodillaban para besarle las manos.

El la estaba abrumada ante aquella demostración, pero no podía hacer otra cosa más que sonreír y darles las gracias en su propio idioma.

Se sentía un poco extraña al sentir el contacto de sus labios en sus manos.

Miró al general y vio que él la miraba con una extraña expresión en sus ojos.

No pudo adivinar si estaba complacido o disgustado, pero un momento después, el Comandante Petlos la condujo a su caballo y la colocó sobre la silla.

—Ellos la acaban de canonizar —explicó él con voz baja—. Espero, señora, que disfrute ser una santa.

Ella pensó que estaba tratando de aliviar su tensión y le sonrió, pues la emoción le impedía hablar.

El general le hizo una señal para que se acercara a él y juntos cabalgaron al frente del ejército de regreso a Zanthos.

Ella sabía que aquello era una demostración premeditada de fuerza para infundir confianza en la gente de la ciudad y también para darles una oportunidad de aclamar a los hombres que los habían salvado de las fuerzas del Rey.

Mientras cabalgaban, Theola miró una y otra vez al general, esperando que éste le dirigiera la palabra.

Pero nunca se presentó la oportunidad de hablar a solas ya que a cada momento alguien se le acercaba con una pregunta o él tenía que dar alguna orden.

Mucho antes de llegar a Zanthos, Theola comprendió que las noticias ya habían llegado a la ciudad. Multitudes salían a su encuentro y las casas estaban adornadas con banderas.

La alegría iba mucho más allá de lo que Theola pudo haber imaginado jamás.

Cuando llegaron a la plaza, los niños arrojaron flores al paso de sus caballos y los gritos de bienvenida resonaron por todas partes, mientras que las lágrimas rodaban por las mejillas de las mujeres mayores.

A menudo, no podían avanzar, pues la multitud se los impedía. Muchas mujeres deseaban tocarla, besar el borde de su ropa y llenarle los brazos con flores.

A Theola le pareció que demoraron horas en llegar al palacio y aún allí, la gente llenó el patio hasta llegar a los escalones que conducían a la puerta principal.

El general desmontó y cuando el Comandante Petlos la ayudó a desmontar, él le dio la mano para conducirla hasta lo alto de la escalera y desde allí mirar a la gente.

Por lo que Theola alcanzaba a ver, la multitud ocupaba por completo el patio y la amplia avenida que conducía a la plaza.

—Debe estar muy cansada —dijo él—. Vaya a sus habitaciones y descanse. Yo me ocuparé de que le lleven algo de comer.

Aquéllas eran las primeras palabras que le había dirigido desde que se alejara de ella al amanecer, pero no pudo responderle porque, de inmediato, un grupo de oficiales lo acosó buscando sus instrucciones.

Ella subió por la escalera exhausta, pero aún emocionada por todo cuanto había sucedido.

Magara la estaba esperando y cuando Theola extendió sus manos, la doncella se las besó.

—¡Hemos ganado, señora! —exclamó ella con lágrimas en los ojos—. ¡Somos libres gracias al general y a usted!

—¡Sí, ganamos! —asintió Theola—. Pero me siento muy sucia después de haber dormido vestida. Quiero bañarme y dormir un rato.

Debe hacerlo, señora, porque después tendrá mucho que hacer.

Le prepararon el baño y Theola descansó en el agua caliente y ligeramente perfumada. Pero estaba tan cansada que cuando Magara la ayudó a meterse en la cama, se quedó dormida de inmediato.

Cuando Theola despertó, la fatiga la había abandonado y se sentía llena de vigor, alerta y excitada.

Tiró el cordón junto a la cama y de inmediato apareció Magara.

—Estaba pensando en despertarla, señora. Ya es hora de que se vista para la cena.

—¿Ya es tan tarde? —preguntó Theola—. ¿Cómo pude haber dormido tanto habiendo tantas cosas que deseo hacer?

—Afuera la multitud la llama a usted, señora. El general ha salido varias veces a saludar, pero no quiso que la despertáramos.

—Él también debe estar muy cansado —comentó Theola.

Magara rió.

—Lo dudo, señora. El general tiene fama de ser incansable. ¿Nadie se lo había dicho?

—No, nadie.

—En una ocasión, cuando visitaba a su gente en las montañas, encontró a un niño pastor que había caído en un barranco y se había roto una pierna. Hubiera muerto si el general no lo descubre, caminó durante tres días y tres noches con el niño en brazos hasta encontrar ayuda.

—¡Es sorprendente! —dijo Theola.

Magara sonrió.

—El general es sorprendente. No es como los demás hombres, señora… al igual que usted no es como las demás mujeres.

—No debe decir eso —le reprochó Theola—. Me temo que soy alguien muy común y corriente.

—Nadie en Kavonia le creerá después de que ayer la vieron aparecer como la ninfa de la leyenda y saber que les trajo la victoria.

—No fui yo quien les trajo la victoria. Fue el general.

—El general también —asintió Magara—, pero si usted no le hubiera salvado la vida, no hubiera habido victoria ni nada que celebrar.

Theola la miró sorprendida.

—¿Cómo sabe eso?

—El general nos lo dijo —respondió Magara—. Nos los contó esta tarde en los escalones del palacio.

Magara juntó las manos.

—Señora, ¿cómo vamos a dudar que usted viene de entre los dioses para traernos la felicidad?

Theola no respondió. Estaba sorprendida de que el general les hubiera relatado lo ocurrido.

Pensó que al narrar aquello podía resultar en detrimento del propio general, haciéndolo aparecer como un poco distraído. Sin embargo, él lo había hecho de manera que ella apareciera como heroína, aumentando la estimación que la gente ya sentía por su persona.

Se preguntó si ella significaría algo para el general.

No se atrevía ni a pensar que él pudiera amarla.

El la había besado, pero después de todo, aquello no significaba nada. Cualquier hombre besaría en despedida a una mujer que le estaba suplicando que tuviera cuidado.

Pero ¿había sentido él que aquel beso venía de otro mundo?

¿Había sentido él, al igual que lo había sentido ella, que ambos estaban envueltos por una luz? ¿Había sentido él el fuego que la había recorrido a ella?

Ella no podía saberlo. Jamás la habían besado y no tenía idea de cómo era un beso entre un hombre y una mujer. Sólo sabía que para ella había sido una experiencia indescriptible y que después de aquello jamás volvería a ser la misma.

«¡Lo amo!», pensó Theola, «pero si él no me ama, nunca deberá saberlo».

No pudo evitar pensar que si él la amara, le hubiera hablado durante el viaje de regreso o al menos le hubiera besado las manos.

Pero aunque él la había tomado de la mano, ella sentía que él no pensaba en ella, sino en aquella gente que lo aceptaba como gobernante.

Al menos podía haber subido a verla por un momento antes que ella se durmiera.

Magara le había preguntado si deseaba algo de comer o beber, pero Theola estaba decidida a esperar hasta la hora dé la cena, pues tenía la esperanza de poder cenar a solas con el general.

Ahora estaba tan deseosa de verle que su único deseo era vestirse rápidamente para estar lista en el momento en que él la llamara.

—¿Qué debo ponerme? —preguntó.

—Ya le arreglé todos los vestidos, señora.

—¿Cómo pudo hacerlo? —preguntó.

—Trabajé toda la noche, señora.

—Oh, Magara. ¡Debe estar muy cansada!

—¿Cómo iba a poder dormir, sabiendo que usted podría estar en peligro?

Theola se conmovió.

—Debió pensar que yo estaría a salvo al lado del general.

—¡Él no hubiera estado a salvo sin usted, señora!

Theola pensó que era cierto, si ella no hubiera permanecido despierta y alerta, el asesino hubiera entrado en la caverna sin que se dieran cuenta.

—Creo que Dios nos ha protegido a los dos —dijo con voz alta.

—Pasado mañana habrá una misa de acción de gracias en la catedral —le informó Magara—, y la gente se pregunta cuándo será la coronación.

—¡La coronación! —exclamó Theola.

—¡Alexius Vasilos es el verdadero heredero del trono! —declaró Magara—. Su padre reinó durante quince años y su abuelo durante veinte.

—En aquellos días, el país no se encontraba tan unificado como lo está ahora y había varios príncipes que reinaban en sus propios principados —concluyó Magara.

—¿Qué les ocurrió a ellos? —preguntó Theola.

—La mayoría se rebelaron contra el Rey Ferdinand y fueron muertos en batalla o ejecutados.

—¿No queda ninguno?

—Ninguno de importancia, por lo que Alexius Vasilos será el Rey de todo el país.

Theola contuvo la respiración sintiendo que era ridículo pensar que ella podría ser Reina.

Catherine hubiera disfrutado la pompa y la corte, pero éste no era el tipo de vida que ella deseaba, ni se consideraba apta para ello.

Por primera vez recordó que Alexius Vasilos no conocía nada acerca de ella, excepto que era la sobrina de un duque.

Su tío había dicho que ella jamás debería casarse, pues su madre había mezclado su sangre con la de un plebeyo.

¿Qué pensaría Alexius Vasilos de aquello? ¿Lo consideraría como una desgracia?

Él era un príncipe… un noble.

Theola nunca había pensado en él como tal hasta entonces. Lo recordaba con su ropa de aldeano cuando había venido a buscar a la niña herida.

Sus uniformes carecían de adornos excepto la orden que había llevado el día de la boda.

Y sin embargo, pertenecía a la realeza, y su dinastía era tan antigua o más, que la del Rey Ferdinand.

«Debo decírselo», pensó ella y tembló ante la idea de la posible reacción de él.

Mientras tanto, Magara aún estaba esperando a que ella escogiera un vestido.

¡Había tantos y tan bellos!

De pronto, Theola se cohibió y casi se avergonzó de sí misma.

¿Cómo podía estar aquí, en un palacio real, ponerse la ropa de su prima y engañar al príncipe heredero haciéndole creer que ella era alguien de importancia?

«Quizá si hubiera sabido quién soy, no me hubiera pedido que me casara con él, aunque fuera sólo en apariencia», pensó ella.

Él le había indicado claramente que el matrimonio civil podría anularse tan pronto como la guerra hubiera terminado, pero no había esperado que los casaran también por la iglesia.

—¿Qué puedo hacer? —se preguntó.

Sabía que permanecer callada sólo empeoraría las cosas, tarde o temprano Alexius Vasilos descubriría la verdad acerca de ella. Estaba segura de que su tío trataría de hacerle la vida imposible.

«¡Él me denunciará!», pensó ella con horror.

Y aquélla sería una buena excusa para que Alexius Vasilos anulara el matrimonio.

—Debe vestirse, señora —exclamó Magara, interrumpiendo sus pensamientos.

—¿Cuál vestido cree usted que es el más adecuado? —preguntó Theola.

—Ayer vestía usted de blanco, señora, y se veía como una santa —comentó Magara—. Pero creo que hoy debe verse como una mujer ante su esposo. Eso es lo que desearía cualquier hombre.

Theola no respondió y Magara sacó del guardarropa un vestido de gasa rosa pálido.

Cuando se lo hubo puesto, Theola comprendió que nada podía ser más adecuado para su cabello claro y su piel blanca.

La hacía aparecer como un capullo de rosa, como los que adornaban la cola y el frente del escote donde los pliegues de la tela le rodeaban los hombros desnudos.

Theola estaba tan preocupada que casi no se miró al espejo mientras Magara le arreglaba el cabello.

Apenas estuvo lista cuando escuchó que llamaban a la puerta.

Magara fue a abrir y regresó decepcionada.

—El general ha salido, señora, está demasiado ocupado para cenar con usted esta noche. En su lugar, le ha enviado la cena aquí.

«Es lo que debí pensar», pensó Theola. «Ya no soy útil para él».

Magara continuó hablando.

—El general dice que vendrá a verla más tarde por la noche.

—Comprendo —dijo Theola.

Su voz sonó hueca y el brillo desapareció de sus ojos.

La batalla había terminado y en lo que a ella tocaba, había sido derrotada.