Vacaciones
DETERMINADAS tierras descontaminadas se
habían dejado a un lado para convertirlas en lugares de vacaciones
para aquellos que habían logrado el estatus uniformado o con toga.
Además de tener un alojamiento superior y entretenimiento en vivo,
aquellos enclaves vacacionales ofrecían una serie de pasatiempos en
entornos naturales. Un servicio superior a la Ciudad Estado
naturalmente implica una recompensa mayor.
Aunque sus carreras progresaran rápidamente,
pasarían varios años antes de que Diana y Richard tuvieran acceso a
tal privilegio. Como la mayoría de los ciudadanos, pasaban sus
vacaciones en uno de los centros recreativos del sector. Los
centros también ofrecían un alojamiento excelente, unas variadas
cenas de alta calidad, entretenimientos, natación y varias
actividades de grupo. Aunque todo aquello tiene lugar en interior y
bajo techo.
Muchos ciudadanos, incluso aquellos de
naturaleza menos crítica que la de Richard Thorne, habían criticado
a los centros por su falta de variedad y lo predecible de sus
rutinas. Daba igual el centro que uno escogiera, todas las
vacaciones eran más o menos lo mismo. No había ninguna sensación de
aventura, lindaba la sensación de dejar atrás la vida cotidiana. En
respuesta a tal insatisfacción tan abierta se desarrollaron y
perfeccionaron las vacaciones virtuales.
Cuando Rick trató de abandonar el piso
aquella noche, Diana se interpuso en su camino. Estaba apoyada en
la puerta y tenía las manos a la espalda. Se había hecho otro corte
de pelo distinto, más corto. Llevaba la raya de los ojos precisa y
excesiva.
—¡Tengo una sorpresa para ti!
Él levantó la vista y la miró de arriba
abajo sin responderle. Le pareció dura, dura y débil.
—Bueno… ¿no quieres saber lo que es?
—Está bien —suspiró—, cuéntamelo.
—Este fin de semana nos vamos de
vacaciones.
Thorne frunció el ceño y negó con la
cabeza.
—¡No seas ridícula! No puedo coger
vacaciones ahora. Hay muchas cosas que hacer en el trabajo. No me
van a dar los días libres. —El trabajo estaba como siempre. Lo que
no podía era hacerse a la idea de pasar tiempo sin ver a
Josie.
—Pero es solo el fin de semana —le aseguró
Diana—. Nos vamos el viernes por la noche y volvemos el domingo por
la noche. Es lo último. No son unas vacaciones reales, es más real
que la realidad… ¡mejor que la realidad! Son unas vacaciones
virtuales. Tienes que haber visto los anuncios en el holo. Podemos
ir a cualquier lugar que queramos. ¡Mira estos!
Diana sacó las manos de la espalda. Tenía
varios folletos llenos de color y le sonreía. Se la imaginó
sonriéndole a Coopersmith.
Thorne cogió uno de los folletos a
regañadientes y lo empezó a hojear. De cada página le saltaban
imágenes animadas holográficas. Playas blancas iluminadas por el
sol, cascadas espumosas en el centro de bosques esmeralda, lagos
azules con barcos de vela que iban para delante y para atrás, una
vista de calles brillantemente iluminadas y decoradas por las que
atractivas parejas paseaban en pasarelas automáticas…
Más entretenimientos
sin cerebro, pensó como Josie, más
distracciones. Estaba a punto de tirar el folleto al suelo y
pasar por delante de Diana por la fuerza cuando se le ocurrió una
idea. Las vacaciones podían ser la respuesta perfecta. Podía
convertir sus dos días juntos en un infierno tal, podía hacer que
su comportamiento fuera truculento y atroz. Diana no querría volver
a verlo. Estaría tan deseosa como él de disolver su
emparejamiento.
—Está bien —Thorne se encogió de hombros—,
le daré una oportunidad.
—¡Maravilloso! —Diana hablaba
atropelladamente. Lo rodeo con los brazos y le dio un abrazo
rápido. Actuaba como cuando empezaban su relación, pensó, antes de
que se emparejaran—. Tengo otra sorpresa para ti, también…, pero
eso puede esperar hasta que lleguemos a nuestro destino.
—Supongo que ya habrás hecho las maletas
—dijo Thorne, paralizado por su abrazo.
—No —dijo Diana—. No tenemos que hacer
ninguna maleta. Todo lo que necesitemos nos espera allí.
—Pero ¿adónde vamos exactamente?
—¿Adónde va a ser? —dijo Diana llena de
satisfacción—. Vamos al Futuro Perfecto.
Thorne había visto anuncios en el holo que
ofrecían esa nueva manera de viajar, pero nunca les había prestado
demasiada atención. Lo que Diana olvidó decirle fue que a pesar de
que su viaje duraría tan solo dos días de tiempo objetivo,
subjetivamente les parecería mucho más largo. Tampoco le mencionó
que, además de ofrecer gran variedad de destinos, las vacaciones
virtuales venían con diferentes sabores emocionales.
Estaban las «Vacaciones familia feliz» para
aquellos que habían decidido criar a sus propios hijos. Algunos
solteros activos se decidían por «Lobo solitario al acecho»,
mientras que otros encontraban más a su gusto las tranquilas
«Sabáticas solitarias». Si Diana se hubiera ido de vacaciones con
Heather habrían cogido «Dos amigas de cachondeo». Como iba con
Richard y su objetivo era seducirlo, se había decidido por
«Vacaciones de amor para parejas escogidas».
La habitación en la que entraron estaba
iluminada tenuemente. De unos altavoces escondidos salía una música
suave y vaporosa. Las paredes y el techo ofrecían un holo continuo
de figuras abstractas llenas de color que se movían suavemente al
ritmo de la música. Les esperaban dos sillones, uno al lado de
otro, ambos almohadillados y con los reposapiés levantados. Junto a
cada sillón había una mesilla en la que había un vaso helado con un
líquido verde pálido en su interior. Les habían dicho que se
relajaran, que disfrutaran de la bebida, que las vacaciones
comenzarían en seguida.
—¡Esto está delicioso! —dijo Diana, que ya
se había sentado y ya sorbía la bebida—. Deberías probarlo.
Thorne estaba allí de pie, con las manos
metidas en los bolsillos, le dio la espalda y se puso a mirar cómo
se movían los dibujos. Le recordaban a las nubes cuando cruzan el
cielo después de una tormenta. Desde que habían salido del piso
había estado hosco y poco comunicativo. Cuando Diana trató de
cogerle la mano en el tren subterráneo, se había soltado de
inmediato y había seguido mirando por la ventana a la nada gris que
había al otro lado y que pasaba a toda velocidad.
—De verdad —insistió Diana a la vez que
trataba de hacer caso omiso de su comportamiento de la mejor manera
que podía—. Nunca he probado nada igual.
Thorne sacudió la cabeza para aclarársela.
Se había estado fijando demasiado en los dibujos. Parecían haber
tenido un efecto hipnótico sobre él.
Se giró hacia la mesa y cogió el vaso. Pensó
que podía tomar un trago y luego escupirlo y salpicar a Diana en el
proceso a la vez que gritaba lo mal que sabía. Sin embargo,
mientras se acercaba el largo vaso helado a los labios, un
atractivo olor llenó su nariz. Tomó un sorbo, y después otro.
Estaba muy frío, ácido y dulce al mismo tiempo, incluso algo
especiado, sabía a fruta aunque no era capaz de reconocer a cuál
exactamente. Y de verdad estaba delicioso. Si hubiera algo que
fuera en realidad el néctar de los dioses, Thorne pensó que bien
podía ser aquello. Bebió más cantidad y se sentó.
En lugar de recostarse, Thorne se echó hacia
delante con cada pie a un lado del reposapiés y los codos sobre las
rodillas con los pies bien plantados en el suelo. Fingió
elaboradamente mirar al reloj.
—¿Por qué tardan tanto? ¿Nos vamos a ir de
vacaciones o no?
—Solo han pasado unos minutos —le dijo
Diana—. Recuéstate y relájate como te han dicho. Para eso son las
vacaciones.
Thorne intentó pensar en una respuesta
ácida, pero no lo hizo con las suficientes ganas. Había tenido un
día muy ajetreado en el trabajo y ahora, muy a pesar suyo, empezaba
a sentirse algo relajado. Tras unos cuantos sorbos más de la
bebida, se recostó en la silla y levantó los pies.
La velocidad de la música y del movimiento
de los dibujos abstractos empezó a bajar, las nubes se alargaron y
empezaron a cambiar de color. Thorne bostezó. Toda la tensión de
los últimos meses salió de su cuerpo y un delicioso cansancio
invadió sus miembros. Se sintió como si flotara. Su conciencia
quedó envuelta en una enorme sensación de bienestar. A su lado,
Diana ya había cerrado los ojos y respiraba rítmicamente.
En el último momento antes de caer en el
pozo del sueño, un poco de paranoia afloró en la mente de Thorne.
Todo aquello era un truco. Los guardianes conocían sus delitos. Lo
sabían todo y lo esperaban al otro lado de la puerta. Se
despertaría encarcelado y listo para ser recondicionado.
La puerta se abrió y aparecieron varios
técnicos médicos. Habían cesado tanto la música como las imágenes
holográficas. La habitación estaba entonces fuertemente iluminada.
Levantaron a Diana y a Richard de sus asientos y los colocaron en
sendas camillas con ruedas. Los desnudaron y le hicieron a cada uno
un reconocimiento físico obligatorio, para asegurarse sobre todo de
que permanecerían inconscientes. Los rociaron con desinfectantes y
los vistieron con batas de hospital.
Sacaron las camillas de la habitación.
Sus vacaciones virtuales al Futuro Perfecto
estaban a punto de comenzar.
Era todo lo que había soñado Diana cuando
era una joven estudiante de arquitectura. Se deslizaba por las
calles de una ciudad transformada, con su pareja escogida junto a
ella. ¿Cien años en el futuro? ¿Mil años? ¿Quién podía
decirlo?
Estaba claro que se habían cumplido las
metas del Estado y el Futuro Perfecto se había convertido en una
realidad.
Las pasarelas automáticas eran más anchas.
Los edificios estaban más separados unos de otros y los jardines
naturales que había entre ellos eran asombrosos tanto en abundancia
como en variedad. Los propios edificios ofrecían un compendio de la
historia de la arquitectura. Chapiteles góticos. Columnatas
corintias. Fachadas rectilíneas Bauhaus. Decoraciones barrocas. A
través del genio del diseño y la colocación, todos aquellos
elementos encajaban juntos y se complementaban los unos a los otros
sin el menor conflicto.
El cielo sobre ellos estaba claro y tenía
más estrellas de las que Diana podía imaginar que pudieran existir.
La luna llena se elevaba entre los huecos de los edificios. La
noche era templada y agradable, la temperatura perfecta, y una
suave brisa les acariciaba las mejillas. Hasta el aire de la ciudad
olía diferente, más fresco, más limpio.
Aun así, la mayor diferencia se podía ver en
los habitantes de la ciudad. Era un auténtico mundo de gente
hermosa. Los habitantes que pasaron por su lado, tanto solos, como
en parejas o grupos estaban sanos y serenos. No saltaban de
pasarela a pasarela para interceptarse el paso. No tenían ninguna
prisa frenética por llegar a su destino. No apartaban la vista de
los otros a los que pasaban absortos por sus propias
preocupaciones, sino que les sonreían a los que los rodeaban
abiertamente, sonrisas que transmitían calma, seguridad y contento.
Y los vestidos y túnicas que llevaban eran magníficos.
Diana se avergonzó un poco de sí misma hasta
que bajó la vista y vio sus propias ropas. Llevaba un pareo de seda
de los colores del arco iris que se le ajustaba como un guante sin
impedirle el movimiento de ninguna manera. Su pareja escogida
llevaba una túnica a juego. Por la manera en que le resaltaba los
hombros y le caía por los lados se notaba claramente que había sido
hecha a medida.
—Es todo tan fantástico —exclamó Diana—.
Casi no me lo puedo creer. ¿No hace que te sientas
maravillosamente?
—Si —concedió Richard—, es maravilloso. Me
alegro mucho de que hayamos venido.
Su compañero escogido la rodeó por la
cintura con el brazo y la estrechó. Diana se rió y le devolvió el
gesto. Fueron al distrito de ocio, más rico y variado que el que
conocían de la vida real. Había todo tipo de espectáculos que se
pudieran imaginar, desde obras de teatro a conciertos, desde bailes
y exhibiciones artísticas hasta eventos deportivos. Había unas
pantallas gigantes que mostraban escenas de los eventos que estaban
teniendo lugar en aquel momento en cada teatro o recinto para poder
conocerlo antes de entrar. A las afueras de los restaurantes había
pantallas más pequeñas que mostraban la oferta de platos de cada
uno.
—¿No tienes hambre? —le preguntó
Richard.
—Estoy muerta de hambre —dijo ella—. ¿Dónde
comemos? Hay tanto donde elegir…
—Este parece que está bien. —Su pareja
escogida la cogió de la mano y la guió mientras bajaban de la
pasarela.
Acto seguido, Diana se encontró sentada en
una mesa en un entorno muy lujoso y un camarero con la chaqueta
blanca les daba unos menús enormes con el borde dorado.
La euforia que Thorne había sentido antes de
dormirse seguía en su interior. Se movía por una pasarela
automática con Diana junto a él. Un aluvión de impresiones recorría
su interior, lo que reducía su capacidad de atención mientras sus
sentidos saltaban de una a otra.
Pasaban por las calles de lo que parecía una
hipotética ciudad del futuro, una ciudad radiante donde todo
brillaba como nuevo como si acabara de nacer. El aire estaba claro
y era fresco. Por encima de sus cabezas, el cielo les ofrecía una
desbandada de estrellas.
Diana deslizó el brazo y se lo pasó por la
cintura y presionó su cuerpo contra el de él. Antes de que pudiera
reunir la concentración para soltarse y alejarse, una pantalla
gigante de holo lo distrajo con unos animales extraños que saltaban
y tocaban instrumentos musicales en ella.
Desde las profundidades de su mente la voz
de un hombre llamado Rick le gritó: ¡Nada de
esto es real! ¡Díselo a ella!
¡Estropéaselo!
Una parte de Thorne intentaba asirse a ese
grito. Sin embargo, para cuando logró salir a su consciencia ya no
era más que un susurro del que era fácil hacer caso omiso. Sus
pensamientos estaban atrapados en el momento y las oleadas de
euforia seguían bañándolo.
A lo largo de la calle a la izquierda se
extendían una serie de restaurantes, a cual más suntuoso.
—¿No tienes hambre? —preguntó Diana.
Y de repente la tenía. Estaba tremendamente
hambriento. Había comido casi justo antes de marcharse de su piso,
pero tenía la sensación de llevar días sin comer.
—Si —respondió—, vayamos a comer algo. Me
muero de hambre.
Diana lo cogió de la mano y tiró de él
mientras bajaban de la pasarela.
No caminaron hasta el restaurante ni
entraron. No esperaron a que los sentaran. Tan pronto como se
bajaron de la pasarela, estaban en la mesa con los menús en la
mano. Un camarero con chaqueta blanca esperaba junto a ellos para
que escogieran. La transición había sido instantánea, como si
fueran dos personajes de un holodrama que son transportados de la
escena uno a la escena dos.
Diana se recostó y miró a su alrededor.
Estaban sentados en un reservado que hacía esquina, lo que les daba
una buena vista de la sala y del resto de los comensales. El
restaurante no estaba lleno, pero tenía la suficiente cantidad de
gente como para confirmar que era bueno. Del techo colgaban
lámparas de cristal y de fondo sonaba música romántica. Los
manteles eran de lino blanco. En cada mesa había flores frescas y
una vela encendida.
Diana pidió cordero a la brasa con salsa de
menta. Richard optó por un filet mignon,
al punto. Pero aquello no era todo. Cada plato principal venía con
una cena completa. Ostras con su media concha. Sopa de cebolla con
queso al horno. Ensalada de endibias con aceitunas negras, tomates
cherry, picatostes y huevos revueltos.
Espárragos baby salteados con salsa de
mantequilla y limón. La comida estaba increíblemente deliciosa y el
servicio era impecable. Cada vez que sus vasos de vino quedaban
medio vacíos un camarero aparecía por arte de magia y los
rellenaba.
No hablaron mucho, a excepción de un
comentario o dos acerca de los diferentes platos. No hacía falta
hablar. Era suficiente con estar juntos y estar enamorados. Su
pareja escogida estaba tan atractivo como nunca lo había visto y se
había dado cuenta de que varias mujeres se habían fijado en él y no
dejaban de mirarlo, y él parecía estar disfrutando tanto como
ella.
—¿Estás lista para el postre? —le preguntó
Richard.
—Ha estado para chuparse los dedos —exclamó
Diana con un suspiro—, pero tengo que cuidar mi figura.
—No te tienes que preocupar por eso —le
recordó—. Cariño, ¿se te ha olvidado ya? Esto es comida virtual. No
hay ninguna caloría.
—¿En qué estaría yo pensando? —dijo Diana a
la vez que la mayor de las sonrisas asomaba a sus labios—. Es todo
tan real que se me olvidó. ¿Crees que tendrán mousse de chocolate? ¿O quizás tarta de
queso?
—Estoy seguro de que tendrán lo que quiera
que desees —le respondió Richard. La miró con deseo y alargó la
mano para acariciarle la suya.
Thorne se había vuelto a convertir en un
hombre dividido, casi partido en dos. La personalidad y las
emociones que las vacaciones superpusieron a las suyas eran tan
lejanas a la realidad que no tenían nada en común. Él era Richard
Thorne, estadístico, G-12 y estaba disfrutando de las vacaciones de
su vida con su pareja escogida. Al mismo tiempo era un delincuente
desviado que se hacía llamar Rick, un psicópata asesino atrapado en
un mundo de ensueño que estaba dispuesto a corromper hasta
convertirlo en una pesadilla.
Los platos seguían llegando, uno detrás de
otro. Parecían apetitosos. Si la bebida verde pálido había sido el
néctar de los dioses, Richard pensó que la comida que estaban
comiendo podía ser fácilmente su ambrosía.
Mientras tanto, Rick reclamaba su atención
en vano dentro de su mente.
Nada de esto es real. Atragántate. Escúpelo.
Monta una escena. Solo tienes dos días. ¡Hazla todo lo infeliz que
puedas! ¡Haz que te odie!
Richard dejaba que fuera Diana la que
hablara. No estaba seguro de poder llevar una conversación
coherente. Ella parloteaba de nada en particular, alababa la
comida, el servicio, combinaba los temas de conversación ligeros y
en algún momento sugirió que visitaran el circo de la ciudad. No
importaba lo que dijera. Cada vez que la miraba no podía evitar
pensar lo atractiva que era. Diana parecía más joven y radiante de
lo que había estado en años.
Piensa en ella con Coopersmith. Desnuda,
tumbada boca arriba. O de rodillas ante él. Sus manos arrugadas le
recorren el cuerpo. Piensa en cómo ella ha controlado tu vida. Ha
denigrado tu auténtico ser.
Ella llevaba una túnica dorada de un tejido
satinado. Le dejaba los hombros y los brazos al descubierto. Su
piel ligeramente cubierta de pecas brillaba a la luz de las velas.
Richard se había dado cuenta de que otros hombres del restaurante
la miraban. Hasta algunas mujeres lo hacían. Estar allí a su lado
lo hacía sentir el hombre más afortunado de todo el restaurante, de
todo el mundo. ¿Cómo iba a evitar amarla tanto como lo hacía?
Es un paquete de mentiras. ¡No quieres a
Diana! ¡Quieres a Josie! Ella es la que importa.
—Creo que es la mejor cena que jamás he
comido —dijo Diana con un suspiro—. Y lo mejor de todo es que no
tiene ni una sola caloría. Es comida virtual. —Se dio unas
palmaditas en su esbelto vientre y suspiró de nuevo—. ¿Qué vamos a
tomar de postre?
Maravilloso.
Maravilloso. La ciudad es maravillosa. Las calles son maravillosas,
¡Diana es la más maravillosa de todas! Todo es tan maravilloso que
enferma, ¡Despierta, tonto! ¡Nada de esto
es real!
La bestia que era Rick de repente irrumpió
con éxito en la conciencia de Thorne. Miró a su alrededor y vio la
belleza y encanto de la habitación y los negó. Miró a Diana e hizo
lo mismo. Superó la alegría que lo embargaba con sus propias
perversas compulsiones.
Rick golpeó la mesa con el puño. La
cubertería de plata tintineó y las copas se tambalearon.
—¿Postre? —gritó—. ¿Quieres decir que hay
más tonterías de estas en camino? Probemos el pudin de rata
desnaturalizada. ¿Qué tal una compota de arena con lodo? ¡Estoy
seguro que todo sabrá como los ángeles!
Los demás comensales continuaron comiendo y
charlando, sin hacer caso alguno de su arrebato. Diana pareció
confusa por un momento, pero para nada estaba avergonzada. No tenía
sentido. Debería estar sorprendida por su comportamiento.
Un camarero con chaqueta blanca se
materializó por arte de magia a su lado.
—¿Algo no está su gusto, señor? Si podemos
hacer algo para complacerlo, por favor, díganoslo. —No dejaba de
hacer reverencias mientras hablaba.
—Tan solo relájate, cariño —añadió Diana.
Alargó la mano por encima de la mesa y puso su palma sobre el puño
cerrado de Richard. Lo miró con adoración—. ¿Por qué no te tomas un
pastel de melocotón? ¿No es uno de tus favoritos?
Entonces, la euforia ciega volvió a azotarlo
como un maremoto, aplastante en intensidad, como si le inyectaran
una medicina eufórica en las venas. ¿En qué estaba pensando al
querer estropear una velada tan hermosa?
—Lo siento —dijo Richard—. No sé qué es lo
que ha podido apoderarse de mí. —Agitó la cabeza para intentar
aclararla—. Pastel de melocotón. Sería perfecto —suspiró—. ¡Suena
maravilloso!
—Está bien, cariño —dijo Diana, mientras le
daba palmaditas en la mano—. Tan solo relájate y deja que las cosas
sigan su curso. Ya sabes lo mucho que te quiero.
Con aquellas palabras, Richard sintió como
su propio amor por Diana le inundaba el pecho. También sentía a
Rick tomándole el pelo en su interior, su ira había quedado
aplacada por el enorme peso de la alegría despreocupada. Thorne no
sabía si podría sobrevivir a dos días de aquello y mantener la
cordura.
Se terminaron el postre y ya se estaban
tomando el café. Diana estaba tentada de pedir una tercera ración
mousse de chocolate o de pedir otro
postre. Con comida como aquella se podía pasar las vacaciones
enteras comiendo, pero había tantas cosas que quería hacer.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Richard, como
si le hubiera leído la mente—. ¿Quieres ir a bailar a alguno de los
recintos?
—¡Oh! Eso me encantaría —dijo Diana—. ¡Eso
es exactamente lo que quiero hacer!
Tan pronto como lo dijo, su deseo fue
concedido. Richard le estaba dando vueltas en una pista de baile
generosa. Una orquesta tocaba música encantadora en directo. Había
una bola plateada gigante que daba vueltas sobre sus cabezas. A
donde quiera que se movieran por la pista de baile, el resto de las
parejas les hacían sitio para que pudieran pasar.
Diana no había bailado así nunca en su vida,
con tanta gracia y tanto estilo. Así era como se tenía que bailar.
Podía sentir la música en los huesos, en el alma. Se movían juntos
como si pesaran menos que el aire. Y cualquiera que fuera la
colonia que llevaba Richard, la estaba volviendo loca.
Richard apenas había terminado de comerse su
pastel de melocotón, cada bocado se derretía en su boca, cuando
Diana sugirió que fueran a bailar. A Richard nunca le había gustado
bailar, salvo en las ocasiones que lo había hecho con Josie.
Tampoco es que nunca se le hubiera dado bien. Sin embargo, entonces
el mero pensamiento de tener a Diana en sus brazos y darle vueltas
por una pista de baile le pareció irresistible.
¿Cómo podía negarse?
Corte a escena tres. Estaban bailando.
Así es como Thorne empezaba a pensar en cada
segmento abrupto. Como si fueran escenas sucesivas de una película
de holo. Y se veía a sí mismo como un actor que no tiene más
remedio que recitar las frases que se esperan de él. Su deseo de
estropear las vacaciones había desaparecido momentáneamente. No
tenía necesidad de pensar en ello más. No con la música que estaba
sonando y su pareja escogida en los brazos, le brillaban los ojos,
su hermoso rostro estaba encendido y cualquiera que fuera el
perfume que llevaba, lo estaba volviendo loco.
No había duda alguna de que Rick era un loco
maníaco y un delincuente. Sin embargo, a pesar de sus falsas
ilusiones, era capaz de funcionar. Poseía toda la inteligencia de
Richard Thorne junto con un violento y artero don para fingir y
engañar. Pronto se dio cuenta de que si intentaba luchar contra los
efectos de las vacaciones, se enfadaba y se enfebrecía, por ello
experimentó una oleada extática que pudo con su resistencia. Así
que esta vez se dejó llevar por la marea alta y esperar el momento
oportuno, se separó a sí mismo del constante placer que sentía y
trató de concentrarse en lo que le estaba pasando.
También empezaba a sospechar algo. No solo
las calles, los edificios, la comida, toda la ciudad y sus
habitantes eran una ilusión, quizá Diana también lo fuera.
Quienquiera que lo estuviera acompañando en aquellas vacaciones, ya
no estaba seguro de que fuera su pareja escogida.
Ella podría haberse pasado toda la noche
bailando, solo que había otra cosa que deseaba mucho más. De nuevo
fue como si Richard le pudiera leer la mente. Cuando la música
cesó, en el hueco entre dos números, la apretó contra sí en un
salvaje abrazo. Allí mismo, en medio de la pista de baile le dio un
profundo beso en los labios.
—No puedo aguantar más —le susurró—. ¡Tengo
que tenerte!
—¡Oh, sí! —le respondió Diana, casi sin
respiración, pero no por el baile—. ¡Sí! —Nunca había deseado tanto
a Richard, no podía recordar desear tanto a otro hombre como lo
deseaba a él en aquel momento.
El salón de baile desapareció. Se
encontraban en el espacioso dormitorio de una suite de hotel en lo más alto de la ciudad. Toda
una pared era de cristal y les ofrecía una maravillosa vista de los
millones de luces que había por debajo. La luna en el lado oriental
del cielo parecía estar muy cerca e iluminaba la habitación, que no
tenía la luz encendida, con una luz suave y romántica.
Diana estaba sentada en la cama, la cama más
grande que jamás había visto, y llevaba un fino négligé negro. Richard estaba a su lado, y no
llevaba nada de ropa. La abrazó y volvió a besarla otra vez. Le
desabrochó el négligé y se lo quitó por
los hombros con experta facilidad. Entonces comenzó a hacerle el
amor. Suave y apasionadamente. Salvaje, tierna y
satisfactoriamente. Se había convertido en su sueño erótico
consumado.
—Vayamos a casa —le susurró Diana al oído—.
Hagamos el amor. —Le puso una mano en la nuca y lo acercó hacía sí.
Lo besó en los labios en medio de la pista de baile.
Escondido entre las sombras de la
consciencia de Thorne, Rick pensó por una fracción de segundo que
Diana sugería que abandonaran las vacaciones y regresaran a su
piso. Cuando el mundo que los rodeaba volvió a cambiar, se dio
cuenta de que se había hecho ilusiones.
Escena cuatro. Estaban en el dormitorio de
una lujosa suite de hotel. Había una
pared que era toda de cristal. Estaban sentados en el borde de la
cama. Antes de que pudiera ver todo su entorno Diana estaba sobre
él. Le arrancó la ropa, se quitó las suyas. Lo tocaba de maneras
que nunca lo había hecho antes, le descubrió una sensualidad
desinhibida que lo asombraba y a la vez lo apasionaba. Richard no
podía hacer otra cosa que no fuera responderle maravillado y con
aprecio con su propio deseo sin límites. Rick no podía hacer nada
más que observar desde una segura distancia y dejarse llevar por la
marea.
Estaban tumbados el uno junto al otro y se
estaban bebiendo el champán con el que habían sido obsequiados en
el hotel y que les habían dejado en la suite. Diana quería atrapar aquel momento para
siempre en su consciencia. Todos los problemas y dificultades de la
vida habían desaparecido. Se sentía satisfecha y completa de una
manera que jamás pensó fuera posible estarlo.
Tenía la intención de guardarse la sorpresa
para el final de las vacaciones, para cuando estuviera segura de
haber recuperado el control sobre su pareja escogida. Sin embargo,
las cosas estaban yendo tan bien, que no podía esperar más.
—¿Te acuerdas de que te dije que tenía una
sorpresa para ti? —comenzó.
Richard se giró hacia ella.
—Sí cariño, ¿de qué se trata?
Tenía pensado ir llevándolo hasta la
sorpresa poco a poco, hasta llegar al nuevo proyecto que le habían
asignado y juzgar la reacción de Richard. Sin embargo, la noche
había sido tan maravillosa que le costaba organizar sus
pensamientos. Había perdido la cuenta de cuánto vino habían tomado
en el restaurante y ahora se acababa de tomar aquel champán. Por
raro que pareciera, estaba tan contenta que le costaba pensar en
orden. Así que simplemente lo soltó.
—Me ascendieron la semana pasada. Me han
hecho G-16.
Se produjo una pausa, como si Richard
estuviera digiriendo la información.
—¡Eso es maravilloso, cariño! —dijo por
fin—. ¡Te lo mereces, sin duda! —Se inclinó sobre ella, la besó en
el hombro y la abrazó.
Diana había estado preocupada por cómo se lo
tomaría, ya que él seguía estancado en el G-12. Sin embargo,
Richard parecía estar verdaderamente complacido por ella, por lo
que decidió seguir a la carga.
—Y eso no es todo. Se supone que es un
secreto, solo lo saben unas cuantas personas, pero te lo puedo
decir a ti. Por fin se van a deshacer de ese barrio bajo. ¡Y me han
encargado diseñar todo un bloque de viviendas nuevas!
Se produjo otra pausa antes de que le
respondiera, pero cuando lo hizo dijo exactamente lo que ella
quería oír.
—Eso es maravilloso. Los barrios bajos son
una plaga para toda la ciudad. Deberían deshacerse de todos los
barrios bajos. Pero, no pensemos en cosas desagradables como esa.
Hablemos de cómo vamos a pasar el día de mañana.
Richard Thorne acababa de experimentar uno
de los encuentros sexuales más memorables de toda su vida. Y a
juzgar por la reacción de Diana, para ella había sido igual de
especial. Estaba completamente relajado, bebía champán y estaba
cayendo en un agradable sopor. Rick eligió ese momento para forzar
su vuelta a la superficie. Se giró hacia Diana. Su rostro estaba
apenas a unos centímetros del de él. Decidió que se había terminado
el tiempo de los subterfugios.
—No te quiero. —Su voz explotó en la
silenciosa habitación, más fuerte de lo que había sido su
intención—. Quiero a otra persona. Quiero disolver nuestro
emparejamiento. Diana no respondió inmediatamente. Bebió otro sorbo
de champán. A la luz de la luna que entraba por el enorme ventanal,
Rick pudo ver la misma expresión de asombro que había mostrado
cuando tuvo el arranque en el restaurante.
—Está bien, amor —dijo por fin, a la vez que
alargaba la mano y le daba unas palmaditas en la de él—. Solo
tienes que relajarte y dejar que ocurra. Ya sabes cuánto te quiero.
—Lo miró con los ojos abiertos de par en par, con total adoración,
como si no hubiera oído nada de lo que él le había dicho.
Rick se retiró, la mente le daba vueltas por
las implicaciones de lo que Diana había dicho. Era una respuesta
idéntica a la que le había dado en la cena, una respuesta
programada de un programa cuyos parámetros no estaban diseñados
para manejar aquella situación. Cualquiera que fuera el mecanismo
específico de aquellas vacaciones, Diana y él no las estaban
pasando juntos. La mujer que estaba junto a él no era su pareja
escogida, ni siquiera era una mujer de verdad, sino una imagen
generada, una inteligencia artificial que había sido equipada con
una variedad completa pero finita de reacciones. Su apariencia
externa y su comportamiento quizá hubieran salido de los archivos
secretos de Diana de la ciudad estado. O quizá los hubieran sacado
y proyectado a partir de sus recuerdos. Y después la habrían
idealizado.
Recordó las pocas discusiones que habían
tenido en sus anteriores vacaciones, cómo los resentimientos y
diferencias de la vida cotidiana habían salido a la superficie con
el ocio, así que cuando deberían haber estado disfrutando de su
tiempo, lo habían pasado discutiendo. Allí no había ningún peligro
de que ocurriera eso. Allí solo había belleza y armonía, y amor,
todo ficticio y forzado. Entonces pensó en la auténtica Diana,
quien debía estar pasando unas vacaciones parecidas a las de él en
compañía de un atento y amantísimo sustituto de Richard Thorne. Se
habían ido de vacaciones juntos, pero estaban pasando unas
vacaciones separados, completamente solos, rodeados de maniquíes,
criaturas que solo existían en sus mentes.
No había manera posible de que le estropeara
aquellas vacaciones a Diana, no había manera de que lograra hacer
que lo odiara como había planeado. Ni siquiera había manera de que
hablar con ella hasta que hubieran terminado aquellas
vacaciones.
El desayuno fue otro festín, se lo sirvieron
en la terraza del restaurante que tenía vistas a una playa de arena
blanca y al océano azul brillante.
Diana no podía dejar de comer. Devoró dos
raciones de tortitas con sirope de fresa, un plato de huevos
revueltos, beicon, fiambre, galletas, tres rodajas de melón y
patatas fritas. Entre bocado y bocado no podía evitar mirar a su
pareja escogida. Después de la noche anterior, también quería
comérselo a él.
—Debes pensar que soy horrible —se sonrojó,
mientras se secaba los labios con una servilleta—, llenándome como
lo hago.
—Nunca, cariño —le respondió Richard, a la
vez que alargaba la mano y le acariciaba la suya—. Come lo que
quieras. Relájate y deja que ocurra. Ya sabes cuánto te
quiero.
Richard llevaba un sencillo polo blanco de
manga corta con el cuello abierto. Sus ojos azules brillaban tanto
como el océano…, la brisa marina le acariciaba el pelo oscuro.
Diana nunca se había dado cuenta de lo hermoso que podía ser un
hombre.
—Cuando termines —añadió—, bajemos a la
playa.
—Como quieras —le respondió Diana—. Mientras
estemos juntos.
Diana había quedado atrapada en sus propias
intenciones de seducción. Si hubiera leído detalladamente la
descripción de «Vacaciones de amor para parejas escogidas», habría
entendido que era una vía de doble dirección. Los sentimientos que
generaba eran mutuos. Las vacaciones estaban diseñadas para
reavivar y fortalecer el amor entre parejas escogidas. Para
lograrlo, no solo creaba una Diana Logan idealizada y llenaba a
Richard Thorne de amor y devoción hacia ella, también creaba al
Richard Thorne perfecto para Diana Logan, el hombre de sus sueños,
de los que no se había percatado por completo hasta aquel
momento.
Se preguntaba cómo podría haber vivido
tantos años con Richard y haber estado tan ciega. ¿Cómo era que no
se había dado cuenta de lo afortunada que era por tenerlo a su
lado? Diana juró que cuando regresaran a su piso después de las
vacaciones y vivieran sus vidas cotidianas, iba a ser una compañera
mejor que antes. No iba a cuestionar a Richard ni a intentar
manipularlo. Dejaría de pasar tanto tiempo preocupándose por su
carrera. Intentaría convertirse en la mujer que él merecía de todas
las maneras posibles.
Las «Vacaciones de amor para parejas
escogidas» estaban teniendo en Diana el efecto exacto que se
pretendía cuando las crearon.
Escena cinco. Desayuno en la terraza.
Richard no recordaba haberse quedado
dormido. No recordaba haberse despertado, ni haberse duchado y
vestido. En un momento estaba quedándose adormilado agradablemente
junto a su pareja escogida y al siguiente estaban desayunando, a la
vez que contemplaban una playa de arena blanca y el brillante y
azul océano.
La comida era deliciosa y abundante. Diana
estaba tan hermosa que hacía que le doliera el corazón cada vez que
la miraba. No había ni una nube a la vista y el cielo azul parecía
infinito. Podía oler la brisa salina del agua. Era muy difícil
imaginar una mañana más perfecta.
Entonces, Richard se preguntó, ¿por qué se
sentía algo preocupado?
Una imagen de Josie cruzó su mente como un
relámpago. Una escena completa en imagen congelada. Estaba
inclinada regando una de sus plantas ilegales. La parte de arriba
de la ropa se le había subido y mostraba la suave piel oscura de su
espalda y caderas. El alargó la mano y la tocó, y ella se dio la
vuelta y le sonrió por encima del hombro. El podía oír su extraña
música antigua. Podía ver sus libros en las estanterías, la
mecedora balanceándose hacia delante y hacia atrás, la enorme cama
con el armazón chirriante de metal.
Richard apartó las imágenes de su mente. Ya
tendría tiempo suficiente de pensar en Josie cuando se hubieran
terminado las vacaciones. Lo que más importaba en aquel momento era
estar con Diana y compartir los placeres y delicias nuevos que el
día les fuera a deparar.
Él quería bajar al océano y caminar por la
arena y tocar el agua. Nunca había ido a una playa de verdad ni
había visto un océano de verdad. Entonces cayó en la cuenta de que
ni la playa ni el océano eran reales tampoco.
—¿Te gustaría bajar a la playa? —le preguntó
Diana, como si le hubiera leído el pensamiento.
—Sí —le respondió—, eso sería
maravilloso.
Aunque la perspectiva no le resultaba tan
maravillosa como se lo había parecido unos minutos antes.
Escena seis. Un día en la playa.
Las percepciones de Rick estaban empezando a
pasar al personaje que las vacaciones habían creado para Richard
Thorne. La división entre las dos personalidades se estaba viniendo
abajo. A pesar de que Rick no le podía estropear las vacaciones a
Diana, estaba logrando con éxito corromper las suyas propias.
Estaban tumbados en una toalla de playa azul
gigantesca bajo una enorme sombrilla de playa amarilla. A pocos
metros de ellos, las suaves olas coronadas de blanco bañaban la
orilla. Ambos llevaban bañadores rojos y el de Diana era tan
pequeño que dejaba muy poco a la imaginación. Aun así, en lugar de
contemplar el cuerpo de Diana, por delicioso que fuera, Richard
examinaba el de él.
Se había llevado la muñeca a la cara.
Acababa de descubrir que si miraba su piel muy de cerca, no podía
ver los poros. Sabía que no le pasaba nada en la vista. Le habían
corregido la vista cuando era niño y desde entonces no había vuelto
a tener ningún problema.
Probó a hacer lo mismo con la arena. A
cierta distancia parecía bastante real. Pero si se la acercaba lo
suficiente, se desenfocaba y se convertía en una superficie sin
defectos. No podía distinguir los granos en solitario. Tampoco
tenía el tacto adecuado cuando se cogía y dejaba pasar entre los
dedos. Él no estaba muy seguro de cómo sería con la arena real,
pero tenía la sensación de que tenía que ser algo más fuerte al
tacto.
Un camarero con chaqueta blanca del
restaurante que había arriba se materializó a su lado. Rick/Richard
se dio cuenta de que se había materializado virtualmente, había
salido de la nada.
—¿Puedo traerle algo, señor? ¿Quiere algo de
beber? ¿O algo de comer? Podemos ofrecerle un servicio completo de
menú aquí mismo en la playa.
—No… no, gracias —respondió Richard/Rick—.
Ahora mismo no. Estoy bien. —Aunque no se encontraba bien en
absoluto.
El camarero desapareció con la misma
brusquedad que había aparecido.
—¿Te pasa algo, amor? —le preguntó Diana a
la vez que se incorporaba sobre un codo y se giraba para mirarlo.
Uno de sus pechos amenazaba peligrosamente con escapar de su
sujeción. Richard/Rick estaba excitado, aunque no quería
estarlo.
—No —le respondió—. Todo está… bien.
—¿Solo bien? —dijo ella, a la vez que hacía
un mohín.
Diana se puso en pie y salió de la toalla.
Metió un pie desnudo en la arena y con una patada le tiró un poco
encima mientras se reía y bailaba hacia el agua.
—¿Qué te apuestas a que no puedes cogerme?
—lo provocó—. ¡A que no me coges!
Antes de que pudiera darse cuenta de lo que
estaba pasando, Richard estaba en pie y corría tras ella. La cogió
al borde de las olas y ambos cayeron sobre la arena mojada. Las
manos de él estaban sobre los brazos de ella. Él le besaba los
hombros mientras las olas rompían sobre sus cuerpos. El tirante del
bañador de Diana se soltó, estaban el uno apretado contra el otro,
y Richard se sentía embargado por el deseo. Las dudas que lo
asaltaron por un momento se disiparon enseguida. Si no hubiera sido
por el resto de la gente que había en la playa, le habría quitado
el resto del bañador a Diana y le habría hecho el amor allí
mismo.
Para su horror y consternación. Rick se
encontró atrapado sin remedio en aquel momento. Había caído de su
posición cínica y distante y sentía lo mismo que Richard. Con el
calor del sol en la espalda y el calor del cuerpo de Diana bajo el
suyo, con las frescas olas rompiendo en sus piernas y los pájaros
chillando sobre sus cabezas, era muy difícil creer que nada de
aquello era real. Era imposible no desear a la mujer que estaba
abrazando.
La división entre las dos personalidades
dispares se estaba rompiendo en ambos sentidos. Al igual que las
percepciones negativas de Rick invadían al personaje de vacaciones
de Richard Thorne, las percepciones positivas que generaban las
vacaciones también tenían su efecto sobre Rick. Las vacaciones
estaban actuando como una especie de agente condicionante, tal y
como se suponía que debían hacer. No solo intentaban convertir a
Richard/Rick en una pareja escogida amante y devota, en un nivel
más profundo trataban de curarle su desviación, imbuirlo con
actitudes que lo condujeran a una vida sana y satisfactoria como un
ciudadano productivo.
Escena siete. Navegan por el profundo mar
azul en un pequeño barco de vela. Los dos solos. Richard nunca
antes ha montado en ningún tipo de barco, pero sus manos saben
instintivamente qué es lo que deben hacer. Diana como su segundo de
a bordo es impecable a la hora de orientar las velas.
Escena once. Disfrutan de otra increíble
cena en un restaurante en lo alto de una torre. Champiñones
rellenos de cangrejo. Sopa de pepino. Áspic de tomate. Escalopines
de ternera. La decoración es toda de cristal y metal. La sala era
circular y todos los comensales tenían asientos con ventana.
Mientras cenaban, el suelo iba girando muy lentamente. Para cuando
llegaron al postre ya habían dado una vuelta de trescientos sesenta
grados a la vista de la ciudad.
—Ingenioso —observó Diana—. ¡Y muy elegante!
¿No estás de acuerdo?
Por supuesto que lo estaba. Todo era muy
elegante y muy real. Se podía ver, se podía saborear, se podía
respirar. Si no se miraba demasiado de cerca, si no se pensaba
demasiado en ello, hasta se podía olvidar, durante unas cuantas
horas cada vez que no era más que una ilusión.
Pronto a Rick le quedó claro que no tenía
elección acerca de a dónde irían después. Como cualquier serie de
comandos de ordenador, las vacaciones se ejecutaban en un orden
determinado. Era siempre Diana, el «constructo» llamado Diana, se
lo tenía que recordar a sí mismo, quien proponía su siguiente
actividad o destino. Si él sugería algo diferente, Diana lo
disuadía. O si no aparecía una distracción lo suficientemente
duradera como para que se olvidara de su sugerencia y se pusiera a
continuar con el programa.
Mientras tanto, la auténtica Diana seguía el
mismo programa con menos conflictos y más satisfacción. Había
algunos momentos en los que una duda perdida se le cruzaba por la
mente. Se preguntaba por qué era tan difícil pensar con claridad o
hablar de cualquier cosa que no fueran las vacaciones. Se daba
cuenta de que a un determinado nivel no era ella misma, que actuaba
y reaccionaba de manera espontánea en lugar de hacerlo con su
acostumbrada reflexión. A pesar de todo, su recién hallada
felicidad ensombrecía sus preocupaciones. Su pareja escogida había
vuelto a ser el hombre que ella quería que fuera y mucho más que
eso. A pesar de lo que había pasado entre ella y Coopersmith, sin
importar lo que atrajera a Richard al barrio bajo, las cosas podían
volver a la normalidad y sus vidas tendrían lugar como estaba
planeado. Ella estaba convencida de ello.
Escena catorce. Montaban a caballo a través
de un páramo verdeante moteado por el sol. Sobre ellos se
levantaban enormes árboles. Había una gran profusión de flores, de
todo tipo de especie y color, en los matorrales que cubrían el
suelo del bosque. Sus caballos era un palominos dorados con una
hermosa cabellera blanca. Se detuvieron en un lago que parecía una
joya, era tan claro que podían ver cómo nadaban los peces en sus
profundidades. Tomaron un picnic junto a
un río y un puente cubierto. Fruta fresca. Un pollo asado frío.
Quesos variados y pequeñas galletas saladas pentagonales. Un vino
blanco semiseco que se había mantenido perfectamente helado a pesar
de que la cesta de picnic que llevaban no
tenía unidad para enfriar.
Escena dieciséis. Acuden al circo de la
ciudad en la plaza del Fundador. La fuente de Severin sigue estando
allí, casi el doble de grande de lo que Thorne la recordaba de la
vida real, y los murales ahora se iluminaban desde el interior. El
circo era mil veces más impresionante que cualquier circo que
hubieran visto antes. Los payasos eran hilarantes. Los leones y
tigres eran tan feroces que daban miedo hasta que empezaban a
demostrar sus trucos. Entonces se convertían en el animal retrato
de la gracia y la inteligencia. Los malabaristas y acróbatas
llevaron a cabo más de un número impresionante. El aplauso era
estruendoso por todos lados.
Una escena llevaba a la otra, y esta a otra,
y esta otra, a su vez, llevaba a otra más. Parecía no dejar de
continuar.
—Creía que solo nos íbamos a quedar dos días
—dijo Richard/Rick—. ¿No tenemos que regresar al trabajo?
—Son solo dos días de tiempo objetivo —le
explicó Diana—, pero ahora vivimos en tiempo subjetivo. ¿No es
maravilloso?
Todavía se producía algún que otro arranque
cuando el personaje de Rick salía a la superficie. Sabía que la
Diana real no sabría de sus acciones, pero de alguna manera, tenía
la esperanza de provocar un cortocircuito en las vacaciones y
escapar.
En un determinado momento dejó caer una
jarra de café hirviendo sobre el regazo de la Diana virtual.
—¡Hay que ver! ¡Serás torpe! —lo
reprendió.
Él la observó mientras se secaba el vestido
con una servilleta sin resultado visible alguno. El café se evaporó
con rapidez. Para cuando él volvió a poner la jarra en la mesa,
esta estaba llena de nuevo.
En otra ocasión, mientras bailaban, él no
dejó de pisarle los pies. Diana lo abrazó con fuerza, lo levantó
del suelo y terminó el número sujetándolo a varios centímetros del
suelo. Aquella misma noche ganaron un concurso de baile y aceptaron
una copa de plata en un escenario ante una multitud que los
admiraba y envidiaba.
Rick estaba forzando los límites de las
vacaciones virtuales hasta el punto en el que sus respuestas ya no
podían ser racionales o conformes a la realidad. Los programadores
no podían haber previsto sus acciones extravagantes. Un ciudadano
normal jamás las habría podido concebir, y mucho menos llevar a
cabo.
En cualquier momento que los ordenadores que
controlaban el cuerpo de Thorne detectaban agitación o emociones
negativas, le metían más euforizantes y relajantes en el cuerpo. El
programa seguía funcionando y Richard/ Rick se movía por él en un
aturdimiento cada vez más extático.
Estaba cautivo en una especie de paraíso sin
cerebro. Parecía no haber otra salida que no fuera la que Diana
había contratado, cuando llegara.
Escena dieciocho. Escena veintitrés. Escena
treinta. Escena treinta y seis. Escena cuarenta.
Todas las noches regresaban a su espaciosa
suite con su interminable botella de
champán por cortesía de la casa y su enorme ventana de suelo a
techo. Todas las noches hacían el amor intensa y
satisfactoriamente. Era como si le hicieran el amor al campo de
estrellas que brillaba en el cielo y a las luces que centelleaban
en las calles abajo. Richard quería comerse cada centímetro de
Diana. Ya no importaba si era real o no. Si el personaje de Rick
trataba de resistirse, le metían más medicamentos, euforizantes y
estimulantes sexuales, en el cuerpo. Y la Diana virtual lo
perseguiría con un repertorio seductor tal, que no podría
negarse.
Escena cincuenta y tres. O quizá solo
cuarenta y ocho. Richard/Rick había perdido la cuenta hacía tiempo
ya. Se preguntaba si ya habría terminado el primer acto.
Estaban sentados en unas sillas tapizadas en
un anfiteatro al aire libre y veían una obra de teatro. La noche
era templada y agradable como siempre lo era. Sobre sus cabezas, la
luna estaba llena. Siempre estaba llena. Richard/ Rick sonreía.
Siempre sonreía. Era maravilloso.
—¿Qué pasa cuando llueve? —le preguntó a
Diana—. ¿No se estropearían las sillas?
—Aquí no llueve nunca —le dijo—, a no ser
que nosotros queramos que llueva. Aun así solo sería lluvia
virtual. No haría ningún daño a las sillas.
—Es cierto —dijo él—. Se me había olvidado.
—Él se rió.
—Mira esto —le dijo Diana a la vez que le
indicaba con un gesto hacia el escenario—. Presta atención. Esto es
importante.
La obra de teatro era un drama político
acerca de cómo el Futuro Perfecto había llegado a ser realidad.
Tenía multitud de personajes y estaba lleno de complejas intrigas
políticas. Richard/Rick intentaba prestar atención porque Diana así
lo quería. Dado el nivel de medicamentos que tenía en el torrente
sanguíneo y en la mente, la obra resultó ser demasiado complicada
para seguirla. Seguía las indicaciones que le daba Diana. Cuando
ella asentía o aplaudía él hacía lo mismo.
No le importaba la obra de teatro. Para él
era más que suficiente estar allí sentado en una noche tan hermosa
con su pareja escogida junto a él. No es que fuera más que
suficiente nada más, es que era maravilloso. Y también lo era
Diana. No podía imaginar lo que haría sin ella.