Capítulo once
El túnel estaba totalmente oscuro y apestaba, el hedor de putrefacción animal le rodeaba por todas partes. Antonine bloqueó los olores tanto como pudo, concentrándose solamente en correr por el suelo resbaladizo y lodoso mientras el pasadizo se curvaba a la izquierda y luego a la derecha, la pendiente subiendo y bajando como una montaña rusa. Cientos de insectos pululaban por el suelo en anchos ríos sólo rotos por los bancos de barro por los que chapoteaba. Oyó el crujido de los caparazones que se quebraban bajo sus pies y el chasquido sordo y húmedo de los miriópodos blandos, de los ciempiés y de otra docena de gusanos inidentificables que aplastaba al correr.
No oyó ninguna señal de que lo persiguieran, al parecer había acertado en su sospecha de que los Danzantes temían entrar en el túnel y él esperaba sobrevivir a lo que fuera que les mantenía a raya.
Por fin, delante de él, en la oscuridad, vio filtrarse la luz a través de un enredo de parras. Aumentó la velocidad y salió como una bala de la boca de la cueva para entrar en un páramo apenas iluminado y prácticamente desherbado. La luna brillaba tras un banco de nubes con la fase gibosa lista para crecer y convertirse en luna llena.
Paró y escuchó asomándose cautelosamente en todas direcciones. No oyó ni vio ninguna señal de vida animada pero las huellas de botas continuaban dirigiéndose hacia el cerro más alejado.
Cambió de la forma de lobo a la forma Glabro, sacó el klaive y empezó a seguir silenciosamente las huellas.
Al acercarse a la colina escuchó el sonido del metal pegando en la piedra y una maldición gutural en un idioma que no pudo identificar. Moderó la marcha aún más y sacó con mucho cuidado la cabeza por encima del cerro asomándose a la cala.
La luna estaba allí abajo, luciendo en todo su esplendor, más brillante aún que la que escondían las nubes del cielo.
Antonine se paró sin saber muy bien qué era lo que veía y miró con más atención. Aquella reluciente luna era un Garou en la forma Crinos cuya piel era del más puro y níveo blanco. El Garou maldijo otra vez y levantó mucho el klaive bajándolo con fuerza sobre lo que parecía una roca plana que bloqueaba la entrada a un antiguo túmulo funerario. La roca estaba tallada con nudos y unas espirales celtas desgastadas por el tiempo.
La espada de plata rebotaba en la piedra inflexible echando chispas. El Garou la tiró a un lado y paseó en círculos, con la ira emanando de él como un campo magnético.
Antonine contempló su cara lobuna y le reconoció. Cayó de repente en la cuenta de que había estado equivocado desde el principio, que el destino había jugado una mano muy diferente de la que él pensaba que se había repartido. Pero tenía sentido, no, mucho más que eso, completaba un círculo que le devolvía al principio de todo aquello.
Se levantó y se dirigió en voz alta al Garou de abajo.
—¡Arkady!
Arkady levantó la vista asumiendo una postura amenazadora y entrecerró los ojos mientras examinaba al que le había llamado por su nombre.
—Te conozco… te he visto antes…
Antonine empezó a bajar del cerro hacia el lord de los Colmillos Plateados.
—Soy Antonine Gota de Lágrima. Sí, ya nos habíamos visto antes, en la corte del rey Jacob Muerte de la Mañana.
Arkady asintió todavía receloso.
—Sí… sí, ya me acuerdo. Intentaste convencer al rey de que había una conspiración Wyrm oculta —retiró los labios para revelar una fila muy afilada de dientes—. Y también sé que ayudaste al rey Albrecht contra mí.
—Lo hice y tú sabes las razones. ¿No te arrepientes de ellas? ¿O eres un traidor a Gaia como dicen?
A Arkady se le erizó el pelo y los ojos se le convirtieron en carbones encendidos.
—¡Mentiras! ¡Debería arrancarte la lengua y hacértela tragar!
Antonine se detuvo y adoptó una postura neutral pero a partir de la cual podría iniciar una serie de movimientos marciales en un momento.
—Y sin embargo no llevas a cabo tus amenazas.
—Eres un problema que no merece mi esfuerzo. La pesadez de un mosquito como mucho.
—¿O es que sospechas que no iba a caer tan fácilmente?
—No me pongas a prueba, Contemplaestrellas. He oído hablar de tu destreza, pero yo soy Arkady, de la Casa de la Luna Creciente, el más puro de los Colmillos Plateados. ¡He asesinado a más criaturas Wyrm de las que tú puedas catalogar en tu biblioteca! No te burles de mí a menos que desees unirte a sus filas en los fosos de los muertos.
Antonine hizo un gesto rápido con la cabeza señalando la colina por la que había bajado.
—¿Sabes que te está persiguiendo una banda de Danzantes de la Espiral Negra?
Arkady gruñó y levantó la vista a la colina, retrocedió y agarró el klaive del suelo.
—Llevan días siguiéndome los pasos pero sin atreverse a acercarse. —Miró a Antonine de nuevo, con cautela, con suspicacia—. ¿Por qué estás aquí? ¿Cómo pasaste si ellos estaban ahí?
—Un viejo… compañero de manada les despistó. No me siguieron al interior de la cueva y sospecho que tú sabes por qué…
—Tienen miedo de este lugar. No pueden ir a donde yo tengo intención de ir. Pero no me has respondido, ¿por qué estás aquí?
Antonine envainó su klaive, suponía que su actitud había conseguido establecer un nivel de igualdad en el juego de dominación alfa. Arkady quizá fuera un lord de los Colmillos Plateados pero él era un anciano Contemplaestrellas y no se inclinaba ante nadie sin una buena razón.
—Seguí tus huellas, aunque no sabía que eran tuyas.
Arkady inclinó la cabeza burlón.
—¿Entonces a quién esperabas ver?
—No me atreví a hacer una suposición. ¿Por qué estas tú aquí?
Arkady se quedó callado un momento, aparentemente decidiendo si podía confiar en el Contemplaestrellas.
—Voy en busca de la Espiral de Plata, el espejo de la Negra.
Antonine no pudo ocultar el estremecimiento de emoción que le atravesó. ¿Una Espiral de Plata? ¿Podría ser lo mismo que la senda de plata?
—¿Qué quieres decir?
Una sonrisa ligeramente afectada apareció en el rostro de Arkady.
—Creo que ahora te toca a ti. ¿Por qué has venido?
—Voy en busca del Hilo de Plata.
Arkady abrió mucho los ojos.
—¿Qué es eso? ¡Habla!
—Creo que lo sabes. Nunca he oído hablar de la Espiral de Plata pero sospecho que es lo mismo que yo estoy buscando. Dime lo que es y cómo supiste de ella.
Arkady frunció el ceño y pareció sopesar por un momento la alternativa de intentar utilizar la fuerza contra Antonine o bien concederle su deseo. Al final decidió que reconociendo el mérito de Antonine conseguiría lo que quería.
—¿Has oído hablar de las Espirales de Plata? —Cuando Antonine no reaccionó continuó—. Son la gran vergüenza de nuestra tribu: los que se perdieron y sucumbieron a la locura del Laberinto de la Espiral Negra.
Se acercó a la gran piedra que había estado atacando y se apoyó en ella.
—Hay muchas leyendas entre los nuestros, y entre las Espirales Negras, sobre esos Colmillos, y la mayor parte de esas historias se malinterpretan. Son muchos los ancestros de nuestra tribu que han caído por razones mezquinas, pero algunos se han sacrificado al intentar ganar un gran premio para todos los de nuestra raza.
»Yo he estudiado esos intentos y he descubierto la clave de su caída. Yo, sin embargo, no caeré, pues al contrario que ellos, esta tarea es mi destino. No ha habido nadie de sangre más pura que la mía desde hace generaciones y todo lo que me ha traído aquí ha sido orquestado por el destino para asegurarse de que ahora nada me detiene.
—¿Ante qué? ¿Cuál es esa tarea de la que hablas?
—Caminar por la Espiral de Plata (el espejo de la Negra) y alcanzar el corazón del Wyrm. Asesinarlo en su guarida, donde aguarda sin protección con el vientre listo para recibir mi klaive.
Antonine se estremeció.
—¿Es eso lo que crees? ¿Que tu tarea es asesinar a uno de los que conforman la Tríada, las tres fuerzas primordiales de la creación? El Hilo de Plata, o la Espiral de Plata como tú la llamas, no es para eso. El Hilo de Plata es una senda escondida que entra en la tela de la Tejedora y en el capullo que rodea al Wyrm. Está entretejido por detrás y a los lados del Laberinto de la Espiral Negra para ocultarlo de la mirada de la Tejedora y no lleva a la destrucción, sino a la liberación. Se debe liberar al Wyrm de su cautiverio, no matarle.
Arkady miró a Antonine como si estuviera loco.
—¿Liberar al Wyrm? ¿Para que pueda descargar una destrucción ilimitada en toda Gaia? ¿Qué clase de locura de saber Contemplaestrellas es esa?
Antonine sacudió la cabeza con tristeza.
—Está claro que tú y yo, provenientes de tribus y auspicios diferentes, vemos las cosas de formas muy diferentes. Sin embargo, déjame que te diga esto: mi tribu lleva mucho tiempo intentando ver más allá de todos los engaños para lograr una visión clara de la realidad. Nos han dado la bienvenida como asesores hasta los Garou más sangrientos, pues incluso para un Ahroun nuestra sabiduría ha resultado útil si se la solicitaba para terminar con un conflicto. Y ahora te pregunto, Arkady, ¿vas a aceptar mi consejo o fiarte del tuyo? He llegado aquí no a través del estudio de las leyendas sino por las profecías de Quimera y Selene. No me equivoco en esto.
Arkady pareció mirar de otro modo a Antonine midiéndole con la vista una vez más.
—¿Y también le das consejo a Albrecht? ¿El que lleva la corona en mi lugar?
—Él sabe lo suficiente para prestar atención a mi sabiduría, le ayudó a ganarse esa corona. Francamente, había pensado traerlo a él para esta búsqueda, no esperaba que fueras tú el llamado.
Arkady sonrió burlón.
—Pero no fue él quién arriesgó la cólera de toda la Nación Garou para conseguir este secreto, ¿verdad? No fue él quién luchó con incontables criaturas Wyrm para llegar hasta aquí, la mismísima entrada del camino. Te concedo que tu sabiduría debe ser mucha para haberle permitido a Albrecht encontrar la corona, pero debes jurarme que tus palabras son verdad y no otro truco más para premiar a Albrecht con mi destino.
—No te robé tu destino, Arkady. Si ahora estás aquí, buscando el Hilo de Plata, entonces es que la corona no era tuya. Me di cuenta antes de llegar aquí de que sólo el más puro de los Colmillos Plateados podía caminar por esa senda. Creí que sería Albrecht, pero parece que el Hilo es tu sino.
Arkady asintió como si supiera era verdad pero quisiera oírselo decir a otro.
—Entonces ayúdame a quitar esta roca de la entrada. Dentro se encuentra el primer paso de la Espiral de Plata, la he buscado mucho tiempo sólo para encontrarme ahora con una barrera infranqueable.
Antonine miró a su alrededor.
—Primero dime dónde está este lugar y qué es, ¿una especie de reino?
—Una bolsa en la Penumbra de Escocia escondida de la vista por antiguos guardianes. Sólo se puede llegar a ella desde la Umbra Profunda, aunque se puede salir con sólo pasar al otro lado al mundo material.
Antonine frunció el ceño, entrecerró los ojos e intentó asomarse a la Celosía para mirar en el mundo material y comprobar si lo que decía Arkady era cierto. Lo que vio fue un páramo oscuro.
—Lo que dices parece ser verdad. ¿En qué parte de Escocia estamos?
Arkady respondió despectivo.
—Cerca del foso del Wyrm donde los Aulladores Blancos perdieron el alma.
A Antonine se le pusieron los pelos de la nuca de punta. Apenas pudo contener la oleada de miedo irracional que le atravesó. Aquel foso era una de las guaridas más temidas de los Danzantes de la Espiral Negra pues era el lugar donde se engendraron en primer lugar. Se rumoreaba que se abría al mismísimo Malfeas, en el Laberinto de la Espiral Negra. Antonine apartó las preocupaciones que se le ocurrían sobre como iba a escapar él de aquel lugar y se volvió hacia Arkady.
—No dejas de llamarlo espejo. ¿Qué quieres decir con eso?
—Exactamente lo que he dicho: es un espejo de la Espiral Negra, pero un espejo que es blanco en contraste con la negrura del otro. —Sacó una hoja arrugada de libreta del bolsillo y se lo entregó a Antonine. Exhibía un esbozo a lápiz de una espiral dibujada con una sola línea negra con unas flechas que enfatizaban las zonas blancas que delimitaban la negra.
—Creo que lo entiendo, pero una metáfora de dos dimensiones no garantiza que haya una realidad tridimensional. Sin embargo, esto parece estar de acuerdo con mi propia visión del Hilo de Plata. —Le contó a Arkady la leyenda que había visto en su sueño en la que Selene entretejía una hebra de plata en la seda negra de araña que componía la telaraña de la Tejedora.
»Así que ya lo ves, puesto que el Laberinto de la Espiral Negra es la tela corrompida de la Tejedora, nada cuerdo puede atravesar su diseño sinuoso, ya que está hecho de igual sustancia que el engaño mismo. El Hilo de Plata que está entretejido en ese diseño, escondido a los ojos de los locos, ofrece una esperanza de cordura para aquellos que caminan por él. Pero incluso aquí no es posible saber si permanece incorrupto durante toda su retorcida ruta, recuerda, incluso Selene, la luna, está loca en ocasiones aunque su locura a menudo esconde una sabiduría paradójica que señala más allá de la dualidad.
Arkady suspiró.
—Palabras, palabras, palabras. Hablas con metáforas e ideas abstractas, tu visión habló mejor: imágenes y acciones, así que me aferraré a estas, no a las conjeturas.
—Incluso a juzgar por mi visión (que, como los sueños estaba velada por imágenes poderosas) es imposible saber a dónde lleva esa hebra. Sólo porque Selene la introdujera no significa que llegue hasta el mismo lugar que la Espiral Negra. Seguía estando tejida por la Tejedora, incluso aunque ella no lo supiera, y nadie puede seguir ese tipo de hilos sólo con el pensamiento, hay que caminar por ellos.
—Caminaré entonces por ellos.
—¿Incluso si eso significa la locura y la corrupción?
—Al igual que mis ancestros antes que yo, ese es el riesgo que acepto. Lo acepto solo, pues este es el único camino que me queda. Las otras tribus me han exiliado en ese juicio ridículo, atreviéndose a juzgarme sin oír mi propio testimonio. ¡Idiotas! ¡Esperaban que asistiera, tan seguros de que su consejo era más importante que mi tarea!
Se puso de pie totalmente recto y miró a la luna; Antonine no pudo evitar sentirse un tanto maravillado ante la pura majestad de su pose, tan inconscientemente perfecta. Lucía su maestría como si fuese una segunda piel, algo cercano y desapercibido para él pero muy obvio para los demás.
—Ahora nadie se quiere aliar conmigo, no tengo ningún ejército que obedezca mis órdenes. Me enfrento a esta tarea solo e impávido, sin importarme las consecuencias que pueda acarrearme. Pero para siempre jamás se cantará mi nombre en todos los túmulos y en todos los reinos espirituales. Ningún cachorro pasará por su Primer Cambio sin escuchar mi historia, no habrá gloria que oscurezca la mía. El Registro de Plata no será más que un apéndice a mi hazaña y sus historias se relatarán sólo para demostrar cuán mayor es la mía.
Antonine sacudió la cabeza maravillado ante el descarnado egotismo que mostraba Arkady.
—Eres muy atrevido, Arkady, lo admito. Sólo espero que tu exceso de confianza te ayude más que te estorbe. Te ayudaré en todo lo que pueda, excepto en seguirte por ese camino, que ya ha mostrado que desprecia mi tacto. —Se miró la palma de la mano pero ya no quedaba ningún rastro de la quemadura.
—¡Entonces ayúdame a mover esta roca! Es la última barrera que me impide realizar mi tarea.
Antonine se acercó a la roca y la examinó. Parecía una antigua piedra tumular celta no muy distinta de las que se veían en Irlanda, en Newgrange, por ejemplo. Los nudos, sin embargo, aunque se parecían un poco al arte celta, eran mucho más sinuosos de lo que parecía a primera vista y mientras los seguía con los ojos éstos empezaron a flotar y a perder la concentración. Retrocedió tambaleándose, a punto de perder el equilibrio.
—¿Qué? —dijo Arkady—. ¿Qué es?
—Son mucho más que nudos, es una especie de imagen multidimensional. Cuanto más la miraba, más espaciosa se hacía. No pude seguir el nudo principal.
—¿Para qué está aquí? ¿Quién pondría una defensa así?
—Secuaces de la Tejedora; por alguna razón sospechan lo que espera dentro y antes de destruir el Hilo han bloqueado el paso a la hebra más externa. Quizá ni siquiera sepan lo que están bloqueando.
—¿Cómo lo destruimos?
—No podemos; tengo que descifrarlo. Tengo que seguir ese nudo hasta el final, eso debería abrir la tela que bloquea el camino aquí.
—¡Pero si casi no pudiste mirarlo sin caerte!
—Ahora estoy preparado para ello y puedo hacerlo. ¿Por qué si no se me envió aquí? Me he pasado años estudiando las telas que nos impiden ver la verdad que subyace a toda la realidad. Sé caminar por aquí.
Arkady no parecía muy convencido pero no dijo nada.
Antonine se acercó a la piedra de nuevo y pasó los dedos por las tallas concentrándose y fijando la vista en una hebra y luego siguiéndola por todas sus espirales, por delante y detrás de otros nudos. Una vez más el horizonte se extendió y su visión periférica perdió la noción del cielo que le rodeaba y hasta de la piedra que había ante él. Todo lo que veía era el nudo. Sometió toda su voluntad para quedarse en ese camino y seguir esa hebra por todo el laberinto.
Empezó a sentirse atrapado y sintió como los brazos se le pegaban a los costados pero se negó a desviar la vista. Las piernas se le juntaron contra su voluntad y tuvo la sensación de que le envolvían unas cuerdas que trepaban por su torso, pero una vez más se negó a retirar la mirada y continuó siguiendo la hebra que había elegido.
Arkady contempló el modo en el que las tallas de nudos se desprendían de la piedra y se envolvían alrededor de Antonine construyendo un capullo que empezaba por los pies, le subía por el cuerpo y se dirigía a la cabeza.
Aquello no le parecía saludable, en absoluto.
El Contemplaestrellas no parecía darse cuenta y seguía mirando fijamente los nudos, que ahora parecían crecer y doblarse en tamaño aumentando el espacio que Antonine tenía que desenmarañar. Arkady gruñó, en unos segundos los nudos iban a tragarse al Contemplaestrellas entero. A pesar de lo que había dicho, Arkady estaba convencido de que aquello no era una hazaña que lograr sino una trampa que los perdería.
Sin dudarlo ni un momento más se adelantó y con el klaive rasgó limpiamente los nudos que brotaban de la piedra para atrapar al Contemplaestrellas. Los hilos explotaron cuando se liberó la tensión que los sujetaba y cayeron al suelo convertidos ahora en unos simples fragmentos tintineantes de piedra.
Antonine tomó aliento profundamente sin darse cuenta hasta ahora de lo angustiada que se había hecho su respiración, unos minutos más y se habría asfixiado. La hebra que tan trabajosamente había seguido con el pensamiento reposaba ahora hecha pedazos en el suelo. Sintió cómo le subía por el vientre un estremecimiento de cólera al darse cuenta de que el impaciente Colmillo Blanco había inutilizado por completo un trabajo tan duro.
Pero antes de poder hacer algo con esa cólera, la gran piedra de la entrada (ahora despojada de sus tallas) empezó a resquebrajarse y astillarse y se derrumbó en una nube de polvo que enseguida se asentó en el suelo como una pila de grava suelta.
El camino al túmulo quedaba libre.
Arkady emitió un gruñido de satisfacción mirando a Antonine con una expresión de superioridad.
—Gracias por sacar las telarañas. No se podían cortar mientras estaban todavía en la piedra pero eran más que vulnerables cuando te envolvían.
—Una trampa —dijo Antonine frotándose los miembros para restaurar la circulación, abatida su ira ante la señal de victoria—. Incluso con todas las advertencias que había visto (las visiones de los Garou y los espíritus que atrajo la telaraña a su interior) todavía caí en ello.
—Pero no estabas solo. Que sea una lección para tu tribu, Contemplaestrellas, si miras demasiado tiempo lo que hay dentro, te pierdes lo que está ocurriendo fuera.
Arkady se adelantó y se asomó a la oscuridad, se podía percibir dentro un lejano resplandor.
A Antonine empezó a picarle la palma de la mano, la levantó ante sus ojos y vio brillar la quemadura de luna. La puso de cara a la cueva que había ante él y vio un brillo de respuesta en las profundidades del interior.
—Está ahí. El Hilo de Plata, o la Espiral, como prefieras.
—Entonces no esperaré más. —Arkady se agachó y entró en la cueva seguido por Antonine.
El interior irradiaba una luz azul, los depósitos de mica de las paredes atrapaban el brillo y lanzaban chispas en todas direcciones dándole a la cueva un ambiente eléctrico y resplandeciente. Delante de ellos, en el centro de una cueva más amplia, había un estanque de agua proveniente de los diminutos arroyos que brotaban gota a gota de las grietas del techo. Bajo aquella luz enloquecida, la lluvia dispersa tenía el aspecto de unas columnas de relámpagos permanentes que apuñalaban las aguas que caían de los cielos.
El agua no les llegaba a la cintura y brillando con toda claridad debajo de ella estaba la fuente de la luz, la senda lunar de plata. Parecía subir de las profundidades como una burbuja, como si la formaran remolinos que rotaban sin parar. Antonine pensó en las antiguas leyendas que hablaban de la luna sumergiéndose en el mar cuando se ponía y viajando bajo el océano hasta el otro lado del mundo donde salía la noche siguiente de alguna laguna secreta. Aquello se parecía al lugar del que hablaban las leyendas.
En el fondo de la cueva, al otro lado del estanque, el camino subía saliendo del agua y serpenteaba alrededor de las rocas, subiendo y bajando antes de desaparecer en un túnel. Todavía brillaba su luz por aquel pasadizo pero no se veía su destino aunque el olor que emanaba de él evocaba no los húmedos páramos de Escocia sino algún seco desierto.
—Creo que el camino lleva de nuevo al mundo material —dijo Antonine—. Ese olor es demasiado terrenal para ser un reino espiritual. La senda quizá entre y salga de la Penumbra y el mundo material. Dudo que puedas anticipar la dirección que tome. Ve con cuidado.
Arkady se quedó parado un momento mirando maravillado la senda lunar. Apenas parecía haber oído a Antonine pero un ligero asentimiento con la cabeza demostró que había entendido o, por lo menos, lo fingía.
Se adelantó chapoteando en el estanque.
—Empezaré por el principio. Diles eso, Contemplaestrellas; no me metí en esto a la mitad, sino que recorrí el camino entero.
—Se lo diré, quizá los otros reconsideren tu estatus y te ayuden cuando puedan.
—Poco importa, se arrepentirán de su necedad cuando todo esto termine. Sólo entonces decidiré si seré clemente o guardaré rencor.
Puso un pie sobre el primer trozo de plata que había visible, no lo dudó un instante ni anticipó ningún dolor, tanta confianza tenía en su derecho a caminar por aquella senda. Su lentitud sólo se debía a la forma ceremonial que había adoptado para la ocasión: los primeros pasos de un héroe que entra en la grandeza.
A ese paso le siguió otro, y luego otro y rápidamente fue aumentando la velocidad, dando grandes zancadas del agua a la orilla y siguiendo la curva del camino que subía por un terraplén y rodeaba una piedra. No se volvió para mirar a Antonine, sabía muy bien que el Contemplaestrellas no sería capaz de apartar la mirada de un comienzo tan decisivo. No mostraba ninguna señal de duda o pesar que impidieran su progreso.
Entró en el túnel y su sombra proyectó una tenue sombra en la pared que había a sus espaldas. Pero pronto desapareció dejando a Antonine sólo en la cueva.
Antonine se quedó allí sentado durante unas horas esperando por si Arkady aullaba que necesitaba ayuda o por si volvía en busca de consejo, pero no lo hizo.
Mucho después de haberse puesto la luna, cuando estuvo seguro de que el sol brillaba en el mundo material, pasó al otro lado en el páramo. Había unos nubarrones oscuros que oscurecían el cielo pero allí estaba el sol, aunque apenas proporcionaba una luz triste y gris.
Se arrastró en forma de lobo por las colinas heladas en busca de alguna señal de civilización o algún compañero Garou, Garou aliados, claro, no Danzantes de la Espiral Negra. Aquella zona estaba desolada y parecía desprovista de vida animal. De vez en cuando se oía el graznido de unos cuervos a lo lejos pero el viento cambiaba enseguida llevándose los sonidos con él.
Mientras avanzaba sigilosamente de colina en colina, refugiándose cuando podía detrás de escuálidos matorrales, de vez en cuando notaba un estremecimiento muy poco natural, como si algo le rozara el cuello. Consideró la posibilidad de asomarse a la Umbra al sospechar que alguna Perdición le acechaba allí e intentaba alcanzarle a través de la Celosía, pero sabía que si lo hacía sólo le proporcionaría un modo para pasar al mundo material, así que se fortaleció contra esas incursiones y siguió adelante.
Mientras el sol se dirigía hacia el horizonte oyó voces delante de él y cuando éstas se acercaron, Antonine se aplastó contra el suelo e intentó distinguir lo que decían. Parecía que cantaban y cuando empezó a subir el tono de la canción según se iban acercando, Antonine distinguió por lo menos tres voces que se elevaban al unísono. Escuchó la letra y se sorprendió al oír una canción de taberna.
Se veían tres figuras y mientras la neblina empezaba a levantarse en las colinas que los rodeaban, detuvieron el paso y la canción.
—No vamos a llegar más allá esta noche —dijo uno de ellos con un fuerte acento escocés. Era alto y grande y tenía el pelo largo y pelirrojo, al igual que la barba.
—No, será mejor que volvamos —dijo otro, también con mucho acento. Éste era más delgado y moreno—. Si seguimos aquí sólo vamos a meternos en un lío. Si tu amigo está aquí por su propia voluntad, se merece lo que le pase.
—Arkady no puede hacerlo sólo —dijo el tercero asomándose a los páramos como si buscara a alguien. El acento de éste no era escocés, sonaba más al del sur de los Estados Unidos—. Antes me plantó por puro orgullo, pero fracasará si no tiene a alguien al lado.
Antonine sonrió ante la mención de Arkady. Si esos eran amigos suyos probablemente no serían Danzantes de la Espiral Negra.
—Ya, nosotros somos animales de manada en eso —dijo el de la barba roja—. Pero él no, él es todo un macho alfa. Lo siento por él pero vamos a dejar de arriesgar el cuello. Ya estamos demasiado cerca y en el peor momento así que tenemos que volver.
—De acuerdo —dijo el americano—. Yo también estoy cansado de todo esto. Supongo que mi historia tendrá que quedarse sin terminar por ahora.
Los tres giraron y empezaron a volver sobre sus pasos. A Antonine, agotado tras una caminata tan larga, no le apetecía seguir avanzando solo a través de territorio hostil así que ladró un saludo lobuno.
Los tres hombres se dieron la vuelta al instante y se separaron listos para cualquier cosa. El americano devolvió el saludo lobuno y Antonine supo con seguridad que eran Garou o al menos Parentela. Se levantó cambiando a la forma humana y se acercó a ellos con cautela.
—Soy Antonine Gota de Lágrima, de los Contemplaestrellas —dijo.
—Mierda, tío —dijo el americano—. Te vi en el consejo, ¿qué coño estás haciendo aquí?
Antonine se paró y miró al grupo. Estaba claro que eran Fianna, los collares y los tatuajes no dejaban lugar a dudas.
—Terminar una larga búsqueda. ¿Y vosotros sois?
—Stuart Camina Tras la Verdad —dijo el Americano adelantándose y ofreciéndole la mano—. Y estos son Colum Levanta Árboles y el Sonrisa Terrible. —El pelirrojo le saludó con la mano mientras que el moreno delgado le ofreció una sonrisa amenazadora.
Antonine tomó la mano extendida de Stuart y le dio un fuerte apretón.
—Debo admitir que me siento bastante aliviado de encontrar aliados en esta tierra de nadie.
—Y a nosotros nos pareció bastante sospechoso encontrarte aquí —dijo el Sonrisa Terrible, todavía sonriendo—. Stuart ¿quién es este tipo?
—Un anciano Contemplaestrellas. Es el que planteó la idea de la tercera manada en el consejo de la Forja del Klaive. Os conté la historia.
—¿Éste? ¿Aquí? ¿Qué carajo está haciendo éste por estos páramos malditos?
—Es una historia muy larga —dijo Antonine—. Será un placer contarla en un ambiente más seguro, y más cálido.
—Ah, pues al pub —dijo Colum—. ¡Yo invito a la primera!
—Y yo me encargo de la siguiente —dijo Antonine mientras el grupo empezaba a volver al lugar del que venían.
—Por favor, dime que has visto a Arkady —dijo Stuart—. Las probabilidades de que dos ancianos de las tribus Garou anden vagando por donde Gaia olvidó la zapatilla sin tropezarse son bastante remotas.
—Sí, lo vi. Ya no le podemos ayudar.
—¡La Espiral de Plata! ¿La encontró?
Antonine se paró y miró a Stuart.
—¿Cómo lo sabes? ¿Pero, bueno, cuánta gente lo ha descubierto?
—Sólo yo —dijo Stuart sonriendo orgulloso—. Lo supuse después de ver a Arkady pasear arriba y abajo un buen rato.
—Bueno, eso resuelve cierto misterio. Me preguntaba cómo lo había descifrado, no parecía ser su estilo.
—Ah, pero no lo subestimes. Es un tío muy resuelto, más que la mayoría de nosotros. Si alguien puede sacar algo bueno de esto, ése es él.
—Eso espero, con toda sinceridad. Por él y por nosotros.
—Bueno, entonces ahora me puedes contar tu papel en todo esto. Es decir ¿cómo averiguaste lo de la Espiral y demás? Tengo que tener algo que pueda usar para redondear esta historia y empezar a contarla. Caminando tras la verdad, ya sabes.
—Cuando sepas el final, házmelo saber. Me temo que tardará mucho en llegar.
Los otros dos, que obviamente creían que sus compañeros se habían puesto demasiado serios empezaron otra canción de taberna, una que necesitaba que cada persona que había allí terminara un estribillo y nadie se iba a escapar de participar bajo su vigilancia.
—Aleja a las bestezuelas —dijo Colum indicando el aire con un gesto—. Ya sabes a lo que me refiero.
Antonine sí que sintió como se le quitaba aquel peso opresivo de los hombros. Había algo en la canción (o en los cantantes) que molestaba a la Perdición que le había perseguido. Antonine sonrió y cansado como estaba reunió el suficiente ingenio para rimar unos versos creados a toda prisa en aquella canción sin fin mientras los cuatro marchaban por aquel páramo oscurecido, hacia la promesa de una cerveza y el calor que les esperaban en el pub, dejando los viejos horrores a sus espaldas.