Capítulo dos
La Manada del Río de Plata siguió a Antonine a través de la Penumbra del Protectorado de las Catskills. Aquí el otoño resplandecía en toda su gloria, encendiendo las hojas en hogueras de amarillo, rojo y verde. Aquí, en el mundo espiritual, incluso parecían relucir y vibrar como las llamas, meciéndose con una brisa que sólo ellas sentían. Gaflinos animales (espíritus de conejos, zorros y ratones) salían y entraban presurosos de los arbustos, mirando con curiosidad a los caminantes pero reacios a aproximarse demasiado.
Era un viaje de belleza y tranquilidad sublimes si no fuera por los truenos siniestros que se oían a lo lejos y la oscuridad que parecía surgir por el horizonte en todas direcciones.
—Es esa maldita tormenta otra vez —dijo Julia—. Está ahí fuera, en algún sitio. ¿No la oís?
—Sí —dijo Ojo de Tormenta con asco—. Pero no se acerca. Espera.
—¿A qué? —preguntó Hijo del Viento del Norte.
Nadie contestó, nadie sabía qué decir. Incluso Antonine guardó silencio.
El Contemplaestrellas viajaba en la forma Hispo, junto con Ojo de Tormenta que también utilizaba la misma forma y los dos llevaban a Grita Caos a la espalda. Hijo del Viento del Norte iba delante siguiendo la tenue senda que les había marcado Antonine. De vez en cuando había algo que brillaba en el borde del camino, como fragmentos diminutos de cristal roto clavados en la tierra. Antonine les dijo que eran restos de una antigua senda lunar; todavía tenía algunos de los antiguos poderes para guiarlos de un lugar a otro pero ya no podía protegerlos de los enemigos que aparecieran.
Detrás de Antonine y la Garra Roja caminaba Julia seguida de Carlita, que de vez en cuando se giraba para mirar detrás de ella y asegurarse de que no les estaban siguiendo. En una ocasión pensó que había oído algo grande entre los arbustos, algo mucho mayor que los gaflinos que corrían por allí. Pero no se dejó ver y no hizo más ruido, así que la chica siguió adelante.
Ahí estaba. Se paró y le susurró a los otros.
—Hay algo ahí fuera.
Todos se pararon y miraron a su alrededor. Antonine bajó suavemente a Grita Caos al suelo y Ojo de Tormenta siguió su ejemplo. Luego olisqueó el aire con sus agudizados sentidos lobunos rodeando al grupo. Se paró ante un grupo de arbustos que estaba a su izquierda, se le pusieron los pelos de la nuca de punta y emitió un gruñido sordo a modo de reto.
Las hojas se separaron y entre las ramas se deslizó una lustrosa pantera, con la piel tan negra como la noche pero con los ojos brillando trémulos como soles gemelos y amarillos.
Antonine cambió a forma humana con una sonrisa en la cara.
—¡Shakar! Amigo mío, ¿qué estás haciendo aquí?
La pantera se metarmofoseó para convertirse en un hombre de piel oscura, estatura media y pelo negro azabache, vestido con unas ropas sueltas más apropiadas para un palacio de la India que para las montañas Catskills del estado de Nueva York. Llevaba envainada en el cinturón una daga incrustada de joyas. Sonrió a Antonine.
—Buscar, oh Contemplaestrellas —dijo— el secreto de los vientos distantes, la fuente de ese olor inquietante y el hogar de ese trueno misterioso.
Antonine hizo un gesto de asentimiento ante el oscuro horizonte.
—¿La tormenta?
—Desde luego. La tormenta. O así podríamos llamarla pues a eso se parece. Pero no es una tormenta que los míos conozcan, y acucia mi curiosidad.
—No te acerques a ella —dijo Antonine—. Pertenece al Wyrm y ya ha matado a algunos y herido los espíritus de otros, de tal forma que no podemos despertarles. —E hizo un gesto hacia Grita Caos.
Shakar dio un paso hacia el Garou inconsciente pero se detuvo cuando se dio cuenta de que todos los jóvenes cachorros le contemplaban con miradas de confusión y manifiesta hostilidad.
—¿Y quiénes son tus amigos, Antonine? —dijo—. Contempla-estrellas no, presumo.
—La Manada del Río de Plata —dijo Antonine acercándose a Grita Caos—. Y no te ofendas por sus modales. Han tenido que soportar mucho últimamente. Tiene sentido que desconfíen incluso de alguien a quien he llamado amigo.
Julia se sonrojó de vergüenza.
—Yo… no era mi intención. Es sólo que… bueno, no se ven demasiados felinos metamorfos… esto, quiero decir Bastet, por ahí últimamente.
—Me disculpo por mis compañeros y por mí mismo —dijo Hijo del Viento del Norte—. Ha sido una falta de educación por nuestra parte. Confiamos en Antonine, así que sus amigos son nuestros amigos.
Shakar miró divertido a Ojo de Tormenta y Carlita que desviaron la mirada nerviosas.
—Lo que dijo él —murmuró Carlita.
Ojo de Tormenta asintió pero no dijo nada.
Shakar se inclinó sobre Grita Caos y lo examinó. Le colocó suavemente la mano sobre la cara y le subió un párpado para mirarle el ojo invisible hasta ahora. Agitó la cabeza y cerró el ojo del metis de nuevo. Luego se volvió a metamorfosear y volvió a su forma de pantera. Olisqueó el cuerpo de Grita Caos entero, volvió a la cara y empezó a lamerle vigorosamente las mejillas y la frente como si Grita Caos fuera un gatito que hubiera metido la cara en hollín.
Cuando eso no tuvo ningún efecto se alejó y cambió otra vez a la forma humana.
—No veo que le pase nada; y sin embargo… algún espíritu lejos de nosotros lo persigue. Es extraño que no lo podamos ver aquí en la Umbra…
—Gracias por intentarlo, de todos modos —dijo Antonine.
Shakar miró a Antonine de forma extraña.
—Me preocupa que haya un enigma que no puedas solucionar, amigo mío. Han sido muchas las noches en las que hemos intercambiado adivinanzas y aunque podían pasar meses sin respuesta para algunas de ellas, siempre las resolvías. Todas y cada una de ellas. No puedo creer que ésta esté más allá de tu sabiduría.
—Espero que tengas razón, Shakar. Le llevo a casa, donde puedo leer las estrellas. Todos nuestros destinos están allí escritos, aunque sus glifos no sean fáciles de descifrar.
—Buena suerte, amigo mío. Debo volver a mi guarida para esperar allí a que pase esta tormenta. Seguiré tu consejo y por una vez no prestaré atención a lo que ha encendido mi curiosidad. Si es obra del Wyrm, entonces quién mejor para ocuparse de él que los Garou, ¿no? —sonrió burlón mientras hablaba.
Antonine solo asintió.
—Dices irónicamente bien, a pesar de la vergüenza que entraña. Sabes bien que mi tribu desea sinceramente que la tuya estuviera unida a la nuestra en esto.
—Ah, pero no puede ser —dijo Shakar volviendo al camino—. Quedan demasiado pocos de los nuestros y nos guardamos nuestros secretos para nosotros.
Desapareció entre los arbustos pero todavía se oía su voz.
—Mi adiós, Antonine Gota de Lágrima. Espero que nos visitemos pronto de nuevo y dirijamos nuestros pensamientos a asuntos menos relacionados con el Wyrm.
—Buen viaje, Shakar —dijo Antonine. Volvió con Grita Caos y esperó a que Ojo de Tormenta tomara su parte de la carga antes de levantarlo de nuevo.
La manada siguió caminando.
Al poco rato Julia rompió el silencio.
—De acuerdo, ya está bien. No esperarás que sigamos caminando sin explicarnos todo eso. ¿Quién era ese?
—Shakar es, como supusiste, un Bastet. Pertenece a los Bagheera, los hombres pantera. Al igual que los Contempla-estrellas prefieren la reflexión a la guerra. Tenemos muchas cosas en común.
—Eso se diría —dijo Julia—. Especialmente ahora que ya no perteneces a la Nación Garou.
—Falso —dijo Antonine—. Mi tribu ha decidido dejar la Nación, pero yo, como individuo, permanezco en ella.
—Sí, pero sigues siendo un Contemplaestrellas. ¿Cómo puedes estar a la vez dentro y fuera de la Nación?
—Los Contemplaestrellas eligieron cortar sus lazos formales con el resto de los Garou, aunque muchos individuos todavía mantienen las mismas relaciones que antes. He pasado demasiado tiempo intentando aliar a las tribus para renunciar ahora a esa tarea.
—No lo entiendo —dijo Carlita—. ¿Por qué os fuisteis vosotros? Todo lo que habéis conseguido es cabrear a todo el mundo. ¿Qué coño ganasteis con eso?
—Si por todo el mundo entiendes los Garou de Europa y América, entonces sí, provocamos su ira. Pero el mundo es mucho más grande de lo que ellos suponen. El corazón de la tribu Contemplaestrellas ha estado siempre en Oriente. Al contrario que los otros Garou y razas metamorfas de Oriente, nosotros vinimos a Occidente para extender la sabiduría. Con resultados variados.
—Creí que la mayor parte de las razas metamorfas… los Fera ¿no?
—Sí, ese es el término general aceptado.
—Sí, eso creía. De todas formas, creí que la mayor parte de los Fera habían desaparecido.
—La mayoría de los Garou no lo saben, pero los Fera son más fuertes en Oriente que aquí. Mantienen las Cortes de la Bestia donde luchan por conseguir el equilibrio y la armonía entre todas las razas, no sólo los Garou. Los Contemplaestrellas son amigos de esas cortes y lo han sido durante mucho más tiempo que cualquier otra alianza Contemplaestrellas que hayamos mantenido en Occidente.
—Vale, entendido. Las viejas alianzas no se deshacen así como así. ¿Pero por qué cortar con nosotros aquí? ¿Cómo os ayuda eso allí?
Antonine se quedó callado un rato pero luego habló con una sensación de derrota en la voz.
—¿Sabéis lo que es perder un túmulo? Te rasga el alma. Un lugar que fue vital, que estuvo profundamente conectado a tu ser, ha desaparecido. La pérdida de tu lugar es una de las tragedias que más consumen el espíritu en toda esta guerra con el Wyrm. Se puede ver también en los humanos que no tienen raíces, hogar. Están vacíos, desamparados, o se vuelven maníacos, intentando desesperadamente distraerse y olvidar esa falta de raíces.
»Los Contemplaestrellas perdieron su corazón, el túmulo más veterano dedicado a la tribu. El Monasterio Shigalu, en el Tíbet, una de las fortalezas más antiguas de conocimiento y sabiduría, cayó por fin ante el Wyrm. Hicieron falta unos cuantos años para que se establecieran las repercusiones de esa pérdida pero cuando lo hicieron, los ancianos de la tribu tuvieron que volver a examinar nuestros propósitos.
»Son muchos los caminos para llegar al mismo objetivo. La Camada de Fenris ambiciona luchar contra el Wyrm con las garras y los recursos bélicos. Los Señores de la Sombra a través de la astucia y la dominación. Cada tribu tiene sus propios métodos. Los Contemplaestrellas siempre hemos buscado la victoria a través de la sabiduría y la ilustración, para trascender el conflicto y así disminuirlo al conseguir una perspectiva más verdadera. Al igual que las otras tribus, hemos tenido algunos éxitos y algunos fracasos, pero nuestros fracasos en Occidente superan con mucho a nuestros éxitos en Oriente.
—¿Y es por eso? —dijo Julia—. ¿Cómo teníais las cuentas en rojo os retirasteis y renunciasteis a Occidente?
—No, es más complicado que eso. En cierto modo, Occidente renunció a nosotros. Nosotros reconocemos la necesidad de que se den diferentes medidas en este conflicto, y eso significa la contribución de los otros Fera: los Bastet, los hombres cuervo Corax, los hombres zorro Kitsune, los hombres oso Gurahl y demás. Sin ellos creemos que no se puede ganar esta guerra. Occidente los ha apartado por completo y todavía los aparta —y miró con intención a Julia, Carlita y Ojo de Tormenta.
—Para que los Contemplaestrellas consigan ganarse su total confianza, teníamos que convertirnos en parte neutral, estar fuera de la Nación Garou.
—¿La Suiza de las tribus? —dijo Julia.
Antonine sonrió.
—Algo así. Si permanecemos fuera de la Nación, podemos criticarla y honrarla sin la mancha del favoritismo. De esta forma esperamos construir mejores lazos con todos los otros seres vivos. Por supuesto teníamos la esperanza de que el resto de los Garou lo entendieran, pero hasta ahora muy pocos lo han hecho.
—Bueno, tampoco es que vosotros hayáis hecho un gran trabajo a la hora de explicarle todo esto a los otros —dijo Julia—. Necesitáis una casa de relaciones públicas un poco mejor.
—¿Ah, sí? Creo que se lo expusimos a los ancianos bastante bien. Sin embargo, para algunos, la diferencia entre entenderlo y apreciarlo es un abismo demasiado grande para cubrirlo. Lo entendieron, pero no estuvieron de acuerdo con nosotros.
—Mira, eso sí que lo entiendo —dijo Hijo del Viento del Norte—. A mi tribu le pasa todo el tiempo.
—Como a todos, ¿no? —dijo Carlita.
El resto del viaje transcurrió en silencio mientras todos pensaban en lo que había dicho Antonine. Grita Caos, con el espíritu muy lejos, en un lugar que nadie conocía, no oyó la discusión y por tanto no se formó ninguna opinión sobre el tema.