Capítulo uno
Túmulo del Lago Finger, estado de Nueva York, ahora:
Antonine Gota de Lágrima esperó fuera de la cabaña que estaba al lado del lago. Sentado en la postura del loto escuchó los suaves sonidos que subían del agua, una brisa ligera que le agitaba la camisa blanca de lino y el pelo gris y níveo que le llegaba por los hombros. Los pájaros se llamaban unos a otros y un pez saltó en la superficie. Con los ojos cerrados, Antonine no podía ver su reflejo titubeante en el agua, pero se preguntó: ¿Podrían verlo los seres que hay bajo el agua, y si es así, qué pensaban de él? ¿Un ser con forma humana, de mediana edad y vestido con vaqueros gastados y botas de montaña que olía como un lobo?
Estaba satisfecho. Incluso en medio de toda la confusión que había surgido últimamente, aceptaba serenamente lo que tenía lugar en su mundo. Más allá de los fracturados engaños de diversidad, sufrimiento y dolor, Antonine sabía que había unidad, trascendencia y amor. Años de entrenamiento contemplativo le habían enseñado a anclarse en esos pensamientos, a aferrarse a ellos y a aguantar los cambios que vinieran, los buenos y los malos. Últimamente, sin embargo, sentía que le temblaban las piernas y que perdía control.
La puerta que había detrás de él crujió al abrirse y salió de aquella cabaña de una sola habitación una mujer negra, que al igual que Antonine, gozaba de salud a su mediana edad. La mujer cerró la puerta suavemente tras ella. Antonine salió ágilmente de su postura y se levantó para presentarle sus respetos, sin ninguna señal de anticipación en la cara, aunque estaba allí escondida, bajo la superficie cuidadosamente controlada que le presentaba a los demás.
La mujer bajó los escalones del porche para ponerse a su lado negando con la cabeza y mirando al suelo.
—Un misterio muy profundo se esconde dentro de ella, un misterio que no puedo sondear.
—¿Cómo puedo ayudar? —dijo Antonine con la voz profunda y clara de barítono que le caracterizaba.
—No tengo ni idea —dijo ella mirándole a los ojos—. Años de viajes por la Umbra hablando con espíritus de todas clases y no tengo ninguna pista sobre su condición. La Perdición de alas negras está detrás, pero la naturaleza de esa cosa (y su presencia) me elude. ¿Algo nuevo, quizá? ¿O muy viejo?
Antonine no dijo nada.
—La vigilaremos, Contemplaestrellas. Es una de los nuestros. Sin embargo, yo ruego porque tus meditaciones nos ofrezcan algunas pistas.
—Yo también, Nadya. Gracias por tu ayuda.
—Le llevaré las noticias a Alani Astarte. —La mujer empezó a bajar hacia el grupo de casas que había por la pista de tierra detrás de la cabaña, pero entonces se detuvo y se quedó mirando a alguien que venía por el camino— Antonine… viene el rey de los Colmillos Plateados. Dejaré que le expliques tú la condición de la enferma.
Antonine miró la carretera y vio a Albrecht que caminaba con rapidez hacia él con Evan Sana el Pasado siguiéndole a toda prisa. Puesto que venían del centro del túmulo seguramente habían llegado por un puente lunar y ya debían haber consultado con los jefes de clan. Nadya continuó andando apartándose a un lado del camino para no estorbar al rey.
—¿Dónde está? —dijo Albrecht tan pronto como vio a Antonine.
—Aquí, en la cabaña —respondió—. Todo lo que se podía hacer se ha hecho.
Albrecht frenó el paso, la mirada enfadada sustituida por un gesto de preocupación.
—Eso no suena muy bien.
—Venid —dijo Antonine—. Deberíais verla.
Les llevó a la pequeña cabaña, a su única habitación oscura. Las contraventanas estaban cerradas y un extraño olor a incienso saturaba el aire. Echada sobre una cama reposaba Mari Cabrah, compañera de manada de Albrecht y Evan y única superviviente de la segunda manada elegida para enfrentarse a la última amenaza Wyrm en Europa. Respiraba tan débilmente que se podía confundir con una muerta.
Evan se precipitó hacia la cama y se inclinó sobre la chica poniéndole la mano en la frente.
—Está viva —dijo aliviado. Albrecht se quedó en silencio, contemplándola con una mirada de culpabilidad en el rostro.
—Pero en un trance muy profundo —dijo Antonine—. Nadya Zenobia, la mejor Theurge de las Furias Negras de este clan no pudo encontrar la cura. Cuando trajeron a Mari luchaba contra un enemigo invisible. Los que la vieron en el túmulo de la Forja del Klaive hablan de una Perdición de alas negras que se aferraba a su espíritu. Pero cuando llegó aquí, la Perdición ya había desaparecido; desde entonces ha perdido la fuerza para luchar o ha conseguido algún alivio. Nadya teme que esa cosa se haya escondido en lo más profundo del espíritu de Mari y yo no puedo ni siquiera encontrar su Quimera, su reino de los sueños personal. Han desaparecido todos los caminos que llevaban hasta él.
—Creí que había sido una especie de tormenta Wyrm en la Umbra lo que hizo esto —dijo Albrecht acercándose más a la mujer inconsciente—. Eso fue lo que me dijeron.
—Hubo una tormenta muy extraña, pero nadie sabe cual es su verdadera naturaleza. No se parece a nada de lo que se hubiera visto antes. La tercera manada se encontró con ella en la Penumbra local, así que no se limita a Europa, pero pocos la han visto directamente desde que partieron para Serbia. Sin embargo, todos los que han viajado por la Umbra últimamente la sienten.
—Alguien tiene que haber visto algo así en el pasado remoto, ¿un ancestro o un espíritu?
—Si es así, nadie puede convocarlos. Lo han intentado muchos, aquí y en Europa. Nadie recuerda una tormenta así.
Albrecht se inclinó sobre Mari.
—Venga, Mari. ¡Sal de eso! Has pasado por cosas peores, no te me debilites ahora.
Evan miró ceñudo a Albrecht, pero el Colmillo Plateado sólo miraba intensamente a la insensible Furia Negra.
—No respondes, ¿eh? ¿Te comió la lengua el gato? ¿O tienes demasiado miedo para enfrentarte con esto?
—Ya está bien, Albrecht —dijo Evan—. Sé lo que estás intentando hacer, pero no está bien. Ahora no.
Albrecht frunció el ceño.
—Ya lo sé, pero tenía que intentarlo. Si hay alguien capaz de sacarla de quicio, ese soy yo.
Evan cogió la mano de Mari.
—Oye, ¿aún estás ahí? Si me oyes, Mari, por favor despierta. Ahora te necesitamos, tienes que contarnos lo que pasó, muchas vidas dependen de ti. Y te echamos de menos, no estoy acostumbrado a tenerte lejos tanto tiempo.
No hubo respuesta, ni un parpadeo, ni siquiera un cambio en la respiración. Mari estaba muy lejos, si es que su alma todavía seguía viva.
—No creo que haya nada que podáis hacer por ella aquí —dijo Antonine—. Deberíamos dejarla descansar. Podría estar luchando en algún nivel que no podemos presenciar y quizá necesita toda la fuerza y concentración que pueda reunir.
Albrecht le puso a Evan una mano en el hombro, el joven asintió y se incorporó. Dejaron la cabaña y caminaron juntos hasta el borde del lago. Cerca estaba un hombre delgado, apoyado en un árbol, mirándolos. Albrecht le vio y se acercó.
—Te reconozco por lo que me contó Alani —dijo—. Mephi Más Veloz que la Muerte, ¿verdad?
Mephi pareció sorprendido de que le reconociese el rey de los Colmillos Plateados. Se puso más derecho y miró a los ojos del Colmillo Plateado.
—Sí, soy yo.
—Mira, quiero darte las gracias por traerla. Significa mucho para mí. Si hay algo que necesites, en cualquier momento, házmelo saber.
Mephi se quedó sin habla durante un momento pero luego se recuperó.
—Gracias, oh rey. Es una oferta muy generosa. —Luego sonrió—. Sabe, La Saga de la Corona de Plata es mi cuento más popular.
Albrecht no pudo contener la sonrisa. Evan, que caminaba detrás del rey, dijo:
—Ojalá te oyera decir eso —se refería obviamente a Mari.
—Lo sé —dijo Mephi—. Es una auténtica heroína. —Hizo una pausa como si no estuviera seguro de cómo continuar—. Bueno, hay algo más que debería saber. Los Pioneros Aulladores ya no existen. Ivar Odiado del Wyrm, el último de ellos, cayó con honor y gloria entre la primera manada. Fueron ellos los que descubrieron todo este jaleo.
Los hombros de Albrecht se hundieron y pareció empequeñecerse.
—Los Pioneros eran un buen puñado de lobos. Les debía mucho, pero nunca vinieron a pedir nada. ¿Qué pasó? Quiero decir, ¿cómo murieron los otros?
—Es una historia muy larga que merece algo más que un resumen. Si lo desea, podría contarla ante su corte algún día.
—Me gustaría. Cuando todo esto termine y Mari pueda oírla.
—Bueno, será mejor que le deje con sus asuntos —dijo Mephi cogiendo un bastón con una empuñadura en forma de cabeza de cobra—. Tengo sitios a los que ir. —Se volvió y rodeó el lago alejándose del centro del túmulo.
Antonine estaba sentado a la orilla del agua, obviamente esperando a Albrecht. Evan se acercó y se dejó caer al suelo como si acabara de caminar quince kilómetros sin descansar, pero Albrecht empezó a dar paseos.
—Hay otros problemas que le acosan —dijo Antonine—. Cuéntemelos.
Albrecht les miró enfadado, su ira estaba muy cerca de la superficie pero todavía la controlaba.
—Es todo este asunto de Arkady. Ese bastardo ya está empezando otra vez. Te juro que sólo vive para cabrearme, nunca debería haber dejado a Mari ir a ese consejo en mi lugar. Arkady es una espina clavada en el costado, ¡maldito sea! Es problema mío pero yo lo evité, y ahora mira cómo la ha dejado…
—No puede culparse de eso —dijo Antonine—. Ella sabía que la misión era peligrosa pero la aceptó porque quiso y sus motivos no tenía nada que ver entonces con Arkady.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero si hubiera ido yo, podría haber solucionado buena parte de este embrollo en un primer momento. Arkady es un Colmillo Plateado y eso significa que es asunto mío ponerle en su lugar, o matarle, como debería haber hecho.
—Sabe muy bien que era deseo de Halcón que le perdonara la vida.
—O eso parecía. No es que se mostrara demasiado claro sobre el tema.
—Fue muy claro. No dude del pasado, los espíritus tótem saben cosas que nosotros no. Halcón sintió que a Arkady aún le quedaba algún propósito, aunque sospecho que ni siquiera él sabía exactamente lo que era.
—Con todo, fue mi negativa a ocuparme de su última mierda lo que mandó a todo el mundo a Europa a besarle el culo a Konietzko. Ahora es el hombre del momento y yo debería estar allí. No estaría todo tan lleno de mierda como está ahora.
—No tiene pruebas de eso. El margrave se está enfrentando a grandes dificultades.
—Me dicen las entrañas que yo podría hacerlo mejor.
—¿Antonine? —dijo Evan—. ¿Puedo preguntarte sobre la tercera manada? ¿La que profetizaste? Bueno, ¿de qué iba todo eso?
Antonine sonrió.
—Tengo muchas fuentes de sabiduría a las que acudir y todas ellas parecían apuntar hacia una tercera manada que complementara a las otras dos.
—¿Pero qué se supone que deben lograr?
—De eso no estoy seguro. Quizá lo sepa el propio Quimera y es posible que haya compartido su conocimiento con Uktena, el tótem de la tercera manada, pero todavía tiene que terminar de ilustrarme sobre el tema.
—¿Estás diciendo que enviaste a esos chavales sin saber lo que se suponía que tenían que hacer?
—Sí —dijo Antonine mirando directamente a Evan—. No siempre se puede conocer el futuro, no importa cuántos presagios nos lleguen. En ocasiones debemos confiar en la dirección en la que soplan los vientos incluso sin saber hacia donde soplan. Las visiones de Quimera me hablaron de una tercera manada y yo me esforcé por presentarle la idea a la asamblea. Afortunadamente, la sabiduría existe incluso entre la Camada de Fenris y los Señores de la Sombra.
—Supongo que no estaría tan preocupado si John Hijo del Viento del Norte no formara parte de esa manada. Hay muchas personas de nuestra tribu que dependen de él para otras cosas.
—¿Cómo sabes que esto no es parte de esa grandeza prometida? El frío Norte no es el único campo de batalla para conseguir méritos.
—Hablando del rey de Roma —dijo Albrecht señalando el camino que llevaba al centro del túmulo y por el que él y Evan habían llegado antes—. ¿No son ellos?
Antonine y Evan miraron al camino y vieron a la tercera manada avanzando a duras penas hacia ellos, estaba claro que estaban totalmente agotados. Dos de ellos estaban en la forma Glabro y llevaban a un tercer miembro entre los dos, alguien con cuernos de carnero que sobresalían de la cabeza de una inconsciente forma Crinos.
Antonine se levantó y se movió con una rapidez de la que no lo consideraba capaz Albrecht. Antes de que él y Evan pudieran siquiera empezar a acercarse a la manada herida, Antonine ya había cubierto la mitad de la distancia, y en forma Homínida, nada menos.
—¿Qué pasó? —dijo Antonine al acercarse a la mojada manada—. ¿Estáis todos bien?
—No —gruñó Ojo de Tormenta desde la forma Lupus—. Fracasamos.
—Grita Caos está herido —dijo Julia Spencer haciendo un gesto hacía el Garou inconsciente que llevaban entre ella e Hijo del Viento del Norte—. Está muy grave. No sabemos cómo curarlo.
—Y eso no es lo peor —dijo Carlita—. Jo’cllath’mattric está libre. La jodimos.
Antonine se movió para examinar a Grita Caos, al que Julia e Hijo del Viento del Norte posaron en el suelo con mucho cuidado. El joven Hijo de Gaia (o Camada de Fenris, dependiendo de cómo se mirase la complicada situación de alianzas tribales creada por la reciente asamblea europea) estaba sumido en un trance no muy diferente del de Mari Cabrah.
—No lo entiendo, Antonine —dijo Hijo del Viento del Norte—. ¡Se supone que éramos la tercera manada! ¡Los que iban a triunfar donde fracasaron las dos primeras! Pero no hubo nada de eso. Nos machacaron.
—Oye —dijo Julia Spencer—. Matamos al espíritu corrupto del río. Eso lo hicimos bien.
—Sí —dijo Carlita—. Pero eso les importó una mierda a esos hijos de puta de la Forja del Klaive.
Antonine miró con severidad a la joven Roehuesos.
—Cuidado. No hay motivos para insultar.
—¡¿Qué no hay motivos?! —gritó Carlita—. ¡Joder que no! Esos mierdas se negaron a dejarnos quedarnos allí después de salir vivos de milagro de Serbia. Hasta la jarlsdottir dijo que no podía garantizar nuestra seguridad si nos quedábamos allí, después de todo lo que ha pasado. ¡Maldita perra fría!
—Tranquilízate —dijo Antonine—. Está claro que su tribu no se está tomando el fracaso muy bien. La moral está por los suelos. Probablemente ya tenga bastantes problemas para mantener su posición como líder. Vuestra presencia allí podría haber arruinado el poco equilibrio que ha conseguido mantener. Hizo lo correcto al enviaros aquí.
—No me lo trago —dijo Carlita gruñendo, cada vez más enfadada—. ¿Y a qué coño nos mandaste tú? ¿Una especie de golpe de mano? ¿Sorprendido de que estemos vivos?
—¡Cállate, jovencita! —gruñó una potente voz muy cerca de ellos, asustando a los jóvenes miembros de la manada. Albrecht caminó hacia Carlita dominándola con su altura—. Deja de gimotear. Has pasado por mucho, pero igual que todos los que nacen Garou. ¡Sois héroes, maldita sea! Comportaros como tales, lo peor que podéis hacer es dejaros vencer y sentir compasión por vosotros mismos.
Pasó a su lado y caminó a paso firme hacia el centro del túmulo.
—Yo… yo… no le vi ahí… —dijo Julia—. ¡Ése es el rey Albrecht!
Carlita le miró irse; juntas la consternación y la sorpresa tuvieron más peso que su ira.
—Disculpad sus modales —dijo Evan acercándose y tomando por un brazo a Hijo del Viento del Norte—. No sois los únicos que habéis sufrido con este asunto. Nuestra compañera, Mari, yace en coma en esa cabaña; pero vosotros estáis aquí, vivos. Eso quiere decir que habéis triunfado, poco importa lo que digan otros.
Hijo del Viento del Norte cogió también el hombro de Evan, sonriendo por primera vez en lo que parecían días. Se sentía aliviado al ver a su antiguo mentor y compañero de tribu.
Ojo de Tormenta miró hacia la cabaña y bajó la cabeza, la cola le colgaba casi hasta el suelo, señal de sumisión entre los lobos. Habló en Garou, con gruñidos cortos y posturas para transmitir lo que quería decir.
—Por lo menos Mephi la trajo aquí. Estaba preocupada por él.
—Ya ha partido —dijo Antonine levantándose después de examinar a Grita Caos. No había ninguna señal en el metis que pudiera explicar su condición actual—. Albrecht tiene razón, no es el momento de sucumbir ante el fracaso. Tenemos que curar las heridas, pero también planear el próximo movimiento. Este clan ya está demasiado concurrido y aquí nadie puede ayudar a Mari. Si las heridas de Grita Caos son parecidas no hay razón para que se quede. Quiero que me acompañéis a mi casa, allí puedo consultar las estrellas y quizá pueda encontrar alguna respuesta para su enfermedad.
Hijo del Viento del Norte miró a Evan que asintió y dijo:
—Es una buena idea. Estos Lagos Finger son un buen lugar para curarse, pero ahora mismo hay demasiada tensión. La casa de Antonine sería lo mejor para vosotros.
—Entonces iré —dijo Hijo del Viento del Norte.
Sus compañeros asintieron y empezaron a moverse, listos para otro viaje, aunque todos sabían que este sería afortunadamente más corto que el último.
—Que los espíritus bendigan vuestra senda —dijo Evan y luego se volvió a Antonine—. ¿Podrías caminar conmigo un minuto?
—Esperad aquí —le dijo Antonine a la manada, y siguió a Evan por la carretera.
—Esas noticias sobre Jo’cllath’mattric no son buenas —dijo Evan—. Creo que Albrecht está decidido a ir a Europa y comandar la lucha él mismo. Ahora mismo vuelve al País del Norte para reunir a quien quiera seguirle.
—No estoy muy seguro de que sea lo más inteligente —dijo Antonine—. Especialmente para ti. Es un ejército lo que está reuniendo, y en eso no hay mucho sitio para un Media Luna.
—Ya lo sé —dijo Evan—. Yo me quedo. Alguien tiene que cuidar a Mari. Además, sé que Albrecht no me iba a dejar ir. No soporta la idea de que hayan postrado a Mari, no va a dejar que me ocurra a mí también. Ya no discuto con él cuando se pone así, sobre todo porque creo que tiene razón. Por mucho que quiera machacar a lo que le hizo esto a Mari, tengo que quedarme aquí por si acaso intenta terminar el trabajo.
Antonine asintió.
—No puedo aconsejar a Albrecht en esto. No he visto ningún presagio y soy un especialista en artes marciales, no un guerrero. Dile de mi parte, sin embargo, que no creo que deba enfrentarse al margrave y oponerse a él. Creo que debería buscar una alianza y el mando conjunto.
—Sí, claro —dijo Evan—, como que va a pasar.
Antonine suspiró.
—Sé que las dos tribus son muy testarudas en este tema y que no van a escuchar a nadie. Pero yo ya he dicho lo que tenía que decir. Tengo que atender a estos cachorros, podrían ser la clave para ganar esta guerra. Ve con Gaia, Evan. Y el rey también.
—Tú también, Antonine. Gracias por todo.
Antonine dejó a Evan para volver con sus pupilos que se movían inquietos, sin saber qué hacer: ¿echarse y descansar o estirar las piernas y prepararse para más viajes?
—Creo que deberíamos pasar al otro lado —dijo Antonine—. Nadya me asegura que la Penumbra local está libre de tormenta. Conozco un atajo por un puente lunar que nos ahorrará tiempo.
—El riesgo merece la pena —dijo Julia—. Cualquier cosa con tal de meterme en la cama. Estoy agotada.
—Entonces mirad aquí —dijo Antonine señalando el lago—. Mirad fijamente este espejo brillante y uniros a mí. —Mientras pronunciaba estas palabras se desvaneció del mundo material y separó la Sombra de Terciopelo.