Capítulo siete
Grulla Alegre fue toda una revelación. Durante su segundo encuentro, la primera clase de Antonine, realizó una serie de movimientos marciales. Después de cada lección se volvió hacia Antonine y dijo.
—Ahora haz tú lo mismo.
Antonine intentó diligentemente imitarle con resultados desiguales. Grulla Alegre, agitando la cabeza con una mezcla de aprobación y desilusión, se transformó en una criatura gigantesca y lobuna que miró a Antonine con unos penetrantes ojos amarillos, unos ojos que le hablaban de profundidades y dimensiones infinitas que iban más allá de lo material.
Luego dijo con una voz profunda que era más bien un gruñido atronador.
—Ahora haz tú lo mismo.
Antonine lo miró horrorizado, temblando, pero antes de que el miedo pudiera impulsar a sus estremecidas piernas a echar a correr, algo en la postura de Grulla Alegre le tranquilizó los nervios y el corazón. En vez de miedo sintió un gran alivio, se sintió libre del dolor, la confusión y las dudas que le habían embargado desde la experiencia del ferrocarril. Había sido algo real.
Entonces empezó en serio la preparación Garou de Antonine. Durante los dos años siguientes se entrenó con Grulla Alegre no solo en las artes marciales internas (Bagua, Tai Chi y Sing-I) sino también en las costumbres de los Contemplaestrellas, hombres lobo dedicados a las formas orientales de conocimiento.
Aprendió que ser hombre lobo no le limitaba a cazar seres humanos cuando había luna llena ni le destinaba a morir un día del disparo de una bala de plata. Saber que podía controlar su ira y sus poderes de metamorfosis a través de la disciplina mental fue para Antonine el mejor descubrimiento de su corta vida.
Supo después que Grulla Alegre le había estado vigilando en secreto desde que llegó a la ciudad. Los espíritus Theurge le habían advertido de su llegada y muy pronto se había dado cuenta de que Antonine no sabía quién era ni lo que era. Creía que a Antonine le estaba cuidando un poderoso Busca-Parientes (un espíritu que le habían dedicado al nacer mediante un rito Garou). Después de interrogar a Antonine atentamente sobre las circunstancias de su nacimiento, llegó a la conclusión de que su madre había sido Parentela y que sus parientes Contemplaestrellas habían unido al Busca-Parientes con Antonine poco después de nacer éste. Este Busca-Parientes debía asegurarse de que Antonine encontrara un día a un compañero de tribu que pudiera prepararle y Grulla Alegre había sido ese compañero.
Más que el descubrimiento de ser Garou, lo que de verdad abrumó a Antonine fue su primer paso a la Umbra, el mundo de los espíritus que se encontraba más allá de la Celosía erigida alrededor del mundo material por la inconsciente aceptación humana de la Tejedora. Cuando Grulla Alegre llevó a su joven pupilo al Reino Etéreo por primera vez para que conociera a los Contemplaestrellas que estaban allí y contemplara el inmenso firmamento, Antonine vio su vocación en las estrellas, allí escrita como si las constelaciones fueran las páginas de un libro. Vio un destino al servicio de Gaia como Media Luna, debía intentar conseguir armonía entre los grupos divididos, crear unidad entre la diversidad. Rezó entonces al espíritu de la estrella central de su visión, Vegarda, la Estrella Polar del Norte, eje de los cielos, para que le concediera la voluntad de aceptar esta tarea y la sabiduría para llevarla a cabo.
Otros dos cachorros llegaron a la escuela de Grulla Alegre durante aquel año. Al igual que a Antonine, los había descubierto Grulla Alegre o sus espíritus.
Uno de ellos era Catrina Scarborough, hija de un británico, un rico magnate del té que vivía en Nueva Delhi. La habían mandado a un internado de California cuando era muy pequeña y apenas conocía a su familia. Resultó que su abuelo había sido un Contemplaestrellas, pero la herencia lobuna se había saltado una generación.
El otro era Wen Chou, hijo de inmigrantes chinos que vivían en Chinatown. Los miembros de su familia eran buenos amigos de la Parentela humana de Grulla Alegre y era la razón por la que Grulla Alegre había venido a San Francisco: a preparar a Wen Chou cuando sufriera su Primer Cambio, lo cual ocurrió cinco meses después de que Antonine se hubiera puesto bajo la tutela de Grulla Alegre, cuando Wen Chou cumplió quince años. Así pues, él y Antonine tenían casi la misma edad mientras que Catrina era un poco mayor, ya que no había experimentado su Primer Cambio hasta los diecisiete años.
Los tres se convirtieron en muy buenos amigos y después de dos años, Grulla Alegre anunció que ya era hora de que viajaran al corazón del poder Contemplaestrellas: Nepal y el Tíbet. Él no les iba a acompañar, pues ya habían aprendido todo lo que podía enseñarles en aquel momento de su entrenamiento, ahora tenían que encontrar clanes en Oriente que les aceptaran para completar su paso de Garou principiantes a veteranos.
Antonine se llevó a los otros de mochileros por toda California para enseñarles a viajar ligeros por diferentes tipos de terreno. Por supuesto que él también estaba aprendiendo todavía, pero eran unos viajes mucho más fáciles ahora que podía recurrir a las habilidades Garou, por ejemplo, ya no necesitaba un arma para cazar ciervos. Seguir el rastro de la caza era pan comido si se tenían sentidos lobunos, y lo mismo para la resistencia; las diferentes formas que podían adoptar les proporcionaban grados diferentes de fuerza y aguante, así que después de unos cuantos de esos viajes, supusieron que ya estaban listos para cualquier penalidad que les reservara Asia.
Se fueron en un barco mercante que hacía escalas en Tokio, Hong Kong y Singapur antes de atracar en Sri Lanka. Atravesaron a pie la isla hasta Talaimanar y allí cogieron un transbordador hasta la India.
Grulla Alegre les había pedido insistentemente que evitaran la Penumbra india pues estaba poblada por seres extraños con propósitos ilegibles, algunos hostiles, otros simplemente egoístas. Era mejor que esperaran a ponerse en contacto con uno de los Contemplaestrellas de los que les había hablado antes de intentar viajar por la Umbra de allí. Necesitarían un guía para moverse por sus diferentes costumbres.
Viajaron como mochileros por toda la India a pie, en tren y en autobús, visitaron varios santuarios humanos (dedicados a los dioses hindúes y a Buda), y conocieron a hombres y mujeres santos en los varios ashrams[2] en los que se alojaron por el camino. Su conocimiento de la religión y filosofía humana se profundizó pero recordaron el aforismo de Grulla Alegre de que las verdades espirituales humanas eran diferentes de las verdades Garou. Los humanos tenían que desempeñar su propio papel en el reino de Gaia, separado pero a menudo parecido al de los Garou.
Por fin llegaron a Katmandú, en Nepal, y allí se encontraron con Contemplaestrellas del Clan de las Cuevas Elevadas, a los que ya les habían hablado de los muchachos y esperaban su llegada. Habían llegado en un momento muy favorable ya que la semana siguiente, la tarde del 3 de febrero y durante los tres días siguientes, iba a ocurrir una gran conjunción de los planetas, el sol y la luna.
Muchos de los humanos del lugar temían que aquello presagiara el fin del mundo pero los Contemplaestrellas veían en esa conjunción una gran oportunidad para despertar a una nueva generación de todo el mundo a la sabiduría de Oriente. Antonine y sus compañeros eran unos símbolos perfectos de lo que los Contemplaestrellas esperaban que prometieran las estrellas: una nueva ola de sabiduría oriental que llegara a Occidente.
Llevaron a los cachorros a un monasterio de las más altas montañas, un sistema de cuevas que, por fuera, parecía el retiro de monjes budistas o ascetas hindúes pero que por dentro llevaba a una madriguera de cuevas donde la tribu celebraba sus ritos y nutría un túmulo, un lugar de poder espiritual en el que la Celosía que separaba el mundo de la carne y el espíritu era muy fina.
Desde aquí los monjes abrieron un puente lunar al Reino Etéreo donde se iban a reunir con Contemplaestrellas de todo el mundo para llevar a cabo un gran rito que conmemorase la conjunción planetaria. Y aquí se permitiría a uno de los tres nuevos estudiantes que declarara su compromiso con las costumbres del clan y permaneciera luego para realizar años de estudios. Sólo se permitiría a uno de los tres cachorros comprometerse de esa manera, los otros dos tendrían que buscar su admisión en otro lugar.
Se reunieron aquella noche para decidir quién se iba a quedar. Pronto quedó claro que Catrina era a la que más le gustaba lo que veía allí, así que Antonine y Wen estuvieron de acuerdo en cederle a ella el honor. Después del gran rito, ellos seguirían adelante en su búsqueda de otro clan en el que quedarse. Fue una noche de despedidas agridulces pero llena de júbilo en la que celebraron el lugar que Catrina acababa de encontrar en el mundo de los Contemplaestrellas.
El gran rito de la conjunción le resultó bastante confuso a Antonine. Aunque había estudiado el saber de las estrellas con Grulla Alegre, los poderosos rituales de los Contemplaestrellas reunidos, todos ellos pertenecientes a los rangos mejor considerados, le resultaban incomprensibles. Después de sentirse frustrado durante un rato, dejó de intentar comprenderlo todo y se empapó de todo lo que pudo con la esperanza de recordar algún día lo suficiente para atar todos los cabos de lo que estaba pasando.
Cuando empezó la conjunción, Antonine se quedó helado de admiración y maravillado ante su primera visión de su tótem tribal, Quimera. Este dragón con cabeza de león había aparecido ante su tribu para bendecir el acontecimiento; mientras el dragón giraba por encima de sus cabezas, Antonine creyó que el gran espíritu le miraba a él. Más tarde, Wen confesó lo mismo, quizá el tótem había examinado a todos los recién llegados.
Después de pasar allí los tres días de la conjunción, Antonine y Wen cargaron con las mochilas y se despidieron de Catrina y de los jefes de clan. Les habían indicado el camino hacia el Monasterio Shigalu en las montañas del Tíbet, así que se pusieron en camino uniéndose a un grupo de peregrinos, algunos de los cuales eran Parentela Contemplaestrellas, para esquivar a las autoridades fronterizas que intentaban evitar que nadie entrara en el Tíbet ocupado por China.
Después de un viaje largo y duro, evitando una vez más la Umbra, llegaron al retirado monasterio y fueron recibidos por el Clan del Lince de las Nieves que los consideraron invitados de honor. Shigalu era el túmulo más antiguo de los Contemplaestrellas y guardaba los mayores tesoros de la tribu, aunque a los Garou jóvenes como Antonine y Wen no se les permitía el acceso a ellos. Quizá después de años de servicios a la tribu se les permitiría verlos, pero todavía no.
Pasaron allí tres meses idílicos aprendiendo a meditar como Contemplaestrellas, encontrándose con espíritus apreciados por la tribu y cultivando los secretos que les mostraban los famosos Dones que permitían que los Contemplaestrellas disfrutaran de aquel misterioso sentido del equilibrio. También supieron de los asuntos más oscuros que amenazaban a la tribu y al mundo, del Wyrm, de su buche devorador y sus corruptos secuaces. Pero sobre todo aprendieron cosas sobre la Tejedora que había convertido al Wyrm en una fuerza de corrupción pura. Era con la Tejedora con la que los Contemplaestrellas tenían que tener cuidado, las otras tribus no le prestaban mucha atención, suponiendo que estaba demasiado lejos para poder afectar demasiado a sus destinos.
—Es como un dedo que señala a la luna —dijo un venerable monje de Shigalu—. La Tejedora es la luna, pero las otras tribus se preocupan del dedo.
Sus palabras escondían una sabiduría que iba más allá del mero significado y les demostró a Antonine y Wen el poder del sonido, cómo sus vibraciones podían liberar pensamientos y despertarles a instintos que llevan mucho tiempo enterrados en los seres humanos. Les instruyó en los cánticos que podían revelar la Mente Elemental, la mente primaria todavía libre de la dualidad de la lógica y las formas, una mente que fluía como el agua, se elevaba como el fuego, se extendía como el aire y se enraizaba como la tierra en el Verdadero Reino de Gaia más allá de las telarañas de falsedades fabricadas por la Tejedora.
Les enseñó los cinco Mantras de la Creación Primaria, cada uno de los cuales era un cántico para invocar en la mente del oyente los elementos que formaron el mundo, incluyendo el espíritu. La vocalización correcta de estos mantras podía llevarle a uno al Verdadero Reino de Gaia y despojarle de los engaños que persiguen a la mente y el cuerpo. La pronunciación correcta estaba muy por encima de la habilidad de los dos cachorros, pero juraron practicarla durante años para llegar un día a dominar los sonidos.
Pero al final el idilio se acabó y se anunció que sólo uno de ellos podría quedarse, unirse al clan y proteger el túmulo. Esa era la costumbre de los Contemplaestrellas, sólo se aceptaba a un estudiante.
Tanto Antonine como Wen querían quedarse y no se ponían de acuerdo en cual tenía que irse, así que muy pronto se rebajaron a pelearse e insultarse, cada vez más enfadados y amenazando con una explosión de derramamiento de sangre.
Los monjes los apartaron y el lama declaró que sí que iban a luchar para ver quién tenía derecho a quedarse, puesto que aquel era el modo que habían elegido; pero eran Contemplaestrellas y debían luchar como tales. El duelo que se iba a librar iba a ser de Kailindo, el arte marcial especial de la tribu, es decir, tendrían que dominar a su oponente en vez de hacerlo pedazos con las garras. Es más, el cachorro que se dejara dominar por la ira perdería automáticamente y tendría que abandonar el túmulo.
Separaron a Antonine y Wen durante una semana mientras los monjes les enseñaban a los dos las técnicas básicas del Kailindo. Les resultó fácil, los dos eran maestros en las artes marciales humanas que les había enseñado Grulla Alegre. Mientras se iba acercando el día del duelo, Antonine estaba cada vez más taciturno, nunca había deseado que este viaje terminara con la pérdida de un amigo. Recordó el destino que había visto en las estrellas durante el rito de conjunción, como Media Luna era obligación suya unir a los otros, no dividirlos con riñas; pero también deseaba desesperadamente quedarse. El Monasterio Shigalu era el túmulo más importante, convertirse en uno de sus cuidadores significaba tener un acceso incomparable a todo aquel saber durante años y años. ¿Cómo podía renunciar a eso? Estaba seguro de que Wen lo entendería si Antonine ganaba el concurso y no se lo tendría en cuenta.
La noche del duelo, Antonine advirtió la presencia de grupos de Contemplaestrellas desconocidos en el túmulo. Al parecer habían llegado de los clanes cercanos para presenciar el duelo. Antonine sintió una ola de vergüenza bañándole el cuerpo, si no se hubiera rebajado a pelearse con Wen en primer lugar todo esto se habría podido resolver con una competición de adivinanzas o a través de otros medios intelectuales, como un duelo de conocimientos o sabiduría. Era su propia ira la que había provocado aquella lucha.
Se había preparado un pequeño círculo de piedras lisas para que fuera la zona de lucha y Wen esperaba en el lado contrario, tan nervioso y aprensivo como Antonine. El lama jefe hizo sonar una campana y todos los monjes se hicieron a un lado para mirar desde las sombras de las rocas que los rodeaban.
Antonine y Wen se acercaron con cautela, estudiándose, buscando un punto débil. Habían practicado muchas veces juntos y sabían cuales eran las debilidades del otro, pero al conocerlas también habían ayudado al otro a superarlas y ahora ninguno de los dos estaba seguro de donde buscar una resquicio en la defensa del otro.
Wen dio el primer golpe, cambiando rápidamente a la forma Crinos y saltando hacia Antonine, cuyos reflejos humanos no estaban tan agudizados. Sin embargo, Antonine consiguió esquivar por poco la enorme forma lobuna y lanzarle una rápida patata a Wen cuando éste pasaba. Un golpe que apenas consiguió hacerle perder el equilibrio.
Antonine cambió a la forma de lobo y se escurrió por debajo de Wen, luego cambió a la forma feroz más grande esperando tirarle con el aumento de masa repentino. Pero Wen parecía estar esperando algo así porque saltó y le dio una patada a Antonine a medio cambio y Antonine se quedó tirado aturdido por la fuerza del golpe.
Antes de poder recuperarse tenía a Wen encima trabándole los brazos encima y alrededor de las patas delanteras de Antonine agarrándole con una llave dolorosa. Antonine volvió a cambiar a la forma de lobo y utilizó la décima de segundo que necesitó Wen para ajustarse a la pérdida de masa para escaparse de un salto dándole a Wen en la cara con la cola.
Cambió a la forma Crinos y se dio la vuelta a toda velocidad listo para enfrentarse a cualquier cosa que intentara Wen. Pero en vez de cargar contra él, Wen estaba sentado furioso, obviamente la ira estaba empezando a controlarle, tenía la mirada cada vez más irrazonable y Antonine se dio cuenta de que se estaba esforzando por controlar su cólera y estaba perdiendo la batalla.
Y si sucumbía, Wen perdía y Antonine sería el vencedor, si sobrevivía a la ofuscación de Wen. Pero a Antonine no le preocupaba eso, sabía que los monjes inmensamente superiores que les rodeaban intervendrían para evitar cualquier derramamiento de sangre auténtico.
Al darse cuenta de que estaba a punto de ganar a costa de avergonzar a su amigo, Antonine supo que era un precio demasiado alto. Antes de que Wen perdiera el control por completo, Antonine dejó caer todas las barreras que vigilaban la ira arrolladora que siempre escondía en su interior un Garou, y mediante la acción consiguió que se elevara como el calor de la llama, que se elevaba todavía más a causa de la forma de batalla Crinos. Dejó todos sus propósitos a un lado, rompió todas las cadenas que sujetaban su rabia y Antonine perdió los estribos, cargó contra Wen como un tren de mercancías sin dejar ni un resquicio para la razón en su mente.
Luego no recordaba nada, recobró el sentido paralizado por los brazos de la lama Radhika Cumbre Nevada, su instructora de Kailindo, y con la ira desaparecida recuperó su capacidad intelectual. A Wen se lo llevaba un grupo de monjes de Shigalu, pero él volvía la vista hacia Antonine por encima del hombro, con la preocupación y la inquietud pintadas en el rostro. Aparentemente sólo habían pasado uno o dos minutos.
La mayor parte de los monjes se alejaron sin echarle ni un vistazo a Antonine, pero algunos no podían ocultar su decepción ante su pérdida de control. Antonine bajó la cabeza avergonzado ¿Había hecho lo correcto? Fue incapaz de seguir conteniendo la pena y se echó a llorar, una única lágrima le corrió por la mejilla.
Una voz desconocida le habló muy cerca:
—¿Derramas una lágrima por ti o porque temes que vuestra amistad haya terminado? No llores, joven Gota de Lágrima, pues lo has hecho bien. Aquel que puede dominar su rabia lo suficiente para evocarla cuando realmente la necesita demuestra sabiduría.
Antonine levantó los ojos y vio a un hombre chino sentado allí cerca. Llevaba las túnicas negras y el sombrero de los sacerdotes del Tíbet, unió los puños delante del pecho y los extendió hacia Antonine, una señal de respeto tradicional en el mundo de las artes marciales.
La lama Cumbre Nevada soltó a Antonine y le puso una mano en el hombro.
—Siento profundamente que no puedas quedarte aquí, especialmente después de esa muestra de suprema abnegación, tan extraña en un cachorro. —Se inclinó ante Antonine y se alejó caminando para unirse a los otros monjes en el túmulo, donde le dieron la bienvenida a Wen.
El chino se levantó y se le acercó.
—Bueno ¿y ahora adónde vas?
Antonine negó con la cabeza.
—No lo sé. No tengo ni idea de adonde ir.
El hombre alzó las cejas con burlona sorpresa.
—Imposible. No puede ser. Entonces debes venir conmigo y aceptar mi hospitalidad.
—Gracias. Le agradezco mucho la oferta. ¿Podría preguntarle su nombre y dónde vive?
—¡Ja, Ja! ¡Pues claro que puedes! Soy el maestro Chien Cima de Montaña y vengo del Clan del Propósito Más Puro. ¡Sería un honor para mí que alguien como tú fuera mi pupilo!
Antonine apenas se podía creer lo que estaba oyendo.
—Pero perdí el duelo ¿Cómo puede hacerme eso merecedor de tal honor?
—Perdiste por razones que tú escogiste, razones insignes, y de todas formas tu sitio no está aquí —dijo abriendo los brazos para indicar las montañas nevadas—. Hace frío y todo es árido. Tú eres un hombre de los bosques, lo sé.
—¡Vaya! ¿Y cómo sabe todo eso?
—Vegarda me lo dijo —dijo guiñándole un ojo.
Antonine fue incapaz de ocultar su asombro.
—¿Cómo…? ¿Cómo supo usted que yo estaba conectado con la Estrella Polar?
Chien frunció el ceño.
—Ya te lo he dicho: ¡me lo dijo ella! Si te puede escribir a ti mensajes en el cielo, ¡también los podrá escribir para mí! El Clan del Propósito Más Puro está dedicado a ella, así que ella nos enseña ritos especiales para la consecución de sus objetivos. Te ha escogido a ti así que es lógico que vengas a un túmulo dedicado a ella.
Antonine no pudo evitar sonreír, ahora todo parecía tener sentido. En lo más profundo de su ser siempre había sabido que aquel no era su sitio, que había otro lugar para él. Sólo se había dejado deslumbrar por el túmulo y eso le había cegado impidiéndole ver cuál era su sitio. Se sintió aliviado ahora que Wen había ganado y no le importaba que algunos monjes pensaran mal de él por su supuesta pérdida de control. El maestro Chien y la lama Cumbre Nevada sabían la verdad y eso le bastaba, no le hacía falta lucirlo como si fuera una insignia. Y desde luego Wen no podía enterarse, su amigo se merecía creer que había ganado él sólo.
—Ven —dijo el maestro Chien dirigiéndose hacia el centro del túmulo—. Tengo hambre y tenemos un viaje muy largo para volver a China, así que ahora ¡a comer!
Antonine Gota de Lágrima siguió a su nuevo maestro contento de haber encontrado por fin su lugar en el mundo.