Capítulo 15
El laboratorio informático era una habitación rectangular, y la pared que daba al jardín era toda ella de cristal.
En el interior de la clase, ocho grandes mesas rectangulares y mucho más altas que los pupitres de clase, se disponían a lo largo de todo el perímetro. El centro de éstas estaba dotado de maquinaria moderna y piezas de ordenador.
Cuando entraron en la clase Ada, la profesora, llamó la atención de todos.
—Formen grupos de cinco, lo más rápido posible, y sitúense en las mesas.
Ash no podía creerlo, tanto Sooz como Driamma habían desaparecido de la clase anterior para no volver. Estaba totalmente sola, y simplemente había logrado llegar allí porque siguió a Ada y a los demás alumnos. Y ahora le pedían que formara un grupo. ¿Un grupo con quién? Rara vez hablaba con nadie que no fueran las chicas o Taly y Elek.
Como si un solo pensamiento pudiera convocar a una persona, se los encontró de frente y la instaron a unirse a su grupo.
—¿Por qué nunca antes habíamos venido aquí? ―Les preguntó.
—Solamente acudimos al laboratorio cuando hay una cantidad considerable de ordenadores que reparar —contestó Taly, girándose para sonreírle.
—¿De dónde eres exactamente? —Preguntó ella, repentinamente, al notar de nuevo un ligero acento.
—Mi madre es china y mi padre, brasileño.
—¡Vaya! —Exclamó Ash—. Hijo de las dos grandes potencias mundiales.
—¿Mundiales? —Repitió él, con cierta sorna—. ¿De qué mundo?
Le sonrió. En parte tenía razón. Tanto Brasil como China ya no les pertenecían. Ahora todos estaban en el mismo lugar, bajo las mismas circunstancias. O al menos eso había creído hasta conocer a Driamma.
Gábor, que estaba sentado en una de las mesas, había seguido su avance con la mirada. Se sentó en la silla contigua a la de Taly, intentando no enrojecer. Era la primera vez que Gábor le sostenía la mirada en mucho tiempo. Durante esos dos meses se había dedicado a ignorarla por completo, intercambiando alguna palabra casual cuando estaban en grupo. Si alguna vez lo había descubierto mirándola, había desviado los ojos y centrado su atención en otro lugar. Pero ahora sus ojos seguían fijos en ella, recuperando el tiempo perdido. O puede que intentara ahuyentarla de su grupo, pues esos ojos pesaban tanto sobre ella que apenas podía respirar.
Al fin apareció Sooz, y se unió a ellos. Ash la observó con atención, pues por su cara parecía venir de un funeral. Su mandíbula inferior se apretaba contra la superior como si temiera dejar salir algo indebido de sus labios.
—¿Driamma está bien?
La joven levantó la mirada.
—Driamma está bien —contestó—. Cuando terminemos aquí, te cuento los detalles.
Sus ojos, profundos pozos de agua turbia, le dijeron que los detalles eran más suculentos de lo que sus palabras dejaban entrever. Quizá, por fin, le hubiera contado a Driamma la verdad sobre Bronte.
Los grupos habían terminado de formarse, por lo que Ada comenzó a darles indicaciones de lo que tenían que hacer.
—En cada mesa hay diez microordenadores. Cada uno nos ha sido enviado por contener errores de software que ningún técnico en Noé ha logrado reparar. Ya conocéis el procedimiento. Descubrir, analizar y reparar esos errores para que puedan ser devueltos a sus respectivos dueños.
Ada regresó a su propia mesa, también cubierta de minúsculas piezas y herramientas.
—Estaré aquí mismo si me necesitáis para lo que sea.
Elek fue el primero en alcanzar el diminuto ordenador personal que yacía en el centro de la mesa. Lo activó, desplegando así la imagen holográfica delante del grupo.
—¿Veis algo? —Preguntó, activando distintas opciones del ordenador en busca de fallos.
—A simple vista, no —contestó Sooz, concentrada en la imagen delante de ella.
—Un momento —exclamó Gábor, alzando una mano—.Vuelve al visual anterior.
Elek hizo lo que le pedía.
—Ahí está ¿Lo veis? —inquirió Gábor, alargando el brazo para señalar el extremo inferior de la imagen.
—Ah, sí. Las líneas azules —confirmó Taly, animado.
—¿Cómo lo has visto? —inquirió Sooz, indignada.
Gábor sonrió con despreocupación, apoyando ambos brazos sobre la mesa.
—Es un fallo del RAC. Con una solución drástica pero sencilla: reemplazarlo.
Elek asintió ligeramente, con aprobación. Se acercó al microscopio, donde situó el ordenador personal.
―Voy a abrirlo. —Anunció, cogiendo la herramienta de precisión―. ¿No vas a registrar los pasos? —Preguntó, observando a Sooz con total incredulidad.
Con desgana, Sooz activó la cámara de su Secbra.
—Necesitamos un RAC nuevo —señaló Taly.
—Yo lo cojo —se apresuró en decir Ash, levantándose; contenta por tener una excusa para alejarse de allí por un instante—. Pero… ¿Dónde están?
—En aquel armario, donde están todas las piezas de cambio y las herramientas —le indicó Sooz, señalando con el dedo una puerta.
Sin decir nada más, se alejó hacia allí.
—Mierda —exclamó Elek, entonces—. He desmontado el Larmpag.
Abrió la mano, permitiendo así que las distintas piezas de la herramienta cayeran sobre la mesa.
—Genial —protestó Sooz, cansada, masajeándose las sienes.
Ash no podía creer que Sooz hubiera llamado «armario» a esa habitación. La sala era del mismo tamaño que el laboratorio. Odiaba volver con las manos vacías, pero allí había tres pasillos distintos con estantes que se alargaban unos seis metros de largo y alto.
Cuando regresó a la mesa, estaban analizando el ordenador en busca de más fallos. Ash dedujo que habían desistido de abrir el ordenador cuando vio el Larmpag desmontado en varias piezas sobre la mesa.
—No he logrado encontrar el RAC —le susurró a Sooz, alcanzando las piezas del Larmpag desmontado.
—Gábor, ¿lo coges tú? —Le pidió Sooz a su hermano.
Él hizo el ademán de levantarse, pero se quedó paralizado cuando Ash empezó a montar el Larmpag.
Ella no se dio cuenta de que estaban todos en silencio, observándola, hasta que terminó de hacerlo.
—Pero, ¿qué demonios ha sido eso?
—Pensaba que lo querías montado —se disculpó, sin entender por qué toda la mesa estaba en silencio, contemplándola como si le hubieran salido antenas.
—Manejas eso con bastante autonomía —continuó Elek, impresionado.
—Supongo —contestó ella, enrojeciendo ante la atención recibida.
—No, en serio —insistió Elek—. Normalmente, nos lleva diez minutos montarlo.
—Ha tardado menos de un minuto —destacó Taly, petrificado. Había cogido la herramienta y la observaba de cerca como si no pudiera creer que estuviera correctamente ensamblada.
Gábor fue el único que no hizo comentarios al respecto. Se levantó de nuevo para reanudar sus planes. Sin embargo, dio dos pasos y se volvió hacia ella.
—Vamos —le instó, indicando la habitación con un movimiento de cabeza.
—¿Me lo dices a mí? —preguntó con incredulidad.
Gábor alzó las cejas y asintió con la cabeza.
—¿Para qué? —su voz sonó más chillona de lo que le hubiese gustado.
Él se acercó para agarrarla por un enganche de su pantalón y tiró firmemente, obligándola así a levantarse.
—Por si me ataca alguna herramienta, tú pareces dominarlas con facilidad.
Ash no tuvo otra opción que seguirle voluntariamente si no quería montar una escena. Pero lo último que deseaba era ir a ninguna parte sola con él.
—Kedveled őt, igaz? —Dijo Elek en húngaro, con tono animado.
—¿Qué ha dicho? —le preguntó ella al instante. Comenzaba a irritarla su juego de utilizar lenguas muertas para no ser entendidos. ¿Acaso no era una falta de respeto?
Gábor se volvió para echarle un rápido vistazo.
—Esta habitación tiene fama de picadero —le explicó con el tono de quien comenta la situación económica de Corea.
No se le escapó el hecho de que hubiera buscado sus ojos al decirlo, y eso la hizo enrojecer furiosamente. Por un lado, estaba violentada por la situación; y por el otro, irritada porque Gábor simplemente parecía divertido. Sus movimientos y sus facciones eran, como de costumbre, seguros y relajados.
—También hay gente que viene aquí para enseñarle a la nueva cómo encontrar un RAC —prosiguió, pulsando un botón que materializó delante de ellos un gran panel iluminado—. Es tan sencillo como seleccionar la letra por la que empieza la pieza que estás buscando —dijo, pulsando la R. Ésta se iluminó por un segundo, dando paso a una nueva pantalla. Cuando Gábor volvió a pulsar, esta vez sobre la palabra RAC, la luz de la habitación descendió al mínimo.
Ash miró a su alrededor, preocupada; pero él la sostuvo por la nuca para empujarla por el pasillo de una forma muy pintoresca. Una sección en lo alto de una de las estanterías estaba iluminada.
—¿Cómo se supone que alcanzamos… —La pregunta quedó ahogada en sus labios cuando Gábor, acercándose por detrás, alargó un brazo y presionó algo en la estantería a su lado. El movimiento provocó el roce de su espalda contra el pecho de él, durando solo el instante necesario para presionar el botón. En cuanto lo hizo, le sonrió y le indicó con el dedo que mirara hacia arriba. Ash lo hizo para darse cuenta de que la plataforma iluminada en la estantería estaba descendiendo sobre su cabeza.
Mientras ahogaba un grito de sorpresa, él rodeó su cintura con un brazo y tiró de ella hacia atrás.
Delante, donde un segundo antes había estado ella, estaba la bandeja iluminada llena de piezas. Gábor seguía sujetándola por la cintura, y apretándola contra su cuerpo. Chasqueó la lengua varias veces como si fuera a reprenderla por algo.
Su camiseta era tan corta que la piel de su estómago estaba en contacto directo con la del brazo de él.
—Nota importante para la nueva —le susurró, divertido—: Intenta no morir aplastada cuando coges una herramienta.
Se dio cuenta, entonces, de algo inquietante. No lo había notado antes por lo mucho que la había turbado la situación. Sin embargo, ahora empezaba a ser plenamente consciente de que su trasero estaba apretado contra la entrepierna de él.
—¿Hasta cuándo voy a ser la nueva? —musitó, con la voz tan débil como sus piernas.
—Para mí, tú siempre serás la nueva.
No supo exactamente si fue la palabra «siempre» y sus connotaciones, la forma en que la frase la hizo sentir especial, o la manera en que la voz del joven había raspado su rostro al pronunciarlas, pero un volcán parecía haber entrado en erupción en su interior, llenándolo todo de calidez líquida.
Habían pasado demasiados minutos en aquella posición como para pretender que no estaba ocurriendo nada. Ash giró la cabeza para observarlo, pero aún sin atreverse a mirarlo a los ojos. Le miró la barbilla y el labio inferior, preguntándose cómo sería rozar los suyos contra éste. Se sentía extrañamente protegida por su cabello, que los separaba como una cortina.
Gábor levantó el brazo que tenía libre, para apartarle el pelo con mucho cuidado, rozándolo contra su nuca. Las yemas de sus dedos, a través de los mechones, acariciaron su espalda.
Ella bajó la mirada y vio que llevaba el brazalete en la muñeca. Inclinó un poco la cabeza para alcanzar a comprobar si estaba encendido, y entonces Gábor pegó los labios cálidos a su lóbulo. La mejilla contra su sien, y Ash se dejó llevar por el adormecido éxtasis que invadió sus sentidos.
—No hay de qué.
—¿Cómo dices? —preguntó, letárgica.
—Por salvarte la vida —contestó, y lo adivinó sonreír triunfal cuando se relajó hasta fundirse con él. Fue la señal para que él perdiera toda suavidad. Ambos brazos del joven la rodearon con poderosa posesión. Sus hombros anchos y masculinos cerniéndose sobre ella. La nuca de Ash descansó sobre uno de ellos, y la mejilla de él fue a parar a su cuello. Ardía. Demasiado, pero la sensación del cuerpo masculino, envolviéndola con su aroma de sándalo, era demasiado agradable como para protestar o formar pensamientos de cualquier tipo. Estaba embriagada por la agradable sensación, a la que no estaba acostumbrada, de sentir a un hombre contra su espalda y sus piernas. Sin hablar de los antebrazos de acero que rodeaban sus costillas, y cosquilleaban su piel con su tacto y su calor. De alguna forma, podía notar el deseo apretado en cada fibra del cuerpo del joven que la abrazaba. Tanto que ni siquiera notó que la luz había regresado.
—En la sala de herramientas… ¡Qué típico! —exclamó la voz de Ada tras ellos.
Ash estaba tan aturdida que le llevó una eternidad reaccionar.
—Y que se trate de Gábor es aún más típico —continuó la profesora con tono burlón—. ¿No te cansas de traerlas aquí?
Si la presencia de la mujer no había logrado congelarla, este último comentario lo consiguió.
—Mientras funcione —se limitó a decir él, para nada avergonzado—. Aún no habíamos terminado. ¿Te importa apagar la luz antes de salir?
Ash abrió los ojos como platos, totalmente avergonzada al escucharlo. Dio un salto, volviendo a la realidad para seguir a la profesora a la salida.
—¿Adónde vas? —Lo oyó decir, indignado, a su espalda—. Genial, tú vete. Ya sigo yo solo.
Sus mejillas ardían tanto al salir de la habitación, que se planteó buscar un extintor de incendios: de los que se encontraban en edificios antiguos inflamables.
Durante otros cuarenta minutos repararon todos los ordenadores que pudieron. Ash intentó mantenerse al margen de ello. Ya había llamado la atención lo bastante, reparando el Larmpag, y aún estaba pagando las consecuencias de ello. Durante el tiempo que había estado en la habitación con Gábor, se había corrido el rumor sobre su habilidad con las herramientas. Por lo que, mientras los demás reparaban errores, ella se dedicaba a montar distintas herramientas que le traían sus compañeros. Al tercer Larmpag, la sensación de que lo habían desmontado a propósito para poder verla en acción se hizo más presente.
Recordó el día que viajó a Noé, cuando su hermana le había advertido que era demasiado brillante para permanecer en la sombra. Ahora sabía a qué se había referido. A ella no le gustaba ser diferente. No le gustaba la idea de ser especial, ni mucho menos el hecho de cargar con las miradas de todos y sus altas expectativas. Por lo que no dijo nada, a pesar de que cada vez reconocía con atronadora claridad los errores de cada ordenador.
Llevaba asistiendo a técnicos mientras reparaban la complicada maquinaria de la NASA desde que le alcanzaba la memoria, y desde que comenzó a tener edad, reparándolos ella sola. Unos pocos ordenadores caseros no eran un desafío para su mente.
Al salir del laboratorio, caminaron en silencio durante un minuto. Ash tuvo la paciencia de esperar a que «la nueva Sooz» decidiera hablar y contarle qué había ocurrido.
—Tu habilidad con las herramientas me hace sentir mejor —musitó Sooz al fin, dejándola aún más confundida—. Tenemos suerte de tenerte.
—Está bien. ¿Me vas a contar qué está pasando?
En cuanto lo dijo, Sooz se paró en seco, aún cabizbaja.
—Ash —dijo, con voz temblorosa—. No sé cómo decirte esto. Es Kaudalon. Los progresistas lo han destruido.
Ash la escuchó.
Oyó las palabras, pero fue como ver una película donde se acababa el mundo, sintiéndose totalmente segura en el sofá de su casa. Sin embargo, esa seguridad le duró muy poco. Las palabras y los rojos ojos de Sooz comenzaron a penetrar en su consciencia. Se echó contra la pared, simplemente porque no creía que sus piernas pudieran sostenerla por más tiempo.
—Ahí vienen los chicos —anunció Sooz, aunque apenas podía oírla—. Es mejor no contarles nada, de momento. Gábor se lo diría a mi padre, y quiero ver por cuánto tiempo es capaz de mentirnos.
—Buen trabajo con esas herramientas —comentó Taly, sonriente al pasar. Ash forzó una sonrisa, y el esfuerzo de hacerlo cuando lo único que quería era gritar de desesperación le provocó nauseas.
—¿Todo bien? —Le susurró Elek a Sooz, deteniéndose a su lado y mirándola con sobrecogedora preocupación. Sooz asintió sin mucha convicción.
—Zsuzsana —insistió.
Podía ver cómo reprimía el deseo de abrazarla, y al final reanudó el camino hacia donde estaban los demás. Antes de irse, entrelazó ligeramente sus dedos con los de ella.
Durante el almuerzo discutieron las repercusiones, directas e indirectas, que la destrucción de Kaudalon iba a tener sobre Noé. El agua del planeta se utilizaba para consumo humano, para regar las cosechas que producían la comida que tenían en sus platos, para regar la vasta vegetación que servía de hogar a los animales del Arca, y que producía el oxígeno del que todos y cada uno de ellos dependía. El agua de Kaudalon era el eje que hacía que todo el funcionamiento de Noé fuera posible.
A finales del siglo XXI, el agua potable se convirtió en un recurso preciado. Su escasez fue motor de una serie de cambios que afectó al mundo entero. También favoreció el auge de Brasil como potencia Mundial, pues sus reservas de agua dulce subterránea alcanzaron valores insospechados. En el siglo XXII ya no se comercializaba con petróleo, sino que el nuevo oro líquido era aquél que generaciones y generaciones antes habían malgastado sin conciencia: el agua.
Las compañías más pudientes comenzaron a explorar el espacio; no con la curiosidad de las civilizaciones anteriores, sino con la avidez que les producía la necesidad de encontrar una solución a un problema que se agravaba por momentos.
Años de búsqueda incansable llevaron al descubrimiento de Somnion: un planeta con un líquido lo suficientemente parecido al agua como para empezar a trabajar con él. Las investigaciones continuaron por esa línea de estudio.
Una batalla similar a la de la época de la colonización comenzó en el espacio. Mientras, en la Tierra, la guerra fría subía de temperatura hasta convertirse en la peor guerra de la historia de la humanidad. Y ahora, la segunda parte comenzaba.
De momento, sólo ellas tres sabían lo cerca que estaban. Los demás, a su alrededor, charlaban y reían como cualquier otro día. Sin ser conscientes de que la comida en sus platos, el agua en sus vasos, e incluso el aire que respiraban habían comenzado a escurrirse de sus vidas como en un reloj de arena.