Capítulo 8
El sol de las siete de la tarde iluminaba con pereza, anunciando que el cansancio lo obligaría a retirarse pronto.
—Es aquí —anunció Ash, deteniéndose en frente de la habitación de Sooz. Los cristales convertibles estaban cerrados, por lo que se veían reflejadas en la fachada.
—Si acaba de discutir con su padre, puede que desee estar sola —dedujo Driamma dubitativa—. Las discusiones con mi madre me dejaban con ganas de aplastar cráneos.
Ash sopesó esa idea por un segundo.
En ese momento, la puerta de Sooz se abrió.
—¿Estáis planeando pasar la tarde ahí? —Demandó con cierta irritación—. Pasad —les ordenó y, sin esperar contestación, volvió a adentrarse en la habitación.
En el interior, Sooz se había tirado sobre el sofá, e inerte observaba el techo como si se tratara de una película.
—Mi padre lo sabía todo —protestó sin moverse.
—¿Sobre la segunda evacuación y Friarton? —Especificó Ash, sentándose en el sillón de enfrente. La habitación de la chica estaba tan perfectamente ordenada que temió arrugar los cojines al hacerlo. Ella era todo lo contrario, y le fascinaba presenciar cómo alguien podía mantener su entorno bajo tales condiciones de control. Se preguntó si podría cambiar su forma de ser y mantener su nueva habitación en Noé aún inviolada por el huracán Ash, tan ordenada y recogida como esa.
Sooz se irguió en el sofá, abrazándose las piernas. Se encogió de hombros y les miró con expresión mortificada.
—Lo sabía todo —repitió, mordiéndose el labio—.Ya no sé qué pensar de mi propio padre.
Driamma se acercó al sofá y se dejó caer sobre el otro extremo.
—No sé por qué te sorprendes —dijo—. Mi padre se marchó de casa cuando yo era muy pequeña. Y solo se molestó en mantener contacto con mi hermano, pero no conmigo. Que sean tus padres no quiere decir nada. No significa que sean buenas personas.
Sooz apartó la mirada y comenzó a morderse las uñas sin añadir nada más. Un grupo de alumnos cruzó la calle por delante de la habitación de Sooz. Era increíble que pudieran verlos tan de cerca, sin que ellos supieran siquiera que ellas estaban ahí. Reían y charlaban animadamente, ajenos a las cosas que ocurrían fuera de Noé.
—¿Por qué se marchó?
Driamma exhaló una bocanada de aire, acariciándose la nuca.
—Mi madre y él comenzaron a tomar actitudes políticas opuestas —explicó al fin.
Sus ojos, turbios, se perdieron en algún punto de la habitación como si sus recuerdos la hubieran transportado muy lejos de allí.
—Un día tuvieron una discusión que destacó entre las demás, y entonces se fue. Eliminó su Facebook para que mi madre no pudiera localizarle.
—¿Tienes idea de qué discutieron? —La curiosidad de Sooz volvió a aflorar.
Driamma arrugó la frente, esforzándose por hacer memoria.
—Recuerdo la pelea —dijo—. Pero era demasiado pequeña para entenderlo y Bronte no estaba en casa en ese momento. Lo que sí sé es que fue algo que mi madre dijo lo que desencadenó su partida. De repente, mi padre parecía totalmente abatido.
Recuerdo la forma tan extraña en la que me miró antes de marcharse, como si no me conociera. Es curioso que lo recuerde porque no logro recordar su rostro.
Las chicas la observaron por un instante en silencio, sin saber qué decir.
—Tu padre no pudo eliminar su Facebook a no ser que… —comenzó Sooz, meditando sobre las distintas opciones— a no ser que entrara en el ejército o en política.
El Facebook de un militar se mantenía bloqueado mientras estuviera de servicio, por razones de seguridad. Para evitar que el enemigo pudiera utilizar información personal de un capturado, para evitar filtraciones de información, o que se pudiera localizar a los soldados a través de su perfil. Militares, políticos y miembros de la Liga Anti-Facebook eran los únicos ciudadanos con permiso para tener su perfil de Facebook bloqueado.
—Tiene sentido —reconoció Driamma—. Así fue como empezaron las peleas entre ellos. Mi padre quería formar parte activa de la ideología Naturalista. Mi madre solía insultarlo por ello. Lo llamaba bárbaro, salvaje, cromañón. También ella comenzó a hacerse más radical con los años. Ingresó en la Juventud Progresista de mi ciudad antes de que mi padre se marchara. La última vez que supe de ella la habían elegido como presidenta.
—¿Tu madre era Progresista? —destacó Sooz, casi con incredulidad.
Ash ocultó una sonrisa. La forma de decir «progresista» de Sooz indicaba que la chica los creía portadores de la peste bubónica.
Driamma asintió, pensativa.
—Si los Progresistas siguen vivos en la Tierra, cabe la posibilidad de que mi madre no haya muerto. —Su voz tembló al decir en voz alta lo que probablemente había conjeturado desde que descubriera la verdad sobre la Tierra.
—Cuéntanoslo todo —le pidió Sooz, repentinamente interesada. Como si acabara de decidir que no quería seguir estando cegada, ni por su padre ni por su entorno Naturalista.
—Bronte tenía una gran relación con mi padre. Él es mucho mayor que yo, e incluso después de que mi padre se fuera, no perdieron el contacto. Mi hermano quería parecerse a él, por lo que se alistó en el ejército Naturalista en cuanto tuvo edad para ello. Poco a poco, su relación con mi madre comenzó a parecerse a la de mis padres. Al principio eran discusiones políticas a la hora de cenar, después disputas sobre el estilo de vida que llevábamos. Bronte quería adoptar en casa las medidas que estaban proponiendo los Naturalistas para ahorrar energía, y mi madre criticaba cada cambio. Al final, llegaron a odiarse de verdad; Erina le recriminaba que mantuviera el contacto con mi padre después de que nos hubiera abandonado, y Bronte la despreciaba por su amistad con Adrian Barros.
—¿Qué has dicho? —Saltó Sooz, irguiéndose—. Driamma, ¿tienes idea de quién es Adrian Barros?
—Lo sé, un alto cargo del Gobierno.
—¿Un alto cargo? —Repitió Sooz, agitada—. Adrian Barros es el actual presidente de los Progresistas.
Driamma pestañeó varias veces.
—Entonces es muy posible que haya mantenido a mi madre con vida durante la guerra. Puede que mi madre esté viva —repitió, alterada.
—¿Cómo perdiste el contacto con ella? —Intervino Ash.
—Erina se marchó de casa después de que estallara la guerra. Bronte y yo vivimos solos durante un tiempo. Mi madre también bloqueó su Facebook, obviamente demasiado metida en política como para mantenerlo activado. Por esa razón, yo nunca podía contactarla. Era siempre ella la que me encontraba, o la que me hacía llegar los mensajes. Seis meses antes de que me evacuaran a Friarton, estallaron las bombas atómicas en Lugano.
—Las bombas de Lugano —repitió Ash— fueron el detonante que hizo que los Naturalistas comenzaran a hablar de evacuar la Tierra.
—Aunque me pregunto si la situación en Europa era tan mala como nos dijeron —comentó Sooz con recelo—. ¿Quién sabe?... Después de tantas mentiras.
—Lo era —les aseguró Driamma—. Yo estuve allí.
Ambas chicas la miraron con ojos como platos. Ash no podía creer que alguien que tenía apenas tres años más que ella hubiera vivido tantas cosas.
—¿Estuviste en Europa después de Lugano?
—Después de que estallaran las bombas, mi hermano fue destinado a Europa en una misión de rescate. ¿Habéis oído hablar del invierno nuclear?
El invierno nuclear de Europa se produjo por los incendios y la destrucción masiva que las bombas ocasionaron en Suiza. Tal cantidad de humo que al subir y mezclarse con las capas más bajas de la atmósfera sumieron al continente en un clima glacial. Las temperaturas descendieron drásticamente, destruyendo las cosechas y dando lugar a intensas nevadas.
Ash sintió como su piel se erizaba al imaginarse a Driamma y a las demás personas que habían pasado por eso en Europa. Se preguntó por qué las zonas más pobres del mundo eran las que siempre tenían que soportar las peores catástrofes.
—El gobierno naturalista le aseguró a Bronte una plaza para los dos en la segunda evacuación, si cumplía con la arriesgada misión de rescate en Europa. Según Bronte, después de Lugano, muchos soldados comenzaron a desertar del ejército naturalista, y otros se negaron a poner un pie en el viejo continente. Mi hermano accedió con la condición de que ambos contáramos con esa plaza.
—¿Por qué será que tengo la sensación de que no cumplieron con su promesa? —Inquirió Sooz, cerrando los ojos.
—El último mensaje que recibí de Bronte desde Europa contenía instrucciones concretas. Me dio la fecha y la hora para que acudiera al puerto de Ensenada, en California, y me colara en un barco con cargamento de rescate que partiría en la madrugada hacia Europa. Así fue como llegué al puerto de Amberes, donde se suponía que Bronte estaría esperándome. Sin embargo, lo único que me esperaba allí era la hambruna glacial en la que estaban sumidos. Al no encontrar a Bronte en los alrededores de Amberes, le esperé en el puerto durante días, pero no apareció. Tampoco contestaba a ninguno de mis mensajes y su Facebook continuaba desconectado. Finalmente, el hambre y el frío me obligaron a seguir avanzando. Busqué ayuda. Llevaba días sin comer, ya que la poca comida del barco que había guardado conmigo se había terminado hacía varios días. Alimentarme se había convertido en mi único objetivo, cuando el frío y la nieve no hacían más que dificultarlo todo, haciéndome sentir más cansada, más hambrienta, y ralentizando mi paso.
Al fin, una semana más tarde de llegar a Amberes, me crucé con un grupo de soldados que me llevaron hasta Funen: el último refugio de supervivientes en Europa. Allí nadie tenía conocimiento de que, en el resto del Mundo, las temperaturas se encontraban en niveles normales. Les habían mentido. Al principio no entendí la razón, pero tampoco era de mi incumbencia cuando mi único objetivo era encontrar a mi hermano. Ahora que tengo toda la información, me doy cuenta de que el Gobierno Naturalista no quería dejarles salir de Europa para evitar que se unieran a la causa Progresista. Preferían dejarles morir allí que verlos unirse al enemigo.
Sooz se llevó ambas manos a la frente, apoyando los codos sobre las rodillas.
—¿Estás bien? —Le preguntó Ash, con cierta preocupación.
La chica se destapó la cara para mirar a Driamma.
—¿Cómo es posible que sigas considerándote naturalista después de haber vivido todo eso?
Driamma rio con cierta amargura.
—No lo entiendes, ¿verdad? —Sacudió la cabeza—. No importa si son naturalistas o progresistas. A los políticos les dan igual las personas. Ellos solo ven objetivos, y para conseguirlos no les importa matar a miles; sobre todo si piensan que así van a salvar a millones.
Ash notó cómo un escalofrío cruzaba su cuerpo. Le daba miedo pensar de qué manera funcionaba el mundo.
—Está bien —comenzó Sooz, pareciendo querer ordenar sus pensamientos—. Tenían a un grupo de refugiados en Funen, y a un grupo de soldados a los que habían prometido ser evacuados si cumplían con una última misión en Europa. Y, por otro lado, contaban con la cárcel de Friarton totalmente vacía, por lo que decidieron en el último momento usarla para el refugio de esas personas. ¿No es tan malo verdad? Mi padre me dijo que era una obra de caridad.
Ash dio un pequeño salto de sorpresa por lo que ocurrió a continuación. Driamma cogió uno de los cojines que descansaba tras su espalda y lo usó para golpear a Sooz en la cara.
—Despierta, rubita, ¿quieres? —Le pidió con indignación—. Tu padre no te mentía. Sí fue una obra de caridad, pero para vosotros: los primerianos. En Friarton llamábamos a los pijos que evacuasteis en la primera evacuación «primerianos». Lo hicieron para que tuvierais soldados que protegieran vuestras valiosas vidas. Cuerpos baratos que mandar a morir primero si había otro enfrentamiento con los progresistas. Si hubiera sido una obra de caridad, no hubieran abandonado a niños y ancianos en la nieve, sin protección ni alimentos. Si fuera una puta obra de caridad, no lo hubieran mantenido en secreto. Lo hubieran pregonado por todo Noé como muestra de su «bondad». Nos habrían incluido en el Manifiesto de supervivientes. Pero no estamos porque no se esperaba que sobreviviéramos demasiado.
—¿A cuántos dejaron atrás? —Preguntó Ash, en un hilo de voz.
—A seiscientas cincuenta y cinco personas —contestó Driamma con rapidez—. Créeme, no es un número que vaya a olvidar con facilidad. Incluso recuerdo sus caras. Las caras de la gente con la que conviví durante meses.
—¿Cómo decidieron quiénes se quedaban y a quiénes se llevaban?
—Nos hicieron competir entre nosotros. Era la manera más fácil de descartar a los heridos, enfermos y a los que, por su edad, nos les serían de provecho.
—Por la creación —exclamó Ash, llevándose las manos a la frente.
—Lucha cuerpo a cuerpo, con o sin armas; carreras, circuitos de entrenamiento militar y pruebas intelectuales. Por supuesto, una gran parte ni siquiera compitieron a sabiendas de que nunca lograrían una plaza. Había quinientas plazas en Friarton, treinta tres eran para los soldados del refugio, y el resto para los que demostramos ser más fuertes. Yo nunca hubiera competido, y hubiera dejado a esa gente atrás, si no fuera porque creía que encontraría a mi hermano en mi destino.
—¿Dónde está tu hermano ahora?—Interrumpió Sooz. Pálida.
La chica apretó la mandíbula antes de responder.
—No lo sé. No figura en el Manifiesto de supervivientes, al igual que yo. Si pudieras utilizar tus contactos con tu padre, Sooz, y ayudarme a encontrarle.
—Por supuesto, le llamaré más tarde. Si hay más lugares que no figuran en los mapas, con gente que no está en el Manifiesto, mi padre tiene que saberlo. No te preocupes, lo investigaremos hasta encontrar a Bronte.
El rostro de la joven se transformó al oír la promesa. Era como si un enorme peso hubiera dejado de aplastarla contra el sofá, y un brillo de esperanza encendió sus ojos como un árbol de navidad.
Un largo silenció colmó la habitación durante varios minutos, dejando a cada una inmersa en sus propias cavilaciones.
Ash, arrastrada por sus pensamientos, que continuaban comparando su vida en Pentace con la historia que acababa de narrar Driamma, no supo cuánto tiempo había pasado cuando el silencio se rompió con los ruidos de protesta de un estómago vacío. A pesar de todo, la interrupción del furioso órgano las hizo sonreír.
—Tengo hambre —se disculpó Driamma, acariciándose el abdomen— ¿Dónde cenáis aquí?
Sooz giró el cuello para examinar el cielo a través de los cristales de su habitación.
—Está anocheciendo —declaró, un tanto sorprendida—. Cada noche, a partir de las nueve, se sirve la cena en el comedor de la Academia. Pero no quiero encontrarme con mi padre, quien probablemente se haya quedado a cenar. Aún no estoy preparada para enfrentarlo en persona. Le enviaré un mensaje esta noche sobre lo de tu hermano.
—¿Tu padre se queda a cenar en el comedor de la Academia incluso sin ti? —Ash intentó ocultar su preocupación ante esa posibilidad.
Sooz asintió, distraída; sus pensamientos parecían haberla llevado lejos de la habitación.
—Tengo una idea —dijo al fin, sonriendo—.Vamos a pedir una pizza a domicilio.
Veinte minutos después escucharon el ruido de alguien golpeando el cristal con el nudillo.
Sooz saltó del sofá.
—Mierda —susurró, echándose el aliento en la mano, ahuecada sobre su nariz—. Dame dos minutos —gritó en dirección de la puerta. Y corrió al servicio para ponerse el aparato de limpieza bucal.
Ash no tuvo dudas de que se trataba de su novio. Su estómago dio un vuelco, chocando con su corazón, y haciéndolo latir con fuerza. Se mordió los labios, irritada por su propia reacción. Cuanto antes se acostumbrara a la presencia del muchacho, mejor para ella.
Pasado un minuto, Sooz se quitó el aparato y se agachó junto a su mesita para quitar la hermosa planta de flores naranjas que combinaban con los tonos de la habitación.
—Pasa —exclamó.
El joven se aproximó y su sombra se cernió sobre ella. Si no quería suscitar sospechas no tenía más remedio que alzar la mirada para saludar al recién llegado.
Cuál fue su sorpresa al ver que no se trataba de quien había imaginado, sino de otro muchacho un poco más alto, y con una complexión más fuerte. Su piel era del color de la canela, fruto de la mezcla racial. Los rasgos afros, en general, se imponían sobre los blancos; pero ese chico tenía la suerte de haber heredado los atributos más bellos de cada raza. Unos hermosos ojos verdes que destacaban con intensidad sobre la piel morena de su dueño. Y unos labios perfectos y gruesos. Supo con seguridad que el chico más guapo de la Academia, acababa de entrar en la habitación. Llevaba una camiseta azul celeste que se ceñía sobre unos brazos más desarrollados que los de Gábor y Taly, y destacaban su piel morena.
—¿Estabas desnuda? —Preguntó él antes de notar que había más gente en la habitación. Sus ojos verdes mostraron cierta decepción ante esa revelación. Sin embargo, esta fue rápidamente sustituida por la curiosidad.
—¿Qué has traído? —inquirió Sooz, balanceándose en una mano para quitarle los paquetes con la otra.
Él alzó el brazo para facilitarle la labor, pero rápidamente su mirada volvió a ellas.
—Mi nombre es Elek La Joi —se presentó con una sonrisa amplia.
—Driamma Sandoval y Ash Barrott —contestó la primera, devolviéndole la sonrisa y atravesándolo con sus pupilas.
Driamma, claramente había activado el modo «caña de pescar» y sacudía el anzuelo en las narices del joven.
—Elek —lo llamó Sooz, con cierta aspereza—. ¿Y las bebidas?
—Se me han olvidado —se limitó a contestarle para, rápidamente, devolver su atención a Driamma—. Sois las nuevas, ¿verdad? Gábor me ha comentado algo.
No tenía que ser adivina para imaginarse qué le había contado Gábor. Incluso podía verlo en su mente diciendo: «dos chicas nuevas; una es despampanante, la otra no merece la pena ni describirla». Y Elek, en un segundo, habría reconocido cuál era cuál.
—De momento, creo que nos quedamos —concedió Driamma, y con ello consiguió que la sonrisa del chico se ensanchara mientras se apoyaba en el brazo del sillón para mirarlas más de cerca. Para Ash fue un alivio, ya que desde el suelo le parecía un auténtico gigante, y su cuello había empezado a resentirse por la postura.
—¿Tu también estudias aquí?
Admirablemente, Driamma conseguía que cada una de sus palabras sonara a proposición indecente.
— Pareces mayor que los demás, ¿quizá de mi edad?
—Tengo la edad de Gábor, dieciocho.
—Uno menos que yo —declaró Driamma, asegurándole con la mirada que eso no suponía ningún problema para ella.
—¿Eres francés? —Preguntó Ash, con curiosidad. Aquello de no tener Facebook era un poco aburrido.
—Casi —admitió él—. Canadiense.
—Querrás decir húngaro —le espetó Sooz, mientras recogía un pedazo de pizza.
Parecía estar molesta con él por alguna razón, pero eso no lo incomodó. Se limitó a pestañear ante la intervención pero sin siquiera mirarla.
—Mi madre es de Hungría y mi padre es Canadiense.
—Hungría y Canadá deberían establecer una alianza de emparejamientos si el resultado es tan… satisfactorio —dijo Driamma.
Ash no supo si enrojecer ante tal despliegue de descaro, o admirar a la chica por su desvergüenza. Echó un vistazo hacia Sooz, que había dejado de masticar para tragar de golpe y con dificultad.
—Por favor, Driamma, no inflames aún más su ego… O la habitación va a explotar.
Esta vez, Elek sí que se digno a mirarla.
—Cierto, Zsuzsanna, porque el tuyo ya está ocupando todo el espacio disponible —dijo sin sentimiento, como si no disfrutara peleándose con ella, pero no le quedase más remedio que defenderse de sus ataques.
Ash y Driamma intercambiaron una mirada y reprimieron una sonrisa.
—Sooz es húngara también —recalcó Ash, con el ceño fruncido.
—Lo sé —contestó él, dedicándole otra rápida mirada, y cargada de reproche, a la aludida.
Pues claro que lo sabía, probablemente se conocían desde hacía tiempo. Se avergonzó por haber hecho esa estúpida observación.
—Es solo que me parece una casualidad; nunca antes me había encontrado a ninguno —se defendió.
—Es más que una casualidad —explicó Elek, volviendo a sonreír. —Sooz, Gábor y yo nos conocimos en la Asociación Juvenil de Húngaros de Alberta en Canadá. Mi madre solía llevarme de pequeño, para que estuviera en contacto con la tradición y la cultura, y para practicar la lengua.
—Tenía entendido que era una lengua muerta —continuó Ash.
—Lo es —intervino Sooz—. Pero la Asociación intentaba mantenerla viva, por lo menos para guardar la historia y la literatura antigua. Como una manera de conservar nuestra identidad.
Ash nunca se había planteado cómo se sentirían los hablantes de los idiomas que no habían sobrevivido a la globalización; es decir, cualquier idioma distinto al chino mandarín, al español y al inglés.
—¿Venís de la ciudad de Noé? —Preguntó Elek, ignorando, quizá intencionadamente, el discurso sobre el húngaro de Sooz.
—Sí —mintieron ambas chicas al unísono. La verdad era demasiado complicada para explicarla en ese momento.
—Bueno, acabamos de venir de la ciudad de Noé —aclaró Ash, fingiendo haber entendido eso. Al fin y al cabo, Gábor y Taly sabían de su procedencia; no tenía sentido mentirle—. Pero yo vivía en Pentace, con mi familia.
—Es verdad, Gábor me lo explicó —contestó él, haciéndola sentir extraña al imaginarse a esos dos ejemplares masculinos hablando sobre ella.
—Genial —exclamó Sooz, con fingido entusiasmo—. Ahora que ya las conoces puedes unirte a los cotilleos de Gábor y Taly.
Ash puso cara de horror y los labios del chico se curvaron con malicia.
—¿Qué esperabais, aras? Sois las nuevas. Carne fresca.
—Elek, gracias por la comida. Ya puedes irte —lo interrumpió Sooz, a su espalda.
El chico se volvió para mirarla, y a Ash le pareció ver cierto resentimiento en sus ojos.
—En realidad, estaba pensando en llamar a Gábor para que se una a nosotros.
—No, ni se te ocurra. Gábor, probablemente, cenará con mi padre.
—Entonces definitivamente me quedo a cenar con vosotras —contestó él, reclinándose sobre el respaldo del sofá, sin ninguna intención de marcharse. Extendió una de sus piernas, cuya largura le permitió interponer su pie entre Sooz y la mesa. Elek era un hombre atractivo, y tan corpulento que a pesar de no sentir especial atracción por él, Ash notaba su presencia en la habitación como un sol irradiando luz y calor.
—¿Y por qué no estás tú cenando con tu padre? —Preguntó.
Sooz suspiró algo exasperada.
—Es una larga historia —acortó—, nos hemos peleado.
Si el novio de Sooz cenaba con su padre, incluso sin la presencia de ella, debía significar que su relación era bastante seria.
—¿Te has peleado con tu padre? ¿Por qué? —continuó Elek.
A pesar del resentimiento que mostraban los ojos del muchacho, en su voz estaba presente un vestigio de afecto al dirigirse a ella. Si pretendía ocultar su preocupación, no lo había logrado.
—No quiero hablar de ello ahora —le pidió, cansada.
Pareciendo respetar sus deseos, se giró de nuevo hacia las chicas.
—Me alegro mucho de que os unáis a nuestra clase este curso. Un año sin gente nueva se hace muy monótono.
—Cuando terminéis de coméroslo con los ojos, podéis empezar con la pizza —sugirió Sooz, sin ocultar su irritación—. Se va a enfriar.
El rostro de Elek pareció iluminarse ante el tono enfurruñado de su amiga.
—Cierto —concedió Driamma—. Sooz, pásame un trozo de esa pizza de celos que te estás comiendo.
Si las miradas mataran, Driamma estaría totalmente fulminada e inerte en el suelo de aquella habitación.
Elek, en cambio, la observó con una mezcla de sorpresa y esperanza que habló por sí sola de sus sentimientos por la joven. Ash no podía creer la complicada relación que parecía tener con el mejor amigo de su novio.
—Sinceramente, no creo que haya suficiente comida para todos.
Elek se levantó, cansado de la actitud de la chica.
—La próxima vez no me llames.
—Me debías una, y lo sabes —le espetó ella a la defensiva.
Exasperado, sacudió la cabeza. Se dirigió a la salida, pero se detuvo antes de irse.
—¿Qué les digo a Gábor y a Tibor si me preguntan por ti? —Inquirió, cruzándose de brazos.
Sooz se encogió de hombros, moviendo la cabeza.
—¿Por qué ibas a saber tú dónde estoy?
Él la observó en silencio por unos segundos.
—Cierto —replicó finalmente, con un tono gélido que se propagó como un alud de nieve hacia el resto de sus facciones—. Señoritas —se limitó a decir a modo de despedida para, acto seguido, marcharse sin más.