Capítulo 6

 

Sooz les anunció que la siguiente parada era la suya.

—¿Dónde bajáis vosotros? —Preguntó con repentino interés. Claramente se debía al tal Pak.

—Seguimos hasta el Galeón —contestó Taly.

La joven echó un último vistazo a Pak, antes de apearse, y ellas la siguieron. Ash con la mayor rapidez posible para evitar ser observada por los muchachos.

—¿Qué estás haciendo ahí parada, como si te hubiera dado un vahído? ―Le preguntó Driamma a Sooz.

—Está buscando el perfil del tal Pak —dedujo Ash.

—Pensaba que podíais navegar con esa cosa y andar al mismo tiempo —se quejó Driamma, echando un vistazo sobre su hombro hacia la cumbre de la rampa.

—Es que no lo encuentro —estalló Sooz, irritada—. Llevo dos horas buscando entre los amigos de Gábor y no hay ningún Pak.

—Tal vez es un apodo —propuso Driamma.

—Qué rabia. ¿Por qué la gente usa apodos? Odio no encontrar el perfil de alguien.

Ash se cruzó de brazos, impaciente. Sabía que ese comentario la incluía a ella.

—Quizá lo hacen para que los desconocidos no entren en su perfil —espetó.

―No soy una desconocida. Soy una conocida de un conocido suyo.

Ante eso no pudo evitar poner los ojos en blanco.

—Suficiente razón como para tener acceso a los datos de toda su vida —continuó con sarcasmo.

—Lo encontré —exclamó la muchacha, entusiasmada, haciendo caso omiso de ella—. Rapak Gond. Veamos… ¿Dónde estudias? ¿Qué? ¿Ciencia agrícola?

—Es una buena carrera en Noé —recalcó Ash, sin entender la decepción de su amiga.

—Pero no lo entiendo. Ha detenido la cápsula cuando ésta ya había dejado el hospital, y la ha hecho regresar. Tiene que ser informático. No lo entiendo.

Ahí estaba: la razón por la que Sooz se había interesado tanto en él.

 —¿No es eso lo normal? —inquirió Driamma, confusa—. Pensaba que la cápsula había vuelto porque se había dejado a un pasajero.

—No, la gente no puede mover el áncora a su antojo, a no ser que seas un informático brillante.

—O a no ser que conozcas a alguien que trabaja ahí —interrumpió Ash, con cierto tono de mofa.

Los ojos de Sooz regresaron a la realidad para observarla, y un instante después volvieron a mostrar la dureza anterior.

―Efectivamente. Su madre es controladora de cápsulas —recitó Sooz, leyendo la información en su Facebook—. Chica lista.

―¿Has visto sus fotos? —Preguntó Driamma con curiosidad.

—Oh, no  —se lamentó Sooz, meneando la cabeza con desaprobación—. En una de ellas está enseñando el trasero. Ese chico no tiene expectativas de encontrar un trabajo serio algún día.

—Eres una exagerada —sentenció Driamma—. Cuando comience a buscar empleo puede borrar esas fotos.

Sooz dejó de indagar en la vida privada del muchacho, habiendo perdido todo el interés y se puso en marcha.

—Ash, ¿por qué no le explicas cómo funciona en realidad el asunto?

Suspiró, aliviada por haber tenido la idea de usar la Liga Anti-Facebook como coartada. Lo sabía todo acerca de la Liga. Con la primera evacuación de la Tierra, la Liga se trasladó a Pentace y entonces conoció a Ange, un hombre en su cincuentena que llevaba toda su vida trabajando para la institución. Hicieron migas enseguida. Le gustaba oír todas las historias que Ange le contaba sobre la vida en la Tierra y sobre la guerra. Tenía mucha experiencia, y ella se había pasado tardes enteras acompañándolo durante su trabajo. Sabía todos y cada uno de los procedimientos que seguían para controlar el mal uso del Facebook junto con las anécdotas de tantos años de servicio que él le había contado en repetidas ocasiones.

—¿Conoces a O´Doherty? —le preguntó.

Driamma negó la cabeza, con el ceño fruncido.

—En el año dos mil ciento y algo, una madre irlandesa intentaba adoctrinar a su hija adolescente sobre los peligros del alcohol. Su hija se limitó a conectar su Facebook y preguntarle a su madre si era ella quien estaba borracha y medio desnuda debajo de una mesa en la foto.

—Me suena esa historia —interrumpió Driamma—. La hija había recuperado fotos del perfil de su madre que ella había eliminado hacía años.

—Lo que ocurrió fue que el coreano Yun Bok había inventado un programa de recuperación de datos eliminados del Facebook. El programa fue declarado ilegal después de que aprobaran la Declaración de O´Doherty, la pionera de la actual Liga de Control del Facebook. El problema apareció porque las empresas continuaban utilizando el «yunbok» de forma ilegal en sus procedimientos de selección de personal. Analizaban el perfil psicológico de los aspirantes. Como de a menudo publicas frases depresivas en tu muro, con qué frecuencia bebes, cuál es tu rotación de amigos, de pareja. Cuántas veces sales, entras, viajas; cuántas veces enfermas, incluso las enfermedades de tus familiares.

Driamma sacudió la cabeza.

—¿En qué clase de civilización se está convirtiendo Noé?

—No te confundas, Driamma. Estas prácticas se hacían ya en la Tierra, y en ambos bandos.

—Pero la Liga lo controla.

—La Liga intenta controlarlo, o por lo menos procura que las empresas no puedan realizar estas prácticas en sus instalaciones, pero nada puede hacerse si el gobierno no les permite penalizarlas. Y es sabido que los Recursos Humanos de cada empresa tienen ordenadores registrados como personales y no profesionales, para poder efectuar estas búsquedas sin que la Liga lo registre.

Driamma sacudió la cabeza mortificada.

—Recuerdo a mi vecina en la Tierra, la cual inexplicablemente no lograba encontrar trabajo después de graduarse. Vivía con su madre alcohólica, y su padre había muerto de cirrosis producida por alcoholismo. Ahora lo entiendo.

—El «yunbok» ha aumentado el porcentaje de diferenciación social —sentenció Ash.

 

 

La visión de lo que había en la superficie dio el tema por zanjado. A ambos lados del canal por el que circulaba el áncora se extendía el más espeso de los bosques, cuyo final no parecía estar ni remotamente cercano. Ash giró sobre sí misma, intentando absorber el verde resplandor de la luz del sol que se colaba entre las hojas. Inspiró llenando sus pulmones de aquel aroma vegetal al que aún se estaba acostumbrando.

Driamma miró hacia las copas de los árboles.

—Le falta algo a este bosque.

—Los pájaros —explicó Sooz—. No hay ninguno en esta zona.

—No es lo mismo sin ellos —se lamentó Driamma—. Con este sol y sin oírlos cantar, es como si el bosque estuviera muerto. Me da escalofríos.

Ash acarició el rugoso tronco del árbol más cercano. ¿Cómo podía aquello parecerle muerto a Driamma? Sentía la vida de aquel tronco como si brotara en forma de energía. Había algo intensamente romántico en ese infinito tejado de hojas verdes que medio ocultaban del cielo a dos amantes. Algo animal y primario en el tronco del árbol, que servía de apoyo a la unión de sus cuerpos. Al igual que aquella pareja a la que había observado cuando Gábor la sorprendió. Entendió por primera vez el Locus Amoenus sobre el que había leído tantas veces; y que a pesar de todo el progreso humano, no había nada como el sentimiento que produce ese reencuentro con la naturaleza.

 

 

Al otro lado del enorme arco de vegetación se encontraba el centro comercial de Noé. Estaba emplazado sobre una verdosa pradera, donde un extenso rectángulo formado por arbustos delimitaba la zona comercial. Dentro del rectángulo, ocho torres divididas en dos líneas se elevaban por encima del nivel de suelo. Caminaron justo hacia el centro del campo, donde estaban los mostradores del bufé, con comida a un lado, y una barra donde la gente se sentaba a comer al otro.

—¿Y a esto lo llamas centro comercial? ¿Dónde están las tiendas? —inquirió Driamma, mirando a su alrededor—. Parece un campo de fútbol con catering.

—No seas impaciente.

Sooz se acercó al mostrador de comida, recogió una bandeja, y comenzó a examinar qué platos ofrecían. En el interior, varios cocineros uniformados con un delantal negro y un gorro del mismo color preparaban más cantidad para rellenar el bufé.

Ash observó fascinada a los cocineros, ya que nunca había estado en una cocina. La de Pentace era zona prohibida si no eras uno de los trabajadores. No había logrado colarse allí ni siquiera una vez.

—No puedo creer que estén cocinando —dijo Driamma, observando a uno de los cocineros que cortaba zanahorias—. Quiero decir, cocinando en el sentido tradicional de la palabra. Sin un cook.

—Es un buen espectáculo, ¿no crees? —inquirió Sooz, señalando con un movimiento de cabeza a la gente que, en la fila de enfrente, los observaba con avidez.

Un par de personas los estaban grabando. Quizá para copiarles cuando cocinaran en casa. Uno de los hombres, que no se perdía detalle del proceso, tenía unos cincuenta años. Se imaginó lo duro que debía ser para la gente, acostumbrada a utilizar el Cook durante todas sus vidas, volver a la cocina tradicional. Con todo el tiempo, esfuerzo y desorden que eso suponía.

—Encontrarás que en Noé muchas cosas se han vuelto a hacer de la manera tradicional —le explicó Sooz a Driamma—. Y una de ellas es cocinar.

—Me parece bárbaro.

—Creo que es un arte —intervino Ash—. Cocinar todos esos platos sin un Cook. Míralos, es como pintar un cuadro.

Sooz las guio hasta la última torre de la derecha.

—Es la única con un puerto para Secbra —les explicó mientras se abrían paso entre la multitud.

Se cruzaron con familias con niños, ancianos que se movían a otro ritmo, y grupitos de adolescentes primerizos, que parecían clones unos de otros, y se apiñaban como si su única opción de supervivencia fuera la de permanecer unidos. El lugar bullía con un caos de gente en distintas fases de su existencia.

Las torres estaban cubiertas por vegetación y rodeadas por escaleras acaracoladas que permitían el acceso a la planta superior. Sin embargo, las escaleras carecían de barandilla en el sentido tradicional de la palabra, y en lugar de ésta, se extendían finas y altas columnas de vegetación intercaladas con chorros de agua que continuaban hasta la cumbre y rodeaban el piso superior de la torre.

Un grupo de jóvenes de unos veinticinco años había alcanzado el pie de la escalera antes que ellas.

—Disculpad —los llamó Sooz, cuando se disponían a subir los primeros escalones.

El grupo se giró para mirar la voz que los había interrumpido con cierta impaciencia. Sin embargo, su expresión cambió tras segundos de observar el rostro de Sooz y, sin más, descendieron los escalones que acababan de salvar para alejarse hacia otra torre.

—Gracias —les dijo ésta, y comenzó a subir los peldaños.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Driamma, siguiéndola por las escaleras—. Esa gente se me ha quedado mirando a la frente, y luego han retrocedido como si fuera a desintegrarles con mi Secbra.

—¿Has visto a alguien más con un Secbra desde que salimos de la Academia?

—La verdad, no —admitió Driamma—. Tampoco ese Pak o como se llame, el colega de Gábor.

—Exacto. Han visto nuestro Secbra. Saben que somos informáticas y, es más, saben que somos de la Academia —aclaró Sooz—. No nos temen, simplemente nos respetan. Por eso nos han cedido la torre.

—Eso no está bien —protestó Ash—. Ellos han llegado antes.

—Pero ésta es la única torre con puerto para Secbra —repitió Sooz, como si eso lo justificara.

 

 

El piso superior era un círculo de un metro de diámetro y estaba rodeado también por la pared de arbusto y agua, y el efecto de la luz colándose por ésta creaba un interesante halo de intimidad.

Dentro, un sofá con forma de anillo ocupaba toda la superficie de la torre, y en el interior de la rosca que formaba el sofá yacía una mesa también circular donde las chicas depositaron sus bandejas de comida.

―¿Veis ese círculo de cristal? —Preguntó Sooz, señalando el centro de la mesa―. Ahí están las tiendas —continuó Sooz, divertida al ver su confusión—. Driamma, conecta tu Secbra con el puerto de la mesa.

Driamma la miró, desconcertada.

—Yo no… —comenzó pero luego, pareciendo darse cuenta de algo, se volvió hacia Ash.

Ash se horrorizó al intuir lo que pretendía.

―Driamma, al menos inténtalo.

—No sabría ni cómo empezar… —se quejó ella—. ¿Pero qué…? —gritó dando un salto hacia el respaldo del sofá al verse a sí misma encima de la mesa.

Por supuesto no se trataba de ella, sino de una imagen holográfica suya a tamaño real, que giraba despacio sobre la mesa, estática, como un maniquí en un escaparate. La imagen emanaba del círculo de cristal.

—Tenías que haber visto tu cara —la señaló Sooz con el dedo índice—. Por cierto, enhorabuena. Has conseguido conectar ese Secbra sorprendentemente rápido para alguien que no lo había usado nunca.

―¿Qué? —protestó, confundida—. Yo no he…

El rostro de Driamma se desdibujó en una mueca de dolor cuando Ash le pateó la espinilla por debajo de la mesa. Sin embargo, fue suficiente para hacerle cerrar la boca.

Sooz, inconsciente de lo que estaba pasando entre las chicas, se conectó al puerto también para indagar en las existencias de las tiendas. El cuerpo de la imagen holográfica de Driamma estaba distorsionado para evitar exponer su desnudez. Pero en cuanto Sooz seleccionó varias prendas, éste se clarificó mostrándola con ellas.

—Creo que el pantalón te está un poco grande, ¿verdad? —observó Sooz, y cambió la talla. Los pantalones se ajustaron a la perfección sobre su figura.

Driamma se reclinó en el sofá, apoyando ambos brazos sobre el respaldo.

—Increíble, y no he tenido que moverme —exclamó con satisfacción.

—Pensaba que la máxima Naturalista era justamente evitar cosas así —intervino Ash.

Tal y como había temido, Sooz se volvió hacia ella con el entrecejo fruncido.

—La energía utilizada en todo este proceso sale de tu Secbra —le espetó con seriedad―. El Gobierno Naturalista lo está haciendo lo mejor que puede. Es difícil pedirle a la gente que renuncie a sus comodidades, ¿sabes?, y cada vez se inventan más formas en las que el ser humano puede contribuir a la producción energética.

—Solo decía que esta actividad no me parece tan necesaria y básica —le contestó, intentando suavizar el tono—. No estoy planeando un golpe de Estado, ¿vale?

Estaba claro que Sooz, la hija de un Ministro, no quería ni oír hablar de los defectos de su sistema.

 

 

Tras veinte minutos, habían terminado sus comidas y completado un vestuario para Driamma.

—Ya puedes tirar esa cosa —celebró Sooz, señalando la sudadera de Pentace que llevaba Driamma.

—Mejor devuélvemela ―pidió Ash.

—¿Para qué la quieres? Me recuerda a esas bolsas de basura del siglo pasado            —bromeó Sooz.

—Es el uniforme de Pentace —explicó Ash—. Es lo que he vestido desde que tengo tamaño para llevarlo.

—Si crees que tienes tamaño para llevar esa bolsa de basura es porque eres anoréxica —dijo Sooz—. Además, ya no estás en Pentace, por lo que ya no lo necesitas.

—Pero solo me he traído cuatro de esas.

—Un momento —pidió la muchacha, sacudiendo la cabeza—. ¿Me estás diciendo que todo tu vestuario se reduce a tres réplicas de ese disfraz de chimpancé con el que te conocí?

Ash exhaló un largo suspiro, reclinándose contra el sofá. Presentía que a esa discusión aún le quedaba un rato.

—No puedes llevar eso. En Noé tenemos chimpancés de verdad. ¿Qué pasa si te encuentran e intentan aparearse contigo en mitad de una clase?

—Al menos, no terminaría el año sin que alguien intentara aparearse conmigo.

—Conecta tu Secbra al puerto de la mesa —sentenció Sooz, haciendo caso omiso de su réplica.

Ash suspiró, poniendo los ojos en blanco.

―Por la creación. Terminemos con esto cuanto antes.

 

 

Cuarenta y cinco minutos más tarde habían terminado de seleccionar un vestuario para Ash. Abandonaron la torre y se dirigieron a la salida, donde un joven sonriente las esperaba con un bastoncillo en la mano.

—Si eres tan amable de darme una muestra —pidió él, de manera robótica, casi introduciendo el bastoncillo en la boca de Ash por la fuerza. El dependiente la trató con una extraña mezcla de amabilidad y frialdad. Por un lado sonreía exageradamente, y su voz era suave y educada; y por otro, logró hacer todo el proceso sin apenas mirarla. Al fin introdujo el bastón con la saliva de Ash en un aparato, y la miró por primera vez con aquella sonrisa mecánica

—Son dos mil novecientos setenta y cuatro nars —dijo.

Ash pestañeó varias veces.

—¿Cómo dices?

—Dos mil novecientos setenta y cuatro nars. Por favor, deposite su dedo en el lector de huellas para autorizar el cobro —repitió él, echando un vistazo de impaciencia a la fila.

Alargó el dedo e hizo lo que le pedía.

—Tres mil nars —repitió con tono ausente, como si no fuera su cuenta—. ¿Me he gastado tres mil nars?

El dependiente la observó, temeroso de que fuera a ocasionarle problemas y detener el avance de la cola.

—Su compra le será entregada en el transcurso del día —se apresuró a decir, llamando al siguiente cliente.

Sooz tiró de su brazo para que se moviera y dejara paso a los demás.

—Y yo pensando que mi factura había sido alta —bromeó Driamma.

—Verás, me he tomado la libertad de incluir un set de maquillaje camaleónico —le aclaró Sooz—. Es el mismo que llevo yo y, créeme, no te vas a arrepentir. Se trata del maquillaje permanente de siempre, pero especial porque cambia de color dependiendo de lo que lleves puesto, sin contar con que cambia de intensidad según la hora del día. Suave por las mañanas, intenso por las noches.

—Seguro que ése es el eslogan del anuncio —se burló Driamma.

—¿Estáis seguras de que esto me va a quedar bien? —Inquirió, preocupada, y volvió la cabeza hacia el cajero. Tenía bastante con toda aquella ropa moderna y femenina que Sooz le había obligado a comprar.

Sooz se apresuró a asentir con un movimiento de cabeza.

—También he incluido un champú que le va a cambiar la vida a tu cabello —agregó mientras observaba con disgusto un mechón que se había escapado de su moño—. ¿Sabes lo que son?

—Sí, son caros y sirven para lo mismo que un jabón genérico, pero malgastando el triple de recursos naturales.

—Un momento —interrumpió Driamma, interesada—. ¿Tenéis champús aquí?

Sooz asintió.

—Cuestan unos 200 nars, pero existen.

—Su consumo debe ser controlado, por esa razón les ponen un precio desorbitado.

—Pero tú los usas —acusó, señalando a Sooz.

—Claro.

—Claro —la imitó Driamma, con indignación—. Tú piensas que todo el mundo vive igual que tú, ¿verdad?

Sooz pareció enojarse ante esto.

—Soy consciente de que no todo el mundo puede permitirse un champú, pero tampoco es que vayan a morirse sin él. Quiero decir, yo lo uso porque puedo permitírmelo  —se defendió—. ¿Quieres que pida perdón por ello?

Driamma sacudió la cabeza despacio.

—No tienes ni idea, ¿verdad? —Se cruzó de brazos apretando los labios con rabia—. Hay gente que no tiene nada. No tienen sol, ni cielo, ni poseen gatos. Y tú vives aquí, con tu champú de frutas sin ser siquiera consciente de nada.

—¿En qué zona vivías? —preguntó Sooz, confusa.

—No… —Driamma pareció arrepentida de haberse dejado llevar—. Se supone que es un secreto de Estado.

—Sabes que nos lo vas a contar tarde o temprano —insistió Sooz—. Vamos, suéltalo. Soy demasiado esnob como para que te aguantes. Estás deseando sacarme de mi mundo de color de rosa.

Driamma se cruzó de brazos, intentando contener una sonrisa.

—Puede… podría empezar por revelarte que la gente normal los llama cocodrilos, no Lacostes.

—Espero que tu español sea mejor que tu sentido del humor —rogó Sooz, más como para sí misma.

—Hubo otra evacuación después de la vuestra.

La expresión de Sooz cambió por completo.

Driamma miró a Ash antes de proseguir. Quizá porque quería su confirmación de que un grupo de agentes secretos no saltarían de los setos más cercanos para detenerla.

—Hubo una segunda evacuación que no estuvo planeada como la primera. Y los evacuados no éramos gente importante, ni rica, ni con recursos. Ganamos la plaza como mercenarios, accediendo a entrenarnos como soldados para el gobierno Naturalista. Nos llevaron a Friarton, una estación espacial que, te aseguro, no tiene nada que ver con Noé.

—¿Friarton? —Repitió Sooz con ojos como platos—. Nunca lo había escuchado. ¿Cómo es posible? Hay mapas de Noé por todas partes, con todos los enclaves espaciales que tenemos alrededor: Pentace, Clovet, Kaudalon, Mirthí, pero nunca vi nada sobre Friarton.

La joven estaba estupefacta. Se giró hacia Ash con la incógnita en sus labios entreabiertos.

—Yo tampoco lo había oído antes. También nuestros mapas en Pentace omiten Friarton.

Observó a la chica, preguntándose si el descubrir los secretos de su adorado gobierno produciría un cortocircuito en su cerebro. Desde luego, su rostro estaba desencajado como si estuviera a punto del colapso.

—Para ser justa, tengo que decir que también nos pagaban —continuó Driamma con ironía—. La generosa suma de veinte nars al mes. Lo que, al venir a Noé, me he dado cuenta que vale para pagar un trozo de pan.

—¿Todavía piensas que el Gobierno Naturalista es perfecto? —Le preguntó Ash con dureza.

Sooz no respondió, sino que endureció sus ojos como si estuviera concentrada en manejar su Secbra.

—¿Me disculpáis un momento? Podéis esperarme en la puerta del áncora.

Ash y Driamma emprendieron el camino de vuelta al bosque. Driamma se giró varias veces para observar a Sooz, hablando sola.

—Espero que no haya llamado a alguien para contarle lo que os acabo de decir.

No le contestó, puesto que era justamente eso lo que creía que estaba haciendo. De hecho, pondría la mano en el fuego a que estaba consultando a su papá, el Ministro de Medio Ambiente. Sooz era incapaz de aceptar un agujero en la perfección del sistema, principalmente cuando su propia familia lo constituía.

Durante el camino de vuelta, Ash y Driamma lograron hacerla hablar mediante preguntas sobre la Academia y el nuevo curso que comenzaría al día siguiente. Sin embargo, cuanto más se aproximaban a la Academia, más taciturna se volvía.

Se bajaron de la cápsula y, cuando ya estaban en el jardín, Sooz se paró en seco.

—Mi padre está aquí —les informó—.Vuelvo enseguida.

Volvió a entrar en el vestíbulo de la Academia, dejándolas sin más.

 

 

 

 

 

Secbra
titlepage.xhtml
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_000.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_001.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_002.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_003.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_004.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_005.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_006.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_007.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_008.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_009.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_010.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_011.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_012.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_013.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_014.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_015.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_016.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_017.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_018.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_019.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_020.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_021.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_022.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_023.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_024.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_025.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_026.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_027.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_028.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_029.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_030.html
CR!J5GBY0XSM510KFT65C9JS1HHNHF2_split_031.html