INTRODUCCIÓN

I. ¿Qué es una saga?

Según el diccionario de la Real Academia Española, una saga es cada una de las «leyendas recogidas en los dos libros llamados Eddas que se refieren a los antiguos escandinavos». Si el lector intenta aplicar esa definición a los textos aquí recogidos, podrá comprobar que la misma no encaja de ninguna manera.

En realidad, el diccionario de la R. A. E. no está completamente equivocado. Porque en la antigüedad escandinava se llamaba saga a las pequeñas leyendas sobre seres heroicos, mitológicos, etc., como las que de hecho aparecen en las Eddas. Sin embargo, en el siglo XIII apareció en Islandia un género literario al que se aplicó la misma denominación y que no tiene prácticamente relación directa con aquellas antiguas leyendas: la saga propiamente dicha.

La palabra islandesa saga quiere decir «lo dicho, lo contado». En general, podríamos traducirla por «narración», y así se puede aplicar también a las historias narrativas escritas en Islandia y Noruega sobre los reyes de este último país. Sin embargo, el sentido fundamental del término ha pasado a referirse fundamentalmente a un tipo determinado de obra literaria que se produjo en Islandia entre los siglos XIII y XIV (aunque hay epígonos posteriores).

Los estudiosos clasifican las sagas en varios tipos; el principal de ellos es el de las Sagas de Islandeses, grupo al que pertenecen las recogidas en este volumen. Otras son las sagas históricas, las caballerescas, las de obispos, las de santos… Nos limitaremos a considerar aquí las de islandeses.

Definir lo que son las sagas es a la vez sencillo y extremadamente complejo. Porque existe una considerable diversidad: tenemos, dentro del mismo grupo de sagas de islandeses, algunas de carácter fundamentalmente histórico, mientras que otras unen a partes iguales realidad histórica y ficción, las hay también en que predomina lo ficticio e incluso algunas está claro que son simples obras de ficción sin base histórica. Sin embargo, en general, podemos decir que una saga es una narración, cuya acción transcurre en torno a la época de la colonización de Islandia, hasta la conversión del país al cristianismo (en torno al año 1000), y en la que se cuenta la vida de un personaje islandés.

Podríamos compararlas con novelas históricas o con biografías noveladas. En unas y en otras, el autor sitúa la acción en un tiempo pasado y, asesorándose mediante libros de historia, biografías, etc., hace una narración que puede ser completamente inventada, aunque siempre haya algunos elementos de carácter histórico. Los personajes, o el personaje principal, pueden ser inventados también, o reales, en cuyo caso el elemento histórico puede ser más o menos importante, incluso hasta predominar con claridad.

Lo mismo sucedía en las sagas, tanto por la forma en que trabajaba el autor como por su propio carácter literario.

Los personajes pueden ser muy diversos, aunque predominen los poetas (como Gunnlaug Lengua de Víbora) o los guerreros vikingos, aunque muchas veces un vikingo era a la vez importante poeta (como Egil Skallagrimsson, personaje importantísimo, núcleo de la saga de su nombre) y un poeta nunca desdeñaba las hazañas guerreras (como el mismo Gunnlaug). Pero también podía tratarse de simples campesinos, jefes territoriales, etcétera, (como en la Saga de Hrafnkel). Lo que exigía era que el personaje fuera «importante» en cualquier sentido, que en su vida hubieran sucedido grandes acontecimientos y, desde luego, que fuera islandés.

De manera que la saga no es en absoluto lo que dice el diccionario de la R. A. E., sino un género literario narrativo peculiar de la Islandia medieval y que, como veremos, apenas posee contrapartidas en las otras literaturas medievales europeas.

Cabe destacar, por fin, que sobre este sentido de la palabra saga se ha llegado a crear una especie de género literario especial contemporáneo, dentro de la novela. El término se usa, sobre todo en el ámbito anglosajón, para novelas que cuentan la historia de una familia; recordaremos simplemente la Saga de los Forsyte, famosa novela de Galsworthy. A partir de aquí, el término ha empezado a usarse mucho en castellano con el sentido de «historia de una familia». Lo que, si no coincide plenamente con el significado del término tal como lo hemos definido más arriba, sí se aproxima más a él que la definición del diccionario académico.

En esta colección se presentan dos sagas junto con varias narraciones breves, de la misma época, que reciben el nombre islandés de thaettir (tháttr en singular). No son propiamente sagas, pues no suelen narrar la vida completa de un personaje, sino que se limitan a una aventura de especial importancia; es posible que, a veces, se dedicara un tháttr a un personaje que no se había hecho merecedor de una saga completa pero que había realizado algún hecho especialmente destacable. Es más o menos, también, la diferencia que ahora podemos hacer entre novela y cuento o historia corta.

II. ¿Cómo y por qué se escribieron las sagas?

La tradición de estudios literarios e históricos sobre las sagas es ya extensa; podemos decir que comenzó en el siglo XVIII, con el interés anticuario de los eruditos daneses: en Islandia, que fue provincia danesa hasta 1914, seguían copiándose y leyéndose las sagas medievales, y muchos manuscritos cayeron en manos de sabios daneses, que los estudiaron y publicaron. Desde entonces, la investigación sobre las sagas ha pasado por numerosos avatares, y la dirección de los estudios ha cambiado varias veces. Lo que sigue es un resumen de las principales ideas que han ido apareciendo en este período de tiempo.

Si el lector consulta una enciclopedia española (por ejemplo, el Espasa) o un manual de literatura universal, encontrará una de esas opiniones, una de esas direcciones de la investigación: la que podemos llamar «tendencia romántica».

Los islandeses siempre han sido aficionados a las historias, y siguen siéndolo. Desde los principios del país, colonizado a partir del año 874, los islandeses gustaban de componer historias en verso y, posiblemente, también en prosa sobre personajes de la historia de su país, especialmente de la época de la colonización. Estas historias no se escribían, sino que tenían carácter exclusivamente oral. Su función era múltiple: por un lado servían de entretenimiento, pero también guardaban los recuerdos históricos, las genealogías de las familias, los hechos más importantes que habían sucedido en el país, en cada región y en cada una de sus familias principales; servían así, en cierto modo, para mantener la relación entre familias del mismo origen establecidas en lugares distintos de la isla.

Para los partidarios del estudio «romántico» de las sagas, predominante en el siglo XIX y principios del XX, y que aún cuenta con algunos defensores, aunque pocos, aquí radica el origen de estas obras literarias. El proceso de creación de éstas sería, para ellos, más o menos como sigue.

Algunos personajes y algunas familias de especial importancia (como la del vikingo y poeta Egil Skallagrimsson) contarían con numerosas historias, que se transmitían oralmente. En lugar de ser simples narraciones libres, que variaban cada vez que se recitaban, llegaron a «codificarse» de manera que el narrador las aprendía de memoria, al pie de la letra. Para ello se ayudaba con algunas características del estilo literario propias de la transmisión oral, como las repeticiones, las fórmulas fijas, etc. Como no podía menos de suceder, pese a los intentos de fidelidad a la versión inicial, los errores de memoria o los gustos del narrador podían producir variaciones, de manera que la historia cambiaría según quien la contara, aunque siempre dentro de unos márgenes bastante estrechos. Estas historias orales se conservarían entonces a lo largo de varios siglos, pues suponemos que se originarían poco después de la muerte de los personajes, si no en vida de estos. En resumen, es algo similar al origen que se considera aún válido para los cantares de gesta, como el Mio Cid español, el Cantar de Roldán francés, etc.

Esto explicaría, aparentemente al menos, varias cosas. En primer lugar, ciertos rasgos estilísticos de las sagas, propios del lenguaje hablado y no del escrito; además, la existencia de variaciones más o menos grandes entre diversos manuscritos de las sagas. Finalmente, explicaría el carácter histórico, al parecer muy considerable, que podemos asignar a las sagas; este carácter histórico llega hasta el extremo de que, por ejemplo, en una de las más grandes de las sagas, la de Njál, se cuenta la quema de la casa de uno de los principales personajes, Gunnar de Hlidarendi, indicando cómo fue la lucha y también dónde se produjo exactamente. Y, en efecto, en los años 20 de este siglo los arqueólogos descubrieron en el lugar indicado los restos de una casa quemada que coincidían con la descripción de la saga; o la narración de la Saga de Erik el rojo sobre los asentamientos islandeses en Groenlandia, que se vio confirmada por los hallazgos arqueológicos; justo donde tenían que encontrarse se encontraron las cosas que se esperaban. El caso extremo, en cierto modo, o el más llamativo, es el de la narración de los viajes a Vinlandia (América), en la misma Saga de Erik el rojo: las descripciones geográficas se han intentado identificar con el terreno de la costa nordeste de Norteamérica, y algunas observaciones que en la saga se hacen sobre los indios parecen coincidir exactamente con las que aportaron viajeros europeos en los siglos XVI y XVII: comidas extrañas, armas aún más extrañas, costumbres como dormir bajo una canoa volcada y otras muchas cosas aparecen en la saga y parece que luego se han confirmado. Y hoy día parece que no cabe duda de la presencia efímera de los groenlandeses e islandeses en Norteamérica, y algunos restos arqueológicos encontrados en la zona es muy posible que sean de origen escandinavo. Todo ello parece apuntar a una considerable fiabilidad histórica de las sagas. Lo que, desde luego, no sería extraño si las sagas no fueran sino historias contadas oralmente sin modificación, prácticamente ni siquiera literal, desde la época en que sucedieron los hechos.

La saga es, para los estudiosos partidarios de esta teoría, un género oral puesto por escrito varios siglos después de sucedidos los hechos; los escribas no hicieron más que poner sobre pergamino las historias que les contaban. Lo que explicaría, de paso, por qué las sagas son anónimas.

Hasta aquí la teoría tradicional, romántica. Pero las cosas parece que no coinciden como debieran. Hoy día, la inmensa mayoría de los estudiosos de las sagas son de otra opinión: no se trata de un género oral, sino escrito, obra de autores individuales que las crearon en forma similar a como un novelista moderno crea una novela.

Esta teoría, predominante hoy, tiene también sus variantes. Así, algunos llevaron esta idea de «creación escrita personal» a sus consecuencias extremas. No nos ocuparemos de estas opiniones, tan desprestigiadas hoy como la que vimos en primer lugar, sino que tendremos en cuenta solamente lo que hoy día parece ser la explicación más plausible del origen de estas narraciones islandesas.

Podemos explicar la aparición de las sagas escritas como resultado de una compleja serie de factores. Existían sin duda las narraciones orales a las que hemos hecho referencia; pero éstas eran breves y, posiblemente, carecían de la «codificación» que antes dijimos. Se tratarían de simples «historias» en las que se recogía información de varios siglos atrás, pero sin una forma perfectamente definida. Pero, además, en Islandia comenzó, poco después de la cristianización, una considerable labor literaria. Antes sólo existía el alfabeto rúnico, que nunca se utilizó, que sepamos, para escribir textos extensos, sino sólo para inscripciones, mensajes, etc., (quizá también para escribir los poemas escáldicos, de los que luego hablaremos). Con el cristianismo llegó el alfabeto romano, que fue rápidamente adoptado, y adaptado a las necesidades de la fonética islandesa. Pero llegaron más cosas. Entre otras, una relación con los centros de la ciencia medieval, por ejemplo París. Islandés fue el primer sacerdote escandinavo que estudió en la ciudad francesa. Llegó el conocimiento de la literatura latina medieval —y de algunas literaturas en las lenguas vernáculas— y algo de la literatura clásica latina. Así, los islandeses conocieron historias del mundo, historias de santos, de la Virgen, narraciones bíblicas, etc., incluyendo algunas obras de ficción además de las puramente teológicas. Los islandeses tenían ya un considerable interés por la literatura, reflejada en la poesía, sobre todo la escáldica, de los siglos IX al XII: el género escáldico llegó a convertirse en una especialidad literaria de monopolio islandés: islandeses eran los escaldas que viajaban por las cortes escandinavas y de las Islas Británicas. También fue en Islandia donde más tiempo se conservaron las tradiciones literarias (y otras, como las mitológicas) escandinavas, lo que explica que, por ejemplo, en época cristiana se siguieran componiendo poemas de tema religioso pagano. Con el cristianismo, el nuevo alfabeto y el nuevo conocimiento de otras literaturas empujaron aún más el gusto islandés por la literatura. Se empezó, como en otros lugares de la Europa medieval cristiana, a redactar historia de personajes sagrados; primero en latín, pero enseguida en islandés. Este paso (más rápido que en otros países europeos) a la lengua vernácula se vio favorecido por la ya mencionada tradición literaria oral y por dos peculiaridades islandesas: el mantenimiento de la lengua, sin cambios y prácticamente sin variaciones dialectales como consecuencia de la igualdad social (relativa, pero mayor que en ningún otro país europeo), y el orgullo nacionalista, tan bien representado en las mismas sagas y, sobre todo, en muchos thaettir. Los islandeses tenían «sus modos de vida», y entre ellos encajaba perfectamente expresarse siempre en su lengua, incluso para cosas que en otros sitios se hacían en latín.

Comenzó así una considerable actividad literaria en lengua islandesa, en los géneros usuales de la época. A veces traducciones, pero sobre todo creaciones propias, y en todos los terrenos. Había historias del mundo e historias de los países (por ejemplo, la historia de Britania de Beda el Venerable, bien conocida en Islandia), y los islandeses quisieron escribir también su propia historia. Como ésta era muy reciente, había dos posibles caminos: contar la breve historia de Islandia, especialmente los sucesos que rodearon su descubrimiento y su colonización, o narrar la historia de Noruega, país del que procedían la mayor parte de los colonizadores; como la historia de un país era la historia de sus gobernantes, de sus reyes, la historia de Noruega, primer capítulo de la de Islandia, se convirtió en las historias de los reyes de Noruega.

Y los islandeses trabajaron por todas estas vías: redactaron historias de la Virgen, de santos extranjeros, pero también de sus propios obispos, popularmente santificados; redactaron historias de los reyes noruegos, en su conjunto o individualmente, y también narraron la colonización de su propio país. Estos libros se escribían a la manera de como se hacía en otras partes: recurriendo a las fuentes, que en Islandia eran casi exclusivamente orales al principio; cuando hubo ya un corpus literario e histórico importante (lo que sucedió enseguida), a esas fuentes orales se unieron las escritas, no sólo islandesas, sino también extranjeras. Surgieron así, primero un breve Libro de los Islandeses, del sabio Ari Thorgilsson (siglo XII), luego sucesivos Libros de la Colonización, anónimos algunos, de autor conocido otros; se escribieron historias como las llamadas Sagas de Obispos, resúmenes de la historia de Noruega como el Ágrip («Resumen»), historias del rey noruego Olaf Haraldsson el Santo, etc. Podemos decir que esta tradición culminó con una magnífica obra historiográfica: las Historias de los Reyes de Noruega, o Heimskringla, de Snorri Sturluson, importantísimo político y escritor islandés del siglo XII-XIII.

La Heimskringla es llamada así por las primeras palabras del texto: «El círculo del mundo…», heims kringla en islandés. Se trata, para muchos, de la mejor obra de su estilo en el medievo europeo; es un libro extenso, que trata las vidas de los reyes noruegos desde sus orígenes míticos; su gran valor histórico va parejo con su excepcional interés literario. Un elemento que llama la atención en toda esta literatura historiográfica islandesa, incluida la obra de Snorri, es la ausencia, comparativamente con las tradiciones del resto de Europa, de ingredientes fabulosos. Los islandeses, realistas y pragmáticos, llevaban ese realismo a sus obras históricas, sometiendo sus fuentes a una criba crítica, y rechazando todo lo que parecía increíble o improbable.

Lo más plausible parece ser el ver en todo esto el origen de la saga: igual que se escribían las vidas de los grandes personajes extranjeros, por ejemplo de los reyes noruegos, se podían componer biografías de los grandes personajes islandeses. Como en Islandia no había nada que pudiera compararse directamente con las aristocracias europeas, también escandinavas, había que otorgar su grandeza al personaje en virtud de sus hechos. Todo consistía, por tanto, en escribir vidas de islandeses notables del mismo modo que se escribían las de extranjeros destacados. Así, junto a las vidas de santos, de obispos y de reyes aparecen las de islandeses.

Claro que eso servía para poner de relieve la importancia de la nación islandesa: un pueblo se medía entonces (y, para alguno, todavía hoy) por la grandeza de sus individualidades. Por otra parte, en la época en que se escriben las sagas había considerables tensiones con los reyes noruegos, que deseaban convertir a la isla en simple estado vasallo, privándola de su ya secular independencia. La lucha contra los afanes expansionistas noruegos prosiguió hasta la definitiva absorción en el siglo XIV y la literatura servía también aquí de arma política. En muchos thaettir, por ejemplo, y en algunas sagas importantes también, encontramos claramente reflejado el antagonismo noruego-islandés.

Las sagas de islandeses transcurren, como veremos, en la «época heroica» de la isla, pero también hubo «sagas de contemporáneos», que trataban los acontecimientos de la misma época de redacción o poco antes. No se trataba de simples crónicas, sino de historias noveladas donde no sabemos siempre qué es cierto y qué inventado. Es decir, pese a la diferencia cronológica de su acción con las sagas de islandeses en sentido propio, guardan con éstas una estrechísima relación.

En definitiva, podemos suponer que las sagas de islandeses se compusieron como otras obras cultas de la época, no sólo en Islandia: un autor, muy a menudo un monje, otras veces alguien relacionado de algún modo con un monasterio, otras veces un importante personaje político, escribía ex ovo la historia de un personaje anterior, que normalmente había sido antepasado suyo o, simplemente, había vivido en su región o en aquella en la que residía el autor. Para hacerlo utilizaba todas las fuentes posibles. Sin duda, fuentes orales, no sólo historias sino también recuerdos, anécdotas, etc., transmitidas de generación en generación. Pero también fuentes escritas: listas genealógicas, los libros de la colonización, otras sagas y otras historias: no podemos olvidar que la acción se sitúa en época ya lejana para el autor, y que tenía que asesorarse bien sobre los sucesos históricos. Con todo ello, y tras un proceso de crítica de las fuentes en el que se rechazaba, como ya dijimos, todo lo increíble (para la época), casi todo lo maravilloso y buena parte de lo fabuloso, se redactaba la obra siguiendo un plan previo del autor. No se trata, por tanto, de narraciones orales pasadas al pergamino, sino de obras literarias escritas.

Esto nos obliga a plantearnos las cuestiones que parecía explicar la teoría del origen oral: el carácter histórico, las variantes, el por qué del anonimato de sus autores, etc.

En cuanto al carácter histórico de las sagas, podemos distinguir dos cuestiones: en primer lugar cómo explica la nueva teoría la indudable historicidad de buena parte de las sagas; en segundo lugar, hasta dónde llega realmente esa historicidad.

Desde luego, decir que las sagas no son simple plasmación escrita de una tradición oral secular inalterada no quiere decir que carezcan de todo valor histórico. Porque, en último término, parte de las fuentes utilizadas para escribirlas sí tienen ese carácter secular inalterado al que nos hemos referido. Una parte de la numerosísima información de carácter histórico que se nos proporciona parece indudablemente fiable, precisamente porque se apoya en fuentes anteriores. Pero, al tratarse de obras creadas por un autor determinado con fines sobre todo literarios, mucho más que históricos, aparecerán también muchas cosas carentes de realidad histórica.

Así, en numerosas sagas (entre ellas la de Gunnlaug Lengua de Víbora) encontramos temas, motivos y personajes «sospechosamente» repetidos: el joven que debe viajar al extranjero a fin de «hacer méritos» para casarse con su amada, y que es engañado por un amigo que se convertirá en marido de aquella; la lucha singular con un berserk amenazante; se trata de dos motivos que aparecen en sagas aparentemente no relacionadas entre sí. El primero de ellos, para poner sólo ese ejemplo, reaparece en varias vidas de poetas, y parece que se ha convertido en tema literario obligado para este subtipo especial de sagas.

En estas condiciones, parece que una parte al menos de los hechos que se narran en las sagas no son históricamente ciertos: el autor podría inventarse aventuras, peripecias, personajes, pero también podía tomarlos «prestados» de otras sagas u otras obras literarias, o simplemente de las convenciones literarias de la época. Un ejemplo claro de todo esto es la aparición de los poemas escáldicos en las sagas. En el prólogo a su Heimskringla, Snorri explicaba que una de las fuentes más importantes y más fiables para conseguir información histórica veraz y objetiva eran las composiciones de los escaldas, o poetas cortesanos. Decía Snorri que, como los poemas se recitaban públicamente en presencia del rey y de su corte, era impensable que en ellos se narraran hazañas inexistentes, o que se exagerara demasiado, porque ello se consideraría «burla, y no alabanza».

Estos poemas escáldicos nacieron hacia el siglo VIII y IX y, como ya hemos dicho, se convirtieron con el tiempo casi en monopolio islandés. Se transmitían oralmente, lo que se veía muy facilitado por su misma estructura métrica estricta con aliteración, rimas internas (y, en ocasiones, externas), utilización de paráfrasis muy complejas, especie de metáforas llamadas kenning, y una sintaxis y, en general, una dicción poética muy peculiares. En Islandia, este tipo de poesía se resistió durante mucho tiempo a la influencia de la poesía de origen e inspiración europea continental, y llegó a utilizarse incluso para la composición de obras de carácter cristiano. Prácticamente sin modificación de ningún tipo, estos poemas se conservaron hasta que, en la época de creación de las sagas, pasaron a fijarse por escrito. Su valor histórico es, por tanto, elevado, y las observaciones de Snorri parecen hoy todavía válidas en buena parte.

Muchas sagas, prácticamente casi todas, incluyen también poemas escáldicos para glosar situaciones, hazañas, etcétera. Se trata, posiblemente, de un resto de su origen como derivación de las obras de carácter historiográfico. En general, se considera que la aparición de esas composiciones son una especie de garantía de por lo menos una buena parte del contenido de las sagas.

Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. Porque se ha podido demostrar que algunas de las composiciones que aparecen son falsas: en unos casos se trata de falsas atribuciones, por ejemplo, a Gunnlaug Lengua de Víbora se le atribuyen algunos poemas de otro escalda anterior, al que también se le dedicó una saga, redactada antes que la de Gunnlaug: Kormak. En otros casos se trata posiblemente de poemas compuestos para la ocasión por el mismo autor de la saga: es el caso, entre otros, de algunos poemas que se dice, en la Saga de Egil Skallagrimsson, que fueron compuestos por su autor a los tres años de edad. Igual que el escritor contemporáneo de novelas históricas puede inventarse documentos, libros, etcétera, el autor medieval de la saga podía inventarse, si lo consideraba útil y conveniente, alguna estrofa escáldica para dar así un tono más histórico a su narración.

Por otra parte, aunque la cronología de las sagas no está del todo clara, parece que las primeras contenían un número mucho mayor de estrofas escáldicas y que, según pasaba el tiempo, éstas iban siendo menos numerosas, hasta llegar a la composición de sagas que, como la de Hrafnkel, no tenían ninguna, o bien otras sagas, como la de Njál, que tenían muy pocas. Es decir, parece que según fue pasando el tiempo predominó cada vez más claramente el elemento de ficción, y fue perdiendo importancia el aspecto histórico de las sagas. Esto sería una evolución lógica a partir del origen en las obras de carácter historiográfico: las sagas empiezan como «historias noveladas» para acabar prácticamente en «novelas históricas» o, mejor aún, «novelas de ambiente histórico».

Además, parece que se ha llegado a demostrar sin que quepa duda que una de las sagas es totalmente ficticia: la de Hrafnkel, en la cual ni los personajes ni los sucesos que se narran pudieron suceder, si atendemos, como hay que hacerlo, a las fuentes más históricas de que disponemos para la época. Más adelante nos centraremos en esta saga. Teniendo en cuenta que la Saga de Hrafnkel había sido uno de los ejemplos paradigmáticos de saga histórica de origen oral, pues en ella se relatan minuciosamente aventuras de interés exclusivamente regional, podemos decir que la demostración de su carácter de obra puramente de ficción, que debemos al gran especialista islandés Sigurdur Nordal, fue un golpe definitivo a las ideas tradicionales que antes expusimos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que las sagas se escriben en una época especialmente conflictiva en la que, como dijimos más arriba, Islandia se jugaba su independencia. En muchas de las sagas (incluso en libros de historia como la Heimskringla) encontramos reflejada esa problemática: las ideas que se defendían en las sagas, poniéndolas en boca de personajes de la época heroica, eran las mismas ideas que había que defender en el siglo XIV. Naturalmente que ese «tendencionalismo» de las sagas apenas resulta perceptible para el autor moderno, pero ha sido bien estudiado por los especialistas.

Y con todo ello no podemos esperar que las sagas, escritas por autores individuales preocupados por el futuro de su país, no presentaran ninguna intromisión de los problemas de su época. Con lo que una parte al menos de lo que aparece en las sagas no es atribuible al siglo X, por ejemplo, sino al siglo XIV. Aquí radica otra de las fuentes de imprecisión histórica de las sagas o, visto desde otra perspectiva, otra de las pruebas de su carácter de obra literaria escrita. Para poner un solo ejemplo: un motivo que reaparece constantemente en las sagas y la historiografía islandesas es la explicación de por qué ciertos nobles noruegos, y algunos que no pertenecían a la nobleza, abandonaron su país y se trasladaron a Islandia, país deshabitado y relativamente inhóspito: se dice que Harald el de Hermosos Cabellos, primer rey único de Noruega, impuso un régimen (relativamente) tiránico y que muchos nobles, para no tener que someterse a él y no convertirse en vasallos, emigraron a Islandia. Es decir, Islandia fue colonizada por los noruegos más independientes y amantes de la libertad. Que Harald se convirtió en rey único es cierto; que impuso un régimen tiránico parece sólo muy relativamente cierto; que ésa fue la causa de la colonización de la isla atlántica parece completamente incierto. Pero ¿no era conveniente poder utilizar en la lucha política con los reyes noruegos del siglo XIII los antecedentes de la misma colonización? Parece, por tanto, que una tergiversación de la historia llegó a convertirse, como tan frecuentemente sucede, en «historia oficial»: en realidad, hasta hace relativamente poco los especialistas no han encontrado las posibles causas verdaderas de las emigraciones a Islandia y a otros lugares del Atlántico Norte.

De manera que las sagas tienen una parte de verdad pero otra parte, tanto o más importante, de simple ficción. Pueden seguir utilizándose como fuentes históricas cuando no tenemos nada más de qué echar mano, pero no se pueden considerar «historias verdaderas» ciento por ciento como quería hacer la interpretación romántica.

Nuestro segundo problema es explicar las variantes entre diversas versiones de las sagas. Se trata de una cuestión muy compleja en la que no podemos entrar en detalle. Señalaremos tan sólo que los manuscritos de sagas que poseemos son, además de muy numerosos, de muy diverso carácter y antigüedad. En general, no los hay de la época de redacción, es decir, no se trata de los «manuscritos originales», no son «autógrafos» de los autores. Además, los manuscritos son a veces completos y a veces fragmentarios, en ocasiones se recogen las sagas completas, pero en otros casos sólo partes de ellas. En estas condiciones, parece que no podríamos esperar una total uniformidad, sobre todo teniendo en cuenta que no podemos descartar que algunos de ellos, escritos por ejemplo en el siglo XVII, no se redactaran a partir del recuerdo de una saga leída. Es decir, una persona podía haber leído u oído muchas veces una saga y en un determinado momento quiso escribirla, por ejemplo para regalarla, pero su memoria podía no ser completamente fiel. Teniendo en cuenta que las sagas se copiaban y recopiaban, se compraban, vendían, prestaban y hasta robaban, y ello desde la época de su redacción hasta prácticamente el siglo XIX, no puede resultar demasiado extraño en principio que aparezcan variantes, incluso considerables.

El tercer problema es el del anonimato de los autores. Era perfectamente explicable en el caso del origen oral; pero ¿cómo lo explicamos si son obras escritas por personas específicas individuales? En realidad, no podríamos esperar otra cosa: el anonimato es algo peculiar de la literatura medieval (aunque, posiblemente, menos de lo que tradicionalmente se ha pensado); ese anonimato era menor en las obras «científicas», pero frecuente en las puramente literarias. En Islandia conocemos autores de obras de la primera clase: Snorri Sturluson o Ari el Sabio, por citar sólo dos. Además, habida cuenta de lo que hemos dicho sobre los manuscritos, parece también lógico que no se recogieran de un manuscrito a otro detalles realmente secundarios como el nombre del autor, que no le decían prácticamente nada al campesino islandés varios siglos después de que la saga se hubiera redactado.

Sin embargo, parece que podemos encontrar autores para algunas sagas: parece claro, después de los estudios de Sigurdur Nordal y de Peter Hallberg, que la Saga de Egil Skallagrimsson es obra de Snorri; y se ha pensado, con cierto fundamento, que un obispo, Brand Jónsson, pudo ser autor o inspirador de la Saga de Hrafnkel. En todo caso, aunque no conozcamos los autores, sí podemos asignar a buena parte de las sagas un lugar de origen bastante preciso. Como veremos, éstos se encontraban conectados con los centros de enseñanza cristiana en Islandia.

En cuanto al estilo, indiscutiblemente más propio de lo «oral», lo conversacional o incluso coloquial que de lo escrito, parece incluso una razón más en favor de esta teoría: resultaría difícil memorizar, por ejemplo, los extensos pasajes dialogados de sagas como las de Hrafnkel o la de Njál. Por otra parte, podemos observar un contraste con el estilo, mucho más barroco, calcado a veces del latín, de otras narraciones como las vidas de obispos. Las sagas de Islandeses, que trataban de personajes «populares», conservaban el «estilo popular»: se escribía como se hablaba, posiblemente, aunque no podamos saber si se trata de algo buscado o del resultado de una falta de tradición suficiente en la producción de obras literarias escritas. Además, sin embargo, en el estilo de las sagas encontramos mucho de convencional, tomado de modelos diversos, incluso no islandeses. Algo de ello lo veremos al comentar las sagas de esta colección. De manera que el estilo, en lugar de hablar a favor de la teoría del origen oral de las sagas, parece ser una prueba más de su carácter escrito.

En definitiva, hoy suponemos, con razones más que fundadas, que las sagas no son historias orales transmitidas a lo largo de las generaciones, sino obras escritas por autores determinados utilizando fuentes diversas, tanto orales como escritas, islandesas y extranjeras; cada saga tiene así su personalidad, que le es conferida por la propia personalidad del autor, por sus intereses y su bagaje cultural. Se trata, en consecuencia, de algo muy distinto a la tradición representada por los poemas éddicos islandeses, o por obras como las canciones de gesta en otras partes del mundo europeo medieval.

III. Centros de producción de las sagas

Ya hemos dicho algo sobre este punto. Las sagas de islandeses son fundamentalmente regionales, tanto por sus personajes como por sus autores. Se pueden establecer grupos de sagas por la región en que se desarrollan, que suelen coincidir además con las regiones donde se encontraban los centros de enseñanza en torno a los cuales se escribieron.

Existen, así, sagas de la región del fiordo de Borg, como la de Gunnlaug o el tháttr de Gisl Illugason, pues sus personajes proceden de esa región donde se asentaron las familias de las que luego procederían personajes tan importantes como Egil Skallagrímsson, el mismo Gunnlaug o, más tarde, Snorri Sturluson. Hay sagas y thaettir de los fiordos del oeste de Islandia, como el tháttr de Audun, la Saga de Gísli Súrsson, etc.; otras se desarrollan en el valle llamado Vatnsdal: el tháttr de Hrafn Gudrunarson, la Saga de Kormák y la Saga de Hallfred (dos importantes poetas); hay sagas de las regiones de Eyfirdir (la principal es la de Víga-Glúm), de los fiordos orientales, etc. Es decir, se escribieron ciclos completos de sagas (muchas de las cuales se han perdido) sobre las grandes familias de cada región de Islandia.

Los centros de producción de las sagas coinciden aproximadamente en unos casos, exactamente en otros, con las regiones de desarrollo de las mismas. En Islandia, como en otros sitios, fueron los monasterios los grandes centros literarios. Pero, a diferencia de otros lugares de Europa, en ellos no se redactaban sólo obras de carácter religioso, sino que se prestaba gran atención a las obras profanas: si los autores fueron en muchas ocasiones los mismos monjes, éstos sabían separar perfectamente las dos facetas de la vida: unas veces trabajaban como hombres de Iglesia, otras, como literatos islandeses, aunque en ocasiones (como en la Saga de Hrafnkel) supieran unir hábilmente ambos aspectos, creando obras de inspiración cristiana, muy probablemente con fines edificantes, siguiendo el estilo de las obras puramente seculares de entretenimiento. Hoy día se presta cada vez más atención a la influencia del cristianismo sobre las sagas, y en varias de ellas se cree ver una clara inspiración religiosa, magistralmente combinada con la descripción precisa de las aventuras, las instituciones y el modo de vida de los islandeses de época pagana.

Centros islandeses de erudición, enseñanza y religión a la vez que de producción literaria fueron los obispados de Skálholt, en el sur de la isla, y de Hólar, en el norte; centros de enseñanza como el de Oddi, donde se formó Snorri, estaban estrechamente unidos a ellos. Monasterios, de los que había muchos en el país, como los de Mödruvellir, en el norte, Helgafel en el oeste, Vídey en la región de Reykjavik, etc., tienen una importancia fundamental para comprender la aparición y el desarrollo de las sagas.

IV. Las épocas de las sagas

1. La época de la acción

Como ya señalamos más arriba, las sagas de islandeses se desarrollan entre los siglos IX y XI, en la que podemos llamar «época heroica» de Islandia. Esto sirve para diferenciarlas de otro tipo de obras llamadas también sagas: las de obispos y las de familias contemporáneas, que pertenecen a la época cristiana; las de la antigüedad, cuyos personajes vivieron antes de la «época heroica»: desde el siglo IX hasta los principios de la epopeya germánica, como la Saga de los Volsungos, que desarrolla temas que reaparecerán en el Cantar de los Nibelungos alemán y que se remontan al siglo V o incluso antes.

La época en que se produce la acción de las sagas es muy distinta a la que ve su nacimiento: en los siglos IX al XI, Islandia era una sociedad germánica/escandinava tradicional, pagana, aunque sometida ya a considerables tensiones que desembocarán, hacia el año 1000, en la conversión oficial del país al cristianismo, por decisión mayoritaria de la gran asamblea o thing. No se trataba de una lucha religiosa, sino fundamentalmente social y cultural: la sociedad pagana tradicional iba estando cada vez más influida por la cultura y la vida económica y política de los estados europeos.

En la «época heroica» en que se colonizó Islandia y su población fue creciendo y se formaron las instituciones y se desarrolló el carácter peculiar de lo islandés frente al resto de lo escandinavo, tenemos todavía las principales características de lo que era la sociedad germánica primitiva, aunque en proceso de rápido cambio: una cierta igualdad social, sin que existiera una nobleza claramente destacada del resto de la población, mayoritariamente compuesta de hombres libres propietarios de tierras y de esclavos generalmente de origen céltico; instituciones «democráticas» como el thing, donde se reunían los hombres libres (es decir, con la sola exclusión de esclavos… y de mujeres) para impartir justicia, tomar decisiones políticas y modificar las leyes o hacer leyes nuevas; costumbres como la de viajar en verano al otro lado del mar, generalmente a la península escandinava y a las Islas Británicas, para hacer comercio, participar en expediciones vikingas, visitar parientes, conseguir favores de los reyes o, simplemente, para ver mundo; pero, sobre todo, una serie de principios y valores éticos y morales netamente paganos, en los que primaban la idea del destino, el valor personal como único medio de ser recordado como gran personaje después de la muerte, la hospitalidad, elemento fundamental en la sociedad tradicional, la fidelidad y la amistad a los familiares, amigos y jefes. Pero también cosas que ahora consideraríamos como «antivalores»: la capacidad de emborracharse sin medida, de ser cruel e implacable cuando parecía necesario, de elevarse por encima de los demás… «antivalores» que eran, sin embargo, valores positivos para aquella época. Gran parte de esa ética, de esos principios morales y de comportamiento, se reflejan también en obras llegadas a nosotros desde la época pagana, como el Hávámal o Discurso del Altísimo, largo poema compuesto por aforismos, dichos, refranes y recomendaciones de conducta.

Un aspecto fundamental, imprescindible para entender buena parte de las sagas, es lo que hoy llamaríamos sistema penal. Cuando se producía un delito grave, generalmente una muerte, los familiares de la víctima podían optar entre pedir una compensación económica o vengarse en el culpable de la muerte o en alguno de sus familiares. En este caso era a su vez el turno de éstos, y podía producirse una cadena de venganzas sangrientas que llegaban a involucrar a un número considerable de personas en atentados, emboscadas y batallas campales. También se podía acudir al thing y hacer juzgar al asesino. En la asamblea se podía tomar la decisión de promover un acuerdo entre las familias afectadas estableciendo compensaciones económicas, o bien condenar al asesino al destierro; término éste, por otra parte, que no corresponde exactamente a la pena, pues no se trataba de la simple expulsión de la región o del país, sino que implicaba la indefensión absoluta del condenado de forma que cualquiera podía matarlo sin incurrir en responsabilidades y todos sus bienes podían ser incautados por quien fuera capaz de hacerlo. Al no existir un poder ejecutivo, el cumplimiento de la pena quedaba en manos de los familiares o amigos de la víctima y las actuaciones, aunque «legales», solían ser violentas. Si, como sucede en la Saga de Hrafnkel, el condenado tenía gran poder, podía resultar difícil, o imposible incluso, hacer efectiva la condena.

Ya hemos dicho que en la «época heroica» se estaban produciendo cambios importantes. Así, en Islandia se desarrolló con fuerza la institución de los godar, o jefes regionales. Eran al principio descendientes de nobles noruegos emigrados, que aunaban el poder económico con un cierto poder político que fue creciendo cada vez más, y con el cargo de gran sacerdote de su región. Los hombres libres que vivían en ésta dependían para muchas cosas de los godar (cuyo singular es godi), tanto en terreno económico como en la defensa de sus intereses y de sus derechos, por ejemplo en los thing, etc. Con el tiempo, al crecer la importancia de los godar, los campesinos libres fueron dependiendo de ellos cada vez más, y las asambleas eran dirigidas cada vez más abiertamente por los jefes, de tal modo que sólo quien contara con el apoyo de éstos podía tener esperanzas de conseguir el éxito en un pleito cualquiera. Sin que llegara a desarrollarse un sistema claramente feudal, la situación a la que se llegó a fines de la época pagana recordaba ya algo el sistema social característico del medievo europeo.

No es éste el lugar para presentar con detalle las costumbres y los modos de vida de la época heroica islandesa. En las notas y las introducciones a las diversas obras contenidas en esta selección se harán las precisiones más imprescindibles.

2. La época de la creación

Las sagas se escriben fundamentalmente en los siglos XIII y XIV. Es una época fundamental en la historia de Islandia, y su terminación marca el fin de la independencia política y de la pervivencia de la tradición, aunque parte de ésta podrá sobrevivir en las aisladas granjas islandesas hasta mucho más tarde.

Islandia es por entonces cristiana desde hace varias generaciones, y los cambios que antes apuntamos habían culminado: sin llegar a crearse un ejecutivo central, todo estaba en manos de los jefes regionales, sucesores de los antiguos godar. Había conflictos entre éstos y los campesinos libres que habitaban en sus distritos, pero también entre los jefes y la Iglesia, pues aquéllos habían querido perpetuar su poder religioso como «apéndice» del poder civil y la Iglesia, después de las reformas de Gregorio VII quería ser plenamente independiente en el terreno espiritual y, aún más, intervenía directamente en la vida política y económica. Se produjeron así guerras civiles que se prolongaron durante bastantes años. La isla vivía en un estado de total inseguridad civil, y el más poderoso abusaba sin escrúpulos de su poder y sus prerrogativas.

En esta situación, los deseos expansionistas de los reyes noruegos (y los daneses) encontraron terreno abonado. Participaron directamente en las luchas intestinas islandesas, y personajes como Snorri mantuvieron un equilibrio más que difícil entre el deseo de independencia nacional, la necesidad de estar en buenas relaciones con el rey noruego y la inevitabilidad del enfrentamiento con otras grandes familias islandesas. Tan difícil era ese equilibrio que el mismo Snorri murió asesinado por ello.

Pero, al mismo tiempo que se producían todos esos complejos acontecimientos, en Islandia florecían las letras. Desde el siglo XII se habían comenzado a componer obras islandesas y a traducir obras extranjeras, y los centros islandeses de enseñanza desarrollaban una considerable actividad, muy superior a la de otros países escandinavos como Noruega o Dinamarca, para no hablar de Suecia, recientemente cristianizada y donde aún no se había asentado definitivamente la nueva cultura y las nuevas formas de vida. De este modo, Islandia producirá una literatura magnífica, formada por las distintas clases de sagas, las obras historiográficas, las recopilaciones de leyes, las traducciones, etc., al tiempo que se ponen por escrito poemas orales de época pagana como la Edda, compilación de antiguos poemas mitológicos y heroicos, o la ya mencionada poesía escáldica. El que todo esto suceda en una época de gravísima crisis interna y externa no deja de encajar en una pauta de carácter bastante universal.

V. Nuestra selección

En este volumen se han recogido dos sagas breves, entre las más importantes, y varios thaettir. Teniendo en cuenta la diversidad temática, ideológica y aun estilística de las obras seleccionadas, el autor podrá hacerse una primera idea aproximada sobre «cómo son» las sagas islandesas.

A continuación, para su mejor comprensión y su ubicación en el contexto general de las sagas, incluimos unos brevísimos comentarios sobre las obras presentadas.

1. La Saga de Hrafnkel

Se trata de una de las obras cumbres de la narrativa islandesa medieval; y, para muchos, también de la literatura medieval europea en su conjunto y, posiblemente, de toda la literatura europea de cualquier época.

Es una obra puramente de ficción, pues ni los personajes ni los acontecimientos narrados corresponden a la realidad, como pudo demostrar Sigurdur Nordal en un artículo que marcó una nueva época en el estudio de las sagas.

Fue quizá escrita, o quizá solamente encargada, por el obispo Brand Jónsson (muerto en 1264) de Hólar, la diócesis del norte de Islandia. El mismo Brand fue traductor de la Historia de Alejandro Magno, de Philip Gautier o Galterus de Castellione.

Se trata, según han puesto de relieve varios autores pero sobre todo el especialista islandés Hermann Pálsson, de una obra de claro sentido cristiano y cuyo autor (fuera Brand u otro clérigo de Hólar) tenía un considerable conocimiento de la literatura latina clásica y medieval. Como ya hemos dicho repetidamente, es pura ficción, y su autor la construyó probablemente con fines ejemplarizantes, en contra de la soberbia y la injusticia, del afán de hacer lo que no corresponde a la propia categoría social y a las propias fuerzas del individuo. Aparecen claras reminiscencias bíblicas, tomadas de la Vulgata, pero las hay también de Catón, Publilius Syrius, los epigramas de Marcial, la ya mencionada Historia de Alejandro Magno de Galterus, etc. Hermann Pálsson ha mostrado además que en la estructuración misma puede haber una influencia de las fábulas de Esopo y Aviano.

Es, por tanto, una obra cristiana y culta. Pero, a diferencia de otros muchos escritos de la época que comparten estas dos características (así como su finalidad ejemplificadora y edificante), la Saga de Hrafnkel es literariamente una obra maestra. Pero, mejor que extendernos en su análisis y su glosa, es preferible que juzgue por sí mismo.

2. La Saga de Gunnlaug

Es una de las sagas más populares fuera de Escandinavia, traducida multitud de veces a varias lenguas. De aproximadamente la misma época que la de Hrafnkel (segunda mitad del siglo XIII), su carácter es completamente distinto. Porque aquí la influencia cristiana es menos visible y el elemento histórico es más importante.

Gunnlaug Lengua de Víbora fue un importante escalda y vikingo del que realmente sólo sabemos lo que se dice en la misma saga, aunque sí sabemos que algunas de las cosas que se cuentan son posiblemente inventadas. Su vida fue la típica de muchos hombres como él en la Islandia de su tiempo: viajes a Noruega, a otros países escandinavos y muy especialmente también a Inglaterra; pleitos en el país, constantes acciones violentas en una vida guiada por el destino hacia la muerte, y que exige del protagonista la realización de hechos valerosos para que con la vida no acabe del todo su existencia.

Es, en este sentido, una saga «típica»: las aventuras que aquí aparecen son usuales en muchas de las sagas extensas. Sin embargo, es, al mismo tiempo, una saga «atípica»: es de las pocas con tema amoroso, de las pocas en que la relación hombre-mujer tiene un papel importante, de hecho determinante. Parece que tiene una considerable influencia de la literatura caballeresca europea de la época que, aunque era muy bien conocida en Islandia, no suele dejarse ver en las sagas. «Casi» podemos encontrar aquí el «amor cortés» de la literatura europea continental.

La Saga de Gunnlaug utilizó fuentes muy diversas. Entre ellas, cabe destacar sagas anteriores, por ejemplo la Saga del Valle de Lax o Laxdaela saga, una de las mejores sagas extensas, y también la Saga de Egil Skallagrimsson, así como otras menos conocidas o que se han perdido. Está llena, como apuntamos más arriba, de temas convencionales, lo que le proporciona un clarísimo carácter de obra escrita.

En cuanto a las estrofas escáldicas que contiene en considerable cantidad, hay que señalar que no sabemos cuáles proceden del propio Gunnlaug; algunas son con seguridad composiciones suyas, pero otras son de otros autores y muchas, quizá la mayoría, fueron compuestas por el mismo autor de la saga: evidentemente, un muerto no puede componer un poema y recitarlo en sueños a alguien (o, por lo menos, resulta muy poco creíble esa posibilidad). En esta saga, por tanto, se mezclan realidad histórica y pura ficción literaria en una combinación que, como vimos, es típica de las sagas de islandeses.

3. Los thaettir

Ya dijimos algo sobre el tháttr. Son historias cortas, que cuentan una aventura específica, quizá la única digna de recuerdo de un personaje secundario, aunque pudo haber thaettir, o series de ellos, sobre determinadas aventuras de grandes personajes.

Para algunos, los thaettir son «sagas abreviadas» y proceden de ellas, mientras que otros piensan que son el antecedente de éstas: las sagas nacerían uniendo varios thaettir. Sin embargo, es mejor considerarlas como un género aparte estrechamente relacionado con las sagas. Aunque la extensión es importante y las sagas suelen ser bastante más largas que los thaettir (algunas alcanzan las 200 y hasta 300 páginas impresas), puede haber sagas con una extensión próxima a la de un tháttr extenso, y la diferencia fundamental está en ese carácter «parcial» de éstos, mientras que aquellas se centran en la narración de toda la vida de su personaje o sus personajes.

La diversidad que existe en los thaettir es prácticamente tan grande como la que encontramos entre las sagas. Únicamente, en aquellos el elemento cristiano es más frecuente, y el desarrollo de su acción no tiene siempre lugar en la «época heroica». Muy frecuente es el tema de la relación de un islandés con el rey noruego y sus nobles.

En cuanto a sus fuentes, suelen ser las mismas que las utilizadas para las sagas, aunque la influencia de obras latinas como las vitae (vidas de santos, etc.) y los exempla medievales (obras ejemplarizantes) parece mucho mayor.

Algunos de los thaettir aquí incluidos están entre las obras narrativas breves más interesantes del medievo islandés; tales, el dedicado a Audun, el de Gisl Illugason o el de Thorstein «el fusteado».

VI. Nota sobre la traducción

Que sepamos, es la primera vez que se traducen sagas islandesas al castellano de la lengua original. Ello dificulta la traducción, al no poder contar con antecedentes en los cuáles puedan verse qué vías son las más adecuadas y cuáles deben rechazarse. De modo que lo que hemos hecho debe entenderse como un primer intento, provisional por tanto, susceptible de ser corregido en un futuro.

Hemos realizado una traducción relativamente «literal», de acuerdo con la tendencia más reciente en la versión de este tipo de obras. Así, hemos conservado algunos rasgos estilísticos, es decir, que no forman parte del «sistema» de la lengua islandesa medieval, que pueden sonar raros a los oídos actuales: la repetición de sustantivos, verbos, etc., y la construcción lineal mediante oraciones coordinadas, fenómenos que hoy día se consideran indicativos de «pobreza estilística» (o aun de error estilístico); y, sobre todo, por la extrañeza que pueden causar, ciertos casos de ambigüedad en el uso de pronombres de tercera persona y la constante variación de tiempos verbales: en el medio de una oración o de una serie de oraciones con verbo en pasado puede aparecer inopinadamente un presente, o vice versa. No está clara la función de este último fenómeno, aunque puede estar relacionado con el estilo conversacional de la época o con una cierta «lectura dramatizada» de la saga. Si el lector intenta leer de este modo los textos, en voz alta (como se hacía en Islandia hasta el siglo XIX), comprobará que se pierde parte de esa extrañeza. De todos modos, cuando todo esto vulneraba excesivamente el espíritu de la lengua castellana, hemos optado por utilizar sinónimos, construir con subordinadas, regularizar el uso de los pronombres personales y los tiempos del verbo, etc. En general, la elección, aunque puede ser criticable desde muchos puntos de vista (entre otros, porque no sabemos a ciencia cierta qué es «estilístico» y qué simplemente «gramatical»), permite respetar las diferencias en el estilo de las distintas sagas y thaettir que se han traducido.

En cuanto a las estrofas escáldicas que aparecen en la Saga de Gunnlaug y alguno de los thaettir, nos hemos limitado a buscar versiones ligeramente rítmicas y con número de sílabas relativamente constante; en algún caso la sintaxis parecerá extraña, pero ello responde mejor a la del original. Porque no podemos olvidar que la poesía escáldica era extremadamente complicada, muy difícil de entender excepto por personas bien conocedoras de las convenciones estilísticas utilizadas en estos poemas. De todas maneras, hemos simplificado todo lo posible para facilitar su comprensión. La insatisfacción que produce traducir estos poemas es algo que experimenta todo el que lo intenta; no hace falta decir que nuestras versiones deben considerarse como una mera aproximación, y que pensamos que la traducción ideal de estas estrofas debería ser muy distinta.

En cuanto a los nombres de persona y lugar hay que tener en cuenta que la mayoría tenían un significado evidente. Nuestra traducción puede parecer inconsistente y casi caótica en este sentido, pues unas veces hemos dejado los términos sin traducir al castellano, mientras que en otras hemos puesto la versión castellana del nombre y en algunos hemos optado por la nota a pie de página. En general, sólo los hemos traducido en el texto cuando el significado tenía una especial importancia para entender la acción. Cuando ésta podía comprenderse sin necesidad de saber el significado de los topónimos o de los «motes» de los personajes, los hemos dejado en su forma original.

En este sentido, hemos de señalar que se ha adoptado una norma generalizada en la transcripción de los nombres islandeses, eliminando la terminación de nominativo y sustituyendo algunas letras no usuales en el alfabeto latino. Hemos unificado grafías, por otra parte, siguiendo la norma del islandés moderno (que, por lo demás, difiere muy poco de la antigua).

En cuanto a la pronunciación, hay que tener en cuenta lo siguiente:

ll es l doble, nunca ll (es decir, se pronuncia como l·l en catalán);

th representa el sonido z del castellano central (cereza, por ejemplo);

ö es como la o alemana o la eu francesa;

h es siempre aspirada, como en inglés, alemán, etc.;

j es una i consonántica, más débil que y en yo;

g es siempre suave, como en gato, nunca como en gemir;

z es ts, pero puede pronunciarse simplemente como s; el acento está siempre en la primera sílaba de las palabras, sin excepciones. El acento gráfico no lo hemos conservado, excepto en alguna nota; téngase en cuenta que no indicaba la posición del acento, sino que la vocal era larga.

Por lo demás, las formas islandesas pueden leerse como si fueran castellanas (!?).

En cuanto a las ediciones utilizadas, han sido las siguientes:

Para la Saga de Hrafnkel hemos seguido el texto de An Introduction to Old Norse, de E. V. Gordon, 2ª edición, Oxford 1957, págs. 58 a 86; se ha consultado también la edición de Islenzk Fornrit, por Einar Ol. Sveinsson. Se han consultado también traducciones: las inglesas de Hermann Pálsson (Hrafnkel’s saga and other stories. Penguin, 1970) y Gwyn Jones (Eirik the Red and other Icelandic Sagas, Oxford 1961, 1980).

Para la Saga de Gunnlaug se ha seguido la edición de Magnús Finnbogason, Reykjavik, sin fecha, teniendo en cuenta también la edición de P. G. Foote y la traducción inglesa de R. Quirk (The Saga of Gunnlaug Serpent-Tongue, bilingual edition, Londres, 1957). Se han consultado también la traducción de Gwyn Jones en el libro antes citado, y la faroesa de Jakob Jakobsen (Sögan um Gunnleyg Ormstungu, Tórshavn, 1966) y la danesa de N. M. Petersen (en Edda og Saga, Copenhague, 1965, páginas 59-85).

Para la Historia de Thorsteinn el Fusteado se ha tomado la edición incluida en Synisbók Íslenzkra Bókmennta til Midrar Átjándu Aldar, de S. Nordal y otros, Reykjavik, 1953, págs. 180-186 (título original: Thorsteins tháttr stangarhöggs). Se han consultado las traducciones inglesas de Gwyn Jones y Hermann Pálsson en las obras citadas.

La Historia de Gisl Illugason se ha tomado del Altnordisch-isländisches Lesebuch, de V. H. Wolf-Rottkay, Munich, 1967, págs. 8-14.

La Historia de Odd Ofeigsson se ha tomado de la misma obra citada en último lugar, págs. 17-21.

Para la Historia de Audun se ha seguido la edición impresa en la obra de E. V. Gordon antes citada, consultando la del Synisbók al que también hemos hecho referencia (págs. 129-135 y 169-174, respectivamente); se han consultado las traducciones de Gwyn Jones y Hermann Pálsson, y hemos de expresar nuestro agradecimiento a nuestros alumnos del curso de doctorado «Introducción al Antiguo Nórdico», en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, durante el curso 1980-1981, con los cuales pudimos comentar y discutir algunas cuestiones de la traducción de este texto.

En cuanto a la división en capítulos y los títulos de los capítulos de las sagas, aquélla es de las ediciones utilizadas, pero éstos son del traductor.

VII. Apunte bibliográfico

Desgraciadamente, la bibliografía en castellano sobre las sagas y, en general, la literatura de la Edad Media escandinava es prácticamente inexistente. Sólo puede mencionarse el trabajo, interesantísimo aunque algo anticuado ya, de J. L. Borges y Delia Ingenieros, Antiguas Literaturas Germánicas, publicado por el Fondo de Cultura de México en su colección de Breviarios y reeditado por Alianza Editorial, Madrid 1980, como Literaturas Germánicas Medievales, con algunos cambios.

Pueden consultarse también algunas de las enciclopedias generales más recientes, especialmente las de Salvat y la Gran Enciclopedia Rialp.

En otras lenguas, la bibliografía es extensísima. Mencionaremos solamente dos obras de gran interés escritas en inglés y francés:

Peter Hallberg: The Icelandic Saga, translated with an introduction and notes by Paul Schach. University of Nebraska Press, Lincoln, 1962.

Régis Boyer: Les sagas islandaises. Payot, Paris, 1978.

En cuanto a traducciones de sagas, ya hemos señalado que ninguna existe en castellano. Recientemente, la Editora Nacional ha publicado un volumen titulado Textos Mitológicos de las Eddas (Madrid, 1983), y en breve publicará otro sobre los textos heroicos de éstas y un tercero con la traducción de la Saga de Egil Skallagrímsson, por el autor de estas páginas.

En otras lenguas, la lista de las traducciones sería extensísima. Mencionaremos solamente los varios volúmenes publicados en inglés por Penguin dentro de su colección Classics. En francés, las traducciones son más raras, pero vale la pena citar dos realizadas por el mismo Régis Boyer:

La Saga de Snorri le Godi, Aubier Montaigne, París 1973.

La saga de Njall le brûlé, Aubier Montaigne, París, 1976.

En todas esas traducciones mencionadas, y en otras realizadas a otras lenguas, se incluyen introducciones y notas que, a falta de suficiente bibliografía accesible, pueden informar bastante bien sobre las sagas en general y cada una de ellas en particular.

Por último, aunque no se trate de sagas, podemos mencionar por su gran interés (y por tener alguna relación con el mundo de las sagas) una colección de leyendas islandesas, publicada en lengua gallega por J. A. Fernández Romero, magnífico conocedor de la lengua y la cultura de Islandia:

Skúli Gíslason: Lendas Islandesas. Prólogo de J. A. Fernández Romero, traducción de J. A. Fernández Romero y Valentín Arias. Edicións Xerais de Galicia, Vigo, 1982.

Queda por señalar finalmente que este trabajo se ha beneficiado de un Contrato de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia, durante el año 1981.