X
Cuenta ahora la historia que cuando el Buen Caballero se separó de Perceval, después de haberle protegido de los veinte caballeros que le atacaron, tomó el gran camino del Bosque Devastado y erró muchas jornadas, ora hacia adelante, ora hacia atrás, tal como le llevaba la ventura, y encontró muchas aventuras a las que dio fin, de las que la historia no hace ninguna mención, porque habría sido demasiado si quisiera contar cada una. Después de que el Buen Caballero cabalgó durante mucho tiempo por el reino de Logres, por todos los lugares donde había oído decir que había aventuras, se alejó y cabalgó hacia el mar, tal como le vino en voluntad y sucedió que pasó ante un castillo, en el que se iba a celebrar un torneo digno de admiración; había tanta gente fuera, que los de dentro se daban a la fuga, pues los extraños eran más y mejores caballeros.
Cuando Galaz vio que los de dentro se encontraban así de mal y que los matarían a la entrada del castillo, se volvió hacia ellos, dispuesto a ayudarles; bajó la lanza y picó el caballo con las espuelas; golpea al primero que encuentra con tanta fuerza que le hace caer a tierra y la lanza vuela en trozos; toma la espada con la mano, como el que bien sabe valerse, y golpea allí donde ve la mayor aglomeración y comienza a abatir caballeros y caballos y a hacer tales maravillas de armas que todos los que lo vieron lo consideraron hombre valiente. Galván y Héctor, que habían venido juntos al torneo, ayudaban a los de fuera, pero tan pronto como vieron el escudo blanco y la cruz bermeja se exclamaron:
—He ahí al Buen Caballero; será loco el que espere ahora, pues contra su espada no resiste ninguna armadura.
Mientras se hablaban así, llegó Galaz y dirigiéndose hacia Galván, tal como la ventura le llevaba, le golpea con tanta fuerza que le hiende el yelmo y la cofia de hierro y Galván, que piensa estar muerto por el golpe que ha recibido, vuela fuera del arzón; Galaz, que no puede retener su golpe, alcanza al caballo por delante del arzón y lo parte a la altura de los hombros, cayendo muerto sobre Galván.
Cuando Héctor vio a Galván a pie, retrocedió, porque se dio cuenta de que no tendría sentido esperar a aquel que sabe dar tales golpes y porque debe protegerlo y amarlo como a su sobrino.
Galaz sube y baja, y hace tantas hazañas en tan poco tiempo que los de dentro se recobran, pues estaban desconsolados; y no cesan de golpear y de derribar hasta que los de fuera son reducidos a escasa fuerza y huyen a donde piensan tener protección y él los persigue un gran rato y cuando ve que no volverán, se va tan silenciosamente que nadie sabe por dónde se ha ido, llevándose el premio de las dos partes y el galardón del torneo. Galván, que estaba angustiado por el golpe que se le había dado, y creyendo que no podría escapar, dice a Héctor, que está ante él:
—Por mi cabeza, ahora resultan ciertas las palabras que se me dijeron anteayer, el día de Pentecostés, cuando tomé la espada del escalón: que de ella recibiría tal golpe, antes de que hubiera pasado un año, que preferiría ser herido por un castillo; por mi cabeza, es ésta la espada, la del caballero que me ha herido y se puede decir que ha sucedido todo como fue prometido.
—Señor —pregunta Héctor—, ¿os ha herido entonces el Caballero tal como decís?
—Ciertamente —responde Galván—, sí; de tal forma que no puedo escapar sin peligro, si Dios no me ayuda.
—Y ¿qué podremos hacer, pues? —pregunta Héctor—. Ahora pienso que nuestra búsqueda ha terminado, pues vos estáis herido.
—Señor —responde—, la vuestra no ha terminado, la mía sí; pero os seguiré tanto tiempo como le guste a Dios que os siga.
Mientras hablaban así, se reunieron los caballeros del castillo y cuando reconocieron a Galván y supieron que estaba herido, se lamentaron mucho la mayoría de ellos, pues sin lugar a dudas era el hombre del mundo más amado por las gentes de otros lugares; lo tomaron, llevándolo al castillo, donde lo desarmaron y lo acostaron en una habitación tranquila y apacible, lejos de la gente; después, mandaron venir un médico, le hacen ver la herida y le preguntan si sanará; él les asegura que en un mes lo devolverá sano y salvo, de tal forma que podrá cabalgar y llevar armas; aquéllos prometen darle, si lo hace así, tal riqueza que será opulento el resto de su vida; él responde que estén completamente seguros, pues lo hará tal como ha dicho. De este modo queda Galván allí dentro y Héctor con él, que no quiere irse antes de que sane.
El Buen Caballero cabalgó sin detenerse, después de abandonar el torneo, tal como le llevaba la ventura, hasta que le llegó la noche a dos leguas de Corbenic y le anocheció ante una ermita; al ver que la oscuridad le había llegado, descabalga y llama a la puerta de la ermita hasta que le abren; cuando el ermitaño ve que era un caballero andante, le dice que sea bienvenido; mientras va a encerrar el caballo, le hace quitar las armas; una vez desarmado, manda que le den de comer, por caridad, como Dios le había dado a él. El Buen Caballero lo recibe con gusto, pues no había comido en todo el día y después de comer se quedó dormido sobre un fajo de hierba que había allí dentro.
Cuando estuvieron acostados, llegó una doncella, que tocó a la puerta y llamó a Galaz; el ermitaño se acercó a la puerta y pregunta que quién es el que quiere entrar a tal hora.
—Señor Ulfino —contesta ella—, soy una doncella que quiere hablar con el caballero que hay aquí dentro, pues tengo mucha necesidad de él.
El ermitaño lo despierta y le dice:
—Señor caballero, una doncella quiere hablar con vos; está ahí fuera y tiene una gran necesidad de vos, según me parece.
Galaz se levanta entonces, se acerca a ella y le pregunta qué quiere.
—Galaz —le dice—, quiero que os arméis y montéis en vuestro caballo y me sigáis; os digo que os mostraré la más alta aventura que ningún caballero vio jamás.
Cuando Galaz oye estas noticias, va a sus armas, las toma y se las pone; después de ensillar a su caballo, monta y encomienda al ermitaño a Dios, y le dice a la doncella:
—Ahora podéis ir allí donde os guste, pues os seguiré a cualquier lugar que vayáis.
Aquélla se va tan deprisa como puede ir su palafrén y él la sigue inmediatamente. Cabalgaron sin detenerse hasta que empezó a amanecer, y cuando el día ya era bello y claro, entran en un bosque que llegaba hasta el mar y que se llamaba Celibe; cabalgaron por el gran camino todo el día de tal forma que no bebieron ni comieron.
Por la tarde, después de vísperas, llegaron a un castillo, que estaba en un valle, muy bien abastecido de todo, rodeado por un río y buenos muros, grandes y fuertes, y con fosos altos y profundos; la doncella continuó adelante y entró en el castillo, y Galaz tras ella. Cuando los de dentro la vieron, comenzaron a decir:
—Sed bienvenida, señora.
La reciben con gran alegría, como si fuera su señora, y ella les pide que hagan fiesta al caballero, pues es el mejor hombre que nunca llevó armas. Entonces corren a desarmarlo, tan pronto como le hicieron descabalgar; él le pregunta a la doncella:
—Señora, ¿nos quedaremos aquí?
—No —le contesta—; en cuanto hayamos comido y dormido un poco, nos iremos.
Después se sientan a comer y, luego, fueron a dormir; nada más llegarle el primer sueño, la doncella llamó a Galaz y le dijo:
—Señor, levantaos.
Éste se levanta; los de dentro traen cirios y antorchas para que vea lo suficiente como para armarse y monta en su caballo. La dama toma un cofre muy hermoso y muy rico, y lo coloca ante sí una vez que se encuentra sobre el caballo.
Entonces se alejan del castillo y se van muy deprisa; cabalgan aquella noche un buen trecho y vagaron tanto que llegaron al mar. Allí encontraron la nave en la que estaban Boores y Perceval, que esperaban apoyados en la borda y no dormían, sino que gritaron de lejos a Galaz:
—Señor, sed bienvenido; os hemos esperado tanto que ahora os tenemos, gracias a Dios. Avanzad, pues ya es hora de ir a la alta aventura que Dios nos ha preparado.
Cuando él los oye, les pregunta quiénes son y por qué dicen que han esperado tanto, y a la vez pregunta a la doncella si ella descabalgará.
—Señor —le contesta—, sí; dejad aquí vuestro caballo, pues yo dejaré el mío también.
Él descabalga, quita a su caballo y al palafrén de la doncella la silla y el freno; hace el signo de la cruz en su frente y se encomienda a Nuestro Señor; entra en la nave, seguido por la joven. Los dos compañeros lo reciben con una alegría tan grande y con tan gran fiesta como no pueden hacerla mayor; la nave comienza a ir muy deprisa, por medio del mar, pues el viento le daba de lleno, y navegan tanto en tan poco tiempo que no vieron más tierra, ni lejos ni cerca, y entonces amaneció. Se reconocieron y lloraron los tres por la alegría que tienen de haberse encontrado.
Entonces Boores se quitó el yelmo; Galaz hizo lo mismo y se desciñó la espada, pero no quiso quitarse la loriga y cuando ve que la nave es tan bella por fuera y por dentro, pregunta a los dos compañeros si saben de dónde llegó tan hermosa nave. Boores dice que no sabe nada; Perceval le cuenta lo que sabe y le cuenta todo tal como le había sucedido en la roca y cómo el buen hombre, que le pareció sacerdote, le había hecho entrar en ella.
—Y me dijo —añade— que no tardaría mucho en teneros en mi compañía, pero de esta doncella no me dijo nada.
—Por mi fe —dijo Galaz—, no habría venido a esta parte, sabiéndolo, si ella no me hubiera traído, por lo que se puede decir que he venido más por ella que por mí, pues yo no habría tomado nunca este camino; de vosotros, compañeros, pensaba que no volvería a oír hablar en un sitio tan extraño como es éste.
Y empezaron a reírse.
Entonces se cuentan las aventuras y Boores dice a Galaz:
—Señor, si Lanzarote vuestro padre estuviera ahora aquí, creo que no nos faltaría nada.
Éste respondió que no podía ser, pues Dios no lo había querido.
Con tales palabras erraron hasta la hora de nona y entonces debían estar alejados del reino de Logres, pues la nave había corrido, durante toda la noche y durante todo el día, a vela tendida. Llegaron a una isla salvaje que estaba oculta entre dos rocas y su situación era digna de admirar, pues estaba sin duda en un pequeño golfo en el mar. Cuando llegaron allí, vieron ante ellos una nave junto a una roca, a la que no podían llegar si no iban a pie.
—Buenos señores —dice la doncella—, en esta nave está la aventura por la que Nuestro Señor os ha reunido; tenéis que salir de aquí y entrar en ella.
Le responden que así lo harán con gusto; salen fuera y toman a la doncella, sacándola; después atan la nave para que las olas no la alejen y cuando están sobre la roca, van uno tras otro hacia la nave; al llegar a ella, la encuentran mucho más rica que la que habían dejado, pero les asombra mucho no ver hombre ni mujer dentro. Se acercan más para ver algo, miran por la borda de la nave y ven letras escritas en caldeo que contenían palabras espantosas y temibles a todos aquellos que quisiesen entrar en ella y que decían de tal manera:
«OYE TÚ, HOMBRE QUE QUIERES ENTRAR DENTRO DE MÍ, QUIENQUIERA QUE SEAS, MIRA BIEN SI ESTÁS LLENO DE FE, PUES YO NO SOY MÁS QUE FE Y POR ESO MIRA BIEN ANTES DE ENTRAR QUE NO TENGAS MANCHAS, PUES YO SÓLO SOY FE Y CREENCIA, Y TAN PRONTO COMO FALTES A LA CREENCIA, YO TE FALTARÉ, DE TAL FORMA QUE NO TENDRÁS NI SUSTENTO NI AYUDA MÍA, SINO QUE TE ABANDONARÉ EN CUALQUIER LUGAR QUE SEAS ASALTADO POR LA FALTA DE FE Y YA NO VOLVERÁS A TENERLA».
Tras leer el texto, se miran unos a otros y entonces dice la doncella a Perceval:
—¿Sabéis quién soy?
—Ciertamente —le contesta—, no; que yo sepa, nunca os vi.
—Sabed —le dice— que soy vuestra hermana, hija del rey Pelés, y ¿sabéis por qué me he dado a conocer a vos? Para que me creáis más en lo que os voy a decir. En primer lugar —continúa— os digo como a lo que más amo, que si no creéis perfectamente en Jesucristo, no debéis entrar de ninguna forma en esta nave, pues tened por seguro que pereceríais, porque la nave es una cosa tan elevada que nunca puede permanecer en ella nadie que esté manchado por malos vicios sin correr peligro.
Cuando Perceval oye esto, la mira y la contempla, hasta que se da cuenta de que es su hermana y entonces le manifiesta una gran alegría y le dice:
—Ciertamente, bella hermana, entraré, y ¿sabéis por qué? Porque si yo fuera mal creyente, moriría en ella como desleal, pero estoy lleno de fe y tal como caballero debe estar, de forma que estaré a salvo.
—Entrad, pues dentro —le contesta— Nuestro Señor seguramente os servirá de fiador y de defensa.
Mientras decía esto, Galaz, que estaba delante, levanta la mano, se persigna y entra; una vez dentro, comienza a mirar a todas partes; la doncella entra detrás de él y se persigna al entrar. Cuando los otros ven esto, no se demoran más, sino que entran también y, después de mirar bien por todos los lados, dicen que no pensaban que en el mar ni en la tierra hubiera ninguna nave tan hermosa y tan rica como aquélla les parecía. Cuando han buscado por todo, miran en el casco de la nave y ven una tela muy rica, extendida en forma de cortina, y detrás de ella, una hermosa cama grande y rica.
Galaz se acerca a la tela, la levanta y mira debajo, viendo la más hermosa cama que nunca vio, pues era grande y rica, y tenía en la cabecera una corona de oro muy rica y en los pies una espada muy hermosa y muy resplandeciente, que estaba atravesada sobre la cama, desenvainada casi medio pie.
Aquella espada tenía muchas peculiaridades, pues la cruz era de una piedra que tenía en sí misma todos los colores que se puedan encontrar en la tierra y poseía, además otras características que valían todavía más, pues cada uno de los colores tenía en sí una virtud; cuenta la historia que, además, el puño tenía dos costillas y las dos eran de sendos animales, pues la primera era de una especie de serpiente que habita en Caledonia, más que en ninguna otra tierra, y que es llamada allí serpiente papaluste; esta serpiente tiene la virtud que si alguien consigue una de sus costillas o alguno de sus huesos no debe temer sentir demasiado calor; de tal manera y de tal fuerza era la primera de las costillas y la otra era de un pez, que no es demasiado grande, que habita en el río Éufrates y en ningún otro río, y que es llamado ortanax; sus costillas tienen tal propiedad que, si uno consigue alguna, durante el tiempo que la tenga no se acordará de alegría ni de dolor que haya tenido, sino solamente del motivo por el que la había tomado y cuando la haya soltado volverá a acordarse de todo lo que acostumbraba, como hombre normal. Tal virtud tenían las dos costillas que había en el puño y que estaban cubiertas por una tela bermeja muy rica, llena de letras que decían:
«YO SOY UNA COSA ADMIRABLE DE VER Y RECONOCER, PUES NADIE ME PUDO EMPUÑAR, AUNQUE TUVIERA LA MANO GRANDE, Y NO LO HARÁ SINO SOLAMENTE UNO Y ÉSE PASARÁ, EN SU OFICIO, POR DELANTE DE TODOS LOS DEMÁS QUE HAYA HABIDO Y QUE VENDRÁN DESPUÉS».
Así decían las letras de la empuñadura y tan pronto como aquéllos las leyeron, que sabían bastante de letras, se miran unos a otros y se dicen:
—Por nuestra fe, éstas son cosas admirables.
—En nombre de Dios —dice Perceval— intentaré empuñar esta espada.
Coge la espada, pero no puede empuñarla.
—A fe mía —añade—, ahora me doy cuenta de que estas letras dicen la verdad.
Entonces Boores intenta tomarla, pero no puede hacer nada que valga y, al ver esto, le dicen a Galaz:
—Señor, intentad con esta espada, pues sabemos bien que vos llevaréis a cabo esta aventura en la que nosotros hemos fracasado.
Él contesta que no lo intentará, «pues veo —dice— que son mayores maravillas de las que yo nunca vi»; entonces mira la hoja de la espada que estaba un poco fuera de la vaina, como habéis oído, y aprecia otras letras, rojas como la sangre, que dicen:
«QUE NO SEA NADIE TAN ATREVIDO COMO PARA SACARME DE LA VAINA SI NO ES PARA OBRAR MEJOR QUE CUALQUIER OTRO Y CON MAS ATREVIMIENTO. QUIEN ME SAQUE DE OTRA FORMA, SEPA BIEN QUE MORIRÁ O SERA HERIDO Y ESTA COSA HA SIDO PROBADA YA ALGUNA VEZ».
Cuando Galaz ve esto dice:
—Por mi fe, quería sacar esta espada, pero ya que la prohibición es tan grande, no la tocaré.
Otro tanto afirman Perceval y Boores.
—Buenos señores —dice la doncella—, sabed que el sacarla está prohibido a todos, excepto a uno, y os diré cómo llegó no hace mucho tiempo.
»Es cierto —comienza la doncella— que esta nave llegó al reino de Logres y, en aquel tiempo, había una guerra mortal entre el rey Lambar, que fue padre del rey que se llamaba el Rey Tullido, y el rey Varlán, que había sido sarraceno durante toda su vida, pero que entonces acababa de ser cristianizado, de tal forma que se le tenía por uno de los mejores hombres del mundo. Un día, el rey Lambar y Varlán habían reunido sus huestes a la orilla del mar, donde había llegado la nave, y el rey Varlán fue derrotado. Cuando se vio vencido y sus hombres muertos, tuvo miedo de morir y entonces se acercó a la nave, que acababa de llegar, y saltó dentro; al encontrar esta espada, la sacó de la funda y salió fuera; encontró al rey Lambar, que era el hombre del mundo de los cristianos que tenía la mayor fe y la más grande creencia y en quien Nuestro Señor tenía una gran parte. Cuando el rey Varlán vio al rey Lambar, blandió la espada en alto y le dio un golpe encima del yelmo tan fuerte que lo hendió a él y al caballo hasta el suelo; tal fue el primer golpe que se dio con esta espada en el reino de Logres y como consecuencia vino tal pestilencia y tan gran persecución en los dos reinos, que las tierras no devolvieron a los labradores sus trabajos, pues no volvió a crecer el trigo ni ninguna otra cosa, ni los árboles trajeron frutos, ni los ríos dieron peces a no ser pequeños y por esto se ha llamado a la tierra de los dos reinos la Tierra Gasta o Devastada, porque había sido devastada por los dolorosos golpes.
»Cuando el rey Varlán vio la espada tan bien cortante, decidió volver para tomar la vaina: entonces regresó a la nave y entró en ella, colocando la espada en su funda; y tan pronto como hizo esto, cayó muerto ante esta cama y así fue probada la espada, que quien la sacara, moriría o sería herido. Se colocó el cuerpo del rey ante esta cama, hasta que una doncella lo echó fuera, pues no había allí hombre tan atrevido que osara entrar dentro de la nave, por la prohibición que expresaban las letras de la borda.
—Por mi fe —dice Galaz—, aquí oigo una hermosa aventura y creo que bien sucedió así, pues no dudo que esta espada sea bastante más maravillosa que cualquier otra.
Entonces avanza para sacarla.
—¡Ay, Galaz! —dice la doncella—, aguantad aún un poco, hasta que hayamos visto bien las maravillas que hay en ella.
Éste la deja y empiezan a mirar la vaina, pero no saben de qué puede estar hecha, a no ser de cuero de serpiente, pero, sin embargo, ven que es bermeja, como los pétalos de la rosa, y tenía encima letras escritas, doradas unas y azules las otras. Cuando vieron el tahalí de la espada, no hubo nadie que no se maravillara más que hasta ahora, pues veían que no correspondía a un acero tan rico como era aquél, ya que sus correas eran de una materia tan vil y tan pobre como es la estopa de cáñamo y eran tan débiles, a lo que parecía, que daba la impresión de que no pudieran sostener la espada durante una hora sin romperse; las letras que había sobre la vaina decían:
«EL QUE ME LLEVE DEBE SER MUCHO MÁS NOBLE Y MÁS SEGURO QUE NINGÚN OTRO, Y ME LLEVARÁ TAN LIMPIAMENTE COMO ME DEBE LLEVAR, PUES NO DEBO ENTRAR EN NINGÚN LUGAR DONDE HAYA SUCIEDAD NI PECADO Y EL QUE ME META EN ÉL, DEBE SABER QUE SERÁ ÉL EL PRIMERO QUE SE ARREPIENTA, PERO SI ME GUARDA LIMPIAMENTE, PODRÁ IR SIEMPRE SEGURO, PUES EL CUERPO A CUYO COSTADO YO CUELGUE, NO PODRÁ SER AFRENTADO EN LUGAR ALGUNO MIENTRAS CIÑA ESTE TAHALÍ DEL QUE CUELGO, QUE NO HAYA NADIE TAN ATREVIDO QUE QUITE ESTE TAHALÍ POR NADA, PUES NO ESTÁ PERMITIDO HACERLO A NINGÚN HOMBRE QUE SEA AHORA, NI QUE VENGA, PUES NO DEBE SER SUSTITUIDO SINO POR MANO DE MUJER Y DE HIJA DE REY Y DE REINA Y HARÁ TAL CAMBIO QUE PONDRÁ LO QUE MÁS LE GUSTE Y LO PONDRÁ EN LUGAR DE ESTE TAHALÍ Y CONVIENE QUE LA DONCELLA PERMANEZCA DURANTE TODA SU VIDA DONCELLA POR SU VOLUNTAD Y POR SU OBRA Y SI SUCEDE QUE ELLA INFRINGE SU VIRGINIDAD, QUE ESTÉ SEGURA DE QUE MORIRÁ CON LA MUERTE MÁS VIL QUE NINGUNA MUJER PUEDA TENER Y AQUELLA DONCELLA LLAMARÁ A ESTA ESPADA POR SU NOMBRE JUSTO Y A MÍ POR EL MÍO Y ANTES NO HABRÁ NADIE QUE NOS SEPA NOMBRAR POR NUESTROS NOMBRES CORRECTOS».
Cuando hubieron leído estas letras comenzaron a reír y dijeron que eran unas cosas admirables de ver y de oír.
—Señores —dice Perceval—, volved esta espada y veremos qué hay al otro lado.
La vuelve hacia el otro lado y cuando la hubo vuelto, vieron que estaba roja como la sangre en la otra parte y que había letras que decían:
«EL QUE ME TOME RECIBIRÁ MAYOR AFRENTA DE LO QUE PUEDA CREER EN EL MOMENTO QUE MÁS ME NECESITE, Y AL QUE YO DEBERÍA SERLE MÁS AGRADABLE, LE SERÉ MÁS TRAIDORA. ESTO SÓLO SUCEDERÁ UNA VEZ, PUES ASÍ CONVIENE QUE SEA A LA FUERZA».
Tales palabras decían las letras que estaban a este lado y, cuando lo vieron, se admiran más que antes.
—En nombre de Dios —dice Perceval a Galaz— yo quería deciros que tomaseis esta espada, pero ya que estas letras dicen que faltará en la gran necesidad y que será traidora allí donde deba ser fiel, no os pediré que la toméis, pues os podría afrentar en un golpe y sería una gran calamidad.
Cuando la doncella oye estas palabras, le dice a Perceval:
—Buen hermano, estas dos cosas ya han sucedido y os diré cuándo fue, y a qué gente le ocurrieron, por lo cual, nadie que sea digno debe tener miedo a empuñar esta espada.
»Sucedió en cierto tiempo, cuarenta años después de la pasión de Jesucristo, que Nascián, el cuñado del rey Mordraín, por orden de Nuestro Señor, fue llevado en una nube a una distancia de más de catorce jornadas de su país, a una isla, hacia occidente; aquella isla se llamaba la Isla Torneante. Cuando llegó allí, encontró esta nave a la entrada de una roca; se metió en ella y halló esta cama y esta espada, tal como la veis ahora; la miró un gran rato, deseando tanto tenerla, que fue maravilla y sin embargo, no tuvo la osadía de sacarla; así, cayó en el deseo y en la envidia de tenerla y permaneció ocho días en la nave sin beber y sin comer, sino un poco; el noveno día, un viento grande y digno de admiración le tomó y le hizo partir de la Isla Torneante y lo llevó a una isla de occidente, muy lejos de allí; llegó ante otra roca. Cuando desembarcó, se encontró con un gigante, el mayor y el más admirable del mundo, que le gritó que se diera por muerto; él temió morir cuando vio a aquel diablo que corría hacia él; miró a su alrededor, pero no vio nada que le pudiera proteger; entonces corrió a la espada temiendo morir y, obligado, la sacó de la vaina; cuando la vio desnuda, la apreció más que nada; entonces empezó a levantarla, pero al primer golpe esta espada se rompió por medio; él dijo que la cosa que más había apreciado en el mundo era la que más debía despreciar, y con razón, porque le había fallado en una gran necesidad.
»Entonces colocó las piezas de la espada sobre la cama y salió fuera de la nave para combatir al gigante y lo mató; después regresó a la nave, y cuando el viento volvió a golpear en la vela, erró por medio del mar, hasta que encontró otra nave, que era del rey Mordraín, que había luchado mucho, atacado por el Enemigo, en la roca del Puerto Peligroso. Cuando se vieron, se manifestaron una gran alegría, pues se amaban con un gran amor; se preguntaron cómo estaban y las aventuras que les habían ocurrido y Nascián dijo:
»—Señor, no sé qué me diréis de las aventuras del mundo, pero ya que no me habéis visto os digo que me sucedió una de las aventuras del mundo más maravillosas que nunca le han sucedido a hombre, que yo sepa.
»Entonces le cuenta cómo le había ocurrido con la rica espada y cómo se le había roto en el momento de mayor necesidad, cuando pensaba matar al gigante.
»—Por mi fe —le dice—, son nuevas admirables, y ¿qué hicisteis con la espada?
»—Señor —responde Nascián—, la puse en el lugar de donde la tomé y la podéis venir a ver, si queréis, pues está aquí dentro.
»Entonces se alejó el rey Mordraín de su nave y entró en la de Nascián y se acercó a la cama; cuando vio los trozos de la espada, que estaban rotos, la apreció más que nadie que la hubiera visto nunca, y dijo que aquella ruptura no había ocurrido por mala calidad de la espada, ni por defecto, sino por otro motivo, por algún pecado de Nascián. Tomó los dos trozos y los colocó juntos y tan pronto como los dos aceros se pusieron en contacto, la espada se volvió a soldar con tanta rapidez como se había roto. Cuando Nascián vio esto, comenzó a sonreír y dijo:
»—Por Dios, es maravilloso que las virtudes de Jesucristo suelden y rompan más rápidamente de lo que se podría pensar.
»Volvió a colocar la espada en la vaina y la tendió donde la veis ahora; entonces oyeron una voz que les dijo:
»—¡No! Salid fuera de esta nave y entrad en la otra, pues por poco que caigáis en pecado, o si estáis en pecado mientras estéis en la nave, no podréis escapar sin perecer.
»Abandonaron la nave y entraron en la otra; cuando Nascián estaba pasando de una a otra, fue golpeado en medio de la espalda por una espada, con tanta fuerza, que cayó hacia atrás en la nave y al caer exclamó:
»—¡Ay, Dios, cómo he sido herido!
»Entonces oyó una voz que le decía:
»—Es por lo que habéis hecho mal con esa espada que sacaste, pues tú no debías hacerlo, ya que no eras digno; otra vez procura no ir en contra de tu Creador.
»Y tal como os he contado se cumplieron estas palabras que están escritas aquí: “AQUEL QUE ME APRECIE LA ENCONTRARÁ MÁS DIGNA DE DESPRECIO EN LA MAYOR NECESIDAD”, pues el que más apreció esta espada en el mundo fue Nascián y ella le falló en el momento de mayor necesidad, como ya os he contado.
—En nombre de Dios —dice Galaz—, con esto nos habéis hecho muy sabios, pero decidnos cómo sucedió lo otro.
—Con gusto lo haré —respondió la doncella.
»El rey Varlán, que se llama Rey Tullido, mientras que pudo cabalgar honró mucho a la Santa Cristiandad y protegió a los pobres más que nadie sabe y fue de tan buena vida que no se encontraría a nadie semejante en la cristiandad, pero un día estaba cazando en un bosque suyo que llegaba hasta el mar y perdió los perros, a los cazadores y a todos sus caballeros, menos a uno solo, que era primo hermano suyo; cuando vio que había perdido todo su séquito, no supo qué hacer, pues se veía tan metido en el bosque que no sabía cómo salir, ya que desconocía el camino; entonces él y su caballero tomaron un camino y erraron hasta que llegaron a la orilla del mar, hacia la parte de Irlanda. Cuando llegó allí, encontró esta nave en la que estamos ahora, se acercó a la borda y halló las letras que habéis visto. Al verlas, no retrocedió como si se sintiera temeroso hacia Dios por todas las bondades que caballero terreno podía tener; entró en la nave solo, pues el caballero que le acompañaba no tuvo el atrevimiento de entrar, y cuando encontró esta espada, la sacó de la vaina tal como habéis podido apreciar, pues antes no se veía nada de la hoja, y la desenvainó sin tardar; pero entonces entró allí una lanza con la que fue golpeado entre los dos muslos con tanta fuerza que quedó tullido, tal como se ve aún y, desde aquel momento, no pudo sanar y no lo hará antes de que vayáis a verlo. Así fue herido por la osadía que tuvo; y por esta venganza se dice que fue más traidora cuando debía ser más fiel, pues era el mejor caballero y el más noble que entonces había.
—En nombre de Dios, doncella —le dicen—, nos habéis contado tantas cosas que vemos ahora que no se debe dejar de tomar la espada por esas letras.
Miran entonces la cama y ven que es de madera, sin colchón. En medio, por delante, tenía una tabla vertical clavada a las demás tablas y que era de la longitud de la cama. Por la parte de atrás había otra, frente a la primera, mucho más recta; de una de las tablas verticales a la otra había tanto espacio como la cama tenía de lado a lado; por encima de éstas había otra, cuadrada, que estaba clavada en las dos; la que estaba clavada por delante era más blanca que nieve recién caída y la de atrás era tan roja como gotas de sangre bermeja; la que iba por encima de las dos era tan verde como la esmeralda: de estos tres colores eran las tres tablas que había por encima de la cama y sabed, verdaderamente, que eran sus colores naturales, sin pintura, pues no habían sido colocadas allí por hombre mortal, ni por mujer. Para que lo pudieran entender muchas gentes, que lo tendrían a cuento si no se les explicara cómo era posible esto, la historia se desvía aquí un poco de su recto camino y de su materia, para explicar cómo tenía la madera estos tres colores.