Introducción

De todos los textos medievales que hablan del rey Arturo, de la reina Ginebra y de los caballeros de la Mesa Redonda, es —sin duda— el Ciclo de la Vulgata el que tuvo mayor éxito. Esta recopilación, también denominada Ciclo del Lanzarote-Grial y Ciclo de Pseudo-Map, constituye el hito más importante de la literatura artúrica en prosa.

El tema de esta recopilación no es otro que la historia de Lanzarote, considerado por sus hazañas el mejor caballero del mundo. Él parece ser el destinado a alcanzar el Santo Grial, pero su adulterio con la reina Ginebra lo apartará definitivamente de este triunfo. No obstante, Dios le va a conceder que sea su hijo Galaz quien logre llevar a término la más excelsa de las aventuras.

La última parte de la recopilación, La muerte del rey Arturo (Alianza Tres, 61), se ocupa del castigo de Lanzarote y Ginebra: sus amores serán la causa del enfrentamiento y muerte de los compañeros de la Mesa Redonda. Así termina la Edad de Oro de la Caballería andante. Tales serían las líneas generales del ciclo, que no presentan grandes complicaciones; sin embargo, es difícil seguir las directrices cuando se está leyendo la Vulgata, pues hay una auténtica selva de acciones entrecruzadas: todos los personajes, todos los caballeros de la Mesa Redonda tienen vida propia y actúan de forma independiente, aunque perfectamente coordinados.

La Vulgata es de una extraordinaria longitud. Consta de cinco partes, que muestran los núcleos que la fueron formando: Estoire du Graal (Historia del Grial), Merlín (y su continuación), Lancelot du Lac (Lanzarote del Lago), La Queste du Saint Graal (La búsqueda del Santo Grial). y La Morte li roi Artu (La muerte del rey Arturo). De las cinco partes, las tres últimas son las que han logrado mayor fama: han sido publicadas numerosísimas veces de forma independiente del resto del ciclo, recibiendo el título de Lancelot en prose (Lanzarote en prosa).

Una de las partes más originales del ciclo es la que ocupa el cuarto lugar, con el título de La búsqueda del Santo Grial, y cuyo asunto es el de la búsqueda de un objeto maravilloso capaz de saciar con los mejores manjares el hambre de los compañeros de la Mesa Redonda. Antes de que concluya esta aventura, con el hallazgo del objeto, se sucederán todo tipo de prodigios, y sólo tres caballeros podrán gozar de la contemplación momentánea del Vaso: Boores, Perceval y Galaz.

Lo más importante es —sin duda— que La búsqueda rompe con la tradición anterior para convertirse en una novela de simbología mística, pues no se trata de la búsqueda de un objeto terrenal, sino espiritual: en efecto, sólo llegarán a la meta aquellos caballeros que han emprendido la «Aventura» debidamente confesados, con el alma limpia de todo pecado, y con los más puros pensamientos.

Como es norma feudal, el rey Arturo está reunido con sus caballeros en torno a la Mesa Redonda el día de Pentecostés. Queda un asiento libre, que será ocupado por Galaz. Al comenzar la cena aparece el Santo Grial, que colma de manjares a los comensales, saciándolos con los más extraordinarios alimentos. Es la señal para salir en su búsqueda: en la corte sólo queda el rey Arturo, apesadumbrado porque sabe que muchos de los que ahora parten no regresarán. Galaz, Perceval y Boores consiguen llegar al castillo del rey Pelés, gracias a que siempre han vivido en la castidad. En el castillo del rey, asisten a la misa celebrada por Josofes, hijo de José de Arimatea y primer obispo de la Cristiandad, que desciende del Cielo para el Sacrificio. En el momento de la Consagración, Jesucristo sale del Grial y da de comulgar a Josofes y a los caballeros elegidos. Al lado de ellos, unos ángeles sostienen la lanza de Longinos, que aún gotea sangre.

Tras esta escena, Galaz, Perceval y Boores embarcan en la nave que construyó Salomón, y llegan a Sarraz, donde presencian los más elevados secretos del Santo Grial. Galaz muere en éxtasis; Perceval se retira de la vida mundana y muere un año más tarde; Boores regresa a la corte para contar lo ocurrido. El rey Arturo ordena que sus clérigos anoten todo fielmente y lo recojan en un libro que se guardará en las bibliotecas de Salesbieres (Salisbury) para memoria y ejemplo de todos.

No es necesario señalar el evidente paralelismo de La búsqueda con distintos momentos de la vida de Jesús: la asamblea de los caballeros el día de Pentecostés, la aparición del Santo Grial y la partida de los compañeros, tienen una clara analogía con la llegada del Espíritu Santo y la marcha de los Apóstoles que recorrerán el mundo. El Asiento Peligroso, vacío en la Mesa Redonda, es —posiblemente— el lugar que debería haber ocupado Judas.

El simbolismo queda claro en Galaz («puro entre los puros»), cuya vida sigue la de Jesús: es esperado por todos desde hace siglos como el salvador que dará fin a las aventuras más extrañas. Por si fuera poco, este carácter simbólico queda subrayado de forma notable con frecuentes interpretaciones alegóricas que, por lo general, nos llevan a una visión cisterciense del mundo: el triunfo final de La búsqueda sólo se producirá en el momento en que el caballero escogido desee conocer los secretos de Nuestro Señor y sea asistido por la divina gracia. En definitiva, es la doctrina de Bernardo de Claraval la que guía al autor: sólo la humildad nos impulsa hacia Dios; el orgullo es el peor enemigo del hombre; hay que amar a Dios sin esperar recompensas y sólo si Dios quiere puede llegar la unión espiritual anhelada por los místicos.

Para adecuar la materia tradicional al espíritu del Císter, el autor ha tenido que sacrificar numerosos detalles y —lo que es más importante— ha caracterizado a los héroes de acuerdo con una idea religiosa: a la llamada del Santo Grial acuden unos caballeros sin preocuparse por sus almas; el orgullo y la soberbia les perderán: tal es el caso de Galván, condenado por su apego a los bienes terrenales. Otros, se han arrepentido de sus pecados a tiempo; entre éstos destaca Lanzarote, que libra una dura batalla por su amor a la reina Ginebra; su mayor deseo es conseguir la paz interna; al confesar —tras numerosas ambigüedades— sus relaciones adúlteras, le brotan lágrimas de auténtico arrepentimiento. Su confianza en Dios se ve premiada con un brevísimo éxtasis en el que puede contemplar el Santo Grial, pero sus antiguos pecados le impiden disfrutar de la plenitud de esta visión.

Por último, volviendo a las doctrinas de San Bernardo, podemos comprender por qué son tres los elegidos: Boores representa la ascética; su triunfo final viene marcado por un largo camino de sacrificios y privaciones. Perceval está imbuido de gracia ya desde el principio; su salvación depende en gran manera de la ayuda divina: no son las mortificaciones las que le hacen salir airoso ante la tentación, sino la mano de Dios, que le protege en última instancia; Perceval triunfa gracias a su cándida inocencia. Pero de todos, Galaz es el más significativo: en él se juntan un profundo ascetismo y la gracia divina; la fusión de estos dos elementos va a hacer de Galaz el modelo de santidad que todo buen caballero debe imitar; él mismo —a su vez— es el reflejo de Jesucristo, no tiene que sufrir tentaciones, no hay obstáculos que impidan el deseo divino. Su presencia en La búsqueda se debe —sobre todo— a los demás: es el ejemplo vivo de lo que los compañeros de la Mesa Redonda deberían hacer.

A pesar del influjo cisterciense y de la simbología cristiana, no se debe pensar que el autor de La búsqueda pretendía llevar a cabo una obra propagandística; simplemente, procuró ver la tradición desde otro punto de vista, y lo consiguió de forma magistral.

El éxito que tuvo la obra en Francia traspasó con relativa rapidez los Pirineos: en toda la Península se pueden rastrear huellas de La búsqueda, pero es difícil establecer si proceden del texto que ofrecemos al lector o si, por el contrario, tuvieron su origen en alguna de las versiones anteriores. En cualquier caso, hay que señalar en la Península tres textos relacionados con el tema que nos ocupa: la Storia del Sant Grasal en catalán, de finales del siglo XIV y, sobre todo, A Demanda do Santo Graal, en portugués (copiada entre 1400 y 1438). y La demanda del Sancto Grial con los maravillosos fechos de Lançarote y de Galaz su hijo (Toledo, 1515, y Sevilla, 1535). Tanto el texto portugués como el castellano tienen considerables lagunas, a la vez que son importantes los cruces que presentan con un Tristán en prosa.

La presente traducción fue publicada con el título de Demanda del Santo Graal en Madrid, Editora Nacional, 1980. He introducido numerosas modificaciones, con la intención de unificar criterios con la versión de La muerte del rey Arturo, publicada en esta misma serie. El texto que seguí en la Demanda, y que ahora he retomado, es el del manuscrito K (Palais des Arts de Lyon, Ms. núm. 77 publicado por A. Pauphilet): el francés medieval de este manuscrito y su pulcritud hacen pensar a A. Pauphilet que es una de las mejores copias conservadas. Por lo demás, he evitado algunos arcaísmos intencionados que introduje en la primera traducción de este texto, y he restituido a la obra la estructura original, que carecía de divisiones en capítulos.

Carlos Alvar

Madrid, 1986