Augustus
Nos días más tarde, Julia y el señor Spanker volvieron a visitar la casa de flagelación. La señora Minette les dijo que había conseguido a un guapo muchacho de unos diecinueve años para satisfacer su lujuria, y Julia tembló con reprimida emoción e imploró a la mujer que se le permitiera hacer con él lo que quisiese.
Se le aceptó lo que pedía, a condición de que sus actos se llevasen a cabo en presencia del señor Spanker y la señora Minette. Esta dama salió entonces de la habitación y regresó en seguida con un joven bien proporcionado y de aspecto agradable. El muchacho tenía un cuerpo fuerte y armonioso, con buenos bíceps, y su cara era bastante atractiva. Sus caderas parecían potentes, y el bulto en los pantalones indicaba que dentro habitaba una polla de considerable tamaño. Tenía un encantador aire de inocencia, y no daba la impresión de andar por la vida buscando un puerto donde atracar su galeón, buscando follar. Tan ingenuo era frente a las cosas de la casa de la que era «huésped», que no tenía ni idea de los artilugios atados a las sillas de aspecto normal que había en la habitación. El caso es que fue invitado a sentarse en una de las sillas de resortes, y al hacerlo quedó inmediatamente prisionero.
Pero al reconocer a Augustus, el guapo criado del señor Spanker, Julia no aprobó ese procedimiento; y ante una señal de ella, soltaron inmediatamente al asombrado joven. Julia entonces se le acercó y lo abrazó calurosamente, apretando contra él los encantadores pechos.
La lasciva damisela empujó entonces a Augustus hacia la cama e intentó meterle la mano entre los muslos; increíblemente, el muchacho forcejeó tanto que ella no consiguió desabotonarle los pantalones y sacarle la polla. Sin embargo, el señor Spanker y la celestina la ayudaron sosteniendo los brazos y las piernas del joven, y Julia logró finalmente desabrocharle, el pantalón y sacarle la polla con dedos temblorosos.
La verga de Augustus todavía no estaba tiesa, pero la cabeza pequeña, lisa y bonita, tomo la punta de una bellota, se infló lo necesario como para demostrar que con manipulación discreta y la influencia de sentimientos excitantes pronto llegaría a ponerse dura. Julia quería colocarlo de nuevo sobre la silla; de eso se encargó inmediatamente la exuberante celestina.
Julia metió entonces la mano en los pantalones abiertos y sacó el pene y los testículos de Augustus, dedicándose a contemplar, con verdadero placer, aquel equipo. Empezó acariciándole el escroto pardo y arrugado. Los pliegues de la piel y las venas se destacaban perfectamente en la polla, y el glande, unido al resto por un anillo de piel, adquirió un buen tamaño. Parecía tan liso, tan delicado, tan agradable, tan dulce, que Julia lo podría haber besado allí mismo; con gusto se lo podría meter en la boca y chuparlo en ese mismo momento.
Con la sangre hirviéndole en las venas, una sensación de estremecimiento en el cuerpo y el pequeño pimpollo entre las piernas latiéndole con más violencia que nunca, se sentó delante de Augustus y se levantó despacio el vestido. Dejando a la vista el carnoso trasero y los maravillosos muslos, y apretándolos con fuerza, la salaz mozuela metió la mano entre ellos para calmar la sensación de cosquilleo que tenía en el dulce coño, y empezó despacio a estimularse.
Se echó hacia atrás, abrió bien las piernas y dejó el coño, los muslos y el vientre a la vista del joven, que miraba como en trance, con el sexo excitado por la imagen de la raja de Julia y por el almizclado olor a sexo que salía de entre aquellas piernas. Dejó que el joven viese cada detalle del proceso de masturbación, y la polla empezó a levantarse a saltos pequeños hasta que estuvo despierta y palpitante. Al ver eso, Julia se arrodilló delante de Augustus, y después de sacar los hermosos pechos, puso la verga entre ellos. Le rodeó la espalda con los brazos y lo atrajo hacia sí, y empezó a estimularlo con la fricción de las tetas, empujándole el prepucio hacia arriba y hacia abajo.
El joven gimió de placer al llenársele la polla de sangre e hincharse hasta alcanzar un tamaño desconocido. Los inesperados actos de Julia, que seguía con el brillante glande y con las pelotas en la mano, estirando la piel sobre la polla tremendamente erguida, lo llevaron al borde de la eyaculación. Ella, sin soltar en ningún momento aquel instrumento duro como una piedra, lo frotó hasta que Augustus comenzó a eyacular; Julia miró entonces con ojos golosos la espumosa leche que saltaba del hinchado glande, mientras el muchacho gemía en voz alta. Sin perder tiempo, Julia se metió la escarlata cabeza de la polla en la boca y la rodeó con los labios, apretándola y acariciándola con la lengua para gran satisfacción de Augustus. La ordeñó con tanta violencia que el joven se vio obligado a gritar. Pero la feroz moza no paró hasta que Augustus se descargó totalmente en su boca, soltando un ardiente torrente de semen. La dulce lengua atraía el líquido del amor, que ella bebía a medida que se le derramaba en la garganta. Julia estaba en éxtasis, pero cuando la espesa y cremosa leche terminó de bajarle por la garganta y su boca se quedó saboreando aquel gusto salado, se retiró un poco y contempló el miembro fláccido del joven.
Con gran decepción, vio como el arma lujuriosamente rampante bajaba la cabeza y se retiraba dentro de su funda, sin dejar de rezumar por el pequeño orificio de la cabeza unas pocas gotas del licor blanco lechoso. Mientras lo miraba, se redujo a una mera sombra de lo que era hacía un rato, y el prepucio cubrió gradualmente el glande antes hinchado y ardiente.
La desenfrenada damisela sugirió entonces que todos deberían estimularlo, por turno, hasta que se desmayase de agotamiento. Esta idea excitó a los atormentadores, y después de soltar una vez más a Augusto, lo tendieron sobre la cama, como habían hecho con Julia en el momento de iniciarla en los misterios de la flagelación. Allí le ataron las manos y las piernas con las cintas de terciopelo sujetas a los cordones de seda que colgaban de los postes, y lo azotaron y estimularon hasta que se volvió insensible de tanta lujuria.
Julia se metió entre las piernas de él y se quitó la ropa, prenda tras prenda, hasta que sus grandes tetas, su vientre redondo y su amplio trasero quedaron bien a la vista. Alargó una mano preciosa y le cogió la polla; el muchacho se estremeció de sorpresa y de placer. Entonces ella se acercó más, para que la carne de sus brazos desnudos se frotase contra la cara interior de los muslos de Augustus y para que sus grandes tetas pudieran apretarse contra aquella polla y aquellas pelotas. Julia movía la parte superior del torso de tal manera que sus tetas y sus tensos músculos frotaban deliciosamente el culo y las pelotas del muchacho. Llegó incluso a coger sus tetas con las manos y guiarlas a puntos sexuales estratégicos: frotó los pezones contra la verga del joven, subiendo y bajando, se los pasó por las pelotas y hasta le abrió las nalgas y le atizó con un pezón en el agujero. Luego se puso a hacerle cosquillas y a masajearle la polla hasta que notó que empezaba a levantarse. Al ver que aquella polla mostraba ahora todo su tamaño, con una lisa y brillante cabeza, se inclinó para besarla.
—¿Cómo diablos puede esa cosa inocente y pequeña alcanzar proporciones tan formidables? —dijo la lujuriosa celestina, mientras se deslizaba por debajo del joven y dirigía la tentadora cabeza hacia su ávido coño.
Soltando las más frenéticas exclamaciones de goce, se corrió al mismo tiempo que él, y ambos quedaron totalmente mojados por la suma de sus abundantes eyaculaciones.
Entonces la sexualmente atrevida dueña de la casa empezó a lamerle el ano, y le metió la lengua voraz hasta el último escondrijo mientras le acariciaba el escroto y el lado interior de los muslos. Luego, llevando despacio el prepucio hacia arriba y hacia abajo, dijo de repente: —Va a eyacular de nuevo. Lo noto por el aumento de tamaño y por la dureza de su encantadora polla.
Y estimulándola con la mayor rapidez, hizo saltar la leche.
En cuanto ella lo dejó, Augustus imploró que lo soltasen, diciendo que su polla estaba tan llagada y dolorida que casi no podía soportarlo. La lascivia de la señora Minette, refrenada durante los azotes y la estimulación del muchacho, había llegado ahora a su apogeo. La celestina estaba realmente tan desesperada como una perra en celo por sentir una polla en el voluptuoso coño o en la sedienta boca, y respondió de manera brutal: —Se te follará y estimulará hasta que te desmayes.
La polla del muchacho se había hinchado de lujuria. La señora Minette bajó la cabeza y se metió el pene en la boca y lo chupó con deseo y entusiasmo. Jadeaba y gemía mientras lamía y chupaba, y finalmente se produjo la eyaculación. A estas alturas Augustus estaba totalmente insensible. Entonces lo soltaron y se lo llevaron de allí.
Después de que él se hubo marchado, los tres actores que quedaban en esa escena de perversión sexual literalmente se miraron con ferocidad, cada músculo sexual palpitando de manera salvaje. Se arrojaron unos sobre otros y se tocaron, apretaron, estimularon, follaron y chuparon las partes pudendas, retorciéndose convulsivamente en el suelo en un confuso montón. Todos se corrieron casi en el acto, alcanzando un desmesurado éxtasis.
Entonces la señora Minette atrajo a Julia hacia su cuerpo y pronto estuvieron chupándose mutua y ferozmente. Loca de voluptuosidad, la lujuriosa celestina se metió debajo de su gozosa compañera, en la postura del sesenta y nueve, y le cruzó las piernas sobre la espalda; y apretándola, meneó el coño contra la cara de Julia mientras por turnos le besaba, mordisqueaba y lamía el dulce coño. Los labios de los dos jugosos conejos estaban abiertos y apretados contra las caras de una manera obscena. Y ambas disfrutaban inmensamente del sabor y la textura de su nueva amiga.
El señor Spanker, que miraba la exhibición con ojos satisfechos, fue hasta la palangana que había en la habitación, se lavó la daga viril y empezó a masturbarse mientras miraba a las chupacoños enterradas entre las piernas de la otra. Entonces se acercó a Julia y, como un perro, le metió la inmensa flecha carmesí en la deliciosa abertura, mientras la señora Minette chupaba el clítoris de coral, y de vez en cuando los testículos, y pasaba la lengua por la vagina que tenía encima, alrededor del pene mojado y palpitante allí enterrado. En seguida se corrieron los tres, y los jugos del orgasmo bajaron formando arroyos. La señora Minette recibió una doble dosis: néctar de amor del conejo de Julia y leche caliente del señor Spanker.
Entonces alguien propuso atar a Julia al aparato de flagelar que había en la habitación, de pie y con las piernas y los brazos bien abiertos. Se puso en práctica la sugerencia, y la señora Minette cogió una vara grande de abedul y empezó a pegarle en el maravilloso trasero.
El señor Spanker se arrodilló delante de ella y la lamió con suavidad, pasando la lengua por el excitado clítoris.
Como había jugado intensamente con aquel pimpollo escarlata, y veía a Julia a punto de correrse, desistió, y a pesar de las súplicas de ella, se negó a tocarla. La lasciva muchacha había entrado en un extraordinario estado de celo, y su amante miraba con intenso goce la espasmódica contracción de los labios del coño, y del vientre y los muslos, tan grande era su excitación, mientras la flageladora seguía con sus golpes, que cada vez enardecía más el deseo de la muchacha.
Se llamó a una de las criadas y se ató al señor Spanker de la misma manera y en el mismo aparato de flagelar, frente a su impúdica amante. Los dos entraron entonces en contacto, labio contra labio, pecho contra pecho, y la hermosa e inmensa polla quedó delante de la encantadora abertura, en la que se metió instantáneamente. La fogosa puta soltó un suspiro de satisfacción, y la criada empezó a flagelar al señor Spanker de la misma manera en que la señora Minette flagelaba todavía a Julia.
Qué hermoso espectáculo era ver a una muchacha bonita de cabello rubio y ojos azules, blanca como la nieve, retorciéndose de placer contra su amante, cuyo cuerpo hacía pensar en una estatua de bronce, la enorme polla enterrada en el chorreante coño, llevando a la muchacha a un ataque de éxtasis erótico mientras la raíz de la espléndida verga le frotaba el ardiente e hinchado clítoris y revolvía entre el vello dorado.
La consecuencia de todo esto fue que pronto se disolvieron en la felicidad, perdiéndose en todos los éxtasis del deseo satisfecho. Después de haber soltado a la pareja y de complacerse unos a otros chupando pollas y conos y pechos, volvieron a irse de la casa de flagelación en la que tanto placer sensual habían experimentado durante las obscenas orgías, mérito de la salaz celestina que prefería un trío a un dúo y un grupo a una solitaria sesión de amor.