Harry

Un joven guapo de piel lozana llamado Harry Staunton, hijo de un comerciante de Londres, que había sido enviado al pueblo de Allsport por razones de salud, transitaba por uno de los caminos que bordeaban el pueblo cuando le llamó la atención una bella joven llamada Julia, cuyas piernas totalmente desarrolladas empezaban a hacer que las faldas cortas que llevaba resultasen gravemente excitantes para los señores que visitaban la casa de su madre. A menudo, las visitas masculinas apenas lograban refrenar sus deseos de satisfacer la excitación de sus pollas apretándolas contra el cuerpo núbil de la bella señorita. Y, por decirlo de alguna manera, esta bella joven, todo un semillero de deseos, no se oponía a que su carne se apoyase contra la de un hombre.

Hay que admitir que el temperamento ardoroso de la joven la animaba a dar esa oportunidad a los hombres con la mayor frecuencia posible, aunque no podía explicarse el placer que eso producía en ella y en los demás. Le hacían cosquillas alrededor de las caderas y debajo de los brazos y le pellizcaban el trasero y de vez en cuando le palpaban las encantadoras tetas. Y a través de los pantalones, le apretaban la polla contra las caderas.

La señorita Wynne se estaba abrochando una liga cuando Harry, al doblar una esquina, tropezó de repente con ella. Como no era ésa la primera vez que se encontraban, Julia se bajó las ropas y esperó a que él se acercase. Él llegó y le cogió la mano, y ella, sonrojada, expresó su placer por verlo de nuevo.

La noche anterior habían estado jugando a las prendas con unos amigos, y en un momento dado Harry la había besado; además, sin saber por qué, le había metido la lengua en la boca y la había dejado allí hasta que la polla le empezó a latir con tanta violencia que ella la percibió contra el vientre a través de la ropa.

Después, toda la noche, buscaron cualquier ocasión para estar juntos. En un momento cayeron varios unos sobre otros, y al quedar Harry y Julia en el fondo, él tuvo tiempo suficiente para meterle la mano debajo de la ropa, hurgarle dentro de las bragas y palparle el muslo terso y caliente y después el coño, que estaba cubierto por una pelusa suave. El viscoso rocío de Julia le dejó los dedos pegajosos.

Esa noche Julia no hizo nada más que soñar con la lengua de Harry tocándole la suya mientras la besaba y reproduciendo las mismas sensaciones que había sentido cuando el dedo de él se había metido entre los labios de su coño.

Antes de que amaneciese había renovado la sensación usando su propio dedo. Sus propias exploraciones habían sido una verdadera experiencia sensual; se había abierto el conejo con dedos calientes y ansiosos, e imaginado que eran la lengua de Harry abriéndole el coño. Entonces se metió un dedo, fingiendo que era de Harry, y revolvió entre el jugo de su excitación, hasta que quedó totalmente mojado. Su dedo viajó entonces hasta la misma cima del coño en busca del dulce pimpollo de lujuria que tanto quería aliviarla. Tocó y jugó y acarició hasta dar con el movimiento perfecto, y pronto se descubrió apretándose el pimpollo con abandono, frotándolo ferozmente hasta que salió el primer chorro de pasión, y no lo soltó hasta que el último flujo de amor le corrió bajando entre los muslos. No era entonces nada raro que se alegrase de encontrar a su amante.

Harry le rodeó la cintura con el brazo y, apretándola contra su cuerpo, la besó y le metió la lengua en la boca. Ella lo buscó con la suya, y mientras estaban amorosamente enlazados, él no sólo le hizo sentir la polla dura contra el cuerpo, como en la noche anterior, sino que le cogió la mano y le hizo estrujarla.

—Ay, Harry, ¿qué es eso? —murmuró la bonita y joven criatura, encerrando espontáneamente entre los dedos la polla palpitante.

—Mete la mano dentro de mis pantalones, querida, y siente mi amor por ti —respondió él apretándose contra ella, como si quisiera penetrarla a través de la ropa, mientras ella se apretaba contra él con igual fuerza.

Le desabotonó los pantalones, metió su mano pequeña y delicada dentro y le palpó la polla; estaba tan caliente que casi le quemó la mano. Sin embargo, la piel era suave y lisa y delicada.

—Siéntela desnuda, querida, mientras yo te siento a ti —dijo Harry de nuevo.

Se inclinó y metió la mano por debajo de la ropa de Julia, subió entre sus muslos y le cogió el coño, como prólogo a la introducción del dedo. Palpó, acarició y masturbó el delicado montículo. Masajeó los pliegues de los labios del coño.

Dominada por sus sensaciones, la joven había salido esa mañana sin bragas, y Harry, al encontrar totalmente desnudo el encendido y palpitante conejo, le sacó el brazo de la cintura. Le levantó las enaguas y le palpó las caderas y el culo con una mano mientras la estimulaba suavemente con la otra.

Ella, después de levantarle a él la camisa, había cogido su dura polla con la mano, y llevada nada más que por la naturaleza, mientras la frotaba, la acariciaba y manipulaba, empezó a ponerla cerca del sitio donde jugaban los dedos de Harry. Quería que le metieran aquella polla dura en su caliente, cachondo y ansioso coño. Y Harry, ay, qué no habría hecho por hundir su polla en aquel dulce, delicioso y desvergonzado coño. Estaban realmente a punto de follar cuando, para su disgusto, los interrumpieron.

Caminando hacia ellos desde la otra punta del camino, venía la señorita Birchem, la guapa y voluptuosa institutriz de una escuela para caballeros jóvenes. Había espiado el acto amoroso de Harry y Julia y había visto como el excitado joven levantaba las ropas de la dama, mientras el trasero de ella quedaba a la vista.

La institutriz también había visto algo que le había producido más emoción en su propio conejo: la polla del guapo Harry acariciada por la mano de la bella Julia. El espectáculo la había enloquecido, y en ese momento había sentido necesidad de apoyarse contra un árbol para que ellos no la viesen. Allí podría frotarse su propio coño hasta correrse mientras miraba como follaban esos dos.

Con piernas temblorosas, la señorita Birchem se había levantado las ropas para jugar un momento con su velludo coño y separarle los labios; había metido el dedo hasta la primera articulación y empezado a estimular rápidamente el sensible clítoris.

Siguió haciendo eso, mientras los pechos le palpitaban y todo el cuerpo le oscilaba bajo la influencia de las sensaciones que experimentaba, hasta que vio a Harry y a Julia en contacto tan estrecho que daban la sensación de estar realmente follando.

Eso le exacerbó enormemente las sensaciones, y con un jadeo y un rápido movimiento de su ágil cintura, la institutriz se corrió con tanta intensidad que casi soltó un grito.

En ese momento Harry acababa de meter su polla dentro del conejo de Julia. Ella estaba postrada, y habría perdido el himen si el joven no se hubiera contenido.

Pero cuando acababa de penetrar parcialmente aquel cuerpo tembloroso, mientras ella lo besaba con pasión, él tuvo un orgasmo y eyaculó el blanco y cremoso semen directamente en aquel clítoris; aunque él perdió su carga antes de que a ella la deslumbrase el placer orgásmico, la sensación de esas gotas lujuriosas en el clítoris y en el conejo era más fuerte que el placer que ella obtenía con su propio dedo.

Eso hizo que Julia lo abrazase aún más estrechamente, rodeándolo con las piernas para que se le hundiese todavía más en el cuerpo, en su deseo de que siguiese el placer que apenas había saboreado. Realmente le importaba Harry: estaba chiflada por él. Y Harry estaba chiflado por ella. Pero la señorita Birchem había parado en seco su placentera masturbación, muy defraudada por la eyaculación precoz de Harry y molesta porque Julia no se había corrido todavía.

Se acercó a ellos y les interrumpió la diversión y el amoroso abrazo. Esta lujuriosa institutriz era una apasionada de la flagelación, y prefería que un caballero le azotase las nalgas antes de estimularla con el dedo para ayudarla a correrse.

Después le gustaba azotar las nalgas de algún caballero, y mirar el efecto que eso tenía en su polla, sobre todo si follaba al mismo tiempo con una muchacha; le aumentaba de vez en cuando la excitación acariciándole y chupándole los testículos, hasta que por fin lo hacía eyacular con una lluvia de éxtasis, durante la cual empezaba a flagelarlo despiadadamente. La sensación de tener en la mano la carne de una nalga o una vara de abedul bastaba para excitarla durante mucho tiempo.

La imagen del encantador trasero de Julia cuando Harry le levantó la ropa llenó a la institutriz de ardientes deseos de azotarla suavemente mientras Harry enterraba la polla en su propio coño, pues todavía le faltaba una abundante eyaculación para calmar la lujuria que le quemaba el corazón y la ingle.

Al ver a la señorita Birchem, los amantes trataron de cubrirse rápidamente. Julia se bajó la ropa y Harry trató de esconder la polla mientras la cachonda institutriz los encaraba. Pero los cogió a ambos al mismo tiempo, a Harry por la polla, haciendo que su cabeza se endureciese como pocas veces y a Julia por el muslo a medio cubrir, diciendo: —¡Ay, jóvenes malvados! ¡Con apenas veinte años y practicando lo que sólo marido y mujer deben practicar! ¿Qué le ha estado haciendo él a usted, señorita, con esta polla grande, dura, palpitante y desnuda? ¿Sabe que está muy mal permitir que los muchachos metan esa cosa en su coño hasta que se haya casado con uno de ellos? ¡O al menos hasta haber cumplido treinta años, como yo, cuando el coño se moja aún más con el deseo, como el mío en este momento!

Y exprimiendo furtivamente el conejo de Julia para averiguar si estaba muy mojado y si le habían eyaculado dentro, la institutriz miró lascivamente al joven, se levantó la ropa y mostró a los fascinados ojos de Harry unas piernas de belleza sin par, cubiertas por atractivas medias de seda. Deseaba con pasión mostrar a la escandalizada pareja el coño aún sediento.

La señorita Birchem tenía los muslos lisos y blancos como el marfil y un vientre de encantadora dulzura, y debajo un mechón de vello oscuro rizado que estaba húmedo a causa de la reciente incursión allí abajo con la mano masturbadora. En medio asomaba la punta de los labios rosados del coño carnoso pero estrechamente cerrado. Harry sintió el olor almizclado del sexo y el deseo que brotaba de entre aquellas piernas, y quedó fascinado por la escena.

—¿Se da cuenta, señorita? —dijo, disfrutando de la admiración con que Harry le observaba el bello conejo—. Para poder disfrutar como yo de la penetración de una polla, tiene que esperar hasta que se le hinche así de deseo. Y tiene que esperar a tener edad suficiente para que se le ponga tan mojado y jugoso como el mío en el momento de follar.

Mientras Harry la miraba desorbitado, dobló un instante las rodillas para enseñar bien el coño y separar los ardientes labios y mostrar los pliegues carnosos y el jugoso agujero del sexo, que goteaba como un grifo.

—Pero ahora me da placer —dijo Julia, mirando más la polla hinchada de su amante que las hermosas piernas desnudas de la lasciva institutriz.

—Pues no debería dárselo, así que le aplicaré unos buenos azotes por su mala acción —dijo la mujer lujuriosa y sensual, con todo el cuerpo ardiendo de excitación mientras observaba el encantador culo de Julia, que había descubierto del todo.

La señorita Birchem imaginó que le gustaría ver la cara de la joven apareciendo entre sus rodillas, que podría enseñarle el dulce arte de las caricias entre mujeres.

Entonces la señorita Birchem dejó a sus víctimas y recogió un manojo grande de varas de abedul que crecían allí alrededor, y Julia se ruborizó al ver que las estaba atando con unas cintas que había sacado del bolsillo; la joven empezó a sentir un hormigueo en el culo, excitada por lo que iba a recibir, una sensación no del todo desagradable pero sí nueva.

Ahora, armada con esa vara verde, la lúbrica institutriz cogió a Julia de la mano y dijo: —Cuánto debo azotarla para corregir sus alocados sentimientos; pero tanto me ha excitado permitiéndome ver como recibía en su coño la polla de este joven caballero que debo insistir en que la meta en el mío.

»Cuando yo tenía su edad —continuó la libidinosa mujer—, un caballero me metió la polla, pero en ese momento me produjo dolor, no placer. Por lo tanto, pocas veces he dejado que alguien me follase, aunque mi pasión ha seguido aumentando sin parar. Por lo tanto, me veo obligada a recurrir a hombres de alrededor de veinte años para que me follen, y Harry debe hacerlo ahora mismo. Harry debe dar a mi coño hinchado y hambriento esa virilidad grande y dura.

»Ven al terraplén —prosiguió la fogosa institutriz—, y siéntate para que puedas ponerme sobre tus piernas y metérmela desde abajo, mientras coloco a Julia sobre mis rodillas para hacerle una advertencia: que no se debe volver a dejar follar hasta que sea una mujer de, digamos, treinta años, como yo. No hay nadie cerca que pueda molestarnos mientras lo hacemos.

Los dos amantes, ingenuos e intrigados por el súbito control que la institutriz había tomado de su acto amoroso, y francamente excitados por el espectáculo de aquellas piernas desnudas y aquel conejo hambriento, la siguieron sin dudar.

La lujuriosa mujer hizo que el joven se sentase en el herboso terraplén. Harry tenía la polla erguida y dura, y le latía violentamente, deseando entrar en aquella bella fornicadora, que se estaba levantando la ropa por detrás, mostrando de nuevo las gloriosas piernas y muslos y el más espléndido par de nalgas que una dama podía exhibir.

Entonces la lujuriosa señorita Birchem, siguiendo su indecente estilo, se sentó con las piernas bien separadas sobre el muchacho, que en su avidez por meter la ardiente polla en aquel profundo coño rosa, la cogió por la cintura, creando un sentimiento de celos en la mente de Julia, que vio con qué rapidez él estaba dispuesto a follar otro coño.

La concupiscente institutriz cogió una vez más la polla del joven y, sentándose sobre ella, dejó que le explorase la abertura del coño, y entonces guio la cabeza húmeda mientras se sentaba sobre él con gran fuerza y la polla se enterraba hasta la raíz. Harry gimió de placer al sentir como aquella vieja seductora le recibía toda la herramienta.

Excitado como estaba, Harry empezó a follarla violentamente, enterrado en el conejo mientras la mujer indecente levantaba el vestido de Julia, destapándole así impúdicamente el coño a la encantadora muchacha, lo mismo que el culo. El coño de la institutriz se encendió todavía más al ver allí delante aquella dulce carne joven.

La voluptuosa institutriz hizo ahora que Julia se le acostase sobre los muslos, y la sostuvo pasándole una pierna por encima, estremeciéndose de lujuria cuando la carne desnuda de la joven entró en contacto con la suya.

La desvergonzada mujer separó entonces con suavidad las nalgas de la muchacha y le examinó las dos aberturas entre las piernas: el encantador agujerito rosa que parecía un carnoso capullo y el oscuro y apretado ojete. En las garras de semejante Mesalina, la sumisa Julia tembló pensando excitada en lo que le iba a ocurrir. Su conejo se mojó más al sentir la mirada exploradora de aquella mujer mayor, y luego las manos.

La viciosa mujer metió el dedo entre las nalgas de Julia y suavemente le penetró el carnoso coño que parecía un capullo, acción que llevó a Julia a apretarse contra los muslos de la institutriz y a contraer los músculos del trasero; entonces la institutriz retiró el dedo mojado del coño de Julia, y despacio lo metió en el apretado orificio de al lado. Julia, a quien nunca le habían explorado esa parte del cuerpo, se encogió. Imperturbable, la señorita Birchem siguió follando con el dedo la apretada y arrugada abertura, imaginando en la mente que también saborearía ese agujero de Julia.

Despacio, sensualmente, la impúdica institutriz sacó el dedo del culo de Julia, y entonces cogió la vara de abedul y empezó a azotar a la bonita muchacha con golpes suaves pero firmes, haciendo que la vara besase el dulce trasero blanco de la joven con un leve silbido y un delicioso escozor. Julia, que al principio se resistía a la sensación de ese lento y sensual flagelo, empezó a buscarlo con gemidos de placer. Eso excitó notablemente a la señorita Birchem, cuyo coño estaba siendo al mismo tiempo espléndidamente follado por la dura verga tiesa del amante de Julia.

Con la polla de Harry enterrada en el coño hasta las mismas pelotas, la señorita Birchem casi se volvió frenética de placer, y siguió mirando y azotando con suavidad el culo de Julia, con un vigor que aumentaba con cada embestida de la polla de Harry en su coño. Pronto estuvieron los tres retorciéndose de placer, corriéndose con explosiones salvajes y palpitantes, todos menos Julia, a la que tampoco esta vez dejaron llegar al orgasmo.

—Ya arreglaremos eso —prometió la señorita Birchem a la joven, dejando de azotarle el trasero para pasar a otra diversión—. Sí, ya lo arreglaremos.

Habiendo tenido ella y Harry un orgasmo completo, la institutriz instruyó al joven para que mirase mientras ella se colocaba entre los lechosos muslos de Julia. Hizo que la muchacha separase bien las piernas, para poner el coño y el culo bien a su alcance. Mientras la tenía en esa posición tan vulnerable, la institutriz empezó a castigarle las nalgas con moderación, y finalmente le apoyó una palma en la misma abertura de la puerta trasera. Apretó la mano contra el agujero y la hizo vibrar de tal manera que le estimulaba tanto el culo como el coño. Entonces, como un lujurioso demonio, se lanzó a saborear la abertura castaña, y la lamió hasta que estuvo increíblemente mojada. Exploró a la joven con destreza y placer, hasta dejarla tan húmeda que sólo deseaba continuar; luego introdujo la lengua en el agujero y se puso a follar el sabroso bocado hasta que Julia gimió e imploró que la dejasen llegar al orgasmo. Clavó la lengua bien adentro, aflojando el esfínter, y después reemplazó la lengua por un dedo que metió profundamente en el apretado agujero, y siguió hasta la parte superior del coño de Julia y le lamió el clítoris hinchado y caliente.

Julia giró como un animal, implorando a la institutriz que la chupase todavía con más fuerza. La señorita Birchem deslizó otro dedo en el abierto conejo rosa, tapando entonces todos los agujeros mientras mamaba el perlado rocío lujurioso del clítoris de Julia. La muchacha apretó el coño contra la boca de la mujer mayor, y tiró de ella agarrándole la cabeza con las manos. Y Harry, con la polla cada vez más dura al ver eso, miró como la mujer mayor, explorando con los dedos y la lengua aquella palpitante vagina virgen, hacía que Julia se retorciese dominada por un orgasmo total.

—¡Voy a estallar! —gritó Julia, mientras los músculos del coño y del culo se le estremecían—. ¡Ay, ya viene el orgasmo!

Al decir eso, los últimos chorros del jugo de la alegría brotaron de aquel bonito conejo, y la institutriz lamió con avidez las gotas perladas.

Entonces la institutriz se ocupó de Harry, frotándose contra él hasta que el guapo joven volvió a encenderse de pasión. Lo obligó a inclinarse y lo azotó con una pequeña rama mandándole impulsos eróticos por todo el cuerpo. Entonces le lamió el ojete con la misma destreza que había empleado con Julia, y de repente se apartó.

Al ver eso, Julia llegó otra vez a un punto de ebullición de lujuria no satisfecha, y lo mismo le pasó a Harry. La señorita Birchem los hizo ponerse uno frente al otro y masturbarse las partes pudendas con gran satisfacción. Pero les advirtió: —Si os corréis, os flagelaré a ambos y os provocaré dolor. Si contenéis el orgasmo, viviréis juntos la más grande lujuria.

Harry, muy estimulado por todo lo que había visto y se había hecho, no pudo de ningún modo contener la simiente, que se le derramó en la mano con un potente estallido; fiel a su palabra, la institutriz lo castigó con una vara de abedul hasta que gritó pidiendo clemencia. Esto sirvió para despertar aún más lascivia en Julia, que volvía a necesitar con urgencia un orgasmo pero quería contenerse para experimentar todavía lo que más deseaba: la polla de Harry enterrada dentro de su cuerpo, ¡rasgándole el himen y robándole la preciosa virginidad!