Apéndice

La esencia de los relatos sobre viajes por el tiempo reside en plantear algún tipo de confrontación, y mejor que nada la confrontación de la persona consigo misma. En realidad ésta es la base de mucho de lo que se escribe hoy día en la literatura de ficción; sólo que en una historia como la precedente el momento en que el hombre se encuentra frente a frente consigo mismo permite mostrar un tipo de alienación que no sería posible en ninguna otra clase de obra. Alienación que trae a su vez una falta de entendimiento, de comprensión. Addison Doug Uno sigue en su coche el féretro que lleva el cadáver de Addison Doug Dos, y él lo sabe. Sabe que es dos personas al mismo tiempo, que está partido en una especie de esquizofrenia física. Y su mente también está partida. El suceso no contribuye a darle una visión más clara, ni de sí mismo ni del otro Doug Addison, que ya no puede razonar ni resolver problemas.

Esta ironía no es más que una de las muchas ironías posibles dentro del tema de viajes por el tiempo. Ingenuamente, uno tiende a pensar que el hecho de viajar en el futuro y volver luego al presente supondría un aumento en nuestros conocimientos, y no una pérdida de ellos. Los tres temponautas, sin embargo, se adelantan al tiempo, vuelven y se sienten atrapados, quizá para siempre, en varias ironías, dentro de las cuales la mayor, en mi opinión, es la sorpresa con que contemplan sus propias acciones. Es como si el aumento de información que les procura el éxito tecnológico —la información previa de lo que va a suceder— disminuyese su propio entendimiento. Quizá Addison Doug sabe ya demasiado.

Al escribir esta historia siento yo mismo una extraña tristeza, y me sumerjo en el espacio (debería decir en el tiempo) de mis personajes mucho más que de costumbre. Experimento la futilidad de lo fútil. No hay nada que nos hunda tanto como la consciencia de la derrota, y mientras estaba escribiendo me di cuenta de que lo que para nosotros no pasa de ser un mero problema psicológico (la consciencia de la probabilidad del fracaso y su efecto traumatizante), se convertiría automáticamente, para un viajero del tiempo, en un problema existencial, un suplicio físico de cámara de tortura.

Nosotros, cuando nos sentimos deprimidos, estamos, afortunadamente, presos dentro de nuestras cabezas. Pero si viajar por el tiempo se convirtiera en una realidad, la actitud psicológica de autoderrota alcanzaría proporciones de horror incalculable. Aquí, una vez más, la ciencia ficción permite al autor transferir lo que corrientemente es un problema interno a un ámbito externo. Lo proyecta hacia fuera en la forma de una sociedad, un planeta, con todo el mundo metido, por así decirlo, en lo que antes era tan sólo un cerebro. No culpo a algunos lectores que puedan sentirse molestos por tal situación, porque los cerebros de algunos de nosotros son lugares poco confortables. Pero, por otra parte, resulta muy útil el poder darse cuenta de que no todos vemos el universo de la misma manera; en realidad, no es el mismo universo el que vemos cada uno.

El desconsolado mundo de Addison Doug se expande de repente para convertirse en el mundo de muchos. Pero a diferencia de la persona que está leyendo un relato y puede terminarlo cuando quiera y dar por concluida su permanencia en el mundo criado por el autor, las gentes que forman parte de esta narración se tienen que quedar metidos en ella para siempre.

Es una clase de tiranía que aún no nos envuelve. Pero si consideramos la fuerza coercitiva del moderno aparato de propaganda en los estados actuales (cuando se trata del enemigo, a esta propaganda la llamamos «lavado de cerebro»), cabe preguntarse si la diferencia entre una cosa y otra no es solamente una cuestión de grado. Nuestros gloriosos líderes de lo que está bien y de lo que es justo, pueden ahora ya aprisionarnos en lo que podríamos considerar como meras extensiones de su cabeza, con sólo añadir a nuestra personalidad intrínseca algunas viejas piezas oxidadas de motor de «Volkswagen», y la alarma de los personajes de este relato al ver lo que les está sucediendo puede muy bien ser nuestra propia alarma, aunque en grado menor.

Addison Doug expresa su deseo de «no ver más veranos». Todos deberíamos protestar. Nadie debería poder abrogarse el derecho de arrastrarnos, por muy sutilmente que lo haga o por no importa qué razones, al estado de ánimo que nos haría expresar un punto de vista o un deseo como el de Addison. Tanto individual como colectivamente, deberíamos desear ver tantos veranos como nos fuese posible, aunque fuera en un mundo tan imperfecto como éste en el que estamos viviendo.

Novelas

La legión del tiempo, de Jack Williamson.

Lest Darkness Fall, de L. Sprague de Camp.

Now Wait for Last Year, de Philip K. Dick.

Relatos

By His Bootstraps, de Robert A. Heinlein.

Time Locker, de Lewis Padgett.

Alas all Thinking, de Harry Bates.

As Never Was, de P. Schuyler Miller.

Estación de reclutamiento, de A. E. Van Vogt.

The Little Black Bag, de C. M. Kornbluth.

El fantasma, de A. E. Van Vogt.

SOBRE PHILIP K. DICK

Philip K. Dick, nacido en 1929, estudió en la Universidad de California, y dirigió un programa de música clásica en la emisora KSMO de San Mateo. Ha sido escritor profesional de ciencia ficción durante más de veinte años. Entre sus novelas más conocidas se cuentan Eye in the Sky, El hombre en el castillo (premio Hugo), Do Androids Dream of Electric Sheep? Actualmente vive en Fullerton, California.