SOLO DE VIOLÍN
Zyan Blancas
Me pregunto si alguna vez has conocido a alguien como él. Es muy posible que sí, que quizá conozcas a muchos parecidos, pero no los recuerdas. Están por todas partes, grises e invisibles: el tipo de gente que parece que se limita a consumir oxígeno.
Creo que no lo van a dejar salir en mucho tiempo, ¿verdad?
Siempre fue raro, pero inofensivo, con sus lentes de aro fino. No hay nada destacable que pudiera indicar lo que existía dentro de él; nada que lo demostrara capaz de algo así. Llevábamos dos años en la misma escuela, pero no fue sino hasta hace unos tres meses que me di cuenta de que existía. Y sólo porque él mismo se acercó, arrastrando esos zapatos cafés, su suéter gris en la mano y sus ojos cafés de monje zen. Yo no tengo recuerdo alguno de haberlo visto antes. Ahora sé que estaba ahí, pero nunca lo registré dentro de mi memoria.
Te lo repito, nunca lo hubiera imaginado de él. Anónimo total, hasta sus composiciones musicales resultaban sosas.
Hace tres meses, después de que habló conmigo, empezó a actuar un tanto diferente. Me di cuenta porque no tenía nada más que hacer que darle vueltas a asuntos insignificantes; para mí el hecho de que comenzara a llegar tarde a las clases, el modo en que su mirada febril resbalaba por las paredes de los salones o el nervioso tamborilear de sus dedos sobre la banca significaban tanto como la nueva pintura de los bancos. Me entretenía un poco con ello y luego lo olvidaba.
Pero ahora recuerdo la piel pálida de sus manos sudando sobre el papel pautado; su cara en un rictus de concentración permanente. Garrapateaba símbolos en el papel, escuchando esa melodía dentro de su cabeza que le exigía interpretación. Hasta hace dos semanas.
Sé que ese día se presentó muy temprano a clase, con su querido violín en su estuche de cuero reluciente; su instrumento estaba mucho mejor cuidado que él mismo. Sé que se sentó como siempre en una esquina del salón, con la espalda contra la pared. Sé también que aprovechó justo el momento en que la profesora entró en el salón para sacar el violín y comenzar a tocar, Y sé que durante los primeros treinta segundos de la melodía nadie se movió. Sé también que en el segundo treinta y uno comenzaron los gritos.
El ruido llamó la atención de toda la escuela. La gente se congregó para observar desde las ventanas cómo un grupo de veinticinco personas enloquecía. Vimos a nuestras compañeras sacarse los ojos con las uñas largas, vimos a nuestros compañeros arrancarse el cuero cabelludo y golpear la frente de sus amigos contra el filo de la banca. Vimos salpicar materia gris sobre el pizarrón y vimos a una niña con un atril saliendo de su esternón. Vimos a tres compañeros violar tumultuariamente a la profesora mientras ésta gritaba hasta desgarrarse las cuerdas vocales. Las puertas estaban atrancadas y habían recién cambiado los vidrios por unos diseñados para contener la acústica; eran especialmente gruesos y resistentes. El grupo se encontraba encajonado con su locura.
Vimos a un chico azotar una guitarra sobre la cabeza de su exnovia y encajar las astillas de madera debajo de sus orejas. A dos mejores amigas pelear con baquetas y un trombón. También vimos a la niña prodigio del violonchelo dibujar símbolos musicales en la pared con la sangre de otro alumno caído. Incluso vimos a la profesora enterrar una larga uña pintada de violeta en la garganta de uno de sus victimarios hasta cercenarle las arterias.
Y sobre todo lo vimos a él, el compositor, tocar el violín con movimientos histéricos y exagerados, aunque ninguno de los testigos pudimos escuchar una sola nota. La tensión en su sien y el movimiento reconcentrado de su brazo dirigiendo el arco me dieron una idea de lo que estaba ocurriendo. Verás, hay manifestaciones que destruyen. Las fuerzas naturales que subyacen bajo la mente y la creatividad humanas son tan impredecibles como las que vemos actuar físicamente. Lo que ocurría dentro del salón era el equivalente a un terremoto sicológico para quienes estaban oyendo la pieza.
La música cesó bruscamente cuando una de las chicas de las baquetas falló con su puntería y el trozo de madera se clavó profundamente en la cuenca ocular del compositor. De alguna manera el encanto se derritió y los golpes de los vigilantes pudieron abrir la puerta del salón; los paramédicos entraron justo detrás de ellos para atender a los convulsionantes sobrevivientes: tres o cuatro personas y el compositor.
Supongo que te preguntarás entonces por qué diablos vengo a visitarle. En parte, es que me siento un tanto culpable de lo que ocurrió…
Cuando vino a verme, hace tres meses, mucho antes de la tragedia, vino con un ramo de rosas rojas gigantesco. Me lo ofreció a cambio de salir con él. Yo me reí de él y me negué; le dije que sólo lo haría a cambio de algo verdaderamente suyo y que además fuera de mi agrado. Le dije que quería que me demostrara qué había debajo de su piel y dentro de su corazón. Le dije también que no esperaba mucho de él, le dije lo mediocre que me parecía su falta de estilo para venirme a rogar con algo tan cursi… Le dije muchas cosas, y no precisamente con las palabras que acabo de utilizar.
¿Te digo un secreto? Yo no la he oído aún, pero esa pieza la compuso para mí.
¿Qué tan difícil será que me dejen meter un violín en mi próxima visita?