LA CIUDAD SIN NUBES
Miguel Antonio Lupián Soto
Cúmulos, estratos, nimbos, cirros. Nada. Cielo sin nubes, desnudo. El último hombre arrastra su cuerpo calcinado por los desiertos de la ciudad vencida. Busca explicaciones. Busca agua fresca que colme su sed. Busca a los niños.
Todos los niños de la ciudad desaparecieron la misma mañana en que lo hicieron las nubes. Confusión. Caos. Silencio. Explicaciones fantásticas vomitadas por el gobierno, por la religión. Madres acongojadas, escuelas vacías. Era la primera vez que los adultos se preocupaban por los niños, por sus niños.
Mientras tanto, no llovía. No llovía. Y nunca llovió.
Una ola de calor azotó la ciudad derritiendo el asfalto y las columnas de hierro de los grandes edificios. En pocos meses las presas se secaron, los árboles murieron. La ciudad sucumbió.
El último hombre continúa arrastrándose dejando sobre la tierra un rastro de piel carbonizada que se desprende de sus piernas. Se detiene. Olfatea a uno y a otro lado. ¡Agua!
Se deja caer por una ladera golpeándose con rocas y naturaleza muerta. Queda bocarriba, exhausto, mirando el cielo sin nubes hasta que los rayos solares lo hacen parpadear. Se coloca bocabajo. Enfrente de él, escondido entre las rocas volcánicas, un estanque.
Se arrastra los últimos metros y hunde la cabeza y los brazos en el agua fresca. El dolor ocasionado por las ámpulas desaparece. Sus labios partidos dejan de palpitar. Se mantiene inmerso en esa paz acuosa hasta que escucha un sonido.
Risas ahogadas.
Abre los ojos. Cientos de niños lo observan desde el fondo del estanque.
El último hombre saca la cabeza del agua y recarga su frágil cuerpo en una piedra volcánica mientras normaliza la respiración.
Los niños salen alegremente del estanque —algunos abrazados, otros chapoteando— y se sacuden el agua como lo hacían los perros. De sus pequeñas cabezas sale vapor. Vapor que se esparce formando nubes. Nubes que se dirigen lentamente hacia el cielo.
Los niños corren hacia la ciudad.
El último hombre se queda solo, mirando cómo el cielo se nubla. Sonríe cuando una fina gota de lluvia golpea su cabeza. Cierra los ojos.