CAUSA DESCONOCIDA
Claussen Marroquín
Todo empezó con sofocaciones, cualquier esfuerzo físico por más leve que fuera me causaba una sofocación, cansancio extremo, temblor de miembros y un zumbido en los oídos. Tengo casi cuarenta años de vida y treinta como fumador.
Fui al médico y, después de revisar mis análisis, me diagnosticó presión arterial altísima, miel en la sangre, donas de humo en los pulmones y vejez prematura, pero lo más preocupante eran los latidos arrítmicos de mi corazón. El galeno intentó tranquilizarme explicándome que la causa podía ser la presión o que una dona de humo hubiera tapado una arteria o las innumerables fracturas de amor a la que el órgano había sido expuesto durante los años de vida. Sali del consultorio preocupado y muy deprimido. Por primera vez en mi vida pensaba en la muerte y sentí mucho miedo. Quería terminar la maqueta de papel, viajar en monociclo por todo el país y decirle a Francisca, la viuda eterna, que estoy perdidamente enamorado de ella. Llegué a mi casa cuando la tarde mutaba a noche, puse dos pocillos de agua a calentar en la lumbre, uno para las vaporizaciones de menta y otro para un té, el médico me prohibió el café.
Apenas había soplado al cerillo para apagarlo cuando sonó el timbre, se me hizo raro porque no soy hombre de muchas visitas, tardé diez minutos para llegar a la puerta y asomarme por el ojo de cristal y ahí estaba ella con su luto riguroso y sus hermosos lentes de cristal con armazón de carey. Francisca tocaba el timbre por tercera vez y yo estaba tembloroso detrás de la puerta con el corazón desbocado dentro de mi pecho.
Dejé de asomarme por el ojo de vidrio y el timbre dejó de sonar, escuché los pasos suaves de Francisca alejarse por la puerta y tardé quince minutos para llegar a la cocina, el agua se había consumido, así que junté lo que quedaba de ambos pocillos y me hice vaporización de menta con azahar, lo que sobró me lo bebí y me fui a la cama con mi libro de poemas, el que nunca leo.
A la mañana siguiente abrí los ojos con mucho esfuerzo, los párpados me pesaban como si tuviera mil insectos encima, con terror descubrí que mis manos eran casi el hueso cubiertas por pellejo, veinte minutos tardé en poderme sentar en la cama para posteriormente ponerme en pie y entrar al baño, el reflejo de mí en el espejo era increíble, había bajado durante la noche aproximadamente veinte kilos y mi poco cabello estaba encanecido por completo, mi piel parecía un trozo de campo arado. Yo era un esqueleto de cartón.
Llamé a Juan, mi mejor amigo, y a mi médico, éste último me dio indicaciones necesarias para poder seguir viviendo las horas siguientes. Ya no pude levantarme del sillón, mi cuerpo repentinamente se había hecho pesado como plomo y mi piel delgada más que la seda, podía sentir las partículas de polvo caer sobre mis brazos, manos y rostro. Mi visión se hizo monocromática. Caí presa del pánico, llegué a pensar que había muerto o que había entrado en un estado catatónico, durante años tuve el sueño recurrente de ser enterrado vivo. Miedo, mucho miedo, quería gritar, pero no conseguí que brotara de mi garganta un sonido, solamente escuchaba mis sollozos por dentro y al rebotar en la faringe me causaba un dolor muy agudo. Entonces sentí algo en mis ojos, algo que se abría paso como el filo de un cuchillo, comprendí que eran mis lágrimas y la sal en ellas causaban abrasiones en mis ojos y en mi rostro, pequeñas gotas de ácido que resbalaban por mis mejillas.
Escuche los pasos fuertes de Juan y posteriormente tocar el timbre, intenté moverme, pero fue inútil, nada, absolutamente nada de mi cuerpo era capaz de responderme y creí ahogarme. Juan tocó el timbre desesperadamente y después escuché sus pasos alejarse, mis lágrimas abrasivas salieron con mayor abundancia. Después empecé a ver todo de forma cóncava y el zumbido en mis oídos se hizo insoportable, mi cabeza a punto de explotar y en el brazo izquierdo comencé a experimentar un calambre muy doloroso hasta llegar al pecho. Era el inicio de un infarto, había leído sobre ello. Y ahí estaba muriendo solo, con dolor, con tanto por hacer, todos aquellos pendientes, mis proyectos a la mitad, el amor por Francisca… lo último que recuerdo es el rostro preocupado de Juan al lado de Chuti, el portero, el resto son flashbacks monocromáticos, curiosos en la calle, una ambulancia, ruido, luces, hospital, quirófano, el médico, la historia de mi vida, oxígeno… Francisca.
Desperté sintiéndome como después de mi única resaca. La enfermera me dijo que estuve en coma durante un mes, Miré mis manos y estaban lastimadas por el catéter, pero mi piel había vuelto a la normalidad, estaba en mi peso, en recuperación.
A mi padre lo operaron en alguna ocasión del riñón y le extrajeron tres piedras, un mineral muy común, una piedra pómez y un diamante al que mandó a montarlo en oro blanco para regalárselo a mi madre en sus bodas de plata. Los médicos le entregaron las piedras en una gasa, como un trofeo. Entró el medico con un pequeño frasco y dentro una dona de humo gris flotaba tranquilamente, el médico me explicó que ella tapaba mi arteria, pero no era la causante de mis problemas cardíacos, llegó otro cirujano especializado en casos difíciles del corazón con un frasco más grande lleno de mariposas multicolor. —Un caso difícil, amigo —me dijo el especialista en tono serio—. Las mariposas en el estómago sólo causan cosquillas y después son destruidas por el ácido gástrico o el ácido de la costumbre o el tedio, pero en el corazón resultan ser mortales, llegó a tiempo, amigo, muy a tiempo y si está enamorado, lo felicito, pero no lo guarde en secreto. —Me entregó el frasco y salió tranquilamente.
No puedo montar las mariposas en oro, pero voy a disecarlas para hacerle un vestido de bodas a Francisca en cuanto me recupere totalmente.