MIENTRAS LA MAGA DUERME
MAGALI VELASCO
(Xalapa, 1975)
Magali Velasco es representante, como otros autores de las últimas generaciones, de una nueva época de la narrativa mexicana. Su escritura tiene la influencia del tiempo distinto en que le ha tocado vivir: uno de mayor apertura y mayor estrechez, de nuevas tecnologías y viejas dificultades.
Velasco ha optado por la academia como forma de vida: es doctora por la Universidad de la Sorbona, en París, tras haber hecho estudios en México y España. La imaginación fantástica abarca parte importante de su trabajo y esto puede verse en su libro El cuento: la casa de lo fantástico (2007), que es un estudio importante del cuento fantástico mexicano del siglo XX, derivado de su trabajo doctoral.
Como narradora, tampoco se ha dedicado exclusivamente a lo fantástico, pero ha podido reunir de manera natural sus temas favoritos —como la violencia de la vida actual, sus ramificaciones en las existencias cotidianas y la vida de las mujeres, la misma literatura— en sus textos más imaginativos. Ha publicado, entre otros, los libros Vientos machos (2004, Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola) y Tordos sobre lilas (2009), ambos reunidos en un solo volumen en 2013; del segundo proviene «Mientras la Maga duerme».
LUCRECIA, querida Lu, con diecisiete años te acercas a la mesa. ¿Les ofrezco algo de tomar? Para la señora un tinto, un tempranillo. ¿Y el señor?
Lucrecia, no sabía que esta noche estarías en mi sueño; ahí habían pasado dos años, tú eras mía. La noche que fuimos a cenar al restaurante argentino, tú, Lucrecia Mórtola, mi querida Lu con semejante nombre que un día aprenderás a vestir, saliste de la cocina para atender la única mesa a las 9:52, cerraban a las 10. Antes de entrar, mi mujer hizo un ademán que indicaba si aún podíamos cenar, la dueña, tu madre, sonriente, nos abrió la puerta para dejar atrás los 3° C de diciembre. Entonces tú, lapicero en mano y ojos demasiado vivos, preguntaste: ¿les ofrezco algo para tomar? Mírala, me dijo mi esposa cuando te fuiste por las bebidas, mírala cómo tiene esa cosa que todas en un momento de la vida tuvimos, esa cosa en el andar que se nos acaba.
¿Y no te dicen nada porque hablas chistoso?, te pregunté. Entonces te fuiste como hilo de media. Chistoso, ¡ja! Porque soy argentina pero llevo cinco años viviendo acá y mi mamá me dice que no pierda el acento, que lo conserve porque es lo que me queda del cono sur, pero ya mezclo el vos con el tú.
Mi mujer te pregunta si no les dices boludos a tus compañeros de prepa. No, no… pero el otro día que me quedo dormida, con el solecito en la cara, viste, bien bonito, y que llegan y que me despiertan y yo les digo ¿están bobos? Y ellos se ríen y me dicen: la argentina enojada, la argentina enojada. Hay un chico que todavía no me cree que venga de allá…
Quizá yo tampoco lo creería. Lu, has perdido lo que no tuviste suficientemente.
La cena fue suculenta. Qué felices partimos de aquel restaurante tuyo; mi mujer iba encantada con el descubrimiento, me dijo que sería nuestro restaurante. Celosamente decidiremos con quién compartir la pasta al dente, sentenció. Esa madrugada, la vastedad de la cena, el vino que reconforta cuando la temperatura ha bajado a cero grados, nos hundió en un deliberado letargo. Ni dos páginas pude leer, mi noche la llenaste tú:
Me decías: mi bruccia il cuore. Y me abrazaste, estabas enamorada de mí. Vivimos dos años de escondida pasión. Fui tu primer amante, tuve el privilegio de bañarte, de besar tus muslos, lamer tu sexo aprisionando tu clítoris entre mis labios como si se tratara de una mora. Corría a ti con la mente llena de imágenes, planeaba cómo te haría el amor cada vez. En mis manos tus nalgas cobraron forma, tus senos se alimentaron de mí y pronto tu cadera reveló tu placer. Quién no se da cuenta cuando una mujer coge y la cogen bien.
En el sueño, mi esposa lo sabía. Muy al principio sintió un vacío en el plexo, algo como una angustia le hizo entender que mi deseo no lo alimentaba ella sino tú. Entonces comenzó a tener pesadillas: «Visitaba un asilo. Estaba en una habitación donde vivían tres ancianas, las encontraba acostadas, tapadas con sarapes de colores vivos. Las mujeres estaban muy sucias, todo el ambiente era fétido. Al avanzar hacia una de ellas, me percataba de que el piso estaba lleno de heces de una perra cocker y de un gato. La perra me miraba, el animal rastudo, maloliente, de orejas colgantes, me llegaba a la altura de las rodillas. Me sonreía y tuve la impresión de que hablaría. Tenía garras negras y largas, como si fueran postizas. Con la pata delantera aferró mi pierna obligándome a hincar. Sentí cómo las garras reptaban por debajo de mi falda lastimando mi muslo, hacía a un lado mi calzón y me introducía una de esas repugnantes uñas. Estaba paralizada, le suplicaba que me dejara, pero no podía hacer ningún movimiento brusco porque sabía que aquella pezuña podría desgarrarme el útero. Una de las ancianas le dijo a la perra: “déjala, a ella ya no la quieren”. El animal se retiró y yo escapé sintiéndome violada».
Mi mujer no dudó en ir a tu casa, a escondidas entró a tu cuarto, revisó tu diario y entre las hojas encontró una servilleta doblada. Tengo esa manía de escribir cosas en las servilletas, las tomo debajo de un vaso, de una cerveza, no importa en qué bar esté, las servilletas son igual de breves. Reconoció mi letra y la punzada se agudizó porque sabía, sabía que después de dos años y sus estrechos días la víbora se mordía la cola.
Cayó en la cuenta de que jamás se habría imaginado que entrar en ese restaurante argentino, conocer a la simpática Lucrecia, qué niña tan linda, habría dicho esa vez, porque le recordabas a ella misma a sus 17 años, acarrearía un dolor escrito en tinta azul sobre una servilleta: Mientras la Maga duerme, yo pienso en ti, Lu.
Mi esposa se desploma en el umbral de tu restaurante y llora a raudales como solo ella es capaz de hacerlo, entonces despierta, ella despierta con el alba naranja asomándose en el horizonte y la penumbra sobre el campo, bebe agua, se pega a mi cuerpo como solo ella es capaz de hacerlo y me dice: «Tuve otra pesadilla».
El título de este cuento hace referencia a Rayuela, del argentino Julio Cortázar, un clásico de la novela latinoamericana del siglo pasado, pero el cuento da la vuelta al punto de vista masculino propuesto por Cortázar y propone sus propias ideas, formuladas desde otra perspectiva y en otro momento de la historia, respecto del erotismo y el amor. Además, toda su anécdota se desarrolla por medio de los sueños, que se entrometen en la vida «real» y la transforman.
DOS CUENTOS CERCANOS: «La historia según Pao Cheng», de Salvador Elizondo; «Mio Tauro», de Marina Perezagua
… Y UNA NOVELA: La mano de la buena fortuna, de Goran Petrovic.