ORFANDAD

INÉS ARREDONDO

(Culiacán, 1928 - ciudad de México, 1989)

Superficialmente, la biografía de Inés Arredondo se parece a las de Guadalupe Dueñas y Amparo Dávila: crianza en un entorno conservador —en este caso, el de una familia acomodada de Culiacán, que no deseaba que se educara demasiado—; intentos de rebeldía y emancipación; salida de su ciudad natal y estudios que permiten comenzar una carrera literaria (Arredondo ingresó en el Centro Mexicano de Escritores, y estudió Arte Dramático y Letras en la UNAM). Lo cierto es que mujeres como ellas estaban marcando una pauta: la del cuestionamiento de muchas costumbres represivas que la sociedad mexicana consideraba aceptables y que las tres denunciaron, cada una a su modo y a pesar de diversas dificultades vitales, en sus historias.

Por otra parte, Arredondo fue protagonista mucho más central de la vida literaria de su tiempo, como parte del equipo de la Revista Mexicana de Literatura y de la llamada Generación del Medio Siglo, que se esforzó en volver más abierto el panorama de la lectura y la crítica. Y en sus narraciones los temas comunes se manifiestan en las experiencias de personajes que son llevados por sus circunstancias a la oportunidad de percibir más claramente su propia existencia, al reconocer en ella lo oculto, lo prohibido, y a veces también lo inquietante y lo terrible.

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A Mario Camelo Arredondo

 

CREÍ que todo era este sueño: sobre una cama dura, cubierta por una blanquísima sábana, estaba yo, pequeña, una niña con los brazos cortados arriba de los codos y las piernas cercenadas por encima de las rodillas, vestida con un pequeño batoncillo que descubría los cuatro muñones. La pieza donde estaba era a ojos vistas un consultorio pobre, con vitrinas anticuadas. Yo sabía que estábamos a la orilla de una carretera de Estados Unidos por donde todo el mundo, tarde o temprano, tendría que pasar. Y digo estábamos porque junto a la cama, de perfil, había un médico joven, alegre, perfectamente rasurado y limpio. Esperaba.

Entraron los parientes de mi madre: altos, hermosos, que llenaron el cuarto de sol y de bullicio. El médico les explicó:

—Sí, es ella. Sus padres tuvieron un accidente no lejos de aquí y ambos murieron, pero a ella pude salvarla. Por eso puse el anuncio, para que se detuvieran ustedes.

Una mujer muy blanca, que me recordaba vivamente a mi madre, me acarició las mejillas.

—¡Qué bonita es!

—¡Mira qué ojos!

—¡Y ese pelo rubio y rizado!

Mi corazón palpitó con alegría. Había llegado el momento de los parecidos, y en medio de aquella fiesta de alabanzas no hubo ni una sola mención a mis mutilaciones. Había llegado la hora de la aceptación: yo era parte de ellos.

Pero por alguna razón misteriosa, en medio de sus risas y parloteo, fueron saliendo alegremente y no volvieron la cabeza.

Luego vinieron los parientes de mi padre. Cerré los ojos. El doctor repitió lo que dijo a los primeros parientes:

—¿Para qué salvó eso?

—Es francamente inhumano.

—No, un fenómeno siempre tiene algo de sorprendente y hasta cierto punto chistoso.

Alguien fuerte, bajo de estatura, me asió por los sobacos y me zarandeó.

—Verá usted que se puede hacer algo más con ella.

Y me colocó sobre una especie de riel suspendido entre dos soportes.

—Uno, dos, uno, dos.

Iba adelantando por turnos los troncos de mis piernas en aquel apoyo de equilibrista sosteniéndome por el cuello del camisoncillo como a una muñeca grotesca. Yo apretaba los ojos.

Todos rieron.

—¡Claro que se puede hacer algo más con ella!

—¡Resulta divertido!

Y entre carcajadas soeces salieron sin que yo los hubiera mirado.

 

Cuando abrí los ojos, desperté.

Un silencio de muerte reinaba en la habitación oscura y fría. No había médico ni consultorio ni carretera. Estaba aquí. ¿Por qué soñé en Estados Unidos? Estoy en el cuarto interior de un edificio. Nadie pasaba ni pasaría nunca. Quizá nadie pasó antes tampoco.

Los cuatro muñones y yo, tendidos en una cama sucia de excremento.

Mi rostro horrible, totalmente distinto al del sueño: las facciones son informes. Lo sé. No puedo tener una cara porque nunca ninguno me reconoció ni lo hará jamás.

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Arredondo obtuvo el premio Xavier Villaurrutia por Río subterráneo (1979), de donde proviene «Orfandad»; sus otros libros son La señal (1965) y Los espejos (1988), más el cuento para niños Historia verdadera de una princesa (1984). Cuando la imaginación fantástica aparece en sus historias lo hace de manera fugaz y potente.

DOS CUENTOS CERCANOS: «Dónde estuviste de noche», de Clarice Lispector; «La infancia interminable», de Óscar de la Borbolla

… Y UNA NOVELA: El huésped, de Guadalupe Nettel.