11

 

 

 

La puerta de la habitación se ha abierto, lentamente, y de la misma manera ha entrado en ella Simón, pero temblando de la emoción-impresión que se ha agolpado, de pronto, en todo su fornido cuerpo.

Al verla no puede hablar.  De hecho, las palabras ni siquiera fluyen o intentan salir de él con espontaneidad, porque en ese cruel momento de su vida solo existe cabida para un grandísimo dolor, uno que le corroe la piel mientras le rompe en varios de miles de trozos el alma.

Cuando sus lágrimas no cesan de caer y rodar por sus mejillas, deposita la claridad de su mirada en quien se encuentra allí, a tan solo unos cuantos pasos de su cuerpo, siempre conectada a un ventilador artificial y a una infinidad de máquinas que la monitorean todo el tiempo.

Suspira frenéticamente, y tras ello decide alzar una de sus manos para limpiarse con ella su nublada vista y su humedecido semblante.  Luego, camina hacia su encuentro cuando la presencia fantasmal de Jo ya se sitúa en aquel lugar contemplando cada acto, cada movimiento que efectúa y percibiendo, a la par, cada uno de sus dolorosos lamentos que también se hacen parte de los suyos; hasta que oye su voz, esa grave cadencia que la hace estemecer, emitiendo solo dos palabras que le expresan un “lo siento”.

Simón se disculpa, acercándose, para definitivamente cogerle una de sus frías y pálidas manos que yacen sobre la blanca colcha de la cama de hospital en la que se encuentra recostada.

―Lo siento tanto ―las entrelaza con cuidado acercando, a la par, su nariz a un costado de su cuello, en donde la aloja para emborracharse con la esencia de su piel―.  Se suponía que no debíamos vernos en este sitio ―le recuerda, pero sin ganas de querer sonreír―.  Se suponía que esta noche… solo seríamos nosotros dos.

―Lo sé… ―le murmura ella desde su sitio.

―Pero no te preocupes, mi amor, porque ya estoy aquí.  Ya he venido a tu encuentro. 

Tiembla y cierra sus ojos castaños, empuñando también sus manos con impotencia y frustración.  ¿Y él?  Con mucha delicadeza, y para no mover los cables y tubos a los cuales aún sigue conectada, se acerca a un extemo de la máscara de oxígeno en la cual, finalmente, le susurra:

―Estás hermosa.  Estás preciosa como siempre, tanto que podría quedarme el resto de mi vida así, admirándote sin siquiera parpadear ―consiguiendo, con esas cuatro palabras, que Jo se desmorone y rompa a llorar sin consuelo―.  Aquí me tienes y aquí  me quedaré todo el tiempo que sea necesario.  Darás lo mejor de ti, ¿verdad?  ¿Lo entregarás todo?  ¿Lucharás por ti y por tu madre?  ¿Te quedarás para vivir una vida junto a mí?

Logra mover sus extemidades inferiores para caminar hacia él.  Y cuando se sitúa a su lado, levanta una de sus manos, la que termina sosteniendo temblorosamente sobre su espalda, pero negándose a dejarla caer sobre su tibia piel.

―¿Por qué? ―Le susurra, sorbiendo por la nariz―.  ¿Por qué tuvo que sucedernos esto?  Dime, mi amor, ¿por qué quieren alejarme de ti si yo solo quiero estar contigo?

―No lo sé ―le responde al instante, cuando con cautela decide alzar su mano izquierda para alojarla, ahora, sobre su sedoso cabello―.  Juro que… no lo sé.

Simón besa su mejilla, pero luego se aleja unos centímetros para admirarla con atención.  Quiere tocarla como tanto le gusta hacerlo, delineando sus finos y delicados rasgos faciales junto con el contorno de sus ojos, de su nariz y lo que alcanza a trazar de su barbilla.

―He conocido a tu madre ―le comenta de improviso―, y también he montado un espectáculo en recepción.

Jo le sonríe con dulzura porque, ciertamente, ya lo ha visto todo con lujo de detalles.

―Lo lamento.  No pude evitarlo ―cierra sus ojos para mantener quieta su entereza, una que le ha sido demasiado esquiva desde que le comunicaron lo que con ella aconteció―.  El señor Gallart y su esposa también están aquí, al igual que otras personas que no conozco, pero que asumo son parte de tu familia.  Todos están muy preocupados ―besa su frente y abre sus ojos de par en par mientras su mano entrelazada acaricia sus gélidos dedos―.  Todos ansiamos que despiertes de este sueño, bella durmiente.

Ambos guardan silencio cuando el tiempo transcurre a su alrededor y, también, cuando Simón no cesa de acariciarla.

―Te extraño, Jo.  Te extraño tanto.

Con su mano suspendida sobre su cabello, Josefina escucha todo lo que le manifiesta con muchísima atención.

―Y te necesito.  Perdona que no te lo haya comentado antes y que me lo haya guardado solo para mí, pero sí… te necesito como jamás creí necesitar a alguien más ―dirige sus labios hacia sus unidas extemidades, a las cuales besa con devoción―.  Y también debo confesarte que no concibo que este perturbador silencio exista sin que tú no estés en él ―se estemece, no puede evitarlo―.  Dime… ¿Cómo hago para estar sin ti?  Explícame… ¿Cómo me quedo tranquilo si tengo tanto miedo a perderte? ―Con sus unidas extemidades, posadas sobre sus labios, Simón vuelve a llorar sin que logre detener sus lágrimas que no cesan de brotar por las comisuras de sus resplandecientes ojos claros―.  Te quiero conmigo, Jo.  Aunque suene un tanto egoísta de mi parte, te quiero aquí conmigo para que formes parte de mi vida y de cada uno de mis sueños.  ¿Es eso mucho pedir? 

A pocos centímetros de rozar sus dedos con su cabello, Josefina en lo único que logra pensar es en besarlo y abrazarlo con todas sus fuerzas para que sus palabras no le sigan destrozando el alma, tanto como ya lo hacen con la de ella.

―¿Sabes? ―Prosigue Simón―.  En este momento lo daría todo por no verte sufrir.  Daría todo lo que tengo y lo que soy por verte y hacerte muy feliz.  Aun más, si tuviera en mis manos el poder de devolver el tiempo, no dudes que te lo regalaría.

Y ella sabe que lo que afirma con tanta convicción es del todo real, porque siempre le ha hablado con el corazón más que con las palabras.

―¿Te puedo pedir un favor? ―Le susurra en un hilo de voz.

―Claro que puedes ―le contesta como si pudiese oírla, logrando que de extraña manera él suspire e intente sonreír sin que deje de contemplarla con dulzura y a la vez con profunda emoción.

―No te vayas sin mí ―le suplica―.  Por favor… por lo que más quieras, no pretendas alejarte de mi vida sin decirme que me amas.

 

Tiempo pasado.

El frío de la tarde le cala los huesos mientras camina de regreso a su hogar, porque hoy la ciudad ha amanecido completamente vestida de blanco.  Así lo ha vislumbrado Josefina desde que se marchó a trabajar esta mañana, y en este momento también se cerciora de ello al contemplar todo a su alrededor, tras apurar de considerable manera cada uno de sus pasos.

Cualquier persona que aprecie la actitud sencilla, apacible y amigable, así como la comodidad, la cultura y un hermoso marco histórico, se sentirá como en casa en la ciudad de Wels.  Quizás, para algunos, este no sea un lugar muy conocido del estado de Alta Austria ―que se ubica a más de dos horas de Viena en tren―, pero para otros este sitio resulta sorprendente, además de mágico y hasta especial con cada una de las historias que envuelven a sus coloridos edificios, a sus antiguas calles adoquinadas y con su majestuosa torre con identidad propia que se yergue soberana sobre la pequeña urbe.

De igual manera, Wels se da la mano con la modernidad al poseer una gran variedad de tiendas, de restaurantes, de bares y de cafeterías que se encuentran en la zona céntrica y, por la cual, precisamente en este momento, Josefina camina con las manos introducidas en los bolsillos de su chaqueta de color marrón.

Han transcurrido algo más de dos semanas desde que él le robó ese incomparable beso en la estación de trenes, y también, desde que le hizo perder la cabeza con sus magníficas y desconcertantes apreciaciones sobre la vida, sobre la literatura y también sobre el amor.  Porque ese hombre, al que evoca en cada uno de sus pasos, no se asemeja a ningún otro que haya conocido antes y, por ende, aún no se logra explicar cómo él, siendo quien es, se haya terminado fijando en ella pudiendo dedicarle su tiempo a cualquier otra mujer, obviamente, con una vida muchísimo más interesante de abordar y de conocer.

Sonríe a medias mientras frunce el ceño y sigue caminando dejando la enorme torre de Wels atrás, desde la cual, cuando subes a ella, puedes apreciar todo lo que encierra esta hermosa ciudad llena de flores y plantas verdes, pero que ahora se encuentra teñida de blanco debido a la nieve que por la noche ha caído en ella. Y suspira, recordando lo que él le ha manifestado nada menos que esta mañana cuando la ha despertado con su inigualable tono de voz, el que logra hacerla estemecer cada vez que consigue colarse de tan particular manera por cada uno de sus oídos.

 

“Muy temprano he desayunado un Melange a tu salud y le he añadido una masa dulce de hojaldre con manzanas.  Adivina por qué lo he hecho… Sí, estás en lo cierto, porque en todo este tiempo no he dejado de pensar en ti.  Y también debo confesarte que se me antojó porque de alguna forma necesitaba tenerte cerca y ememorar la charla que mantuvimos en aquel café.  Al igual que tu sonrisa, Jo, al igual que tus ojos castaños.  Al igual que tu dulce cadencia, tu bello rostro y esa forma tan especial que tienes de evadir mis preguntas dejándome, evidentemente, sin respuestas.

Quiero que sepas que todo va bien con respecto a mi trabajo y a las presentaciones.  Josef está haciendo su trabajo demasiado bien, y gracias a él todo está saliendo a pedir de boca.  Debería estar muy contento y satisfecho con lo que ha acontecido.  Lo sé.  Debería sonreír más a menudo y pensar más en mí, pero… por alguna extraña razón no he conseguido hacerlo.  Algo me lo impide.  Y ese algo, estoy del todo seguro, tiene mucho que ver contigo.

Disculpa mi exagerada honestidad, pero soy un hombre que sigue siendo fiel a ella.  Por ende… también quiero que sepas que ya ansío regresar a Wels.  Sí, no imaginas cómo me gustaría estar mirándote a los ojos  en este momento…”

 

Josefina vuelve a suspirar cuando su teléfono comienza a emitir una característica melodía.  Abruptamente, detiene su andar, y con torpeza logra quitarse de su mano izquierda el guante que la cubre, para con su extemidad, tibia y desnuda, coger rápidamente el móvil desde el interior del bolsillo de su abrigo.

―¿Hola? ―Contesta un tanto recelosa porque no ha logrado reconocer el número que segundos antes ha invadido la pantalla.

―Hola ―le responde de vuelta una masculina voz que le hace añicos su escasa concentración―.  Dime, por favor, que no estás ocupada y que no estoy interrumpiendo algo importante con el señor Gallart.

Ese timbre… esa melodía… esa voz… Simón…

―No estoy ocupada ―le asegura, esbozando en su semblante una sonrisa de auténtica felicidad y satisfacción, una que se dibuja espontáneamente en sus labios a causa de las llamadas que él le realiza a diario―.  De hecho, hoy he salido más temprano de lo habitual debido a sus extraños y misteriosos planes de último momento.

―¿Extraños y misteriosos planes de último momento? ―Replica sin dejar de sonreír―.  ¿Todo va bien?

―Sí, eso me ha dado a entender, pero sin entregarme mayores detalles.

―Me alegra saberlo, Jo.  Entonces, eso quiere decir que… ¿te diriges a casa?

―Así es.  ¿Por qué lo preguntas?

―Bueno, por la sencilla razón de que me preocupo por ti y también por tu salud.  Ah, espero que estés muy abrigada.  Cuando la nieve cae en Wels el frío es aterrador.

―¿Y tú como sabes que…? ―De pronto, ha guardado silencio.  Un mutismo que ha sido coronado por un largo y extenuante suspiro que, a través del móvil, ha emitido Simón.

―¿Hoy ha nevado? ―Concluye su frase―.  Quizás, se deba a que lo estoy viendo a mi derredor.

“¿Derredor?”, se pregunta consternada, sobreexcitada y ciertamente asombrada por lo que ha oído de golpe.

―¿No me vas a preguntar dónde me encuentro específicamente?

De hecho, quiere hacerlo, desea hacerlo, ¡ansía hacerlo!, pero algo se lo impide.  Y ese algo es… su indiscutible y arrolladora conmoción que ha conseguido quitarle hasta el habla.

―¿No me vas a preguntar por qué no te he dejado de admirar a la distancia cuando debería, más bien, haber corrido de inmediato hacia ti para abrazarte?

―¿Dónde estás? ―pregunta como si ese par de palabras fuesen para ella una verdadera y agonizante súplica.

―A tan solo un par de pasos de ti.  Vuélvete y podrás verme ―le sugiere, finalizando la conversación. Ella así lo hace, escuchando la gravedad de su cadencia que se cuela de inigualable manera por sus oídos, como si ésta fuera un fiero rugido con el cual ha pronunciado su nombre a la distancia.

―Estás… aquí ―murmura incrédula, clavando su mirada en su cuerpo que viste de traje oscuro y obteniendo de vuelta una prominente sonrisa suya que le abulta de sobemanera el corazón―.  Realmente… ¡Estás aquí, Simón!

―En carne y hueso, y en casa como te lo prometí ―le recuerda fascinado al tener en sus manos la dicha de volverla a ver―.  Te lo comenté esta mañana.  ¿No lo recuerdas?  Te manifesté que solo ansiaba regresar lo antes posible para mirarte  a los ojos.

―Y… ¿Tan solo volviste a Wels para eso? ―Formula con su característica ingenuidad, esa de la que él adora empaparse como si fuera lo más maravilloso de este mundo.

―Bueno, en parte ―le revela―, pero también porque necesito y quiero besarte otra vez para brindarle más tranquilidad a mi alma.  Una que se me ha hecho muy esquiva gracias a ti, por lo demás.  Así que… no sé si estás de acuerdo con que lo haga, pero la verdad poco me importa, ya que pretendo robarte algo más que un par de besos ―sonríe de una traviesa manera, plantándose finalmente frente a ella para contemplarla en todo su esplendor, como tantas veces soñó que sucedería―.  No quiero asustarte, Josefina, no quiero que pienses mal de mí y de cada uno de mis actos ―quedamente, desliza una de sus fornidas extemidades por sobre su abrigo, a la altura de su cintura, para atraerla con ella más y más hacia sí―.  Por favor… no quiero que pienses que soy un infeliz que solo desea aprovecharse de ti cuando… ―suspira prominentemente―… soy solo un hombre que quiere estar contigo.

―¿Conmigo?  Pero… no me conoces, y… ¿Por qué?  ¿Qué fue lo que te hice para que quieras hacerlo?

Simón acerca su boca a sus labios en un roce intencional mientras que, con su mano libre, asciende hasta alojarla en el contorno de su barbilla, a la cual no cesa de acariciar con ternura y agrado.

―Eso es lo que pretendo averiguar en este momento con tu permiso o sin él.  Además, ¿sabías que la vida es demasiado corta para pensar demasiado y tras ello, dejar pasar todas las posibilidades que nos regala?

―¿Cómo ésta, señor escritor? ―Le susurra, dulcemente, perdiéndose en la cuenca y la belleza de sus ojos claros que irradian una incomparable luminosidad que, a cada segundo, parece deslumbrarla.

―Precisamente, tal y como ésta, señorita Calvet ―le asegura ya colmándola con su aliento abrazador, el que la hace temblar de nerviosismo y también de ansias―.  Una que fue hecha tan solo para mí.

―¿Y cómo estás tan convencido de ello?

―Porque soy yo quien te tiene aferrada a mi cuerpo con mis brazos.  Y porque soy yo quien, a partir de este momento, no te dejará ir a menos que tú así me lo pidas ―y después de esas palabras que le profiere, y de solo un par de segundos en que sus miradas se confunden en una sola, Simón termina posando sus labios sobre los suyos para beber de ellos, para saciarse de ellos y para volver a sentir su calidez, su dulzor y la magia que vuelve a apoderarse de sus cuerpos en ese increíble instante que para ambos ya no tiene precio ni comparación.  Y al que Josefina se sujeta con su vida, entregándose a su avasalladora lengua que la penetra y hace estragos en su boca, y también en cada centímetro de su piel, como jamás pensó siquiera que lo haría un beso.  Sí… un beso suyo que, en definitiva, le da a entender que, tal vez, para ella sí exista, después de todo, un nuevo comienzo.  Y lo certifica cuando Simón le vuelve a murmurar ―sin dejar de sonreír y, también sin dejar de besarla―, una significativa frase que termina por acelerarle los latidos de su corazón.― ¿Sabías que tengo ganas de quedarme así, para siempre?

―¿Para siempre? ―replica, embobada.

―Sí ―esta vez pega su frente a la suya buscando, a la par, sus manos, las que entrelaza, delicadamente―.  Tengo ganas de quedarme así hasta que el cielo termine cayendo sobre mí.  Dime, ¿crees que estoy pidiendo demasiado?

―No ―traga saliva cuando una hermosa sonrisa vuelve a florecer en sus labios―.  No creo que estés pidiendo demasiado. 

―Que bien, porque ya me estaba preocupando y haciéndome a la idea de oír tus maravillosas apreciaciones sobre ello.

Ríen divertidos, cuando él vuelve a robarle un par de besos que ella no deja de corresponder.

―Entonces, si no pido demasiado, tal vez yo pueda… ―roza el puente de su nariz con la suya en la cual, tiernamente, termina depositando uno de sus cariñosos besos―… pedirte un gran favor.

―¿Un gran favor?

―Sí, un gran favor ―replica Simón, levantando sus unidas extemidades hasta alojarlas a la altura de su boca.

―¿Y qué favor es ese?  ¿Quieres que me encargue de alguna nueva presentación de uno de tus libros?  Me han dicho por ahí que soy muy buena en eso.

―Te aseguro que eres la mejor.  No me cabe la menor duda de ello.  Pero también puedo aseverar que lo que te pediré es algo mejor que eso.

―¿Algo mejor que eso?  ¡Anda, dime qué es!  ―exclama ansiosa y ya perdiendo la serenidad que tanto la caracteriza.

―Se trata de… que consideres tú también la posibilidad de quedarte así, conmigo, ―subraya―, hasta que el cielo decida caer sobre nosotros dos.

Consternada por lo que le ha pedido, decide guardar silencio mientras oye el ruido de los coches que transitan a su alrededor.  Y también, mientras escucha el sonido de su respiración, la cual se ha agitado, inevitablemente.  Porque Simón está nervioso y eso lo logra evidenciar por la forma en cómo la admira al tiempo que abre y cierra los labios como si deseara agregar algo más a aquel inesperado ofrecimiento.

―Jo… ―espera una pronta respuesta que ella no se anima a articular―.  ¿Crees que estoy pidiendo demasiado?

―Sí ―le responde muy honestamente y desde el fondo de su corazón―.  La verdad, estás pidiéndome algo que no sé cómo entregar.

―Lo sabes ―le confirma, decidido―.  Sí sabes cómo hacerlo, pero si lo has olvidado con mucho gusto te lo recordaré yo.  Lo hiciste desde el día en que nos conocimos.  Desde aquel exacto día en que te sorprendí cantando y bailando al ritmo de Keane al interior de Tres Almas.  Desde aquel instante en que me miraste a los ojos, te sonrojaste avergonzada y me dedicaste la más hermosa sonrisa que yo hubiese visto jamás.  Y también, desde que te alojaste dentro de mi pecho sin que yo me diera cuenta de ello.  

Tras lo que ha escuchado no deja de temblar, aterrada.

―No voy a obligarte a nada, lo sabes, pero tampoco quiero que por mi culpa te apartes de mí.  Solo sentí la necesidad de decírtelo porque sin saberlo, sin quererlo o buscarlo, Jo, te he echado muchísimo de menos, tanto que apenas he bajado del avión he tomado un tren directamente hasta aquí.  Te preguntarás el por qué, ¿verdad?  Te preguntarás debido a qué ha sucedido.  Y yo solo puedo responder en mi defensa que ha sido solo gracias a ti.

Se estemece aún más sin saber qué hacer o qué decir en ese incómodo y la vez increíble momento de su existencia.  “¿Estaré soñando?”, se pregunta y se vuelve a preguntar sin querer apartar su mirada de la de quien la observa algo más que preocupado y expectante.  “Sí, debo estar soñando el más hermoso sueño de toda mi vida”, se responde cuando él vuelve a repetir…

―Lo siento mucho.  Lamento haberte abrumado con mi sinceridad.

Desilusión… eso es lo único que consigue ver a través de sus ojos claros cuando Simón ha decidido clavarlos en el piso.

―Sé que no vas a obligarme a nada ―le contesta cuando ha conseguido alzar otra vez la voz, desenmudeciendo―.  Y sé también que cada palabra que me dices no sale de aquí ―roza dos sus dedos contra sus labios y la barba que los rodea―, cuando más bien lo hacen desde acá ―y ahora desciende con ellos hasta depositarlos en su pecho, a la altura de su corazón―. Y te lo aseguro, no hace falta que yo sea una adivina para certificarlo.

Logra, con ese enunciado, que Simón vuelva a alzar la cabeza, dejándola caer sobre la luminosidad de su mirada.  Y después de ello, logra también que éste le sonría, advirtiendo cómo deposita su otra mano sobre una de sus mejillas al tiempo que la comienza a acariciar.

―Y también sé, que para ti ni para mí es este el mejor momento.  Yo…

Inesperadamente, vuelve a besarla con pasión, una que parece salir expedida por cada poro de su cuerpo mientras nota como ella se deja llevar por sus labios, por cada uno de sus gestos y movimientos, y también por lo que siente por él.  Porque, la verdad, algo muy fuerte le dice que sí siente algo por él y que también se siente atraída por sus sentimientos, pero claramente no se anima a confesarle los suyos, tal vez, por temor, vergüenza o a quedar como una ilusa frente a un loco que ya no tiene emedio.

―Está bien ―le murmura entre beso y beso que le da, y de los cuales no desea saciarse―.  Está todo muy bien, señorita Calvet.

“¿Lo está?”

―Porque eso me obligará a… ―muerde delicadamente uno de sus labios, haciéndola jadear al instante―… conquistarla a la vieja usanza.  ¿Le parece bien?

Josefina abre los ojos como platos debido a lo que ha dicho tan conscientemente.

―¿Sorprendida? ―Simón le otorga un guiño del cual se queda prendada―.  No me mires así,  ¿o qué?  ¿Pensaste por un momento que, con respecto a ti, yo iba a tirar tan pronto la toalla?

Un impresionante silencio se instaura entre los dos.  Un profundo mutismo que Simón quebranta cuando le afirma con todas sus letras lo siguiente:

―Hazte a la idea que te voy a enamorar.  Tal vez, no sea hoy, quizás, tampoco sea mañana ni pasado mañana, pero lo haré, sé que un día lo haré, y cuando eso suceda te aseguro que serás la mujer más feliz de este planeta.

―Creo que… ―Josefina tiembla como un flan entre sus brazos―… necesito un…

―¿Melange? ―Le sugiere al instante.

―No.  Un Melange no, Simón, sino algo más fuerte que eso.

―¡Vaya, vaya! ―Atraído por su inusitada respuesta, sonríe sin dejar de hacerlo―. Pues vamos por ello.  ¡Qué nos detiene!   ¿Nuestro destino?  Claro que no, porque ese camino lo edificamos nosotros mismos.  Ahora dime, ¿qué te parece si el señor escritor aquí presente te invita un trago?  ¿Estaría bien para ti?  ¿Sería el momento adecuado?

Asiente de inmediato, sorprendiéndolo y, a la vez, encantándolo con ese simple gesto que ha realizado con suma decisión.

―Muy bien, Josefina Calvet.  Pero dime, ¿qué nos aprestamos a celebrar?

―Nada menos que, en tan solo un segundo, usted ha conseguido espantarme el alma.