Capítulo Nueve
Los vientos de la isla Oreas tenían cierto sabor a sidra, decidió Kathy mientras disfrutaba del clima caprichoso. Las primeras gotas de lluvia resbalaron por su rostro y le refrescaron agradablemente los brazos desnudos. Cuando arreció el chaparrón, buscó refugio en el cenador. Con la cámara en la mano, se sentó haciéndose un ovillo en el banco circular. Se encontraba abierta y accesible.
—En vez de cerrada como una almeja —dijo, riéndose de sí misma.
Cuando Thomas le había preguntado si sentía alguna diferencia en su estado de ánimo después de su conversación, realmente no había sabido qué responder. A pesar de su resistencia interior, había sido sincera con él. Quería creer en las conclusiones de la intensa experiencia de Thomas y aplicarlas al caso de Karin, pero por otro lado sabía que las circunstancias de su muerte se imponían sobre cualquier convicción personal.
De cualquier forma, sabía que un cambio se había producido en ella. El atroz dolor que había sentido por Karin se había atenuado un tanto. Le parecía natural, como el frescor que acompañaba a una tormenta de verano. Cualquiera que fuera la causa, se sentía agradecida por ese respiro.
La lluvia cesó. Kathy cerró los ojos, recreándose en su soledad. La necesitaba.
Su relación con Thomas se había intensificado mucho durante los últimos días, reconoció sintiendo un delicioso estremecimiento. Como era habitual en ella, se sentía escindida con respecto a ese hecho; por una parte gozaba de aquella intimidad, y por otra, campanas de alarma sonaban en su cerebro ante su presencia.
«Thomas», pensó. Involuntariamente sus labios esbozaron una sonrisa.
Verdaderamente lo amaba; como él le había dicho, no tenía elección respecto a eso.
Todavía se sentía incómoda al oírle hablar de amor; por eso se reía y lo llamaba
«romántico incorregible». Pero en realidad, estaba experimentando sentimientos sorprendentes: júbilo, excitación, pasión y el más dulce de todos, una extraña sensación de contento. «Todos muy frágiles», se recordó en el momento en que vio a Thomas dirigiéndose a su encuentro.
—¿Molesto?
—No, entra —lo invitó. Le agradaba su delicadeza y descripción. Cuando le dijo que necesitaba un poco de espacio, él pareció comprenderlo perfectamente. Al menos no se había dolido de su necesidad de estar sola—. ¿Has terminado con tus papeleos? —le preguntó a Thomas mientras se sentaba en el banco, a su lado.
—En su mayor parte sí —se estiró perezosamente, y le pasó un brazo por los hombros—. ¿Tú has hecho algo?
—He hecho más fotos. A pesar de la lluvia la luz era fabulosa, con un brillo muy especial. Quería incluir este sector de la isla en mi libro —le comentó—. Si es que al final hago un libro, claro está.
—Eso es nuevo para mí —observó Thomas—. ¿En qué tipo de libro estás pensando?
—En uno de esos maravillosos libros llenos de color, de gran calidad, que guardas para siempre, con atractivas fotos de paisajes de Norteamérica y de sus gentes. Sonríe —le dijo, enfocándolo de repente con la cámara.
—Vas a desperdiciar la película, Kathy —replicó él, haciendo una mueca.
—Qué va —levantándose, empezó a hacerle fotos mientras él reía y protestaba a la vez.
Al fin Thomas se levantó y la abrazó por la cintura, atrayéndola hacia sí.
—Compórtate —le ordenó divertido, y la besó hasta dejarla sin aliento.
Justo en ese momento brilló el sol, atravesando las nubes con sus rayos dorados.
—¿Lista para la exploración? —Le preguntó Thomas—. He pensado que podríamos recorrer mis bosques. Te encantará… abetos gigantes, helechos que te llegan hasta la cintura. Y mucha fauna salvaje, también.
—Espero que sea inofensiva —repuso Kathy.
Thomas se echó a reír y le despeinó cariñosamente el cabello. Para él, habían pasado como un sueño los días y las noches mágicos que habían compartido. Nunca había querido tanto ni tan profundamente a ninguna otra mujer. Y ella también le quería; estaba seguro de ello.
Sin, embargo, él la quería para siempre. ¿Cuánto lo querría ella? No lo sabía, y tuvo que reconocer que quizá se estuviera engañando a sí mismo. Seguir adelante sin saber exactamente lo que sentía Kathy no era la cosa más inteligente que había hecho en su vida. «Bueno, pero tampoco la más estúpida», decidió mientras tomaba a Kathy de la mano. Ciertamente ella todavía no le había hablado de amor, ni siquiera en sus momentos más apasionados. Pero él era consciente de que el proceso seguía su curso. Kathy se estaba abriendo como una flor, y Thomas sabía que sólo era una cuestión de tiempo que llegara a admitir esa verdad y luego se la revelara a él.
Al final de aquel ajetreado día, Kathy se encontraba más que deseosa de relajarse en la cocina disfrutando de una cena ligera en compañía de Thomas. Más tarde volvieron a relajarse tomando un baño caliente, un episodio amoroso que terminó en el dormitorio.
Nunca había imaginado que una pasión pudiera unir a dos personas tan estrechamente, de una forma tan hermosa y espléndida, pensó Kathy, soñolienta. «Y
tan peligrosamente adictiva», añadió en silencio.
En esa ocasión el juego había dado paso al amor; se habían divertido. En la experiencia anterior de Kathy, el sexo siempre había sido algo serio, no una diversión. La piel le ardía con sus caricias. «Todas estas sensaciones son maravillosas, pero puramente físicas», llegó a pensar Kathy en cierto momento, para reconfortarse.
Porque no había ningún peligro en el placer físico, ninguna posibilidad de salir herida. Todavía se sentía a salvo.
Apoyó una mano sobre el pecho de Thomas. Estaba dormido. Satisfecha, se acurrucó contra él y la fue venciendo el sueño… fue entonces cuando comenzó la pesadilla. En esa ocasión, Kathy no gritó ni hizo ningún tipo de ruido. Se encontraba atrapada en un terrible trance, demasiado paralizada por el horror para mover un solo músculo. Tenía que parar el sueño, ¡pararlo ya, antes de que fuera demasiado tarde! Su lucha por salir a la consciencia era como caminar por un profundo cenagal; cada paso le costaba un terrible esfuerzo. Algo la estaba siguiendo y ella tenía que huir; enfrentarlo significaría el fin de todo.
Luego ese algo se cernió sobre ella. Y Kathy no pudo hacer nada para evitarlo.
¡Nada! Se incorporó bruscamente en la cama, ahogando el grito antes de que se le escapara de la garganta. Se dio cuenta de que le temblaba todo el cuerpo. Temerosa de despertar a Thomas, salió de su habitación y subió a la suya. Encendió la lámpara y se sentó en la cama. Seguía temblando, todavía impresionada por la intensidad de su pesadilla. Estremecida, se hizo un ovillo, una familiar posición que, sin embargo, esa noche no le ofrecía ningún consuelo.
La desolación hizo presa en ella cuando la pesadilla se repitió. Volvió a vivir la misma aterradora escena: el accidente de avión, sus desesperados intentos por alcanzarlo antes de que estallara en llamas, la horrible conciencia de que nuevamente fracasaría…
Sólo una cosa había cambiado en su sueño. En esa ocasión, el piloto era Thomas.
—¿Kathy? —Thomas la sacudió ligeramente—. Kathy, ¿estás bien?
—Thomas, ¿qué…? ¡Oh! —Exclamó, despertándose—. Sí, estoy bien…
—Has vuelto a tener otra pesadilla —se sentó en la cama, acariciándole el cabello.
—Sí —admitió, suspirando profundamente, disfrutando de la caricia de su mano en la mejilla.
—¿La misma?
—Tan mala como siempre —la leve vacilación de Kathy resultó imperceptible para Thomas—. Mmmm, tienes buen aspecto —le dijo sonriente al ver que llevaba el pecho desnudo.
Cuando él correspondió a su sonrisa, Kathy se sintió impulsada a hacerle espacio en su cama. «¡Oh, Kathy! ¿Qué vas a hacer?», se preguntó. Ella misma respondió a esa pregunta acurrucándose en sus brazos y cerrando los ojos a la dura realidad.
—Vuélvete a dormir —murmuró él—. Sólo son las cinco y media. No debería haberte molestado, pero estaba preocupado. Despertarme para descubrir que no estabas en mi cama no es la mejor manera de empezar el día.
Por omisión, Kathy sabía que le había mentido. Había querido confiar en él, pero luego había dudado supersticiosamente; quizá si le contaba el sueño, podría atraer la mala suerte… ¡de manera que su pesadilla fuera un mal augurio! O tal vez fuera simplemente el residuo de su miedo forzado a aflorar a la superficie, reconoció cansada. Como quiera que fuese, el riesgo era demasiado grande. No podía decirle que en esa ocasión no era su hermana, sino él mismo quien había perecido en el incendio del avión, mientras que ella «no había podido hacer nada para evitarlo».
Un repentino pensamiento la hizo estremecerse. Por pura fuerza de voluntad se quedó perfectamente inmóvil, fingiendo adormilarse. Pero era como si su corazón se hubiera detenido, para luego acelerarse frenéticamente mientras alcanzaba la terrible conciencia de que sí podía hacer algo para evitarlo. Podía acabar con aquello.
Aquel pensamiento ejercía el mismo efecto sobre ella que el ácido sobre su piel.
Al principio rechazó el dolor que le producía pero luego, adoptando una expresión decidida, lo aceptó. ¿Qué opciones tenía? La posibilidad de perder a Thomas de aquella forma le resultaba intolerable. Sabía que la destrozaría.
«Además, ¿qué bien podrías hacerle a él?», se preguntó. «Necesita una mujer fuerte con quien compartir su vida, y no una criatura temerosa que ni siquiera pueda compartir sus mayores alegrías. Terminarías haciéndole un favor». Kathy cerró los ojos para contener las lágrimas, preguntándose por qué el amor tenía que doler tanto.
Se quedó sin aliento al tomar conciencia de lo que acababa de admitir: amaba a Thomas Logan. Demasiado, demasiado pronto, pero lo amaba de todas formas. Y
siendo así, ¿cómo iba a separarse de él?
Los siguientes dos días fueron un exquisito tormento para Kathy. Decidida a no hacerle más daño del necesario, se mostró tierna y cariñosa. Pero una especie de barrera se había elevado entre ellos en la forma de un sutil distanciamiento.
Thomas lo sabía; no se dejaba engañar por su risa ni por su deliciosa voluntad de abandono cuando hacían el amor. Le estaba escamoteando el aspecto más importante de ella misma, cerrando su acceso de muchas pequeñas maneras. La frustración y la furia empezaron a crecer dentro de él, una pequeña brasa que no tardó en convertirse en un incendio. Intentó apagarla, pero no pudo. Acostumbrado a actuar rápida y decisivamente para solucionar los problemas, le resultaba extremadamente difícil soportarlos. Intentó descubrir la razón de aquel retraimiento emocional diciendo con un fingido tono de diversión:
—¡Esto es un poco atemorizante! Lo que sentimos el uno por el otro… hace que quieras retraerte y decir: «Hey, ¿estoy seguro de que sé lo que estoy haciendo?», incluso aunque estés seguro al cien por cien.
—Yo diría que estoy al cincuenta por ciento segura —rió ella.
—Lo siento, pero no le encuentro la gracia a esa frase —Thomas dejó de sonreír
—. De hecho, me parece muy problemática. Yo sé exactamente lo que siento por ti.
¿Qué es lo que te confunde, qué es lo que te hace dudar tanto con respecto a mí? Sé que estás preocupada, Kathy. Maldita sea, lo sé. ¿Entonces qué es? ¿Qué ha pasado?
—Por supuesto que estoy preocupada, ¿cómo no podría estarlo? Eres un tipo estupendo, Thomas, pero… ahora mismo me siento muy confundida. Tengo muchas cosas en la cabeza, tú me has dado tantas cosas en qué pensar…
—¿Cómo qué? —le preguntó, observándola detenidamente.
—Oh, ya lo sabes —cada vez más consciente del temblor de sus piernas, tuvo que apoyarse en la mesa del comedor—. No quiero hablar más de esto, ¿de acuerdo?
—¡No, no estoy de acuerdo! —La frustración que sentía Thomas estalló de una vez—. Maldita sea, Kathy, háblame, dime qué problema tienes. Tan pronto estamos bien y somos felices, como de repente te encierras bajo una capa de hielo. He intentado romperla, lo he intentado con todas mis fuerzas, hasta hacerme daño, pero tú continúas rechazándome, guardando una distancia. Después de la forma en que me sinceré contigo, desnudando literalmente mi alma… ¿tienes alguna idea de lo mucho que implica esa confianza? Pero deseaba tanto ayudarte a superar tus terrores… —se pasó una mano por el rostro—. ¡Al menos dime por qué me rechazas de esa manera!
—Thomas —a Kathy se le había encogido dolorosamente el corazón—, lo siento, no tenía ninguna intención de hacerte daño…
—Entonces deja de hacerlo. ¡Deja de huir!
—No estoy huyendo. Yo… —luchaba en su interior la furia y la desesperación, y acabó ganando la primera—. Te dije lo que sentía acerca del amor, ¡te lo dije una y otra vez! ¡Pero tú no me escuchaste, nunca escuchaste nada que no quisieras oír! —
Temblando, le sostuvo la mirada—. Estás demasiado acostumbrado a hacer de jefe, a hacerte cargo de todo, a hacer las cosas a tu manera. Bueno, pues no siempre te vas a salir con la tuya, Thomas. No eres el jefe aquí. Mis opiniones, mis sentimientos… ¡son tan válidos como los tuyos!
Thomas retrocedió, como si hubiera recibido una bofetada.
—¿Acaso por un momento he sugerido yo que no lo fueran? —Preguntó con amargura; como no contestó nada, añadió—: Aunque quizás estés en lo cierto acerca de que no te escucho.
—Quizá haya llegado la hora de que empieces a hacerlo, Thomas.
—Quizá —repuso cerrando los puños, mirándola con los ojos brillantes—. Y
quizá también haya llegado la hora de dejar de sentir tanto y empezar a pensar más
—girando sobre sus talones, salió a toda prisa de la habitación.
Kathy tuvo que agarrarse a la mesa para evitar correr tras él. Sólo cuando lo oyó arrancar su coche se llevó las manos al rostro, bañado en lágrimas.
—¡Oh, querido! Perdóname —musitó.
Le hacían daño en la garganta las cosas que había querido decirle. Llamar a Patsy fue casi un acto reflejo.
—Patsy, de verdad, necesito hablar contigo. ¿Puedo verte?
—¡Oh, Kathy, por supuesto que sí! —le aseguró Patsy con tono reconfortante.
Patsy la estaba esperando en el minúsculo porche de su casa cuando Kathy apareció.
—Como en los viejos tiempos —le dijo en el momento de abrazarla—. Entra, querida. Siéntate; voy a preparar un té.
Las viejas y familiares expresiones de su amiga hicieron reír a Kathy, a pesar de su dolor. Sentada frente a ella en un rincón de la cocina, bebió un sorbo de té y le confesó:
—Quiero a Thomas.
—¡Oh! —exclamó, sobresaltada—. ¿Qué sucedió?
—Que en un principio no quería enamorarme, y cuando lo hice fui feliz hasta que… —Kathy aspiró profundamente—. De repente tuve aquella pesadilla otra vez, sólo que esta vez era Thomas quien moría abrasado en el avión… y no pude soportarlo, Patsy, ¡simplemente no pude!
Prudentemente, Patsy guardó silencio.
—Así que después intenté retraerme. Lo hice bien, fingí que todo estaba bien mientras trataba de encontrar una manera de cortar sin hacerle daño.
—Pero él se dio cuenta.
—Sí. Tuvimos una discusión y se marchó de la casa —Kathy se esforzó por no llorar—. La historia ha terminado.
—¡Oh, por supuesto que no! Simplemente dile lo que me acabas de contar. Él lo comprenderá, cariño.
—No puedo decírselo. ¡No puedo! —Estalló en sollozos—. ¿Cómo puedo decirle que vi su accidente de avión? ¿Cómo puedo siquiera sugerirle la idea?
—Creo que me he perdido algo —Patsy la miró, confusa—. ¿Por qué no se lo dices? ¡Oh! ¿Quieres decir que temes que sufra ese accidente sólo porque tú…? No sabía que eras tan supersticiosa, Kathy.
—Habitualmente no, pero con esto sí que lo soy. Patsy, tú me dijiste que creías que los sueños eran mensajes. Bueno, ¿y si es verdad, y si este sueño era un mensaje?
¡Un mal augurio, incluso! Habrás oído hablar de profecías que provocan por sí mismas las desgracias… ¡Podría incluso traerle mala suerte por estar a su lado, por el amor de Dios!
—¡No puedes estar hablando en serio!
—Es incluso posible que yo… Patsy, he empezado a pensar que estoy maldita, que traigo mala suerte a la gente que quiero.
—¿Entonces por qué has venido a buscarme? —le preguntó Patsy con tono razonable—. ¿O es que no me quieres?
—Por supuesto que te quiero —Kathy escondió el rostro entre las manos—.
Quizá me esté engañando con todo esto, no lo sé —añadió cansada—. ¿Pero y si no es así? Después de todas esas cosas extrañas que me ha contado Thomas, ¿quién puede decir lo que tiene sentido y lo que no? O podría llegar a ser una realidad, si yo lo permitiera. ¿Pero cómo puedo correr conscientemente ese riesgo? No puedo, y tú lo sabes. Lo único que… —comentó con la mirada perdida en un punto inexistente—.
Patsy, ¿de dónde voy a sacar la fuerza necesaria para hacer esto?
Kathy volvió a las nueve de la noche y Thomas no se encontraba en la casa.
Como todavía había luz decidió pasear por sus campos, con la intención de desahogarse un poco. Luego, presa de una intensa nostalgia, yació despierta en su cama, pensando sin cesar en Thomas.
—¿Cómo puedo abandonarlo? —se preguntó en un murmullo, abrazada a la almohada, asaltada por una fiera y rabiosa necesidad. Quería llorar y no podía.
Las primeras luces del alba iluminaron su habitación antes de que consiguiera cerrar los ojos. Acababa de quedarse dormida cuando la despertaron unos fuertes golpes en la puerta; fatigada y soñolienta, se incorporó en la cama.
—¿Kathy? ¿Estás despierta? —preguntó Thomas, llamando de nuevo.
—Voy —dijo Kathy, inquieta por la urgencia de su tono, antes de apresurarse a abrir la puerta—. ¿Thomas? ¿Sucede algo malo?
—Hay un mensaje para ti en mi contestador; es del doctor Vanee.
—¿Stewart me ha llamado aquí? ¿Por qué…? —preguntó sin comprender.
—Kathy, es acerca de Nell. Su corazón, cariño. Lamento haber tenido que despertarte así… —explicó Thomas, sintiendo un profundo dolor al advertir su repentina palidez.
—¡Oh, no, no, también Nell! —musitó Kathy.
Demasiado tarde Thomas se dio cuenta de la interpretación que ella había hecho de sus palabras, y la sostuvo en sus brazos.
—¡No, cariño, no ha muerto! Dios, lo siento, Kathy, está enferma, ha sufrido un ataque cardíaco, pero está viva. Se encuentra bajo cuidados intensivos, en el hospital, y la están atendiendo bien según dijo el doctor Vanee. Él ya se ha ido del hospital, pero puedes llamarlo a su casa. Voy a buscar el contestador para que puedas escuchar su mensaje.
Después de dejarla sentada en la mecedora, Thomas bajó corriendo las escaleras. Kathy se retorció las manos, que le temblaban; el corazón le latía frenético y respiraba aceleradamente. Incapaz de permanecer sentada por más tiempo, se dirigió a su armario y sacó sus maletas con la intención de abandonar California de inmediato.
Thomas volvió y rebobinó en seguida el mensaje grabado en el contestador; las palabras del doctor Vanee poco hicieron para tranquilizarla. Luego él marcó el número que había dejado el médico, porque a Kathy le temblaban demasiado las manos para hacerlo.
—Gracias —dijo mientras tomaba el auricular—. ¡Hola, Stewart! ¿Qué ha sucedido? ¿Está muy mal…? ¿Va a recuperarse? —Se relajó un poco al escuchar su respuesta—. Ha sufrido un infarto de miocardio, pero el pronóstico es bueno; se recuperará —le informó a Thomas después de colgar el teléfono, repitiendo las tranquilizadoras palabras que le había dicho el médico.
—Kathy, me alegro tanto… —comentó Thomas con voz ronca, y se sentó en el borde de la cama.
—¡Yo también! —suspiró—. Se encuentra bien, pero sigue bajo observación.
Stewart piensa que su vida ya no corre peligro, gracias a Dios. Pero debo estar con ella… ¡oh, Thomas! Nell no tiene familia, no tiene a nadie. Está completamente sola en la habitación del hospital.
—A mí me parece que Stewart está allí, con ella. Aparentemente, es algo más que tu médico de cabecera —observó él.
—Sí, somos amigos —explicó distraídamente Kathy—. Tengo que hacer el equipaje, vestirme, salir de aquí. ¿Qué hora es? ¿Y a qué hora sale el próximo ferry?
—A las ocho treinta y cinco —Thomas se interrumpió para aclararse la garganta mientras contemplaba a Kathy, que ya estaba haciendo el equipaje—. Me doy cuenta de que quieres reunirte con Nell lo antes posible, así que te sugiero…
—Iré en mi coche, Thomas —le espetó, sabiendo lo que iba a decirle—. Supongo que te parecerá estúpido, dada la situación, pero ya tengo bastantes preocupaciones como para retarme a mí misma subiéndome a un avión.
—Nada de lo que hagas o digas me parece estúpido —replicó él—. Pero el camino es largo; en coche tardarás días, mientras que en avión sólo es cuestión de unas horas. Y ya estás bastante alterada.
—Me recuperaré. Nell no se encuentra en peligro inmediato y sabe que me reuniré con ella lo más rápido que pueda —evitando su mirada, terminó diciendo—: Gracias por la oferta, pero iré en mi coche.
Suspirando, Thomas se pasó una mano por el pelo mientras reflexionaba sobre su negativa. El furor que había sentido durante todo el día anterior había terminado por desaparecer durante la noche. Todavía estaba molesto por la forma en que había perdido la paciencia y, lo que era todavía peor, no estaba seguro de que no pudiera volver a sucederle otra vez. Con los años, había llegado a adquirir una gran habilidad en controlar sus sentimientos y raramente había perdido los estribos.
Pero nunca antes se había sentido tan abrumado por la emoción. Simplemente no podía permitir que Kathy saliera de su vida; porque «sin ella ya no tendría una vida». Kathy era la diferencia entre una gris helada de invierno y un cálido y soleado día de verano.
«¿Qué puedo hacer ahora?», se preguntó, pensando irónicamente que no podía encerrarla en el ático y mantenerla allí para siempre. «Respeta sus deseos. Recuerda que sus sentimientos y opiniones, a pesar de lo que puedas pensar de ellos, son tan válidos como los tuyos», le respondió una voz que parecía surgir de su propio corazón.
Ella ya se lo había dejado suficientemente claro, se recordó sombrío. Kathy seguía haciendo su equipaje con rapidez y Thomas tuvo que cerrar los puños para refrenar la necesidad de abrazarla, estrecharla contra su cuerpo, amarla y hacerse cargo de la situación… «Maldita sea, Thomas; ¡tienes que respetar sus decisiones estés o no de acuerdo con ellas!», se amonestó nuevamente. La frustración que sentía era tan intensa que se vio obligado a hacer algo, cualquier cosa…
—Prepararé café con tostadas. No puedes salir sin desayunar.
Kathy le lanzó una rápida y distraída sonrisa y Thomas se volvió para salir de la habitación con el contestador debajo del brazo. Había grabados otros mensajes, pero no los había escuchado después de descubrir el del doctor Vanee. «Stewart», se corrigió con amargo humor. Ahora estaba celoso de un hombre al que ni siquiera conocía.
Después de preparar el café metió el pan en la tostadora y se dispuso a escuchar los otros mensajes. Y al cabo de un momento estaba subiendo de nuevo las escaleras de dos en dos.
—¡Kathy! —la llamó antes de siquiera tocar a su puerta.
—¿Qué pasa, Thomas? —lo miró ansiosa, abriendo casi de inmediato.
—No tiene que ver con Nell —se apresuró a decirle—. Tengo otro mensaje en mi contestador… el ferry ha chocado contra el muelle esta mañana y ha sufrido una avería de consideración. Cariño, lo siento, pero la única manera que tienes de abandonar la isla es tomando un avión.