Capítulo Ocho

Thomas permanecía de pie frente a la ventana. Aquel día que había parecido tan prometedor, se había vuelto húmedo y gris por la tarde. Kathy se encontraba en su habitación trabajando con el ordenador portátil, con un casi visible de No Molestar colgado del cuello. Estaba solo y se sentía desatendido. De repente, escuchó el sonido de unos pasos en las escaleras. Kathy entró en la habitación.

—¿Ya has acabado? —le preguntó él.

—Sí. He trascrito las notas, las he imprimido y están listas para el correo. A propósito, esa tienda de fotografía que me recomendaste hizo un excelente trabajo al revelar mis fotos. El artículo está por pulir, pero quería que mi editor lo leyese antes de publicarlo. Siempre me hace alguna buena sugerencia.

Thomas sólo pudo asentir. Kathy llevaba puesto un peto de tela vaquera, y se soltó los tirantes mientras cruzaba la habitación. Luego se quitó la prenda y quedó delante de él vestida solamente con una camiseta y su ropa interior de satén rojo.

—Estos han sido —dijo, echándole los brazos al cuello— los dos días más deliciosos de mi vida. Gracias, Thomas.

—¡Hueles tan bien! —enterrando el rostro en su cabello, la apretó contra sí aspirando su perfume.

Como si no pudiera contenerse, le quitó la camiseta; su sostén también era de satén rojo. Sus caricias la llenaron de un exquisito placer y, deseando dar tanto como recibir, Kathy le desabrochó la camisa. Sus pantalones eran un estorbo, y Thomas se los quitó rápidamente antes de sembrarle el cuello de besos.

—Es maravilloso —murmuró ella.

—Sí que lo es —asintió él—. Cada vez que te hago el amor, me quedo más y más maravillado. Y necesito saber… que tú sientes lo mismo que yo.

Kathy sintió una punzada de incomodidad ante la intensidad de sus palabras.

Pero él ya la arrastraba a la alfombra que estaba extendida delante de la chimenea y sus preocupaciones se evaporaron. Thomas le acariciaba la piel con los labios, al tiempo que sus manos, fuertes y seguras, parecían moldear su cuerpo. Con la voz ronca, Kathy pronunció su nombre y fue hundiéndose cada vez más profundamente en aquel dulce ardor, hasta convertirse en una pura llama.

—¿Tienes sueño? —le preguntó él.

—Mucho —respondió Kathy, demostrándolo con un largo bostezo.

Se encontraban en la cama, flotando en una nube eufórica que sólo recientemente había tocado tierra otra vez. A Thomas todavía le picaba la piel a causa del contacto con la alfombra. Después, había llevado a Kathy en brazos hasta la cama, y había vuelto a hacerle el amor. De repente, se rió en voz alta y la abrazó, para luego pronunciar en un impulso:

—Te amo, Kathy.

—¡No! —exclamó ella, tensándose—. Por favor, Thomas, no. Ya me siento bastante vulnerable así, tal como estoy. No me hagas arrepentirme —y añadió alzando la voz—: No puedo enamorarme de ti.

—Demasiado tarde —replicó él con despreocupada confianza—. Creo que ya lo estás. De hecho, cuanto más pienso en ello, más convencido estoy. De hecho, mi querida Kathy, creo que estás loca por mí.

—Y yo creo que tú estás completamente loco —le espetó, pero él detectó una involuntaria sonrisa en su voz.

—Deberías avergonzarte, Kathy. Millones de personas dedican sus vidas a buscar el amor y nunca lo encuentran.

—La única cosa que estoy buscando ahora mismo es dormir.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —exclamó él, despeinándola cariñosamente—.

Buenas noches, Kathy. Felices sueños.

«Te amo, Kathy», repetía maravillado y en silencio Thomas. Era extraño que en ese momento viera tan claro lo que antes se había negado con tanto empeño a reconocer. Ansiaba que ella le dijera que lo amaba. Pero el amor, ahora lo sabía, no era algo condicional sino un regalo entregado libremente. Aunque entregado con la esperanza de reciprocidad, el tipo de amor que Thomas quería carecía completamente de obligación o condición alguna.

«Si yo pudiera estar a la altura de ese ideal…», pensó Thomas, acercando el rostro al cabello de Kathy. Seguía siendo humano, y además vanidoso. Y la vanidad, admitió con ironía, exigía la correspondencia en el amor. Pero lo que tenía ahora mismo era sublime.

De repente advirtió que el sueño de Kathy se estaba volviendo inquieto; de vez en cuando, algunos sonidos inarticulados escapaban de sus labios. Y cuando se incorporó bruscamente, gritando desconsolada, Thomas se dio cuenta de que lo había estado esperando. La abrazó con firmeza, reconfortándola.

—Sshhh, Kathy, todo está bien, amor mío, todo está bien —repetía sin cesar, sabiendo demasiado bien que en el fondo no era así. Se sentía terriblemente incapaz de combatir sus terrores nocturnos.

—Lo siento, Thomas —musitó ella, recuperándose.

—Yo también lo siento. ¿Otra pesadilla?

—¡Nunca me abandona, nunca me abandonará! —exclamó desconsoladamente.

—Oh, cariño, claro que sí.

—¡No, no!

Se liberó de su abrazo y fue hacia la ventana, desnuda, frágil, conmovedoramente vulnerable a la luz de la luna. Thomas se reunió con ella.

—¡Oh, Thomas! —lo empujó gritando, llorando furiosa—. Por eso no puedo amarte, ¿es que no te das cuenta? He perdido a todas las personas que he querido, mis padres, mi abuela, mi hermana, ¡todos! ¡Todos me han sido arrebatados! No, Thomas, no me toques —se abrazó—. No puedo soportar más pérdidas —y añadió alzando la voz—: ¡No puedo, maldita sea, no puedo!

Enmudecido por su angustia, Thomas le acarició los hombros; sabía lo que tenía que hacer. Reconoció que estaba asustado. Era un hombre fuerte, y podía soportar cualquier cosa, excepto su desprecio y su desdén. Pero el amor lo había vuelto más decidido que nunca a quebrar sus defensas. Kathy se estremeció, y él tomó la sábana de la cama y la envolvió en ella.

—No vas a perder a nadie, Kathy —empezó a decir.

—Oh, deja los tópicos de una vez —lo interrumpió, con la voz desgarrada por la emoción—. Ya he escuchado todo eso antes. ¡No me ayudó entonces y no me ayudará ahora!

Thomas dudó, pero luego se afirmó en su decisión.

—Kathy, quiero decirte algo. Quería decírtelo antes, pero no estaba seguro de cómo reaccionarías. Sin embargo, creo que podría servirte de ayuda ahora.

—¿De qué se trata? —le preguntó, confundida.

—No hay ninguna razón para que le tengas miedo a la muerte. Esto no es ningún tópico, Kathy, es una experiencia personal. Yo sé lo que es eso. Lo conozco.

—¿Qué quieres decir con eso de que lo sabes?

—Quiero decir que yo estuve muerto, Kathy. Tuve un accidente de coche mortal.

Pálida, Kathy tuvo que sentarse al lado de la ventana, mirándolo con unos ojos como platos.

—Thomas, me estás asustando —musitó.

—No es esa mi intención —aspiró profundamente—. Tuve lo que se llama una

«experiencia cercana a la muerte». ¿Conoces ese término?

—He leído algo sobre eso. Es un tema muy controvertido, si no recuerdo mal.

—Mucho —concedió él, irónico—. Raras veces se lo menciono a alguien. Pero a mí me sucedió, hace unos cuatro años. Mi coche chocó contra una barrera, cayó por un profundo barranco y estalló en llamas antes de llegar al fondo.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Kathy, llevándose una mano a los labios.

—Pero fui rescatado del coche —se apresuró a continuar Thomas—. Recuerdo con claridad haber observado la escena como si estuviera fuera de mi cuerpo. Kathy, yo vi mi cuerpo volando por el aire y cayendo en la maleza, destrozado, pero con un interés no mayor que el que habría demostrado por un refugio temporal que hubiera dejado atrás. No tenía miedo. Estaba en paz. En una paz absoluta —la miró intensamente—. ¡Luego me sumergí en la más fantástica luz que hayas visto, Kathy!

¡Y allí había gente esperándome para darme la bienvenida, todos radiantes, todos brillando con una increíble luz! —le falló la voz mientras intentaba describir lo que había experimentado, temiendo que no le creyera.

Kathy se movía incómoda en su silla, y Thomas leyó en sus ojos la pregunta que se estaba haciendo a sí misma. ¿Realmente él creía en aquello?

—¿Qué sucedió después? —le preguntó ella.

Thomas adoptó una expresión de alivio. No veía interés en su rostro, pero al menos le estaba haciendo caso.

—Luego… de repente me encontré en un jardín, el jardín más maravilloso que he visto en mi vida, con flores tan brillantes y coloridas… —sacudió la cabeza mientras intentaba describirlo—. Tan encantador, tan exquisitamente encantador…

—concluyó suspirando—. Yo quise permanecer allí para siempre.

—Pero volviste.

—Volví. No quería, pero alguien me convenció de que debía hacerlo. Kathy, no podrás dar crédito al poder de transformación que esa experiencia ejerció sobre mí —

le espetó—. Volvió mi vida cabeza abajo, cambió completamente mis valores, mis prioridades… te dije que yo no te habría gustado en aquel entonces, y te dije la verdad. ¡Era un verdadero mercenario, tan obsesionado por las cosas materiales! —

aspiró profundamente intentando tranquilizarse—. ¿Y bien? ¿Algún comentario?

—Pudiste haberlo soñado todo, Thomas —dijo ella con tono suave.

—No lo sé —repuso él, sacudiendo la cabeza—. Cuando volví a la escena del accidente, allí había ambulancias y personal sanitario… y oí cómo me daban por muerto, Kathy. Pero recuperé la consciencia en el hospital.

—Y yo me alegro muchísimo por ello, Thomas —Kathy se levantó, envuelta en la sábana como una diosa griega.

«Una diosa llorosa», pensó Thomas. Fue hacia ella, y en esa ocasión, se dejó abrazar.

—No sé qué más decirte —le confesó, y escondió la cabeza en su pecho, emocionada.

—No tienes que decir nada —la besó en el pelo—. Tenía el propósito de compartir todo esto contigo. Creo que es posible que Karin tuviera la misma experiencia, que ella sintiera la misma paz que yo.

Karin se quedó tensa, rígida.

—Quieres decir que ella… que ella podría haberse…

—Ahorrado el terrible dolor que tú te imaginas. Sí, eso es exactamente lo que quería decirte.

—Pero no hay ninguna prueba científica de la «experiencia cercana a la muerte»

—replicó Kathy con tono suave y expresión anhelante.

—No —concedió él—. Pero sólo porque no pueda ser reproducida en un laboratorio no quiere decir que no suceda. Personalmente, yo creo que sucedió. ¡Fue tan condenadamente impresionante, Kathy…! No es posible describirlo con palabras.

—Pero yo todavía echo tanto de menos a Karin… —sollozó Kathy tras un momento de reflexión.

—Lo sé —murmuró él—. Eso es realmente el dolor, la sensación de pérdida de alguien, que al irse, ha dejado un horrible vacío en nuestra vida —la levantó en brazos y la llevó a la cama; luego se sentó a su lado—. Entonces, ¿te ha ayudado algo de esto? ¿O crees que estoy chiflado? —le preguntó, esperando sin aliento su respuesta.

Kathy se mordió el labio; no sabía qué pensar. Pero no tenía ninguna duda de la firmeza de su convicción.

—No creo que estés chiflado. Y aunque no esté plenamente convencida, tu experiencia fue real y no fue ninguna ilusión —dijo cuidadosamente—. No dudo de la validez que tiene para ti. Tú crees que fue real y eso es lo que importa —le acarició tiernamente una mejilla—. Sé que te ha resultado duro compartir conmigo tu historia, y te lo agradezco. Me ha dado mucho que pensar.

Thomas se limitó a sonreír. Había muchas más cosas que quería decirle, pero ella lo miraba a través de sus pestañas, entreabriendo los labios con gesto invitador.

Y presa de un súbito deseo, la besó. Kathy respondió con la misma avidez. Hicieron el amor dulce, apasionadamente, con un infinito y salvaje abandono. Después, Thomas la abrazó hasta que se quedó dormida.

—¿Y ese sombrero? —le preguntó Thomas a Kathy cuando se reunió con él para desayunar a la mañana siguiente.

—Es por el estado lamentable de mi pelo.

—Nada que yo haya hecho, supongo —sonrió malicioso mientras le servía el café.

—Ciertamente no me has ayudado mucho —musitó. Flexionando los dedos, suspiró—. Estoy hecha un desastre, un completo desastre. Mira estas uñas. Necesito una manicura, un corte de pelo…

—Puede que te sorprenda, pero tenemos de todo eso en la isla —replicó Thomas alegremente.

—¿Crees que una mujer puede ir a cualquier peluquería? —le preguntó, mirándolo fijamente con falsa expresión seria. Luego, ignorando su respuesta tomó su taza de café con las dos manos y aspiró su aroma—. Ah, haces un estupendo café.

—¿Y también hago bien el amor?

—Adecuado. ¡Aj, Thomas, este café está ardiendo!

Thomas se echó a reír con todas sus fuerzas. Era tan feliz… porque sabía que Kathy lo amaba; esa era la fuente de su alegría. Desde luego ella todavía no se atrevía a admitirlo; temía amarlo, temía el daño que, según creía, casi con toda certeza podría causarle. Y quizá él también podría resultar herido, pensó Thomas. Era un desafío que aceptaba sin pensar. ¿Pero podría aceptarlo ella?

Kathy se levantó para servirse otra taza. Tenía planes para ese día; quería ir a la oficina de correos y luego pasar al otro lado del estrecho. Reacio, Thomas renunció a la idea de pasar el tiempo solo con ella. Aunque quería hablar de su relación, decidió esperar a que fuera ella quien sacara el tema. Pero no lo hizo. A fuerza de voluntad, tuvo que reprimir el impulso de acorralarla. «Tranquilo, Logan», se advirtió. A una mujer como Kathy le llevaría tiempo abrirse al amor, y él tenía que concederle ese tiempo.

—¿Se puede saber en qué estás pensando? —le preguntó ella.

—En ti —respondió apesadumbrado, y la besó.

—Thomas… Thomas, ya estamos vestidos y preparados para irnos —dijo Kathy sin aliento—. No tenemos tiempo…

—Siempre hay tiempo —replicó él, reclamando de nuevo sus labios, besándola sin cesar.

La pasión que juntos habían creado era increíble, pensó por un instante antes de que todo pensamiento racional desapareciera de su mente. Triunfante, la levantó en brazos y la subió a su habitación.

Aunque habían perdido el ferry y tuvieron que esperar al siguiente, Kathy consiguió ver los paisajes que quería. Dejaron el encantador puerto de Ariacortes para dirigirse a Desolation Pass, una zona famosa por sus espectaculares vistas.

Gastó varios carretes de fotos y le hizo muchas a Thomas, que por su parte también ofrecía una vista maravillosa, según concluyó Kathy.

Después de una rápida comida volvieron a tomar el ferry, saltando de isla a isla. Ya era la última hora de la tarde cuando volvieron a la casa. En el mismo momento en que entraron, Thomas capturó su atención con una atractiva propuesta.

—Pareces cansada. ¿Qué te parece si tomamos una cena ligera? ¿Unas galletas, queso y vino?

Kathy parecía encantada con la idea.

—Mientras tomamos un baño caliente —añadió él—. Comida, sensualidad y una estimulante conversación. ¿Qué opinas?

—Suena delicioso. Tú ve a buscar toallas y las copas de vino, yo me encargo del resto. Vamos —dijo con tono imperioso cuando él protestó—. Te has ganado una sesión de mimos por lo bien que te has portado hoy.

Thomas ya estaba sumergido hasta la barbilla en el agua cuando Kathy se reunió con él. Tenía la cabeza apoyada en el borde de la bañera, con los ojos medio cerrados. Ella se había puesto su bata. Embelesado, Thomas la observó discretamente cuando dejaba a un lado la bandeja y se quitaba la bata, para quedar ante él vestida con otro de sus escandalosos conjuntos de ropa interior, de satén negro.

Cuando Kathy se sumergió en la bañera frente a él, Thomas sirvió el vino y le puso una copa en la mano.

—Gracias. Um, esto es exquisito —suspiró ella—. Acerca de tu «experiencia cercana a la muerte», Thomas… supongo que te traería muchos problemas.

—Al principio, desde luego. Sobre todo a causa de la reacción de las pocas personas a quienes se lo conté. En el mejor de los casos decían que era un mal sueño, y en el peor, una aberración mental que podría incluso requerir tratamiento psiquiátrico —dijo irónicamente.

—¿Oh, Thomas, podrías culparlos entonces? —Lo recriminó Kathy—. Acababas de salir de un terrible accidente, y tienes que reconocer que es una historia bastante rara.

—Y también la más intensa experiencia que he tenido —repuso él—. Durante un tiempo casi me volví loco en el intento por cuadrar lo que yo pensaba con lo que pensaban los otros. Integrar algo como aquello en tu vida normal no es una tarea fácil, Kathy. Cuando vine aquí, estaba muy confuso. Después decidí confiar en mí mismo, hacer algunas investigaciones, leer algunos libros. Luego oí hablar de la Asociación Internacional de Experiencias Cercanas a la muerte. Me incorporé a uno de los grupos de apoyo que tienen en el país… —Thomas se detuvo. Confiar a otra persona algo tan profundamente personal le hacía sentirse atrozmente vulnerable. Y

se obligó a relajarse—. Lo que aprendí es que simplemente fui una de las numerosas personas, incluyendo niños pequeños, que han vivido esa experiencia.

—¿Niños pequeños? ¿De verdad? —le preguntó ella, abriendo mucho los ojos.

—Sí. ¿Pero qué tiene de extraño eso? Los niños también resucitaron. Hay varios libros que tratan ese tema.

Kathy asintió reflexivamente, y bebió un sorbo de vino. Percibiendo su desinterés por seguir con ese tema, Thomas sonrió al sentir los dedos de los pies de Kathy deslizándose por su muslo, cada vez más arriba, y se echó a reír cuando el contacto llegó a ser más íntimo. Por un momento se deleitó con aquella sensación; pero tenía algo más que decirle antes de sumergirse en aquel placer.

—Odio estropear esto, pero te pido un minuto más de seriedad. Lo necesito.

Kathy, sé que querías mucho a tu hermana. Pero un dolor exagerado, la incapacidad de seguir adelante y sobrellevar una desgracia, puede llegar a ser una carga excesiva también para quien te ama mucho —su voz adoptó un tono de urgencia—. Deja de aferrarte a ella, Kathy. Déjala ir, déjala con su paz.

Kathy lo miró fijamente, sombría. Con un excesivo cuidado, dejó su copa en el borde de la bañera.

—Eso es tan cruel, Thomas, tan cruel… —le tembló la voz—. Decirme eso a mí, acusarme de sentir un dolor exagerado, de aferrarme a… ¡Dios! ¿Y tú dices que me amas? —se incorporó bruscamente—. Pues hazme el favor de no amarme, ¿vale?

—No podría dejar de amarte ni aunque lo quisiera. Y no estoy siendo deliberadamente cruel conmigo; lo sabes perfectamente —replicó bruscamente.

Conmovido por su dolor, abrió los brazos—. Ven aquí, cariño, déjame abrazarte mientras intento explicártelo.

—¡No quiero ninguna explicación! —gritó y, volviéndose, se dispuso a salir de la bañera.

Thomas la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí bruscamente, de forma que salpicaron agua por doquier y ambos se empaparon. Kathy se aferró a sus hombros para sostenerse, y él se limitó a abrazarla en silencio.

De vez en cuando, ella se limpiaba los ojos; Thomas sospechaba que no era por el agua que le corría por el rostro. Eran lágrimas, y el remordimiento hizo presa en él.

La atrajo con más fuerza contra su regazo y la besó con pasión.

—Kathy, sé que todavía estás trastornada por el dolor de la muerte de Karin…

el dolor es algo natural. Pero dentro de unos límites, cariño. Una vez que se cruzan ciertas fronteras llega a ser perjudicial, tanto para ti como para el recuerdo de tu hermana.

—No sé qué responder a eso —repuso ella, cubriéndose el rostro con las manos

—. ¡No sé qué es lo que quieres de mí, Thomas! —gritó.

—Quiero que abras los ojos y veas. Karin se ha ido, Kathy. Tú no. Tú estás aquí, estás viva. No eres media persona, no eres la otra parte de Karin. Tú eres tú. Fuerte, inteligente, viva en el más rico sentido de la palabra. Y la vida es algo precioso, Kathy. Te engañarás a ti misma si no vives cada minuto de esta vida en toda su intensidad.

—Thomas el oráculo —murmuró irónica, suspirando profundamente.

—Thomas el hombre —presionó los labios contra su cabello húmedo—, que está haciendo todo lo posible para buscarle un sentido a todo esto. Pero antes creo que todavía necesitas desahogarte. Así que vamos, háblame.

—¿De qué?

—De Karin y de ti —contestó firmemente—. Cuéntamelo todo acerca de las dos, empezando por el principio.