A mis hijos, Laia y Pol, y a todos los niños para los que los cuentos son escritos. También al niño que siempre, sea cual sea nuestra edad, llevarnos dentro, porque en él reside la alegría, el anhelo y la pasión por la vida, ingredientes imprescindibles para la Buena Suerte.
A mis padres, Gabriel y Carmen, por su amor, su fe y su ejemplo. Y a todos los padres cuyo amor por sus hijos deviene la semilla de la Buena Suerte.
A mi pareja, Mónica, y a todos los seres humanos que hacen de su vida una entrega generosa al otro, porque son el ejemplo viviente de que los cuentos, como la vida, pueden tener un final feliz.
Álex Rovira Celma